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viernes, 28 de noviembre de 2025

El Grand Prix de Helsinki. Episodio final.


Venecia, Italia. Domingo, 24 de noviembre de 2002.

Los organizadores del Grand Prix de Helsinki estaban conscientes de que Carlota Liukin no era la patinadora elegida por la familia de Jyri Cassavettes para llevar la corona de flores que se colocaría al centro de la pista como homenaje póstumo y de todas maneras, decidieron mantenerla en el papel por considerarla "adecuada y bonita" para lucir bien en la transmisión televisiva y en las fotos de la prensa. Además, al ser la ganadora de la prueba individual femenina, parecía lógico que se encargara del momento más importante. En la Helsinki Ice Arena se colgaría un banderín con el nombre de la homenajeada y su palmarés más importante, así que a las catorce horas, Carlota Liukin ya portaba una pesada corona de rosas blancas, tan grande que ni ella pensaba en lucirla un segundo extra de lo necesario.

Eso último era apreciado por Katarina Leoncavallo desde un televisor en la estancia del hospital, encendido pese a la oposición del doctor Pelletier. Susanna Maragaglio se hallaba a su lado y guardaba silencio, procurando no rozar su brazo izquierdo para evitar que su enojo se tornara explosivo. Desde la puerta de su habitación, Marco Antonioni no sabía qué hacer ni como reaccionar; Tennant Lutz sólo levantaba la ceja con interés y Ricardo Liukin aprovechaba la oportunidad de ver a su hija luego de dos semanas complicadas.

-"Carlota Liukin ha patinado maravillosamente estos días y hoy rinde homenaje a la memoria de la magnífica, la extraordinaria Jyri Cassavettes, medallista de plata y oro en dos oportunidades en los Juegos Olímpicos... Hoy se ha inaugurado un memorial en la pista olímpica de Lillehammer en Noruega y se abrió una exposición fotográfica aquí en la Helsinki Ice Arena... Aquí viene Carlota Liukin, contemplemos su número en honor de la bailarina finlandesa".

Mientras el comentarista guardaba silencio y una melodía comenzaba cuando Katarina Leoncavallo comenzó a llorar intensamente. Permanecía de pie, inmóvil, pero la mirada fija en esas imágenes de una Carlota vestida de gris con degradados en blanco, a quien el reflejo azul de las luces le daba un aspecto de ángel del hielo, así emulara a Jyri en su vieja actuación de sirena con unas cuentas azules en el rostro. 

-¿Estás bien? - preguntó Susanna en un susurro temeroso.
-Perdón, pero me alegra que Jyri haya muerto - dijo Katarina y enseguida recibió un fuerte abrazo. Ricardo Liukin se desconcertó y comenzó a pensar en lo que Carlota le había dicho, en la confusión que ella tenía de si Katarina comía o no helado y en lo que le habían contado sobre la muerte de Jyri Cassavettes, sin atreverse a sospechar de forma profunda. Pero le llamaba la atención que Susanna tomara una actitud tan protectora, que su rostro se volviera defensivo. Marco continuaba sin saber cómo intervenir y Juulia Töivonen lo llamó.

-Ven acá, no creo que Katarina te diga.
-¿Qué cosa?
-De Jyri, siéntate.
-Juulia, supe lo que pasó.
-Claro que no ¿Hablas del accidente? Eso no es un secreto.
-¿Qué quieres?
-¿Katarina nunca te dijo que Jyri le pegó? 
-¿Cómo te enteraste?
-¿Ella te...?
-También le robaba sus cosas, la molestaba y mandaba a sus amigas a hacerle de todo ¿Pensabas que Katarina me lo ocultaba? ¡No sé cómo acercarme hoy y ya!

Juulia parecía fulminada y Tennant prefirió no burlarse. Esta vez, era claro que Katarina sí había delatado a Jyri, pero nadie del circuito del patinaje le había creído y con el tiempo y el funeral, iba a ser difícil probarlo todo.

Sin embargo, Katarina seguía sintiendo la culpa de haber quemado a esa mujer. Pero no era la culpa de una carga. Hasta para ella, cuyo código moral podía ser extremo y retorcido, el sufrimiento y la agonía eran precios injustos. Por eso su conflicto interno no la llevaba a condenar el resultado. Una almohada sobre el rostro de su abuelo no había dejado un desastre. Pero el incendio del sótano había condenado a Jyri a tener lesiones permanentes y vivir de deseos de fallecer cada que respiraba. Si Katarina hubiera tenido una dosis letal de morfina y la oportunidad, habría acabado con todo, incluyendo sus lágrimas y remordimientos.

-Tranquila, Katy, ya se fue - la consolaba Susanna, su única testigo del maltrato y también quién no había podido ayudarla como hubiera deseado. Jyri Cassavettes había hipnotizado a la familia Leoncavallo y a sus espaldas, le daba drogas inyectables a Maurizio además de alejar y golpear a Katarina cada vez. 

-Pero sus amigas siguen patinando ¡Y yo las tengo que ver siempre! - dijo la joven Leoncavallo, quizás recordando cada cosa que hacían en su contra desde la primera vez. Y a Ricardo Liukin le dió por intervenir.

-¿Qué pasó con la señorita Cassavettes? ¿Algo tan malo?
-Jyri era una pesadilla, pero terminó - respondió Susanna mientras Katarina se aferraba más a ella.
-Lo poco que sé es que bastante gente la quería mucho.
-Nosotras nunca, a Maragaglio le dije que no nos agradaba esa mujer. Esta familia no enfrenta que hicimos mal aceptándola y como siempre, Katarina pagó el error.
-¿Qué le hizo?
-Le daba palizas a mi niña.

Ricardo Liukin se confundió más y de pronto, contemplar a su hija honrando a Jyri dejó de parecerle agradable. Estaba conociendo la versión de la historia donde la heroína se transformaba en un ser deleznable y dada la habitual sinceridad de Susanna, no le pareció correcto indagar. Otra vez le pasó por la cabeza la frase de "¡Katarina no come helado!" y los episodios donde la había visto en "Il Dolce d'Oro" disfrutando de las copas de gelato con salsa de chocolate y esferas de fruta, entendiendo menos. 

-Disculpe la imprudencia.
-No se preocupe, Ricardo. Sólo no permita que las patinadoras se le acerquen a Carlota, ellas nunca son buenas amigas.
-La he prevenido varias veces, no crea que no estoy familiarizado con las trampas y otros detalles que ocurren en las competencias.
-Ojalá su hija le escuche.
-Susanna, gracias por prevenirme sobre lo que siempre pasa.
-De nada.
-Y en verdad lo siento, Katarina.

Ricardo Liukin fijó sus ojos en la pantalla y vio cómo se desplegaba el banderín de Jyri y escuchó los aplausos crecientes del público de la arena, ignorantes de las manchas de una figura tan carismática. Carlota continuaba con su número y alistaba su corona para dejarla sobre la pista mientras las luces de su vestido se encendían. Era innegable que la chica Liukin patinaba desde cierta inocencia, con la intención genuina de honrar.

-"¿Qué habrá visto Susanna para que se esté portando así?" - pensó y concluida la actuación de su hija, regresó con un mal sabor de boca a su lecho compartido con Maeva Nicholas.

Pero el que no contuvo su curiosidad fue Tennant Lutz, que aprovechando que Marco al fin decidía sentarse junto a Susanna, volteó hacia Juulia, interrogante.

-¿Qué necesitas, Tennant?
-¿Cómo te enteraste de que Jyri era una desgraciada? ¿Lo viste?
-La padecí.
-¿Tú también?
-Con las chicas de danza no fue amable.
-¿Te jaló el cabello?
-Me rompía el vestuario y siempre me arrojaba al hielo en las prácticas.
-¿Por qué?
-Porque dominé unas técnicas antes que ella.
-Y ahora te vas a casar con su ex novio.
-A Maurizio siempre le escondió sus maldades... Oye ¿La entrenadora de Carlota no era Tamara Didier?
-¿Importa?
-Pregúntenle por el día que se juntó con Jyri y entre las dos le jugaron una broma a Katarina que la mandó a un hospital en Dresden.
-¿Qué broma?
-Le robaron una muñeca patinadora y un oso de peluche y luego de mandarle notas de rescate, le quemaron sus cosas en la cara. Katarina se deshidrató de tanto llorar y se desmayó. Y una mejor: Antes de que Jyri se quemara, a Tamara se le ocurrió hacerle creer a Katarina que Maurizio se había accidentado en un entrenamiento. Katarina no cayó y entre las dos la aventaron a un lago en deshielo. Katarina se rescató sola, llegó mojada y desquiciada a la competencia y los jueces la expulsaron el resto de la temporada.
-¿Qué?
-A Katarina la había contratado una joyería y pensaban que si la hacían reventar, perdería el patrocinio.
-¿Todos sabían?
-Jyri convenció a otras patinadoras de que Katarina les iba a quitar el trabajo y entre todas taparon lo del lago. 
-¿Por qué no hiciste nada?
-Porque no tuve valor.
-Eres un monstruo.
-Jyri era la más famosa y la más bonita, ella obtenía lo que quería y cuando se encaprichó con Maurizio, empezó a meterle drogas en las bebidas. Katarina se dió cuenta y quiso avisar, así que Jyri comenzó a propinarle palizas en los vestidores y a las demás nos aterraba con hacer llamadas para quitarnos nuestras becas y sacarnos del radar de los jueces. Muchas nos habríamos quedado sin nada, Tennant.
-¿Por qué esa mujer tenía tanto poder?
-Porque su hermano era delegado de la Federación Internacional de Patinaje y luego lo nombraron presidente ¿Quién se mete con alguien que sí puede destruirte? Y el tipo enseguida borró todo el archivo negativo de Jyri.
-¿Y por qué le lloran tanto a esa arpía?
-Porque a todos sus amigos les hizo favores y les consiguió giras con compañías de espectáculos sobre hielo. Cuando Jyri se quemó, todos se pusieron de acuerdo en hacerle la vida imposible a Katarina hasta que la hartaron y comenzó a devolverles sus porquerías. Luego empezaron de hipócritas con Maurizio y ella se volvió una persona horrible, pero nadie se atrevió a meterse más con él. 
-Sigo pensando que eres un monstruo.
-Pero también te alegrarías de que Jyri muriera.
-No me da gusto la muerte de nadie.
-Algún día lo hará, sólo espera.

Tennant selló sus labios, abrumado de cada revelación que se daba en ese hospital. Entonces volteó hacia Marco Antonioni, que por fin lograba estrechar a su esposa mientras le aseguraba que lo arreglaría todo. Katarina lagrimeaba con menor intensidad y asentaba a todo lo que él decía, acabando por disculparse de sus acciones tan extrañas luego de la noche de bodas. 

-Lo malo se ha ido - repetía Marco.
-Fue el funeral de Jyri, tenía que verlo.
-Tranquila, chica bonita.
-Es que tardó demasiado en irse al infierno.

Aunque todos pensaron que Katarina externaba esa conclusión por la violencia de Jyri Cassavettes, la realidad era que repasaba en su mente el incidente del sótano. La vela, la discusión, la llama en el cabello, los celos que la habían llevado a expandir el fuego por la tela del vestido a cuadros. Años y años de dolor inhumano, de secuelas inmundas. Pero el final era lo deseado. Al fin, Jyri estaba muerta y su homenaje era el inicio del descenso a la nada. 

-"Hasta nunca jamás, maldita infeliz"- pasó por la mente de la joven, quien aprovechó que su rostro estaba oculto para repetir su gesto de sonreír por la extrema felicidad que le ocasionaba el haberse deshecho de una abominación más sin tener que volver a experimentar culpa. El trofeo esta vez era el alma de Jyri Cassavettes y junto a la del abuelo Leoncavallo, adornaba ahora la galería de la justicia en la mente de Katarina Leoncavallo. 

domingo, 9 de noviembre de 2025

Las pestes también se van: Vuelve el invierno


Venecia, Italia. Sábado, 23 de noviembre de 2002

Cuando Katarina Leoncavallo le pidió al doctor Pelletier que le averiguara los resultados del Grand Prix de Helsinki pasadas las seis de la tarde, se sorprendió demasiado de saber que Carlota Liukin había obtenido la medalla de oro. Su hermano Maurizio no mencionó en París la competencia, ni siquiera ella recordaba haberse enterado de tal evento en la agenda de su compañera. De repente, la Katarina competidora resurgía en una recaída e incluso su cabello, indisciplinado por días, volvía a la rigidez previa de un entrenamiento.

-¡Nadie me avisó! ¡Ahora me tengo que enfrentar a esa mujer! - le contó furiosa a un Marco Antonioni que comprendía que la luna de miel estaba terminada y la resaca por la influenza y la boda no tardaba en comenzar. Afuera no habían cambiado las cosas, sólo se habían aplazado.

-¿Vas a ir al torneo? - preguntó él en voz calmada.
-¡No trabaje tanto para darme de baja! - replicó ella con un grito y se miró en un espejo con la frustración de llevar todavía un tanque de oxígeno. En la habitación de junto, Ricardo Liukin contempló a Maeva con un suspiro resignado, aunque aliviado de enterarse dónde estaba Carlota, a quien por supuesto, iba a reprender por apenas informarle del viaje a Helsinki, como si se mandara sola.

Alessandro Gatell sin embargo, supo que debía retomar su improvisado papel de terapeuta de Katarina inmediatamente y aunque no quiso, recordó el drama inicial con el que se habían conocido y la promesa de atenderla, así que se levantó, esperó a que Katarina terminara con su rabieta y la llamó con un gesto nada sutil. Marco no entendía nada, pero su esposa prácticamente le exigió quedarse en su lugar con un enérgico "no te metas".

-Katarina está de vuelta. Felicidades, Marco - se burló Tennant Lutz y le sugirió a Juulia Töivonen correr su cortina y no hacer ruido para evitar otro altercado. La otra hizo caso y respiró hondo.

En el pasillo, los pacientes curiosos esperaban que algo sucediera para al fin llegar a sus casas y poder hablar libremente sobre la joven más hermosa del mundo. Gatell lo intuía y llevó a Katarina hacia el corredor donde se había casado, seguro de que nadie escucharía media palabra.

-¡Estás a punto de correr detrás de tu hermano! ¿Eso harás, Katarina? - inició sin amabilidad.
-¡Tengo que entrenar! 
-¡Con esa neumonía te vas a morir!
-Estoy bien.
-¿Para qué quieres arriesgarte? ¿Cuándo es ese torneo?
-Diciembre.
-No estás en forma y se te inició tratamiento por desnutrición.
-Voy a tomar las vitaminas y ya.
-Eso no se arregla con pastillas.
-Puse todo mi esfuerzo en llegar al Grand Prix Final, no lo voy a echar a perder.
-¡Lo que tú planeas es ver a tu hermano!
-Es mi entrenador.
-¡Te acabas de casar! 
-¡Voy a patinar! - gritó Katarina con tanta fuerza, que se escuchó por todos lados y un crujido parecido al de la nieve, anunció la aparición de un agrietamiento de la pared transparente del lugar. Gatell tomó a la chica del brazo y la llevó al corredor de la escalera.

-¿Qué pasa contigo? - prosiguió él.
-Me urge salir de aquí.
-Katarina, hace nada decías que debiste decidirte por Marco antes.
-¿No tiene diagnósticos qué hacer?
-Prometí ayudarte.
-Yo no lo pedí.
-Piensa en la Katarina que llegó aquí llorando.
-Me sentía mal.
-Maurizio es tu hermano.
-Hay una competencia que tengo que atender.
-¡Maurizio es tu hermano!

Katarina se llevó las manos al rostro y mordió sus labios una vez, al punto de sangrar.

-Me traicionó otra vez - dijo ella.
-¿Por qué quieres verlo?
-No es eso, es que en serio deseo ganar, hace mucho que no tengo un título, los jueces me van a perjudicar si no lo logro ahora.
-Dime la verdad.
-Es esa.
-Katarina...
-No me mire así.
-Sabes que tu hermano está esperando que lo busques.
-Si no consigo un oro, mi carrera se acabó.
-¿Estás segura?
-Oí a los jueces en Nueva York.

Katarina tomó asiento en un escalón y respiró muy hondo, abrazando luego sus rodillas. 

-No hay un remedio mágico para la neumonía. 
-Doctor ¿Qué debo hacer ahora?
-¿Cuál es el plan, Katarina?
-¿Cuál? Salir, ir a Sapporo, patinar, ganar. No hay otra cosa que me importe en esta parte de la temporada.
-Hablo del otro plan, del real.
-No tengo uno.
-¿Es verte con Maurizio y fingir que nada pasó, verdad?
-No.
-¿Por qué con la cabeza dices que sí?

Ella sintió escalofríos, miró sus pies y continuó.

-Me casé ¿En qué estaba pensando?
-¿Quieres a Marco?
-¡Claro que no! 
-La cabeza dice lo contrario otra vez.
-Él es sólo un chico que me persigue a todos lados y nunca le hablo.
-Lo conocías perfectamente hasta ayer.
-¡Hasta ayer yo estaba creyendo tonterías, hoy he cambiado de opinión!
-Porque tu hermano te traicionó nuevamente.

Katarina se levantó de golpe, abrió la puerta y la cerró de una patada. La gente la miraba sorprendida y ella se detuvo ante la máquina de café, contemplando el bote de azúcar y un paquete de galletas, sintiéndose culpable por tener ganas de llevar algo a su boca. Gatell intentó tranquilizarla, pero el doctor Pelletier fue quien la llevó de regreso a su habitación, no sin antes detenerse a hablarle delante de Susanna Maragaglio.

-Esto no es un consejo, es un recordatorio: No desprecies a Marco Antonioni.
-No le importa.
-Es hora de tomar las cosas en serio. Es una advertencia.
-¡Usted se calla!

Katarina se recostó enseguida, corrió su cortina y se cubrió hasta la cabeza, llorando en el acto. Su esposo intentó consolarla, pero ella le gritó que le dejara en paz y le arrojó su sandalia para demostrar que no estaba dispuesta a recibir sus abrazos ni sus palabras. Ricardo Liukin, quien se asomaba burlón, prefirió anunciar la situación con un "bienvenido a la vida real, Marco" y alejarse riendo. Tennant no ocultaba que le divertía un poco.

-Te lo mereces.
-Cállate, Tennant.
-Eso pasa cuando no entiendes que todo es demasiado bueno para ser verdad.
-No seas hipócrita.
-Marco, míralo así: Te casaste con una chica que acaba de recordar que no te quiere.
-Katarina me adora.
-Afuera la espera su hermano.

Tennant fue rotundo, algo sonriente como Ricardo, pero la presencia de Katarina Leoncavallo dejó de molestarle en ese momento.

-¿La dejo llorar? - preguntó Marco.
-No lo sé, no es mi esposa.
-Se me olvida que vives para ser un imbécil.
-¿Vas a pelear conmigo?
-No lo vales, Tennant.

Marco también cerró su espacio y el silencio se apoderó de cada rincón, pero esta vez no venía acompañado de descanso, sino de las lágrimas incontenibles de una Katarina que debía asimilar una nueva decepción con una sensación de abandono frío que no se ahogaba nunca.

-Ese matrimonio fue un error - declaró Ricardo al colocarse junto a una Susanna que no decidía qué hacer. Estaban frente a un colapso.

-Llevan un día de casados.
-La relación se terminó.
-¡Ricardo!
-Marco fue muy ingenuo.
-¿No puede ver feliz a nadie? ¡Los felicitó ayer! 
-No me malinterprete, Susanna. Es que no se puede ignorar un asunto pendiente.
-¿Satisfecho?
-¿De qué?
-Ahora entiendo por qué Katarina prefirió deshacerse de un amante como usted.

Susanna se separó del señor Liukin y fue donde Marco, quien confundido, miraba a la cortina de su esposa sin atreverse a hacerla a un lado.

-¿Qué hago? - le consultó el chico
-Esperar a que ella abra.
-¡Sabía que haría esto!
-No, Marco, no lo tomes así.
-Katy no deja de pensar en Maurizio.
-Verás que no es grave.
-Sólo fui su distracción aquí dentro.
-Marco, necesitas paciencia. 
-¿Qué va a pasar cuando nos den de alta?
-Confirmarás que ella te ama.
-Le prometí arreglarlo todo.
-Su corazón ha estado roto mucho tiempo.

Susanna frotó la espalda de Marco para confortarlo y luego de unos minutos, Katarina, que había escuchado todo, abrió su cortina. El joven se incorporó y se sentó en la cama de ella. Susanna entendió que debían estar a solas y volvió a su sitio en la silla del pasillo. El doctor Pelletier y Gatell, apenas intercambiaron unas frases cortas, pero definían que Katarina Leoncavallo era una paciente fuera de sus campos y su sanación requería de algo más que las terapias que los médicos pudieran brindarle.

En su habitación, Katarina y Marco se contemplaron unos minutos hasta que ella tuvo ganas de expresar algo.

-No entiendo por qué Maurizio no me dice la verdad y por qué necesito verlo y perdonarle todo y actuar como si no me lastimara. Siempre me desplaza por algo o por alguien, él huye de mí.
-Eso no es tu culpa, chica bonita.
-¡Pudo contarme lo de Helsinki y nunca lo hizo! 
-¿Qué te molesta de eso?
-¡Que lo podía apoyar!
-Maurizio sabe que siempre estás con él.
-Nunca es suficiente y no puedo aceptar que siempre elija a alguien más... Él escogió a Carlota Liukin y yo me aferro en lugar de irme.
-Katarina, yo me haré cargo.
-¡Lo amo, Marco!
-Lo sé.
-No entiendo por qué mi hermano no me quiere.

Marco se descolocó un momento. Él estaba acostumbrado a la obsesión incestuosa de Katarina, a las manipulaciones, algunas involuntarias y sutiles; otras frontales de Maurizio. Pero esto era diferente: Un ir y venir de atención y desprecio, una ilusión y desilusión constante, un desplazamiento disfrazado de cercanía y a momentos, de complicidad fraterna. Era el peso de un asfixiante y nunca admitido desamor. 
 
-No entiendo por qué no me quiere - repitió Katarina y Marco la cubrió y abrazó, la protegió del mundo con sus largos brazos. Al fin la joven había dicho la verdad, el origen de esa espiral que la atrapaba en la órbita de Maurizio Leoncavallo, su hermano , ese hombre que amaba con todo su ser. 

Marco permaneció allí, acompañando a su esposa, desestrañando ese misterio que eran los Leoncavallo, preguntándose cómo los enfrentaría y vencería con su corazón frágil y su escoliosis por Marfan. Cómo destrozar todo para al fin curar a su amada Katarina y llenarla de afecto y devoción. Hacía tanto frío, había tanta nieve al exterior y aún así, Katarina traía el invierno adentro y la calidez apenas había llegado para tratar de derretir los cristales de hielo que le habían clavado en el alma. El remedio podía ocupar toda una vida en hacer efecto.

Pero por el momento, Marco Antonioni sólo tenía que estar.

martes, 4 de noviembre de 2025

1917, 1918 y 1968.


Tell no Tales, 16 de marzo de 1917.

En Tell no Tales, el invierno había sido más crudo que de costumbre. La nieve, que generalmente cubría la tierra con finas mantas, esta vez se acumulaba inmisericorde en cada rincón, forzando a la limpieza dos o tres veces al día en los techos y las banquetas. En la campiña ni siquiera se podía calentar algo a menos que estuviera junto al fuego y Goran Liukin era el único que no temblaba ni tenía miedo ante la catástrofe.

Justo esa característica lo había empujado a bajar a la ciudad para ver la situación desde una perspectiva más clara. La larga calzada que conectaba a la campiña estaba a medio construir, pero estaba cubierta por completo. El bosque de cerezos parecía un páramo muerto y los acantilados asemejaban glaciares desde los cuales, parecía el fin del mundo.

-El periódico, por favor - pidió Goran en una esquina, pero el vendedor le señaló el letrero de la pared:

-"¿Sólo hable francés?" Ah... Le journal, s'il vous plaît.
-Van a multar a los hablantes de lysak.
-Algo he sabido. 
-Son 5¢.
-Claro.
-Espero que le sirva para calentarse.
-Yo lo busco para leer.

Goran pagó y enseguida leyó el titular.

-¿Pasa algo, señor? 
-¿Tiene otros periódicos? Quizás sí los necesite para la estufa.
-Ojalá le sirvan.

Goran caminó rápidamente hasta una calle solitaria y sentándose en un tronco, leyó algo que lo dejó con una sensación de calentarse por dentro: El zar Nikolay II de Rusia había sido obligado a abdicar definitivamente y también había revocado los derechos de su hijo Alexey al trono. Los rebeldes sublevados habían triunfado y un gobierno provisional se establecería. De acuerdo al diario, ninguna casa europea había ofrecido auxilio inmediato, excepto Inglaterra, que enviaba invitaciones de asilo por petición personal del rey George.

-Qué mal momento para dejar de ser poderoso - rió Goran Liukin. A nadie le quería decir que le simpatizaba cualquier persona que se opusiera a la monarquía, a las noches de encanto de nobles y candelabros o espejos pulcros. Pero además, recordaba que Nikolay era su primo directo y lo mejor que le había pasado en la vida, había sido alejarse de los deseos del molesto tío Alexander y sus pretensiones imperiales. Lo matarían, seguro.

-Separarme de Morisi no fue una mala idea... Espero que esta noticia lo alivie como a mí - dijo en ruso para sí mismo y luego decidió entrar a un bar a beber algo de whisky caliente ante la mirada discriminadora de los habitantes de Tell no Tales. Si una historia se había salvado por el momento, era la de los Liukin.


Milán, Italia. Diciembre de 1918.

Había pasado un año desde la Revolución Bolchevique y Maurizio Leoncavallo padre continuaba siendo el zapatero gruñón y callado del barrio obrero de la ciudad. No leía las noticias, no le interesaban los comunistas ni los anarquistas, veía a los líderes sindicales como futuros payasos y con cierta suerte, había logrado que su único hijo se metiera a una fábrica de ladrillos con un sueldo fijo. Después de la tragedia de la gripe, había quedado un hombre que multiplicaba su distancia y carácter reservado, que echaba a quien quisiera avisarle de algo. Sólo toleraba al panadero y su mujer por algún favor del pasado que merecía gratitud.

Pero las noticias de cualquier forma, llegaron. Y lo hicieron con la forma de Mikhail Ilyanov Maizuradze, hijo único del también único amigo de su fallecido padre. Este no llevaba insignas imperiales, sino un traje gris que se confundía con el de cualquiera y además, se notaba cierta pobreza en su semblante. Por supuesto, ninguno se conocía y Mikhail tuvo que preguntar como podía por un zapatero. Como lucía igual a un oficinista recién llegado, el señor Leoncavallo apenas levantó la mirada, pidió que se dejara el calzado sobre una tabla y preguntó por el problema a resolver.

-He viajado mucho y debí preguntarle a mi muy anciano padre cómo encontrar a un Lazukhin. Me sorprende que uno se haya quedado en Milán - dijo el desconocido en ruso, pero el señor Leoncavallo ni siquiera se inmutó. En otro tiempo se habría sobresaltado, pero ahora pensaba que era mejor mentir a toda costa.

-Los bolcheviques ganaron y el zar Nikolay fue asesinado junto a su familia. Esto último es algo que pocos sabemos - continuó Mikhail - Los Maizuradze nos volvimos rojos, estamos al servicio de Lenin ahora.
-No conozco a ese rey - recibió en réplica.
-No es un rey, es un comunista.
-No me interesa.
-Mi padre me ha pedido perder el rastro. Él logró perder el de Goran.

Ese último comentario hizo que Leoncavallo leventara la cara y luego de observar al visitante, se colocó su saco raído y salió.

Ambos recorrieron apenas el barrio, no entraron a ningún lugar, pero nadie podía escucharlos hablar.

-¿Cuándo murió mi primo? - se animó finalmente a preguntar Maurizio Leoncavallo con severidad.
-En agosto.
-¿Dónde está enterrado?
-En una fosa. Los Maizuradze nunca diremos dónde.
-¿Lo vio?
-Le he contado que somos rojos ahora. Nuestra lealtad nunca le correspondió a un Romanov; nosotros sólo somos fieles a los Lazukhin y he venido a despedir a mi linaje para siempre.
-Algo así le dijeron a mi padre.
-Con el zar muerto, muchas cosas se acabarán.
-Un Maizuradze me habría sido útil hace unos meses, no ahora.
-Vine a dar el mensaje. Ningún obrero entiende de sangre pura, ni siquiera los que fueron a fusilar al emperador. Pero yo no dudé en apretar ese gatillo cuando quiso vender a su familia. Los Romanov nunca entendieron que un Maizuradze no deja que un Lazukhin sea perseguido.
-¿Mataron a todos los Romanov?
-La duquesa Olga se quedó en París y no volverá a Moscú. De todas formas, ella no puede entregar a quienes no conoce.
-¿Y los ingleses?
-Creí que usted no sabría de ellos.
-Escuchaba a mi padre con sus delirios.
-Esos piratas fracasaron nuevamente.
-¿Y estoy a salvo?
-¿Hay algún "Leoncavallo" del que deba saber?
-No - contestó Maurizio immediatamente.
-Entonces la pesadilla terminó.

Maurizio Leoncavallo respiró hondo, mirando al piso.

-¿Alguna vez supo de Goran?
-Mi padre perdió el rastro, recuérdelo.
-Entonces fue todo. 
-Concluida la misión, sólo queda despedirme.
-Grazie?
-Adiós, amigo.

Un apretón tímido de manos marcó la despedida entre los Maizuradze y los Lazukhin y por alguna razón, ese peso que Morisi Lazukhin, ahora convertido en Maurizio Leoncavallo sentía, se esfumó. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero lo siguió una extraña sensación de paz. Buscó a su hijo a la salida de la fábrica, lo llevó a casa con una sonrisa sutil. El perseguidor se había ido y sólo quedaba una familia pequeña.


Tel no Tales, 1968. 

La noticia de la muerte del zar llegó a Goran Liukin como un presentimiento lleno de certeza. Cada mañana prestaba atención a las noticias sobre los bolcheviques, las tierras que requisaban, los nobles que escapaban... Y llegaban los rumores sobre Anastasia, su sobrina, prima o lo que fuera, perdida. Las historias eran disparatadas y la duquesa Olga ofrecía grandes recompensas por localizarla. Pero Goran no era tonto. Sabía que la mujer no buscaba a su sobrina, sino a cualquier Lazukhin, por eso rechazaba a las impostoras. Y así leyó por décadas sobre la búsqueda de Anastasia. Nunca un Liukin volvió a necesitar de una foto, un rumor, un mensajero, para saber que alguien había muerto. Sólo requería pensar un poco, la verdad llegaba sola.
Pero Goran también intuía que la duquesa se hallaba desesperada porque los parientes ingleses mantenían un trato en pie. Por eso, al morir Olga y quedar el primo Boris en la miseria - noticia impresa en cualquier revista de 1968 - uno de los últimos períodos de lucidez y vitalidad llegaron al señor Liukin. Lía había fallecido años antes, sus nietos Lorenzo y Ricardo crecían sin historias de maldiciones y coronas y como un último acto de celebración, bajó a la ciudad. La gente le observaba curiosa al momento de embriagarse con vodka y carcajear sin perder el aliento. Ricardo Liukin tuvo que llevarlo a rastras a casa, todos sintiendo lástima del niño de diez años cuyo padre y hermano mayor habían abandonado con ese anciano cansado.

Pero sólo Goran Liukin entendía que nunca había llegado la liberación de su familia ¿Qué más daba? Con Olga en la tumba, nadie podía reconocer a un Liukin, así como nunca habían encontrado a su hermano con tan escandalosa descendencia de apellido Leoncavallo. Si podía declarar una pírrica victoria, era esa. Y al día siguiente, con resaca, volvió a ser el mismo abuelo regañón que separaba a Ricardo de sus peleas en la plaza. Apenas notó que portaba una herida en la mano y había sangrado la noche anterior. Pero ya no le asustó. Por un tiempo breve, los Liukin podían respirar.