jueves, 29 de septiembre de 2011

Ánimos de gala



(Para @giselasanti, porque pensé en ella al escribir este capítulo) 

Domingo 5:00 pm

Evan llegó al ensayo de la gala acompañado de su padre. Era la primera vez que éste se presentaba a ver a su hijo y se mostraba emocionado. El chico era el más feliz.

-Traten bien a mi papá - pidió a todos y se enfiló a ensayar. Con anticipación, el joven Weymouth tenía un número preparado.
-Mejor así, ahorramos tiempo. Saldrás justo después de Carlota Liukin.

Todo iba bien pero una exclamación desesperada detuvo la actividad.

-¡Enciendan el televisor! ¡Deben ver esto!
-¿Qué pasa?
-Es Raymond Floost, lo están llevando al cadalso.

Por temor a que Don se impresionara, Evan lo llevó a un lugar apartado. Todos corrieron al pasillo. En la transmisión, el único locutor que tuvo el valor de sostenerse ante las terribles escenas de un hombre condenado, no cesaba de realizar duras críticas contra la Marina y la tibieza del gobierno de la ciudad en el asunto. La indignación llevó a los universitarios a protestar en la calle.

-Es increíble, han pasado poco menos de diez años y ya regresamos a la barbarie prohibicionista - reclamó Casey en una entrevista en vivo - Ni siquiera le realizaron un juicio.

La imagen desgarraba. Lamentos y llantos hasta de gente que no conocía a Floost eran grabados.
Mientras tanto, Judy se tornaba pálida y corría hacia un teléfono. Su madre contestó inmediatamente para oírla sollozar varios minutos. Sin poder respirar, la joven colgó. Evan no supo si aproximarse a ella o no; el que sí lo hizo fue Gwendal.

-¿Te afecta mucho?

La señora Becaud sólo asentó.

-A mi también me pareció inaceptable pero no creo que te ayude ... ¿Necesitas algo?
-No .. ¡Aléjate!
-¡Oh, oh! Si dije algo que te molestó...
-¡No, Gwendal! ¡No estoy bien!
-¡Espera! ¡Guarda un poco la calma!
-¡No puedo, de verdad no puedo!
-Tal vez debemos caminar o no sé, ir por ahí.
-Quiero estar en mi casa, ocultarme entre una cobija afelpada, tomarme un chocolate con bombones mientras abrazo a un peluche y que mi papá regrese a contarme un cuento.
-Judy no estoy seguro pero te llevaré por un calmante y a descansar.
-¿Qué le voy a decir a mis hermanitos ahora? Ellos son chiquitos, no tienen ni diez años.
-¿De qué hablas?
-Busqué hace tanto tiempo a mi padre que no tengo cara para decirles que lo encontré y está muerto. Compraré un vestido de luto y preguntaré si me dejan organizar un funeral ¿Crees que los marinos accedan? Me han dicho que si no se reclama un cuerpo lo incineran en Cobbs.

Y mirando a Gwendal, Judy reveló un secreto:

-Raymond Floost es mi papá.

Evan, que aún escuchaba, se sorprendió sobremanera: El activista siempre dijo que no tenía familia.

-Yo te llevo a la base - Exclamó Mériguet y tomó a la señora Becaud de la mano. Ésta apenas se sostenía en pie. El joven Weymouth sentía lástima y decidió homenajear al antiguo cliente de la cantina dedicándole su actuación no importándole si a los organizadores les gustaba o no que realizara una declaración política al respecto.

-Todo mundo deje de ver esa basura y trabaje - Exclamó al volver al pasillo - Son las seis, el público llega en una hora y aún no estamos listos.

Unánimemente, los patinadores lo siguieron. A esas alturas, a Evan ya ni le cruzaba por la mente conocer a Carlota; más bien, creía oportuno preparar un discurso.

-¿Alguien sabe dónde está Judy? - preguntó Tamara.
-No se sintió bien y fue a su casa - contestó el chico, ocultando lo que había presenciado.

Con talante sombrío, el público colmó los asientos; era un auditorio familiar, en plan de convivencia y por lo mismo, las pancartas de los fans escaseaban. Después de un opening flojo, cada uno de los participantes intentó levantar el ánimo lo mejor posible y los pocos que lo lograron agradecían escuetamente. Cuando Carlota y Verner entraron en escena, su parodia chaplinesca causó entusiasmo a pesar de ser una improvisada rutina que se le había ocurrido a Ryan Oppegard apenas unos minutos antes aprovechando que los alumnos de Tamara estaban juntos. Los dos le darían entrada al invitado especial, pero Joubert decidió romper con el programa (en parte lo hacía por Evan, que buscaba un micrófono que sirviera) y colaborar en el espectáculo de su chica quién sólo reía con incredulidad.  Franz De Patie fungía como presentador y a punto de anunciar al joven Weymouth, éste se precipitó a pedirle la palabra.

-Perfecto, sólo déjame decir que vas tú.
-Bien, gracias.
-Me alegra saber que harás esto.

Cuando el chico fue a su lugar, se escuchó:

-¡Señoras y señores, con ustedes nuestro invitado especial, campeón del Grand Prix 2000 y medallista junior del mundo 2001, Evan Weymouth!

El muchacho miraba a los espectadores con nerviosismo y consternación. Humildemente saludó y se aprestó con lo que había dispuesto.

-Esta noche es triste para todo el país. Nunca pensamos que volveríamos a ver como masacraban a un vecino, un amigo, en Cobbs. Perdimos a una persona que, aprobáramos o no sus acciones, tenía el valor de no estar de acuerdo y demostrarlo. Nuestros reclamos cuando bloqueó el ferrocarril por el precio excesivo o pasamos una semana sin agua porque el pensó que las trasnacionales no deben venderla embotellada parecen tan infantiles... Admítanlo, fueron berrinches; al final le dimos la razón ¿Saben a qué Raymond Floost recordaré? Al que llegaba a la cantina de mi padre y tomaba un whiskey, planeaba su siguiente plantón y me decía que Casey Low -me disculpo de antemano por cierto- era una bruja pero se le hacía una mujer muy bella y de gran corazón.. Si ya sé que abucheamos a Low todos los días pero no había ocasión en la Ray no nos recordara que no hay qué juzgar a las personas. Esa fue una de tantas cosas buenas que le reconozco. Alguna ocasión juntó firmas para evitar que se talaran los cerezos dónde pretendían construir un hotel y un deportivo privado y también se arriesgó a ser arrestado por boicotear un discurso político de George Bush cuya visita que nos parecía insultante o cuando pidió que rescatáramos el festival del circo y tuvimos que ver como se vestía de payaso y se encadenó en la puerta del Instituto Cultural por quince días mientras unos artistas callejeros mostraban malabares... Esta gala va dedicada a su memoria y espero que lo honremos de la misma forma que el trató de honrar a Tell no Tales haciéndolo un lugar más agradable, más justo. Nunca olvidemos a Raymond Floost.

Los espectadores aplaudieron durante varios minutos y se entonó un cántico luctuoso. Los atletas aparecieron en la pista unos momentos para elaborar un pequeño altar de flores. Evan retornó a su sitio y una vez concluido el trabajo de sus colegas, esperó a que la música iniciara pero no ocurrió, así que observó a Joubert tratando de arreglarlo.

-Creo que Floost quiere hacerse notar - comentó Franz con nostalgia.

Evan trataba de ser lo más alegre posible, quizá rememorando las noches que el activista le hizo más ameno el duro trabajo que implica atender un local donde abundan el alcohol y los desesperados; pero también por Judy, que a esa hora se dirigía en tren a la base naval, sin fuerza para contarle a su familia de la tragedia y sintiéndose destrozada.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La niña de la grulla. Segunda parte.



1 de enero, 1914

Lía miraba la luna desde su lecho. Matt se había dormido y era cuidadosa al respirar para no ahuyentar su débil sueño. Eran las dos de la mañana y por momentos creía sentir la presencia de sus padres cerca.  La posibilidad de que los descubrieran desvestidos le produjo escalofríos que la orillaron a desprenderse de su amado que entreabría los ojos por reflejo. Pensando que esos episodios no debían continuar, ella encontró su ropa desperdigada mientras apreciaba sus sábanas revueltas. Estaba arrepentida.

-No es correcto - era la recurrente frase cuando se colocaba una bata antes de salir a darse un baño. Desde el tornado, no transcurría noche sin la visita del joven Weymouth. De milagro, en el monasterio no sospechaban. Esporádicamente, alcanzaba a oír a otras jovencitas que relataban las citas nocturnas con sus prometidos; culminaban asiduamente con el argumento de que Goran Liukin podía estar seguro de que su hija seguiría inmaculada hasta las nupcias y no como ellas que todo escondían; esa era una de esas ocasiones.

-Ilusas, he cometido un pecado más grande - se dijo a sí misma - Si supieran lo que Matt y yo hemos hecho podrían pasar por santas. No me resisto a las caricias, ustedes al menos se han negado alguna vez a un hombre...

Lagrimeando, el agua comenzó a tocarla cuando esas chicas ocuparon las regaderas contiguas y hablaron del mismo tema. La mayoría compartía similares dudas y miedos: que sus novios las dejasen o bien, que sus nuevos pretendientes se dieran cuenta de que no eran vírgenes. Una más se atrevió a confesar que un antiguo amor la había obligado a entregarse a él; lo que animó a otra a revelar que Alban Anissina le había pedido matrimonio después de acceder al desliz que él propuso. Aquello terminó cuando el médico dió marcha atrás y la abandonó sin explicación. Guardando más silencio que antes, Lía descubrió a Agathe a punto del llanto y queriendo demostrarle amistad apuró su limpieza, cepilló su cabello y se acercó a darle un fuerte abrazo.

-¿Porqué no estás en casa?
-Cuando le conté a mi madre lo que pasó con Alban, me echó y le dijo a mis tíos que haría un retiro. También lo supo la madre superiora y no me quiere ver en el colegio.
-Eso le hacen a todas. Si nuestras madres tienen un don Juan o nuestro padre una prostituta no podemos decirles que están mal pero si decidimos acostarnos con un muchacho porque nos gusta nos llaman rameras y nos maltratan - inquirió una joven a la que todas conocían bien: Steliana Isbaza, integrante de la alta sociedad y comprometida (rumoraban) con un vinicultor francés muy importante - Cómo si no supiéramos que ellos estuvieron con otras personas antes de casarse. Nunca falta la señora que a los quince sucumbió ante un marino musculoso o un hombre de negocios que de adolescente pasó el verano con una campirana. Doradas y azules, no importa, todas somos iguales, no me extrañaría que entre nosotras compartiéramos amante. Bueno, con Lía no. No te ofendas.
-¿Tenía que..?
-No seas tonta Liukin, todas sabemos que Matt está loco por ti pero no va a ser tan estúpido como para ponerte una mano encima sabiendo cómo es tu familia.
-¿Qué insinúas?
-Se los dije chicas, esta montañesa es más pura que el agua de las tomas del pantano. Por cierto, ¿Alguna ha hecho el amor ahí?
-Mi novio siempre me lleva - contestó una vecina de Lía - Al principio es incómodo y los insectos te muerden pero te deja de importar y nadie pasa.

Fácilmente habían veinte jóvenes en el cuarto de duchas, de todas clases sociales y reían nerviosas. Hastiadas de las formalidades de los monjes que les daban asilo, organizaban reuniones parecidas a las pijamadas. En el fondo eran amigas.

-Lávate la cara Agathe, la dignidad ante todo.
-Lo sé Steliana, ya se me pasará el estar gimoteando por tonterías.
-El idiota es él por perderte, al menos nadie más lo ha besado en esta ciudad. En Europa no pudo hacer lo que quería porque se la pasaba cubriendo a Matt.
-Mi primo debería darle miedo a Lía.
-Tu amorcito era un sinvergüenza, chiquilla Liukin, mejor no te digo.
-Hazlo.
-¿Para qué te serviría?
-¿Qué sabes?
-Pregúntale a tu ingeniero que sueña, si no te explica quién demonios es Carlota estás condenada. No soportarás que un día te nombre así cuando estén en la cama.. Si llegan a eso, claro.
-Ya lo hicimos, nuestra primera vez fue en la pradera.

Las chicas se atisbaron entre sí y se burlaron de Lía porque pensaron que no hablaba con la verdad. Steliana ordenó que retornaran a la habitación dónde celebraban su fiesta. A solas por un breve lapso, la muchacha Isbaza examinó a la montañesa.

-Si Weymouth tuviera sexo contigo habría una media luna marcada en alguna de tus muñecas y no es así. Todas las mujeres que pasan por la alcoba de tu novio la tienen, entre ellas mis amigas en París. No tiene nada malo ser casta, te ha librado de los corajes que nosotras lidiamos. Eres pésima engañando. Qué ingenua. De todas formas averigua sobre la mujer que mencioné; juro que es intrusa muy peligrosa.

Confundida, Lía buscó la señal en su piel sin resultado mientras su mente era vapuleada por el nombre de la desconocida. Intrigada y celosa, despertó a Matt después de cerrar su puerta con llave.

-¿Quién es Carlota?

La pregunta lo tomó por asalto. Por su reacción, la joven Liukin se preparó para todo.

-¿Qué significa ella para ti?
-No sé quién sea.
-No lo niegues, hasta Steliana Isbaza y Agathe saben de esa mujer.
-No conozco a ninguna Carlota.
-Por favor, te han escuchado. Vete.
-Difícilmente me oirás.
-¿¡Cómo te atreves a mentirme!?
-¿¡Qué quieres que te explique!? Nadie que me hayan presentado es ella.
-Las modelos de París alucinaban ¿Crees que soy torpe?
-No te subestimo.
-¡Ten el valor de contarme o márchate!

Matt bajó la mirada. Su novia sacudió su cabeza. Él titubeaba, luchaba por ser honesto.

-¿No te referirás ... a la Carlota de mis sueños?

Ese argumento no era lo que Lía esperaba pero prosiguió:

-Al principio sólo me salía de la nada pronunciar... Necesito que seas muy abierta y le des una oportunidad a lo imposible ¿Vale?
-Imposibles ¿Qué más?

Él agarró una cuartilla y dibujó con detalle lugares recorridos por su inconsciente. Como el espacio terminó siendo insuficiente, no le importó sacrificar una cortina y plasmar sus paseos. En todos, una figura femenina emergía o se ocultaba entre sombras; jugaba y lo atraía con seductores gestos. Su inusual y corto atuendo llamaron la atención de la joven que observaba con turbación. Cuando Matt concluyó, Lía posó sus dedos en el lienzo para experimentar un poderoso trance. Carlota la transportaba por un Tell no Tales extraño, multicolor, pleno de objetos nuevos, pequeños e inconcebibles para después arrojarla violentamente a la voz de "Él es mío".

-¡Por Dios Matt! ¡La vi!
-Se me aparece cada noche.
-No eres suyo ¡Si me escuchas loca, él no es tuyo!
-¿Carlota se irá, verdad?
-Se nos ocurrirá una forma, nos desharemos de esa mujer.

Agotado, Matt no pudo contener el impulso de dormitar. Su novia lo cubría tiernamente y con cualquier alteración lo levantaría pero la misteriosa Carlota era más hábil y con sigilo, sumergió a Matt a lo más profundo de sus pensamientos y lo enredó con un transparente hilo hasta ubicarlo en la playa. En ese punto, el joven Weymouth no olvidó a Lía ni a su mundo pero estaban en segundo plano. La doncella lo colmaba de felicidad y cumplía sus anhelos.

-Hazme una grulla - pidió ella - escribe un mensaje, yo sabré qué significa.

El atendió. Extasiado por recibir un apasionado beso como recompensa, lanzó el ave de papel. Ella sonreía y lo estrujaba.

Septiembre 2001

Al dar Edwin la media vuelta, Joubert aceleró el paso. Los ojos de Carlota brillaban más conforme se acercaba. El joven Bessette flirteaba de manera tan efectiva que su chica se sentía entre las nubes hasta que algo lo golpeó. Ella fue ver qué sucedía.

-Alguien extravió su pájaro.
-Los del curso de origami.
-Me interesa, lo conservaré.
-¿Me lo permites?
-Sí.
-¿Te lastimó?
-No perforó un ojo y no se atoró en una oreja así que no.
-Le anotaron algo.

La niña se asustó y cubrió su boca. La tiza era tan sutil que desvaneció el texto al contacto, dejando una mancha gris.

-¿Qué pusieron?
-Nada, lo borraron.
-De todas formas la conservaremos, en Japón son de buena suerte.
-Como quieras.

Carlota vió alrededor y ningún desconocido o los alumnos de origami caminaban cerca. Intranquila, intentó en balde no pensar en lo que había leído pero algo le impidió ignorarlo.

-Esto no está pasando. Él es un sueño, sólo eso, de ahí no pasa - se repetía una y otra vez.

Pensando inútilmente que era una coincidencia, retumbaban en sus entrañas las palabras de la frase, el significado de las mismas:

"Con amor para Carlota, Matt"

sábado, 10 de septiembre de 2011

La niña de la grulla. Primera parte.

Serie dedicada a América Pacheco (@amerikapa)



Domingo 9:00 a.m.

Los Liukin recibían buenas noticias. Carlota se había recuperado y más que nunca, deseaba tomar sus botines y montar una preciosa gala. El invitado especial esa noche era Evan Weymouth y deseaba conocerlo. La doctora la examinaba.

-Me sorprende mucho verte tan repuesta. Eres de las que se cura con una siesta pero no te confíes. 
-Muero de calor ¿Puedo quitarme el suéter?
-No te lo recomiendo pequeña, así como se te quitó el resfriado puedes pescar otro. Por cierto, felicidades, ayer fuiste encantadora, te mereces el primer lugar.
-Gracias.
-Te prescribiré unas vitaminas y sería todo. Buen día.

Cuando Ricardo miró su reloj, le ordenó a su hijo mayor que llevara a su hermana a Le jours tristes. De mala gana, el chico cumplió. Su talante ya no era amable.

-Te ves, luego me cuentas si te aplaudieron o Kiira Meier te arrancó el cabello. 
-¿No irás conmigo?
-Ya ganaste, perfecto, adiós.
-Me prometiste que no faltarías.
-Al concurso, no a lo demás.

La niña Liukin no alcanzaba a comprender ese cambio en Andreas. Desencajada, ingresó al local; Joubert y Amy ya la esperaban pero no pudo contentarse. Tamara le manifestó su molestia por la forma en que había triunfado. Incluso Judy tuvo que aceptar que no estaba orgullosa. 

-Es el primer equipo que en vez de saltar de felicidad, está suplicando porque le quiten el primer lugar de encima. Ya quiten esa cara de tragedia.
-No te metas Joubert, tú no entrenas y caes cuando no debes.
-No me quejo cuando gano algo.

Los cuatro suspiraban con aburrimeinto. Faltaban algunas horas antes de comenzar el montaje de la gala de despedida del Masters. En la calle, algunas banderas tellnotellianas comenzaron a ondear y los silbatos se escuchaban perdidos por ahí.

-¿A qué hora es el partido?
-Las once.
-Tenemos que llegar a las diez y media a la pista, no haremos nada hasta la una o dos porque todo mundo verá el juego.
-El fútbol es una pesadilla, no sé qué porqué a la gente le apasiona ver cómo patean una simple pelota.
-¿Has ido a un estadio Becaud?
-Al Stade de France cuando clausuraron el mundial o algo así, me quedé dormida. 
-¿Ni porqué ganaron los bleu le prestaste atención?
-¿Quiénes son esos?
-Así llamamos los franceses a nuestra selección, que tu no lo sepas es.. No puedo creerlo.
-No te enojes conmigo Didier.
-Al menos te verás obligada a enterarte del resultado en el Universitario esta vez. El estadio está al lado.
-Si sirve en mi defensa diré que el ¿guardameta o capitán? del equipo nacional estuvo aquí ayer.
-¿Edwin Bonheur?
-Vino a cenar a medianoche. Jean le tomó una foto.
-En realidad no te ayuda en está discusión pero es algo.

Carlota se sorprendió de escucharlo. Edwin no le había llamado o al menos dejado un recado pero pronto recordó que él no la contactaría más. 

-¿Ya tienes la música de esta noche, pequeña? - inquirió la señora Becaud.
-Toma el cd, es la quinta canción.
-Le diré al técnico ¿Pasa algo?
-No, nada, pensé que ya empezó la eliminatoria mundialista, ese portero tiene mucha responsabilidad.
-Eligió ese trabajo aunque sigo creyendo que solo es un balón.

Joubert animó a su novia cantando un poco y leyéndole un libro. Tamara se declaró alérgica a tanta miel pero en el fondo se sentía contenta por su pupila y evocó su época en Lyon. 

-¿Gwendal vendrá? - cuestionó de repente.
-Me dijo que sí.
-Eso espero niña.

Transcurría el tiempo de forma pintoresca. En Republique, se reunían los aficionados. Anton y David iban con el grupo y se las arreglaron para que sus vecinos desayunaran en el café de Judy. Las meseras apenas podían atenderlos y Jean se vió en la necesidad de atender a los clientes. Verner arribó con un arreglo floral y la señora Becaud lo colocó en la barra. El muchacho era muy coqueto pero ella lo evadía al tiempo que su marido cuando encontraba la oportunidad le hacía alguna caricia en las mejillas o el cabello. Al dar las diez, le avisó que podía marcharse sin preocuparse y emprendió camino con Tamara y Amy. Carlota y Joubert partieron juntos mientras que el joven Tomos debió conformarse con hacerle compañía a Gwendal cuando éste consiguió dar con el café. Su excusa por haberse retrasado era el gentío que se dirigía a la Universidad de Humanidades.

-El paso se ha vuelto imposible, lo mejor es que vayamos a pie y alcancemos a los demás.
-¿El metro?
-Cerrado.
-Qué remedio.

El chico Maizuradze seguía a la multitud y David le hacía segunda con sus arengas de apoyo. Zhenya Plushy coincidió con ellos a las pocas cuadras y les regaló boletos para ingresar al estadio. Isabelle Shepard también andaba por ahí junto con su hijo, lista para disfrutar de un alegre mediodía. Evan, como de costumbre, se alistaba para dos horas muy complicadas en la cantina de su padre antes de cubrir su compromiso de ensayar para la exhibición.

En los vestidores del campo, la presión de brindar un buen partido recaía directamente en Edwin que luchaba contra el pánico crónico que padecía. Los comentaristas hacían hincapié en su talento y más que nunca, era la oportunidad dorada de rescatar su carrera del abismo. Hacía no mucho, los hinchas bianconeri le habían dejado clara su antipatía. 

-¿Cómo sigues capitán?
-Bien entrenador. Me desmayaré, pero es normal.
-¿Puedes jugar?
-Si encuentro mi juguete seré un hombre nuevo en segundos.
-¿Qué dijiste?
-Tengo una pelota de espuma con la que me distraigo. Sufro de ansiedad desde que me acuerdo.
-Creo que tus compañeros la lanzaban en el pasillo.
-Soy hombre muerto.
-¿Tomas calmantes?
-No, me causan sueño.
-¡Válgame el cielo! Charlemos, te tranquilizará.
-Se lo agradezco.

Los planteamientos tácticos se habían expuesto durante la semana, Edwin los repasaba. Su técnico se impresionaba por la nítida memoria que le demostraba. De repente, unos aplausos cálidos acapararon la atmósfera. Thomas Alejandriy daba la mano a los jugadores. Como líder natural, les inyectaba entusiasmo y les expresaba su confianza. Al reparar en el estado de ánimo de Edwin se sentó a su lado y hablaron a solas unos minutos. Cuando se accionó un timbre, la escuadra tellnotelliana tomó posición rumbo al exterior. Los árbitros estaban preparados y la muchedumbre plena de euforia.

Carlota percibió aquello. Por el altavoz, se anunciaban a los titulares. Al interior de la pista, un televisor se había dispuesto. 

-Lo que sospeché, perderemos el tiempo divirtiéndonos o generando bilis.
-¿Puedo regresar luego, Tamara? 
-Judy, nadie va a pasar por esa puerta, siéntate.

Joubert ayudaba a los encargados de la cafetería a repartir soda o rosetas de maíz. Su novia rezó por el guardameta y una melancolía indescriptible le hizo permanecer muda.

-Ya comenzó, más les vale no hacer ruido - advirtió Tamara.

Cuando la ciudad se sumergió en el placer, el viejo del muelle recorrió el campus. Le agradaba de vez en cuando tomar un descanso. Pensó en Anton, que se alegraba por primera vez desde el sinsabor amoroso, en David que nunca había tenido la oportunidad de ingresar a un recinto como el estadio hasta ese día, en Gwendal que planeaba una estrategia de conquista y en el siniestro Verner que no se tentaba el corazón. Muchas cosas estaban por suceder pero antes, dos personas debían terminar un asunto.

De acuerdo a lo que observaban los espectadores, el juego era carente de monotonía. La ausencia de efectividad en los tiros a gol ocasionaba los reclamos de medio mundo y sostenían que no se podía depender demasiado del portero quién realizaba atajadas extraordinarias. Con la primera mitad consumida, las dudas y el estrés sacaban lo más furibundo del carácter de la gente local, tan acostumbrada al buen humor. 

-Aquí sí se molestan - notó Gwendal - ¿Ya vieron a Anton azotando un peluche?
-Pobre Zhenya, recibir esos golpecitos y aguantar es de grandes. Maizuradze puede ser agotador y enfadarte a la menor provocación. Sólo de acordarme las bromas que sufrí cuando le dí clase.
-¿Lo pusiste en su lugar, Tamara?
-Lo envié con Tarasova y santa paz.
-Ya comenzó el segundo tiempo y a ver cómo les va.

En los primeros segundos, Edwin recibió un balón y al despejar, mandó pase a los delanteros quiénes se las ingeniaron para incrustar el balón en la red. Una explosión de alegría ensordecedora aturdía a Judy que no alcanzaba a distinguir siquiera que equipo era cuál, pero no duró mucho. El empate arribó poco después y un ambiente de sepulcro inundó las tribunas, los bares y la pista. Las personas se mordían las uñas y jalaban sus cabellos. Una pasión desbordada captó el interés de Joubert que sólo miraba fútbol por inercia. Con el drama en pleno, Carlota cruzaba los dedos. 

Edwin pensaba que en cualquier momento se derretiría. Del frío en días anteriores al sol radiante que a veces le dificultaba la visión prefería lo primero. Los proyectiles no dejaban de amenazar su meta y se cansaba de adivinar de dónde provenían mientras la defensa lucía desorganizada. Un poco de aire le refrescó pero el no poder mirar el reloj para saber en qué segundo se desarrollaba el encuentro, le hizo alejarse de portería. Pese a los gritos de su entrenador y compañeros, continuó hasta retener un balón que inesperadamente tocó sus pies y sin contenerse, avanzó para conseguir un tiro de esquina. El desconcierto de los espectadores no fue menos que el asombro de ver como el guardián de los tres palos tocaba el esférico y anotaba. La niña Liukin fue la única persona en celebrar el tanto. 

-Bonheur ha perdido la razón - externó Judy desde su asiento.
-Al partido le faltan diez minutos - contestó Verner.

Olvidándose por completo de su rol, Edwin atacaba y no temía disparar para marcar de nuevo, obteniendo la recompensa. Cuando el árbitro silbó el final, nadie aplaudía.

El público salía en shock. Los jugadores no hallaban palabras para describir la situación. Una vez al interior de las duchas, el entrenador nacional fue incapaz de soltar un consejo o reprimenda. 

En el recinto de al lado, Joubert propuso:

-¿Alguien irá a comer? Acabo de invitar a Carlota por ahí.
-El montaje inicia a las cuatro - indicó Ryan Oppegard.
-Nos sobra tiempo.

Con la motocicleta, los enamorados llegaron a un restaurante de sushi en Poitiers. A su alrededor, los comensales no paraban de dar sus observaciones sobre el juego y en televisión, las repeticiones colmaban los canales. Incluso el mesero no cabía de sorpresa.

-"¿Qué rayos se creyó ese Bonheur?"- Era la duda - "Arriesgó demasiado, es un loco".

Incómoda, la niña Liukin pidió sus alimentos para llevar y suplicó a su novio regresar a la pista.

Edwin salía rumbo a su casa cuando Carlota arribó del brazo de Joubert y éste la besaba. La joven se percató y permaneció de frente, quizá esperando un saludo. El joven Bessette debía colocar su motocicleta en otra parte y le pidió a su chica aguardar. En ese instante, el ángel se aproximó a ella mientras trataba de reconocerla. Era más alta, más delgada, la piel de sus manos era más suave. 

-¿Cómo estás pequeña?
-Feliz.
-No puedes esconderlo.
-Iré a las nacionales.
-Me harán primer arquero en Juventus.
-¿Cómo va el embarazo?
-Bien, Carmen es muy sana.
-¿Ya saben si es niño o niña?
-Preferimos la novedad, cuando nazca sabremos que hacer.
-Qué bien.
-¿El muchacho es tu amigo?
-Mi novio.
-Oh, no esperaba eso.
-Lo quiero mucho.
-¿Cómo se llama?
-Joubert.
-¿Cuándo se conocieron?
-Hace diez días.
-Entonces fue un flechazo.
-Tal vez.
-Te ves bonita.

Carlota sonrió y Edwin contempló esa inocente imagen que diluía completamente la de la pequeña que lo había amado en alguna ocasión. La chica descubría ante sí a un hombre confuso, no por inseguro, sino por el lógico riesgo que conllevaba un reencuentro entre dos seres que se guardaban un aprecio infinito pero imposible y frágil.

Intuyendo que Joubert ya caminaba en dirección a ellos, Edwin sólo pudo emitir un sutil "adiós". 
Él se retiró extrañamente triste; devastado. Comenzó a desear que Carlota fuera feliz pero también que no lo hiciera a un lado, que no lo olvidara.