jueves, 29 de diciembre de 2022

Marat y Joubert (Los encuentros esperados)


Miércoles, 20 de noviembre de 2002. Helsinki, Finlandia.

Carlota Liukin se hallaba en las instalaciones de la Helsinki Ice Arena y contrario a su costumbre de andar de parlanchina, se había puesto a practicar en silencio, distante de otras competidoras que no la conocían pero la habían visto triunfando en París. Maurizio Leoncavallo en cambio, otorgaba entrevistas para la televisión finlandesa y hablaba entusiasta de sus alumnos Cecilia Törn y Jussiville Partanen, anfitriones designados del torneo. En las gradas, la joven Katrina permanecía sufriendo por el frío y trataba de comunicarse con Maragaglio sin conseguirlo, aunque Marat Safin trataba de convencerla de desistir. A diferencia del Trofeo Bompard, la prensa no abundaba y los fotógrafos presentes eran escasos, más bien pertenecientes al gremio del patinaje y no tenían interés en reportar chismes. Sólo las patinadoras más conocidas murmuraban sobre los rumores, pero el centro de su atención era Katarina Leoncavallo con el "amigo" que había conseguido en el hospital y que le "hacía olvidar que estaba enferma".

-¡Maurizio está furioso! - dijo una.
-¡Yo le oí decir que su hermana se pasa todo el día con el chico nuevo! - contestó otra.
-Pero ella presumió a su novio - declaró una más.
-¡Lo cambió por este! 
-¡No saben lo que pasó en Nueva York! ¡Katarina se besuqueó con un tipo que nadie conoce!
-¿El hermano lo sabe?
-¡Se pelearon en París por eso! Luego ella llegó a Venecia y se enfermó y como no hay lugar en el hospital, la pusieron con el chico con el que ahora se divierte.
-¿Creen que se acuesten?
-Pues dicen que Katarina se la pasa muy bien.

Carlota escuchó aquello y eligió contarle a su entrenador más tarde, dándose cuenta de que Katarina no había exagerado al acusar a sus compañeras de escupir veneno a la menor oportunidad. Algo en la atmósfera no le gustaba y continuó su entrenamiento aparte, recordando que Alisa Drei se presentaría en cualquier momento y le había dicho que le harían un homenaje a Jyri Cassavettes por el que se pedía la participación de las patinadoras del certamen.

-Terminamos en diez minutos - le avisó Maurizio Leoncavallo mientras hablaba para un noticiero local y ella optó por marcar unas piruetas lejos de las demás chicas. Como resultado, los fotógrafos se concentraron en ella hasta que una campana sonó para que abandonara la pista. Marat Safin se aproximó entonces con un abrigo y unos protectores para cuchillas.

-¡Ay, muchas gracias! Quiero estar calientita - sonrió la joven y se disponía a tomar sus cosas cuando una exclamación de "¡Carlota!" la hizo voltear hacia la parte superior del graderío. Muda y sorprendida, contempló bajar a una persona conocida que no estaba contenta y que también dirigía sus ojos hacia Marat sin amabilidad. Se trataba de Joubert Bessette.

-¿Podemos hablar ahora? - inició él.
-Te vi en París pero no me dejaron acercarme.
-Estamos aquí ¿Caminamos?

Carlota Liukin asentó con la cabeza y anunció que se cambiaría de ropa lo más rápido posible. Sin dejar de tiritar, el propio Joubert la siguió con su mirada y cruzó los brazos para adoptar una postura de enojo y labios resecos que no dejó indiferente a un Marat que callado, aguardó a que la chica no estuviera más a la vista para encargarse de lo que fuera.

-¿Eres su novio? - preguntó el joven Bessette.
-Somos amigos.
-No parecía en las fotos.
-¿Cuáles? 
-Las del periódico.
-La gente miente.
-Así que se trata de una historia de "Carlota y el tenista" ¿Las vacaciones que tomaron son un chiste?
-El señor Liukin sabe que no tenemos qué escondernos.
-¿Lo del tenis y lo de Bompard son errores míos? También los vi en el negocio de Judy Becaud.
-¿Espiaste a Carlota?
-Mi padre fue testigo de que no te le despegabas en Mónaco ¿Ella me dejó por ti?
-¿De qué estás hablando?
-Estaba en coma, me despierto y mi novia ya no era mi novia, mis amigos tampoco me visitaban y de repente tú te colocaste en el pedestal. 
-No te hemos mencionado desde hace mucho.
-Porque me olvidaron.

Marat no quiso replicar, quedándose con la mirada fija a cualquier lugar. Sabía que Joubert lo observaba cuidadosamente, incluso juzgándolo.

-¿Te presentó a Sergei Trankov?
-No lo hizo.
-¿Tienes tatuajes, Marat?
-No te importa.
-¿Te dijo que tenía novio?
-Y yo le sugerí que te abandonara.
-¿Por qué?
-¡Porque es una niña!
-¡No era tu problema!
-Mientras estabas en coma, a ella la amenazaban de secuestro, se la pasaba declarando en la comisaría, topándose con periodistas y siendo expulsada de la escuela. La decisión de mudarse no provino de ella, sino de su padre y yo me la encontré en Mónaco y la ayudé a mudarse. Ella siempre pensó en ti hasta que una mujer vino a decirle que te trasladarían a Venecia ¿Crees que iba a permitir que mi amiga se convirtiera en tu enfermera? ¡Tiene catorce años! 
-No la abandoné cuando me necesitó.
-Pero ella no podía hacer gran cosa por ti.

Maurizio Leoncavallo terminó con sus distracciones y enseguida intervino en la charla.

-¿Qué ocurre aquí y él quien es?
-Soy Joubert Bessette.
-¿El novio de Carlota?
-¿Lo soy?
-Ricardo Liukin me avisó de ti, vete.
-No.
-Te haré echar.
-¿Qué demonios pasó? 
-Las cosas cambiaron.
-Tengo que hablar con ella.
-¿De qué?
-¡De qué no entiendo! 
-¿La estás emboscando?
-Deseaba hablar con ella en París y ni siquiera volteó a verme.
-Decidimos que no pasaría.
-Estoy aquí.
-Pero no vas a ningún lado. Se acabó, adiós.
-¿Quién es usted?
-Maurizio Leoncavallo, coach y tutor de Carlota Liukin mientras se encuentre fuera de casa. He decidido que nos vamos y no nos sigas.

Maurizio caminó hacia el pasillo de vestidores para aguardar por su alumna y Marat llamó a Katrina para que los cuatro se retiraran del lugar tan rápido como fuera posible. Sin embargo, nadie contaba con que Carlota se daría cuenta de aquello y tomaría la iniciativa en el vestidor de recordar el número del celular de Joubert y llamar con la motivación lógica de una visita urgente. Este reaccionó discretamente, sentándose en una butaca y contestando como si de otra persona se tratara, nada que no sucediera antes.

-"Joubert..."
-No me muevo ¿Verdad? Sospecharán y te quitarán el teléfono.
-"Perdona, es que me están cuidando".
-Siempre dices lo mismo.
-"No es con mala intención".
-Quiero que me expliques varias cosas.
-"¡Ay lo sé! Es que no puedo hacerlo aquí, ojalá nos viéramos en un café".
-¿Irías?
-"Tendría que avisar y esperar que me den permiso".
-Dime en qué hotel te hospedas y voy.
-"Bueno... Hoy estaré en Vantaa porque Marat toma su vuelo en la noche y me quedaré allá. Mañana regreso aquí a Helsinki y estaré entrenando temprano, luego iré a comer y me prometieron llevarme a ver auroras boreales. El viernes y el sábado voy a competir, podría estar contigo el domingo si me escapo del banquete de clausura".
-No tengo tiempo.
-"Disculpa, es que no puedo antes"
-Llamaste para poner pretextos.
-"¡No, Joubert! Es que estoy ocupada".
-Siempre hablas con excusas cuando se trata de mí.
-"No es cierto".
-¿Me dejaste por Marat Safin?
-"¡No, no pasó eso!"
-No contestas mis llamadas.
-"Cambiaron mi celular".
-Supe de tus fotos en Mónaco.
-"Fui a una caridad".
-Mi padre te vio con Marat y luego me enseñó las fotos de la prensa ¿Es tu novio?
-"No sé qué te contaron pero no es cierto".
-Me dejaste en el hospital.
-"Mi papá quiso ir a Italia".
-No te despediste.
-"No me dejaron".
-Regresaste a París, pudiste hacer algo.
-"Me lo prohibieron".
-¿En serio? Hace un segundo estaba en coma y recibiendo tus visitas y cuando despierto descubro que nunca te preocupaste por llamar para estar al tanto de mí, que incluso te cambiaste de ciudad, competías de nuevo y tienes un romance con un tipo que no sé ni de dónde salió. Te vi en un torneo de tenis ¿sabes? Y cuando te quise visitar en la cafetería de la señora Becaud, estabas con el tal Marat. Luego me dijeron que salías con él y que iban a las atracciones de París sin importarles lo que la gente dijera.
-"Me vigilaban".
-Le diste una flor y lo besaste hoy.
-"Joubert..."
-Creí que contaba contigo.
-"Déjame explicarte".
-Sé la verdad.
-"Las cosas no son así".
-¿Alguna vez te hice algo? 
-"¡No!"
-Entonces habla conmigo en persona.
-"¡Me van a regañar, Joubert!"
-¿Otro pretexto?
-"No entiendes".
-Terminamos, si eso te hace feliz.
-"¡Espera!"
-Una cosa más: ¿Me cambiaste por Marat porque pensaste que no iba a despertar?
-"¡Marat y yo somos amigos!"
-¿Desde cuándo abrazas a tus amigos y los invitas a tus vacaciones?
-"Él sólo me acompañó a Venecia".
-¿Y qué hace aquí?
-"¡Tomamos un vuelo desde París y el compró su boleto para Moscú, pero se ha retrasado por nieve!"
-¿Lo amas?
-"¿Qué dices?"
-Amas a Marat.
-"Ay, Joubert, él y yo no tenemos una relación".
-¿Por qué le entregaste tu dije?
-"¿Qué?"
-Marat trae tu dije.
-"Se lo regalé, es que..."
-¿Lo quieres?
-"Voy a explicarte..."
-Está claro y lo entiendo. Buena suerte.
-"¡No, Joubert, es que...!"
-Adiós.
-"¡Oye, no te vayas!".
-No volveré a molestarte, vete con tu novio.

Joubert terminó la llamada y resolvió retirarse enseguida, sin evitar contemplar a Marat Safin como si hubiera perdido un duelo y con notorio cansancio por escuchar palabras en las que no creía más. Los pasos de Carlota Liukin se percibían con prisa y ella alcanzó a ver cómo el joven Bessette abandonaba el lugar con frustración y desilusión.

-¿Qué hiciste, Carlota? - curioseó Maurizio Leoncavallo con severidad.
-¡Joubert no quiso que le explicara!
-¿Tú lo llamaste?
-Es que no me ibas a dar permiso de verlo.
-¡Dame tu celular ahora!
-Toma.
-¿Qué tienes en la cabeza?
-Quería que Joubert supiera que no fue mi intención.
-Empeoraste todo ¿cierto?
-Sí.
-Te pedimos que no estuvieras en contacto con él.
-Marat, discúlpame.

Maurizio se desconcertó por aquella acción y observó a Marat Safin cuando la chica Liukin lo abrazó afectuosamente.

-Joubert y yo rompimos ¡Pero no debía ser así!
-Nadie tuvo la culpa.
-Pero me enamoré de ti cuando él estaba grave en el hospital, Marat.

Carlota empezó a llorar y el joven Safin le tocó el cabello para consolarla, tranquilizándola un poco.

-Yo no conozco la situación pero tu padre no iba a permitir que te quedaras de cuidadora de alguien a quien no le serías de ayuda, Carlota - intervino Maurizio Leoncavallo. El grupo le prestó atención.

-Lo que sé que Joubert hizo por ti en una situación similar fue lindo, pero tú no estabas en la misma posición, tú te encontrabas en peligro y Ricardo Liukin tomó la decisión correcta. Tal vez sientas que traicionaste a alguien que estuvo antes para ti, pero tú no podías quedarte por razones muy fuertes. Si en el camino conociste a Marat y ahora sientes algo por él, es porque cambiaste y avanzaste. Ni Joubert ni tú son responsables de eso, ustedes crecieron, sólo que tú has podido vivirlo y él tendrá que asumirlo.
-Me siento mal.
-Pero pasará.

Maurizio enjugó las lágrimas de Carlota y tomándola de las manos, se dirigieron a la puerta. Marat iba al lado de ella, llevando su mochila y su maleta y Katrina, que se quedaba callada porque temía ser impertinente, atinaba a colocar un gorro en la chica y ponerse guantes para resistir el frío.

Afuera no dejaba de nevar y Joubert y Marat se atisbaron brevemente antes de que el primero abordara un vehículo, sin confrontación. 

viernes, 23 de diciembre de 2022

El cuento de Navidad (Serie navideña "Los encuentros esperados")


Miércoles, 20 de noviembre de 2002.

-Estoy muy cansada - declaró Marine Lorraine luego de llorar un largo rato sin poderse contener. A su lado, Courtney Diallo procuraba mantenerse lo más calmada posible y recordaba que aún faltaba un día entero para volver a casa.

-Terminé haciendo el ridículo y con el mundo al revés - continuó Marine.
-Quisiera tener alguna idea.
-Invité a Maragaglio a la boda.
-¿Por qué lo hiciste?
-Me estoy despidiendo de él.
-¿Nunca te han dicho que eso no se hace?
-Mi padre también lo quiere ver así que no puedo negarme.
-Le ocasionaste problemas con el sobre que le mandaste a su esposa, no tiene sentido que te trate bien.
-Pero es así.
-Debes acudir a terapia, Marine.
-Hay algo que quiero aclarar contigo, Courtney.
-¿Es por el mismo idiota?
-¿Nunca me viste en Senegal?
-Jamás, el tipo te tenía bien escondida.
-¿Te acostaste con él?
-Nunca quise. 
-¿Te lo pedía siempre?
-Suplicó, prometió, se apareció en mi casa y no obtuvo otra cosa que no fueran cachetadas.
-¿Te habló de mí?
-Es curioso pero eso pasó.
-¿Y qué dijo?
-No lo recuerdo, él estaba borracho y lo dejé solo ¿Tú me reconoces de antes?
-No te lo mencioné en el concurso porque trataba de evitarme peleas.
-Maragaglio me da igual, no iba a deshacerte el peinado por él.
-Creo que es la primera vez que me arrepiento de haber sido su amante.

Marine suspiró.

-Nunca le conté a Kleofina que también la conozco de hace tiempo.
-¿Perdona?
-Maragaglio me engañó con ella, tuvieron sexo.
-¿Sientes rencor?
-Ni un poco.
-Ese hombre te lastimó.
-Acepté sus reglas.
-¿Y ahora?
-Courtney ¿Seguirías siendo mi amiga cuando pase la boda?
-¿Qué pregunta es esa?
-Es que nunca he podido hablar con una chica sin miedo de que me traicione.
-Cuenta conmigo.
-¡Estoy muy confundida!

Courtney Diallo no añadió palabras, comenzando a creer que era un error no exigir el lugar junto a la ventana del avión y que no entendía por qué, en lugar de ir directamente a Sudáfrica, accedió a ir a Reunión con tal de no pasar más de una hora en Hammersmith y tomar el tren a Tell no Tales.

-Yo opino que deberíamos dormir - señaló Madice Hubbell con el talante tedioso.
-¿Qué ganamos con eso? - contestó Marine.
-Estar tranquilas para empezar.
-No me funciona.
-Piensa en tu comida favorita o quédate en blanco.
-¿Descansaré si lo hago?.
-Es infalible.
-Dame una almohada.

Marine Lorraine se animó a seguir el consejo y no hubo manera de abrirle los ojos después, así que Courtney Diallo pudo dedicarse a leer un poco y estirar las piernas, concluyendo nuevamente que ese viaje a París la había hecho perder el tiempo y tal vez gastar un dinero que requeriría en el futuro. Al menos le quedaba la tranquilidad de saber que la trama Liukin estaba concluida de alguna forma y que no tenía un compromiso relacionado a final de cuentas, ni siquiera tratándose de Kleofina y una de sus aventuras contribuyendo al lío. Impedir que Maragaglio conociera a su familia entera hubiera sido egoísta.

Algo que resultaba curioso era que Marine Lorraine aún consultaba revistas de vestidos de novia y sobre su regazo y en su mesita de apoyo había una gran cantidad de las mismas, incluidas las que acababa de adquirir en el aeropuerto de París. En una de las ediciones, la joven había colocado la foto con el vestido elegido durante su prueba en la cafetería "La Belle Époque" y se notaba que estaba considerando encontrar alguno parecido apenas llegara a Tell no Tales. Detrás de la imagen, un recado de Maragaglio anunciaba que se encontrarían en la boda y que no dudara en llamarlo si necesitaba cualquier cosa.

-Esta mujer es un caso perdido - comentó Courtney, mostrando el mensaje a Madice Hubbell inmediatamente.

-Ay, no lo sé ¿Y si él detiene la boda?
-Sería la cereza del pastel.
-¿Crees que la quiera?
-Obviamente no, Madice ¿Cómo le recordamos que el tipo está jugando con ella?
-Díselo tal cual.
-Se lo diremos.
-¿Se habrá obsesionado?
-Marine se está quedando en el pasado.
-Sé que vinimos porque creímos que le estaban arruinando la vida a los Liukin pero todo fue por nada.
-Ni tan nada porque igual veremos a Maragaglio y debemos ayudar a nuestra amiga.
-¿Resultará?
-No.
-Qué horror.
-Madice, por favor prepara un montón de pañuelos.
-Propongo una noche de helado y pijamada en mi casa.
-Llevaré el pollo frito.

Ambas mujeres asentaron con la cabeza y Courtney cubrió a Marine con una manta.

Detrás de ellas, Albert Damon y Goran Liukin Jr. parecían distraídos con una conversación igual. Ambos se hallaban preocupados por Marine y Maragaglio, aunque fuera en plan vigilante y el asunto del reencuentro alertaba a Albert en particular.

-Tu hija dejó claro que se quiere casar - reiteraba Goran Jr. a cada instante.
-Maragaglio la ha puesto mal, le han surgido dudas a Marine y no estoy muy contento.
-¿Por qué no confías, Albert? Es una buena chica.
-Está confundida y antes de la boda no es buena señal.
-Son los nervios.
-Tu hijo le ha dicho un montón de barbaridades con el pretexto de regalarle un vestido de novia que no necesita.
-No conozco a Maragaglio, pero ella es lista y ha de saber que es normal que se aparezcan fantasmas antes del matrimonio.
-Crié a mi hija para que siempre estuviera segura de sus decisiones y no creyera en palabras de amor.
-Eso no depende de ti.
-La he visto con Laurent por dos años, se llevan bien, conviven con ternura y él es un caballero ¿Qué la haría pensar diferente?
-¿Ternura, dijiste? 
-Sé que él ama a mi hija.
-¿Y ella a él?
-Me ha dicho que sí.
-Entonces no te inquietes.
-Como si no supiera que Maragaglio fue capaz de enamorarla.
-¿Por qué no aclaras las cosas con Marine?
-Porque quizás no estoy preparado para dejarla ir. 
-¿Sigues viéndola como una niña?
-Marine es especial, es ingenua y soñadora.
-La subestimas, Albert.
-La sordera la apartó siempre, era muy tímida y aunque no lo admite, sé que engañarla no es difícil. La han lastimado antes, Goran. 
-Tu hija sabe qué hacer.
-Maragaglio le rompió el corazón una vez.
-Marine ya es una mujer, confía en ella.

Goran Jr. bebió un poco de té y maldijo por no poder fumar libremente.

-Vamos a tener días muy ocupados, los vecinos darán una fiesta para celebrar el compromiso de mi hija y también organicé una para la familia de mi yerno. Mi esposa se está encargando de una celebración en casa y los del concurso ese de Miss Corse quieren honrar a Marine con otro evento grande. Vamos a llegar a la iglesia sin ganas de festejar.
-Todo saldrá bien, Albert; deja que las cosas pasen.
-Aun no creo lo que está ocurriendo. Sentí menos preocupación por mis hijas mayores, incluso tengo dos nietos, pero con mi cuarta niña no puedo evitar estar apremiado.
-¿No lo esperabas? 
-Pensé que se quedaría soltera.
-Sorpresa, sorpresa.
-Goran, no quiero que tu hijo hiera a mi bebé.
-No lo hará.
-¿Aún juras que no la tocó?
-Hemos fingido hasta hoy ¿Continuamos?
-Le pondré una pañoleta roja al llegar a Hammersmith.
-Marine no merece que le hagas eso.
-Pero no puedo permitir que en el barrio sepan que existe un pasado. 
-Debí detener a Maragaglio en cuanto conoció a Marine. Lo siento, Albert.
-La boda es la próxima semana.
-Habla con ella, todavía hay tiempo.

Albert Damon se levantó inmediatamente y cortésmente le pidió a Courtney Diallo y Madice Hubbell que cambiaran de asiento. Él se topó con la linda imagen de su hija dormida, soñando algo bonito o tal vez recordando algo mejor. Percatándose de que ella se había quitado sus aparatos auditivos, el señor Damon no se abstuvo de cantarle para arrullarla, sin importar que fuera inútil. En sus manos de padre, portaba la pañoleta roja que siempre distinguía a las mujeres del barrio Corse y que Marine había lucido desde el nacimiento ¿Qué sentido existía en llevarla consigo si no tenía caso? Albert se resistía a creer que su hija había profundizado su relación con Maurizio Maragaglio años atrás. Y se dio cuenta de que le colocaría otra vez esa tela en el atuendo para ocultar el secreto, para no avergonzarla ni reclamarle. Abrazándola como cuando era niña, Albert Damon comprendió que la boda no era una decisión suya, así que debía seguir su curso, pero no le impedía tomarse el tiempo de estar a solas con Marine para expresarle que conocía la verdad y aquello lo había hecho amarla más. 

viernes, 16 de diciembre de 2022

Las pestes también se van (Margaglio vuelve a casa)


Venecia, Italia. Miércoles, 20 de noviembre de 2002.

Un agente de la Polizia recogió a Maragaglio en la estación de tren de Mestre pasadas las dos de la tarde, con el encargo urgente de llevarlo al encuentro con sus hijos. Desde el tren rápido en Milán, el primero había sido informado de la obligatoriedad del uso de cubrebocas y portaba uno que comenzaba a rozar su nariz.

-¿Debo pasar por cuarentena? - preguntó Maragaglio sin mirar más que el frente, seguro de que la lancha policial era incómoda. La marea subiría en cualquier instante y la prisa de ambas partes era evidente.

-Nos dijeron que usted se vacunó el mes pasado.
-Supe que casi todos en Intelligenza enfermaron.
-Director...
-Maragaglio de preferencia ¿Desde cuándo la formalidad? 
-Me disculpo.
-Aceptado.
-Por aquí, por favor.

Ambos abordaron sin más protocolos y una corriente de aire frío se hizo sentir, provocando que el policía y un colega que fungía como conductor tiritaran inmediatamente y se sirvieran unos pequeños vasos de café.

-Los turistas no pueden entrar y la navegación se cerró ayer. Sólo hemos recibido personal médico e insumos - se dijo al retomarse la conversación. Maragaglio optó por saciar la curiosidad al emprender finalmente marcha.

-¿Cómo empezó?
-El viernes pasado nos reportaron que estaba llegando mucha gente al hospital de San Polo y en la madrugada se llenaron todos los demás. 
-¿De repente?
-En las primeras horas se enfermaron los americanos así que temíamos estar bajo ataque.
-Tenían que ser ellos ¿Verdad?
-Estuvimos llevando gente de Lido y Murano antes de que nos pusieran a patrullar otra vez. La laguna y las islas están cerradas porque les llegó el contagio.
-¿Qué tan grave es?
-Se han muerto doscientos.
-¿Qué?
-Es más fácil encontrar a un enfermo que a un sano.
-¿Saben algo de Giampiero Boccherini?
-Está bien pero lo enviaron a casa.
-Me alegro.
-Casi no hay vaporetti ni góndolas porque la mayoría de los trabajadores están hospitalizados.
-Mis hijos se quedaron con su tía, mi esposa no se siente bien.
-Dicen que la Katarina está grave.
-Algo supe.
-Se ennovió con el gondolier ¿No? 
-Qué gondolero ni qué gondolero, qué tontería.
-Los juntaron en el hospital.

Maragaglio quiso seguir negando lo evidente, pero evitó que el chisme creciera preguntando si alguien en Intelligenza Italiana conservaba la salud para trabajar. Así supo que Alondra Alonso se hallaba coordinando la división desde su hogar y de hecho, aún continuaba averiguando si la ciudad había sufrido un ataque biológico.

-Entonces notifíquenle que volví y que estaré con mi familia - pronunció el hombre como si le diera igual y pasó el resto del trayecto en calma, tratando de imaginar qué encontraría en las calles y si la influenza era tan letal como afirmaban. Estaba por llover y nublarse de nuevo, como si se anunciara una inundación impostergable. El sol seguiría apareciendo pero su calor no consolaría a nadie y poco a poco, el invierno azotaría a sus anchas.

-Iremos directo al barrio de San Polo ¿Creen que encuentre alguna tienda? - preguntó Maragaglio sintiéndose torpe. 
-El mercado sigue abierto, pero es mejor llamar y encargar comida - recibió por respuesta y atendió la recomendación. Le urgía llegar a un sitio caliente y se moría por comer algo decente.

Transcurrió media hora para que la lancha atracara en una calle colorida y el primero en darse cuenta del regreso de Maragaglio a Venecia fue Edward Hazlewood, quien se hallaba en su azotea tratando de colocar un telescopio para distraerse por la noche. Así fue que ambos se miraron con tensión, pero sin enfrentarse. Al tocar Maragaglio la puerta de la familia Berton, cada cual siguió con sus propios asuntos.

-¡Maragaglio! - exclamó Anna Berton al abrir y enseguida, los hijos de aquel se abalanzaron sobre su padre como bienvenida. El viejo señor Berton no ocultó su sorpresa y enseguida hizo una seña para permitirle el paso a su yerno. El disgusto era tal, que el propio Maragaglio sólo pudo murmurar la palabra "suegro" y darse cuenta de que si volvía a hablarle, iniciaría una discusión.

-Ven acá ¿Dormirás con tus hijos? No te voy a dejar estorbando en la sala - intervino Anna muriéndose por gritar con furia y ella misma arrastró las maletas de su cuñado hasta arrojarlas en una habitación pequeña con una cama. El otro no supo contener una gran carcajada, delatando que en el fondo nunca le había importado lo que ella pensara.

-Comeremos apenas, estoy atrasada por la limpieza - anunció la mujer.
-¿Qué preparaste?
-Pasta con salsa de tomate.
-¿Con eso has alimentado a mis hijos?
-No sé cocinar otra cosa.
-¿El señor Berton no prepara algo?
-No lo dejo desde que el doctor le sugirió que cuide sus ojos del calor.
-Yo inventaré algo.
-¿Nos vas a envenenar?
-Pedí que trajeran cosas de Rialto.
-¿Qué harás?
-Si quieres me ocupo de la cocina mientras me quedo.
-Maragaglio, tú no estás aquí porque querramos.
-Pero no pueden sacarme.

Él recordó que aún portaba su cubrebocas y lo retiró, dejando más patente su deliberada burla de Anna ante cada cosa que expresara o gesto que se marcara en su tiburonesca cara. 

-¡Niños! ¿Alguien quiere hacer empanadas de dinosaurio conmigo? - gritó Maragaglio y enseguida, sus hijos y sobrinos se aproximaron contentos. Su tío iba a complacerlos con cualquier figura que le pidieran y prometía conseguir el permiso para tener una sesión de videojuegos más tarde.

-Anna ¿Y mi bebé? - preguntó él.
-Con su abuelo, durmiendo.
-Muy bien.
-¿Vas a preguntar por mi hermana?
-Iré al hospital después de comer. Gracias por ayudarla.
-Cállate.

Anna se limitó a observar a Maragaglio buscando ingredientes en la cocina y tranquilizando a sus hijos y sobrinos con algunos regalos finlandeses. Poco después llamaron a la puerta y él mismo se hizo cargo de atender a un vendedor y acomodar la despensa. 

-Este spaghetti sabe horrible - expresó él luego de curiosear con una cacerola vieja.
-¿Vas a tirarlo?
-Claro que no, Anna.
-¿Qué estás haciendo?
-Trataré de arreglarlo para la cena.
-¿En serio preparas empanadas?
-Los niños merecen comer de verdad.

La mujer quiso ser vigilante y se situó junto a la entrada de la cocina, esperando la oportunidad de formular preguntas aunque Maragaglio lo intuyera de inmediato, sin interesar si él estaba dispuesto a dar una versión de los hechos increíble o hacer gala del ser despreciable de siempre. Lo admirable era que los infantes presentes hicieran caso a cada palabra de su tío, como si de una lección sobre educarlos se tratara. 

-Bueno, si me ayudan a revolver la carne, les enseñaré a hacer T Rex con la masa - añadió él y todos le decían que odiaban las verduras que iba agregando a la receta. Anna ponía cara de pocos amigos e incluso demostraba su envidia por ser bastante ineficaz para resolver situaciones cotidianas. Transcurrió un largo rato.

En la casa de los Berton era raro que no hubiera ruido y Maragaglio parecía contagiado de aquella dinámica al hacer reír hasta las lágrimas a sus sobrinos imitando a los payasos del circo por televisión. El alboroto atrajo de nuevo la atención de Edward Hazlewood, mismo que apenas acababa de recibir noticias sobre su hijo Marco y no se sentía bien con eso. A su lado, el joven Fabrizio comenzaba a curiosear igualmente, aunque se encontrara alarmado y no se dispusiera a fingir cabeza fría.

-¿Cuándo le van a decir a Marco que está más enfermo que antes? - preguntó el chico.
-Mañana, cuando lleguen los doctores de Verona.
-¿Crees que deje las góndolas?
-Lo obligaré.
-Papá, ¿puedes hacerlo?
-No volverás a fumar en mi casa y menos delante de tu hermano ¿Al fin entiendes?
-Sí.
-Fabrizio, no me hagas repetírtelo y suplicártelo como siempre.
-¿Qué te dijo el doctor Pelletier?
-Marco necesitará pastillas y un estudio adicional.
-A mi hermano no le gusta que te enteres de esas cosas.
-Pero necesito saber qué hacer.

Luego de un silencio breve, pasar saliva y volver a asomarse hacia la casa de los vecinos, sucedió algo singular: La voz cantante de Maragaglio era agradable y el profesor Hazlewood se preguntaba cómo era posible que alguien capaz de tanta belleza fuera prácticamente su enemigo personal. O eso creía después del único momento de valor que recordaba de sí mismo, exigiendo por única vez a una persona que se alejara de sus hijos. Al mismo tiempo, otras familias abrían sus ventanas para deleitarse y las vecinas suspiraban de sólo identificar al dueño de esas melodías cálidas. Maurizio Leoncavallo "Maragaglio", había embriagado a Venecia de amor nuevamente.

-¿Crees que nos moleste, papá? - preguntó Fabrizio.
-No es capaz.
-¿Marco sabe pelear?
-No pude alejarlo de ella.
-¿De Katarina?
-Los Hazlewood no atraemos chicas bonitas sin meternos en problemas. Tu madre tiene un hermano que hasta la fecha desea estrellarme contra el pavimento.
-¡Eres una gallina, papá!
-Las gallinas son valientes, yo no tanto.
-Ayudaste a Marco a escaparse de la corona británica.
-Para que terminara de novio de una chica con parientes en un servicio de inteligencia.
-Pero lograste que no lo investigaran.
-Maragaglio está informado.
-No es cierto.
-Siempre hemos estado en sus manos.
-¿Qué hizo Marco?
-Nada grave.
-Papá, tienes que explicarme.
-No tengo por qué.
-¿Y si un día Maragaglio me detiene?
-Qué alegría será no saber ¿verdad?

El señor Hazlewood comenzó a morderse las uñas, apenas pensando algo vago, como que sus vecinos no eran confiables o exageraba porque se sentía inhibido. Después de ordenarle a Fabrizio volver al interior para ocuparse de vigilar el teléfono, el hombre se quedó mirando la casa de los Berton, acertando en descubrir a Maragaglio observándolo igualmente, aunque sin el talante engreído, como si dijera "ya ve, estoy con mis hijos".

-¿En qué tanto te fijas, Marabobo? - gritó Anna Berton y ella también se dio cuenta sobre la presencia de Edward Hazlewood, que permanecía un tanto pasmado e inclinaba su cabeza en saludo. Ella abrió su ventana enseguida.

-¡Señor Hazlewood! ¿Cómo está Marco? - saludó. Maragaglio se intrigó enseguida y el otro no podía salir corriendo mientras su enfermiza timidez le impedía desmayarse.

-Mi hijo está bien - respondió el vecino en voz alta, pero temblorosa.
-¿Qué le han dicho?
-Le harán más estudios, señora Berton.
-¿Por qué?
-De rutina, los de siempre.
-Muy bien, me lo saluda si es posible y que se recupere pronto.
-Claro, gracias.

Maragaglio sonrió hacia Hazlewood y este último optó por fijarse en otra cosa, sin poder disimular los nervios al tirar sus macetas.

-Ese pobre hombre es tan torpe - comentó Anna sin exaltación y resolviendo ayudar a su cuñado lavando trastes. Al fin las voces se moderaban y ningún comentario adicional saldría de las paredes de la cocina de los Berton.

-Tengo entendido que es muy inteligente.
-Torpe pero inteligente, no creo que no lo sepas Maragaglio.
-¿Es profesor, no?
-¿Te burlas de él?
-¿Tú qué crees?
-Meh, yo quisiera que mis hijos tuvieran la paciencia de Marco y Fabrizio.
-No puedo creer que ese hombre tenga dos hijos.
-Tiene tres, es sólo que su hija vive en Inglaterra.
-¿Dos varones y una niña? Como Ricardo Liukin.
-El señor Hazlewood es divorciado.
-Era más creíble decir que era viudo.
-¿No sabes nada de Edward Hazlewood?
-No soy curioso.
-Eres una víbora.

Anna odiaba encontrar gracioso a su cuñado y le fastidiaba estar segura de que oía mentiras.

-De seguro al señor Hazlewood le comentan sobre Katarina y lo felicitan por tenerla de nuera.
-No vas a sacarme de quicio, Anna.
-Era un simple comentario.
-Hazlewood tiene suficiente con su hijo enfermo y con el otro vago.
-Supe que has ido a verlos con sus bandas.
-A veces tomo cerveza.
-¿Te aprendiste las canciones?
-Son buenos músicos.
-Qué hipócrita eres.
-¿Hay algo que intentes decirme, mujer?
-El señor Hazlewood tiene temor de ti.
-No hay novedad.
-¿Por qué Katarina tiene prohibido estar con Marco? 
-No es así.
-Hasta tú la vigilas y sé que explotaste cuando la juntaron con él.
-El chico no es malo.
-¿Entonces?
-Katy se merece algo mejor.
-¿Como Miguel Liukin?
-Tampoco. Ella puede conocer a alguien más importante.
-Ah, es por estatus.
-¿Maurizio ha venido a hacer escándalos aquí?
-A cada rato.
-Susanna lo comentó alguna vez y no hice caso.
-Tú también has intimidado a mis vecinos.
-Katarina toma los cursos del profesor Hazlewood y yo paso a checar como está. Si él se asusta no es mi problema.
 -Lo amenazaste.
-Parecía un cobarde.
-Oh, espera ¿Lo respetas, Maragaglio?
-Es un buen tipo.
-¡Yo que te creía incapaz de algo así! Das asco ¿sabes?
-Y miedo.
-Hoy estás de payaso.
-Amén.
-¿Así tratas a mi hermana?
No.

Maragaglio recuperó la seriedad y comprendió que Anna Berton dudaba en conversar sobre Susanna. Katarina era el pretexto para hacerlo, pero la mujer no tenía el talento para introducir el tema. Ambos hicieron que sus respectivos hijos regresaran a la sala e incluso adelantaran su horario de videojuegos. Una vez solos, los adultos reanudaron su charla.

-Cuando Susanna se recupere, iré a Tell no Tales ¿Podrías ayudarla con los niños?
-¿Qué? ¿Te vas a largar de paseo?
-Recibí órdenes en Helsinki.
-¿De qué?... ¿Es por tu amante?
-¿Quién?
-Sé que te acuestas con otra mujer, "cariño".
-Ah, pensé que te referías a alguien conocida.
-¿Lo de tu nueva aventura es verdad? 
-Se llama Katrina.
-¡Maldito infeliz! 
-¿Quieres que te mienta? 
-¿Qué ganas? ¿Por qué le haces esto a Susanna justo ahora?
-No sé, tú explícame.
-¡Desgraciado animal!
-Es lo más lindo que me has dicho.
-¡Cínico sinvergüenza!
-Y eso lo más decente.
-¡Te estás burlando, hijo de...! ¿Por qué no dejas a mi hermana y te vas de cama en cama como te gusta? ¡Haz hecho suficiente daño!
-Anna, tú y yo no somos los más indicados para reprocharnos nuestras dobles vidas, te recuerdo que tu hijo mayor es de Giampiero Boccherini. Un consejo: Nunca te enredes con el mejor amigo de tu cuñado.
-¡Por favor!
-Tu esposo no sabe, mi suegro menos y en lo que a mí respecta, tú te callas y yo me callo.

Anna Berton quiso arrojarle un plato a la cabeza, reprimiéndose apenas.

-¿Dónde conociste a la tal Katrina?
-En París, en la calle.
-¿Haciendo qué?
-Mi trabajo.
-Nunca voy a entenderte, Marabobo.
-Si fuera por ti, yo cometería el error de separarme de Susanna.
-Nos lastimas.
-Tengo que asistir a la boda de Marine Lorraine y si te tranquiliza, iré solo.
-Contéstame ¿Dormías con la becaria?
-No.
-Haré que te creo... ¿Esa tal Katrina va a ser un problema?
-No cambiaré a Susanna por otra mujer.
-¿Por qué le haces esto a mi hermana?
-Katrina será mi última conquista.
-¿Cómo vas a "cambiar"?
-Estar de aventurero sale caro.
-¿Hiciste cuentas?
-Hay que cuidar las finanzas.
-Susanna nunca te ha engañado.
-Ella es mi hogar.
-O más bien te estás volviendo viejo.
-Las mujeres me gustan mucho, Anna.
-Cínico maldito.
-Jajajaja, en serio me caes bien.
-Era tan fácil que te fueras cuando te conocimos.
-Pero ella me ama.
-No la mereces.
-No puedo seguir durmiendo con cualquier chica.
-Siempre intenté prevenir a mi hermana sobre ti.
-No lo harás más.
-No puedo esconderle lo de la tal Katrina.
-Anna, estoy confiando en ti.
-¿Es un chantaje?
-Susanna me pidió pasar más tiempo en casa.
-¿Aceptaste?
-Me nombraron "Direttore d'intelligenza Lombardia e Piemonte" para el próximo año así que volveremos a Milán.
-¿Ella sabe?
-Será una sorpresa.
-Obviamente estarán solos.
-No voy a permitir que intervengas en nuestro matrimonio y dudo que convenzas a tu hermana de no acompañarme.
-Entonces nos conformaremos con llamadas de vez en cuando.
-Los visitaremos.
-¿Tu amante va a vivir cerca de ustedes?
-Katrina se quedará en París.
-¿Cada cuánto irás a verla?
-No lo sé, supongo que un fin de semana al mes.
-Tú me das náuseas.
-Perdóname por ser adicto a las mujeres.
-Nunca voy a hacerlo.
-Intentas ahuyentarme todavía.
-Susanna estará mejor sin ti.
-Pero no estaré bien sin ella.

Maragaglio echó un vistazo al horno y Anna resolvió servir un par de copas de vino.

-Podremos comer en un momento - avisó él.
-¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
-Hasta que Susanna se recupere.
-Hablé con ella antes de la cuarentena.
-¿Te mencionó lo del sobre que le envió Marine?
-¿Cómo sabes de eso?
-Trabajo en Intelligenza.
-¿Tiene que ver con el viaje que harás?
-En parte ¿Cómo tomó Susanna las cosas?
-Ambas pensamos que te enfadarías.
-¿Es cierto que le dijo "zorra" a Marine?
-¿Te estás riendo?
-Tú también, Anna. 
-Bueno, es que mi hermana no acostumbra insultar.
-Me alegra que lo hiciera.
-Maragaglio, espero que estés siendo franco. A mí no me escondes tus canalladas, pero tengo la certeza de que te metiste con tu becaria y algún motivo tendrás para negarlo. Ojalá no sea algo grande porque de otra forma tendría que delatarte.
-Solo soy sincero contigo y con Giampiero. Entre Marine y yo hubo camaradería, amistad, era una secretaria eficiente y una buena chica que siempre está en su casa con su familia. Yo no me atrevería a ser un miserable lujurioso con alguien que siempre me trató bien.
-La acusaste de acoso con Susanna.
-Porque se estaba obsesionando conmigo.
-¿El ego no te precede?
-La despedí porque no quería que la situación se complicara y creo que funcionó.
-¿Por qué irás a su boda? 
-Por una misión.
-¿Se puede saber cuál es? 
-Unos diamantes.
-Ah, sigues con eso.
-Juro que me portaré bien, no le haré daño a Susanna, no voy a serle infiel.
-¿No invitaste a Katrina?
-No se me ocurrió.
-Qué desgraciado eres.
-Es en serio, esta vez voy en solitario.

Maragaglio dio un sorbo al vino y regresó a la ventana, a contemplar a un inseguro Edward Hazlewood que intentaba esquivarlo con cualquier cosa, hasta adelantando su nueva rutina de dedicarse a la pintura.

-¡Papá! ¿Sigues con el cuadro para Katarina? - gritó Fabrizio Antonioni mientras subía al techo con una bandeja. El chico había olvidado que un Leoncavallo estaba cerca.

-Quiero terminar... Terminarlo pronto, es que los detalles me cuestan trabajo.
-Yo digo que está bien.
-Katarina es observadora, notaría que lo estoy haciendo mal.
-No creo, esas flores se ven lindas.
-Marco le va a interesar más, tienes razón.
-No has comido.
-No reparé en eso.
-Te traje una chaqueta.
-Gracias.
-¿Maragaglio te está vigilando?
-Tardaste en prestar atención.
-No disimula.
-Déjalo ya, no podemos remediarlo.
-Puse el teléfono cerca para que no tengas que bajar a la sala.
-Gracias.
-Te quiero, papá.

Hazlewood estrechó a su hijo y le alborotó los rizos antes de acceder a descansar y compartir una comida sencilla y caliente que le tranquilizaba un poco. En cambio, Maragaglio desde su lugar se cuestionaba si dejar a Katarina rodeada de tales nerds era lo más sano y pensó mucho en aquel momento en París, donde teniendo la oportunidad de sucumbir a sus deseos de romance y dejar todo atrás por ella, se había apartado del camino para no estorbar.

-¡Cuiden bien de Katy! - pidió en voz alta y Edward Hazlewood, desconcertado por la petición, sufrió la desgracia de arrojarse sopa de tomate a la ropa, provocando la sonora carcajada de su hijo y la expresión de pena ajena con levantamiento de ceja incluida de un Maragaglio que atinaba a juzgar a los vecinos como un desastre crónico con el que Katarina estaba decidiendo lidiar.