viernes, 20 de mayo de 2011

El encuentro


Judy Becaud decidió retomar sus estudios y aprovechando que su marido no estaba, fue a la Universidad de Humanidades a revalidar unas materias. El trámite era bastante sencillo y no demoró en recibir su forma de inscripción. Llevaba días sin hablar con alguien y el silencio se estaba convirtiendo en su mejor compañía. La calle dónde vivía, Republique, se apagó cuando ella dejó de sonreír. Aún se presentaba en el callejón y dejaba el dinero de sus ahorros a David. En Le jours tristes, aún más vacío que antes, el tiempo pasaba de forma tan lenta que el aburrimiento se volvió la única distracción posible.

Judy se perdió en el campus universitario al tomar camino por la Facultad de Música. La energía del regreso a clases no había aparecido. Una extensión de la campiña la atrapó entre los pastos altos y las margaritas. Continuó hasta llegar a la laguna extraviándose definitivamente. Se preguntó porqué, desde su llegada sólo se la pasó en la cafetería sin conocer nada. Algunas sonrisitas de jóvenes fugados se escuchaban por ahí, temiendo interrumpir algo, bajó al lado de una pequeña cascada y terminó su recorrido entre las primeras hierbas secas que anunciaban un otoño encantador. 

La famosa brisa tellnotelliana humedeció un poco su ropa y dejándose acariciar por el sol, vió el atardecer. Debía regresar y no sabía cómo. Intentando volver sobre sus pasos, se adentró aún más.
Ya era muy tarde y era bien sabido que la campiña era demasiado fría. Esperando a que cayera la noche, caminó y un hombre estaba allí.

-Hola ¿Podría ayudarme?
-Dígame.
-Necesito llegar a mi casa.. No sé por dónde irme.
-Soy la persona menos indicada, estoy perdido.
-No, no.. 
-No se preocupe, me han dicho que hay que ir por la izquierda para encontrar la playa. 
-¿Seguro?
-Los montañeses no mienten.

Con él, emprendió marcha. Judy revisó la escena: ella, un desconocido, el campo... Pensó en lo patética que se veía confiando en alguien. Nunca vieron la playa y harta, descansó en un tronco.

-No es buena idea. Las hormigas le causaran picaduras.. y no son negras.

Judy estaba llena de ellas en pocos segundos. Sacudiéndose, él tuvo que auxiliarla aventándola a una pequeña toma natural de agua dulce.

-Se desprendieron ya. Nunca se siente en un pantano.
-Me arden las pantorrillas.
-Hay que revisar.
-No me quitaré el pantalón.
-Levántelo un poco.

Como el desconocido insistiera, ella accedió. Sangraba. Tomando más agua, él limpió las heridas con su playera. Judy luchaba por no mirarlo, estaba tensa. 

-No se infectará. Cuando salgamos de aquí buscaremos un doctor. No es grave. Los insectos aquí son ligeramente venenosos. No se irritará mucho.

Pero él no la soltó y se inclinó sobre ella. La joven se resistía pero el hombre sujetó su rostro. Judy comprendió que no tenía escapatoria. El miedo por acabar en un desliz ahora la tenía a merced de un caballero fuerte y rubio. Al primer contacto con la boca de él, se dejó arrastrar por esa repentina excitación que le hizo acariciarlo con sus cabellos. 

Él la miraba mordiéndose los labios y sin decirle nada le ayudó a vestirse. También el hombre encontró el sendero de regreso. 

Judy llegó al café cuándo oscurecía. Estaba confundida y emocionada ¿Quién era él? ¿Porqué perder el control de esa forma? ¿Alguien se daría cuenta?  Después de la ducha, cerró el local. Jean tardó mucho en volver; hasta madrugada.

Sin poder concentrarse en nada por la mañana, Judy intentó leer el periódico inútilmente. Temblaba. 
Al despedirse su esposo, ella fue a buscar al campirano pero no estaba en alguna parte. 

En la calle, Edwin se topó con ella. La joven Becaud estaba demasiado inconsciente como para andar sin causar un pequeño incidente. 

-¿Qué le ha pasado? ¿Señorita? ¿Señorita? ¿Puede escucharme? ¿Se siente bien?

Tratando de hacerla volver en sí, el ángel la llevó con Franz.

Judy parecía hipnotizada, buscaba incesante la voz del desconocido; Edwin, que la tenía muy parecida, tuvo que hacer despliegue de paciencia. De Patie incluso creyó que estaba drogada pero Audrey Phaneuf se percató de una marca en la muñeca de Judy, una media luna.

-Entonces esto es peor de lo que imaginamos.
-¿Qué ocurre Franz?
-Qué le han seducido.. Fue el espíritu de la campiña.
-Nunca oí algo semejante... Esta mujer no me deja en paz.
-Es muy ilógico padre.
-Phaneuf, tú conoces mejor los mitos que yo. Has visto hechos realidad cantidad de ellos gracias a Los Patriarcas. La cicatriz, la insistencia de abrazar a Edwin.. Podría ser.
-Coincidencias.
-Haz la prueba de la copa.
-Sólo la realicé una vez, sí es lo que está pensando De Patie, ella se aferrará a cualquiera que le remita a ese hombre.
-Y si me equivoco la llevaremos a desintoxicación.

Audrey, sacó una copa de la cocina y la quebró; inmediatamente, Judy se arrojó a los brazos de Edwin quién no pudo soltarse.

-¡Alguien explíqueme lo del fantasma ése, el viejo del muelle no me lo mencionó! - Gritó.
-¡No hables o te matará!
-¡En la campiña cuentan que un hombre asesinó a su novia. Quedó tan impactado que se suicidó y después su fantasma comenzó a buscar chicas parecidas a ella. Ésta aparición seduce mujeres muy jóvenes. Primero les engaña y hace que se pierdan, después se les aparece y para lo demás no hace falta ser gráfica.. Ellas quedan en trance y en cuánto hallan a un chico de voz similar lo sofocan hasta que muera, así se liberan de ese estado!
-¿Y qué vamos a hacer?
-¡No abras la boca Edwin!
-La otra solución es llevarla al mar y forzarla a entrar. Ella no querrá, al espíritu le aterra el agua salada.

Sin poder sostenerla bien, los tres consiguieron arribar a los acantilados. Con vértigo, Edwin se arrojó con Judy. Pelearon mientras caían pero la violenta sensación del impacto terminó con el problema. La mujer de Jean Becaud preguntó que había sucedido. Siguiendo estrictamente las advertencias de la leyenda, Audrey mintió.

-Usted iba a ahogarse.
-¿Cómo llegue aquí?
-Tuvo un accidente. Nada grave. Iremos al hospital ¿Le parece? ¿Cómo se llama? ¿Lo sabe?
-Judy... Avisen a mi esposo por favor.
-Desde luego.
-Es Jean Becaud.
-Lo localizaremos 

De contarle la verdad, Audrey se arriesgaba a que la mujer se quitara la vida al conocer de su encuentro furtivo con un muchacho. El espíritu de la campiña no sólo elegía a doncellas parecidas a su antigua prometida; eran mujeres cuya fidelidad era inquebrantable y no podrían soportar el remordimiento de haber incurrido en falta. 

En el nosocomio, después de un par de tomografías, el médico asignó cama. Jean se quedó a cuidar a su esposa mientras un enfermero sospechoso los rondaba: Era el espíritu, que frustrado por no lograr llevarse un alma más, quedó prendado de Judy Becaud.