domingo, 6 de febrero de 2011

Jamás cuentes conmigo


Un raro sistema climático conocido como "La paradoja Bourzat" se presentaba cada cinco años.  Provocaba que el Sol y el calor fueran intensos y al mismo tiempo nevara. Ese era un día de esos. Los niños jugaban con los copos aunque se derritieran rápido. Andreas le mostraba a Victoria, su novia sueca, el fenómeno. Ella estaba asombrada.
Las pinturas seguían en las ventanas y las banquetas. Un poeta loco, Jean Becaud, recopiló todas las frases de los niños y decidió hacer de ellas un libro. En su búsqueda, se topó con una callejuela abandonada y sucia; decadente y gris. La única puerta era roja y David salió de ahí. Era un edificio abandonado. Nunca conoció a su madre ya que ésta lo dió en adopción y la mujer que se hizo cargo de él lo maltrataba. Harto de eso, al encontrar ese espacio escapó para vivir solo. Todo asunto como la escuela o el supermercado era costeado por el padre de Anton.
Becaud y David eran parecidos físicamente. El escritor no desconocía que era su hijo pero no lo deseaba en su vida. A veces se preguntaba si se encontraba bien pero no perdía el sueño y no hacía nada por buscarlo.

-Coincidencia- pensó

David también lo reconoció. Un par de veces conversaron brevemente y no se volvieron a ver.
Con indiferencia pasaron junto al otro.

En Piaf, Carlota jugaba fútbol. Estaba contenta por Anton que acababa de ganar su trofeo y por su ídolo Plushy que también había hecho lo propio. Era un día de ir al mar para ver los cristales de hielo y cuando Ricardo salió del trabajo, Gabriela fue a su encuentro. Llevaban tiempo sin pasear solos y romperían la rutina. Al divisar a Adrien le dieron dinero para que él y su hermana fueran a comer dónde quisieran. Después de dividirlo, ella se encontró a David y le invitó una pizza. Él aceptó.

Para este chico, Carlota era un ser extraño, una niña demasiado inocente y pulcra como para dirigirle la palabra a un callejero, un irreverente o un tonto. Anton y él eran de ese tipo pero notó que a ella no le importaba. Estaban en Le jours tristes, el café más solitario de la ciudad. De hecho, eran los únicos comensales dentro. Después de ordenar, el confesó que estaba sorprendido.

-Somos amigos
-Pensé que sólo lo eras de Anton
-No
-Gracias
-Me caes bien aunque siempre estés serio
-No soy serio. Le hago segunda a Anton en sus bromas
-Me ha llamado toda la semana
-Le gustas
-Eso debería decírmelo
-No lo hará. Tenemos trece años se supone que aún no nos gustan las chicas
-Es muy raro que piensen eso
-Aún queremos un videojuego, un balón y seguir tirando bolas de papel... A tu edad ustedes ya comienzan a maquillarse, dibujan corazones y tienen días complicados en los que les duele todo
-Yo aún quiero a mis peluches
-Pero es porque te los regaló alguien que quieres, no porque vayas a simular una ida al campo con conejitos y esas cosas
-Eso sí
-Te presentaré con las niñas cuando Anton regrese
-Estaría bien
-¿Porqué nos hablas?
-Me hacen reír
-Tus amigos no nos quieren
-Se acostumbrarán

Becaud entró. Al ver a David le pidió a los empleados detener el servicio. Se acercó y gritó:

-¡¿Qué haces aquí?!

David se sobresaltó. La mesera que los atendía era Judy, la nueva esposa de Becaud y cuando él le preguntó porqué había dejado pasar al chico, ella respondió que no tenía idea de quién era.

-Fuera. Entiende que nunca he querido verte
-No eres nadie para sacarme
-¡Largo! ¡No te acerques a mi negocio!

Carlota no pudo callarse

-¡Viene conmigo! ¡Yo lo invité! ¡Usted no tiene derecho a gritarle!

Becaud entonces tomó todo lo que había en la caja. David le pidió a la niña esperarlo fuera. Dudosa accedió.

-Judy cierra la puerta

Una vez hecho, Jean tomó la mano del chico

-1000€. Haz lo que quieras con ellos pero no te atrevas a aparecer en mi camino otra vez. Piérdete.

El niño rechazó el dinero. Entendiendo que no era querido, retrocedió. Judy, que tenía buenas intenciones le ofreció sus propinas. Por tratarse de una mujer, David no pudo decir que no. Salió un poco avergonzado y Carlota se disculpó pero el le aclaró que no era responsable y con toda tranquilidad le sugirió otro lugar. En el café, la mujer de Becaud le recriminó hacer sido tan cruel.

-No lo quiero. Él fue un error de adolescencia y nada más. No es bienvenido en mi casa.

Más tarde, la propia Judy se encargó de averiguar dónde habitaba el chico y le dejó una canasta de cupcakes en la entrada al terminar de limpiar la callejuela. Al marcharse sintió cómo se le partía el corazón.