lunes, 18 de noviembre de 2019

Katarina no es la misma

Kaetlyn Osmond y Trennt Michaud/ Foto cortesía de tumblr.

Venecia, Italia. Viernes, 15 de noviembre de 2002. 12:00 p.m.

En la estación de Santa Lucía había cierta expectativa cuando el tren rápido desde Mónaco hacía su aparición y la razón principal era la baja afluencia de turistas. Katarina Leoncavallo lo constató ese viernes, cuando al descender encontró a Miguel Ángel Louvier en el andén sin tener que atravesar un mar de rostros. Él la recibía con los abrazos abiertos.

-Te extrañé, Katy - dijo el chico en su oído.
-Yo también pensé en ti.
-¿Estás llorando?
-No o sí, sólo quería regresar.
-¿La pasaste mal en París?
-Es un lugar muy hermoso.
-¿Qué pasó en Mónaco ayer?
-Me divertí porque fui a la playa que me recomendaste.
-¿Te gustó?
-¿Me ves diferente, Miguel?
-No.
-Me corté el cabello.
-¿Tú...? Ay, lo siento.
-Lo hice en Nueva York.
-Me gusta.
-¿De verdad?
-Katy, eres preciosa.

Miguel no se contuvo un segundo más y besó los labios de Katarina, misma que le correspondió sin dejar sus lágrimas cesar.

-¿Qué tienes?
-Nada, es sólo que me emociono por todo.
-Te vi en Skate America y me puse feliz por tu medalla, Katy.
-Gracias, creí que no la ganaría.
-Eres un cisne muy bello.

Ella pensó que su novio estaba siendo amable y tal vez le preguntaría más tarde sobre lo que había pasado al otro lado del mundo. Estando a punto de intentar sonreír, la joven supo que no estaban solos.

-¿Trajiste a tu papá, Miguel?
-Oh, yo le pedí venir. Es que tengo que volver al trabajo, sólo me dieron permiso de venir a recibirte.
-¿Tienes que ir con los buzos ahora?
-Perdona, Katarina.
-No te preocupes, Miguel.
-Papá te llevará a casa.
-¿De verdad?... Buenas tardes, señor Liukin.

Ricardo Liukin se hallaba frente a ellos, con su camisa de mangas hasta el codo, como si hubiera pasado la mañana cocinando.

-Buenas tardes, señorita Leoncavallo. Felicitaciones por su medalla en Skate America.
-Se lo agradezco.
-Miguel pasó algunas noches en vela para poder apoyarla. Sus compañeros no dejan de molestarlo por eso.
-Lo siento tanto.
-No se preocupe. Mi hijo sabe que están celosos.

Katarina sonrió ante tal broma y Ricardo se sorprendió de que entendiera la mala ironía. Miguel en cambio, estaba satisfecho de que al fin hubiera cierto agrado mutuo luego de casi dos semanas de escuchar a su familia calificar a su novia como "bruja" y "araña" cada que preguntaba si había recibido algún recado desde Nueva York.

-Mis compañeros me esperan en Castello. Perdón si me voy a prisa - agregó el chico, besando a Katarina.

-¿No te molesta, papá?
-Ve tranquilo, Miguel.
-Muchas gracias.

Ricardo vio al feliz muchacho alejarse, volteando por su bella novia en el andén lo más que se pudiera hasta llegar al corredor y acelerar su paso para llegar al trabajo. Los buzos de Venecia revisaban los puentes para darles mantenimiento y como buen aprendiz, Miguel tenía que tomar notas, ayudar a sacar desperdicios y levantar señales azules o rojas para indicarle a los conductores de vaporetti, lanchas y acqua taxis si su paso era seguro, debían disminuir la velocidad o alejarse.

-Miguel ha estado cubriendo doble turno. Parece que le asignarán a un equipo pronto - señaló Ricardo.
-Me contó que le faltan unos meses de entrenamiento básico - contestó Katarina.
-No lo sé. Un día lo mandan a Castello y al otro en Giudecca y mañana quien sabe pero le han dicho que tal vez se quede con el grupo de Dorsoduro porque al líder del sector le cae bien.

Ella sonrió apenas y él tomó su maleta para tener la cortesía de ayudarla.

-Iremos a la Calle del Pignater, ¿cierto?
-Señor Liukin ¿cuánto cuesta una habitación en el hotel Florida?
-¿Sencilla o doble?
-Una con ducha.
-Eso depende del dueño, a mí me cobra 20€ la noche y donde duermen Carlota y Yuko es más caro.
-¿Podríamos preguntar?
-Claro.
-Es que no quiero volver a casa.

Ricardo no curioseó en los motivos.

-¿Cree que me dejen estar con Miguel?
-Bueno, ambos pagarían un cuarto doble ¿han hablado de eso?
-Pensé en darle una sorpresa.
-Deberían ponerse de acuerdo porque él comparte gastos con Tennant.
-Entonces alquilaré algo y tal vez lo convenza de mudarse conmigo.
-¿No crees que vas muy rápido?
-Iré por mis cosas más tarde.

La joven sonaba tan determinada que Ricardo se hizo a la idea de verla a diario en los pasillos del hotel y pasando más tiempo con la familia Liukin del que desearía. A pesar de todo, prefería tener en mente que añadiría un plato extra en la cena familiar y tal vez Katarina llegaría a caerle bien si la conocía mejor. Él odiaba sentir lástima por ella.

Desde la charla con Anna Berton sobre Maragaglio y el secreto que Maeva le había compartido sobre él, Ricardo Liukin consideraba apartarse de la familia Leoncavallo tanto como fuera posible. No le gustaba su historia, ni su parecido físico, mucho menos la actitud de orgullosa superioridad que aquel clan tomaba escudándose en la memoria del repelente pero heroico abuelo partigiano. Cierto era que Maurizio Leoncavallo contaba con su estima, aunque no era suficiente para tolerar a los demás y con Katarina tampoco era alentador.

-Supongo que estuvo con Carlota en París, señorita - comentó Ricardo rumbo a la salida.
-Entrenamos juntas en Bércy.
-¿Algo más?
-Me presento a sus amigos.
-Es una sorpresa verle aquí. Supe que usted planeaba estar en Francia con su hermano.
-Su cumpleaños es mañana.
-Eso lo hace más raro. Creí que no se lo perdería.
-Me dan ganas de viajar otra vez para felicitarlo.

"¿Por qué no lo hace?" deseó saber él pero se contuvo con tal de recibir más información. La noche anterior se había enterado de una pelea entre la joven y su hermano y eso era intrigante per se. Todo el tiempo eran tan cariñosos entre sí, que algo excepcional tenía que ocurrir y tal vez era de importancia.

-Carlota le ha comprado un obsequio a Maurizio. No me dijo qué es - prosiguió Ricardo.
-Es una pluma fuente.
-¿Usted la vio?
-Ella no es muy discreta. Bueno, mi hermano no imagina nada. Carlota elige bonitas envolturas azules.
-Mi hija es así.
-¿La vio patinar ayer?
-Por supuesto, Katarina.
-En el entrenamiento fue más hermoso.
-¿De verdad?
-Maurizio estaba tan feliz por eso...

La tristeza de Katarina Leoncavallo al respecto le ocasionaba ir con la cabeza baja y no mover los labios. Ricardo lo tomaba como una pista valiosa y aquello lo orilló a caminar lentamente por la Fondamenta de Cannaregio rumbo a la cercana Calle Priuli Ai Cavaletti. La chica lo seguía dócilmente y se sorprendía de la facilidad para hallar el hotel Florida con su fachada color rojo ladrillo. Tal y como Maurizio había dicho, existía un único balcón que pertenecía a la habitación de Carlota Liukin y Katarina se imaginó la escena donde él contemplaba a aquella niña hacia lo alto para preguntar por su padre. Seguro había sido en una noche estrellada.

-Hay habitaciones en los pisos tres y cuatro. Deseo que encuentre lo que busca - se despedía Ricardo aunque enseguida reparara en que estaba siendo de golpe un grosero - Olvídelo, Katarina. Hallaremos un lugar decente - se disculpó y luego de cederle el paso, él mismo preguntó al recepcionista si estaba disponible la habitación doble del número once en el segundo piso. Ella no tenía idea de qué decir cuando Ricardo preguntaba por detalles como la vista a la calle, si el baño era completo o las camas eran individuales. Katarina sólo estaba interesada en el precio de 30€ por noche y en descansar antes de ir a la casa familiar a sacar sus cosas.

-Señorita, esta es su llave - indicó el recepcionista y la llevó enseguida delante de una puerta de madera clara cuyos números de cobre se habían caído recientemente. Ella de inmediato corrió las cortinas y abrió la ventana, distinguiendo enseguida el local de bebidas de enfrente y un pequeño nido sobre un poste. El cuarto era mejor de lo que ella buscaba.

-Hay desayuno de cortesía y el hotel cierra a las dos de la mañana - siguió el empleado.
-Entiendo ¿Abren temprano?
-A las seis.
-Es perfecto.
-La dejo, señorita.

Katarina agradeció con una sonrisa y vio al hombrecillo irse sin olvidar dejarle unas mentas de cortesía en la mesita junto a la entrada. Ricardo en cambio, no daba la media vuelta por consultarle si necesitaba alguna otra cosa.

-Descuide, estoy bien, señor Liukin.
-Revisaré los focos por usted.
-Oh, gracias.
-El principal funciona bien ¿Le molesta si veo el del tocador?
-No.
-Está en orden y los apagadores no se traban... Hay un tapón en el lavabo ¿Quiere que lo arregle, señorita?
-¿Tapón?
-Hubo huéspedes hasta ayer y no creo que hayan reportado el problema. Iré por la herramienta y ajustaré los grifos de la regadera por si acaso... ¿Quiere sustituir las sábanas?
-¿Es necesario?
-Créame que sí.
-Le pediré al chico del servicio que lo haga.
-Mejor las metemos en una bolsa y las llevamos a la lavandería. Le aseguro que no se darán cuenta, Katarina.
-Le haré caso, señor Liukin.
-Bienvenida al hotel.

Ella sonrió apenas y dobló las sábanas, dedicándose luego a verificar si el armario tenía espacio suficiente o había polillas.

-No me tardo ¿Todo está bien? - pronunció Ricardo al entrar nuevamente.
-Sí... ¿Le ayudo?
-No es nada, descanse.

Katarina Leoncavallo optó por recargarse en la puerta del baño y supo que un trozo de esponja causaba que el agua tardara en fluir en el lavabo. La ducha por otro lado, estaba cubierta por un poco de sarro aunque frotar con algún cepillo de limpieza sería suficiente y el retrete funcionaba sin novedad.

-Muchas gracias, señor Liukin.
-De nada, señorita. Si desea algo, estoy en la habitación ocho.
-¿Cómo puedo agradecerle?
-Katarina, estamos a mano.
-¡No! ¿Cómo es eso?
-La quise auxiliar, somos vecinos. Cuando llegue Miguel, le avisaré.
-Lo estoy molestando.
-Tengo una idea.
-¿Cuál?
-¿Le parece bien si la llevo a la lavandería y me platica sobre Carlota? Es que no me fío mucho de Maragaglio y se la pasa diciéndome que todo va bien.
-Maragaglio es un idiota.
-¿Qué? Perdón pero ¿pasa algo con él?
-¡Nada!.. He estado llorando todo este tiempo, creo que son mis hormonas.
-La dejo sola y me disculpo...
-¡No se disculpe! ¡Me fue horrible en París y en Mónaco estuvo igual y no sé por qué lo estoy diciendo si a usted ni le importa!
-Katarina, yo me voy si es lo que necesita.

La joven asentó y vio al suelo.

-¡Señor Liukin! ¿Podría despejarme una duda?
-¿Yo?
-Es que algo me ocurrió en París.
-No sé si sirva un consejo mío.
-¿Por qué rechazaría a una mujer?
-¿Rechazar?... La primera razón es que a lo mejor no me gusta.
-Pero ¿si usted la besara primero?
-Katarina, seré indiscreto ¿De qué estamos hablando?
-De que alguien me besó y después me dejó sola en una cabina fotográfica en París.
-¿Engañaste a Miguel?
-El hombre no me quiso ¿Aun es malo?

Ricardo deseaba enfadarse pero le llamó la atención que alguien despertara en Katarina angustia y llanto. Confundido aún, se le aproximó y ambos tomaron asiento sobre la alfombra.

-¿Es por eso que has estado llorando? - prosiguió él.
-En parte sí.
-¿Qué hiciste en París?
-Entrené con mi hermanito y fuimos al Centre Pompidou.
-La verdad, Katarina.
-Eso pasó.
-Lo otro ¿Quién te besó y por qué?
-"Él" y yo estábamos peleando y me metió a la cabina para calmarnos.
-¿Por qué reñían?
-Ay, señor Liukin, me va a matar.
-¿Por?
-"Él" y yo discutíamos por Marat Safin. Es que casi pierdo el control, creo.

Escasos motivos podían dejar a Ricardo boquiabierto como semejante revelación de que aquella joven mujer tenía ojos para un hombre distinto a su hermano. De tan inesperado, cierta imagen que tenía le cambió de golpe.

-¿Qué hay con Marat?
-Me gusta mucho pero yo no le agrado.
-¿En serio, Katarina?
-No pude disimular frente a nadie y sé que todos se enfadaron.
-Ese Marat es un ciego pero no comprendo ¿por qué se enojaron con usted?
-Porque piensan que Carlota y él son novios.
-¿Eso es verdad?
-No pero es tan obvio que se atraen...
-¿Pasan mucho tiempo juntos en París?
-Marat se aparecía cuando el entrenamiento se terminaba ¿Carlota le dijo que se hospedaron en la Torre Eiffel?
-Maragaglio me contó que sólo eran él y su primo.
-No entiendo porque Marat se fija en ella si no pueden estar juntos. Yo ni siquiera pude gritar de la emoción que me daba verlo y estar tan cerca. Nunca había visto un hombre más hermoso.
-¿Gritar?
-También me sonrojaba.
-¿Esto tiene que ver con el hombre de la cabina?
-Sí porque "él" se molestó cuando le confesé lo de Marat.
-¿Celoso?
-Soy muy tonta para estas cosas.

Ricardo comprendió que Katarina no hablaría más y que muchas imágenes pasaban por su cabeza. Estaba tan furioso al mismo tiempo que no quiso verla y rezó en silencio porque Miguel regresara tarde para poder hablar con él a solas. Por otro lado, ni Andreas ni Adrien habían vuelto al hotel y supuso correctamente que tendría que ir enseguida a Mercato Rialto para alcanzar alguna botella de vino y un par de verduras para preparar los canapés que serviría en la noche mientras veía a Carlota en televisión y pensaba en esa inaceptable cercanía de Marat Safin por la que debía reprenderla sin sucumbir a otra discusión que le haría olvidarlo.

Ricardo Liukin salió del hotel Florida para abordar el vaporetto en la abarrotada estación de San Geremia y se percató de que llevaba en las manos las sábanas de Katarina. Aunque lo correcto era devolverlas, él eligió dejarlas en la lavandería de la esquina e indicar en dónde debían ser entregadas más tarde, en otro despliegue de cortesía que detestaba. O tal vez no, porque el veneno se riega de cualquier forma.

En Venecia no hay peor contratiempo que un viernes y Ricardo comprobó que ir a pie era la única forma de llegar a su destino, aunque atravesar puentes fuera un fastidio en el Canal de Cannaregio. Mercato Rialto era otra pesadilla con los turistas adquiriendo bebidas y comida, alimentando gaviotas o estorbando en los pasillos pero aun podía caminarse en la callejuela de atrás y el señor Liukin se apresuró en elegir cebollas y papas, además de aprovechar para ver a lo lejos a Tennant, quien ordenaba unas cajas en la bodega de la tienda de ultramarinos donde lo habían contratado. Aunque los locatarios hablaran a gritos, se lograba distinguir la voz del joven aquel mientras mencionaba que los calamares en aceite eran sus preferidos para salir del paso cuando se organizaba una fiesta.

-Nunca cambies, niño - suspiró Ricardo y entró al mercado únicamente para evitar que el sol le diera en la cara. Parte de lo que lamentaba de llegar tarde, era que el olor a ingredientes frescos se confundía con el aroma de lociones baratas y grasa. Afortunadamente, sobrevivía el café recién tostado y él se aproximó a su local consentido luego de tentarse con un espresso y la vista hacia el Gran Canale aunque los gondoleros estuvieran estacionados y a la espera de viajeros que no se embriagaran en las banquetas.

Ricardo creía que había visto de todo en Venecia, incluyendo a los mafiosos negociando en voz alta, cuando una escena más cotidiana le probó que se quejaba por ser feliz.

-¿Qué hace Katarina aquí? - se intrigó mientras ella trataba de llamar la atención de algún empleado en la barra de la cafetería con un boletito que indicaba su turno. Aunque pareciera inaudito, nadie la veía y los clientes de la fila la ignoraban y se apoderaban del espacio. Resignada, dejó de batallar y dio sus pasos hacia la derecha, topándose al señor Liukin.

-Ahora sé donde no volver a comprar una bebida - dijo él.
-Quise alcanzarlo porque se llevó las sábanas.
-¿No quieres hablar de esto?
-¿De la ensalada que no me vendieron?
-¿Estás bien?
-¿Podemos irnos?
-Si quieres hablar...
-Tengo hambre.

Ella tomó camino al embarcadero de Rialto y Ricardo no tuvo reparo en emparejarla.

-¿Irás a tu habitación?
-No, señor Liukin.
-¿Te dejo sola?
-¿Por qué la gente finge que no existo?
-Es descortesía, señorita.
-Me ha pasado muchas veces, incluso yendo con mi hermano por una dona.
-No lo tomes tan a pecho.
-Es que usted siempre se da cuenta de mí en la gelateria.
-Porque eres novia de mi hijo.
-¿Y si no lo fuera?
-Igual te notaría, eres compañera de Carlota y hermana de su coach.

Katarina decidió no agregar nada pero Ricardo la observó frustrarse en silencio.

-Te prestaría atención sólo por acercarte, mujer.
-Gracias.
-Los demás actúan como idiotas.
-¿Usted no?
-Katarina, eres bonita. La gente tal vez se sienta intimidada por eso.
-¿Bonita?
-Lo pienso desde que te conozco.
-No lo creería.
-¿Dónde está tu confianza?
-Oh, yo... ¿Me sonrojé?
-Algo. Vamos a comer al Fondaco dei Tedeschi ¿te parece?
-Ay, señor Liukin ¿no lo molesto?
-No, de hecho ¿quieres hablar conmigo?
-¿De qué?.. ¿Es por lo de París?
-Si gustas.
-¿Le va a decir a Miguel?
-No, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Me vas a contar lo de la cabina ¿cómo llegaste ahí? Además, me hiciste una pregunta que debo contestar.
-¿Cuál?
-Si lo que hiciste es malo.

Katarina miró al otro lado y luego a Ricardo con cierta vergüenza.

-Haguenauer le informó a Maurizio que tenía que marchar a Versailles con Carlota y ni siquiera lo mencionó para invitarme.
-¿Por qué hablas así, mujer?
-¿Cómo?
-¿"Informó" y "marchar"? ¿En serio?
-Es que usted es tan formal, señor.
-¿Formal yo? ¿De dónde?

Ricardo rió un poco y contagió a la chica.

-¿Te parece si caminamos rumbo a Ponte Rialto? Dudo que alguien nos cruce en bote - sentenció él.
-Adelante, amo caminar ¿le ayudo con algo?

Él no pronunció palabra y la tomó del brazo.

-No te separes de mí.
-Claro que no, señor Liukin.
-Llámame Ricardo, por favor.
-¿Por qué?
-Es más personal.
-¿No cree que es demasiada confianza?
-Katarina, quiero entender por qué lloras tanto.
-¿Estoy...?
-Sí.
-¡Diablos!
-Nos quedamos en que tu hermano no te llevó a Versailles.
-Entonces me quedé con "él".
-Ese tal "él" ¿qué hacía allí?
-Cuidar a Carlota.
-¿Y por qué no fue a Versailles?
-No lo sé pero quería pasar la tarde con Maurizio y con "él".
-¿Ese hombre es un muchacho francés, verdad?
-¿Qué?
-Dime que es un desconocido.
-¡Ese hombre es un idiota!

Ricardo cubrió a Katarina para que no la vieran sollozar.

-¡Fuimos por un pan, le dije que él no es como mi hermano, caminamos y me empezó a hacer muchas preguntas! ¡Me enojé y me persiguió hasta que me metió a una cabina!
-¿Te explicó por qué lo hizo?
-¡Sólo recuerdo que me investigó y en Nueva York me mandó seguir!
-¿Está loco?
-¡Supo todo lo que hice antes de llegar a París!
-No preguntaré.
-"Él" me obligó a sentarme y luego dijo que soy muy importante, me abrazó y me besó.
-Ay, Katarina...
-Le pedí seguir y se fue.
-¿Tú qué?
-Me gustó y quería repetir pero "él" dijo que no.
-¿Te dio un motivo?
-Que es un imbécil.
-No dudes de eso.
-Después lo vi salir y yo no sabía qué hacer así que me puse a jugar con las cosas que estaban en ese cubo. Yo estaba muy sorprendida y cuando me aburrí, "él" volvió y le propuse tomarnos fotos.
-¿Sólo fotos?
-Lo besé otra vez.
-No, no, no.
-Me quité la ropa.

Ella se soltó de Ricardo y entonces, éste imaginó a Maurizio Maragaglio cautivado, presa de la excitación y temblando en deseo ardiente ¿Realmente había sido capaz de poseer a Katarina Leoncavallo un momento más tarde, con ventaja tal? ¿Acaso había rechazado a esa mujer al consumir sus ganas?

-Iremos de vuelta al hotel, señorita.
-Perdón por esto.
-No hay problema.
-¡"Él" no me pudo decir algo y me cubrió con su suéter! ¡Sólo se marchó y yo me sentí tan avergonzada!

Ricardo Liukin volvió a quedar perplejo. El panorama era distinto y Maragaglio había tomado la decisión correcta, aunque la forma tal vez no había sido apropiada. Era comprensible que Katarina se viera vulnerable pero, como hombre, tuvo claro algo que ella comprendería algún día: Su primo la amaba profundamente. Maragaglio la había cuidado un poco, se había dado cuenta de que estar en la cabina parisina no era la manera oportuna, de que no era tiempo ni lugar. O tal vez, para Maragaglio era mejor conservar su amor intacto, platónico, aun costándole una gran indiferencia.

-Calma, Katarina. Créeme si te digo que ese hombre no se aprovechó de ti.
-Me rechazó.
-Quizás "él" no supo qué hacer.
-¿Y si no le gusto?
-Eso es imposible, Katarina ¡Eres muy hermosa!
-Gracias.
-Sé que para ese hombre también eres bastante bella.
-¿En serio?
-No es fácil negarse contigo.

Katarina se sonrojó un poco y bajó la mirada. Ricardo decidió abrigarla con su chaleco y abordar el vaporetto próximo con rumbo a Giudecca. Ella fue dócil para acompañarlo, agradecida de que no volvieran a casa y de que el señor Liukin se esforzara en que nadie se diera cuenta de las lagrimillas que le escurrían en las mejillas y que cada vez eran más ligeras y pausadas. Katarina Leoncavallo no recordaba haber tomado ese camino antes. El Gran Canale era mucho más grande y hermoso al abandonar Ponte Rialto sin banquetas ni estaciones de gondoleros, sin gente ni atascos. La Fondamenta Dorsoduro se distinguía luego de algunos kilómetros y ella creyó reconocer a un par de buzos marcando con naranja algunos pilares de madera que por alguna razón se hallaban en el agua. Se preguntó si Miguel estaba ocupado en algo similar o todavía lo tenían sosteniendo señales de navegación en alguna fondamenta de Castello mientras le regañaban por no ser rápido para cambiarlas cuando era necesario.

-Me han dicho que sin los buzos, Venecia no estaría de pie - comentó con una pequeña sonrisa.
-Miguel lo menciona en el desayuno cuando estamos juntos - respondió Ricardo.
-Consiguió un buen trabajo.
-No tengo idea de cómo lo logró.
-¿Por qué?
-Bueno, Miguel parecía un poco retraído cuando estábamos en París y sólo era el chico de los mensajes. Me enojaba con él por no separarse de Carlota.
-¿De ella?
-Así es, Katarina. Pensaba que mi hija le gustaba y traté mal al muchacho.
-No lo sabía.
-Afortunadamente, Miguel salió muy serio y lo demuestra siempre. A veces creo que es el único adulto aquí.

Ricardo había olvidado su enfado por un momento y conforme el bote se iba aproximando a la isla de Giudecca, la legión de turistas fue desalentando a la joven.

-No te preocupes, sé a dónde ir - prosiguió él.
-¿Dónde?
-¿Aun tienes hambre?

Katarina afirmó mientras su teléfono sonaba y deliberadamente rechazaba las llamadas ante la mirada del señor Liukin, mismo que no ocultaba su desconcierto. Desde el hotel se había repetido la escena.

-Mi hermano - mencionó ella.
-Entiendo.
-Nos hemos peleado y no quiero hablarle.
-Me parece bien.
-Maurizio negoció con Brian Orser para que me vaya a Canadá cuando se acabe la temporada y nunca me dijo.
-¿Negociar?
-No sé los detalles pero Orser contestó que sí.
-Usaste una palabra muy fuerte.
-Mis padres me contaron todo. Al parecer, mi hermanito lleva tiempo planeándolo.
-¡Eso no se hace!

El exabrupto de Ricardo Liukin fue como una revelación para Katarina Leoncavallo. Ella conocía bien a su familia, sabía que a excepción de Maragaglio, nadie se opondría a que se marchara y la forzarían a hacerlo, pero ahora, alguien le expresaba que bajo esas condiciones no estaba bien y se interesó por el por qué.

-Maurizio tiene buenas intenciones, señor Liukin.
-Debió charlar contigo sobre lo que pensaba.
-No es la primera vez que Orser pretende que me mude a Toronto. Una vez conversó con mi anterior entrenador y con mis padres pero me quedé allá como tres meses.
-Poco tiempo.
-Mi hermano no tenía trabajo así que lo contraté ¿Imagina cuánto me llevó convencerlo?
-¿El patinaje no le dejaba ingresos?
-Se había quedado sin patrocinador y la federación no le asignaba un sueldo porque todavía no tenía medallas.
-Hiciste algo bueno por él.
-Nunca lo abandonaría.
-Con mayor razón...
-¿Qué?
-Él tuvo que hablarte. Katarina ¿no crees que mereces consideración al respecto?
-Le reclamé por teléfono y lo llamé "rata".
-¿Quieres ir a Toronto? Es algo que debes responderle cuando vuelva de París.

Ricardo Liukin respiró profundamente por un segundo. Recordaba que alguna vez, Maurizio Leoncavallo le había comentado que iba a separarse de su hermana por estar ocupado con sus alumnos nuevos y con sus planes de ser papá. También había mencionado la culpa por dejarla a los doce años, por lo poco que admitía conocer a Katarina y por la visita de una amiga cuya conversación le había desatado un ataque de náuseas. La frase "no toqué a mi hermana, lo juro" llegó enseguida y Ricardo se intrigó por saber a qué rayos se refería porque ahora estaba seguro de dos cosas: Maurizio obligaría a su hermana a marcharse drásticamente. Y la otra, que estaba siendo hipócrita con Katarina al sugerirle que le faltaban al respeto. Aunque esto último fuera cierto, el señor Liukin creía estar más de acuerdo con el joven Leoncavallo, así que tal vez deseaba ver una futura pugna mientras le sugería a uno que decirle al otro... Hasta que la chica le agradeció por aclararle las cosas con un abrazo.

-De nada, mujer, yo... Quiero ayudar.
-¿No le dirá a nadie?
-No, nunca ¡para nada!
-Señor Liukin, no esperé que usted me escucharía.
-Puedes confiar en mí, Katarina.

Ella le dio enseguida un beso en la mejilla y le estrechó por la cintura.

-Comeremos ensalada de cangrejo ¿te apetece? - prosiguió él, evasivo.
-Mejor unos rollos de salmón y atún.
-Es una buena idea.
-Conozco un lugar muy lindo para hacer picnic.
-Katarina, nos vamos a llenar de arena.
-Lo siento.
-No importa, acepto.

Katarina sonrió y cuando el vaporetto atracó en Lido, ambos se dirigieron a una especie de pequeño bar cercano con decoraciones de cristal. Había mucha gente, pero no lo notaron al ordenar comida para llevar. Lido es, después de San Marco, el lugar más turístico de Venecia y Giudecca parece más bien un enorme resort como tantos otros en cualquier país, pero las dunas cercanas a la playa San Nicolò siempre se quedan solitarias por una razón y Katarina y Ricardo optaron por caminar ahí. Ella se despojó de los zapatos y enseguida se echó arena húmeda en los pies, además de enjuagarse una y otra vez.

-¿Siempre juegas de esa forma?
-Sí, señor Liukin.
-Ricardo es más amable.
-Ricardo, inténtelo. Le prometo que es divertido.
-Te haré caso.

Él se quitó los zapatos y luego de imitar a Katarina, se acordó de la respuesta pendiente desde el hotel Florida, así que decidió darla de una vez.

-Diremos que lo de París cuenta y le fuiste infiel a Miguel. Niña, besaste a otro hombre y te quitaste la ropa.
-¿Debo terminar con mi novio?
-¿Te hablo como padre del chico o sólo te doy un consejo?
-¡El consejo!
-Rompe con Miguel antes de que me enfurezca... Y de paso, aléjate de Maragaglio porque tiene una esposa y tres hijos. Él tomó su decisión en el cubo y te libró de problemas.
-¿Maragaglio?
-¿No es el tal "él"? Lo supe cuando dijiste que cuidaba a Carlota.
-Puede ser un policía francés.
-Discutieron de forma personal sobre ti.
-¿Mucho?
-Katarina, por encima de todo, él es tu primo y esa es razón suficiente para saber que lo que pasó está muy mal.
-¿Por qué me besaría?
-¿No te das cuenta?
-¿De qué?
-Es simple: Él se equivocó y aunque no actuó como tal vez yo lo habría hecho, tuvo la decencia de no lastimarte.
-Sentí horrible cuando me dejó.
-Eso es normal, Katy. Estabas desnuda, esperando que Maragaglio te tocara y te tratara bien pero ¿has pensado por qué te desvestiste? ¿Habías considerado hacerlo frente a él? ¿Por qué lo elegiste? Si no lo sabes, entonces que quede claro que a tu primo le importas bastante.

Katarina no supo qué palabras eran oportunas y bajó la cabeza, además de llorar de nuevo.

-Perdona ¿mi voz es ruda? - Ricardo se quedó en silencio y luego de recorrer algunos metros, eligió asiento en una duna que el mar no había deshecho. Katarina en cambio, abría su bolsa de papel y se precipitaba en devorar un rollo de alga nori con atún.

-Tranquila, niña, te puedes ahogar.
-Estaba hambrienta.
-El bocado es más grande que tu boca.
-¿Quieres acompañarme?
-¿Te doy bebida para que te sea más ligero?

Con gestos infantiles, Katarina Leoncavallo sacó una botella y Ricardo Liukin se encargó de descorcharla al mismo tiempo que descubría que no tenía copas ni vasos. Ella no tuvo reparo en tomar directamente.

-Alla salute...
-Mi dispiaccio, Ricardo.
-El vino blanco no es mi favorito.
-¿Pruebas un poco?
-Katy, yo no bebo eso.
-Está rico.
-Come sin prisa.
-¡Ricardo!
-¿Qué?
-Gracias.

Katarina continuó derramando su llanto mientras saboreaba más atún pero no sentía desesperación como antes.

-Ten cuidado, mancharás tu vestido - advirtió el señor Liukin antes de animarse a tomar su propia comida y dar un enorme trago al vino.

-Este alcohol es veneno.
-Jajajajaja, a mí me parece bueno.
-Tienes un gusto raro, mujer.
-¿Es malo?
-No.
-He estado pensando.
-¿En qué?
-Me gusta el alcohol corriente, la comida mala y el olor a tabaco.
-A la mayoría, Katy.
-¿De verdad?
-Eso creo.
-No me sentiré especial.
-Eres preciosa, con eso basta.
-Gracias otra vez.
-¿Te sonrojas a menudo?
-¡Me encanta que me digas bonita!
-¿No te halagan diario?
-Miguel y... Maragaglio.
-¿Nadie más?
-Hay un cristalero en Murano también.
-¿El gondolero no?
-¿Cuál?
-Miguel contó que hay un muchacho que se desvive por verte pasar en Cannaregio.
-Lo he recordado.
-¿Ves? No soy el único que nota lo bella que eres.
-Pero sí el que más me sorprende.

Katarina enjugó sus lágrimas y se percató de que Ricardo Liukin respiraba tan cerca de su cabello que no podía adivinar si ambos habían estado así por tanto tiempo.

-Ricardo ¿le han dicho que usted hace que la gente se sienta mejor?
-Mi esposa cuando tenía.
-¿Qué le ocurrió?
-Murió por una falla cardíaca mientras Carlota participaba en un torneo.
-Lo lamento tanto.
-Nos estábamos divorciando aunque yo no lo deseaba.
-¿Qué pasó después?
-Mi duelo fue solitario y no lo pude sobrellevar. Los dos primeros meses colapsé y luché para que mis hijos no se dieran cuenta. Me volví evasivo, salía cada noche a divertirme. Reaccioné cuando los niños tuvieron un accidente en la cocina. Me dolió más ser descuidado y olvidar que Andreas, Carlota y Adrien van a sufrir por esto toda su vida. Era su madre, ellos la adoran.
-¡Es tan injusto!
-Maurizio y tú aun tienen a sus padres juntos.
-Habría preferido tener una madre que me durara poco pero me amara.
-¡No sabes lo que dices! Soy huérfano de nacimiento y siempre necesité una mamá.
-Mis padres no me quieren, Ricardo. Dejaban que el abuelo me golpeara, nunca me han regalado cosas bonitas, no me llevaban sopa a la cama cuando me enfermaba y sólo me hablan para obligarme a dejar la casa. Cuando era niña los escuché por casualidad y en lugar de llamarme por mi nombre, decían "nuestro estorbo de hija".
-Es inaudito.
-Me lo gritaron en la escuela una vez porque reprobé un examen y mis compañeros me molestaron gritándome "¡estorbo, quítate! ¡dame tu dinero, estorbo! ¡eres una tonta, estorbo!" mientras robaban mis cosas o me tiraban.
-Eso es perverso.
-Sólo tenía a mi hermanito y a mi primo ¡No podría vivir sin Maurizio!
-¿Y sin Maragaglio?
-No lo sé.

Ricardo le dio un beso al cabello de Katarina y ella le regaló uno en la frente. Parecía no pasar a mayores cuando él se inclinó al oído de ella, murmurando algo que quedaría entre ambos. La chica cerró los ojos y una serie de caricias en sus mejillas la prepararon para que la boca de Ricardo Liukin le conociera los labios. El deja vú por Maragaglio la asustó enseguida.

-Katarina, nadie sabe que me atraes mucho.
-¿Quién lo sospecharía?
-Eso me molesta tanto.
-¿Qué?
-No debemos.
-¿Y ya?
-No te enojes.
-Los hombres me besan y se van.
-Eso no es cierto.
-¿Por qué quieres correr, Ricardo?
-Sigo aquí.
-Entonces, terminemos con esto.

Katarina se aferró a él, a abrir su camisa, a respirar su loción, a sentir como subía la marea poco a poco. Ricardo Liukin comenzó a excitarse y deslizar sus dedos por el cierre de ese vestido de rayas negras y verde oscuro, descubriendo el cuerpo femenino más irresistible del mundo. La cintura invitaba a ser acariciada, los brazos sujetaban con pasión inigualable, la piel parecía de terciopelo y el calor del pecho era una bendición oculta junto a la belleza de su regazo.

Ella no sabía si ese hombre le gustaba o no, pero si él se arrepentía, iba a herirla sin remedio, motivo que la tuvo tensa hasta que Ricardo se desvistió.

Era por fin, la primera vez de Katarina Leoncavallo junto a un hombre. No el que había soñado. Ni uno que deseara. Tampoco aquel en el que confiara con todo su corazón. Pero sí el que no tenía reparos en mirarla fascinado, el que podía tocarla sin miedo, el que le susurraba que era la mujer más bella que había visto y no le estaba mintiendo. Ella creyó que en cualquier momento la inexperiencia la traicionaría pero estaba besando sin reservas, sonriendo y coqueteando, conociendo sitios que eran tan sensibles como placenteros. Lo estaba disfrutando, se estaba entregando. Ricardo Liukin temblaba de comprobar que Katarina Leoncavallo superaba el dolor inicial y en todo momento le pedía ser más intenso o más dulce, dependiendo del sitio en el que la tocara o posara su boca.

-Esto se siente tan bien - sonreía la mujer.
-A veces, sí.
-Ricardo ¿se va a repetir?
-Katy, debes cortar con Miguel.
-Lo haré cuando volvamos.
-Tengo que ver patinar a mi hija por la noche.
-¿Podemos hacerlo juntos?
-Katy...
-Quédate conmigo.
-Mis hijos me esperan.
-¿Así acaba?
-Odio decir que sí.
-¿Iremos al hotel o cada quien por su lado?
-No te dejaré sola hasta que entres en tu habitación.
-¿Qué hora es, Ricardo?
-Mmm, no lo sé ¿Será temprano?
-Voy a vestirme.
-Son las tres.

Katarina se recostó de nuevo y Ricardo volteó para abrazarla en el acto.

-Te ves feliz.
-El sexo no se parece a nada que me hayan platicado.
-¿Es mejor, Katarina?
-Siempre escuché que la primera vez era mala.
-Suele serlo.
-La mía me gusta.
-De nada.
-Aun hay tiempo, Ricardo.
-Bastante... ¿Quieres pasar la noche aquí?
-Sí.
-Conseguiremos más vino, alquilaremos una habitación y regresaremos mañana con los demás.
-¿Verás a Carlota?
-Contigo, Katarina.
-¿Y ese cambio de opinión?
-Me gustas demasiado, aprovechemos que estamos juntos.

Katarina Leoncavallo apretó de nuevo a Ricardo Liukin contra sí para continuar con los besos y caricias que la tenían fascinada y comenzar a atreverse, a conocer y a poseer el cuerpo de ese hombre que insólitamente la complacía y la llenaba de ansias por una siguiente ocasión a solas en la que pudiera experimentar un poco más. La marea continuaba subiendo y la ropa de ambos comenzó a empaparse. No la utilizarían de todas formas. 

miércoles, 16 de octubre de 2019

El Trofeo Bompard (Quinta parte)



Viernes, 15 de noviembre de 2002. Palais Omnisports de Bércy, París, Francia.

-¿Cómo te llamas?
-Katrina, cariño.
-No, dime en serio.
-Avi.
-¿Avi qué?
-Lovecraft. Avi Lovecraft.
-Estás mintiendo.
-Mira mi identificación, corazón.
-¿Cómo...? No importa. No te muevas de aquí, traeré tu gafete.
-¡Y una soda, por favor!

Maragaglio se reía mientras iba con los organizadores del Trofeo Bompard a conseguir una acreditación para su amiga Katrina. Como era un respetado funcionario del Gobierno Mundial, sólo tenía que decir que ella era una agente encubierta, aunque llamara la atención ataviada con lentejuelas doradas y una diadema de orejas de conejo, además de sus gritos de que tenía sed. Ella nunca había estado en un lugar como ese, rodeada de familias con niños pequeños o matrimonios de ancianos que tienen el tiempo para pasar cerca de ocho horas viendo a los jóvenes patinar.

-Te dije que soy rápido - sonreía Maragaglio mientras le entregaba un gafete.
-Me alegra que no lo seas en la cama.
-Aquí no hables de eso, Katrina.
-Ay, perdón cariño... ¿Y mi bebida?
-La olvidé.
-Bueno, iremos por una.
-¿Por qué te pusiste ese vestido?
-No tengo otro.
-¿Ese es mi saco?
-¿Se me ve bien, verdad? Aunque está muy grande ¿Te han dicho que eres grande?
-¡Katri...! Jajaja.
-¿Te gusta cómo se me ve?
-Mucho.
-Entonces me lo quedo.
-Te llevo a las gradas.
-Oye ¿mi refresco?
-Te compraré una limonada gigante, mujer.
-Te tomas el tamaño muy en serio, corazón.
-Por Dios.
-¡Te pusiste rojo!

Katrina se estaba divirtiendo mucho y le encantaba que Maragaglio mostrara su lado pudoroso en público. Ella era un poco descarada pero sabía que parte de los asistentes se daban cuenta de su oficio con verle el atuendo y sólo él podía evitar que la echaran. En la cafetería, Katrina creía reconocer a una que otra persona que solía pasar por Les Halles de noche.

-¿Después de la bebida vas a estar contenta?
-¿Tienes que ir con Carlota Liukin, cariño?
-Es mi trabajo.
-¿Dónde estarás?
-Tras bambalinas ¿Necesitas algo más?
-¿Dónde me siento?
-Ven conmigo.

Maragaglio llevó a Katrina al asiento vacío de una fila concurrida, frente a una contención desde la que colgaban mantas de apoyo y se observaba muy bien. La chica estaría junto a Judy Becaud, misma que no supo como reaccionar al respecto y se limitaba a escuchar a la multitud con sus primeras arengas, aunque aquella dijera "corazón" o "cariño" y fuera evidente que se trataba de una amiga especial, por no decir amante de ocasión. Maragaglio se la pasaba repitiéndole a la desconocida que no se retirara el gafete por nada y que procurara aplaudir cuando todos lo hicieran, además de no hacer ruido al sorber su limonada. Ella le prometía ser obediente.

-Katrina, te veo cuando esto acabe. Seguro habrá una conferencia de prensa pero no te muevas hasta que venga por ti.
-Lo que tú digas, cariño.
-Te estaré vigilando.
-Qué rudo.
-Jaja, adiós.
-Adiós, Maragaglio.

A este último le encantó que Katrina pronunciara ese apodo pero eligió volver a su puesto y de paso, enterarse de los chismes de la competencia, que eran bastantes. Se habían entregado varias medallas y la prueba de parejas en especial tenía defraudado al público. Shanetta James y Morgan Loussier, líderes del programa corto, fallaron en su rutina libre, acabando fuera del podio y enfureciendo a Maurizio Leoncavallo, a los federativos y a sus fans. Inexplicablemente, Morgan había boicoteado su actuación omitiendo una secuencia conjunta de saltos y negándose a realizar un elevado que había estado practicando en los últimos días, admitiéndolo en el kiss 'n' cry. Su desfachatez posterior frente a los reporteros le valía un bochornoso episodio a su compañera, quien no hallaba cómo ofrecer disculpas a diestra y siniestra.

Sin embargo, otro enojo aguardaba por Maragaglio. Carlota Liukin se cruzó de brazos y lo recibió con la boca chueca en la zona técnica. Como él no se había aparecido por la mañana, ella no había podido salir de la Rue de Poinsettia hasta pasadas las dos de la tarde, arribando apenas a la práctica oficial y quedándose sin cumplir su compromiso de desayunar con el tenista Fabrice Santoro, quien se hallaba disgustado desde su platea en Bércy.

-¿Dónde estabas? - lo recibió ella.
-Arreglaba unos problemas - siguió Maragaglio con la actitud de no hallarle importancia a nada. Si hubiera dependido de él, se habría burlado de todos y cada uno de los participantes, de su primo Maurizio, del auditorio entero que entraba en frenesí y claro, de la joven Liukin con sus aires de diva destronada.

-¡Le quedé mal a un amigo de Marat! - reprochó ella.
-Qué tragedia.
-Era un evento oficial ¡me van a castigar!
-Ay, por favor.
-¡Maragaglio, no te rías! ¿Dónde te metiste?
-¿Tú me regañas?
-¡No haces tu trabajo!
-¿De verdad reclamas, Carlota?
-¡Quita esa cara!
-Agradece que no quiera desquitarme porque la reacción de tu padre si le digo lo que pasó con Marat sería impagable.
-¡También te iría mal!
-Puedo salir bien librado.
-No veo cómo.
-Mejor no hagas preguntas y péinate bien porque en ese vestido te ves linda.
-¡No cambies el tema!
-Mejor ríete que te gustan los halagos.

Maragaglio se apartó un poco para preguntar por el informe preliminar de seguridad y de paso, ver como su primo se aproximaba a Carlota con la sonrisa forzada. La prensa alrededor estaba encantada de antemano.

-Arréglate el cabello - ordenó Maurizio.
-¿Estás bien? - preguntó la joven Liukin al mismo tiempo que sacaba su cepillo.
-Me cansé ¿Te sientes lista?
-El traje me pica.
-Te ves muy bien.

Carlota sonrió y entonces se dio tiempo de verse en un espejo. Su vestido era el más lindo del lugar y parecía que traía un llamativo collar con una gran piedra negra muy valiosa. Perlas brillantes plateadas de fantasía estaban bordadas por doquier para disimular las transparencias de su falda y cintura, tenía unos guantes que aun no se colocaba y un lindo broche en forma de flor para su futura trenza recogida. La tarjeta del taller Bassani, no obstante, le avisaba que tal atuendo no era el definitivo y que su coach tenía potencial como diseñador de modas.

-El primer grupo inicia en unos minutos ¿por qué no te arreglas en el vestidor? También quiero que hagas tu calentamiento - dijo Maurizio Leoncavallo y ella accedió enseguida, sin voltear a ver a nadie. Irina Astrovskaya estaba por ahí, viéndola atenta al mismo tiempo que los reporteros. A diferencia del día anterior, Carlota se hallaba sola, sin su amiga Amy siendo su sombra, ni Haguenauer inquieto antes de ir a las gradas. En la zona de calentamiento podía sentirse observada por sus rivales, por parte de las supervisoras de ISU y por las flower girls que no dejaban de gritarle que era la mejor patinadora de todas.

Esa nueva experiencia era abrumadora para Carlota Liukin, acostumbrada siempre a la compañía y las palabras bonitas. Luego de peinarse, oyó por el altavoz el anuncio del comienzo de la competencia y los nombres de las participantes del primer grupo, dándose cuenta de que tenía que estirar y trotar para estar lista. El auditorio había reaccionado con arengas y al igual que el día anterior, en Bércy no cabía un alma más. La cámara de televisión instalada en aquel espacio no inhibía a nadie y de vez en cuando, se enlazaba a la transmisión en vivo. El público internacional contempló un par de veces a la joven Liukin repasando sus movimientos de brazos y respirando hondo con los ojos cerrados, como si le devolvieran el aliento. De repente aparecía alguna toma al exterior, con Marat Safin junto a Judy Becaud o la bandera que proclamaba "Carlota est la plus belle du monde" mientras se presentaba la primera patinadora de la noche. El resto de las participantes contemplaban de vez en vez un gran monitor en donde aparecían, además de las actuaciones del resto, las calificaciones, órdenes de salida y tablas de posiciones.

-¡Buena suerte! - deseó Alisa Drei a sus compañeras y varias le correspondieron directamente aunque Carlota aprovechara para preguntarle algo.

-Dime, pequeña.
-¿Helsinki es frío?
-Te sugiero llevar ropa más abrigadora y calentadores en tus pantorrillas para los entrenamientos.
-Oí que oscurece temprano.
-Es verdad pero no te preocupes, es bonito.
-Necesito un favor.
-¿Cuál?
-Sé que Jiry Cassavettes ganó un torneo allá y le harán un homenaje la próxima semana ¿Le dirías a todos que apoyen a Maurizio? Es que la ha pasado mal.
-¿Qué tienes en mente, Carlota?
-Que no lo dejen solo.
-Cuenta conmigo.
-Te debo una, gracias.
-¿Esto es por la ceremonia?
-¿Cuál?
-La federación finlandesa llevará flores y quieren que las chicas de la prueba femenil hagan un número especial en honor a Jiry.
-Supongo que participaré.
-También sus amigos.
-Katarina se siente muy mal ¿Podrías convencer a alguien de mandarle un mensaje o un regalo?
-Nadie lo haría por ella.
-¿Por qué? ¿Ha sido tan mala?
-Ni siquiera Jiry la quería.

Carlota sentía que había recibido demasiada información pero nada aclarador. Más allá de la curiosidad, la joven intuía que debía enterarse de algo que su coach nunca le diría y que le evitaría cualquier error en Helsinki. A partir de ese momento, ella recordaría que había tenido el sueño recurrente de que Katarina le escondía sus pertenencias y se dedicaba a acuchillarla ante la vista de un complacido Maurizio que limpiaba la sangre. No comprendía el motivo de estar segura de no ser la única en despertarse como si se le saliera el corazón.

Luego de cavilar por varios minutos sin llegar a ninguna conclusión, Carlota Liukin intensificó sus ejercicios. Uno de sus pies le molestaba pero no le preocupaba porque tendría tiempo de sumergirlo en hielo más tarde. Irina Astrovskaya también parecía estar incómoda con su rodilla, con la diferencia de que su entrenadora se acercaba a asistirla y nadie ponía objeciones. Por alguna razón, ese día se había prohibido que integrantes del personal y entrenadores del sexo masculino entraran al área de warm up así que Maurizio Leoncavallo se concretaba a mirar a cierta distancia, sin ocultar su nerviosismo al arquear las cejas y morderse los labios. Carlota sonrió por eso aunque reparara después en que ambos permanecían serios la mayor parte del tiempo. A veces, ella comenzaba a sentir algo tan familiar, un agrado prácticamente instintivo por su coach y no se percataba de que las demás personas habían notado tal aprecio y los veían como hermanos separados al nacer. Al menos, aquello aun no llegaba a oídos de la celosa Katarina Leoncavallo.

-¿Cómo van las posiciones? - preguntó Carlota poco después a una mujer del staff.
-Yukari Nakano va primera. Deberías ponerte tus patines de una vez porque en este grupo falta una chica.
-Claro ¡muchas gracias!

Carlota se dio cuenta de que se le había ido el tiempo y se apresuró a tomar sus botines con gran prisa, así como a guardar sus tenis azules. Mientras manipulaba sus agujetas, se enfocó de nuevo en su rutina y en repasar mentalmente las instrucciones de Maurizio para controlar los nervios como dar tres pelmadas mientras cerraba los ojos o mover la cabeza de un lado para otro mientras se acordaba de algo bonito o inventaba una cancioncilla. Así se aproximó de nuevo a él, quien igualmente improvisaba alguna melodía.

-Siento el estómago al revés - admitió ella.
-¿Qué haces para no demostrarlo?
-"La la la la la"
-Yo pensaba en Nirvana.
-¿En qué?
-¿No conoces a Kurt Cobain?
-No.
-Rayos, soy viejo.
-¡No es cierto, Maurizio!
-En estos momentos sempre tengo en la mente la música que escucha Maragaglio y la canto.
-¿De verdad? Yo tarareo las canciones que le gustan a Andreas.
-¿Cómo cuáles?
-No sé ni cómo se llaman pero son de unos tal Slayer.
-¿Conoces a Slayer pero no a Nirvana?
-¿Por qué hablamos de eso?
-Es mejor que preocuparnos.
-Tienes razón.
-Carlota, cuida ese flip.
-Saldrá bien.
-A Haguenauer no le va a agradar que hayamos desechado su programa.
-Le gustará el nuestro.
-Más nos vale.

Ambos se tomaron de las manos y ella, con gran entusiasmo, exclamó:

-Grazie di cuore, Maurizio! Grazie per questi bellissimi giorni!
-Prego, ragazza! Mi piace tantissimo lavorare con te!

El abrazo entre Carlota Liukin y Maurizio Leoncavallo era tan sincero, que más de una persona se impresionó cuando ella llamó a Maragaglio y lo apretó con bastante más fuerza y afecto. Ambos hombres dejaron de lado su mutua reserva y tomaron de la mano a la joven para tranquilizarla más. El público comenzaba a centrarse en ella y las banderas francesas poco a poco iban acaparando las gradas. Los comentaristas de televisión destacaban ese genuino apoyo mientras una contendiente de nombre Jennifer Kirk se colocaba en segunda posición y la puerta de la pista se abría para recibir a las últimas cinco contendientes. De acuerdo al orden de salida, Joannie Rochette se jugaría la medalla primero, seguida por Sarah Meier. Irina Astrovskaya había recibido el tercer turno, Alisa Drei intentaría subir al podio después y Carlota Liukin cerraría el evento. A varias personas les preocupaba que ese orden de salida no fuera el mejor para su patinadora favorita pero el sonido local los invitaba a apoyarla al comienzo del último warm up y el ruido era ensordecedor.

-¡Ahí está Carlota! - exclamó Anton Maizuradze, llevándose la sorpresa de que ella no volteaba a ver a nadie e ignoraba el alboroto mientras miraba al hielo y se cercioraba de no chocar con alguna rival mientras marcaba sus movimientos. Se suponía que Romain Haguenauer sería el único en enfadarse con el team Leoncavallo por desechar su trabajo del verano y se le veía desconcertado por el cambio de vestuario de la joven Liukin pero la risa escandalosa de la chica junto a Judy Becaud lo había puesto tenso. Los demás lo veían sin saber qué decirle hasta que Alissa Drei se cayó después de un salto. Katrina no pudo contener una carcajada y él le contestó amargamente que era irrespetuosa y guardara silencio. Ante ello, Carlota volteó a las gradas enseguida y distinguió a su amigo Anton hablando con esa desconocida que ahora gritaba que nunca había estado en un evento de patinaje y que la disculparan, al mismo tiempo que Haguenauer se llevaba un regaño por ser descortés. El resto de la multitud se enfocaba en sus muestras de apoyo y una manta enorme deseándole suerte a Carlota Liukin fue desplegada en la zona más grande de Bércy, llevándose la atención de los camarógrafos.

-"Last minute of warm up" - avisó el sonido local y el ambiente se ponía cada vez más festivo. El público iba preparando los obsequios que se lanzarían a la pista y Maurizio llamó a la joven Liukin para que continuara su preparación en el área técnica y de paso, hacerla colocarse sus guantes antes de que los olvidara. Ella sentía que le faltaba el aire y de reojo se dedicó a ver a Joannie Rochette adoptando su posición para iniciar su actuación y a Alisa Drei intentando decirle a su entrenadora que no se sentía bien con sus patines. A partir del segundo aquél, tanto Maurizio como Maragaglio notarían que Carlota evitaba a toda costa acercarse a Ryan Oppegard, coach de Jennifer Kirk y quien parecía ansioso de saludarla.

-Carlota, no seas grosera - aconsejó Maurizio.
-No quiero ver a ese tipo.
-A veces pasará.
-No me pidas ser amable.
-¿Por qué?
-Por mi mamá.

Carlota comenzó a mover los brazos al sentir que se le adormecían y de paso, ver el desempeño de Rochette, que fallaba una pirueta y le transmitía el desconcierto al auditorio por aquella rareza. Maragaglio observaba vigilante y su rostro severo ocasionaba nuevamente que mucha gente pensara que era el sobreprotector padre de la chica Liukin.

-No te alejes - ordenó poco después y Carlota obedeció enseguida mientras bailaba con la música ambiental. A Joannie Rochette no le iba a ir bien con los jueces así que era un alivio que el kiss and cry estuviera lejano.

-Házme un favor.
-Dime, niña.
-Maragaglio ¿podrías hacer que corran a alguien?
-Qué petición tan extraña.
-Es el cretino de Ryan Oppegard. No lo soporto y es un papanatas.
-Eso no es un motivo.
-Me molesta desde que supe que mi mamá engañaba a mi papá con ese pedazo de tarado.
-¿Es en serio?
-¿No sabías?
-¿Tenía qué?
-¡Siempre te enteras de todo, Maragaglio!
-Carlota, no me molestes.
-¿Abrí la bocaza?
-Ricardo no sabrá.
-¿Puedes evitar que ese mal chiste se me acerque?
-Incluso provocar que llore.
-¡Rómpele los nudillos!

Maragaglio aguardó a que Carlota le diera la espalda para reírse de ella aunque le advirtió discretamente al tal Oppegard que se alejara para evitar perder los dedos. Maurizio Leoncavallo veía todo sin pronunciar alguna opinión y mejor suspiraba con crecientes nervios.

El público despedía a Sarah Maier con un caluroso aplauso y Alissa Drei aprovechó para saludar fugazmente al propio Maurizio. A Carlota le desconcertó pero creyó que era parte de una hipocresía vieja y que su entrenador lo sabía, aunque le costara sentir un escalofrío por entender a Katarina Leoncavallo por un minuto ¿Qué estaba ocurriendo? Daban ganas de nunca conocer razones.

-"Sarah Maier from Switzerland is in second place" - oyó la chica al percatarse de que perdía la concentración y era Irina Astrovskaya quien se colocaba a mitad de la pista con su vestido negro y su cabello suelto. Aunque Carlota retomara sus ejercicios, ver a su rival era igual de importante porque era probable encontrarse sin oportunidad de ganar antes de hacer su rutina.

-¡Triple lutz... doble toe! Creí que saltaría triple con triple - respiró Carlota más tranquila aunque no por ello dejara de sentir violentas mariposas en el estómago. Maragaglio se dio cuenta y le dio la mano otra vez.

-Estarás bien - dijo él.
-No tengo idea de nada.
-Niña, no has patinado.

Carlota lo estrechó fuertemente y volvió a fijar su mirada en Irina Astrovskaya, que no conseguía aterrizar adecuadamente un salto y caía al hielo.

-Le falta rotación a ese loop - añadió Maurizio Leoncavallo e Irina tuvo que apoyarse en su pierna izquierda para evitar caer una segunda ocasión.

-"Me parece que Astrovskaya ha dejado la puerta abierta. Una caída, el step out del loop y aquí en repetición es claro el two foot landing en el triple flip. Veamos calificaciones" - declaraba un comentarista desde su palco al finalizar aquel segmento de la competencia. Irina demostraba estar muy cansada y comentaba con su coach los problemas durante su actuación.

-Irina Astrovskaya from Tell no Tales has marked, for technical merit: 5.6, 5.6, 5.5, 5.6, 5.6, 5.6, 5.5, 5.5, 5.5, 5.6.
Presentation score: 5.6, 5.6, 5.7, 5.7, 5.6, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7. Ordinals: 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1. Irina Astrovskaya from Tell no Tales is in first place" - se le anunciaba al publico y una risa escandalosa llamó momentáneamente la atención.

Katrina parecía bromear con Anton Maizuradze y Maragaglio no pudo contener su propia carcajada. Aquella mujer era muy divertida y pronto, Carlota y Maurizio compartieron la alegría.

-¿Haces amigas de competencia? - curioseó él.
-No ¿por qué lo dices, Maurizio?
-Porque desde ayer te querías acercar a Alisa Drei.
-¡Ah, por eso! Fue para decirle que ojalá nos veamos en Helsinki.
-¿Qué?
-Cosas de chicas.
-¿De qué no me estoy enterando?
-Te diré luego.
-¿Por qué no ahora?
-Porque voy a patinar.

Maurizio Leoncavallo no añadió más y se concretó a ver como Carlota terminaba de estirar mientras Alisa Drei presentaba un ejercicio sin errores y a pesar de su menor dificultad, rebasaría a Joannie Rochette, misma que suspiraba de molestia rumbo al vestidor.

-Alisa en el podio, las cosas que hay que ver - suspiró Maurizio y Carlota recibió su entrada al hielo en medio de la admiración del público. Mientras en televisión se apreciaba la repetición con los mejores movimientos de Alisa Drei, la joven Liukin recorría la pista identificando surcos que podrían ser problemáticos y volvía al borde izquierdo a recibir unas cuantas instrucciones.

-Recuerda marcar tu cintura cuando hagas los giros de vals.
-Sí, Maurizio.
-Haz tu combinación de triple flip con triple toe de inicio.
-¿Estás seguro?
-¿Quieres ganar esto, Carlota?
-Sí.
-Cuida el filo en el lutz y recuerda que te enfrentas a un tren ¿de acuerdo?
-Entendido.
-Bonne chance, mademoiselle!
-Merci, monsieur Leoncavallo!
-¿Qué dijimos?
-Merci, Maurizio!

Mientras Alisa Drei reaccionaba incrédula por desplazar a Joannie Rochette en la tabla de posiciones, el sonido local se preparaba para la última presentación de la noche. La joven Liukin se separó del borde para ir a su lugar.

-Ladies and gentleman, this is the last skater. Représentant la France.... Notre patineuse, Carlota Liukin!

El público recibió a su estrella de pie, con un grito desafiante, con las banderas agitándose rabiosamente, cascabeles sonando, pelucas estrafalarias y entusiasmo desbordado de niños que portaban peluches de todos tamaños. En esos segundos, Maragaglio se situó junto a Maurizio al mismo tiempo que exclamaba "allez! allez!".

-¿Me dejas preguntarte?
-Depende, Mauri.
-¿Qué pasó anoche?
-Llevé a Carlota a cenar.
-¿Cómo te heriste la mano?
-Un accidente estúpido, cosas de coches.
-¿Dónde pasaste la noche?
-En France Securité, revisando el plan para hoy.
-Oye Maragaglio, es más fácil decir que volviste a engañar a tu mujer.
-¿Te consta?
-Tienes el descaro de traer a tu nueva amiga aquí.
-¿Quién?
-¿Todavía la niegas?
-Se llama Katrina.
-¿De dónde la sacaste?
-Métete con ella y te rompo la espalda.

Cuando Maragaglio sonaba amenazante, Maurizio prefería tomarlo en serio.

Carlota Liukin respiraba hondo mientras cruzaba un poco sus brazos y pensó de rebote en que Romain Haguenauer se enfadaría al instante siguiente. Cuando se hizo el silencio, la pista musical inició como un bullicio y como ella pareciera realizar una reverencia, el auditorio reaccionó como si recibiera un saludo.

-Eso no es lo que coreografié - comentó Romain Haguenauer en las gradas.
-Creí que Carlota había trabajado mucho contigo - replicó Judy Becaud.
-¿Por qué no me avisaron?
-No te enojes, Romain.

Carlota en la pista preparaba su primer salto y Maurizio Leoncavallo parecía inclinarse para observar si lo hacía correctamente.

-"Liukin realiza triple flip ¡con triple toe! ¡Qué manera de iniciar! - narraba alguien para la televisión rusa.

-"Tano triple flip and triple toe! Great start by Liukin - se decía en Eurosport y otros resaltaban que en Carlota usaba un brazo sobre su cabeza en aquel elemento.

-Venga ¡vamos por el lutz! - gritaba Maurizio en su lugar y su estudiante recorría bellamente la pista hasta su segundo salto, mismo que aplaudió la multitud escandalosamente.

-Vaya, Carlota ha mejorado - opinaba Maragaglio al notar cómo ella iba realizando una transición sin olvidar su ritmo de vals y actuando como si tuviera una fiesta elegante. La hermosa pirueta que siguió era digna de una aclamación aparte.

-"What a beautiful combo spin... sit position, camel, sit again and y position. Captivating" - se describía en la transmisión del canal NBC mientras que en Televisión Española resaltaban la secuencia de pasos, en la que Carlota intercalaba movimientos en un solo pie con otras posiciones en donde usaba ambos para simular que tenía una pareja de baile. Luego, ella tomó más velocidad para marcar que esa parte había terminado y realizó el segundo triple flip.

-¡Filo correcto! - suspiró Maurizio Leoncavallo con alivio y la música continuó veloz hasta que ella realizó un triple loop y el primer sonido de un tren se percibió en Bércy.

-Wow - se impresionó Haguenauer y Carlota cambió el tono de su interpretación, pasando de la joven que reinaba en su fiesta a una que de golpe parecía perderlo todo. Su rostro sonriente ahora reflejaba angustia.

-"Mira Susana: Carlota levanta un brazo al hacer su doble axel y lo combina con doble toe y otro doble toe". De nuevo usa la mano derecha para decorar".
-"Sin olvidar su línea de vals, Paloma. Qué bonito" - expresaban las analistas de Televisión Española sin perder de vista los aplausos de Maurizio y su nueva costumbre de cargar la chaqueta y la bolsa de su alumna mientras se inclinaba como si quisiera meterse a la pista.

-¿Carlota toca el hielo con su rodilla? - preguntó Maragaglio luego de que la chica simulara hacerlo unos segundos.
-¿Tú quieres que se lo cuenten como caída? - bromeó su primo y observó una figura llamada "eagle" que servía como entrada del siguiente salto.

-¡Le salió el salchow! - celebraba Maurizio.
-¿Le añadió un triple toe?
-La reté a hacerlo, Maragaglio.
-¿Te dijo que podía?
-Fue lo contrario.
-¿Cómo aprendió?
-Se me ocurrió decir "brazos arriba".

Las expresiones de tristeza de Carlota Liukin eran pegajosas y parecía padecer de frío mientras realizaba una transición en la que se estrechaba a sí misma. El sonido del violín era cada vez más sombrío cuando ella se impulsó para su segundo axel.

-¡No! - se lamentaron enseguida Maragaglio y Maurizio mientras Carlota se reía por su inesperada caída antes de volver a su personaje, hacer un spiral en posición ye, una pirueta de camel con donut y un bielmann que provocaba suspiros. La pose final simulaba la caminata en una vía y la pista musical marcaba el momento de la fatal llegada del tren.

-¡El programa es muy bonito! - aplaudió Maragaglio mientras el público caía rendido ante Carlota Liukin y desde las gradas se lanzaban innumerables rosas, peluches y cajitas con pulseras o aretes. Las banderas francesas se hallaban por todo lo alto y aquella que sentenciaba "Carlota est la plus belle du monde" ondeaba sin cesar. Los amigos de Carlota, Judy Becaud, el decepcionado Haguenauer y la desconocida Katrina acompañaban la ovación a la que se unían varios presentadores de los canales deportivos y millones de telespectadores franceses que sucumbiendo a la publicidad, seguían el torneo.

-Carlota Liukin! - enunciaba entusiasmado el encargado del sonido local y ella agradecía las muestras de cariño con el dilema de quedarse a ayudar a las flower girls a levantar todo mientras sentía pena por haberse resbalado en el último axel y a la distancia, le hacía saber a su coach que se disculpaba por todo.

-Buen trabajo - reconoció Maragaglio sin ironía.
-Creí quedarme sordo ayer - contestó Maurizio cuando empezó a distinguirse una arenga que completó la jubilosa escena. Los aficionados rusos gritaban "molodyets!, molodyets!" para Carlota Liukin, causando asombro y una gran alegría para ella, que reaccionaba aceptándoles una bandera y un gorro ushanka antes de reunirse con Maurizio y recibir un caluroso abrazo y un beso en la mejilla.

-Very nice! - halagó él.
-¡Estaba nerviosísima!
-Se notó.
-¡Los rusos están locos! ¡Me están felicitando!
-Es la primera vez que los oigo con un "molodyets" para alguien que no es de su país.
-¡La rutina les encanta, Mauri!

La chica apretó nuevamente a su entrenador y se dirigieron al kiss and cry, lugar en donde Maragaglio los esperaba con una gran sonrisa.

-Te salió increíble, Carlota - pronunció éste último.
-¡Muchas gracias!
-Felicidades, Mauri. Te lo mereces.

La joven apretó a Maragaglio largamente y lo besó dos veces, confirmándole a todos que él era la persona presente que más quería, después de Marat Safin.

-"El papá no se le ha separado para nada, Susana" - afirmaba Paloma del Río y veía a los Leoncavallo tomar asiento con Carlota enmedio. Maragaglio revisaba un celular color amarillo y Carlota curioseó enseguida.

-¿Qué pasa?
-Es tu amiga, Amy. Dice que pasó otro filtro en las pruebas del ballet. Vuelve a audicionar a las 11:30.
-¿Qué hora es?
-Las diez.
-No voy a llegar.
-Tranquila, ordené que la conferencia de prensa dure poco.
-¿Hay tráfico?
-Niña, vas a estar con ella. Lo prometo.
-Grazie, Maragaglio.

Él quiso prolongar esa conversación pero no tenía ingenio para ello y en cambio, volteó hacia su primo para darle su rápida opinión sobre la rutina de Carlota. Ella entonces tomó la mano de ambos cuando se daban a conocer las calificaciones.

-Scores for Carlota Liukin from France... Technical Merit: 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7, 5.7.
Presentation:...."

La chica suspiró como si tuviera terror y sostuvo con mayor fuerza los dedos de Maurizio Leoncavallo.

-5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8, 5.8.

Carlota Liukin gritó victoriosa y el público estalló en una fiesta que hacía temblar las cámaras. Incluso Marat Safin alzaba los brazos en señal de felicidad.

-Ordinals: 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1, 1. Carlota Liukin from France is in first place!

Ella se levantó con el puño en alto antes de volver a tocarse la cara y mirar como su nombre desplazaba al de Irina Astrovskaya en el tablero.

-Maurizio, abbiamo vinto! ¡Le gané a Irina! ¡No puede ser! - asimiló Carlota y abrazó a su entrenador sin saber por qué unas pequeñas lágrimas le brotaban.

-Tengo los diamantes, puedes voltear - murmuró él y la jovencita saludó a los presentes mientras iniciaba una nueva lluvia de obsequios, los "molodyets!", los "vive la France!" y las fotos que luego servirían de portada para los periódicos del día siguiente.

-Mesdames et monsieurs: Carlota Liukin! - se escuchó y ella miró a Maragaglio sin saber qué seguía.

-Es tu momento, sonríe - sugirió él mientras la aplaudía.
-Gracias por estar aquí.

Ambos chocaron manos y junto a Maurizio, se despidieron de la multitud para ir al túnel junto al vestidor, en donde otra ronda de aclamaciones no se hizo esperar. Técnicos, voluntarios, flower girls y miembros de la policía aprovechaban para pedir autógrafos, fotografías o algún agradecimiento. Otras contendientes la felicitaban.

Sin embargo, era Romain Haguenauer quien, en medio del alboroto, decidió dejar su lugar y colarse tras bambalinas.

-¡Tranquilo, Romain! - reiteró Judy Becaud yendo tras él junto a Marat Safin y Anton Maizuradze le aconsejaba a Katrina ir con el grupo.

-Ay, Maragaglio me pidió quedarme aquí.
-Nosotros nos vamos.
-Pero él...
-Sirve que te enteras del chisme.

La mujer abandonó su asiento sin entender nada y con su acreditación, accedió al área técnica, preguntándose otra vez qué era lo que hacía ahí. Katrina se topó de frente a Maragaglio cuando este recibía una llamada.

-Te pedí que no te movieras.
-El niño me jaló.
-¿Cuál?
-¡Antoncito! Quiere que sepa de todo.
-No te separes de mí.
-Bueno, cariño.
-¿Te gustó el evento?
-¡El patinaje es muy bonito, Maragaglio!
-Es verdad.
-Pero no sabía que la gente no se reía cuando hay caídas.
-¡Ay, Katy...! Katrina.. No pasa nada.
-Katarina es muy afortunada porque a cada segundo piensas en ella.

Maragaglio quedó en silencio y volteó hacia la izquierda, percatándose de que Romain Haguenauer se acercaba a Carlota y Maurizio con voz autoritaria y brazos cruzados. Todos prestaron atención aunque Judy Becaud era quien aun pedía calma.

-¡Ustedes dos! ¡Par de mentirosos, traidores... irrespetuosos! - saludó Haguenauer.
-Lamento no avisar antes.
-¡Cállate,  Leoncavallo! ¿Cómo se atrevieron a desechar lo que trabajé en el verano? ¿Por qué no me tuvieron consideración? ¿Algo qué decir, jovencita? ¿Maurizio?
-Ah... Yo creí, Carlota tiene potencial y yo... Haguenauer, en serio, lo siento pero la rutina que le diste es muy simple y pensé que si complicaba las cosas, ella respondería.
-¿Te pareció que yo lo hago mal?
-¡No! Es sólo que se me ocurrió que mi idea era mejor que la tuya y no me voy a retractar.
-Ni las disculpas voy a aceptarte. Lo que hicieron fue... ¡Trop belle! ¡Es un gran programa, félicitátions et merci beacoup!

Haguenauer apretó a Carlota y Maurizio con todas sus fuerzas, feliz por la exhibición que había presenciado y dejando a los demás con ganas de una discusión fuerte.

-¡Sabiamos que te gustaría! - expresó la jovencita y enseguida se soltó para ir donde Marat. Los camarógrafos habían anhelado esa escena por horas.

-Dije que no iba a tolerar otro chico - recordó Haguenauer.
-Yo no sabía - respondió Maurizio.
-¿Marat no da problemas?
-Él no es Trankov.

Ambos se limitaron a contemplar como el muchacho felicitaba a Carlota.

-¡Gracias por estar aquí! - exclamaba ella.
-Patinaste muy bien, ganaste.
-¡No lo puedo creer todavía! ¡Es oro, Marat!
-Lo mereces, eres muy buena.
-¡Me gusta que te guste!
-Estuvo bonito.

Carlota se echó a los brazos del joven Safin y luego de un mutuo beso en la mejilla, él le murmuró al oído que Irina Astrovskaya y Alisa Drei le aguardaban para la ceremonia de premiación. Los organizadores habían colocado una gran alfombra roja y un podio plateado que reflejaba una luz dorada en el puesto más alto.

-Entregaremos primero el bronce, el oro al final - avisó un voluntario y Carlota no pudo contener la emoción de compartir honores con Irina Astrovskaya.

-Es demasiado pronto ¿no crees, Liukin?
-¡Creí que me ganarías, Irina!
-Nos veremos en Helsinki.
-Va a ser más difícil.
-¿Estarás en el homenaje a Jiry Cassavettes?
-Alisa me contó que tal vez haremos algo.
-No creo que Maurizio quiera participar.
-No le he comentado.

Alisa Drei no intervino, motivando a Carlota a pensar otra vez en que había algo oculto.

-¿Todo bien? - curioseó Maragaglio.
-Nada, es que estoy muy feliz.
-Tu padre está llamando.
-¡Pásamelo!
-Por supuesto.

La chica tomó su celular.

-¡Papá! ¿Te encanta la rutina?.... Gracias ¡sabía que te pondrías contento! ¿Cómo están mis hermanos?.... Me darán la medalla en un momento ¡Gané, papá! Dile a Andreas que me debe un sushi... Le llevaré un regalo a Adrien y unas cosas a Miguel. Dale un abrazo a Yuko de mi parte y me saludas a Maeva... ¿Tennant? Hola para él, supongo.... ¡Te extraño, papá!... Te enseñaré mi medalla cuando regrese, te mando un beso.... Te amo, papá.

Carlota terminó la llamada y se percató de que Maragaglio no se había movido de su lado y le veía con bastante agrado. Ninguno de los dos entendía por qué les gustaba estar juntos pero ella sonrió y con la cara sonrosada recordó que iniciaba la entrega de medallas. Las luces se tornaron azules cuando Alisa Drei fue anunciada e Irina Astrovskaya tomó la mano de Maurizio Leoncavallo para reconocer que le encantaba su trabajo.

-Te lo agradezco, Irina.
-Carlota es genial.
-Ella tiene un don...
-Sin ti no lo haría bien. Cuídala mucho.
-¿Puedo preguntar?
-Mauri ¿platicamos en Helsinki?
-Claro, cuando sea posible.
-Dile a tus alumnos que no vuelvan a preguntar sobre Jiry.
-¿Por qué harían eso?
-Porque en Finlandia no tendrás oportunidad de explicar nada.

Maurizio no supo cómo tomarlo y calló por precaución, así que pensó que tenía sentido la conversación entre Carlota y Alisa. En el debate entre el desagrado y la confusión, ganó lo último y acomodó el broche del pelo de su estudiante.

-Es para que te veas bonita.
-Oh, bien.
-Niña Liukin ¿cómo te sientes?
-Estoy que tiemblo, Maurizio.
-Recibe a tus amigos.

La joven giró sobre sí y estrechó a Judy Becaud y Anton Maizuradze con gran energía.

-¡Estoy tan feliz por ti!
-Me vas a hacer llorar, Judy.
-Perdona, Carlota. No te arruinaré el maquillaje.
-¿De qué hablas?
-Creo que estoy más nerviosa que tú.
-Viniste a verme, te quiero mucho.
-Igual yo a ti.
-Irina acaba de ir por su premio... ¡Anton, te encargo muchas fotos!

Carlota no contuvo su creciente incredulidad y antes de salir al público, apretó a Maurizio Leoncavallo en gratitud.

-Es nuestra medalla de Bompard y te la debo - confesó la joven.
-¿Por qué? Tú patinaste.
-Alguien me dijo que siempre quisiste ganarla.
-¿Karin?
-Katarina te la quería regalar pero no pudo.
-Nunca se lo comenté, Carlota.
-¡Estoy tan ....!

La joven Liukin no completó la frase porque se escuchó una estruendosa ovación que por poco le causaba dolor en los oídos. El anunciador pronunciaba:

-Mesdames et monsieurs: Gold medal, médaille d'or et représentant la France.... Carlota Liukin!

Ella saltó a la pista sin saber si se conmovía o se carcajeaba y la alfombra le parecía muy suave aunque le preocupara que sus cuchillas se maltrataran. En la cortinilla televisiva, su nombre aparecía con letras doradas y ella saludaba al auditorio aunque se aproximó a Alisa Drei y a Irina Astrovskaya, cada una en su lugar, para decirles que se sentía feliz por ellas. La chica trató de reprimirlo pero al final saltó al podio con los brazos en alto y miró a los bordes porque la comitiva con los reconocimientos estaba lista. Pasquale Zazoui, presidente de la Federación Francesa de Deportes sobre Hielo estrechaba la mano de Maurizio Leoncavallo por el gran resultado de la prueba femenil y tres voluntarias, vestidas de blanco y azul, salían con arreglos florales y una caja de madera que al ser abierta, descubriría las preseas. Zazoui caminó detrás de ellas poco después.

-"Entregando los premios está el titular de la federación francesa. Seguramente se encuentra satisfecho por este torneo y sólo queda felicitar a Carlota Liukin por el trabajo que realiza, Paloma".
-"Maurizio está emocionadísimo".
-"Está realizando algo fantástico con Liukin a pesar del escasísimo tiempo juntos".

Carlota Liukin abrazó a Zazoui luego de que éste saludara a sus compañeras de podio y era notoria la alegría en ambos. Maurizio Leoncavallo sabía que habían complacido al jefe y cada entrada pagada al Trofeo Bompard había valido la pena.

En las pantallas gigantes aparecían los rostros de los invitados especiales como Laetitia Casta y Gérard Dépardieu, que al imitar a Carlota como Anna Karenina, despertó un colectivo ataque de risa.

-Supongo que lo hice bien - comentó ella.
-Precioso - respondió Zazoui.
-¿Por qué no nos han puesto las medallas?
-Hay alguien interesado en hacerlo.
-¿Quién?
-Una persona a la que sacaste de la oficina. Aquí viene.

Un sonido de trompetas hizo que ella girara hacia el sitio donde Maurizio Leoncavallo se hallaba y distinguió una gran silueta que cortésmente le dirigía la palabra luego de hacer lo propio con Judy Becaud y compañía. El auditorio se mantenía expectante y ella trataba de adivinar quien la visitaba.

-Mesdames et monsieurs: Le Président de la France, Jacques Chirac.

Una ronda de aplausos y una espontánea solemnidad se apoderaron de la atmósfera al reaccionar Carlota Liukin con sorpresa tal, que había cubierto su abierta boca con la mano derecha.

-Cálmate, niña - decía Irina Astrovskaya con la voz atorada entre los dientes.
-Nunca pasa esto. Bueno, es la primera vez en un Grand Prix. - notó Alisa Drei.

Jacques Chirac caminaba hacia las ganadoras con aparente timidez, con un poco de lentitud. Parecía que tenía intenciones de intervenir en una conversación sin abandonar su autoridad aunque saludara amablemente a Pasquale Zazoui poco después y le reconociera "un buen trabajo" al frente de la Federación Francesa de Deportes sobre Hielo.

-Un placer conocerla, mademoiselle Liukin. Me han informado que usted mantiene al país pendiente de sus competencias y vine a constatar la razón. El talento que ha demostrado justifica el interés.
-Muchas gracias, señor presidente.
-He oído bastante estos días de que necesita el pasaporte y algunos documentos para asegurar su representación nacional. Instruí al Ministro del Interior al respecto y acabo de firmar su naturalización, mademoiselle Liukin.
-¿Es en serio? No he hecho un trámite...
-El agente Maurizio Maragaglio me recordó que le debía un favor.
-¿Él?
-No podía cometer una torpeza burocrática y permitirle al gobierno ruso hacer un ofrecimiento para usted.
-¿Rusia?
-Benvenue en France, compatriote admirée.

Carlota no se reponía de la impresión y deseó meterse en la cabeza de Maragaglio para encontrar qué clase de asuntos poseía, ocasionando que alguien importante como un presidente tuviera una deuda que pudiera pagarse con tales papeles, saltándose solicitudes, ventanillas o entrevistas con agentes de migración. Aun más llamativo el hecho de que Maragaglio le había realizado un segundo favor a ella así que alguna intención existía y tal vez no era la mejor... ¿O sí? Carlota comenzaba a comprender que la ayuda desinteresada era escasa y que a lo mejor estaba metida en un gran problema y no sabría salir.

-Mesdames et monsieurs: Les mèdailles! - prosiguió el sonido local y las jóvenes voluntarias se colocaron frente a las patinadoras con la caja de madera abierta.

-Troisième place, médaille de bronze et représentant la Finlande: Alisa Drei! - declaró un improvisado presentador cerca de un palco de transmisiones y los aplausos se antojaban contenidos, aunque no forzados. Alisa recibía un ramo de flores rojas de manos de Pasquale Zazoui y su presea le era colocada por Monsieur Chirac, mismo que le daba la mano sin pronunciar más que la palabra "félicitations".

-Deuxième place, médaille d'argent et représentant Tell no Tales: Irina Astrovskaya! - Carlota Liukin no pudo evitar juntar su cabeza con la de su compañera y abrazarla por la emoción de tenerla al lado, compartiendo un momento especial. Eran la heroína y la novata emocionando a la audiencia.

-Molodyets, molodyets! - repetían los admiradores rusos y los tellnotellianos presentes gritaban que amaban a Irina, que era la campeona en sus corazones.

La joven Liukin aplaudía durante el segundo previo a que el anunciador no fingiera su felicidad y en el graderío se presentara un nuevo estallido de júbilo, razón que la asustaría un poco y la obligaría a salir de su ensueño.

-Première place!... Médaille d'or!.... Et représentant la France!... Notre belle patineuse, Carlota Liukin!

La multitud reaccionaba con un estruendo furioso, como si se hubiera ganado una enorme batalla. Papelitos azules y rojos caían por todos lo sitios, los silbatos y cornetas no paraban la algarabía y Jacques Chirac la tomó de nuevo de las manos.

-Félicitations, mademoiselle Liukin!
-¡Muchas gracias, señor presidente!
-Le hago entrega de su medalla y le deseo mucha suerte en el equipo nacional. Ha hecho un buen trabajo hoy.

La joven inclinó su cabeza unos segundos más tarde y una pesada presea dorada comenzó a decorar su pecho con singular fulgor. El público levantaba sus arengas una vez más y ella recibía sus flores de parte de Pasquale Zazoui, quien le apretaba la mano derecha.

-Le voy a decir a Maurizio que trabajen más esos saltos, niña.
-¡Claro, jefe!
-Recuerda que Tatiana Tarasova te recibe el próximo año y no quiere estarte corrigiendo. Aplícate, por favor.
-¡Por supuesto, monsieur Zazoui!

La chica hizo una especie de saludo militar para acatar esa orden y lo vio hacerse a un lado junto a Jacques Chirac cuando volvió la calma. La ceremonia del himno comenzó y se entonaba la Marsellesa con devoción y respeto.

Mientras tres banderas se izaban frente a sus ojos, Carlota Liukin se llenó de un sentimiento de satisfacción que no recordaba de algún momento pasado. Le llenaba de orgullo ver los colores franceses, le agradaba que le nombraran compatriota en vez de originaria de otro lugar. Pero no era simple. Al mismo tiempo, el amor por su tierra le volvía imposible ignorar sus tardes en la campiña, sus días de playa, su barrio Centre, sus festivales, sus sueños de representar aquél país en África de donde provenía su familia y había conocido la felicidad. El ver los dos lábaros por lo alto aun era confuso así que le cantaba a ambos con idéntica intensidad.

Desde lo alto del podio, Carlota Liukin pudo ver un poco del mundo. Todo se había hecho un poco más pequeño, acogedor. Sus brazos se elevaban en victoria con una nueva lluvia de papelitos dorados y las luces azules convertían el panorama en algo más bello, aunque fuera por un breve instante.

A la distancia, Maurizio Leoncavallo se dedicaba a aplaudir mientras Maragaglio le pedía a los organizadores que no tardaran tanto con las fotos oficiales y el encuentro con la prensa. Amy audicionaría en el ballet en una hora exacta y ni en Tell no Tales o en Francia, Carlota Liukin se daría el lujo de faltar o de no apoyarla. 

domingo, 18 de agosto de 2019

Marine

Marine Lorphelin/Foto cortesía de Le journal

Viernes, 15 de noviembre de 2002. París, Francia. Medianoche.

Maurizio Maragaglio no podía soportarse a sí mismo y luego de asegurarse de que Carlota Liukin se quedara dormida, salió a la calle para aclarar sus pensamientos. Continuaba furioso por lo ocurrido horas atrás, con Trankov, con Trafalgar, con los diamantes que ahora se obligaba a ocultar. Había odiado el verse necesitado por disparar y se hallaba tan asustado también, que consiguió un par de cigarrillos y se detuvo frente a un árbol para intentar contestar el celular con la pequeña esperanza de que su prima Katarina le dijera "he llegado a Venecia" o "estoy bien" sin importar que no fuera lo que deseaba escuchar. Incluso, alguna palabra de su esposa era bienvenida o de Alondra Alonso aunque hubiesen roto su relación. Por ello, pulsó el botón para aceptar sin prestar atención al identificador.

-Maragaglio, aquí... - dijo presuroso y luego de oír un sollozo, el desahogo se le convirtió en ira, sobretodo cuando una voz femenina, trabada y desesperada le suplicaba con un "por, por favor, Maurizio, habla... bla, conmigo".

-¡Te pedí que no volvieras a llamar! - replicó él bruscamente.
-"Mi amor, te, te necesito ¡no cuelgues!
-¡Déjame en paz!
-"¡Volvamos a estar juntos! ¡Te pro... prometo que no vuelvo a acercarme a tu esposa, que, que se... seré discreta por tus niños! ¡Regresa Maurizio, te amo!"
-¡Vete al diablo, Marine! - concluyó él, arrojando el teléfono al suelo y fumando sin calma en la calle solitaria, como si se le hubiera sumado otro problema y esta vez sintiera la carga más pesada que de costumbre. El cuello le dolía, el ardor en sus nudillos continuaba, la presión de su espalda punzaba.

Luego de hacer acopio de voluntad, levantó su celular, aunque optó por mantenerlo silencioso y enfiló sus pasos hacia Les Halles, sin saber por qué lo necesitaba con tanta urgencia. La distancia era escasa desde la Rue de Poinsettia pero cierta corazonada le impidió avanzar a su ritmo. Sentado otra vez en una banca, junto a un bote de basura y un nuevo árbol, Maragaglio se llevó la sorpresa de que Ricardo Liukin le contactaba o más bien, de que no había leído sus mensajes y por ello el motivo de esa conversación imprevista. Del otro lado se percibía gran calma y el sonido de los canales de Venecia quietos.

-Ciao, Maragaglio aquí.
-"Habla Ricardo Liukin."
-¿Cómo está, señor? Carlota duerme, no se preocupe.
-"He intentado platicar con ella y no me contesta."
-Esa es culpa mía porque le quité el teléfono.
-"¿Quiere explicarme?"
-Esa cosa no dejaba de distraerla y por seguridad, hay que vigilar quien le llama. Preferí evitar dificultades.
-"Pudo avisarme".
-Me disculpo por eso.
-"¿Cómo se ha portado mi hija?"
-Bastante bien porque sigue mis indicaciones, no protesta.
-"¿Carlota no ha hecho berrinche ni lo ha burlado de forma increíble?... ¿Está enferma?"
-¡No! Está concentrada en el torneo, es todo.
-"Cuando a Carlota se le ocurre una tontería, no puedo dormir ¿No ha hecho locuras?"
-Se lo confieso: No la pude separar de Marat y han ido a comer después de entrenar y de paseo. Yo los vigilo, es todo.
-"Lo imaginé.... Carlota no aprende ¿se comporta al menos?"
-Le he dicho que sí, señor Liukin.
-"Vi a Marat en televisión y he temido lo peor ¿Ha habido algún coqueteo o algo que deba saber?"
-No. Yo me encargo de que ambos se vayan por su lado cuando termina la prensa de tomarles fotos.
-"Eso espero, Maragaglio, porque Carlota...."
-¡Le estoy diciendo que estoy a cargo!

Maragaglio se arrepintió en el acto de su exabrupto y cubriéndose la cara, se extrañó enseguida de que Ricardo no se molestara en lo más mínimo.

-"¿Ha tenido tanto trabajo?"
-Algo así ¿Hay algún problema con el almirante Trafalgar? ¿Por qué no me avisaron?
-"¿Se acercó a mi hija?"
-¡No, de ninguna manera! Es que Carlota me contó que no le agrada.
-"Maragaglio ¿usted puede evitar que ese tipo esté con ella?"
-Está hecho, le doy mi palabra. Trafalgar quería un autógrafo pero la niña no le tiene confianza y me las arreglo para que no estén cerca.
-"Gracias. Manténgame al tanto, por favor".
-Señor Liukin ¿Todo está bien en Venecia?
-"Supongo que sí ¿No ha conversado con su esposa?"
-La saludé en la tarde y mis hijos tuvieron un partido de fútbol.... ¿Katarina está con Miguel, verdad? Se fue de París sin avisar y supuse que andaría por ahí con él.
-"¿Katarina? Ella no ha venido. Miguel me comentó que la verá por la mañana".
-¡Creí que había ido con ustedes! ¿No les ha dicho algo?
-"Habló con mi hijo pero no sé más".
-Debe seguir molesta conmigo - murmuró pero Ricardo le entendió perfectamente.

-"Katarina parecía contenta cuando platicó con Miguel. Cualquier cosa que usted le haya dicho no fue algo que tomara a mal".
-¿Lo cree?
-"Maragaglio, desconozco que ocurrió en París pero haría bien en dejar a su prima vivir".
-¿Qué quiere decir?
-"Ella es joven y empieza a elegir a sus amigos y a dónde ir. Maragaglio, a usted no le corresponde... ¿Me hace caso?"

Pero Ricardo Liukin no podía saber que una llamada entrante acabaría por alterar los nervios del otro. Por error, Maragaglio sacaría un enojo que llevaba reprimiendo mucho tiempo.

-¡Maldita sea, Marine! ¡Terminé contigo hace cuatro jodidos años! ¡Estoy cansado de que me supliques, yo no quiero verte, no me llames, no preguntes por mí en la oficina y no llores por el amor de Dios! ¿Qué estás buscando? ¿Quieres que mi esposa te ponga en tu lugar como la última vez? ¿Por qué sigues haciendo esto? ¿Qué diablos te pasa por la cabeza? ¡Estoy harto, harto, harto!... Vete al demonio, Marine, yo nunca tuve intenciones de quedarme a tu lado, no te hice promesas y sabes que jamás te tomé en serio. Por favor, busca un psicólogo y algo qué hacer porque deseo que desaparezcas y honestamente, fue un error estar juntos.

Maragaglio pudo sentirse aliviado por un segundo mientras lo carcomía el estrés por otras cosas y encendía el segundo cigarro cuando Ricardo Liukin le respondió:

-"No se preocupe, no suelo preguntar".

Entonces, el hombre revisó su celular y descubrió que Marine continuaba siendo su llamada en espera y Ricardo era quien había oído su reclamo. Avergonzado, apagó el aparato y fumó lentamente, seguro de que nada podía hacer. Toda la situación era por entero su culpa y no quería seguir arrastrándola. Se preguntaba entonces por qué no había bloqueado el número de Marine, por qué seguía cometiendo la torpeza de no fijarse cuando recibía llamadas personales. Era un milagro que Susanna, su mujer, no se diera cuenta de la clase de infiel que tenía al lado; que Katarina no advirtiera cuánto la amaba ni por casualidad. No creía confiar ni en que Ricardo Liukin cerrara la boca. Maragaglio había experimentado distintas emociones en cuestión de horas. Era demasiado.

Antes de Alondra y Katarina, para él existió Marine Lorraine, una becaria que ingresaba a Intelligenza Italiana con la intención de obtener una recomendación para el Intelligence Global Service, la agencia del Gobierno Mundial... Pero eso había sido siete años antes. La chica había pedido su transferencia de la Univerdad de Ciencias de Tell no Tales a la Universidad de Milán para estudiar criminalística, su currículum impresionante destacaba un voluntariado en Costa de Marfil con UNICEF y haber adelantado tantos grados que tenía un título en Derecho antes de cumplir veinte. Y a él no le impresionó cuando se la presentaron y le asignaron su tutela. De inmediato la había puesto a arreglar archivos y contestar teléfonos sin considerar un segundo que ella era sorda y usaba un aparato que a veces le molestaba. Marine era otra chica del servicio social que leía cada documento que pasaba por sus manos y hacía notas con dudas a las que el propio Maragaglio daba réplica cada viernes a las tres mientras miraba las nuevas cajas con trabajo a ordenar.

Sólo él había adivinado que Marine no estaba hecha para el papeleo y luego de una visita de Susanna Maragaglio, la becaria había tenido el atrevimiento de entrar a su oficina para reclamarle por engañar a aquella mujer tan encantadora. Él retó a la chica a decir algo que nadie más imaginara sobre sí mismo y Marine descubrió que Maragaglio podía explotar cada que le confrontaran con su frustrado sueño de ser actor de cine. Ella también se había dado cuenta de que el abuelo Leoncavallo se había encargado de impedirlo y que nadie alrededor iba a ser capaz de entender. Pero Marine era tan diferente que había dicho: "Lo oí cantar, señor. Intente seguir".

Entre todas las cosas de las que Maragaglio podía arrepentirse, resaltaba el avisar a aquella chica que se iría a Venecia y que por ello le había adelantado la carta que requería para el Global Service. Marine en cambio, le comunicaba su opinión de quedarse en Italia porque quería aprender más y él envió una nueva recomendación para permitirle permanecer en Intelligenza. La joven lo siguió de inmediato hacia la nueva ciudad, ganándose su estima una vez que le ayudó a organizarse con el nuevo equipo y se quedaba horas extra para evaluar pendientes.

Para Maragaglio era tan sorprendente lo ocurrido mientras recordaba cada momento desde París.

Con Marine todo había sido natural, sin planes ni estrategias. Compartían la comida, salían de la oficina al mismo tiempo, se preguntaban por su fin de semana o el cumpleaños de algún amigo. Cualquier otro affair de Maragaglio duraba poco; acaso un par de semanas, unos escasos meses o sólo fugaces días pero en una práctica de campo, Marine lo había tomado de la mano y compartido el secreto de disfrutar del más absoluto silencio porque oír le resultaba extenuante, casi insoportable. Desde ese instante solían besarse y abrazarse, recostarse en el césped, citarse en algún café o escaparse a las dunas de Lido y él aprendió lenguaje de señas para hablar con ella en mayor intimidad.

-Qué idiota - se reprochó Maragaglio al recordar la primera vez que tocó un botón en un vestido blanco de Marine y la forma en que ella lo contemplaba al ducharse juntos. Con esa mujer, él había conocido lo que era una relación tranquila, sin necesidad de darle una definición, sin la presión de cumplir con aniversarios y eventos familiares. Pero Marine descifró el deseo de Susanna Maragaglio de ser madre y la disposición de su marido al respecto y aunque estaba dispuesta a aceptarlo, su carácter dulce empezó a tornarse reservado. Quizás fue el momento en que la joven comenzó a preguntarse si aquello valía la pena, pero en su segundo año como amantes pareció conformarse con lo que Maragaglio le daba y volvió a ser brevemente feliz con un viaje a Tell no Tales, cuando él se obsesionó con una familia de apellido Liukin, de la que deseaba conocer todo tipo de detalles. A su lado, había recorrido su natal barrio de Corse e ido a Jamal a descansar en una hermosa cabaña. Pero un inesperado desliz con una chica de nombre Kleofina fue suficiente para desatar un reclamo en la calle y Marine sintió el dolor del desengaño por primera vez: Él no había cambiado. Si Maragaglio le era infiel a su esposa, también era capaz de serlo con ella y no tenía derecho de echárselo en cara. Marine lo perdonó, pero era el comienzo del espiral.

Poco después, Katarina Leoncavallo reapareció en la vida de su primo. Él había tenido una conversación sorpresiva por teléfono y Marine volvió a ir hacia Milán. Ella no pudo ni nadie, adivinar lo que aquella adolescente de dieciséis años le había dicho a Maragaglio. Ese hombre comenzó a hablar de la muchacha a toda hora, a prestarle mucha atención.... Marine comenzó a espiarlo para saber qué ocurría, así que vio su reacción cuando Katarina arribó a la estación de Santa Lucía al marzo siguiente con su vestido amarillo y su suéter, con su cabello liso y oscuro. Maragaglio oyó un reclamo celoso de su amante y para compensarlo, acordaron verse en la playa de Lido pero él iba con su familia y Katarina en bikini lo hacía actuar en forma extraña. Marine sólo comprobó que él se apartaba con Susanna después de quedar prendado con la otra.

Maragaglio aun tenía presente sus discusiones con la becaria, que desde el desplante en Lido eran frecuentes. Las lágrimas, el reproche por abandonarla o las súplicas por tenerlo a su lado, hicieron que él la invitara a tomar vacaciones en Senegal porque ahí vivía la novia de su primo Maurizio y tal vez arreglarían los planes de boda.

Al principio, la estancia en Dakar había sido de ensueño. No había algo que no compartiera con Marine y sus problemas parecían quedar atrás, pero él retomó su estilo de conquista con Courtney Diallo al conocerla, tratando de acostarse con ella con cierta insistencia. Fue la segunda vez que Marine le hizo un berrinche en público, pero no la última. Katarina se hallaba cerca de igual modo y Maragaglio prefería pasar los días mostrándole la playa, los mercados o los áridos bosques cercanos antes que cumplir con las citas con su amante.

Marine siempre era la primera en enterarse de todo y en la última noche en Dakar, pidió un poco de franqueza ¿Maragaglio comenzaba a enamorarse de Katarina? ¿Esa era la razón? Mientras se desarrollaba una pelea en la casa Diallo porque Courtney había cortado de golpe su relación con Maurizio, Maragaglio le contaba una mentira: Le aseguraba que sus ausencias no eran con intenciones de lastimarla, que al volver a Venecia, la rutina sería la habitual y que su relación iba bien.

Llegado ese punto, Maragaglio no quería seguir pensando. Marine le era hostil y continuaban sus llamadas en la madrugada, sus ruegos. Él ni siquiera recordaba lo cansado que estaba pero sí su decisión radical de terminar. Para ello, había usado el truco más sucio posible: Contarle a su mujer, a conveniencia, parte de esa historia. Marine le coqueteaba y lo hostigaba. Le mostró el registro de llamadas, la hizo ir a los lugares donde Marine "lo perseguía" y la ingenua Susanna se creyó todo. Así que bastó con la amenaza de la becaria de contarle a todos sobre lo patán que él era, para que Maragaglio la citara y en lugar de reconciliarse como le había dicho, se apareciera con su esposa embarazada y el niño de un año en brazos. Marine tuvo pena de desilusionar a la mujer con semejante estado y no pudo delatar nada. A cambio, Susanna Maragaglio le exigió dejarlos en paz y cambiarse de área porque no estaban dispuestos a tolerarla. Aquello funcionó para él y no le dirigía la palabra a Marine, ni siquiera por algún caso a resolver. Más tarde, Alondra Alonso se presentaría como la flamante agente de enlace de Inteligencia Española y de inmediato, se involucró con Maragaglio en una aventura de oficina. Marine no podía soportarlo más, reanudando sus angustiadas llamadas y sus forzados momentos a solas para intentar reconquistar a ese hombre. Nada surtía efecto y él se encargó de darle la estocada mortal, al pedirle que se vieran en Murano para charlar. Marine iba con todas las expectativas pero él, sin saludar, le pidió que se marchara de Venecia. En la siguiente esquina estaba Katarina Leoncavallo, que no oía nada ni advertía gran cosa porque iba a competir y aguardaba por su primo, que se convertía en su admirador número uno y en el hombre en el que podía confiar.

Esa tarde, Marine Lorraine fue la única persona en ese tiempo a quien Maurizio Maragaglio le confesó algo importante: El amor que sentía por Katarina Leoncavallo.

-No quiero defraudarla, es Katy - pronunció Maragaglio mientras se preguntaba por qué había sido sincero con Marine al respecto y por qué estar en París era espantoso. Todo estaba mal y tenía miedo de prender el celular. Marine había enloquecido por completo y luego de cuatro años de aguantarla acosándolo, la aborrecía. La chica dulce era un chiste sin gracia y aunque estaba seguro de que ella no merecía ese lugar, se arrepintió mucho más que antes de haber llegado tan lejos. Afortunadamente, él estaba a salvo de su presencia física y no la vería, pero le avergonzaba tanto con Katarina... Porque Katarina era el motor de tantos finales, de tanta indecisión. Porque él se había enamorado de verdad y saberse infiel, sinvergüenza, mentiroso, era tortuoso. Con Marine había sido todo eso sin culpa, pero apenas descubría que por un efímero momento tal vez la había amado y por ello se enfurecía.

La noche era tan fría, que una ligera nevada cayó apenas Maragaglio lo deseó, obligándolo a buscar refugio y una taza de chocolate caliente, aunque lo que hallara fuera a Katrina, la prostituta de Les Halles, ajustándose un zapato y colocándose debajo de una cornisa mientras miraba su reloj de plástico con enojo.

-No tardan en llegar por mí, cariño - saludó ella.
-¿A las dos de la mañana?
-Son de los que siempre me llaman.
-¿Tienes tiempo?
-No, cariño. Me van a pagar 200€ por el fin de semana y tal vez vaya a una fiesta.
-500€ y te quedas conmigo hasta el domingo por la tarde, Katrina.
-No puedo, hay que cuidar a mis clientes de toda la vida.
-¿Como ese gordo horrible que viene ahí con sus amigos?
-Para nada. El que viene es otro obeso horrible con sus hermanos que también son muy grandes.

Katrina y Maragaglio comenzaron a reírse y él le colocó su abrigo.

-No llegarán.
-Lo sé, cariño.
-¿Tienes algo qué hacer, mujer?
-¿Por qué regresaste?

Él la besó.

-Cariño, te he pedido que no hagas eso.
-Katrina, perdóname. Lo necesitaba.
-Mis labios son sólo para mi hombre.
-¿Tienes uno?
-Es camionero y me traerá regalos de Marsella.
-¿Cuando regresa?
-El martes.
-Puedes estar conmigo.
-Te veo triste otra vez ¿Qué pasó?
-¿Te invito algo caliente?
-Cariño, tú puedes llevarme a donde gustes.

Maragaglio abrazó a Katrina y caminó con ella en medio de la nieve hasta una patisserie, de esas en donde lo mejor es tomar asiento con vista a la calle y una mesa amplia mientras el dependiente dirige sus miradas maliciosas.

-Pensé que la primera nevada llegaría la próxima semana. Trabajaré mucho - comentó Katrina.
-¿Es la mejor época?
-También San Valentín y el verano, aunque gano mejor en invierno.
-¿No tienes miedo?
-¿De qué? Heredé los clientes de mi mamá y siempre me cuido.
-¿Los de ella?
-Tú no quieres saber de mí.
-¿Por qué no?
-¿Te aprieta esa corbata?
-¿Me puse una?
-¿No vas a contarme?
-¿Sobre qué?
-¿Qué te pasó en la mano?
-Me dispararon.
-¡Uh! Chico malo.
-No tanto así.
-Un héroe no eres.
-¿Te has peleado con un almirante?
-¿Sólo te rasguñó?
-Estoy acostumbrado a que me quiera matar la mafia pero no mis colegas.
-Es el Gobierno Mundial, son unos cerdos.
-¡Oye!
-¿Tienes que sacar tu identificación cada que alguien dice algo en contra de tus jefes?
-Es que soy como ellos, Katrina.
-Cariño, tú eres un miserable.
-Una rata.
-Así me gusta. Sé vulgar conmigo.
-¡Por favor!
-¿En qué piensas?

Katrina continuó tiritando mientras bebía un poco de chocolate. Era notorio que tenía hambre.

-Me acordé de una chica a la que lastimé y que llama por teléfono desde hace cuatro años - prosiguió Maragaglio.
-¿Por qué? ¿Es para amenazarte con romperte la cara?
-Peor. Quiere que volvamos.
-¿Y tú?
-Sueño con que me deje en paz.
-¿Fue tu amante mucho tiempo?
-Como dos años con algunos meses.
-¡Diablos, cariño!
-La dejé por Katarina.
-¿Tanto la amas?
-Besé a mi prima el miércoles.
-¿Salió mal?
-La rechacé.
-¿De qué me perdí?
-No hice el amor con ella.
-Cariño...
-Katrina, yo creí que cuando ese momento llegara con Katy, ambos estaríamos bien.
-¿Se lo propusiste?
-Ella me lo pidió. No sé explicarlo pero no pude tocarla y en lugar de quedarme parado como idiota, le puse mi suéter y me fui de ahí.
-¿Has hablado con ella?
-Se fue de París y le hizo creer a todos que iba con su novio pero no llegó. No sé dónde está.
-Cariño, lo siento tanto.
-Luego tuve un momento tenso con Carlota Liukin y encima, Marine. Me oyó la queja la persona que no era.
-¿Tu esposa?
-Ricardo Liukin.
-¿Lo detestas?
-Como enfermarme del estómago.
-¡Jajajajajaja! Hablas de él como si fuera tu hermano.
-No digas groserías.
-Cariño, cuéntame todo.
-¿Por qué confiaría en ti, Katrina?
-Porque sé cómo terminaremos y quiero dejarte contento, corazón.

Maragaglio acarició el cabello de Katrina y le relató todo. Desde la historia de Marine hasta el disparo de Stendhal Trafalgar, pasando por Alondra Alonso, Susanna y sobretodo, Katarina Leoncavallo. Él admitía sus errores, sus traiciones, sus anhelos y desilusiones. Katrina se mantenía atenta, le acariciaba las mejillas y conforme avanzaba la madrugada, Maragaglio le era más humano, más agradable.

Katrina había escuchado tantas vivencias de sus clientes, que reaccionaba desconcertada ante un Maragaglio que, al animarse a encender su celular, probó que Marine era persistente y al mismo tiempo, la olvidaba para siempre. Un mensaje de voz de Katarina Leoncavallo también estaba registrado y ese era un final perfecto.