sábado, 20 de abril de 2019

Un día libre


13 de noviembre, 2002. Día previo al comienzo del Trofeo Bompard. París, Francia.

-Las instrucciones para que Carlota Liukin pueda visitar Versalles son claras. Si hay dificultades, tienen mi número. Estoy confiando en ustedes - decía Maurizio Maragaglio a un grupo de oficiales encubiertos que le habían enviado para coordinar la visita de la chica Liukin a un palacio. Durante la mañana, él había trabajado junto al Comisionado de Policía de París e incluso, tenido una charla con el Director de Inteligencia Francesa sobre Sergei Trankov y algunos reportes un tanto ambiguos sobre sus actividades de las últimas setenta y dos horas.

-¿Qué hacen aquí? Esperen a Carlota afuera, yo me encargo de las prácticas - dijo el propio Maragaglio amigablemente y aquello atrajo a Katarina Leoncavallo, que se rehidrataba durante la práctica.

-¿Por qué estás tan contento? - preguntó ingenua.
-No puedo vivir molesto.
-Maurizio dijo que no llegaste a dormir.
-Estuve en Les Halles.

Como Maragaglio sonrió, Katarina decidió no añadir más y se alejó para continuar corrigiendo detalles en sus rutinas mientras su hermano y la joven Liukin charlaban en otro extremo de la pista luego de que ella sintiera un dolor punzante en su pie izquierdo. Ambos procuraban que nadie escuchara.

-Los lentes que trae tu primo son nuevos - comentaba Carlota.
-Le notaba algo raro.
-Pero está tan feliz...
-¿Hay algo que quieras contarme?
-No.
-¿Él debe decirme?
-Algo así.
-Verlo contento se ha vuelto extraño.
-Se parece mucho a ti, Maurizio.
-Ahora sé como estaré de viejo. Gracias, Carlota.
-Perdón.
-¿Cómo vas con la inflamación?
-Ya no siento el pie.
-Perfecto.

Carlota se retiró una bolsa de hielo y enseguida se aplicó un ungüento mientras Maurizio le revisaba sus botines sin hallar novedades.

-Estaba haciendo el lutz cuando sentí como si me golpeara el pie con algo - prosiguió Carlota.
-Que el médico revise eso ¿te había pasado antes?
-No.
-Caíste horrible ¿no te duelen las costillas?
-Sólo el arco del pie.

Ambos iban a platicar sobre otra cosa cuando un gran ramo de rosas rojas y un regalo enorme llegaron a ella. El escuadrón anti bombas había revisado la caja y la prensa se preparaba para tomar las imágenes.

-¿Qué es? - curioseó Maurizio.
-¡Es un baúl Chanel!
-¿Qué? No juegues.
-No sólo son cosas para mí ¡hay obsequios para todo el team Leoncavallo!
-¿Todos?
-Bueno, el baúl es mío.

Maurizio Leoncavallo haría que su grupo se acercara y enseguida inició una repartición que provocaba la envidia de otras patinadoras. Shanetta James recibía un vestido negro, Morgan Loussier una chaqueta gris larga al igual que Maurizio Leoncavallo y Katarina Leoncavallo quedaba impresionada por un par de zapatos y un bolso negro. Para el resto del equipo, es decir, los que se habían quedado en Venecia, había obsequios similares y pronto, Carlota descubrió uno para Maragaglio.

-Cuando volvamos a Venecia podremos presumir - declaró Maurizio.
-Yo veré los míos con Amy en casa.
-Lo imaginé, Carlota.
-Le daré a Maragaglio el suyo.
-¿Quieres aprovechar que sonríe?
-Voy a preguntarle por qué no me va a acompañar a Versailles.
-Suerte. Ojalá no se enoje.
-¡Maurizio!
-Mi primo se enfada fácil.

Carlota Liukin iba a carcajear cuando el propio Maragaglio se aproximó para curiosear. Lucía tan descansado, satisfecho y relajado que los contagió de tal ánimo e incluso terminaron compartiendo sueros mientras Katarina practicaba con insistencia sus spins.

-Te dejaron esta caja, Maragaglio - entregó Carlota casi aplaudiendo.
-Grazie, supongo que la veré en casa.
-¡Ay, no! Ábrela.
-¿Por qué? Podría maltratar lo que trae.
-Maurizio se puso la chaqueta que le mandaron.
-No has abierto tu baúl, tramposa.
-Está muy grande pero ya vi lo que tiene.

Maragaglio se encogió de hombros y sucumbió a la tentación.

-Creo que es un traje.
-¿Deveras?
-Sí, Carlota. Dudo que me sea de mi talla.
-"Para que lo use en Bompard".
-¡Hey! Dame la tarjeta.
-Perdón.
-¿Cuándo te volviste la niña consentida de Chanel?

La joven Liukin se encogió de hombros y poco después, recibió un par de peticiones de autógrafos que le permitieron a Maragaglio conversar con su primo por su lado.

-¿Irás a Versailles?
-Le prometí a Katarina que conoceríamos Notre Dame y las riberas del río - contestó Maurizio.
-Justo pensaba hacer lo mismo.
-¿Vas a venir?
-Hace mucho que no doy un paseo con la familia.
-Maragaglio, no creo que Katarina quiera.
-¿Por qué no?
-Porque me invitó.
-Le dije esta mañana que no pensaba acompañar a Carlota a Versailles.
-¿Te ha mencionado otra cosa?
-No.
-Bueno, veremos qué decide. El entrenamiento está por terminar.

Maragaglio captó que su primo intentaba apartarlo pero Katarina no tardó en aproximarse de nuevo. Estaba muy cansada y se quejaba de que otras patinadoras habían querido echarla. Era la práctica oficial del Trofeo Bompard.

-No les hagas caso, Katy.
-Lo siento, primo. Creo que nadie entendió que me habían dado permiso.
-Sabes que te envidian desde hace mucho.
-Nunca me han querido.
-No digas eso.
-Al menos acabé de ajustar unos detalles ¿Cómo sigue Carlota?
-No sé, supongo que bien si puede estar de pie.
-Patina tan lindo...
-Tú lo haces mejor.
-Maragaglio, no quieras engañarme.

Katarina salió de la pista y pronto, bebió su suero de golpe. Estaba de buen humor y sonreía a las cámaras sin problema.

-¿Tienes algo planeado para esta tarde, Katy? - prosiguió Maragaglio.
-¡Oh sí! Iré con Mauri a caminar.
-Suena bien.
-Quería visitar Versailles pero Carlota va a estar con un montón de gente y no me dejarán ver nada.
-Eso es cierto. Podríamos dar una vuelta el sábado, tengo pase del Gobierno Mundial.
-No quería perderme la gala del torneo... Pero prefiero ir contigo a Versailles.
-¿De verdad?

Katarina abrazó a su primo en agradecimiento.

-Maragaglio, ¿vendrías con nosotros a andar por ahí?
-¿Contigo y con Maurizio?
-No me quiero perder.
-Katy ¡me encantaría!
-Espérame entonces.

Era prácticamente imposible borrar del rostro de Maragaglio una enorme sonrisa y a Carlota Liukin le llamaba la atención pero no hizo preguntas y al igual que Katarina, fue al vestidor. En cualquier momento sonaría un timbre que le indicaría a las demás que el tiempo de la práctica oficial se había agotado.

Mientras la prensa pretendía abordar a la joven Liukin en cuánto fuera posible, era Maurizio Leoncavallo quien concedía las entrevistas que le pedían. Él apenas concebía aquello y aunque trataba de centrarse, le era inevitable hablar de cómo trabajaba Carlota en Venecia y cómo solía portarse cuando no entendía alguna indicación. Así, Francia se enteró de que la chica Liukin había jugado a ponerse galletas sobre los ojos e imitaba las risas de Homero Simpson cada tarde.

-También me gusta ese personaje- comentó Maragaglio para sí mismo antes de reírse por querer ver la reacción de Carlota cuando le comentaran sobre eso. Para confirmar que habría un sonrojo, ella abandonaría las regaderas con un vestido de semejante estampado replicado como un collage junto a su chamarra y botines negros.

-Bonjour ¿qué pasa? - preguntó ella al llegar con Maurizio.
-¿Podrías sonreírnos como si estuvieras en Los Simpson, Carlota? - replicó un reportero.
-¿Hacer qué? Maurizio ¿qué les dijiste? - la prensa carcajeaba ante el rostro apenado de la joven Liukin y acabaron preguntándole sobre frivolidades, como su marca de maquillaje, revistas y los regalos de sus admiradores. Ella parecía feliz.

-¿Qué se sentirá ser así de popular? - curioseaba Katarina mientras sorprendía al personal con un short negro y un vestido azul marino de botones al frente, con delgados tirantes de coqueto escote en v. El estilo neoyorquino le sentaba muy bien.

-¡Qué linda te ves! - halagó Maragaglio.
-¿Te gusta mi boina?
-Katy, estás cambiando tan rápido...
-¿Crees que le guste a Mauri?
-¿A quién?
-A mi hermano.
-El casi siempre te dice que sí.
-¿Crees que piense que soy bonita?
-¿Por qué no? ¿Por qué querrías saberlo?
-Es que a él le encantó mi ropa ayer ¿y si este vestido no?
-Despreocúpate.
-¿Estás seguro?

Katarina no pudo ocultar que aguardaba por su hermano y se le aproximó a pesar de la prensa, estrechándolo por la cintura.

-Me haces cosquillas, Katy - aceptó Maurizio Leoncavallo y aquello despertó en Maragaglio cierta inquietud. Por alguna razón, siempre le había disgustado que los hermanos estuvieran juntos y al contemplarlos tan sonrientes, envidió ese abrazo que se daban frente a las cámaras cuando les preguntaban qué se sentía tener un equipo más grande y en especial a ella sobre tener una rutina inspirada en París que, irónicamente, no se patinaría en la ciudad en ninguna competencia de la temporada.

En el Palais Bércy aun quedaba la práctica oficial de varones y Carlota se percató de que el grupo de prensa sería un estorbo, así que decidió terminar con las declaraciones pronto. A unos metros se hallaba Guillaume Cizeron contemplándola en medio de risas y lo saludó agitando su mano. Maragaglio aprovecharía ese momento para acercarse y apartar a los reporteros porque no quería perder el tiempo y juzgó bien al observar a Romain Haguenauer aproximarse para darle un anuncio a Maurizio Leoncavallo. Atras de él, se hallaban Shanetta James y Morgan Loussier.

-¿Lista para Versailles? - preguntó Maragaglio a Carlota cuando logró llevarla a otro extremo y ella asentó muy feliz para proceder poco después a saludar a sus compañeros con un fuerte abrazo. Katarina se acercó también y entonces, algo se hizo evidente: Maurizio Leoncavallo tendría que dejar el paseo con su hermana para después. La federación francesa quería hacer del recorrido de Carlota una publicidad extra y el equipo entero, con su cuerpo de entrenadores, estaban convocados. Aun había entradas por vender y era sabido que Carlota estaría presente como público en algunas pruebas

"Katy, lo siento. Me piden ir a Versailles de último minuto" escucharon todos alrededor de Katarina Leoncavallo cuando su hermano dejó a Haguenauer para ir de prisa a ducharse. La joven no supo qué responder y lo apretó contra sí un momento.

-Perdóname - remató él y ella lo miró alejarse mientras se sonrojaba.

-Parece que Versailles era nuestro destino - suspiró resignado Maragaglio y Katarina sonrió con la esperanza de ver hermosos salones junto a su hermano y mirar flores en los jardines aunque los rodeara una multitud de cámaras. Shanetta y Carlota se dieron cuenta de esas expectativas y deseaban que se concretaran, sin saber por qué.

-Carlota, Shanetta, Morgan, al auto - ordenó Haguenauer.
-¿Y Maurizio? - preguntaron.
-Irá en un momento. Guillaume nos alcanzará cuando acabe su entrenamiento.

El grupo se fue en cuanto Carlota se despidió de Maragaglio con un abrazo y Katarina permaneció de brazos cruzados un largo rato, expectante. Como acabara recargada en el hombro de su primo mientras miraba el pasillo, varios fotógrafos le tomaron placas como si de una modelo se tratara.

-No te preocupes, Katy.
-Maurizio prometió que conoceríamos la ciudad juntos.
-Aun hay tiempo para eso.
-Va a estar muy ocupado.
-Tienen el domingo por la mañana.
-Te vas a llevar a Carlota a otro lado ¿verdad?
-De compras.
-Muchas gracias.

Katarina Leoncavallo se miraba los zapatos con pesimismo y pronto, su hermano apareció al lado de Haguenauer, con su chaqueta nueva y revisando su teléfono.

-Katy, perdona ¿te puedo compensar llevándote a donde quieras el domingo? Y te prometo que iremos a cenar a donde gustes el sábado - dijo Maurizio Leoncavallo al pasar junto a ella.
-¿Estarás con Carlota?
-Es un asunto de trabajo, te veo en casa.
-¿Si vamos juntos...?
-Katy, me disculpo... Maragaglio ¿irías de paseo con ella? Te lo agradeceré bastante.

Maragaglio no tuvo tiempo de contestar porque su primo se marchó con prisa. Aun había mucha gente viendo el inicio del entrenamiento varonil y existían dos opciones: permanecer o abandonar Bércy antes de que alguien se diera cuenta de que Katarina había sido plantada. Las patinadoras rivales gozaban burlarse de ella.

-Katy...
-Ni siquiera intentó invitarme a Versailles.
-Va por trabajo.
-Quería estar con Mauri.
-Prometió ir a donde desees en unos días.

Katarina volvió a bajar la cabeza y se dirigió a la salida, siendo ignorada por casi cualquiera mientras Carlota Liukin y Maurizio Leoncavallo complacían a los medios con la invitación a Versailles y arribaba Marat Safin a la escena. En aquel instante, la joven Leoncavallo sintió como si algo fuera a detonar en su estómago.

-¿Estás bien, Katy? No lo tomes personal - le decía Maragaglio pero ella sintió una furia enorme, mezclada con algo que no era capaz de describir. Veía a Carlota y anhelaba hacerla enojar, al mismo tiempo que ajustaba sus brazos en Marat y atraía a Maurizio para rodearlo también. Odiaba la idea de desear algo así y se preguntó por qué llegaba a su mente si era absurdo, si no podía hacerlo, si se había dado cuenta de que a Marat no le gustaba tenerla cerca.

-¡Vámonos! - pareció ordenar Katarina y Maragaglio la tomó del brazo, sin saber qué decirle mientras ambos apreciaban como el equipo francés de patinaje sobre hielo abordaba sus vehículos para ir a Versailles.

-¿Por qué Maurizio no me llevó con él? - se torturaba Katarina.
-Tiene trabajo, no fue su decisión.
-Conocer París era mi premio por ganar una medalla en Skate America.
-Estará contigo el fin de semana, te lo prometió.
-Maragaglio ¿crees que lo haga?

Katarina apretó a su primo y él no supo como reaccionar por un instante. No era la primera vez que estaba obligado a responder que Maurizio cumpliría su palabra y estaba más que acostumbrado a consolarla.

-Necesito cambiarme - dijo ella.
-¿Por qué?
-Quiero ir a casa.
-¿Y nuestro tour?
-Hoy no. Perdona, Maragaglio.

Él comprendió y la hizo abordar un auto azul marino para luego notar que lloraba y se despojaba de su ropa para enfundarse en otra blusa súeter con gran nudo en la espalda.

-Tranquila, Katy.
-¡Quiero estar sola!
-No nos iremos hasta que te calmes.
-¡Mauri siempre me hace lo mismo!
-No es con mala intención, lo sabes.
-¡Me duele mucho que se vaya!

Maragaglio conocía a Katarina tan bien que prefirió conducir hasta una pâtisserie en el Quai de Bèrcy a conseguirle algún panecillo o pastel cubierto con crema de fresas. Ella solía aferrarse a los bocadillos cada que su hermano la ponía triste y aun se recordaba en casa cómo había comido canapés hasta enfermar el día que Maurizio Leoncavallo se había marchado a Moscú.

-¿Quieres chocolate también? - preguntó él antes de descender, sin recibir palabra pero si una mirada que parecía perdida.

-No sé que hacer por ti, Katy - mencionó Maragaglio para finalmente salir y ser tan breve en su compra como fuera posible. Ella continuó en su asiento hasta ver a su primo volver con un vaso y una bolsa de papel.

-Te conseguí un pan relleno - anunció él y apenas tomó asiento, ella lo envolvió en sus brazos.

-Katy...
-Ojalá mi hermano fuera más como tú.
-No digas eso.
-Es que siempre estás conmigo.
-Maurizio tiene nuevas responsabilidades, perdónalo.
-Jamás te habrías ido a Moscú.
-Me mudé a Venecia antes que tú.
-Nunca dejaste de llamar ni de enviar paquetes.
-Te extrañaba mucho, Katy.
-Mi hermanito se olvida de mí.

Katarina apretó más a Maragaglio y luego de un rato, le besó la mejilla. Él reaccionó entregándole su panecillo.

-Te habría amado mucho - comentó ella como si sintiera lástima.
-Claro y me odiarías por jalarte el cabello.
-¡Eso no pasó!
-Cuando Maurizio lo hacía, tú lo abrazabas.
-Obvio, yo lo amo.
-El sábado es su cumpleaños.
-No sé qué regalarle.
-¿Le hornearás un pastel, Katy?
-¿El de chocolate que te gusta?
-Él come más que todos.
-Pero siempre te apartas una rebanada grande, Maragaglio.

Katarina fijó su mirada en el parabrisas y mordió su bizcocho, provocando que el relleno saliera por un lado y lo recogiera con uno de sus dedos para no manchar.

-¿No me equivoqué con el pan?
-Está rico ¿lo pruebas?
-Gracias, Katy, hoy paso.
-¿Sigues a dieta?
-¿Cómo sabes?
-Tú me dijiste.
-No me acordaba. De todas formas la rompí el lunes.
-Gracias por quedarte conmigo.
-¿Quieres que vayamos al Edificio Méliès?
-Mejor no.
-¿Segura?
-¿Podemos caminar por las riberas del río?
-¿Todavía estás triste?
-Estaré con Maurizio el domingo. Puedo esperarlo.

La joven arrugó la comisura de sus ojos y Maragaglio la imitó, creyendo que le estaba cambiando el ánimo otra vez y se resignaría hasta volver a estar contenta.

-Te pareces mucho a mi Maurizio - añadió ella.
-¿Tú crees?
-Bueno, él tiene el cabello más largo.
-No le han salido canas y estoy seguro de que no será calvo pronto.
-Se te está marcando una arruga en la frente.
-En lo que te fijas, Katarina.
-Dame tus lentes.
-¡Oye! Me los quitaste.
-Eres igual a mi hermano.
-Si no fuera por mi mala vista, nos confundirían en la calle.
-Maragaglio, eres todo un Leoncavallo.
-¿A qué te refieres?
-Eres alto, fuerte y guapo. Cuando mi hermano tenga cuarenta, se verá tan lindo como tú.

Maragaglio se colocó nuevamente sus anteojos, un poco nervioso por oír a aquella chica sin saber si lo halagaba o lo comparaba.

-¿Quieres chocolate?
-Gracias, Katy.
-¿Es un no?
-De todas formas, lo traje para ti.

Maragaglio respiró hondo y decidió manejar hasta el Pont des Arts, lugar que le parecía adecuado para iniciar una alegre caminata. El día lucía nublado y el tránsito regular. Había un estacionamiento en alguna calle aledaña y turistas interminables pero las orillas del Sena estaban vacías y Katarina observaba impresionada como su primo resolvía las dificultades para hallar lugar con la simple identificación del Gobierno Mundial, como si fuera una persona importante.

-¿Es cierto que te hospedaste en la Torre Eiffel? - inquirió ella cuando descendieron del vehículo.
-¿Cómo supiste?
-Mi hermano.
-Katy, si quieres te llevo.
-¿Puedes hacerlo, Maragaglio?
-Lo que pidas.
-¿No tendrás problemas?
-Tengo bastantes favores que cobrar.
-¿Cómo se ve París?
-¿Quieres ir esta noche?

Katarina asentó y enseguida sujetó a Maragaglio por la cintura. Él sentía una gran comodidad y colocó su mano derecha alrededor de los hombros de ella.

-Bueno ¿Qué haremos?
-Dar un paseo, Katy.
-¿Veremos patos?
-No lo sé.
-Carlota dice que colgó un candado con Marat en un puente.
-¿Quieres hacer lo mismo?
-¿Qué le pondría? ¿"Katarina y Maragaglio" porque vengo contigo?
-Maurizio, dime Maurizio.

Katarina se quedó callada y luego creyó que había recibido una orden.

-Lo he pensado y "Maragaglio" no me agrada más.
-¿Qué tiene de malo?
-Katarina, me importa que me llames por mi nombre.
-¿Pasa algo?
-Sé que va a costar trabajo pero "Maragaglio" es un apodo que a veces me duele un poco.
-¿Porque te lo puso el abuelo?
-No quiero que mis hijos aprendan esa historia.
-¿Le has dicho a tu esposa?
-Hoy he tomado esa decisión.
-¿Qué harás con el resto de la familia?
-Se acostumbrarán.
-Te confundirán con mi hermano.
-No.
-¿Tú crees?
-Estoy determinado.

Katarina miró a su primo a los ojos, comprendiendo que algo se le tenía que ocurrir para que su hermano supiera cuando lo llamaba a él y no tuviera una confusión en Venecia.

-Entonces te diré Maurizio.
-Gracias, Katy.
-Compraré un candado muy lindo y le pondré nuestros nombres.
-Yo pago, elige el que quieras.
-Es que también quiero colgar uno para mi hermanito.
-Vamos.

Ambos atravesaban el Pont des Arts cuando vieron el gran candado de corazón azul con dorado con la leyenda "Marat et Charlotte" resaltando entre una infinidad de listones y promesas que en muchos casos se habían roto u oxidado y pronto serían removidas.

-Katarina ¿a ti te gusta Marat? - preguntó Maurizio.
-¿Por qué lo dices?
-¿Qué hay de Miguel?
-Son dos preguntas.
-Necesito respuestas.
-Miguel es mi novio.
-¿Por qué lo escogiste, Katy?
-Él es lindo.
-No sabes quién es.
-Sigues con eso.
-Insistiré.
-Quisiste arrestarlo y te salió mal.
-Te cuido.

La chica se quedó en silencio un instante.

-Ahora puedes confiarme lo que te pasa con Marat.
-Nada.
-Lo miras como si fuera comida o algo así.
-¡Maragaglio!... Perdón, Maurizio.
-Confiesa.
-¿Qué voy a admitir? ¿Que Marat me gusta?
-Lo sabía.
-Es que no sé, es muy raro.
-No quiero que te le acerques, Katy.
-No le caigo bien, quédate tranquilo.
-Tuve miedo de que hicieras una tontería.
-¿Cómo cuál?
-Prefiero que no la imagines.

Maurizio Maragaglio se cruzó de brazos y ella pensó que se hallaba enfadado.

-No tengo idea de qué me pasa, sólo siento algo.
-¿Algo como qué?
-Marag... ¡Maurizio! ¿por qué te metes?
-¿Perdón?
-¡Me tienes harta! ¡Déjame en paz!
-¡No vas a hablarme así!
-¡Que te importe un demonio lo que hago con Marat o con Miguel o en Nueva York con unos tragos encima!
-¿De qué estás...?
-¡De cosas que no son tu asunto!

Katarina se había puesto muy nerviosa y prefería dar por hecho que su primo la había mandado a investigar como siempre. Era menos vergonzoso enojarlo a conversar sobre esas sensaciones excitantes que en gran medida la mantenían de mal talante o manifestando deseos de más.

-¿Bebiste en Nueva York? ¿Hay algo más que te puede meter en problemas?
-Maragaglio ¿nunca entiendes un "no te importa"?
-Soy Maurizio.
-¡Ese es el nombre de mi hermano!

Katarina se adelantó mientras un pequeño alivio le confortaba. El kiosko próximo estaba a reventar por tanta gente pero el tema del candado se había vuelto irrelevante y por ende, el interrogatorio también. A Maragaglio le fastidiaba que lo sacaran de la jugada y ahora le entraban tantas dudas que no podía distinguir cuántas eran estúpidas.

-¿Quieres dejar de correr, Katy?
-Cállate.
-¿Qué?
-Maragaglio ¡eres odioso!
-¡Y tú una.. una!
-No te esfuerces.
-¡Eres una araña!
-Repítelo.
-Una araña.
-¿No te cansas de ser tan imbécil?

Katarina continuó atravesando el Pont des Arts mientras respiraba por la boca y su primo la sujetaba por la mano, forcejeando.

-¡Suéltame de una vez!
-¡Estás castigada, jovencita!
-Ay, no te pases.
-¡Katarina!
-Piérdete ¿quieres?
-¿Qué te ocurre?
-¡Deja de actuar como un idiota!
-¡Tú deja de portarte como si fueras una tonta!
-¡Quizás lo soy!
-Mejor guarda silencio que estás diciendo cosas que no son.
-Oye, tengo veinte años, puedo hacer lo que quiera, adiós.
-¡Katy! ¿Qué crees que haces?
-Voy a caminar junto al río.
-Sin mí.
-Empezaste a molestarme, no puedo aguantarlo.
-¿Por qué?
-¿Esa pregunta es una broma?

Maurizio Maragaglio no podía contestar.

-Mi suéter, mi short, mis botas y yo nos vamos.
-No conoces París, señorita.
-Me las arreglaré sola.
-No habrá hospedaje en la Torre Eiffel.
-Regresaré al Edificio Méliès.
-Quiero ver eso.
-Mi hermano ya estará ahí a la hora de mi vuelta.
-¿Y si no? ¿Qué hay si te pierdes?
-Maragaglio, basta.

Katarina descendió del puente y de unas escaleras de piedra mientras sentía que su primo continuaba detrás, tomando apenas un metro o poco más de distancia. No se desharía de él y tampoco le daría tiempo de pensar en un pretexto o quizás en una manera de quitarle ese interés por enterarse de detalles que ella ahora consideraba propios. Era un momento en que recordaba lo ocurrido en Nueva York con Tommy Gunn y ese temor de que Maragaglio lo supiera. A nadie le complace escuchar que un pariente querido se ha exhibido en ropa interior dentro de un bar ilegal, atacando a un hombre y quedando en ridículo. El pensamiento sobre Marat Safin también la consumía y había pasado la noche frente a su puerta, reprimiendo el ansia de abrirla para desvestirse y tentarlo mientras lloraba porque la habitación de su hermano estaba junto y porque le estaban atrayendo otras personas que aparecían en sus fantasías más íntimas y espontáneas, sin alterar ni terminar en momento alguno con su placer, como antes.

-Katarina, detente un momento - pidió Maragaglio.
-¿Ahora qué?
-Discúlpame.
-Mejor dime qué quieres.
-¿Puedes parar un segundo?
-Bien.
-Katy, perdóname por entrometerme.
-Hecho, ciao.
-No sólo es eso.
-¿Entonces?
-Sé que estás molesta pero creí que podríamos pasarla bien ¿Me estoy portando como idiota, verdad?
-Sí.
-Es que he tenido unos días malos y nunca pude hablar contigo cuando fuiste a Nueva York.
-¿De qué conversarías conmigo?
-De los Lemonheads, de cómo te estaban tratando las chicas ¡O de cualquier cosa! Te vi en el programa libre y sé que estás furiosa con Mauri y yo...
-¿Y tú?
-Déjame apoyarte.
-No te entiendo.
-Estás dolida.
-Mis enojos con Mauri no duran mucho.
-Te oigo llorar cada noche, Katy.
-¿Qué?
-Desde que te enteraste de que patinarías Black Swan.
-¡Eres un mentiroso!
-También estás triste por la boda de tu hermano y no lo has perdonado por irse a Moscú o haber estado con esa chica de Senegal.
-¿Por qué dices eso?
-Sólo lo sé.
-¿Me mandaste a espiar?
-Katy, hago lo mejor para cuidarte.
-Eres un....
-¡Te explicaré! - Maragaglio sujetó las manos de ella.
-¡Púdrete, imbécil!
-¡No te atrevas a faltarme al respeto!
-¿Por qué me investigas?
-¡Es por ti!
-¡No te me acerques!
-¡Tú no te vas!
-Maragaglio, me estás lastimando.
-¿Crees que no sé lo de Tommy Gunn?

Katarina se soltó con fuerza y propinó una cachetada a su primo, seguida por otra y una más. Él la detuvo con una sensación de furia contenida que conseguía asustarla.

-Katarina Leoncavallo, no debes hacer eso ¡No puedes irte con un hombre que no te merece!

Ella se debatía entre pedir ayuda o comenzar a lagrimear avergonzada.

-¿Quién me merece, según tú?
-Katy, ibas a cometer un error.
-¿Por qué te metes?
-¡Me importas mucho!
-Me estás apretando las muñecas.
-¡No te vayas, por favor!
-Maragaglio, quiero mover mis manos.
-No me pidas que te suelte.
-Me vas a dejar marcas ¡ouch!
-¿Por qué Tommy Gunn? ¿Por qué Marat?
-No te voy a decir.
-¿Por qué eres novia de Miguel? ¿Por qué estás cambiando así?
-¿Por qué me lastimas?
-Katarina, estábamos bien.
-Comenzaste a meterte conmigo.
-Tú me gritas.
-Maragaglio, no eres mi hermano.
-¿Pretendes matarme?
-¿Qué rayos pasa contigo? Me asustas.

Ella dejó de pelear y sus manos se liberaron enseguida.

-Katarina, yo te amo - creyó Maragaglio haber confesado pero en realidad, lo había imaginado. Supo que su boca se mantenía cerrada porque la joven optaba por emprender la huída por la orilla del río y él iba detrás de nueva cuenta, llamándola con talante iracundo y finalmente alcanzándola frente a una cabina fotográfica que nadie parecía usar a menudo.

-¡Suéltame, idiota! - reaccionaba Katarina cuando su primo la introducía en tan gris espacio y corría la cortina para que nadie viera al pasar.

-¿Por qué? - preguntó ella.
-¡Porque no sé qué hacer!
-No eres Maurizio para darme consejos.
-¡Esto no es un consejo!
-Me estás regañando.
-No, no, no creas eso.
-Maragaglio, me voy ahora. Quítate del paso, por favor.
-No te lo permito.
-Maurizio te...
-Él no está.

Katarina se sentó sin saber si estaba resignada o su primo la intimidaba de verdad, pero le impresionaba verlo tan exaltado, como si le corriera lava por las venas.

-¿Crees que quiero asesinarte? - prosiguió ella al calmarse un poco.
-Me duele el pecho.
-Exageras.
-Cuando me enteré de lo de Tommy Gunn ¿sabes cuánta rabia sentí?
-¿Quién te contó?
-Te mandé seguir.
-¡Eres un...!
-Si hubieras perdido más el control, lo habrías lamentado.
-No era tu problema.
-¡Ese tipo es un proxeneta!
-Pero se me antojó estar con él
-Katarina ¿qué tienes?
-No puedo explicarlo.
-Después te vi con Marat y casi me explota la cabeza. Lo devoras con los ojos.
-Maragaglio, no entiendo nada.
-¿Por qué Marat?
-¡Me encanta!
-¿Por qué estás cambiando así?
-Porque no controlo mi cuerpo.
-Katy...
-Eres un idiota pero supongo que estás satisfecho.
-No.
-Quita esa cara de lástima que no te va.
-No es lástima.
-¡Olvídate de mí!
-¿A qué te refieres?
-¿Crees que no me doy cuenta de lo que sientes?
-Katarina...

La joven le hizo sentir a Maragaglio que tendría que confrontarla.

-¡No soy tu hija! ¡Deja de querer controlarme como si fueras mi padre!
-¿Qué?

Maurizio Maragaglio se desconcertó tanto que alzó la ceja izquierda, sin evitar que le ganara la risa un instante. Se encontraba tan nervioso, que aquello le daba segundos de claridad consigo mismo.

-Te has equivocado, Katy. No trato de protegerte porque me crea lo que jamás he deseado ser.

Katarina pasó saliva.

-Lo intento porque eres importante para mí.
-Es la segunda vez que lo oigo en esta discusión.
-Katy, créelo.
-¡No iba a hablar contigo de mis secretos!
-Me asusté, tú eres...
-¿Soy quién?
-Mi....mi única prima y te quiero.

Maurizio Maragaglio rodeó a Katarina Leoncavallo con sus largos brazos para que esa pelea terminara. Cuando unas palabras de disculpa estaban por ser dichas, fue la propia Katarina quien sujetó el rostro de su primo y él, con la certeza de que no habría otra oportunidad, le besó los labios largamente, con dulzura y cuidado.

-Maragaglio...
-Lo siento, Katy.
-No te preocupes.
-¿Te vas?
-¿Por eso te enoja lo que pasó en Nueva York y no quieres a Marat?
-Yo no diría... Acabo de cometer una estupidez.
-¿Besarme es estúpido?
-¡No! Elegí mal mis palabras, Katy.
-¿Qué estás haciendo?
-No lo sé.
-Estás tocando mi pierna.
-Te ofrezco una disculpa.
-Maragaglio ¿qué te ocurre?

Él probó la boca de Katarina por segunda ocasión y deslizó su mano derecha por aquella juvenil mejilla en la que apenas se trazaba un gesto que no podía descifrarse. Ella no sabía como lidiar con esas tímidas caricias y sintió el aliento de Maragaglio al susurrar su nombre.

-Katarina...
-Me gusta - aceptó ella.
-Me detengo en este punto.
-Maragaglio ¿tú me mereces?
-No lo dije por mí.
-Dame otro beso.
-No.
-Entonces ¿qué hacemos aquí?
-Estás triste y yo sólo soy un imbécil.
-¿Dónde vas?
-Te veo en el Edificio Méliès, Katarina.
-¿Es todo? ¿Dónde vas a estar?
-Voy solo.

Maragaglio no concebía la determinación que tomaba y con una gran impotencia, abandonó la cabina fotográfica y caminó a prisa el largo trecho hacia el estacionamiento para encerrarse y derrumbarse sobre el volante de su auto. Él creía perder todas sus posibilidades y se contemplaba así mismo desarmado. Era un cobarde, un patán, un tonto, era viejo; pero la amaba ¿Qué otra prueba se requería si renunciaba a seducirla, a conocer su cuerpo? Había probado el sabor de Katarina espontáneamente ¿Era suficiente declaración de los sentimientos que lo mantenían atrapado desde hacía cuatro años?

Ahí, aislado, deprimido, no se disponía a imaginar lo que Katarina tendría en mente ni si se había ido de la cabina o no. Quería alcanzarla y esta vez atreverse a irse con ella. Quizás ese impulso lo hizo correr de vuelta o sería la adrenalina que golpeaba su estómago pero el vendedor de candados, el encargado de la estación de botes a los pies de Pont des Arts, alguno que otro turista que descansaba en la orilla del río, mismos que lo recordaban enfadado, le anunciaban que Katarina continuaba dentro del cubo y él, desesperado o entusiasta, no identificaba cómo, corrió la cortina y la encontró de pie, ya por salir.

-¡Katarina Leoncavallo..!
-¿Compraste un candado?
-Lo colgaremos aquí.
-Maragaglio ¿estás loco? Eso va en el puente.
-Este no.

Katarina sonrió y él se inclinó para juntar sus labios pero en lugar de concretar aquel deseo, fue ella quien se enredó en el cuerpo de Maurizio Maragaglio, susurrándole al oído que anhelaba hacer algo con él.

-Katy, pídeme lo que gustes.
-¿Podemos olvidarnos de todo esto?
-Nunca pasó.
-Qué alivio.
-¿Qué idea tienes...?
-Maragaglio ¿juegas conmigo?
-¿A qué?
-Es que nunca me he tomado fotos en una cabina y descubrí que hay sombreros y pelucas.
-No me voy a poner una de pelo rojo.
-Es bonita.
-No sé si traje monedas.
-Mírame con bigote.
-¡Katy, dámelo! ¿Cómo se me ve?
-Mejor pónte un sombrero de la mafia.
-Oye, no me gusta que hables de eso.
-Con corbata eres muy elegante.
-No tengo saco.
-Parezco mosca con los lentes gigantes.
-Pónte en pose.
-¿Pagaste ya? Tengo una idea.
-¿Qué haces?
-Te pongo los lentes oscuros para que te veas muy lindo, Maragaglio.

Katarina sonrió y luego de morderse los labios, besó a su primo delicadamente, provocando que se olvidaran de la cámara. Maragaglio anhelaba encantarse y sonrió al mirarla, sintiendo que lo invadía algo de ilusión, un poco de felicidad. Tanto había soñado con aquel instante que mostrarse tranquilo era lo más inesperado y luego de despojarse de las gafas oscuras, observó cómo la misma Katarina tomaba la sorpresiva iniciativa de deslizar sus prendas por su piel brillante, revelando su carencia de cicatrices, lunares u otras marcas; su hermosa silueta de reloj de arena que pecaba de una perfección que nadie más conocía, sus expresiones de inexperiencia. Maurizio Maragaglio se incorporó sublimado ante tal belleza.

-Eres el primero - murmuró ella pero él no se atrevió a tocarla ni a pronunciar una sola palabra.

Desprendiéndose de su suéter para cubrirla, Maurizio Maragaglio tomó la opción de correr la cortina y alejarse nuevamente, impactado por ello. Apenas giró a verla, sólo suspiró como si al fin se rompiera algo dentro de sí mismo y caminó por las riberas del Sena, con el remordimiento de destrozar igualmente a una Katarina Leoncavallo que torpemente se colocó los zapatos, recogió el resto de su ropa y colapsó en el camino al Edificio Méliès mientras clamaba por obtener alguna respuesta.