Páginas

martes, 4 de noviembre de 2025

1917, 1918 y 1968.


Tell no Tales, 16 de marzo de 1917.

En Tell no Tales, el invierno había sido más crudo que de costumbre. La nieve, que generalmente cubría la tierra con finas mantas, esta vez se acumulaba inmisericorde en cada rincón, forzando a la limpieza dos o tres veces al día en los techos y las banquetas. En la campiña ni siquiera se podía calentar algo a menos que estuviera junto al fuego y Goran Liukin era el único que no temblaba ni tenía miedo ante la catástrofe.

Justo esa característica lo había empujado a bajar a la ciudad para ver la situación desde una perspectiva más clara. La larga calzada que conectaba a la campiña estaba a medio construir, pero estaba cubierta por completo. El bosque de cerezos parecía un páramo muerto y los acantilados asemejaban glaciares desde los cuales, parecía el fin del mundo.

-El periódico, por favor - pidió Goran en una esquina, pero el vendedor le señaló el letrero de la pared:

-"¿Sólo hable francés?" Ah... Le journal, s'il vous plaît.
-Van a multar a los hablantes de lysak.
-Algo he sabido. 
-Son 5¢.
-Claro.
-Espero que le sirva para calentarse.
-Yo lo busco para leer.

Goran pagó y enseguida leyó el titular.

-¿Pasa algo, señor? 
-¿Tiene otros periódicos? Quizás sí los necesite para la estufa.
-Ojalá le sirvan.

Goran caminó rápidamente hasta una calle solitaria y sentándose en un tronco, leyó algo que lo dejó con una sensación de calentarse por dentro: El zar Nikolay II de Rusia había sido obligado a abdicar definitivamente y también había revocado los derechos de su hijo Alexey al trono. Los rebeldes sublevados habían triunfado y un gobierno provisional se establecería. De acuerdo al diario, ninguna casa europea había ofrecido auxilio inmediato, excepto Inglaterra, que enviaba invitaciones de asilo por petición personal del rey George.

-Qué mal momento para dejar de ser poderoso - rió Goran Liukin. A nadie le quería decir que le simpatizaba cualquier persona que se opusiera a la monarquía, a las noches de encanto de nobles y candelabros o espejos pulcros. Pero además, recordaba que Nikolay era su primo directo y lo mejor que le había pasado en la vida, había sido alejarse de los deseos del molesto tío Alexander y sus pretensiones imperiales. Lo matarían, seguro.

-Separarme de Morisi no fue una mala idea... Espero que esta noticia lo alivie como a mí - dijo en ruso para sí mismo y luego decidió entrar a un bar a beber algo de whisky caliente ante la mirada discriminadora de los habitantes de Tell no Tales. Si una historia se había salvado por el momento, era la de los Liukin.


Milán, Italia. Diciembre de 1918.

Había pasado un año desde la Revolución Bolchevique y Maurizio Leoncavallo padre continuaba siendo el zapatero gruñón y callado del barrio obrero de la ciudad. No leía las noticias, no le interesaban los comunistas ni los anarquistas, veía a los líderes sindicales como futuros payasos y con cierta suerte, había logrado que su único hijo se metiera a una fábrica de ladrillos con un sueldo fijo. Después de la tragedia de la gripe, había quedado un hombre que multiplicaba su distancia y carácter reservado, que echaba a quien quisiera avisarle de algo. Sólo toleraba al panadero y su mujer por algún favor del pasado que merecía gratitud.

Pero las noticias de cualquier forma, llegaron. Y lo hicieron con la forma de Mikhail Ilyanov Maizuradze, hijo único del también único amigo de su fallecido padre. Este no llevaba insignas imperiales, sino un traje gris que se confundía con el de cualquiera y además, se notaba cierta pobreza en su semblante. Por supuesto, ninguno se conocía y Mikhail tuvo que preguntar como podía por un zapatero. Como lucía igual a un oficinista recién llegado, el señor Leoncavallo apenas levantó la mirada, pidió que se dejara el calzado sobre una tabla y preguntó por el problema a resolver.

-He viajado mucho y debí preguntarle a mi muy anciano padre cómo encontrar a un Lazukhin. Me sorprende que uno se haya quedado en Milán - dijo el desconocido en ruso, pero el señor Leoncavallo ni siquiera se inmutó. En otro tiempo se habría sobresaltado, pero ahora pensaba que era mejor mentir a toda costa.

-Los bolcheviques ganaron y el zar Nikolay fue asesinado junto a su familia. Esto último es algo que pocos sabemos - continuó Mikhail - Los Maizuradze nos volvimos rojos, estamos al servicio de Lenin ahora.
-No conozco a ese rey - recibió en réplica.
-No es un rey, es un comunista.
-No me interesa.
-Mi padre me ha pedido perder el rastro. Él logró perder el de Goran.

Ese último comentario hizo que Leoncavallo leventara la cara y luego de observar al visitante, se colocó su saco raído y salió.

Ambos recorrieron apenas el barrio, no entraron a ningún lugar, pero nadie podía escucharlos hablar.

-¿Cuándo murió mi primo? - se animó finalmente a preguntar Maurizio Leoncavallo con severidad.
-En agosto.
-¿Dónde está enterrado?
-En una fosa. Los Maizuradze nunca diremos dónde.
-¿Lo vio?
-Le he contado que somos rojos ahora. Nuestra lealtad nunca le correspondió a un Romanov; nosotros sólo somos fieles a los Lazukhin y he venido a despedir a mi linaje para siempre.
-Algo así le dijeron a mi padre.
-Con el zar muerto, muchas cosas se acabarán.
-Un Maizuradze me habría sido útil hace unos meses, no ahora.
-Vine a dar el mensaje. Ningún obrero entiende de sangre pura, ni siquiera los que fueron a fusilar al emperador. Pero yo no dudé en apretar ese gatillo cuando quiso vender a su familia. Los Romanov nunca entendieron que un Maizuradze no deja que un Lazukhin sea perseguido.
-¿Mataron a todos los Romanov?
-La duquesa Olga se quedó en París y no volverá a Moscú. De todas formas, ella no puede entregar a quienes no conoce.
-¿Y los ingleses?
-Creí que usted no sabría de ellos.
-Escuchaba a mi padre con sus delirios.
-Esos piratas fracasaron nuevamente.
-¿Y estoy a salvo?
-¿Hay algún "Leoncavallo" del que deba saber?
-No - contestó Maurizio immediatamente.
-Entonces la pesadilla terminó.

Maurizio Leoncavallo respiró hondo, mirando al piso.

-¿Alguna vez supo de Goran?
-Mi padre perdió el rastro, recuérdelo.
-Entonces fue todo. 
-Concluida la misión, sólo queda despedirme.
-Grazie?
-Adiós, amigo.

Un apretón tímido de manos marcó la despedida entre los Maizuradze y los Lazukhin y por alguna razón, ese peso que Morisi Lazukhin, ahora convertido en Maurizio Leoncavallo sentía, se esfumó. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero lo siguió una extraña sensación de paz. Buscó a su hijo a la salida de la fábrica, lo llevó a casa con una sonrisa sutil. El perseguidor se había ido y sólo quedaba una familia pequeña.


Tel no Tales, 1968. 

La noticia de la muerte del zar llegó a Goran Liukin como un presentimiento lleno de certeza. Cada mañana prestaba atención a las noticias sobre los bolcheviques, las tierras que requisaban, los nobles que escapaban... Y llegaban los rumores sobre Anastasia, su sobrina, prima o lo que fuera, perdida. Las historias eran disparatadas y la duquesa Olga ofrecía grandes recompensas por localizarla. Pero Goran no era tonto. Sabía que la mujer no buscaba a su sobrina, sino a cualquier Lazukhin, por eso rechazaba a las impostoras. Y así leyó por décadas sobre la búsqueda de Anastasia. Nunca un Liukin volvió a necesitar de una foto, un rumor, un mensajero, para saber que alguien había muerto. Sólo requería pensar un poco, la verdad llegaba sola.
Pero Goran también intuía que la duquesa se hallaba desesperada porque los parientes ingleses mantenían un trato en pie. Por eso, al morir Olga y quedar el primo Boris en la miseria - noticia impresa en cualquier revista de 1968 - uno de los últimos períodos de lucidez y vitalidad llegaron al señor Liukin. Lía había fallecido años antes, sus nietos Lorenzo y Ricardo crecían sin historias de maldiciones y coronas y como un último acto de celebración, bajó a la ciudad. La gente le observaba curiosa al momento de embriagarse con vodka y carcajear sin perder el aliento. Ricardo Liukin tuvo que llevarlo a rastras a casa, todos sintiendo lástima del niño de diez años cuyo padre y hermano mayor habían abandonado con ese anciano cansado.

Pero sólo Goran Liukin entendía que nunca había llegado la liberación de su familia ¿Qué más daba? Con Olga en la tumba, nadie podía reconocer a un Liukin, así como nunca habían encontrado a su hermano con tan escandalosa descendencia de apellido Leoncavallo. Si podía declarar una pírrica victoria, era esa. Y al día siguiente, con resaca, volvió a ser el mismo abuelo regañón que separaba a Ricardo de sus peleas en la plaza. Apenas notó que portaba una herida en la mano y había sangrado la noche anterior. Pero ya no le asustó. Por un tiempo breve, los Liukin podían respirar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario