-Gracias por traerme a casa.
-De nada, me divertí mucho.
-No quiero entrar.
-Pero te sobra cumpleaños.
-No creo que me vaya bien.
-Tuviste tu primera pelea, es algo.
-Me van a regañar.
-Lo mereces.
-Oficialmente tengo catorce años.
-Algo me dice que ya no te saldrás siempre con la tuya.
-Nos vemos.
-¡Oh, te enojaste otra vez!
-Obviamente no, solo me despido.
-Está bien, adiós.
Carlota presionó el timbre y Judy Becaud abrió enseguida, sin evitar abrazarla.
-Te vi en las noticias, qué susto.
-¿Qué noticias?
-¡Dicen que te enojaste con otra chica porque te arruinó el día!
-Eso no pasó.
-¡Y tu papá! Está muy enojado, ni siquiera me atrevo a hablarle... Te está esperando en la sala.
La joven Liukin volteó hacia Sergei por última vez y Judy, con intenciones de evitar que lo vieran, cerró sin despedirse. Al interior, nadie se hallaba más que Ricardo.
-Carlota, ven aquí.
-Si necesitas algo, me llamas niña - pronunció Judy.
-No creo que eso sea posible, señora Becaud. Déjenos solos, por favor.
Judy salió y Carlota se aproximó tímidamente a su padre, sin poder inventar un pretexto sobre la marcha.
-Siéntate.
-Papá...
-¡Me quieres decir donde estabas!
-En Les Halles, en un parque.
-¿Haciendo qué?
-Jugar en los columpios.
-¿Nada más?
-También con una pelota.
-¡Mentira!
-¡Es verdad!
-¿Con quién estabas?
-Sola.
-¿Después de irte con Trankov, crees que puedes verme la cara?
-No pasó nada.
-¡Qué hicieron!
-Te dije que estuve en el parque, él empujaba mi columpio y nos lanzamos una pelota, es todo.
-¿No te dio besos, no te prometió el mundo, no se atrevió a...?
-¿A qué?
-¿Oíste lo que Edwin dijo sobre él?
-Que es un payaso.
-Lo otro.
-¿Qué fue?
-No te finjas inocente ¡Sabías que Zooey Izbasa tenía tu edad cuando empezó a acostarse con Trankov!
-¡No pasó nada!
-¿Cómo puedo estar seguro?
-¡Pregúntale!
-¡Claro, es tan confiable la palabra de ese delincuente!
-¡No es un delincuente!
-¿Entonces, qué es?
-Es mi amigo, papá.
-¡No entiendes! ¡Te pedí que no te le acercaras más!
-¡Él me buscó en el hospital!
-¿Por eso lo recibes ahora?
-¡Lo amo, papá!
-¡Y te la pasas haciendo el ridículo! ¿Me puedes explicar cómo rayos se te ocurrió agarrarte a golpes con otra mujer? ¡Y para colmo, la provocadora fuiste tú!
-¡Defendí a Sergei!
-¿No puede hacerlo solo? ¿O no te habrás confundido? ¡Ni siquiera metió las manos y él besó primero!
-¡Él jamás besaría a esa mujerzuela!
-¿Qué dijiste?
-Él no la besó, no porque quisiera.
-Llamaste "mujerzuela" a una mujer que lo único que hizo fue besar a un hombre no te quiere. ¿Cómo te atreves a justificar a un irresponsable que jamás te ha volteado a ver y que tal vez lo hizo hoy para aprovecharse de tu estupidez? ¿Cómo te atreves a ofender a otra mujer?
-Trankov me ama.
-Claro que no.
-¡No se habría arriesgado tantas veces por mí! ¡Acuérdate!
-¡No, Carlota! ¡Trankov no te puede amar y si parece que lo hace es para abusar de ti!
-¡Es incapaz!
-¡No hay amor entre una niña y un adulto, lo que hay es un desgraciado pasándose de listo!
-¡Sergei nunca me lastimaría!
-¿Entonces, por qué lloras?
Carlota optó por no añadir más.
-¿Cielo, qué hiciste?.... No, Carlota, tú no, por favor dime que no accediste... Cielo, mírame, ¿no te pasó nada? Contesta, sólo di "no", amor, la respuesta es "no". ¡No, Carlota, por qué! ¿Es tanto ese amor que le diste lo que quería?
Aunque la joven escuchaba incrédula lo que su padre decía, cierta ira la impulsó a responder rompiendo un adorno de cristal, cortando la palma de su mano. Ese acto la contenía de lanzarse contra él.
-Cielo, ¿por qué? ¡No te hagas daño! ¡Perdóname! Perdón, perdón, no ... Ven, hay que ir a que te revisen, no te niegues... Llamaré al doctor Klose, tranquila cielo.
La chica sólo vio a su padre telefoneando con insistencia y abriendo la puerta pocos instantes después para recibir al médico, mismo que distinguía los cristales en el suelo y la sangre que brotaba y manchaba la alfombra.
-¿Fue un accidente?
-Ella agarró una figurilla y se rompió.
-Hay que lavar.
-La cocina está aquí atrás.
-Niña, ven acá.
Carlota acompañó a Klose hasta el fregadero y dócilmente permitió que limpiara su herida.
-¿Es grave?
-Veré si es de sutura.
-Cielo, no te asustes, entiendo que fue sin querer.
-Tengo que pedirle algo.
-¿Qué necesita, doctor?
-Hablar con su hija a solas.
-¿Para qué?
-Es de rutina cuando un menor se lastima, ¿comprende?
-Desde luego. Cielo, te espero en la sala.
Ricardo Liukin aseguró la puerta y Carlota miró al médico enseguida.
-¿Todo bien?
-Sí.
-¿Cómo te lastimaste?
-Quebré un osito, fue todo.
-¿Nada más? ¿Qué querías hacer?
-Me enojé.
-¿Tu padre te gritó, te quiso golpear?
-Discutimos.
-¿Puedo saber la razón?
-Me peleé en un bistro y después me fui a un parque. Llegué a casa a las siete y mi papá estaba molesto.
-También me enojaría pero no podría hacerte algo malo.
-Me enojé y apreté el osito.
-Si pero ¿qué te llevó a hacerlo?
-Quería darle un puñetazo a papá, así que mejor me herí. ¡Yo no le haría nada malo!
-¿Por qué querías golpearlo?
-Porque piensa que me pasó algo, pero solo fui al parque, lo juro.
-¿Le explicaste?
-No me cree.
-¿Estás segura de que es lo que sucedió?
-Sí.
-Si cambias de opinión o tu versión es otra, no dudes en llamarme
-Usted tampoco confía en mí.
-No es por eso, es porque debo informarte.
-¿Podría decirle a mi papá que no hice nada?
-Por supuesto.
-Gracias.
-Bien, ahora te pondré antiséptico y una venda. Tuviste suerte, creí que tu cortada era más profunda.
-¿Es todo?
-No morirás, iré a avisar.
El doctor Klose abandonó la cocina pero pronto se percató de que Ricardo Liukin no estaba solo y queriendo escuchar su conversación, se acercó a hurtadillas.
-Gwendal ¿qué hago mal?
-Te había dicho que no escuchas bien a los niños.
-Andreas sólo hace idioteces, Adrien evita al máximo juntarse conmigo y Carlota se empeña en seguir con Trankov y retener a Joubert, no sé por qué, no me lo explica. Hoy se comportó de una forma que su madre y yo no le enseñamos, yéndose a los golpes con una mujer que ni siquiera conoce.
-Hay que reconocer que Bérenice no le devolvió la desgreñada.
-No esperaba esa conducta, no de una señorita.
-Estaba celosa.
-¿Eso qué? No tiene justificación.
-Ricardo, estás juzgando muy duro a Carlota.
-¿Qué quieres? ¿Sabías que pasó la tarde con Trankov después? ¡No me cuenta que ocurrió!
-Es natural, no siempre vas a saber sus cosas.
-¿Pero con Trankov? ¿Conociéndolo como lo conocemos, cómo no me voy a poner mal?
-Cálmate.
-¿Si le hizo algo a mi hija, qué hago?
-Por Dios, no te inventes historias.
-Ese desgraciado no se limita.
-Pero Carlota le importa, nunca se atrevería.
-Ella se negó a decirme que pasó cuando estuvieron juntos.
-Te aseguro que nada.
-Pienso en Zooey Izbasa, en Lubov Trankova, en todas las que han caído; Carlota es muy diferente pero una niña enamorada hace lo que sea y ella estaba sola ¿Quién me asegura que las cosas siguen en su lugar, que resistió?... ¿Y si Carlota aceptó hacer el amor con él?
-De todas formas, no tendrías derecho a saber nada.
-¡Es una niña!
-Con la que cometes un error.
-¡En Hammersmith corrió tras él!
-Carlota no es la clase de jovencita que demostraría su amor a Sergei Trankov de esa forma, ni a nadie más.
-¿Si no es así?
-Me sorprende que no le tengas confianza.
El doctor Klose volvió a la cocina completamente asombrado, creyendo de pronto que Carlota Liukin había hecho bien en herirse. Él también habría deseado agredir a su padre ante tal insinuación si fuera ella. Guardando silencio por su tardanza, sostuvo la mano de la joven y se consagró a vendarla.