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viernes, 4 de julio de 2025

La urgencia

Yulia Polyachikhina, Miss Rusia 2018.

París. Sábado, 23 de noviembre de 2002.

Ilya Maizuradze continuaba con sus actividades personales en París para evadir su llamado a Chechenia. Su límite era próximo y antes de encontrarse con Kleofina Lozko, otra persona lo aguardaba en el Salon Proust del Hotel Ritz y tal como le informaba el portero, la mujer había arribado ese mediodía y tenía pautadas bastantes reuniones ese fin de semana.

El señor Maizuradze portaba uniforme militar, sus lentes gastados de un armazón dorado sutil y una carta oculta, misma que sacó frente a una mujer que lucía una corona cuyas perlas parecían flotar en el aire. Tanta elegancia, lejos de inhibirlo, le pareció excesiva, pero cobraba sentido al distinguir el rostro delicado de Deva Romanova Holstein-Gottorp, única descendiente de la familia imperial rusa y última Gran Duquesa Romanov.

-¡Oh, Ilya, qué alegría verlo! - pronunció la joven de veinticuatro años, sin atreverse a abandonar su asiento, así se notara que había ensayado un abrazo. El hombre tomó asiento y sin pronunciar cosa alguna, entregó la misiva, sorprendido de que no existieran micrófonos, cámaras o espías alrededor. Ni siquiera el personal se hallaba presente.

-¿Los Isbaza no son mi familia? ¡He viajado tanto para el mismo resultado! - se lamentó ella - ¿Cuándo pararán estas malas noticias? ¡Mi familia ha muerto esperando!

Ilya Maizuradze trató de no reírse y luego de mirar al suelo y a la puerta, finalmente decidió corresponder a la conversación por primera vez en años.

-No entiendo por qué quiere hallar a esas personas ¿Qué sentido tendría? 

Pese a la severidad, la joven prosiguió:

-Simplemente, la de no seguir sola. Los Romanov hemos muerto, uno a uno y sin respuestas.
-Victoria de Inglaterra es su prima, señora.
-Que se haya casado mi tío Boris con una hermana del rey Eduardo, no me hace familia.
-El zar Nikolai también era pariente directo de George V; otro primo por cierto.
-¿Es que lo hemos fastidiado, Ilya? ¡Usted es el único guardián de la sangre pura que queda!
-¡Y usted no entiende que no la encontraré!
-¿Ha renunciado?
-He averiguado en cada casa real y con dinastías nobles. Nadie.

Deva Romanova bajó la cabeza.

-¡Tanto esfuerzo y la familia se perdió! - lloró.
-Sigo sin comprender por qué usted se aferra. Hasta donde sé, mi abuelo evitó que Nikolai conociera el paradero del último Romanov campesino y mi padre desapareció después de la Gran Guerra Patria, así que muchas referencias nunca tuve.
-Los Maizuradze han sido siempre los protectores imperiales.
-Mi abuelo se negó.
-¿Hemos sido malos?
-Trataron de vender la sangre pura en varias ocasiones. En cambio, los Maizuradze acompañamos a esa gente desde que Carlomagno lo encomendó. Ni siquiera desde el extravío los voy a traicionar.

Deva secó sus lágrimas.

-Mi familia me contó que la sangre pura se emparentó con la nuestra al escapar de la Revolución Francesa ¿Louis XVI era pariente?
-Otro primo traicionero ¿Por qué la insistencia en preguntarme siempre esa verdad? 
-Es que no entiendo, siempre escondimos a esas personas. Cuentan los campesinos de las afueras de Moscú, que aquellos cosechaban papas.
-¿Por qué no busca entre ellos, señora?
-Lo hice. Ninguno es un Romanov y no sé la razón de mantener mi fe en que podré reunirme con alguien.
-No me citaría si no tuviera un rastro.
-Hace unos meses ví a Sergei Trankov en Rusia, creí distinguir el dije de la sangre pura en su cuello.
-¿Disculpe?
-El corazón de Santa María del Mar, ese que robó Jean Lafitte y luego se perdió en el tiempo. Mi familia guardó el dibujo y quiero que me confirme si es el mismo.

Ilya Maizuradze arrugó el ceño para disimular que conocía esa historia perfectamente. El dije había permitido que Sergei se fuera de Rusia apenas Vladimir Putin lo había contemplado con esa joya puesta y además, sabía perfectamente a quien le pertenecía.

-Lamento decepcionarla.
-Pero el presidente me ha dicho que por eso le liberó de su arresto ¡Le reproché tanto!
-La urgencia nos hace ver cosas que no son.
-¿Soy la que queda?
-Si quiere ser la última Romanov, no la voy a detener.
-Un rastro nos llevó a Chechenia a mi padre y a mí cuando era niña.
-¿A dónde? 
-No se moleste, por favor.
-¿Pretende que yo continúe con su estúpida obsesión?
-Le pedí el favor al presidente...
-¡Si la Gran Duquesa no hubiera estado en este mismo salón en la revolución, todos los Romanov estarían muertos! 
-¡Lo sé, lo comprendo!
-¡Usted es una tonta, señora! Si no fuera por su escaño permanente en la Duma porque Krushev intervino a favor de su famila, usted estaría lavando platos en cualquier bistro de París.

La joven duquesa permaneció callada, sobretodo porque aquello era cierto. En 1968, su abuelo, el Gran Duque Romanov, Dmitriy Romanov Holstein-Gottorp, había recurrido al embajador soviético de aquél entonces para arreglar el retorno luego de una quiebra económica triste. Al negarse la familia real británica a su auxilio, el destrozado Dmitry había hecho un trato: conservaría sus títulos y su escaño permanente en la Duma, pero sería diplomático a fuerzas y pactaría a nombre de la URSS sin recibir privilegios y perdiendo sus propiedades y joyas europeas, que en el tiempo presente, eran patrimonio del gobierno ruso en el extranjero. La corona que la joven Deva portaba a todos lados, era lo único que quedaba del esplendor imperial.

-Lo que todos desean, es que el heredero reclame el trono. 
-¿No haría usted lo que fuera por recuperar la dignidad, Ilya?
-En este asunto, no la he perdido.
-¿El gobierno francés sabe la cláusula de Carlomagno?
-Se mueren de ganas de que se cumpla, la guillotina brilla... ¿Sabe que los británicos abrirían un frente de guerra contra Francia y Rusia si aparece la sangre? 
-Recurrí a Victoria.
-Y como siempre, tuve que arreglar el desastre ¿Sabe que el MI6 persigue a unos tales Hazlewood por culpa suya, señora? 
-¿Ellos saben algo?
-Lo más gracioso es que no ¿Por qué los Romanov siempre le hacen daño a alguien? Hizo bien mi abuelo en perder a esos campesinos.
-¡Ilya!
-¿Para qué los quiere? 
-Sé que no murieron en los campos de concentración, ni en los gulag. 
-Intente ser feliz con eso.
-Sólo quiero recuperar a mi familia.
-El costo es echarle el Imperio Británico al mundo. Ese precio no se paga, señora.

Deva Romanova Holstein-Gottorp volvió a llorar de nuevo e Ilya Maizuradze se negó a cuidarla como antes. 

-Me preguntaba por qué mi jubilación no llegaba y descubro que prefiero hacerme matar en Chechenia. Cuando mi padre me contó que mi abuelo perdió a los Romanov campesinos, pensé que la misión había terminado. Ahora comprendo que la realeza sigue jugando.
-¿Qué hará Ilya?
-Lo de siempre, sólo soy un guardián. Cuando la bala me atraviese, la partida de todos habrá terminado.
-¿Y si el dije aparece? ¿Si Trankov lo vende?
-Rece porque nadie lo lleve consigo.

Ilya se levantó enojado y pensó en que no se conocía el verdadero camino del linaje puro carolingio. Esa sangre, tan buscada, tan importante, directamente bendecida por Dios... Pero los Maizuradze conocían la historia verídica: La de la familia humilde que, atormentada por un invierno eterno, rogó escapar de la Reina de la Nieves. Un soleado día de aparente fortuna, llegó la historia ante Carlomagno, el conquistador, quien emprendió campaña en su ayuda. Cautivado por la inusual belleza de Regina, la hija mayor de esa familia desgraciada, el rey les tomó como parte de la corte, asegurándoles que estarían a salvo y de la unión nacerían dos hijos. Pero el daño estaba hecho: la Reina de las Nieves había poseído el cuerpo de esa muchacha elegida y había purificado su sangre al extremo para ser especial, para vivir la vida terrenal con comodidades. Pero al ser bautizada, la Reina de la Nieves fue condenada a vivir entre los pobres y con la misma familia, perseguida por la pureza, misma que se había delatado porque una mujer por generación, congelaba todo a su paso. Los Maizuradze, quienes habían recibido la encomienda de Carlomagno de cuidar ese linaje, se habían encariñado genuinamente, asumiendo su protección, incluso cuando la corte francesa los había llevado ante el Rey Sol para emparentar nuevamente. Los Maizuradze, que conocían mejor su ascendencia propia, les habían fugado a Rusia para evitar el fatal sino de sus parientes en la revolución francesa, sin poder evitar que el apellido fuera reconocido por los zares. Al unirse por matrimonio a los Romanov, los miembros de la familia La Cour modificaron su apellido a Lazukhin y optaron por regresar a las actividades del campo, sobretodo al darse cuenta de que su maldición jamás se iría. Pasaron siglos y los Lazukhin continuaron en sus plantíos pequeños, lejos de la opulencia Romanov, hasta que un día, la revelación de la pureza de su sangre llegó a Inglaterra, ocasionando que un Maizuradze se escapara con un niño llamado Goran Lazhukin, mismo que, al ser hijo único, llevo consigo a la Reina de las Nieves a todos lados, hasta juntarse con un pueblo migrante, también ruso, pero despreciado, los dorados, que buscaban dónde vivir hasta que un barco les llevó a la isla de Tell no Tales, ya ocupada por los azules, que no eran más que franceses expatriados que enseguida les relegaron a las afueras y a pasar más pobreza. Los Maizuradze entonces, leales, decidieron extraviar sus huellas y separaron sus caminos, volviendo imposible que descendientes como Ilya Maizuradze, supieran la identidad de la sangre que protegían, salvo por señales inequívocas como un sueño que involucraba a una niña de abrigo rojo y un dije que al tocarlo, hería a quienes no tenían la sangre pura; pero el objeto se había perdido en algún momento, lo había tenido el pirata Jean Laffite hasta el hundimiento de su barco y no se supo más. Luego, al llegar la Revolución Rusa, la familia imperial se había comprometido a rastrear la sangre, pero por mala suerte, los abundantes registros del apellido Lazukhin aparecieron, confundiéndose con los del primo extraviado, quien para entonces, se había nombrado como Liukin.

Sin embargo, la historia siguió y la Reina aguardó y después de desearlo, el joven Goran Liukin se convirtió en padre de Lía, de cuya carne pudo apoderarse. Luego de la tumultuosa vida de aquella mujer y asfixiada por su falta de libertad en Tell no Tales, la Reina viajó por el mundo, hablando un día a Carolina Leoncavallo, de quién se apoderó y se volvió madre de Maragaglio con la esperanza de que este le daría nietas cuando creciera; pero al descubrirse el incesto de Carolina y Goran Liukin Jr., la Reina retornó a Tell no Tales y así, un 2 de agosto de 1988, eligió a una recién nacida Carlota Liukin, una bebé tan bella como la Regina de Carlomagno, irresistible y etérea, perfecta para continuar cumpliendo su condena. Y como siempre, los Maizuradze estaban allí, cuidándola sin conocerlo, hasta que el dije de Santa María del Mar fue distinguible de nuevo. 

Ilya Maizuradze abandonó el salón con cierto enojo y no se detuvo hasta llegar a su propia habitación, habiendo olvidado sus compromisos y tratando de sacar su furia escribiendo rabiosamente el primer informe que presentaría en el campamento militar ochenta y tres de la República de Chechenia, percatándose de que pronto, la inteligencia británica comenzaría a seguir a la Gran Duquesa Romanov y como siempre, el gobierno ruso tendría que intervenir para la seguridad del bando traidor de la familia Romanov.

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