jueves, 31 de diciembre de 2020

Los Leoncavallo y los Liukin (Final de temporada)

Créditos de la imagen: Vivre Paris Magazine.

Sábado, 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo. París, Francia.

 -Bien, hice lo que me pidieron. Hablé con su esposa - anunció Marine Lorraine al salir de una cabina telefónica en la Rue de la Poinsettia, a unos pasos del bistro "La belle époque". Courtney Rostov-Diallo, Madice Lison Hubbell y Kleofina Lozko la rodeaban con interés.

-¿Qué te dijo? - preguntó Courtney.
-Que soy una maldita zorra - replicó Marine.
-Ouch, lo siento.
-¿A qué más me van a obligar ustedes tres? Más bien cuatro ¿porque tienen a su amiga en el teléfono, verdad?
-Quizás Eva nos apoya a la distancia.
-Su amiga chismosa no tiene mejores ideas que ustedes.
-¿Qué pasó con esa llamada a Venecia?
-¿Tengo que explicarles todo, Courtney?
-Si Maragaglio no deja en paz a los Liukin, te arrancamos el cabello.
-¿Por qué tengo que hacer esto?
-Porque tú eras cómplice de ese idiota.
-Yo no sé para qué los quería.
-Pero tú los encontraste.

Marine movió los brazos para reforzar que no tenía idea y prefirió asomarse por el ventanal de "La belle époque" para constatar que el personal trabajaba.

-El servicio inicia en unos minutos - dijo el chico que escribía el menú en la pizarra y todas actuaron amablemente, sobretodo Marine, cuya sonrisa fingida tenía cierto aire de sinceridad. 

-Nos siguen, muévanse - hizo notar la mujer de repente.
-¿Qué sucede? - curioseó Kleofina.
-Es Sergei Trankov, lo vi.
-¿Trankov? Qué bueno...
-¡Que camines!
-No lo veo por ninguna parte.
-Está escondido arriba de nosotras. 
 
El grupo se disponía a seguir a Marine cuando sonó una campanita y alguien salió a anunciar que el bistro "La belle époque" estaba listo para recibir a sus comensales. Madice Hubbell creyó que no tenían opción y entró al local mientras tiritaba de frío.

-¿Qué rayos haces? - regañaban las demás.
-Tengo frío y he pasado todo el día despierta desde que nos escapamos de Tell no Tales ¿Puedo comer algo por lo menos? Además, ya estamos aquí ¿O van cambiar el plan?

Courtney se llevó la mano a la cabeza pero tomó una mesa y las demás se ubicaron junto a ella. Un ingenuo mesero se acercó con la carta y les anunció el desayuno del día.

-Tenemos croissants con chocolate, ensalada de frutas, jugos de tomate y naranja y hay sopa de cebolla con pan de la casa.

Las mujeres volvieron a sonreír forzadamente y Madice ordenó un plato de sopa en el acto. Las demás le siguieron la corriente y sólo Marine se quedó en silencio luego de aceptar apenas un café.

-"No debí venir, mi boda es en dos semanas y con este viaje voy a faltar a la charla prematrimonial" - pensó ella mientras notaba la gran foto de Kleofina Lozko al otro lado del ventanal y se preguntaba por qué ninguna le prestaba atención. Luego se acordó de que el día anterior, Courtney y sus amigas la habían raptado para tomar el tren y una de ellas había concretado el agotamiento de sus ahorros para el vuelo más próximo a París. Marine se había dedicado a realizar varias llamadas a sus antiguos contactos en Intelligenza Italiana y había tenido que anunciarle su boda a personas de las que apenas se acordaba para poder llegar ahí, a "La belle époque" y descubrir por qué Maragaglio continuaba siendo un obsesivo de la familia Liukin y de paso, volver a verlo para saber si amaba a un recuerdo o la pasión era abrasadora como a sus veinte años. Alguna vez habían estado juntos en esa ciudad y ella no recordaba ni las calles ni los paseos, pero si el cuerpo de él y cómo la hacía sonreír.

-¡Marine, agacha la cabeza! - dijo de repente Kleofina.
-¿Qué pasa? Perdón, me distraje.
-¿No te habían dicho que Maragaglio estaba en otro lado?
-¿Dónde viene?
-En las escaleras del fondo ¡que no te vea!
-¿Con quién está? No creo que ande solo.
-Alcanzo a ver a una chica de pelo negro.

Marine ocultó su cara y por el reflejo quiso entender la situación. Fue entonces que confundió a aquella chica desconocida con Katarina Leoncavallo y prefería no escuchar de lo que hablaban. Por la forma de tratarse, era evidente que ambos sostenían una aventura.

-Marine ¿todo bien? - consultó Courtney.
-Está con Katarina.
-No hay tiempo de llorar.
-Todo lo que me dijo en Venecia era verdad.
-Olvídate de eso ¿Recuerdas el plan?
-Recuperar el sobre con el ADN y evitar que Sergei Trankov lo vuelva a robar.
-Explícame algo: ¿Por qué investigaste a Maragaglio?
-Él estaba buscando a su padre y se me ocurrió mandarle a hacer un rastreo, Thorm Magnussen lo robó y cuando el Gobierno Mundial lo quiso recuperar, Trankov se apareció y se llevó todo.
-¿Cómo sabían de ese sobre?
-Le pedí el trabajo a un laboratorio secreto pero yo no sabía que el encargado era Magnussen. Era un análisis con las ramificaciones familiares de un banco ruso de muestras.
-¿Un qué?
-Los rusos guardaban ADN de millones de personas, no se cuántas. Sufrieron un problema grave que echó a perder su depósito y lo que cuenta es que tomé una copia del historial de Maragaglio pero Thorm Magnussen escapó de un tren con Trankov y la otra que quedaba.
-¿Qué le pasó a la tuya?
-Cometí un error.
-¿Dónde están tu valiosos papeles, Marine?
-¿Creen que pueda detener a la paquetería exprés?
-¿Tu qué?
-Le envié todo a la esposa de Maragaglio.
-¡Eres una idiota!

No hubo manera de reclamar cuando Maragaglio abandonó el lugar del brazo de su acompañante y Marine no resistió la tentación de verlos a través del cristal. La pareja coqueteaba abiertamente y él hablaba al oído de esa chica antes de darle su tarjeta de crédito y un beso apasionado que la sonrojaba y la hacía sentir muy hermosa. 

-No hagas eso, Maragaglio se daría cuenta de que estás aquí - aconsejó Madice y el grupo siguió quieto al distinguir a Carlota Liukin y Maurizio Leoncavallo abandonando el lugar para irse a Bércy. 

-Courtney ¿todo bien contigo? - continuó Kleofina.
-Descubrí que no siento nada.
-Menos mal.
-Maurizio no es tan guapo.
-Al menos tenemos una mujer consciente aquí - remató la propia Kleofina al cruzarse de brazos y mirar a Marine perdiéndose ante la presencia de Maragaglio

-Esto no va a funcionar - dijo Madice.
-¿Qué harás? - preguntó Courtney.
-Iré por los documentos ¿Alguien imagina en donde pueden estar?
-Sabemos que Trankov se los dió a Maragaglio. Marine ¿en dónde está la habitación de ese tipo? ¡Oye, despierta! ¿Marine? ¿Estás aquí?
-No le insistas, no puede ni hablar.
-¡No vayas, Madice!
-Alguien debe encargarse y no hay plan B.

La joven Madice se levantó para dirigirse a la escalera y por poco lograba su objetivo cuando topó al mismo Maragaglio de frente. Aquél le sonrió y ella fingió que buscaba el tocador, así que un mesero se acercó para auxiliarla. 

-¿A qué rayos regresó? - murmuraban las demás tratando de ocultarse, pero él volvió a retirarse velozmente y no sabían si respirar de alivio o dejar el asunto en paz.

-Sí nos vamos, será mejor para todas - concluyó Marine antes de cubrir su rostro con las manos y sentir una enorme vergüenza por el plan fracasado. Su única esperanza era que él no la hubiera visto y al observarlo contestar su celular, se dio cuenta de que estaba trabajando en algún asunto que lo tenía preocupado.

-Me reconoció - descubrió Marine y él volteó a su distancia, dedicándole un gesto de sorpresa y cansancio, pero no de desprecio.

-Hay que abortar misión, muchas gracias, Marine - reprochó Courtney.
-Perdóname.
-¡No lo veas! 
-¿Nos podemos ir?
-¿Le dejarás el sobre?
-¡Él sabe de nosotras! Perdimos, vámonos.
-¡Por lo menos acaba con tu café! Desperdiciamos demasiado con este viaje.
-Uno que no debimos hacer.
-¡Tu ex novio idiota se está pasando de la raya con una familia! 
-Es su trabajo.
-Comienzo a entender por qué te botó.
-Courtney, tú no sabes de lo que hablas.
-¿Qué hay en el sobre?
-Nada que te importe en realidad.
-Nos hiciste perder el tiempo, Marine.
-¡Ustedes lo perdieron solas! ¿Creías que después de raptarme, las iba a ayudar?

Marine Lorraine se rindió sobre la mesa y Kleofina Lozko colocó una mano sobre su espalda en un intento pequeño de consuelo.

-¿Leíste ese informe de ADN, Marine? - añadió Courtney.
-Todo - respondió aquella con tono pagado.
-¿Maragaglio sabría de qué va el asunto si lo revisara?
-No sabe nada.
-¿Ni un poco?
-No sospecha de los Liukin como su familia.
-No es cierto.
-Maragaglio no imagina ni un poco.
-¿Por qué los buscó?
-Nunca me contó pero el apellido le pareció llamativo y los hallé por él.
-Se va a enterar de todo cuando hable con su esposa.
-¡Yo quiero que este asunto acabe de una maldita vez!

Marine se levantó y salió del lugar sin que nadie le siguiera. Madice alcanzó a sentarse de nuevo y terminar con su plato mientras Kleofina y Courtney se quedaban en silencio.

Desde que inició la tarde, Marine Lorraine se dedicó a caminar por París, a tratar de ubicarse, a dormir en una cama del hotel al que había ido con Maragaglio alguna vez. Encontrarlo le resultaba doloroso, sobretodo porque Katarina estaba con él. De la impresión, no se había dado cuenta de que no era la misma mujer, que ese hombre continuaba viviendo un sueño que consideraba inalcanzable. Pero sus ojos contemplándola en el bistro la hacían feliz. Maragaglio había cambiado su peinado, se notaba más delgado y su voz era más bella. Marine tuvo la certeza de que, si un día volvían a convivir, iba a enamorarse aún más.

-Debo recuperar esos papeles - sentenció luego de unas horas y se levantó deprisa sin avisar a las demás. Aquello se convertía en una prueba de honor y luego de llamar a sus contactos para detener el paquete con destino a Venecia, se fue a la Rue de la Poinsettia con tal de colarse y buscar un sobre grande por cada habitación que existiera. Un taxi llegó a su auxilio a la hora acordada y Courtney tuvo la sensación de que debía correr detrás cuando notó su ausencia.

La vida es una sucesión de momentos específicos el día que se afecta a los demás. Lo único que queda en la memoria es haber ido y venido sin reparar en obstáculos, con el impulso de corregir o de caer, perdiendo las demás escenas sin encontrar un nexo entre ellas. Marine Lorraine había cometido la torpeza de enfurecer después de que Maragaglio se negara a contestar sus llamadas y el sobre con la verdad era su venganza ante él y ante Susanna Maragaglio, que tendría que lidiar con el precio de la revelación. También se había dejado forzar a ir a París para huir de su familia y volverse loca mientras veía a los demás arder y odiarse. Pero con el remordimiento no se juega y al arribar a "La belle époque" a las cinco de las tarde, la mujer supo que debía seguir las indicaciones de Sergei Trankov, mismo que pasaba la jornada en el techo, con su eterna labor de vigía. Él mismo le ayudó a subir por la escalera de servicio hasta el segundo piso y la introdujo al dormitorio de Maragaglio, sin mediar palabra.

-¿Por qué me ayudas? - curioseó, pero él la dejó frente a la cajonera donde descansaba el sobre, así que lo tomó, aunque aquello coincidiera con una escena de pelea en la estancia. Estaba entreabierto, así que ella distinguió a la falsa Katarina intentando persuadir a Maragaglio de no irse a los golpes con su primo Maurizio.

-¡No le vas a faltar al respeto a Katrina, infeliz! - gritaba Maragaglio, Carlota Liukin y sus amigos no sabían donde meterse, el escándalo se escuchaba por todas partes y a Marine le comenzaba el dolor de oídos cuando Judy Becaud salió del baño, descubriendo a la intrusa en el acto.

-¿Quién es usted y que hace aquí?
-Es Marine y trae algo para ti, Judy - Tomó Sergei Trankov la palabra.
-¿Algo mío? ¿Es importante?
-Si ella no te da ese sobre, te enterarás de todos modos. Ella mandó la misma información a Venecia y aunque trató de cancelar la correspondencia, alguien del Correo Exprés llamó a Maragaglio y él dio instrucciones de continuar la entrega. Marine, le das esos documentos ahora a la señora Becaud o en serio, no te dejaré escapar... Por cierto, me alegra que te hayas ido de los servicios de inteligencia, cometes errores de novata.

La joven se paralizó un momento y Judy Becaud agarró los papeles con la intriga sembrada en la cabeza. Marine huyó apenas la otra inició la lectura.

-¡Ay, me están mintiendo, no es cierto! - exclamó Judy al entender qué estaba ante sus ojos. Parecía que iba a desmayarse.

-Trankov ¿qué es esto? ¡Explícame! 
-Un árbol genealógico, cortesía del Gobierno Mundial.
-¿Quién era esa mujer? ¿Por qué tenía esto?
-Judy, ahora sabes la verdad.
-¡No puedo tener tres hermanos!
-Maragaglio no quiere conocer nada.
-¿Cómo lo consiguieron?
-Fui yo.

Judy Becaud se llenó de furia y atravesó la puerta, parando el espectáculo de golpes con una contundente cachetada a Maragaglio y aventando sus análisis al piso.

-¡Deseo que usted se vaya al infierno! - gritó ella.
-¿Por qué entró a mi habitación?
-Porque necesitaba pasar al baño y usted es un animal y un imbécil que está haciendo un carnaval en mi casa desde que llegó ¡Púdrase y lárguese, Maragaglio!
-¿Qué le sucede?
-¡Ojalá se muriera de la vergüenza!

Maurizio Leoncavallo sostuvo a Judy junto a Jean Becaud y Carlota Liukin levantó del suelo los documentos junto a sus amigos, pero a Anton Maizuradze le ganó la curiosidad y al distinguir el nombre de Ricardo Liukin, no evitó mostrarle a su amiga.

-¿Qué es esto? - preguntó Carlota y juntó cuánto papel había, llevándose una de las grandes conmociones de su vida.

-Muérete, Maragaglio - musitó..
-¿Ahora qué hice?
-¡Siempre supiste! ¡Sólo muérete!
-¿A qué te refieres?
-¡No te me vuelvas a acercar!

La chica le entregó a Maragaglio el informe aquel y se alejó llorando. Él no agregó más y como deseó comprender los motivos del rechazo, escudriñó cada página, percatándose de que habían violado su intimidad y Sergei Trankov tenía que ver.

-¿Por qué abrieron esto? ¿Quién les dio permiso de meterse con mis cosas? - reclamó.
-Yo sólo soy el mensajero - señaló Trankov.
-¿Es un montaje?
-¿Qué ganaría con eso?
-¡No puede ser cierto! ¡Ellos no son...! Carlota no.
-Maragaglio, sé que tú no querías enterarte pero Judy Becaud tenía derecho a saber de dónde viene.
-¿Tú le diste el sobre?
-En realidad, fue Marine.
-¿Marine? 
-Ella te mandó investigar y tuviste la suerte de que Thorm Magnussen se dedicara a encontrarte los parentescos.
-Yo no puedo ser... ¿Mi abuelo me odió por esto? 
-Le avergonzaba, tal vez.
-¡Yo soy inocente! No quise saber, no me hacía falta. Yo...

Maragaglio se derrumbó frente a Katrina y Maurizio recogió el desastre faltante, descubriendo que Judy Becaud era hija de Ricardo Liukin y a su vez, este era hermano de Maragaglio. El impacto, sin embargo, era más fuerte, porque de acuerdo al informe, Lía Leoncavallo no sólo era abuela suya; también lo era del mismo Ricardo y de Lorenzo y Gwendal Liukin. Aquello lo volvía a él y a Katarina primos directos de la familia Liukin y Carlota y sus hermanos pasaban a ser su sobrinos. Pero el papel más importante lo dejó estupefacto. Maragaglio siempre había sido el primo bastardo, el indeseable y al mismo tiempo, el obligado a ser el fuerte para soportar el peso de la familia entera. En un segundo, Maurizio Leoncavallo conoció el por qué.

-Tus padres son hermanos.

Maragaglio apenas lo miró.

-¿Cómo se llama ese maldito?
-Maragaglio ¿estás seguro?
-¿Seguirá vivo? Mi madre debió sentirse tan apenada.
-Él es Goran Liukin Jr. y es hijo de la abuela Lía.
-¿Mis padres me abandonaron por eso? ¡El abuelo hizo de mi vida un infierno por su culpa! ¡Me dejaron solo! ¡Me hicieron hermano de un hombre que también me odia!
-¡Maragaglio, cálmate!

Como si volviera a ser un niño, Maurizio Maragaglio mordió sus nudillos y miró alrededor para buscar un sitio en el cuál esconderse, hallando los brazos de Katrina.

-Cariño, llora lo que necesites - dijo ella y aquél le hizo caso por unos minutos, aunque sabía que los demás lo contemplaban desde los otros cuartos.

-Trankov ¿Quién consiguió esta información? No mientas - reaccionó de repente.
-Te he dicho que Marine Lorraine. 
-¿La conoces?
-De vista.
-¿Conocías cada detalle, imbécil?
-Es mi trabajo.
-De acuerdo. Marine me la va a pagar.

Maragaglio se soltó de Katrina con el rostro serio y enseguida, se dedicó a realizar un sinfín de llamadas a Intelligenza Italiana para conocer el siguiente movimiento de Marine Lorraine. Los nombres de sus acompañantes de viaje, su última cuenta saldada, el número de la habitación donde se hospedaba en París y la fecha y lugar de su boda salieron a relucir, así como detalles de su prometido, la etiqueta de su vestido de novia y su itinerario prematrimonial.

-Así que tengo dos semanas.
-Cariño ¿qué estás pensando?
-Katrina, nunca me preguntes algo cuando esté enfadado.

Maragaglio se notaba lleno de ira y enseguida se comunicó a casa, enterándose en el acto que su esposa había recibido la correspondencia de parte de Marine pero también había conversado con ella. Susanna Maragaglio se oía destrozada y aquello acabó con la paciencia que ese hombre se había esforzado por guardar. 

viernes, 25 de diciembre de 2020

Las pestes también se van: El cuento de Navidad

Venecia, Italia. 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.

Cerca de la medianoche y luego de tomar dos dosis de antiviral, Ricardo Liukin empezó a sentirse mejor. Su asiento en el hospital de San Marco Della Pietà no era tan incómodo como había creído al principio y no decidía entre irse o aguardar al amanecer luego de informarse sobre su hijo Tennant, internado en el sexto piso; su novia Maeva, que descansaba en el quinto nivel y Katarina Leoncavallo, aún delicada en Terapia Intensiva. A su lado se encontraba Miguel, mismo que comenzaba su propia experiencia con una congestión nasal fuerte.

-No entiendo cómo puede escurrir tanto moco - se quejaba el joven.
-De eso se trata estar enfermo - replicó Ricardo.
-Estoy muy cansado ¿Es normal que me molesten los ojos?
-Miguel, todo tiene sentido.
-¿Así se siente estar muy mal? 
-¿Tomaste la medicina?
-Creo que necesito más.

Ricardo respiró profundamente y recargó su cabeza en la pared. Poco después, un médico de guardia le envió a casa y aunque no deseaba irse, accedió para poder descansar y aislarse. Dejando sus datos para que lo pusieran al tanto de cualquier acontecimiento, el hombre notó que no tenía forma de volver al barrio Cannaregio y que el cercano hotel Messner era utilizado para hospedar a los pacientes moderados. Una enfermera le entregó un par de formas para que le dejaran pasar.

-¿Quién va a pagar la estancia, señorita?
-A los pacientes los cubre el seguro de viajero si son turistas.
-Soy residente extranjero.
-Creo que le harán cubrir la cuenta.
-¿Por qué no me sorprende? Así son las cosas ¿Cuánto le debo al hospital?
-Nada, señor.
-¿En serio?
-¿El chico es buzo, no?
-¿Conocen a Miguel?
-Él tiene servicio médico como prestación laboral y su familia también.
-Miguel va a matarme.

Ricardo Liukin palideció más y se cruzó de brazos luego de firmar su salida y pensar de nuevo que había traicionado a su hijo. Por su cuenta, Miguel intercambiaba sus prescripciones médicas y cualquiera que le veía le deseaba que se recuperara pronto. Como los buzos eran muy queridos, el joven recibió una cajita con cubrebocas y le colocaron uno que le hacía ver la cara más amigable. Luego se acercó a su padre para emprender camino.

-¿Por qué vienes tapado?
-Me han dicho que así no contagiaré a nadie, papá.
-Creo que te haré caso.
-Toma, son bonitos.
-¿Qué dices, Miguel? Cubrirse el rostro no es agradable.
-Yuko a veces lo hace.
-En su cultura ha de ser normal.
-No parece mala idea con los enfermos.
-Me urge dormir, vamos.

El señor Liukin hablaba de mal humor y salió a la calle mirando al suelo, caminando como si los pies le pesaran. Alcanzó a ponerse su abrigo gris cuando una llovizna inició, notando que ni siquiera había llamado a casa para saber si su hijo Andreas estaba con Adrien o Yuko había adquirido suficientes víveres. Tampoco imaginaba las noticias y le sorprendió ver una pantalla afuera de una farmacia en la que los empleados de una estación de góndolas se iban enterando de las restricciones al transporte a iniciar inmediatamente. 

-Parece grave - dijo Miguel.
-Vamos a descansar y luego pensamos en cómo volver a casa - replicó Ricardo. El hotel Messner estaba detrás de una puerta de madera vieja y apenas estaba señalizado, aunque por el servicio que daba esa noche, había un médico a la entrada que iba ubicando a los enfermos con ayuda del recepcionista.

-Ciao, nos enviaron del hospital para acá - inició Miguel.
-¿Puedo ver sus prescripciones?
-Claro, mi padre se las da.
-¿Eres buzo, ragazzo? Qué suerte, te atenderán primero en cualquier emergencia... Te daremos una habitación para dos personas y por favor, no salgas una vez que entres. Le recomiendo a los dos que tomen una ducha y cámbiense de ropa, nosotros nos encargaremos del resto ¿Han comido algo?
-No que recuerde.
-Veremos qué hacer, tomen la llave de esta bandeja y mañana alguien los evaluará.
-Grazie molto.
-Buona notte.

Miguel le dio una pequeña palmada a Ricardo y se ocupó de guiarlo por la escalera hasta un cuarto pequeño en un nivel que aún no estaba lleno. La ventana daba hacia una piscina y luego de cerrar, ambos notaron que afuera alguien limpiaba el pasillo.

-Oye, Miguel, haré lo que nos pidieron de bañarnos. Regreso en unos minutos - anunció Ricardo al notar una bata de enfermo sobre una de las camas y saber que abandonar su ropa no era opcional, aunque lo disfrazaran de lo contrario. A esa hora, su sentido del olfato había vuelto y se precipitó a encerrarse en la regadera, prácticamente agradecido de que su hijo no pudiera notar que sucedía algo extraño. El olor de Katarina Leoncavallo estaba impregnado en su camisa, en sus pantalones, cubría su cabello y se concentraba en su pecho con bastante fuerza. Miguel también había llevado parte de ese hermoso aroma algunas veces y en casa se reconocía fácilmente.

Mientras se duchaba, Ricardo pensó mucho en lo sucedido en Lido con aquella mujer y le era complicado de creer con su belleza, lo apasionada que había demostrado ser, lo desinhibida y alegre a cada minuto. Nunca se imaginó rebasar su límite moral de esa forma y se redescubrió como egoísta y traicionero. Nunca más podría juzgar a Maragaglio ni a nadie sin la sensación de haber cometido un acto más ruin aunque ¿cómo lo sabrían los demás? Si no le contaba a nadie, entre Katarina y él existiría un secreto. Un secreto con la mujer que más le había atraído en la vida.

Ricardo Liukin tenía que recuperar el sentido a pesar de todo y recordó que Miguel merecía estar libre de engaños. Katarina después de todo no era confiable y su confidencia sobre Maragaglio en París evidenciaba más su inestabilidad. Partirse en dos, como hombre y como padre era hipócrita pero asumir alguno de los papeles era pertinente debido a las consecuencias y el abrazo que su hijo adoptivo seguramente necesitaría si su novia cumplía su parte del trato y se alejaba de él.

Al volver con Miguel, Ricardo se quedó callado un largo rato y se colocó en una cama, a la espera de la cena. El muchacho estaba más que cansado e impresionaba su manera de gastar pañuelos.

-Nunca me había enfermado, papá - confesó Miguel.
-¿Seguro? 
-No sabía que era un dolor de cabeza.
-Alguna vez te iba a pasar.
-¿Quieres que le llame a Carlota?
-¿Traes celular?
-No te encontraba desde ayer.
-Tuve unas cosas que hacer.
-Gracias por ayudar a Katy.
-No me agradezcas, Miguel.
-No sé por qué no me dijo que se sentía mal.
-Fue de repente, la escuché cuando comentó que no respiraba bien y tuve que llamar a la ambulancia.
-¿No te habían avisado en el hospital?

Por un momento, Ricardo Liukin creyó que su mentira sería descubierta.

-Katarina te estaba buscando, Miguel. Yo le sugerí por teléfono que consiguiera un médico pero la oí mal y preferí ayudarla. Ella dio mi referencia porque bueno, oíste al tal Gatell, nadie en su familia contestó por ella.
-Gracias, papá.

Miguel limpió su nariz de nuevo, molesto por su enrojecimiento y porque sus ojos lloraban de repente. 

-Todo estará bien mientras no tengas fiebre.
-Papá, esto es muy loco pero creo que estoy feliz de que enfermáramos juntos.
-¿Por qué?
-No te tienes que preocupar por los demás hoy.
-Al contrario, Miguel. Hoy debo angustiarme, no sé que han hecho tus hermanos en todo el día y tampoco he llamado a París para que Carlota me cuente otra de sus aventuras.
-Hablé con Andreas en el hospital.
-¿Él está bien?
-Tuvo que salirse pero creo que no se contagió.
- Me tranquilizaría mucho eso.
-Yuko se quedó con Adrien.
-Voy a comenzar a apanicarme. Miguel, no te comprometas con hijos.
-Jajaja, no es tan malo.
-¿Que no? Intenta pagar las cuentas de ropa, comida y cosas que no son tuyas y luego me dices. Además, no puedes confiar en nadie para cuidar de los niños, ni siquiera en tu sombra 
-¿Somos tan malos?

Ricardo empezó a reírse.

-Son una plaga, Miguel ¿Sabes que empecé a rezar por culpa de Andreas? Y tú saliste igual, así que suplico porque no se les ocurra ahogarse mientras trabajan.
-No soy surfista.
-Con ser aprendiz de buzo, basta... Me preocupa el futuro de Tennant, tiene talento pero no es listo y ni hablemos de Carlota porque me asusto el doble.
-¿Por?
-¡Le gustan los tipos tatuados y con motocicleta! 
-No es cierto.
-Marat, Joubert y Trankov tienen pintadas cosas y tu hermana cree que no me di cuenta.
-¿Por qué es malo un rayón en el cuerpo?
-Si ella se hace uno, me mato... Es que le gustan esos tipos un poco malos y mientras ella los ve lindos, yo identifico a Sal Mineo peleando en una película.
-¿A quién?
-Soy viejo, Miguel. He hecho tantas locuras en mi vida que apenas me doy cuenta de lo aterradoras que son cuando veo a todos ustedes crecer.
-Siempre dices que eras un rufián.
-Me divertía con las camisetas mojadas en las fiestas ¿Crees que me gustan ahora?
-Sí.
-Pero odiaría que ustedes... Lo odiaría.

Miguel guardó silencio para intentar entender qué le sucedía a su padre.

-El abuelo me regañó sin descanso, me decía "eso no se hace" y siempre le respondí que yo era joven. No hubo día que no me llamara estúpido y no entendí hasta que me dediqué a cuidar de mis hijos. Fui irrespetuoso, definitivamente lastimé personas y sigo tomando decisiones que lamento mucho.

Ricardo se había sumergido en la melancolía y le asustaba dejar de sentirse culpable pero entre más vueltas daba su cabeza, más gratitud encontraba en la evocación de los besos de Katarina Leoncavallo.

-Quiero preguntar algo.
-Adelante, Miguel.
-¿Por qué odias a Maragaglio? 
-¿Qué tiene que ver?
-¿Te recuerda a ti?
-Cuando yo tenía veinte años.
-Lo veo claro.
-Él se niega a envejecer y respeto eso; es sólo que crecí antes y de pronto no sé, me molesta su inmadurez. 

Miguel se rió y pese a sentir que dormía, se metió a la ducha. En tanto, Ricardo resolvía envolverse en las sábanas que tenía y se dio cuenta de que llevaba un largo rato abrazando la almohada, anhelando no estar solo mientras contemplaba como una tímida nevada y una noche estrellada se combinaban con las sirenas y las alarmas de emergencia, revelando una epidemia atroz. 

Venecia vivía horas tristes y afuera, la gente que se esforzaba para mantenerla de pie no podía cuantificar cuánto daño sería hecho. Mientras la escena de los ataúdes se preparaba para revelarse al amanecer, la incertidumbre quedaba cautiva en cada rostro y rincón con gestos de enfermedad o de vida y la encrucijada de continuar o extraviar algo en el camino. Para Ricardo Liukin la pérdida era un asunto de confesiones que no haría y notó que sus pugnas personales con Maragaglio y Miguel eran sus nuevas derrotas, aunque le fuera indiferente aquél resultado al recibir la llamada del hospital San Marco Della Pietà y discretamente la contestara para que su hijo no la advirtiera. Las buenas nuevas eran que Maeva descansaba bajo observación constante, la fiebre de Tennant había bajado y Katarina Leoncavallo se había animado a probar bocado a pesar de seguir grave. Pero sólo de ella preguntó los detalles, recibiendo a cambio un comentario de lo hermosa que se veía en batón y de su pequeña sonrisa al cerrar los ojos. Ricardo quiso creer de inmediato que la joven estaba pensando en él y supo que le preguntaría apenas tuviera la oportunidad o ella quisiera hablarle. El asunto estaba trabado entre ambos y en privado, no iba a actuar como si no se hubieran deseado mutuamente.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Las pestes también se van (La recuperación)

Venecia, Italia. 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.

Una vez confirmada la noticia de su embarazo, el estado de salud de Juulia Töivonen se restableció lo suficiente para que Alessandro Gatell decidiera trasladarla a una habitación regular al anochecer. La joven reaccionó muy feliz y observó como la Unidad de Terapia Intensiva parecía tener una hora de paz.

-¿Cómo que no hay camas en el segundo piso? - preguntaba Gatell con molestia.
-Estamos adaptando los cuartos y en algunos hemos metido cinco o seis pacientes - le decía la Jefa de Admisiones.
-Tengo una paciente embarazada ¿dónde la van a meter?
-En el quinto piso estamos juntando a las mujeres. 
-Búsquele un sitio que no esté lleno, por favor.
-No es la única enferma que está en esa condición.
-¿Alguna otra llegó a Terapia Intensiva? Dele una habitación que no esté llena.

Gatell se había enojado, aunque a Juulia le parecía gracioso que pronto la sacaran de ahí por su mejora récord. El aislamiento seis volvería a ser exclusivo de Katarina Leoncavallo con su fantasmagórico aspecto de los labios invisibles y su siesta que evocaba a un cadáver fresco. Después de llorar sin calmarse, las enfermeras la habían sedado ligeramente y Gatell no había podido hacer nada por contradecirlas. La chica tenía todas las señales de hallarse triste.

-No me despediré de ella - señaló Juulia.
-No se preocupe, Katarina necesita dormir - añadió el doctor.
-La forzaron a hacerlo.
-Ha sido un día agotador.
-Si no amáramos al mismo hombre, seríamos buenas amigas. Ella es todo corazón ¿sabe? Cada semana le pinta una tarjeta a sus padres para decirle que los quiere y lo hace con mucho empeño y colores lindos.
-¿Katarina es cariñosa?
-La gente le tiene miedo porque es muy bonita. Supe que los jueces han querido darle medallas de oro todo el tiempo y no lo hacen porque las federaciones dan muchos donativos y tienen patrocinadores muy fuertes que prefieren sostener lobby por otras patinadoras ¿Sabe cuántas empresas no contratan a Katy porque es demasiado bella? 
-Estoy seguro de que ella está consciente.
-Doctor Gatell, sé que a usted no le impresiona Katarina. 
-Le ayudo.
-¿Podría saber por qué?
-Le resultará llamativo, pero no lo sé.

Juulia no añadió más, quedándose en la espera por irse de una sala que hacía tanto que se le había vuelto cálida. Luego miró a su compañera como si aquella fuera de cristal y no quería verla haciéndose añicos. Fue entonces cuando Gatell, recordando los recados, la interrumpió abruptamente.

-¡Juulia! Casi olvido decirle que Maurizio Leoncavallo ha llamado para saber cómo está.
-¡Qué buena noticia! ¿Sabe algo más sobre él?
-Se irá a Helsinki y volverá a París por dos semanas más pero prometió estar al pendiente ¿Sabe que esta tarde se ha puesto a Venecia en cuarentena? Por eso él no la verá tan pronto.
-No tenía manera de enterarme.
-Es cierto, una disculpa. Maurizio ha estado al teléfono tres veces. Le deseé un feliz cumpleaños por usted.
-¿Le ha anunciado el embarazo?
-Considero prudente reservar la sorpresa. Usted podrá decirle.
-¿No me harán más análisis?
-No se preocupe, Juulia, cuando suba a piso le ordenarán lo que sea necesario.
-Muchas gracias.
-Me alegra ayudar.

Gatell sonrió detrás de su cubrebocas y luego de terminar sus anotaciones, revisó de nuevo a Katarina Leoncavallo, notando que su oxigenación presentaba un mejor nivel, el sudor intenso había cedido un poco e incluso, su fiebre, si bien seguía presente, era menos alarmante.

-Parece que responde bien. Si mañana se repone más, habrá que llevarla a otra habitación - dijo el médico, ansioso por preguntarle a Katarina cómo se sentía. Juulia Töivonen volteó a verla como si quisiera celebrar y luego de comprobar que dormiría más tiempo, se dedicó a esperar por su propio destino.

Eran las veinte horas cuando los cambios terminaron en la sala de Terapia Intensiva y Alessandro Gatell finalmente abandonó su puesto para descansar un poco. El caos en el hospital continuaba, pero las calles se encontraban solas. La Polizia, los buzos nocturnos, los veladores del vaporetti, los panaderos y los técnicos de mantenimiento de la ciudad laboraban como cualquier otro día mientras se preguntaban si los alcanzaría el contagio. En las noticias, se anunciaba a Italia entera que la situación era grave y que la región del Véneto no recibiría visitantes. Los funcionarios públicos declaraban desordenadamente sobre el asunto y la alcaldesa de Venecia resultaba ser una paciente más en una pequeña clínica de Santa Croce. Tal y como un boletín de emergencia anticipaba, los turistas neoyorkinos abarrotaban los hospitales de Cannaregio y San Polo y las enfermeras realizaban demasiadas preguntas, enterándose de pacientes que se sentían mal antes de tomar sus vacaciones. El enojo también se contagia y Katarina Leoncavallo despertó al oír de un par de personas que habían estado en Skate America y en una pizzería de nombre East Village buscando a la patinadora Michelle Kwan, pero en su lugar, se habían encontrado con ella. En San Polo se hallaban las personas que la habían infectado y claro que quería saber sus rostros para vengarse. En esos instantes y por una idea de alguien, se hacían "cadenas de contactos", así que la habían hallado y pronto, supo que un hombre llamado Thomas Schiavone había mencionado su nombre también.

-¿Usted se encontró primero con los turistas o con el señor Schiavone? - preguntó el enfermero que notó que Katarina oía al personal en lugar de saludar.
-Patiné y comí pizza antes de encontrarme... con Tommy - respondió ella de mala gana.
-¿Acudió a alguna fiesta, señorita? 
-A un concierto... en el bar Coney Island y al banquete de clausura... de Skate America.
-¿Antes o después de la pizzería?
-El concierto fue el mismo día de esa pizza horrible... El banquete fue el domingo por la tarde.
-¿Cuándo estuvo con el señor Schiavone?
-¿Importa? 
-Es para el informe epidemiológico. Me mandaron a hacer esto.
-Fui al concierto y por la pizza antes de patinar... A Tommy lo conocí después, cuando salí de competir ¿Algo más?
-¿Tuvo contacto con otras personas?
-Díganle a Sasha Cohen que si se siente mal, es mi culpa y por eso voy a morir feliz.

El enfermero empezó a reírse y olvidó hacer su cuestionario completo, aunque Katarina pensó mucho en qué quizás Maragaglio sufriría de influenza y tal vez era un justo karma luego de abandonarla en París. Quedarse desnuda frente a él y ser rechazada le entristecía todavía y comprobó que la hacía llorar. Era mejor quedarse en silencio al respecto y luego pensó que Ricardo Liukin era víctima suya.

-¡Ay, por Dios! ¡Va a matarme! - exclamó y notó que tenía energía para levantarse, aunque poca. 

-Gatell va a saltar de alegría cuando le diga - señaló alguien y luego, un empleado llegó con varias charolas para los enfermos que pudieran alimentarse. Aquél se negó a acercarse a Katarina, dejando a otro muchacho a cargo. Ambos evitaban mirarla.

-Estoy a dieta, no puedo tocar el pan ¡Es horrible! ¡Carlota Liukin come grasa y patina mejor que yo y es tan delgada! - refunfuñaba la chica para después sentir que se ahogaba y regresaba al berrinche pasada la pequeña crisis.

-Haré el esfuerzo por el pollo - declaró sin saber si su cuerpo mandaba la señal de estar hambriento o no. Los demás pacientes intentaban ignorarla y ella vio su reflejo en un vaso de agua, notando que la influenza parecía hablarle de frente con su pretensión de provocarle dolor. Katarina Leoncavallo solía dialogar con sus enfermedades, como si deseara conocer qué buscaban además de matarla. Pero supo que estaba invadida por un virus que no tenía aquella intención. Simplemente, la había detenido para que pensara, aunque empleara el más escandaloso medio posible.

-¿Qué quieres de mí? - curioseó ella, sin saber si alucinaba y dando el bocado a una pechuga. La influenza le concedía el poder de sostener su tenedor sin problemas.

-¡Me dijiste que estabas enamorada de Maurizio! ¡Vaya montón de mentiras! - le declaraba el virus.
-¡Amo a ese hombre! ¿Por qué lo dudas desde que empezamos? - replicó Katarina en silencio.
-¡Porque te vi con Ricardo Liukin! Si estuvieras enamorada, jamás te habrías acostado con él.
-¿Qué te importa?
-¿Lo hiciste porque estás enojada?
-¡Claro que no!
-¿Lo ves? 
-¿Veo qué?
-¿Ricardo te gusta? 
-Demasiada locura por hoy.
-Mírame de frente.
-¡Ni siquiera eres un ser vivo!
-Pero soy tu consciencia mientras te infecte, querida.

Cuando Katarina terminó con esa parte, notó que su ración de pollo no existía más y tenía en la mano media pieza de pan.

-Anda, me volveré parte de tus defensas y no podré ser tu amiga de nuevo. Dime ¿te gusta Ricardo?

Katarina lo pensó un poco.

-Me encanta - confesó.
-¿Desde antes del sexo?
-No me había dado cuenta.
-¿Qué vas a hacer, Katarina?
-Miguel también es muy guapo.
-Dormiste con su padre.
-Los Liukin van a matarme.
-Crees a menudo que lo harán.
-Cierto.
-¿Sabes que golpear tu cuerpo fue muy difícil? Tuve que aprovechar tu descuido con Maragaglio.
-¿Cuánto tiempo esperaste desde Nueva York? 
-Me repliqué en Tommy.
-Se lo merece.
-Quieres volver a encontrártelo.
-Eso también.
-¿Hueles? Es crema de maíz y no nos sirvieron.
-No tengo olfato.
-¿Desde hace cuánto no la comes?
-Maragaglio cocina una que está muy rica pero tiene mucha grasa. Renuncié para caber en mis vestidos.
-La pizza no fue light.
-¡Cállate, virus!
-Desde que te conozco, piensas más en Maragaglio que en otras personas.
-Es que siempre me apoya.
-Sí, claro.

Katarina no sabía que tan hambrienta se encontraba hasta que notó que le habían mandado una barra de chocolate. Los trabajadores de radiología la habían colocado al interior de su bandeja y contaban con la complicidad del cocinero del hospital.

-Espero que sepas esconder eso - continuó la extraña presentación con la influenza.
-Me lo comeré, trae almendras.
-Oye, Katarina, estoy en tu mente ¿Puedo saber por qué odias a Carlota Liukin? 
-¿Porque me quitó la atención de mi hermano? 
-Lo que tienes es envidia.
-Qué sorpresa.
-Pero si te agrada Ricardo, tienes que aguantarla.
-No me voy a quedar con él.
-¿Sientes que Carlota es mejor que tú?
-Ricardo y Miguel son mejores que toda mi familia. Pero ella es odiosa.
-¿Hipócrita?
-Lo dijiste tú, yo no.
-¿Es por el tal Marat, Katarina?
-¿No tienes nada qué hacer como tirarme al colchón? Eres una influenza muy metiche.
-¿Esta crisis es por él?
-Maragaglio y Marat me tienen así ¿contenta?

Katarina se recostó de nuevo y notó que llevaba dos semanas enteras sin pensar en Maurizio, dos semanas sin amarlo como antes. Pensó que en Mónaco y en París se había angustiado por nada; que su dilema de "infidelidad" a su hermano era en realidad el inicio de su desamor ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué había querido entregarse a Maragaglio? ¿Por qué Tommy Gunn era tan excitante? ¿Por qué Marat le lucía tan perfecto y detestaba no tener la oportunidad de cautivarlo? Porque Maurizio era el hombre equivocado.

-No te aferres - le aconsejó su virus de pronto.
-Tengo miedo.
-¿De qué, Katarina?
-Cuando salga de aquí, no voy a querer estar con mi hermanito.
-¿Y eso qué?
-¡Lo amo!
-No es cierto, tú quieres a otro. 
-Marat no me va a hacer caso.
-Tampoco interesa. Es más ¿qué te asusta? ¿El sexo? ¿No es lo que deseas ahora? 
-¿Cuál es el punto?
-Katarina, tu Maurizio no es tan encantador ¿Sabes de qué más te has dado cuenta? De que si te gusta un tipo, no tienes ningún problema en llevarlo a la cama y luego botarlo.
-No le haría eso a Ricardo Liukin.
-¿Por qué no te emparejaste con él?
-Por tonta.
-Mejor olvídalo y corta con su hijo.
-Van a asesinarme.
-Deja de decirlo... O llama al tal Tommy y diviértete.
-No creo verlo de nuevo.
-Sabrás donde encontrarlo.
-Según el enfermero, él está aquí.
-Entonces salgamos de esta sala.
-Virus, estás loca.
-Tal vez me necesitabas para sincerarte contigo misma.

Katarina se quedó dormida al poco tiempo y cuando el personal retiró su bandeja vacía, los dos encargados no se contuvieron de contemplarla un largo rato. La chica, contrario a su apabullante voz interna, aún continuaba muy enferma y frágil, como si le bastara una corriente de aire frío para morir. La influenza, por supuesto, no era su amiga. Pero la sensualidad de Katarina Leoncavallo apareció de nuevo, ajustando su sudado batón de enferma a su cintura, revelando parte de sus muslos, resaltando su busto, descubriendo la forma de cada parte de su cuerpo. No era una belleza que invitara a tocarla. Era una belleza extrema, apabullante, una que asustaba de tan perfecta y que intimidaba, a la vez que admiraba, a los cobardes y a los ordinarios. Y la enfermedad, en lugar de arrebatársela, se ocupaba de golpearla mientras cumplía su función de volverla más atractiva. La naturaleza, que había amado intensamente al abuelo Leoncavallo, odiaba con todas sus fuerzas a Katarina por heredar la hermosura de ese hombre, pero no era tiempo de cobrarle la cuenta. Con hacerla sufrir y azotarla, aún bastaba.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El cumpleaños de Maurizio Leoncavallo

Lily Collins en "Emily in Paris"

París, Francia. Sábado, 16 de noviembre de 2002.

La "Gran Gala del Patinaje Artístico" en el Trofeo Éric Bompard Cachemire inició al mediodía y terminó a las dos de la tarde. Con ello, Carlota Liukin tendría tiempo libre y había planeado celebrar el cumpleaños de su entrenador en un restaurante de hamburguesas. Quien se había entusiasmado con la idea era Katrina y no se despegaba con la intención de que le extendieran la invitación, aunque todos sabían que iría de cualquier forma a aquella cena. Como Maragaglio no estaba, la joven paseaba por el Pont Neuf con un bolso rojo bajo el brazo y un celular de color gris que no podía dejar de usar.

-A alguien no le va a gustar cuando reciba la cuenta - rió Maurizio Leoncavallo cuando se atrevió a acercarse. Ella apartó el aparato de su oreja y le dirigió su cara sonriente como parte de su respuesta.

-Es un regalo, cariño. 
-¿Quién pagará tus llamadas?
-¿Tú quien crees?
-La esposa de Maragaglio lo va a matar.
-No lo ha acuchillado en veinticinco años.
-¿Te contó?
-No hay nada que no sepa, corazón.
-Katrina ¿no crees que haces mal?
-Si tienes un problema, háblalo con tu primo.

Katrina iba a adelantarse cuando su teléfono sonó y no tardó en responder, reanudando sus risitas presumidas con alguien que sin duda, estaba igual de feliz que ella y también ansiaba curiosear con el regalo de un cliente generoso.

-Me compró una bolsa de piel y un perfume caro ¡También me dio dinero para conseguirme ropa y me llevó a un salón de belleza! ¡Me siento como Julia Roberts, cariño! - seguía la chica y Maurizio miró alrededor, constatando que Carlota Liukin no llevaba la mano a su cabeza a pesar de su creciente vergüenza, Judy Becaud pasaba saliva y Marat Safin curioseaba con la actitud de ambas mientras el resto del séquito parecía más interesado en Levan Reviya que, por cuestiones de familiarización con Amy, se les había unido y no decía media palabra.

-¡No me voy a poner un vestido escotado, mi amor! ¡Me vestiré de amarillo como tanto te gusta! - revelaba Katrina y así supo Maurizio Leoncavallo que aquella mujer llevaba un buen tiempo contándole sus aventuras a su novio camionero, mismo que hablaba en futuro sobre el día que podía ir a verla y de lo que recibiría por transportar mariscos desde Marsella. 

-¿Sabes que me invitaron a McKee? Nunca he comido una hamburguesa y estoy nerviosa ¡Cuando regreses, podemos ir también! - remataba la emocionada chica y los demás recordaron que habían olvidado quien era ella. Katrina nada tenía y conocer a Maragaglio era el equivalente a ganar un modesto premio de la lotería o celebrar la llegada de un fugaz dinero extra. Cada que Carlota Liukin y sus amigos hablaban de una patineta o un videojuego, para aquella era apenas imaginarse la experiencia de usarlos y eso explicaba porque había abrazado con fuerza un kit con productos de aseo personal que la misma Carlota había recibido de regalo en el Trofeo Bompard y por el que no tenía intención de quedarse. Quizás, era por ello que Anton Maizuradze y David Becaud compartían sus galletas, bufandas y tonterías con la simpática prostituta de Les Marais y le celebraban su celular a la menor oportunidad.

-Yo te invito la cena ¿Te parece? - mencionó Maurizio Leoncavallo cuando Katrina terminó su larga charla.

-Gracias, pero Maragaglio me cubre.
-¿Te dio su tarjeta de crédito?
-La que le dio el Gobierno Mundial. Dime si no es bonita ¡es negra! 
-Wow, con eso puedes entrar a dónde quieras.
-Me iban correr de una tienda y como se la enseñé al gerente, salí con esta bolsa linda.
-¿Por qué no nos dijiste? Te habríamos defendido.
-Debiste ver la cara de ese señor tan feo cuando le dije que quería esta cosita roja del mostrador
-¿En dónde la vas a usar?
-No lo sé, la guardaré, pero ¿dónde?
-¿Estás pensando en eso? 
-¡Ya sé! ¡Se la encargaré a la señora Becaud! Ella me la cuidaría y me dejaría abrazar y besar mi bolsa de vez en cuando.

Judy eligió el silencio y Carlota le preguntó discretamente si haría algo así. La respuesta quedó pendiente.

-Jajaja, es un gran plan - prosiguió Maurizio.
-Es que si lo llevo al trabajo o a mi hotel, me lo robarán
-¿En dónde vives, Katrina?
-En el Leopard.
-No he oído de él.
-Es un lugar barato y no hay luz.
-¿Estás sola ahí?
-Vivo con otras dos compañeras. Me prestan una cobija naranja que está muy vieja y aunque me la ponga, me da mucho frío.
-Podrías aprovechar para conseguir una mejor.
-No puedo tener cosas bonitas.
-Pero te han dado un teléfono.
-No te preocupes, Maragaglio no tendrá facturas que cubrir.

Maurizio Leoncavallo no agregó más y como ironía, revisó sus propias llamadas, sin obtener novedad.

-¿Estás preocupado, cariño?
-No, Katrina.
-Maragaglio me contó ¿Cómo sigue tu hermana?
-¿Cuánto habla mi primo sobre Katarina?
-Poco.
-¿Mientes?
-No, Maurizio.
-No te creo.
-¿Ella sigue mal?
-No sólo Katy.

Katrina no quiso prolongar la plática y se dedicó a jugar con su celular cuando el grupo paró cerca de Notre Dame. Ilê de la Cité era el sitio preferido de Carlota Liukin para descansar y luego de hallar un asiento para Judy Becaud, el grupo se ocupó de mirar hacia el Quai de Montebello. Todos querían volver a casa antes de la celebración pero disfrutaban del calor que siguió a una mañana tan fría.

-Te pareces a mi hermana - confesó Maurizio estar pensando y Katrina fingió que no le hacía caso al revisar su bolso. 

-Mi padre vino hoy a verme y a reprocharme por Katarina otra vez. Siempre lo hace ¿sabes? Me acusa de algo que no puedo controlar.

La joven volteó a verlo apenas.

-No te escuché, cariño.
-Da igual.
-Qué bueno que no te importa.
-Mi familia cree que espero la oportunidad para seducir a mi hermana.
-Maragaglio dice que Katarina te quiere.
-Está enamorada de mí.
-Ella no está tan loca.
-Maragaglio la idealiza mucho, por eso lo niega.
-Él la conoce mejor que nadie.
-Ese idiota no tiene idea de lo que pasa entre Katarina y yo.
-Tú eres el que no sabe lo que existe entre Katarina y Maragaglio.
-El imbécil la mandó a vigilar en Nueva York.
-Maurizio, sigue engañándote solo.

Katrina al fin guardó su celular y recargó sus brazos sobre la pequeña muralla de roca que rodeaba ese corredor.

-Perdóname.
-No te preocupes, corazón.
-Me he sentido muy tenso hoy.
-Se nota.
-Estoy preocupado, es todo. Terminé una relación que duró mucho tiempo, mi hermana se enfermó, mi novia también está en el hospital, mi padre cree que soy un pervertido y mi tío Enzo me ahoga poniéndome a elegir trajes.
-Qué tragedia, es lo peor que a alguien le puede pasar.
-¿Qué dices?
-Oye, después de que Maragaglio se vaya, yo regreso a la mierda en Les Marais. Voy a tener hambre, me dará frío, pasarán días antes de que tenga tiempo de darme una ducha y mi padrote buscará robarme cada billete que gane ¿Sabes de cuántos policías me debo cuidar y a cuántos asquerosos tengo que complacer? Si no tuviera algo que perder, no me importaría terminar muerta en el río ¿Tú qué sabes de problemas? Tu madre no te prostituyó ni te vendió con un traficante a cambio de una dosis de heroína.

Maurizio Leoncavallo enmudeció y contempló a Katrina llevando su teléfono a la oreja izquierda para charlar con Maragaglio sobre lo que harían esa noche. Ella decía que aún no sabía qué ropa conseguir y preguntaba si tenía algún límite de gastos. 

Durante esos minutos, Maurizio creyó entender por qué la joven le gustaba a su primo. Era tan similar a Susanna Maragaglio en la forma de caminar y con su tono de voz divertido y calmo. Pero también podía ser empalagosa como Katarina, miraba como ella y olían similar, sin contar con que el rostro tenía algunos razgos familiares de los Leoncavallo, aunque Katrina nada tenía que ver con ellos. 

-Bueno, me quedaré con este top y estos jeans ¡Maragaglio me va a acompañar de compras mañana! - celebraba ella al colgar y entonces, sus ojos se cruzaron con el brazo de Maurizio, que exhibía marcas que conocía bien.

-Mi última dosis fue hace dos meses. Intento dejarla, Katrina - expresó él.
-¿Te la inyectas para no sufrir o sólo eres un idiota?
-Maragaglio me sacó de un problema con la Agencia Antidopaje y este año recaí.
-No eres frecuente, se nota.
-Me volví adicto en Moscú. Tuve una novia, se llamaba Jyri, consumíamos juntos y conocí a cada dealer de la ciudad. Casi pierdo mi carrera por esto, mis padres pagaron mis deudas. Si mi hermana no me hace su entrenador, yo no habría podido controlarme.
-¿Por qué me cuentas tu vida?
-Katrina ¿Has sentido una atracción tan inadecuada, que buscas olvidarla como sea?
-¿Con quién quieres estar?
-Tengo una novia nueva, sólo mi padre y mi tío lo saben.
-¿A qué quieres llegar? 
-Acuéstate conmigo esta tarde. Maragaglio no está.

Katrina se imaginó de inmediato frente a Maurizio, tocándolo y consolándolo, sin comprender por qué se sentía desnuda aunque estuvieran en la calle. La escena no le agradó y acabó golpeando al hombre con su bolso, dejando a los demás desconcertados sobre la escena y con la palabra en la boca.

-Maragaglio ¿ya vienes? - preguntó Katrina cuando aquél le contestó la llamada y se apartó para narrarle todo, sin parar de llorar.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Las pestes también se van (Entre un padre y su hijo)

París, 16 de noviembre de 2002. Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo. Bistro "La belle Époque", 7:00 am.

Maurizio Leoncavallo regresó al Edificio Mèlies y se topó con que el bistro tenía las luces prendidas y la puerta abierta. Una rata pasó encima de su zapato y entonces supo que aquellas plagas de las que tanto le advertía su primo Maragaglio, eran la incómoda realidad en París. Era como ver no sólo a las ratas, también a las chinches y a los piojos apoderarse de las paredes y banquetas cuando había poca gente en la calle y sentir que en cualquier momento, alguna de esas calamidades le saltaría encima. A Maurizio le intrigaban las chinches.

-Tanti auguri, Mauri! - saludó alguien que salía a recibirlo y le abrazaba con gran afecto.

-¡Papá! Me sorprende verte ¿Mi mamá está aquí?
-La he dejado descansar; nos hospedamos en el hotel Chouette.
-¿Vienes de vacaciones?
-He pasado unos días en Mónaco y pensé que a tu madre le gustaría celebrar nuestro aniversario con una copa de vino en Trocádero.
-Katarina estuvo en Mónaco también.
-La vimos.
-¿De veras?  
-No veo por qué debería interesarte.
-Ella me dice todo.
-Es alentador que no te hable.
-¿Por qué?
-Maurizio, tú sabes.
-Papá...
-Tu madre y yo seguimos muy angustiados.
-Katarina está confundida.
-¿Y tú?

Maurizio Leoncavallo respiró profundo por la boca y llevó las manos a su cintura con la expresión severa.

-Hijo, mejor entra. Me han servido un café y sé que te has desvelado.
-Papá ¿Nadie te ha llamado de Venecia?
-No.
-Katarina está en el hospital, Maragaglio dice que tiene influenza y le pusieron oxígeno.
-Sabemos que se repondrá.
-¿Y si no?

Federico Leoncavallo no era la clase de hombre que ocultara las preocupaciones que reprobaba y tampoco un padre flexible cuando se trataba de discutir un tema que le resultaba vergonzoso.

-¿Has hablado con Karin? ¿Se hará el tratamiento de fertilidad?
-¿Katarina no te importa, papá?
-¿Crees que no me molesta tener un par de hijos enfermos?
-¡Katarina está grave en Venecia!
-¡Y si muere, dejarás de sentirte atraído por ella!

Maurizio Leoncavallo lo tomó como si le hubieran dado un puñetazo y miró a su padre como si estuviera perdido.

-¿Por qué no le hablaste de Toronto? - prosiguió el señor Leoncavallo.
-Porque no era tiempo, papá.
-Me habrías ahorrado una escena en Mónaco.
-Katarina se moriría.
-Eres incapaz de hacerla entrar en razón.
-Pero está confirmado, se irá en primavera.
-Maurizio, contéstame algo: ¿No has vuelto a estar a solas con ella?
-¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¡Es mi hermana!
-En Salt Lake no pensabas lo mismo.
-Fui un estúpido, me embriagué.
-Sabías lo que hacías, Maurizio.
-No recuerdo mucho.
-¿Has dejado de espiarla?

Maurizio Leoncavallo no contestó.

-Eso imaginé. 
-Papá...
-¡Quiero salvarte! ¡Trato de que te olvides de ella y que vivas en paz!
-¡La estoy alejando!
-Entonces ocúpate de tu boda y no le hables. Tu madre y yo veremos cómo evitamos que se te acerque.
-Sigo siendo su coach.
-Pero no puedes cometer locuras por tus alumnos.
-Katarina no está lista para dejarme ir.
-Sabrá Dios cuánto nos hemos esforzado para no hacer de esto algo más grande.  
-¿Qué?
-¿Por qué no le has dicho que no estás enamorado? ¿Sigues jugando al buen hermano para acostarte con ella? 
-¿Perdón?
-Te conozco, Maurizio.
-Te equivocas, papá.
-Entonces entra, que aún hay algo que tratar ¿Te arreglaste con Karin? 
-Está hecho.
-¿La boda sigue en pie?
-Juulia dijo que sí.

Federico Leoncavallo abrazó a su hijo y enseguida, se introdujeron a "La belle époque", afuera no dejaba de nevar.

Mientras la familia Becaud y Carlota Liukin dormían un poco antes de cumplir con sus compromisos del día, Maurizio se llevó una sorpresa: Su tío, Enzo Leoncavallo, acompañaba a su padre y al parecer, se hallaba planeando los detalles para una gran fiesta.

-Ciao, Maurizio! Tu padre me llamó y si me dicen que hay un casamiento, estoy dentro ¿Convenciste a Karin?
-Déjame saludarte.
-Ven aquí, felicidades
-Grazie.
-¡Además estás de cumpleaños! Celebraremos un poco.

Maurizio estrechó afectuosamente a su tío y se sentó frente a él, no sin evitar contemplar un blog lleno de bocetos.

-¿Aún te casas en marzo? - preguntó Enzo.
-Eh, sí...
-Muy bien, sobrino. He diseñado unos trajes y me gustaría que eligieras uno.
-Que sea sencillo.
-Consideralo hecho ¿De corbata larga o moño?
-Que luzca bien y ya.
-Maurizio, tómalo en serio.
-Lo siento, tío.
-Vestirás uno de mis diseños y es tan importante como el vestido que Pnina le confeccionará a tu novia.
-¿Cómo está la tía Pnina?
-Emocionada. No se han cansado de crear vestidos y tenemos varios en el taller que se están cortando y bordando a mano.
-Eso es impresionante.
-Ahora dime ¿Qué traje quieres? 
-Creo que me gusta el que estás trazando.
-Justo lo que creí. Tiene línea ajustada y chaleco ¿Quieres camisa y corbata negras?
-Todo en negro.
-Menos mal, temí que eligieras otro color. He hecho milagros con los hombres Leoncavallo cada vez que deben vestir formal.

Maurizio mostró su risa ante la actitud de su tío Enzo.

-Se me olvida que sólo mi madre, que en paz descanse, tenía estilo en esta familia. Maurizio ¿Sabes qué vestido va a elegir Karin? Es para que Pnina y yo podamos combinarlos.
-Eh, creo que deberíamos hablar de eso.
-¿Por qué? ¿Ella quiere traje sastre o pantalón?
-No le haría eso a mi tía.
-Entonces deja de asustarme.
-Es que los planes cambiaron.
-¿Será boda civil? Para esmerarnos en algo discreto.
-La iglesia no se ha cambiado.
-Entonces seguiremos en lo espectacular.
-Es que Karin no usará algo de Pnina.
-¿Piensa en otro diseñador? ¿Va a ofender a mi esposa?

A Maurizio se le trabó la lengua involuntariamente y Federico Leoncavallo suspiró para luego hacerse cargo de la conversación.

-Es que Maurizio no se casa con Karin.
-¿Qué? Estoy desolado ¿Qué sucedió?
-Enzo, yo creo que tu mujer y tú deben ocuparse de que su sobrino vista como hombre y ya.
-No entiendo ¿Hay boda pero sin Karin?
-Maurizio tiene otra novia.
-¿En serio? 
-Es Juulia, su alumna de danza.
-Asumo que es más joven.
-Tiene veintitrés años o eso me dijeron.
-¡Maurizio ha recuperado la cordura! Me preocupaba que sufriera con Karin porque todavía quiere hijos ¿cierto? 
-¡Por supuesto que sí! Y Juulia es bellísima.
-¿Quién es ella? ¿La conozco?
-Es la jovencita rubia a la que le bordaste un vestido de rumba.
-¿Juulia Töivonen? ¡Es preciosa! Maurizio ¿le has dicho de todo esto?

El joven Leoncavallo volvió a emocionarse y retomó la palabra.

-Aceptó el compromiso y sí, Juulia es muy bonita.
-¿Cuánto tiempo llevan juntos?
-Nos vemos desde hace cinco meses, tío.
-¿Y Karin? 
-Hablamos y eligió no ser mamá. Creí que estaba entusiasmada por el tratamiento de fertilidad en Milán, pero lo canceló.
-Lo lamento, Maurizio.
-Juulia me hace feliz.
-Eso es lo importante. Pnina amará probarle todos los modelos que guste.
-Si dependiera de mí, me casaba en este momento.
-¡No te perdonaríamos por eso! La familia se está esforzando ¡Déjame ser el padrino!
-Tío Enzo, quiero que Juulia sea la novia más hermosa que Pnina haya vestido. Ella es increíble.
-¿Estás enamorado?
-¡Rayos! Creo que sí.
-¡Estupendas noticias! Felicidades... ¿Por qué no la llamas ahora?
-Eso haré.
-Ve a decirle que no se preocupe, que el tío Enzo y la tía Pnina se encargan de todo. 

Maurizio se retiró de la mesa y salió de nuevo a la calle para intentar saber cómo se hallaba Juulia Töivonen en el hospital y darse una idea de qué hacer para avisar a los demás que ella estaba enferma. Pero no dejaba de sentirse contento y con la cara sonrojada. Juulia le gustaba mucho más que Karin y los Leoncavallo no necesitaban explicaciones al respecto. Luego de cinco meses de vivir relaciones simultáneas, las circunstancias al fin definían su decisión y como ambas mujeres habían aceptado las condiciones, no existiría pelea alguna. Claro que sentía pena por Karin, su relación había durado algunos años, incluso pensaron que estarían juntos bastante tiempo más; pero luego de tantos fracasos en la aventura de convertirse en padres, ella se había cansado.

Al mismo tiempo y aún al interior del bistro, Enzo y Federico Leoncavallo abandonaban el talante festivo para adoptar una seriedad casi fúnebre. Ambos se miraron por un minuto y cuando Enzo terminó su boceto, no dudó en preguntar:

-¿Qué van a hacer con Katarina cuando sepa lo de esta boda?
-Cristina y yo hemos pensado en convertirla en la madrina de los anillos.
-¿Van a torturarla?
-¿Una sugerencia?
-Le haré algún vestido simple para que le quede claro que nunca será la novia.
-Grazie, Enzo.
-¿Maurizio sigue dándote problemas?
-He logrado que mande a su hermana a Toronto.
-¿Cuándo?
-Terminada la temporada de patinaje.
-Es algo.
-Me angustian las recaídas de mi hijo.
-¿Le has hablado de lo que pasó en Salt Lake?
-Todavía la espía.
-Esa parte será la más difícil de resolver.
-Preferiría que Maurizio consumiera heroína otra vez.

Enzo abrió más los ojos.

-Federico ¿Qué tan delicado es el tema ahora?
-Katarina se enamora cada día más.
-¿Y él?
-Aun la desea, Enzo. Cada vez menos, pero es suficiente.
-¿Qué harás si todo falla?
-Los mato. Esto no debe pasar nuevamente.
-Perdimos a nuestra madre ¿Estás dispuesto a acabar con tus hijos?
-Es eso o arriesgarnos a tener otro Maragaglio en la familia. Cristina y yo no lo soportaríamos.
-Te ayudaremos. Los Leoncavallo encontraremos una solución, te lo aseguro.
-Enzo, quiero que mantengas ocupado a mi hijo con los preparativos y con su novia.
-¿Qué harás con Katarina? 
-Se la encargaré a Maragaglio, él la estima.
-Me parece ¿Algo más?
-Dile a Pnina que Juulia debe lucir como una reina.
-Es seguro.
-¿Cómo van a opacar a mi hija? ¿Encontrarás la forma, Enzo?

Este último lo pensó un poco y sentenció con amargura:

-Heredó la hermosura de su abuelo ¿Cómo la voy a esconder?

Federico Leoncavallo miró al suelo tras un lamento y luego vio a Maurizio por el ventanal con cierta impotencia. Su única esperanza residía en Juulia Töivonen y no era garantía de que algún día respiraría tranquilo porque alguno de sus hijos recuperaría la cabeza. Eran tantos los episodios de atracción mutua, de tensión sexual, entre Katarina y Maurizio, que no quedaba más alternativa que destruir el corazón de ella, sacrificarla, sobretodo porque Maurizio daba señales de una extraña redención. Y los Leoncavallo optaban por rescatarlo, ya que a final de cuentas, le amaban profundamente, era parte del clan, aceptaba las reglas. Katarina en cambio, era peligrosa para ellos, a tal grado, que todos estaban cautivados por su belleza. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Las audiciones


Viernes, 15 de noviembre de 2002. Anexo del Conservatorio Nacional de Artes. París, Francia.

-Buenas noches ¿la entrada al público para las audiciones del ballet? - preguntó Carlota Liukin.
-Por la escalera derecha - respondió un recepcionista y la chica subió los escalones corriendo al lado de Anton Maizuradze. El salón de audiciones parecía un pequeño teatro con butacas, galería y paredes blancas, con un escenario cubierto de espejos al fondo y familias enteras esperando el veredicto del penúltimo filtro, mismo que estaba iniciando

-Mademoiselle Amy, triple "fouetté en tournant" - decía un hombre de cabello dorado entrecano con barba de candado descuidada y unos enormes lentes de armazón negro. Algunos creían que era alguien importante en el comité de admisiones y había estado presente en la mayoría de las pruebas desde temprano.

-Merci. La deliberación empieza pronto, vuelva a bambalinas, por favor - indicaba y Carlota desde su lugar se desconcertó por lo cortante de la escena. Su mejor amiga sólo había hecho una pirueta o así le dio por llamarla.

-¿Eso es todo? - Pronunció en voz alta.
-¡Bien Amy! - gritó Anton Maizuradze y los presentes los mandaron callar.

-Cálmate, Anton - se rió Carlota bajando la voz.
-Les gusta que les griten cuando se acaba la obra.
-¡Pero es una audición!
-Todos quieren aplausos.
-Eso sí.
-Apenas llegamos a ver a Amy.
-Menos mal, la conferencia de prensa tardó mucho ¿Qué hora es?
-No lo sé pero no importa, Carlotita.

Ambos permanecieron sentados mientras reconocían a su amigo David junto a Jean Becaud en las butacas delanteras y los saludaban a la distancia, creyendo que no era buena idea acercarse. Luke Cumberbatch en cambio, se colocaba junto a Anton inadvertidamente.

-Llegaron los extraños.
-¡Cállate, Cumber! - saludaba Anton.
-No lo decía por ti ¿Vino el idiota del Gobierno Mundial?
-¿El tío Maragaglio?
-¿Hay otro?
-Se quedó afuera.
-¿Pero también llegaron con su gemelo, o no?
-El entrenador de Carlotita entró.
-¿Ella sabe distinguirlos? Porque son iguales.

Carlota Liukin rió enseguida y pidió que nadie le llamara "idiota" a Maragaglio al mismo tiempo que volteaba a la entrada y comprobaba que Maurizio Leoncavallo se había quedado recargado en una pared mientras tomaba notas. Algunas niñas lo reconocían, otras evitaban acercársele por timidez y el resto intentaba averiguar si buscaba a alguien o rastreaba talentos para llevarlos al hielo. Durante el Trofeo Bompard, Maurizio había recibido solicitudes para volverse coach de varios equipos infantiles y el general Andrew Bessette había intentado convencerlo de admitir a su hija Raluca como estudiante, sin éxito.

En el auditorio, varias escenas parecían chocantes. Madres y padres de familia regañaban sus hijos por no sonreír en el escenario o desplegaban entusiasmo con pancartas y los que intentaban no dormir veían de nuevo la lista de nombres tachados y comentaban sobre todo tipo de reacciones entre sí. Algunos estaban más cansados de oír gritos de frustración que de haber quedado sentados durante horas sin poder abandonar el recinto.

-Ay, pobre niño - sintió Carlota al ver a un pequeño de doce años caerse durante un giro. Aquello lo dejaba fuera de la prueba final y su madre reaccionaba como si se le acabara el mundo.

-Alguien calme a esa señora, ¡voy a matarla! - admitió la chica.
-No viste nada, hace rato le dijeron a una niña que era una bolsa de frituras bailando - contó Cumber.
-¿Por qué?
-Sus papás la sorprendieron comiendo una papa y le dijeron que por eso estaba gorda para el ballet.
-Qué horribles personas.
-Son de las que viven sus sueños con sus hijos.
-Deja de fumar.
-¿Te molesta, Carlotita?
-Hay niños.
-Respiran porquerías en la calle.
-¡Cumber!
-¿Qué? Ellos igual queman tabaco para que no les dé hambre.
-¡Amy no!
-Pero los demás sí.

Carlota arrebató a Cumber su cigarrillo y lo apagó, sin evitar que él encendiera otro.

-Eres odioso ¿sabes?
-Pero me quieres.

Ella comenzaría a carcajear antes de prestar atención al escenario y al igual que los presentes, se dedicara a suponer quiénes estarían en el grupo de veinte finalistas. Sólo admitirían a cinco o siete para el taller que iniciaría en diciembre.

Por otro lado, Maurizio Leoncavallo parecía estar muy ocupado de pronto. No era por autógrafos o porque revolviera torpemente sus papeles. Era por recordar que un chico lo estaba siguiendo desde el día anterior y no se había dado el tiempo de atenderlo. Carlota sólo advirtió que su entrenador hacía que un desconocido se colocara junto a él e iniciara una charla similar a la de una consulta larga.

El tiempo transcurría con cierta lentitud y a la medianoche, una tímida lista fue colocada junto al escenario. Los nombres de los aspirantes descartados reanudaban el insoportable drama y grandes reclamos al comité de admisiones por no reconocer el talento o a los mismos niños por no haber sido lo suficientemente buenos para llegar lejos.

-¿Amy seguirá en las pruebas? - se intrigó Anton Maizuradze al ver que David revisaba los nombres. Por su cara, lo entendieron todo.

-Ay, no - dijo Carlota y al no ver a Amy por algún lado, salió deprisa con Anton, creyendo que la encontrarían afuera. Judy Becaud y Maragaglio consolaban a la desanimada pequeña, misma que sostenía un sobre rosado que había sido abierto varios minutos antes.

-Hicieron que esta niña perdiera el tiempo - reclamaba el propio Maragaglio a dos mujeres que iban pasando. Judy le hacía el gesto de que se calmara.

-¿Qué les dijeron? - preguntó Carlota
-Una tontería - respondió él.
-¿Estuvo muy mal?

La chica Liukin decidió no abrir más la boca y abrazó fuertemente a Amy, misma que sollozó hasta que el rímel manchó su rostro.

-Vámonos, será mejor - sugirió Judy Becaud y Carlota llevó la bolsa de Amy mientras Anton las iba siguiendo. Jean Becaud y David aguardaban por Cumber, mismo que fingía no prestar atención a las bailarinas al quedar atrás por Maurizio Leoncavallo, mismo que le agradaba mucho pero no lo admitía. Alrededor, otras pruebas iban concluyendo.

-Qué sitio tan deprimente - comentó Maragaglio al hallar a Katrina divirtiéndose en una insólita, pero concurrida máquina de baile en donde el personal parecía perder el tiempo a menudo.

-Ay, Maragalio ¡ven! - lo jaló ella.
-No es momento.
-¿Te enseño?
-¡Katrina, no quiero hacer esto!
-Sólo salta como puedas.
-Es que Carlota y su amiga...

Judy Becaud tocó el brazo de Maragaglio para hacerle saber que el grupo estaría bien y que podía divertirse un poco, que la situación era manejable. Un agente de la policía escoltaba a los niños de todas formas y volverían al Edificio Mélies sin contratiempos. Amy no paraba de llorar.

A Carlota Liukin le costaba mucho trabajo lidiar con las personas tristes. Nunca tenía una palabra sensible, siempre se le olvidaba ofrecer un pañuelo y al final, intentaba motivar, así fuera estúpida su manera de hacerlo. Quizás, su amiga Amy lo recordaba muy bien, al grado de planear fingir quedarse dormida si era necesario. Anton Maizuradze también era tonto para dar su hombro y sacaba de donde podía alguna pistola de confeti sin conseguir una sonrisa.

-Anton, guarda tu juguete - sugería Judy Becaud mientras se inquietaba por Maragaglio y por su nueva amiga. Como el resto estaba ocupado en sus asuntos o en sus tonterías, ella había tenido mucho tiempo para pensar esa noche. La tal Katrina evocaba a fuertemente a Katarina Leoncavallo con su cabello oscuro, espeso y liso, con sus ojos, si bien no almendrados, un poco rasgados; con su estilo inhibido de hablar apenas le hacían caso con alguna opinión que diera, con las agujetas desabrochadas y con el tipo de abrazos que solía dar al emocionarse. Judy creía que había necesitado demasiadas señales para darse cuenta de que Maragaglio estaba enamorado de su prima y muchas más para asegurarse de que nadie lo notaba tanto como Maurizio Leoncavallo, el hermano celoso pero discreto, que estaba detrás de la huída de Katarina hacia Venecia. Y es que Judy odiaba que las paredes hablaran, permitiéndole escuchar la conversación en la que aquellos hermanos se daban la provisional despedida.

Una mujer que ciegamente obedece a un hombre después de contarle que un paseo con su primo ha salido mal, invita a la desconfianza. Pero una que además espiaba a Marat Safin mientras su hermano se daba cuenta y no intervenía, por fuerza debe estar mal de la cabeza. Y Maurizio Leoncavallo también. Porque éste último estaba tan seguro de que Marat ignoraba a Katarina, que se permitía tenerlo cerca para hacer feliz a Carlota Liukin y reiterárselo a la otra joven después. La cuerda podía estar tensa por un reclamo telefónico entre los hermanos, pero sin Maragaglio para proteger a su amada, Maurizio había ganado terreno en el corazón dubitativo de Katarina. La misma Katarina que al enterarse de la existencia de otros hombres, se había vuelto mucho más atractiva.

-Judy, te fuiste - comentó de sorpresa Jean Becaud al aproximarse. Maurizio Leoncavallo aun atendía a su desconocido seguidor y cuando el grupo pisó la banqueta, alguien tuvo la idea de ir por vino especiado para resistir el aire frío. La pequeña Amy no dudó en aceptar y se colocó una chamarra mientras volvía a nevar y se preguntaba por qué todos decían algo tan obvio como que el invierno había llegado a la ciudad. En Europa, el otoño era tan efímero que nadie se había acostumbrado siquiera de una semana a otra. Era más interesante ver como los escasos árboles y arbustos se cubrían de una ligera capa blanca y cómo Maragaglio bajaba apresuradamente la gran escalera de mano de Katrina. Nadie se percataba que en realidad, había pasado tanto tiempo y hallar refugio no sería fácil. Muchos locales cerraban debido a las complicaciones que supone la nieve y podían contar con que no había bistro abierto sin una gran fila o pâtisseries con roles de canela de sobra. Por alguna razón, mucha gente se hallaba fuera de casa y se divertía con cualquier cosa.

-Vámonos, nos congelaremos - señaló Maragaglio, haciendo que los demás lo siguieran y le dijeran lo que querían beber. Cómo él conocía mejor París que nadie, los hizo caminar un par de calles hasta un diminuto sitio de madera en cuya estufa descansaba una enorme olla con el contenido a tope. Casi todas las personas que pasaban adquirían un vaso de vino especiado y Judy Becaud tomó asiento frente a la barra, pensando en que tarde o temprano, se golpearía contra la pared.

-¿Cuántos somos? - preguntaba Maragaglio antes de ordenar ocho tazas generosas y una de leche con canela. Su amiga Katrina pasaba tanto frío que se colocaba junto a la señora Becaud y frotaba sus manos con la esperanza de conservar un poco de calor.

-Necesito una cobija, no siento las piernas - comentó la chica con una gran sonrisa.
-¿El saco no te sirve? - dijo Judy irritada.
-Pensé que estaría calientita pero me queda grande.
-Es para un hombre alto ¿no crees?
-Maragaglio me lo regaló.
-¿Regalado? ¿No se lo pediste a cambio?

Katrina agitó la cabeza estando contenta aun.

-No te agrado.
-No lo quise decir así - confesó Judy.
-¿Qué te molesta? ¿Que soy prostituta?
-No tienes la mínima vergüenza ¡Te metes con hombres casados!
-Cariño, ese no es mi problema.
-¡No me digas "cariño"!
-Qué delicada.
-¡Descarada!
-¿Soy el diablo o por qué agarras tu crucifijo?
-¿No te da pena venderte?
-Tengo padrote, ¿te lo presento, linda?
-¿Maragaglio te paga bien? ¿No sientes remordimientos ni por sus hijos?
-Escucha, cariño: Yo no estoy para hacerle preguntas a nadie. Me dan los billetes, doy el servicio y se largan. Estaré loca para rechazar 500€.
-Estás jugando.
-Es lo acordado con Maragaglio y he de estar muy estúpida porque no pienso cobrarle.
-¿No?
-Me gusta tener sexo con él y lo mejor es que lo obtengo gratis.

Judy Becaud enmudeció y se limitó a dar un sorbo a su leche, sin saber qué era correcto pensar. Maragaglio contestaba una llamada así que apenas sospechaba de aquella conversación tan incómoda. Los niños, Marat y Cumber en cambio, habían oído todo y disimulaban quemándose la lengua con el vino en una ficticia competencia de resistencia. Carlota en especial.

La noche avanzaba y el vino se agotaba cuando Maurizio Leoncavallo finalmente se unió a los demás. Su cansancio era tal que apenas recargó sus brazos sobre la barra, se quedó dormido, tirando en el acto varios papeles que traía en las manos.

-Maurizio, despierta - ordenaba Maragaglio al concluir su llamada, sin lograrlo. Katrina también participaba colocando una cuchara fría en la mejilla de ese hombre y no conseguía algún resultado.

-Déjenlo en paz, no ha de sentirse bien - intervino Judy y Carlota levantó un montón de volantes del suelo, llevándose la sorpresa de que la mayoría anunciaban las convocatorias de danza del Conservatorio de París y distintos castings para compañías pequeñas, estudios coreográficos, comerciales y musicales.

-Grazie, Maurizio - susurró la joven Liukin y volvió a su sitio junto a Amy, misma que no recuperaba el ánimo pero recibía incontables abrazos de su novio, David.

-Maurizio trajo esto, creo que son para ti - entregaba Carlota a su amiga.
-¿Qué son?
-Del ballet.
-¿Hay algo bueno?
-Pruebas para niña del coro en "Sueño de una noche de verano".
-¿Trae requisitos de estatura?
-No.
-Dámelo ¿Hay otro?
-Quieren montar "Don Quixote".
-¿Pruebas libres?
-Puede ir quien quiera, Amy.
-Veré todo.

Amy dejó su taza de vino especiado a un lado y se dedicó a leer cada volante y cartel, desalentándose si se topaba con una exigencia de experiencia o de altura mínima. Aquello la hacía sentir más triste y le daba la idea de que nadie leía los avisos hasta que halló en una hoja blanca un recado escrito con plumón negro. Eso la desconcertó más.

"Te espero a las 5:00 am en la Patinoire de Bércy porque te tengo una propuesta. Maurizio".

Ella guardó el mensaje y enseguida, Maurizio Leoncavallo se despertó en un sobresalto.

-Ya me voy, tengo algo qué hacer y ver a mi novia. Los encuentro más tarde - dijo él y después de beber de golpe un poco de ponche de frutas hirviendo, salió deprisa sin avisar su rumbo. Los demás iban a curiosear hasta que el frío les hizo permanecer en su lugar.

Eran las tres de la mañana cuando la nieve cesó y la gran olla de vino especiado por fin quedó vacía. El local estaba por cerrar cuando Marat respondió un mensaje y la señora Becaud abordó el vehículo que la llevaría a descansar a casa. Carlota, David y Anton la seguían pero Amy parecía atrasarse y Maragaglio descubría el mensaje de su primo así que sonriendo, hizo que aquella niña le prestara atención.

-Si quieres te llevo a Bércy - dijo él.
-No sé si ir.
-Maurizio no suele hacer estas cosas.
-¿Qué querrá hablar conmigo?
-Lleva días con la idea de probarte como bailarina sobre hielo.
-¿Está mintiendo?
-Te hemos visto ensayar, él sólo quería saber el resultado de esa estúpida audición.
-¡Oiga!
-A Maurizio no le importa tu estatura, le interesa que eres buena.
-No es cierto.
-Oíste a la mujer que te dio el sobre. Buscan chicas más altas y salió con esa idiotez de que tienes cuello corto. 

Amy se quedó quieta un momento.

-Iremos a Bércy - remató Maragaglio y la chica sintió que le daba una orden inaplazable. Katrina en cambio, esperó a que ella se alejara un poco para aproximarse a él y saber qué seguía.

-Qué rudo eres, cariño.
-No.
-Es una niña, trátala con cuidado.
-Irá a otra prueba de la danza, no faltará.
-Le hablaste feo.
-Quiero que te quedes en el Edificio Mélies hasta que pase por ti ¿De acuerdo?
-Maragaglio ¿Por qué me cambias el tema? ¿Estás molesto como siempre?
-Katrina, tengo una habitación con una cama decente y calefacción. Descansa mientras hago que Amy no pierda esta oportunidad.
-Está bien, luego te veo.

Katrina y Maragaglio se besaron en los labios ante la incomodidad de los demás y él se quedó con Amy, que se despedía del resto. Como no confiaba tanto en los Leoncavallo, David decidió acompañarla aunque su resistencia al frío fuera escasa.

El grupo partió sin entender bien qué sucedía y Judy Becaud le comentaba en voz baja a su marido que no quería que Katrina estuviera en su hogar. Jean Becaud sólo se reía junto a Cumber.

-¡Acabamos de aceptar a una prostituta y hay niños! - se quejaba ella.
-Muchas personas lo hacen.
-¡Jean! Se supone que nosotros no.
-¿La contraté? ¿Le pagó alguien de la familia? ¿Viene contigo?
-¡Jean y Cumber, no se burlen! ¡Somos una familia decente!
-¡Decente! Jajajaja, Judy eres una gran comediante.

Katrina no sabía si estaba acostumbrada a ese tipo de palabras aunque fueran hirientes. En esos momentos, agradecía que pudiera calentarse y contaba con un desayuno por el que no tendría que escapar por falta de una moneda, a pesar de la forzada cortesía.

-Las prostitutas no acostumbraban besar en la boca - se giró Cumber curioso. Katrina eligió actuar como siempre.

-No estoy disponible, cariño.
-No tengo interés.
-Si estuviéramos en Le Marais, te estaría echando.
-No complazcas a Maragaglio así.
-No te metas, Cumber.
-Actúas como su prima, acuérdate.
-Por eso vengo con ustedes.
-Todos saben que las prostitutas se enamoran del hombre que las besa.
-Tengo novio.
-Maragaglio empezó a gustarte.
-Maragaglio le encanta a todas.
-Incluso a Judy.

Katrina y Cumber soltaron una gran risotada aunque ella se quedó pensando. Miró a Carlota Liukin por el retrovisor, intrigándose porque la niña más famosa de Francia no resistía la tentación de telefonear a su amiga Amy para saber por qué estaba con el citado Maragaglio y simultáneamente, se angustiaba por este último, como si se tratara de su padre al pendiente de una hermana inexistente. Se suponía que a pesar del aprecio, Carlota se las arreglaba para enfadar a Maragaglio, ponerlo en riesgo y meterlo en problemas.

-¿Sabes por qué Amy se quedó afuera? - curioseó la joven Liukin y Katrina respondió secamente que no.

-Creí que sí. Maragaglio te cuenta todo - siguió la chica y pronto, la nieve volvió a caer en calma.

Al mismo tiempo, caminando rumbo a Bércy, David y Amy peleaban contra el aire y ella sacudía su cabeza sin poder dejar de sentir que Maragaglio caminaba justo detrás de ellos. El cabello se le congelaba y al igual que en Tell no Tales, la brisa al estrellarse formaba figuras en las ventanas, aunque no tan bellas.

-¿Por qué Maurizio me quiere ver? - preguntó Amy con ganas de cubrirse con periódicos o estar delante de una chimenea. La voz le delataba aquello.

-Tómalo como una entrevista de trabajo - replicó Maragaglio, que también moría de frío.
-No quiero patinar.
-Pero sabes bailar. Maurizio cree que sabe lo que hace.
-Usted y su primo son un par de idiotas - exclamó la niña mientras decidía caminar de espaldas y se sorprendía nuevamente por tan particular habilidad. A Maragaglio no le interesaba en cambio.

-¿Y quién es más idiota?  siguió él.
-¡Obvio que usted!
-Es correcto.
-¿Cómo se le ocurre traer a dos niños en medio de este clima horrible?
-Carlota es menos llorona.
-¡Ella resiste bien!
-Es curioso. Tu mejor amiga sería muy feliz si supiera de esto.
-¿Por qué lo dice?
-Porque no tiene con quién hablar en Venecia.
-Es muy popular.
-Pero la gente la trata con tanta admiración que se asusta. Tú no, Amy.
-Somos amigas ¡dah!
-Te interesa lo que diga Maurizio, ¿verdad?
-No patino.
-Pero es danza. Se nota que quieres intentarlo.

Amy guardó silencio y pensó que ya había descubierto por qué Maragaglio le importaba tanto a Carlota. Era imposible odiar al hombre y algo tenía que, aun siendo un cretino, se hacía querer.

-¡Ay, Carlota no puede enojarse con usted! - pensó en voz alta luego de caminar durante media hora.

-Lo sé - replicó Maraglio sonriente y decidió ir al Bar's diner, ese restaurante del que tanto le habían hablado los Liukin alguna vez que seguramente no recordaban. Tan cercano a Bércy y con servicio de 24 horas, David y Amy se sentían como en casa, mientras el otro ordenaba café y trataba de no incomodarse con el ambiente country que le evocaba algo.

-En Jamal hay un lugar parecido y fuimos en Año Nuevo - señaló David al tomar una mesa.
-¿Es divertido?
-Es el comedor de una posada. Carlota ganó el concurso de comer nuggets de búfalo.
-¿No era campeona con los helados? - empezó a reírse Maragaglio.
-Ella podría ser comedora profesional - se contagió David.
-No la imagino.
-También tiene el récord de frappés de fresa y de rebanadas de pizza con piña.
-No es cierto... Además qué asco, ¿piña?
-¿No le ha enseñado sus trofeos?
-El de los helados.
-Carlota se inscribió en un reto de tacos, pero se mudó y nos lo perdimos.
-Diablos.
-¿Usted es su padre?

Amy pateó discretamente a David para recriminarle por semejante pregunta.

-¿Por qué lo dices? - preguntó Maragaglio con un drástico talante severo. La vibra se tornó tan tensa, que era complicado soportarla.

-Carlota sospecha que Ricardo Liukin no es su papá - prosiguió David sin intimidarse.
-¿De dónde sacas eso?
-De un ADN que Trankov le entregó a usted.
-¡Ah, ese sobre! No lo he abierto... Y es demasiada coincidencia que incluso los amigos de esta niña sepan de su relación con un guerrillero. El Gobierno Mundial va a estar feliz.
-Eso no nos interesa ¡Que se pudran!
-Es un trato.
-¿No va a decir nada, señor?
-¿Por qué Carlota pensaría en mí? ¿Te llamas David, no me equivoco?
-Ella encontró las fotos de su mamá y en varias aparece usted.
-La gente siempre retrata a cualquiera.
-¿En Madagascar?

Maragaglio no prosiguió, dio el sorbo a su café mientras se ponía más pálido que un enfermo y con el rostro dirigido a la salida. En un momento dado, David y Amy lo vieron sostenerse de la mesa mientras hacía cuentas con sus dedos. Es que no era posible, los tiempos no coincidían ¿Acaso había conocido a la madre de los niños Liukin y no sabía? ¿A qué hora? Porque en Madagascar había tomado una excursión y tal vez conocido a una mujer a la que nunca le preguntó por un nombre. Intentaba acordarse sobre aquellas lejanas vacaciones, seguramente tomadas en un aniversario o en un descanso obligatorio. Por supuesto que la negación era lo primero que se hallaba en su mente.

-¿Carlota sabe del resultado o Trankov le habló del sobre? - preguntó Maragaglio.
-Eso no lo sabemos. Si quiere salir de dudas, lea los papeles y ya - respondió David como si conversara con un idiota. Amy sólo se mordía los labios y con voz chillante, le decía a esos dos que había sido mala idea sacar ese tema a relucir.

-Oye, niña: ¿Carlota ha mencionado algo? - insistió Maragaglio.
-¡No, no! Sólo la sospecha.
-Amy, ojalá no mientas.

La chica pasó saliva y no le quedó más remedio que reservarse la palabra mientras comprobaba lo intimidante que podía ser Maragaglio si tomaba algo en serio. El hombre ahora tomaba su hirviente café como si fuera agua fresca.

-Maurizio querrá verte pronto, Amy ¿Aceptarás su propuesta? - continuó el propio Maragaglio.
-No soy buena con los patines.
-Mentira, te he visto en los videos de Carlota.
-¿Me está obligando a hacer la prueba?
-¿Tienes algo más interesante en tu futuro, niña?

Maragaglio dejó a Amy en silencio y con una mirada le bastó para disuadir a David de su intento de golpearle la cara. El camarero se aproximó nuevamente para rellenar una taza con café recién preparado.

La forzada calma que siguió se vio adornada por una nueva pero tenue nevada. El frío arreciaba y Maragaglio deseó que las cosas se mantuvieran así hasta mediodía, seguro de que aquello desquiciaría a todos. Su enfado era tal, que arrastraría a cuantos se pudiera con él. Esa parte de su temperamento le disgustaba porque lo igualaba con su cruel abuelo, aunque pretendiera convencerse de que era una persona diferente.

En el Bar's diner la calefacción dejó de funcionar un momento a otro y una campanilla rompió el ritmo al anunciar, más por error que por coincidencia, que faltaba poco para las cinco de la mañana. Amy levantó su maletita rosa y aguardó a que Maragaglio le anunciara que podían irse. La Patinoire de Bércy estaba casi junto a la Gare de Lyon y el hospital de Bércy.

-Vamos, quiero resolver esto pronto - señaló el hombre sin obtener resistencia, recibiendo, no obstante, la mirada de un David que lo rechazaba. Amy trataba de contener la antipatía de ambos al engancharse de sus brazos y obligarlos a caminar juntos luego de pagar la cuenta. En el restaurante pensaban que Maragaglio era un padre peleando con sus impertinentes hijos y a él le cansaba dar esa impresión, sobretodo porque sus niños reales no llegaban a los seis años.

En aquella zona de París suele haber mucha gente. Y en la calle no es cómodo dar un paseo. Bércy es un punto de encuentro y salida, pero no de permanencia y para David era notorio que tampoco se prestaba para tenerle paciencia a la gente. Los viajeros que llegaban a la ciudad lo hacían temprano y los taxis de detenían por todas partes, así que el ruido se volvía una tortura cuando se vivía el desvelo. La Gare de Lyon recibe a todos, pero caminar para alcanzar un coche da más caos y molestias que abstenerse de ser un turista de paso. A Maragaglio le causaba una risa silenciosa ver todo eso y más placer encontraba en saberse ajeno a ese cotilleo con maletas y nulas experiencias trascendentes. Quizás porque la vida normal en Venecia no era tan rutinaria para él o porque en las aglomeraciones le era sencillo estar, la escena que se desarrollaba alrededor le servía para darse cuenta de que era muy afortunado de no enredarse. Odiaba París y a los parisinos con sus aires de ser importantes, detestaba el olor del aire, le disgustaba la pretendida elegancia y la belleza de la ciudad le hacía querer perder la cabeza para mandarlos a todos al diablo. Pero igualmente le enfadaba tener el poder de hacerlo. Maragaglio no era un hombre normal.

El Palais Omnisports de Bércy presumía de ser un recinto multiusos al que cierto glamour le rodeaba pese a dar el aspecto de una pirámide mal conservada. La nieve se había acumulado sobre sus costados, un equipo de mantenimiento iniciaba el esfuerzo de quitarla mientras el frío se intensificaba y un vendedor ambulante de chocolate caliente aguardaba con paciencia a que la gente no resistiera más, cuando Amy cruzó la entrada y para su desconcierto, Maurizio Leoncavallo se hallaba trabajando al fondo, en la pista, con un chico de cabello oscuro y barba un poco crecida, así como los ojos redondos y una nariz de gancho que le daba un rostro de pájaro. Su nombre era Levan Reviya y venía de muy lejos, de Moscú, pero había vivido en Tbilisi y era un patinador que representaba a Georgia. El chico había dejado a sus entrenadores rusos luego de que sus intentos de asociación con otras jovencitas fracasaran en el circuito de competencias.

-Tienes muy buena técnica, yo puedo ser tu coach si gustas - declaraba Maurizio y Levan sonreía satisfecho. El papeleo no parecía ser problema y un par de federativos acompañaban al chico.

-El inconveniente de la mudanza a Venecia es que tengo horarios definidos y también mi propia sesión en un club de Mestre, pero podemos ajustarnos. Hablaré con Carlota Liukin para que podamos practicar por la tarde y la noche - seguía Maurizio y Amy tímidamente se aproximó al borde con su maletita, suponiendo que la emparejarían con el desconocido apenas la vieran. Maragaglio y David tomaban asiento en el sillón del kiss 'n' cry para seguir tiritando de frío, al mismo tiempo que el primero se lamentaba de no haber conseguido otra bebida que le calentara las manos, aunque no la consumiera.

Bércy era un sitio muy grande, escaso de comodidades, pero a Maurizio le era grato encontrarse ahí, se le notaba en la cara. Algunas veces había competido en París y apenas reparado que nunca había ganado en aquella ciudad. Pero recordaba a Jyri Cassavettes alentándolo durante su debut en Bompard, también una medalla de plata obtenida tres años atrás y una llamada de Katarina en un coincidente Halloween mientras lo felicitaba por su aspecto de vampiro con una camisa morada que lucía horrible por televisión. Maurizio tenía en la mente cada palabra de esa conversación de forma tan vívida, que creyó que se repetiría si volvía a tomar un descanso en el graderío y apoyaba su rostro en las manos.

-Amy, ven - dijo de pronto en voz baja. La niña lo había escuchado.

-¿Tienes patines?
-No, señor Leoncavallo.
-No repares en ello ¿Tienes zapatillas de baile?... Qué pregunta tan estúpida.
-¿Está cansado?
-Amy ¿Podrías llamarme por mi nombre?
-¿No te molesta? Wow.
-Qué rápido aceptaste tutearme.
-Bueno ¿Qué debo hacer?
-¿Sabes algo de patrones de básicos de quickstep o de tango?
-Tango.
-¿Te molestaría marcar algo con Levan?
-¿Con quién?
-Amy, ven... Mira, te presento a Levan, es un bailarín de danza y está buscando una patinadora para hacer equipo.
-Yo no patino.
-Mentira, te vi con Carlota.
-Es que no tengo práctica con partners.
-Para aprender tango debió ser.
-Usaba una escoba.
-Imagina que Levan es una.
-¿Si no me sale?

Maurizio se encogió de hombros aunque sonreía. Le molestaba no tener habilidades para convencer a una bailarina y pensó fugaz en Juulia Töivonen, a quien había tenido que insistirle luego de verla en un festival de danza contemporánea. 

-¿Levan sabe bailar algo? - curioseó Amy, escéptica.
-No te pediría hacer una audición si no fuera así.
-Pareces un gato, Maurizio.
-¿Qué?
-¿No te asusta la cara que tienes? Bailaré con tal de que la quites.
-Los Liukin dirían que no tengo otra.
-Carlota dice muchas cosas.

Amy giró entonces y se dedicó a cambiar su calzado sin decir nada. El tal Levan Reviya la imitaba mientras intentaba saber si ella era confiada con cada persona que tenía enfrente o sólo se hallaba nerviosa. Por lo inusual de la hora, la chica mostraba unas grandes ojeras y bostezaba pausadamente, sin evitar que el estómago le delatara el hambre.

-¡Bien! Amy, Levan, quiero un patrón de tango simple, nada estrafalario ¡Levan! Toca realmente a tu pareja, Amy no le tengas miedo y quisiera ver un par de giros... Eh ¿un lift simple? Por favor - pidió Maurizio con cierta inseguridad.

-¿Quiere que la levante? - dudaba el desconocido Levan.
-Así es. Un lift en rotación estaría muy bien, sólo sujeta a Amy por la cintura con los dos brazos y ya.
-Supongo que sí.
-Inténtenlo chicos, saldrá bien - motivaba Maurizio como si no tuviera idea de qué hacer y quedaba expectante sin saber qué añadir. Amy acaso actuaba más, agitando su mano para saludar a Levan y enseguida, colocar sus brazos, uno en la cintura y el otro sujetando la mano derecha del muchacho.

-Sígueme, un pie adelante del otro todo el tiempo, tu brazo extendido hacia el frente con el mío... Ahora nos ponemos de frente y nos movemos dos pasos a un lado, regresamos, dos pasos al otro y volvemos, tarán, tarán... Dame una vuelta... Y me levantas - instruía Amy aunque ese acercamiento, en cuestión de química, era un desastre. Al menos Levan le parecía competente y viceversa.

-No me parece mal, sólo háganse amigos y funcionará - remató Maurizio Leoncavallo con cierto sonrojo y enseguida preguntó en inglés si los federativos de Georgia aprobaban a Amy para comenzar a trabajar. La niña se sentía un poco confundida porque ni siquiera le preguntaban si estaba de bacuerdo y atinó a decir que ella sólo era la bailarina de la prueba.

-¿Quieres hacer un vals? Sólo por si acaso - sugirió Gyorgy y Amy accedió mientras pensaba en cómo aclarar que sólo ayudaba. Veía que todos asentaban sus cabezas y parecían cerrar el trato, no obstante, ella no decidiera. La niña nunca había estado en una situación parecida, así que no sabía pararla. Pero luego contempló a Maragaglio y concluyó que tenía razón en que el futuro no le ofrecía nada relevante, así que rechazar una oportunidad de bailar quizás no era la buena idea que creía. 

-Amy es una profesional ¿Quieres intentarlo, Levan? - consultó Maurizio aunque ya hubiera recibido una respuesta afirmativa. El chico dijo "sí" como si eligiera un sándwich de queso y se aproximó con su nueva compañera para firmar su contrato. Como Amy no hablaba inglés y menos georgiano, se hallaba escéptica, aunque Maurizio Leoncavallo hubiera rellenado los espacios vacíos con los nombres de ambos y le tradujera algunas cosas, como que la federación pagaría por los entrenamientos. Levan Reviya no tenía patrocinadores, pero una marca de cuchillas le enviaba un par nuevo de vez en cuando a cambio de alguna sesión comercial de fotos y tal vez, su nueva compañera recibiría el mismo beneficio. Amy plasmó un garabato sin imaginar qué seguiría.

-La próxima semana debo ir a Finlandia con Carlota Liukin y con uno de mis equipos de danza, así que supongo que Levan y Amy comenzarán a trabajar cuando vuelva a Venecia - añadió Maurizio y la niña se separó del grupo con la confusión por delante. Maragaglio y David estaban cruzados de brazos.

-¡Aún necesitamos la firma de tu tutor, Amy! - habló Maurizio en voz alta y ella prefirió sentarse en el kiss 'n' cry como si la hubieran regañado y abultaba sus cachetes para demostrarlo.

-Al menos aceptaste, es algo - dijo Maragaglio con tono resignado.
-¿Ahora qué?
-Pues te vas a Venecia, patinas y ya. No es gran cosa.
-¿Dejaré París?
-¿Qué fijación tienen en Tell no Tales con este lugar?
-¿No veré a David? ¿Puedo quitar mi firma? ¡Oigan, mejor no!
-¡No vas a cambiar esto, Amy! - gritó Maragaglio como si perdiera la paciencia.

-¿Quién es tu tutor, niña? - consultó bruscamente.
-No tengo, mi hermano está en prisión.
-¿Cómo te dejaron entrar a este país?
-Judy firmó algo.
-Mucho mejor, resolveremos esto en pocas horas.
-¿Usted a qué se mete?
-Amy, sólo... Vas a bailar y tienes contrato. Basta.

La chica se mordía los labios casi arrepentida por todo y tomó la mano de David sin conseguir tranquilizarse. Maragaglio no sabía si entre él y Maurizio la habían manipulado o todo se había dado de forma circunstancial, era un accidente o Amy tomaba la opción porque no tenía de otra.

Siendo tan temprano, nadie dejaba de considerar el ir a tomar una siesta y Maragaglio salió a la calle para conseguir un vaso con el vendedor de chocolate. Caía abundante nieve pero con mucho silencio y lentitud y al fin, aquello le hizo sentir comodidad. El frío dejó de molestarle al momento de dar un sorbo a una bebida espesa y apenas dulce. El celular timbraba y sin fastidio, respondió.

-Ciao, Maragaglio aquí... ¿Quién?... ¡Ah, doctor Gatell! ¿Cómo marcha todo por allá?... ¿Katy? ¿Tuvo un accidente?... ¿Qué tan enferma? ... ¿Neumonía? ¿Cómo es...? ¿Usa ventilador? ¿Cómo quiere que me calme? ¿Por qué no puedo ir a verla?... ¿Se contagió en Nueva York? 

Maragaglio escuchaba los detalles sobre la sorpresiva hospitalización de Katarina Leoncavallo y no le alcanzaba la cabeza más que para asustarse. El médico le explicaba cosas que no deseaba entender, que le parecían disparatadas. De imaginar a Katarina sin poder respirar, él creía paralizarse. Pero no tenía tiempo de ello. Otra llamada acabó por sorprenderlo y fue la del Director General de Intelligenza Italiana, prohibiéndole regresar a Venecia. En una noche, los casos de influenza se habían disparado y se levantaría una alerta en toda la región del Véneto, incluyendo la clausura de la ciudad. Maragaglio consultó torpemente el estatus de su misión y su jefe le dio la instrucción de continuar con el resguardo de Carlota Liukin en Finlandia y en París por las siguientes semanas. Algún agente cuidaría de Susanna Maragaglio y sus hijos mientras tanto.

Otra vez pálido, pero ahora como un muerto, Maragaglio reingresó al Palais Omnisports y halló a su primo con similar expresión. También le habían dicho que no intentara entrar a Venecia.

-Juulia me avisó que está muy enferma - señaló Maurizio.
-¿Quién es? 
-Alguien ¿A ti qué te pasa?
-Cerraron Venecia porque hay una epidemia, Maurizio.
-¿Qué sabes?
-Sé... Sé que Katarina está muy grave y le pusieron oxígeno porque no puede respirar.

Maragaglio tomó asiento en una butaca cercana para cubrir su rostro y Maurizio Leoncavallo quedó de pie, estático, sorprendido. Amy, David y hasta el mismo Levan hicieron gala de silencio y nadie intervino durante un largo instante.