viernes, 29 de diciembre de 2017

Quiero ser Miss Nouvelle Réunion (Los cuentos de las noches blancas)


Tell no Tales

Courtney Rostov recibió un domingo, a las siete de la mañana, la llamada del comité del concurso de belleza. En una hora atípica, sólo correspondía colocarse un pantalón de mezclilla oscuro con una chamarra roja y a sugerencia de Matt, usar unos botines de tacón alto. La mujer salió rumbo a una cafetería en la avenida Montpellier casi decidida a renunciar y sólo alcanzó a leer en el periódio en qué carpetas se habían clasificado a las aspirantes.

En el metro, había pocas chicas pero no se necesitaba ser adivino para saber que todas iban al mismo destino y cuando halló un asiento vacío, Courtney aprovechó para descansar un poco de las botas, quedando frente a una joven campirana que sólo llevaba pantalón, playera, modestos tenis y un suéter de lana. Era la chica más bonita presente y sus labios rosa lila resaltaban cada que sonreía nerviosa.

-¿Te llamaron para el concurso? - preguntó Courtney.
-Sí, vine con lo que tenía puesto, espero que no me digan nada.
-No lo creo.
-Tú luces muy arreglada.
-También me vestí rápido.
-No se nota.
-Pensaba que sí.
-Me levanté muy temprano a recoger cerezas congeladas, sólo me dio tiempo de bajar por la Calzada Piaf y tomar este tren.
-Vives más lejos que yo.
-¿Eres de Láncry?
-No puedo negarlo.
-En tu barrio nos compran mucho las cerezas.
-No las he comido.
-¿De verdad?
-Cuando llego a casa, ya no hay.
-Qué mala suerte, un día deberías visitar el campo de flores de la pradera oeste para probarlas.
-Lo haré, gracias.

La joven campirana volvió a mirar por la ventana y sonreír hasta llegar a la estación de Champagne, donde otra joven se les unió al colocarse junto a Courtney y quejarse igual de sus zapatos.

-Disculpen, no estoy tan acostumbrada a estos tacones.
-Somos dos - respondió Courtney.
-Sólo lo hago por la entrevista de Miss Nouvelle Réunion pero yo paso, si vuelven a llamar les diré que no.
-Planeo hacer lo mismo.
-Ah, qué bien.
-¿Traes calcetas de rayas?
-Creí que me ayudarían.
-Me gusta tu saco.
-Me lo dio una chica en Filosofía, me lo puse sólo por tener el detalle.
-Deberías quedártelo, en serio.
-¿Lo crees?... Soy Madice Hubbell, por cierto.
-Courtney Rostov.
-Un gusto.

Madice y Courtney iban a continuar con su charla cuando la chica campirana volteó a verlas nuevamente.

-Soy Kleofina Lozko.
-Un placer conocerte.
-¿A ninguna de las dos le interesa el concurso?
-A mí no tanto - admitió Madice - Sólo me da curiosidad, no llegaría lejos.
-A mí me convenció mi marido, igual no creo que funcione - añadió Courtney.
-Entonces sólo yo quiero entrar.

Kleofina contempló risueñas a las otras dos y pronto advirtió que alguien más se uniría al grupo. Faltaban dos escasas estaciones cuando Eva de Vanny decidió sentarse junto a Kleofina, exasperada igualmente por su calzado pero mirando a otro extremo del vagón.

-Ahí está esa bruja, ojalá no me toque tenerla cerca.

Madice y Kleofina dirigieron sus ojos donde Eva y al igual que ella, reconocieron a Camille Maier, misma que no ocultaba su desdén por estar en ese lugar.

-¿Se puso los pupilentes? - creyó notar Madice.
-Ayer la vi retocándose el tinte - agregó Kleofina.
-¿Qué hace aquí?
-¿Su familia estará en bancarrota?
-O tal vez el guapísimo novio de alguien descompuso su coche sin ningún remordimiento - confesó Eva.
-¿De verdad? Hace unos días traía una carreta con girasoles y me asustó con su claxon.
-¿Tú eres...?
-Kleofina.
-Consíderate vengada.

Courtney arrugó un poco el entrecejo y la curiosidad la motivó a observar a Camille Maier, desagradándole aquella en el acto.

-No la conozco y ya la odio.
-No quieras ni que te mire - agregó Madice.
-¿Por qué?
-A nadie trata bien.

Las cuatro optaron por ignorar a la señorita Maier hasta que el tren se detuvo en la estación Ardenne. Bajaron juntas y acordaban irse por el mismo rumbo cuando vieron a Mathilde Tellier saludando con beso en la mejilla a aquella chica, yendo con ella hacia la salida. Los rumores de que Camille había entrado al certamen sin pasar filtros se confirmaban sin duda.

-¡Bitch! - exclamó Courtney con ganas de irse por la farsa pero notó algo que volvió a retarla: Bérenice Mukhin también descendía de un vagón y llevaba tacones aun más altos que las demás, dándose el caso de que caminaba bastante bien pero con sus manos torpes y natural despiste, tiró una gran carpeta con cientos de solicitudes ya enmicadas y hasta el té de la señora Tellier. Únicamente por sentir que era menos tonta, Courtney propuso ayudarla y Madice, Eva y Kleofina accedieron enseguida.

-¿Estás bien? - inició Courtney, levantando algunos papeles.
-Sí, qué bueno que la señora Tellier se adelantó, me mataría.
-Toma.
-¡El té se escurrió!
-Podemos comprar otro en el camino y vaciarlo ahí.
-¡Gracias chicas!... Gracias por salvarme, Courtney.
-¡Miren! Encontré la solicitud de Camille - dijo Madice y Bérenice se incorporó enseguida, abrazándola por saludo.

-¡Sabía que vendrías! Qué bueno que te pusiste lo que te di.
-Te hice caso, qué... bien.
-Camille ya está inscrita al concurso, su hoja va aparte, gracias.
-¿Entonces por qué nos hacen venir?
-No debería decirles pero todavía no son las entrevistas, es una prueba.
-¿De qué?
-Afuera les explico pero cuando lleguemos se adelantan.

Todas afirmaron y Eva aprovechó de saludar a Bérenice.

-Evan se fue a entrenar, te ve en la cantina a las cinco.
-Gracias ¿de casualidad no lo viste, no sé, con manchas de grasa?
-Me dijo de un sabotaje pero no entendí nada.
-Qué buena mujer eres.

Bérenice sonrió y fue con las demás rumbo a la calle, en dirección a la avenida Montpellier, en el barrio Centre. Por explicar de qué se trataba la trampa del Comité, olvidó rellenar el vaso.

A dos pequeñas esquinas de distancia, se hallaba el salón de té de la dulcería Bonbons Carousel. Era un sitio famoso por caro y por sus pasteles de crema batida con ron servidos durante los eventos privados. Si alguien moría por probar la carta era justo Bérenice y antes de separarse de las cuatro chicas, se aseguró de que Madice tuviera la coleta ajustada y el labial coral retocado; la otra no entendía ese empeño en querer verla perfecta.

-¡Suerte, Madice! - se despidió Bérenice.

Kleofina, Courtney, Eva y Madice aguardaron un poco y en cuanto entraron otras muchachas, ellas se aproximaron a una elegante puerta de madera y ascendieron por una hermosa escalera hasta el primer piso del salón, con sus paredes amarillas con paisajes pintados a mano. Cualquiera podía quedarse viendo el techo durante horas y disfrutar la fragancia del chocolate recién manufacturado pero en ese momento, estaba lleno de mesas con letreros en los que se indicaba a las aspirantes dónde registrarse. Las divisiones realmente abrumaban:

Miss Bosque Réunion, Miss Bosque Le Ciel; Miss Corse Auvergne, Miss Corse Lorphelin; Miss Láncry St. Michel, Miss Láncry Guyane; Miss Chartrand Rosillon, Miss Chartrand Druot; Miss Rossija Pushkin, Miss Rossija République, Miss Rossija Miterrand; Miss Blanchard Miterrand, Miss Blanchard Champollion; Miss Centre République, Miss Centre Champagne; Miss Crozet; Miss Marchelier, Miss Avignon; Miss Carré, Miss Carré Bouchard; Miss Nanterre, Miss Poitiers Cipres, Miss Poitiers Cotillard; Miss Université Calais, Miss Herault, Miss Costeau, Miss Quai de Seychelles, Miss Jamal, Miss Toud y Miss Vichy.

Luego de anotar su asistencia, las cuatro mujeres volvieron a reunirse con sus gafetes colgando y cada uno poseía una banda de color así como un número y el nombre del distrito que podían llegar a representar. El de Kleofina era morado y decía "Bosque Rèunion", Courtney portaba un verde enunciando "Lancry- Guyane", el amarillo era de Madice y se leía "Centre - Champagne" mientras que el Eva era rosa claro con la leyenda "Université - Calais". Un amable hostess las llevó al segundo piso y las colocó en una mesa junto a una pared verde oscuro decorada con flores de madera y espejos con marcos dorados.

-Es precioso - expresó Madice y tomó lugar junto a Kleofina, Courtney prefería estar lo más escondida posible y Eva, desde su asiento, podía ver todo y criticar al resto.

Había un gran bullicio en aquél momento y a excepción de Madice, nadie se daba cuenta de que la selección había iniciado. Las parlanchinas o escandalosas serían las primeras en irse, había demasiadas chicas del barrio Corse que descartarían al mínimo error; apenas se sirviera el primer plato, aquello se volvería un examen de mesura y no ingerir o beber sería sinónimo de hipocresía. Bérenice lo había manejado como prueba de modales pero, si hay algo por lo que se puede conocer a una persona, es por su forma de comer.

-Eva, en cuánto pongan té en tu taza, espera un minuto; Kleofina, ten cuidado con los pasteles, no estrelles la cuchara en el plato - murmuró en voz baja y Courtney añadió - No beban más de dos tazas.

Las otras dos se miraron mutuamente y sigueron el primer consejo al pie de la letra. Eva incluso bajó el volumen de su voz y Kleofina quitó los flequillos de su rostro. El siguiente round fue el enorme platón de postres que en cada mesa parecía un adorno. Tiramisù, pastel de chocolate, macarrones, mousse de frambuesa con bizcocho y crema y copas de fruta seducían la nariz y ojos de cada una de las presentes y, por seguir con la estrategia, Madice y Courtney eligieron las copas de fruta y el mousse por ser los más problemáticos, dejando a las otras dos lucirse. Por seguir disimulando, las cuatro continuaron hablando de sus vecindarios y de Bérenice, que en otra mesa y cuando Mathilde Tellier retiraba su vista, degustaba el tiramisù y unas esferas que después se sirvieron a todas en individual. Al partirlas, salía chocolate amargo y entonces Eva y Kleofina entendieron que bajo ningún motivo podían ceder a la tentación de probar lo que no estuviera bañando el pequeño panecillo que sostenía tan fino postre.

Bérenice por su cuenta, resguardaba su carpeta con celo y la señora Tellier le daba sutiles señas sobre a quiénes debía retirar y pronto, la selección se redujo a  cincuenta aspirantes. Tal y como en el día uno, la primera predicción se cumplió: del distrito de Bosque - Réunion únicamente se aceptó a Kleofina Lozko; su entrevista, a menos que fuera un total desastre, era una simple formalidad que no cambiaría nada. Poco después, el cuadrante de Centre - Champagne arrojó un resultado similar y Madice Lison Hubbell se convirtió en la segunda admitida a pesar de sus evidentes reticencias. Bérenice fue muy feliz y comenzó a imaginar los atuendos que le daría para que ganara; no obstante, Camille Maier, que de reojo miraba los resultados, se diera cuenta de que debía deshacerse primero de la montañesa, así por su cuadrante llamarían a otra y aumentarían las posibilidades de obtener la corona.

-Hay que tener cuidado - comentó Camille a Mathilde Tellier - Las chicas de la campiña son mustias y la que elegiste es una zorra.
-Esto es un concurso de belleza, no de reputación.
-Te prevengo porque ella tiene la costumbre de meterse con hombres casados.

Bérenice alzó su vista y distinguió a una sonriente Kleofina que no advertía el veneno cuando la señora Tellier quiso comprobar la acusación de Camille y mandó a su marido a la mesa correspondiente. Extrañadas, Madice le hizo un lugar y el tipo comenzó a preguntarles sobre el concurso e incluso sobre si tenían novio. Las cuatro se incomodaron y Camille se levantó, yendo a saludar a Eva. Fue entonces cuando la señorita Maier exclamó en voz alta "¡Kleo! Me sorprende que vinieras, creí que en el campo se trabajaba diario!"

-Mi padre no me necesita hoy.
-Qué raro... Tampoco te necesitaba cuando ibas a la pizzería del barrio ruso.
-Vendía flores ahí, mi padre sabía.
-No era lo que decían.

Kleofina se encogió de hombros y dio un sorbo a su té.

-Todos saben qué hacías ahí.
-No sé a qué te refieras, Camille. En ese local siempre me compraban margaritas.
-Y el dueño rosas, siempre.
-Cultivamos las mejores.
-¿Las mejores para meterte con él? ¿Era casado, no?
-¿Perdón?
-Ay Kleo, no seas ingenua, aquí todas sabemos que te ibas con el señor Maizuradze, el de la pizzería. Las rusas conocen perfecto tu cara.

Todas miraron a Kleofina a punto de juzgarla, ella se puso pálida y en medio de aquel silencio, Courtney se levantó boquiabierta.

-Esto es muy bajo - externó.
-Opino lo mismo que ella - intervino Madice.
-Nos vamos las cuatro, ahora - dijo Eva igual de enfadada y ayudó a Kleofina a levantarse, sin embargo, Camille no tenía suficiente y cuando Eva pasó junto a ella, la hizo tropezar, provocando que tuviera que apoyarse en Kleofina, y esta última perdiera el equilibrio y se tirara una chocolatera sobre su cabello y rostro.

-¿Están bien? - preguntó Courtney - ¿La bebida estaba caliente?
-Creo que iremos por una ducha - respondió Eva.
-Me cayó chocolate en las piernas, está tibio - declaró Madice.
-Kleofina ¿te lastimaste?

La chica campirana se levantó y salió del salón llorando; las otras chicas fueron a alcanzarla y Camille regresó a su lugar. Mathilde Thellier por su parte tomó la mano de Bérenice y susurró:

-Ve por ellas.
-Muchas gracias.
-Y convéncelas de ir a las entrevistas.
-¿Es de verdad?
-Podemos armar un gran programa de las princesas contra la bruja malvada.
-¿Qué quiere decir?
-Esas cuatro son justo lo que busco, son bonitas, educadas y diferentes; más te vale que regresen al concurso.
-¡A la orden, jefa!
-Si no lo haces, despido a tu madre.
-¿A mí no?
-Creo que tú y yo sabemos que tu madre se desvive por todo esto.

Bérenice abandonó el lugar enseguida con un gran trozo de tiramisù en la mano y halló a Eva y Kleofina en la calle, abrazadas.

-Ya pasó, no llores.
-Mi departamento está más o menos cerca ¿quieren ir? - intervino Madice - Kleo, ya llamé a tu padre, dice que puedes volver mañana a tu casa.
-Olvidémonos de esto - concluyó Courtney y las cuatro partían cuando Bérenice se les aproximó casi corriendo.

-¡Espérenme! - les gritó.
-¿Qué quieres, Bérenice?
-Disculpa, Courtney.
-Ya terminamos aquí, el concurso se puede ir al demonio.
-Yo vengo a apoyar.
-¿Apoyar en qué?
-¡Si ustedes se dan por vencidas, Camille gana!
-Ay por Dios.
-Camille necesita esa corona para ser modelo, ustedes lo pueden echar a perder.
-No seas una niña.
-¡Puedo hacer que cualquiera de ustedes gane!
-Queda claro que no nos importa, adiós.
-¿Van a dejar que esa rubia idiota se salga con la suya?
-El concurso ya está arreglado y mis amigas terminaron manchadas de chocolate y una humillada; vete al diablo y dile a Mathilde Tellier que es una asquerosa rata.

Madice, Eva y Courtney miraron a Bérenice fijamente.

-Creo que todo el Comité detesta a Camille.
-Adiós, Bérenice.
-¡Traigo tiramisù!
-¿Por qué te creeríamos?
-Porque mi madre planea un boicot.
-Los cuentos son muy bonitos.
-Kleofina, lo que Camille te hizo, también me pasó... Chicas, las ayudaré, sólo no renuncien.
-¿Qué tienen tu madre y tú planeado?
-Volver a Camille loca.

Courtney no creyó ni media palabra pero Kleofina le pidió no continuar discutiendo. Algo le dijeron al oído Eva y Madice y las cuatro aceptaron a Bérenice durante el camino a casa. A fin de cuentas, llevaba un postre.


Gracias por su compañía en 2017 ¡Feliz año 2018!

lunes, 25 de diciembre de 2017

El cuento de Navidad (Los cuentos de las noches blancas)


"Disastro!" y "Un giorno maledetto" fueron los títulos con los que la prensa italiana llamó a lo ocurrido en Tell no Tales y hasta a Ricardo Liukin se le olvidó el castigo que le pondría a Carlota por haber perseguido a Marat por los canales. Corriendo, fue por ella y por Adrien a la escuela y se reunieron con Andreas en un bar de San Polo, viendo prácticamente en directo como se derrumbaba un edificio en Avenida Katsalapov durante una urgente evacuación.

-"Un tsunami y un sismo de grado siete se han suscitado a las nueve horas locales, siete de la mañana hora italiana, hay mucha confusión y gente corriendo. Hasta el momento se registra este colapso y uno en la calle Fontan, también se observó una explosión en el canal St. Michel que está arrasando dos vecindarios en estos momentos" - exponía una reportera intentando no asustarse con la multitud.

-Marchelier y Nanterre - susurró Ricardo.

-"Hay madres preguntando por sus hijos, no hay teléfono ni luz; parece que hay gente atrapada detrás de mí" - continuaba la mujer y entonces, Carlota Liukin echó a llorar, compartiendo la impotencia de no poder hacer nada.

Quizás por ello, los días que siguieron fueron monótonos. El consulado de Tell no Tales había logrado contactar a Ely, la tía de Carlota y ella relataba que faltaban fondos gubernamentales además del drástico desabasto de productos indispensables mientras los Liukin permanecían en el hotel Florida y no comentaban al respecto.

Sin embargo, cuando Carlota oyó que se habilitaban donativos en Italia, tomó la decisión de juntar dinero y después de ceder su mesada, caminó por la ciudad haciendo retratos y dibujos a 1€, juntando luego de una semana una cantidad decorosa que depositó en la cuenta de beneficiencia, esperando que realmente pudiera ayudar a alguien. También envió cobijas y peluches que le pertenecían junto con mensajes de aliento y en la escuela, el profesor Scarpa tuvo el detalle de organizar una pequeña colecta que le valió el reconocimiento del alumnado.

Pero cuando en las noticias apareció la nota con la euforia por el concurso de Miss Nouvelle Réunion, Carlota detuvo su esfuerzo y sintió un alivio momentáneo y espontáneo. Cuando se dio cuenta, estaba en el vaporetto equivocado y bajó en el barrio de Dorsoduro, frente a una calle grande que llegaba a San Polo. Pensando que haría bien en caminar por ahí, comenzó a dar un paseo y a tomar fotografías cuando notó que la gente se metía a los bares o a sus casas a toda prisa, dejando todo desierto. En los balcones colgaban banderas negriverdes con motivos naranjas y un poco asustada, aceleró el paso hasta que ni una incauta alma hizo ruido. Confundida, Carlota Liukin se introdujo a un bacarí con la intención de que le dejaran llamar a su padre y se topó con que no había asientos ni manera de acercarse a la barra. Quedando junto a una columna, notó que el televisor estaba en lo alto y el anuncio de un juego por la Copa d'Italia hizo que todo tuviera sentido. Era día de calcio y el Venezia se jugaba la eliminatoria contra el Chievo Verona de local, con buenas posibilidades de acceder a una siguiente ronda.

-Forza Spallatti, forza Neri! Venezia vincerà! - exclamaba un hombre con boina y a su alrededor, la gente portaba playeras blancas y bufandas del equipo mientras una mesera iba y venía con charolas de ciccheti, es decir, bocadillos, pinchos, tapas o como el lector guste llamarles. La cerveza y el vino blanco también corrían con regularidad y en un momento dado, Carlota descubrió a Tennant en un extremo del lugar, igual de entusiasmado que los demás ¿acaso era hincha del Venezia y nadie lo sabía? Para su sorpresa, así era y también llevaba un emblema consigo mientras comentaba que su jugador favorito, un tal Giovanni Marini, lo había llevado a enamorarse del club mientras perdía su tiempo viviendo en Jamal.

-Algo bueno debías tener - murmuró Carlota y alguien, viéndola con su vestido blanco, le colgó una bufanda y le puso un jugo de naranja enfrente. A fin de cuentas, la creían una de ellos.

Conteniendo la aversión por la bebida, la joven vio cómo iniciaba el partido. El estadio, en el que apenas cabían siete mil personas, registraba un lleno y era tan pequeño que daba cierta lástima verlo, sobretodo porque esa misma noche y por el mismo torneo se presentarían Juventus y AC Milan y el estadio San Siro era un coloso imponente tapizado de rojo con una pantalla gigante. Incluso, la propia casa del Chievo impresionaba en comparación.

-Forza Damiani! - gritó la mesera y los comensales recordaban que el mediocampista del equipo había sido novio de aquella mujer que tomaba asiento sobre la barra y se atrevía a descansar al momento de darse el silbatazo inicial.

-Rayos, me dio hambre - dijo Carlota y tomó la carta, buscando lo más barato, pero, al igual que con el jugo, alguien ordenó directo con el dueño del local y frente a la chica se colocó un plato de tradicionales ciccheti de sarde in saor, es decir, pinchos de sardinas con vinagre y piñones. Desconcertada, Carlota volteó a todos lados, descubriendo a un hombre de cabello oscuro, cejas pobladas y ligeramente encorvado que parecía brindar con ella. La botella que ese desconocido consumía era de un alcohol fuerte y cristalino de elaboración local y a esas alturas era claro que su intención era ponerse ebrio.

-Giampero es un buen hombre - dijo la sonriente mesera y Carlota inhibió su apetito de golpe.

-"Montella atraviesa el campo desde el costado izquierdo, encuentra a Voronin ¡perfecto pase a N'dour y Damiani manda el tiro justo al lado de la portería! Once minutos y Venezia y Chievo empatan sin goles"

-Cuando perdonas al rival y terminas en ceros, que te eliminen durante la vuelta en casa es casi dogma de fe - le comentó Giampero a Carlota y ella volvió a observar el televisor, constatando que el árbitro le robaba un penal claro al Venezia luego de que un defensor del Chievo pateara casi en el pecho a Neri. Los insultos en el bar subían de tono.

-"¡No puede ser! ¡Un segundo penal que no se marca! ¡Baronesi del Chievo le ha metido el brazo a un disparo de Spallatti en el área! ¡Nos están atracando!"- expresaba furioso el comentarista y, segura de que el asunto se pondría peor, Carlota dio un trago a su jugo. Cuando el reloj marcó veinte minutos jugados, el Chievo recibió un tiro libre y se anotó el primer gol frente al desconcierto de la defensa y el portero del Venezia.

-Te dije - escuchó decir la joven a Giampero y este finalmente bebió de golpe media botella de licor, quedando dormido sobre su mesa. Carlota comprendió que era momento de irse y salió a tomar el aire luego de dejar unos 3€ con la mesera en pago y tratar inútilmente de llamar al hotel Florida. En Venecia, la gente no sacrificaba una tarde de fútbol.

Comenzando a caminar rumbo a San Polo, Carlota pensó mucho en aquél hombre. Estaba segura de haberlo visto antes, quizás en una calle o en Rialto, siempre con un licor en la mano.

El Venezia continuaba perdiendo cuando Carlota decidió que iría junto al canal. Por fuerza, algún vaporetto debía llevar personas a Cannaregio o San Marco pero luego de recorrer un gran tramo, constató que, en efecto, nadie estaba trabajando e incluso, en el Gran Canale no se paraban ni las moscas. Los trabajadores del servicio de transporte contemplaban el juego desde sus oficinas junto a las taquillas y pronto, vio llegar al hermano de la infortunada Elena Martelli, mismo que arrastraba a Giampero hasta los asientos de la estación para recostarlo.

-¿Otra vez se bebió el salario? - dijo un hombre calvo.
-Si Vittorio lo ve, le quitan el trabajo.
-Giampero puede venir acá, siempre se necesita alguien que limpie los botes.

-"¿Vittorio?" - pensó Carlota y entonces recordó. Vittorio y Giampero eran los buzos que habían sacado a Elena Martelli del canal; o más bien Vittorio era el que la había reconocido y Giampero el que la sostenía aquella mañana tan triste. Desde el retorno de Burano, Carlota había visto a Giampero en Cannaregio, alistándose un par de veces para sumegirse durante las cotidianas inspecciones nocturnas y claro, en Rialto como suponía, bebiendo alcohol al mediodía.

-Aun se acuerda de la ex mujer  - siguió bromeando el hombre calvo y descubrió a Carlota de pie, cerca de la orilla.

-No hay servicio.
-Lo sé.
-¿Qué haces aquí, niña?
-Estaba juntando dinero, señor.
-¿Para qué?
-Los damnificados de Tell no Tales.
-Veo que traes el bote ¿conseguiste mucho?
-No he contado.

El hombre calvo estaba a punto de decir de algo cuando Giampero exclamó "Oye, Dario ¿no es la niña de la que te hablaba Elena? Me debe algunas monedas"

Carlota entonces volteó hacia al joven Martelli, sintiendo que el rostro se le ponía rojizo.

-Es la que siempre vemos en la Fondamenta Cannaregio.

La chica pasó saliva y Giampero la observó cuidadosamente.

-Estabas vestida de rojo.
-¿Qué, disculpe?
-Cuando encontramos a Elena.
-Me está asustando.
-Hey, Dario ¿tu hermana también usaba abrigos rojos?

Carlota Liukin sintió frío y creyó que lo mejor era buscar otra parada del vaporetto y contarle a su padre lo que había ocurrido. En aquel instante, Giampero se incorporó y se introdujo en la oficina, prefiriendo ver el partido, cuyo segundo tiempo iniciaba y desconcertada por perder tanto tiempo, la joven dio media vuelta.

-¿Dónde vas? - preguntó Dario Martelli.
-A casa.
-Te llevo.
-No, gracias.
-Las calles se vaciaron, no es seguro.
-¿No verás el juego? - Carlota sonaba a la defensiva.
-Siempre tengo un radio.
-No lo conozco.
-Puedes quedarte aquí.

Carlota respiró aliviada y se colocó en un asiento junto a un bote, a la espera de que el servicio reanudara. El plan de ir a otro lugar quedó descartado pero la curiosidad la inquietó: ¿A Elena Martelli le había dado tiempo de notarla y conversar sobre ella? ¿Cómo sabía Dario Martelli que era ella y no otra? ¿Por eso la había observado tanto en el vaporetto de Burano a Venecia? Parecía una broma negra, casi a la espera de una siguiente víctima.

-Cuando recogí a Elena en San Marco, te señaló y dijo que estabas con un tal Safin. Más bien, lo reconoció a él.

Un fuerte latido angustió a Carlota.

-Elena lo vio en un torneo de Roma, mi mamá guardó una pelota que le autografió.
-Qué pequeño es el mundo.
-Les sacó una carta del Tarot, a mí me dio risa pero lo hacía con todos.
-¿Cuál fue?
-"Los enamorados"

"Lionetta dijo lo mismo" - recordó ella.

-Elena era muy fantasiosa, esas cartas nunca me han gustado.
-A nadie.
-¿Ves a Giampero? A mí hermana le salió el disparate de predecir que se casaría con él si pasaba de su onceavo cumpleaños.
-No era un buen futuro.
-Aunque lo habría preferido ¿sabes?

Carlota no respondió, sólo imaginó a Elena un momento soportando a ese borracho que de seguro sería un hombre viejo en poco tiempo.

-Giampero es un buen tipo, sólo le gusta beber de vez en cuando.
-De diario.
-Lo corrieron del Venezia cuando no quiso irse. Era un ave de la lateral izquierda.
-¿Ave?
-Porque corría muy rápido y por su costado no pasaba nadie.
-¿Qué pasó?
-Vino gente del Hellas Verona a contratarlo, le ofrecieron un millón al año, lo pensó y aceptó. Le fue bien y creímos que no regresaría pero el fútbol es un capricho.
-¿Lo despidieron?
-Un día cambiaron al técnico y Giampero volvió a jugar en el Venezia, nunca lo buscaron de otros lados y el equipo quiso enviarlo con la filial, él se negó y lo congelaron, luego le entregaron sus cosas y el fútbol se acabó. Suerte que los canales no le dan miedo, aprendió a bucear y eso aquí es un empleo más o menos bueno. Lo hace por seguir en un bacari de Dorsoduro con la gente, hay quien lo aprecia todavía. Si Giampero no habla de calcio, se bebe hasta la garrafa del vino de cocina.
-Pero me habló de fútbol y de todas formas está ebrio.
-Es porque juega el Venezia y ya sabe el resultado.
-También lo mencionó.

Los gritos de enojo se escuchaban por doquier.

-Elena vio cuando la mujer de Giampero se fue - agregó Dario Martelli - Quizás mi hermana sintió compasión y por eso sacó esa idea tonta.

Carlota sonrió un poco y giró su cabeza hacia Giampero, intentando entender a Elena. El tipo no parecía malencarado ni agresivo.

-¿Dónde estaba él cuando Elena....? - la chica se arrepintió en el acto de su imprudencia.
-¿Giampero? En este lugar ¿por qué?
-Es que creí...
-¿Qué insinúas?
-Disculpa, es que cualquiera puede ser sospechoso....
-¡Fuera de aquí!
-Perdón, de verdad.
-¡Vete!
-Lo lamento mucho.

Los gritos de Dario Martelli llamaron la atención de sus amigos y Giampero Boccherini entendió que la charla giraba alrededor de él. Risueño y tambaleante, se levantó de la silla y se aproximó a ambos.

-¿Cuál es el problema?
-Ella ya se va.
-¿Que no ves que se puede perder?
-La siguiente parada está a unos minutos caminando junto al agua.
-Oye, no seas tan agresivo con la niña.
-¡Habló de mi hermana!
-Seguro fue un accidente.
-Cree que eres culpable.
-No es la primera mujer que me toma por idiota.
-Giampero ¿qué haces?
-La llevo a su casa para que su presencia no te fastidie.
-¡No estás bien!
-Voy a vomitar encima de ella si quieres venganza.

Carlota sintió como Giampero sujetaba su muñeca izquierda y la jalaba en dirección al Rio San Polo, en franco camino a Cannaregio. Como ir a pie era cansado, sólo bastó con que él asomara la cabeza a otro bacarí para que le prestaran una góndola y al igual que Dario Martelli, un radio para enterarse de que ocurría con el juego.

-No voy a subir a esa góndola contigo - señaló Carlota temerosa.
-¿Por Elena?
-Porque tomaste mucho.
-No es lo peor que te puede ocurrir en Venecia.
-Todo está bien mientras no me ahogue en el canal.

Giampero suspiró profundo y se oyó por la radio que al Venezia le anulaban un gol válido y continuaba cayendo de local uno a cero.

-Vamos a perder, siempre lo supe - se lamentó él y se sentó en un borde. Carlota, desconcertada, se ubicó junto a él.

-Dario de seguro te perdona mañana.
-Lamento sospechar de ti.
-Siempre le dije a esa niña que soy un mal negocio; su madre golpeó mi ojo cuando el forense le dijo que se ahogó en perfume.
-¿No fue en el canal?
-Estaba llena de Poivre de Caron, el fiscal dice que vale mil dólares la onza; no podría pagar eso sin morir de hambre.
-Es espeluznante.
-Yo también sospecharía de mí.
-¿Por qué?
-El perfume de Elena olía igual que mi licor; nunca pensé que un aroma pudiera sobrevivir a esta agua podrida.

Carlota pronto supo que Giampero estaba triste.

-Quien la mató conocía sus rutas, su horario, puedo apostar que también memorizó mi cara.

Carlota se sentía incómoda.

-La policía me interrogó cuatro días y en el trabajo me acusan, por eso me quedo en Dorsoduro. De hablar del Venezia también se vive.

El partido culminaba cuando las luces del alumbrado se encendieron una a una y el ocaso comenzó a verse por la ciudad, anunciando que los días se volvían más cortos.

-"¡Chievo Verona ha eliminado al Venezia de la Copa d'Italia! ¡Escandaloso el arbitraje, una vergüenza el papel de los defensores! ¡Un robo!"

-Dogma de fe.
-¿Por qué bebes?
-Me gusta.
-¿Cómo?
-La sangre se me aligera y me llega a la cabeza, pasan unas horas y cuando estoy allá abajo - señalando el agua -  todo se ve más claro. La noche que saqué a Elena, yo no había bebido ni agua mineral.
-¿De verdad?
-Fue un día muy pesado y el anterior el médico me advirtió que algo me creció y se encapsuló en la cabeza. De repente me sentí feliz de la salud de mi hígado.

Carlota no supo bien la causa, pero tal frase le causó risa.

-Soy como el Venezia: todas las zonas buenas nunca son la importante; quizás por eso no sorprende que el lateral izquierdo sea cumplidor hacia el frente, lo que quieren es que nadie salte su línea.
-¿Te dijeron cuánto te queda?
-Podría ser un tipo normal si ese tumor no crece. Es inoperable, está justo en el medio.

Ella recordó entonces a la madre de Joubert, enferma sin salida que había logrado verse rozagante.

-¿Alguien más lo sabe?
-La gente del bacarí de Dorsoduro, los camaradas del vaporetto, mis amigos de Rialto, los que estarán el día que muera.

Carlota Liukin intuyó que Giampero Boccherini viviría bastante pero también tuvo certeza, como si recibiera un susurro, que Elena Martelli había sido la primera en enterarse de lo que sucedía con él y no por sus cartas.

-A Dario no le gusta verte con tu padre.
-Lo suponía.
-Más bien, le entristece mucho verte con tus hermanos y tu padre dándote abrazos cuando sales de la escuela. Los lunes le toca la ruta de Venecia - Burano y se siente más tranquilo.
-Comprendo.
-En realidad le incomodan todas las niñas pero como Elena dijo que estabas con uno de los tipos de sus pósters, dudo que te olvide.
-Lamento haber pensado mal de ti.
-Malo que me creyeras bueno.
-Estoy segura de que Elena se habría comprometido contigo.
-Ese destino habría sido mejor.
-Su hermano dijo algo parecido.
-Elena pasó por mi puerta el día que me divorcié. Eso debió hacerle sentir lástima.

Carlota procedió entonces a pensar en aquél crimen, en ese rostro sonriente que transmitía tanto desconcierto y calma y si lo que Giampero le contaba era cierto, con toda seguridad Elena Martelli había tenido a ese hombre en su mente.

-"El Venezia ha sido eliminado de la Copa D'Italia por marcador de uno a cero, sólo resta recordarle que el sábado transmitiremos el juego de visita contra el Triestina en el arranque de la Serie B. Hasta luego" - se oyó por la radio y Giampero tomó un trago más de alcohol cuando Carlota decidió entrar al bacarí a hacer una llamada para que su padre la recogiera y de paso comer algunos cicchetti para no llegar al hotel a cenar algo más pesado. A Giampero Boccherini no le dirigiría la palabra después.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Un nuevo lugar (Los cuentos de las noches blancas)


París

Octubre inició con un fuerte viento. Las hojas de los árboles tapizaban la ciudad por entero y el olor a sopa de calabaza se imponía en el ambiente cuando Judy Becaud por fin abrió su bistro en la Rue de Poinsettia. Del préstamo del teniente Maizuradze nada quedaba, ni siquiera para pagar el repuesto de un plato.

-La formule ya está lista - le anunció Cumber y ella se alistó para comenzar a servir en cualquier momento. Si el olor de París era fuerte, el del bistro de la señora Becaud atrajo enseguida a los comerciantes de aquella calle casi muerta, con un restaurante chino que sobrevivía de las entregas a domicilio y uno japonés al borde la quiebra. La tintorería, siempre vacía, dejó ver a su dueño por primera vez y en la chocolatería de la esquina la dependienta salió para ser acompañada por dos vendedores de kebab que durante días no habían hecho más que curiosear sobre sus vecinos nuevos.

-Bonjour, ya hay servicio, formule a 13€ - saludaba Jean Becaud al darse cuenta de aquellos primeros clientes y extendía la carta por si las dudas. Judy en cambio, aseaba de nuevo sus manos y sólo esperó las primeras órdenes mientras el nerviosismo le ocasionaba hormigueo en la espalda.

-Dos sopas de calabaza y dos estofados de vísceras - anunció Cumber y Jean comenzó a fungir de mesero atento, contrario a su actitud indiferente de siempre. Luego y a pesar del sol, comenzó a llover y más gente, buscando refugio tal vez, halló ese acogedor lugar en el que la chimenea se encendió en punto de las cinco.

-Tres órdenes de pollo al vino y sopa de cebolla en la mesa cinco; me faltan los postres de la mesa once - anunciaba Jean y para Judy era como escuchar música mientras David y Amy hacían su tarea al pie de la escalera para que nadie subiera. El sonido de las conversaciones, de las copas sirviéndose y de las cucharas recordaron mucho al viejo y pequeño Le jours tristes, ahora convertido en el "Bistrot La Belle Epoque".

Pronto, Cumber tuvo la ocurrencia de llamar a sus hermanos y Hugo y Svante se aparecieron por ahí, gastando su raquítico presupuesto y por una coincidencia que sólo se da entre la gente que se conoce, entró Anton con una cacerola mediana, a la que colocó en una barra con la intención de llevarse toda la sopa que quisieran venderle.

-¡Hola! ¿Me pueden llenar esto? - saludó y David y Amy se levantaron a recibirlo.

-¡Anton!
-¡Mis amigos!
-No nos dijiste que vendrías, te habríamos reservado una mesa.
-Muchas gracias, David.
-¿Dónde vives?
-En la calle de aquí atrás.
-Nosotros aquí, en el primer piso.
-Nos podemos ver diario, sólo falta Carlotita bonita ¿saben dónde se metió?
-Carlota se mudó a Venecia - agregó Amy.
-¿Qué? ¿Por qué no avisó?
-No lo sé, su papá la sacó del colegio y me llama por la noche.
-¿Venecia? Podemos ir a visitarla ¿cuánto traen?
-Pero eso está muy lejos.
-¿En dónde?
-Venecia está en Italia, Anton.
-¿En Italia? ¡Me lleva la cachetada!

La expresión del niño hizo que los comensales voltearan a verlo y Judy le escuchó enseguida, reconociéndole la voz y sirviéndole agua en un vaso para calmarlo.

-¡Qué gusto verte Anton! - le dijo al verlo y luego de darle un abrazo, le hizo beber.

-Te extrañaba, ahora puedes venir cuando quieras ¿qué te sirvo aquí?
-Algo de sopa.
-Te daré de calabaza y te pondré otro poco de cebolla aparte.
-Carlotita se fue a Italia.
-En un momento te paso su número.
-¿De verdad, Judy?
-Y también su dirección, si quieres escribirle.
-¡Eres un angelote!

Anton no se contuvo y abrazó a Judy con mucha fuerza, seguro de que le encantaba la idea de verla a diario, así París se convertía en una ciudad más amigable y podía llevar a los Liukin restantes a reunirse con él.

-Anton, déjame ir a la cocina.
-Claro.
-Espero que un día vengas por uno de esos licuados de vainilla que te gustan.
-¿Todavía te acuerdas Judy?
-Y los viernes serviremos pizza.

Anton seguía emocionado cuando Cumber le dio un golpecito en la cabeza y antes de siquiera darle tiempo de contestar, sus ojos se abrieron como plato. En el noticiero transmitían el reportaje sobre la selección de "Miss Nouvelle Réunion" y las mujeres que peleaban por un lugar. El evento sería "worldwide" y se recaudarían donativos para la reconstrucción de Tell no Tales.

-¡Pero qué bonitas! - gritó el niño cuando aparecían en pantalla las chicas del barrio ruso y un ¡oh! con la imagen de Kleofina Lozko el día de la inscripción.

-¡No pregunten, ella es mi Miss! - declaró Anton antes de quedar mudo con las voluptuosas mujeres de Láncry que también gustaban a Cumber y el asombro entre los presentes con las jóvenes del barrio Corse. Desde ese momento, tal certamen había ganado bastante público y las llamadas preguntando por la fecha de emisión llegaron casi enseguida.

-"TF1 realizará la cobertura en vivo de 'Miss Nouvelle Réunion' el 31 de octubre y se sumará a la campaña a beneficio de los damnificados acompañando a estaciones como Deutsche Welle, BBC International, RAI, Televisión Española, Rossija 1, YLE, O Globo, Telefe, TVN, RCN, ABC, CBS, CCTV, NHK y la Red Aliada de Televisoras Africanas de la mano de Télevisión Natiònal de Nouvelle Réunion. La transmisión simultánea en vivo desde las nueve de la noche, hora francesa".

-Regalote de cumpleaños, estoy enamorado - dijo Anton.
-Creí que sólo era de Carlota - bromeó Judy cuando devolvió la cacerola llena de sopa.
-Es un decir ¡no sabía que en Tell no Tales había señoritas tan bellas!
-No habías crecido, enano - se burló Cumber y volvió a darle un tope en la cabeza.
-Ya me vengaré, Cucumberto.
-Primero me caso con una mujer negra - y ante tal comentario, Svante dejó caer una cuchara en su plato como protesta.

-No con tu novia, Svante. Con esa mujer no vuelvo ni aunque me arranquen el pulmón sano.

A Svante se le quitó el hambre y se limitó a beber una copa de agua mineral para no saltar encima de su hermano y romperle los dientes. No era lugar para una confrontación.

-Anton, es 1€ - siguió Judy para calmar a los Maizuradze y el niño dejó propina luego de abrazarla de nuevo y despedirse de sus amigos.

Durante la semana, la escena con Anton entrando por sopa se repitió al igual que los comerciales del concurso de belleza y la lluvia que llevaba clientes fortuitos a "La Belle Epoque". La Rue de Poinsettia poco a poco se iba llenando de color y Judy vio personas ordenando kebab y al cocinero del restaurante japonés comprando pescado por primera vez. Había comensales en el local chino y encargos en la tintorería y todo empezaba cuando escapaba el olor a algún platillo en la cocina del bistro, delatando a parisinos curiosos de aquellas fragancias nuevas. El viernes, la primera nota del periódico hablando de aquél lugar apareció y como por arte de magia, una llamada a Jean para que publicara en un diario local se recibió al mediodía, yendo este de inmediato a la redacción con inusual buen humor. El fin de semana, Le Belle Époque se llenó y Anton dejó de ir por sopa para llevar a su madre y a Válerie como invitadas, obteniendo como mesa una al centro que además tenía asientos acojinados y parecía más bien un módulo aparte. La señora Becaud tenía la esperanza de que Carlota y su padre regresaran a París alguna vez y les tenía el sitio reservado desde siempre.

Anochecía cuando el aroma a cerezas hizo que Viktoriya Maizuradze y Gwendal Mériguet decidieran conocer la Rue de Poinsettia y con más ganas de prolongar su cita que de comer, se situaran junto a una ventana. Cumber fingió demencia y les sirvió el postre del día pero la señora Becaud, que llevaba a la barra una botella de vino retrocedió asustada y lloró frente a la estufa mientras se preguntaba qué haría para no ser vista si esos dos tenían la ocurrencia de regresar.

-"Las aspirantes a 'Miss Nouvelle Réunion' han celebrado una de sus pruebas más complicadas; aquí la crónica" - se oía y ella colocaba sus ojos en la pantalla mientras aparecían más mujeres en el salón de té de la Avenida Montepellier. Judy siempre había querido ir ahí pero también a las playas del barrio Costeau y al muy nuevo vecindario de Láncry.... Del brazo de Gwendal. Hasta la fecha lo imaginaba junto a sí, preparando el café o las supremas glaseadas de naranja que tanto le gustaban a él y luego recordaba esa bochornosa noche en que había descubierto que le veía la cara de tonta. Había intentado deshacerse de esos pensamientos y apenas lo lograba de vez en cuando, sólo si Jean hacía algo por molestarla o le reprochaba el embarazo. Era una mujer tan transparente que la puerta de la cocina estaba abierta y el mismo Gwendal la veía luego de acercarse a solicitar una copa extra que Cumber había omitido. Él sabía que Judy Becaud no lo había perdonado y que a diferencia de otras, ella le golpearía la cabeza sin pensarlo. Era lo malo de atravesarse en el camino de una mujer tan sensible.

-Deja en paz a la señorita - señaló Anton al aproximarse para dar las gracias y Gwendal retrocedió sin decir nada, situándose de nuevo frente a Vika y actuando como si nada pasara.

-¿Te consigo otro ladrillo?
-No, Anton.
-Si Vika no estuviera embobada, me lo agarraba a puño limpio.
-¡No hagas eso!
-No te merece, es una lombriz.
-Lo sé.
-¿Te ayudo a levantarte?
-Estoy bien.
-Bueno, me quedo otro ratito para que no te moleste nadie.
-Eres un caballero.
-Encanto de Maizuradze... Bueno, sólo mío, no veas a Cumber.
-También es un buen chico, créelo.
-Ya no llores, Judy.
-Descuida, ve con tu madre.

Anton esperó a que Judy saliera a la barra y luego volvió con su madre mientras Gwendal y Vika salían. Después, su atención en los comensales se concentró y hasta en el concurso de belleza, luego de escuchar que Cumber elegía a una candidata favorita.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Ya habibi



Marat se fue y Carlota Liukin veía el tren alejarse sin llorar, con el rostro serio. La lluvia de flores no había cesado pero el cielo ya no era rosa ni el aire estaba perfumado; ella suspiró en silencio por última vez y luego dio la vuelta hacia el exterior.

-¡El dije! ¡Se le cayó el dije! - notó luego de unos segundos.
-¿Quiere que se lo lleve?
-¿De qué hablas, Miguel? ¿Qué haces aquí?
-Quería asegurarme de que estuviera bien.
-¡No hay manera de darle esto!
-¿Tiene su dirección? Podría enviárselo.
-Nunca se la pregunté.
-Yo me encargo.
-¿Qué?
-El tren debe detenerse en Mestre a fuerza, confíe en mí.
-¿Seguro?
-Se lo prometo.

Carlota encargó su dije a Miguel y este corrió por la estación, sin que se pudiera ver a dónde iba.

-Signorina Liukin ¿todo está bien? - preguntó una voz extraña y ella agitó su cabeza para afirmar. El ambiente retornaba a su ritmo habitual y el anuncio de la siguiente corrida se escuchó poco después.

-La llevaré a casa, tal vez hable con su padre - siguió la voz y ella reconoció al professore Scarpa, el de historia, que la había seguido desde el Fondaco dei Tedeschi.

-Signorina Liukin, no vuelva a hacer algo como esto, si no se me ocurre irme por San Polo, no la habría alcanzado.
-No creo que ocurra.
-Lo mismo pensé cuando la encontré en un campo de fútbol en Tell no Tales.

Carlota se rió enseguida y recordó que Scarpa había sido el maestro en primaria que en una ocasión la había hallado esperando a Edwin Bonheur bajo la lluvia y al igual que ese día, la regresó con su padre.

-No me sorprende verla en Venecia.
-¿No?
-Sabía que Tell no Tales era poco para usted.
-Me recomendaron en París.
-¿París? Esa sí es sorpresa.
-Era patinadora.
-Se salió con la suya.
-No tanto.
-Apuesto a que se quedará en Europa mucho tiempo, es una Liukin.

Carlota rió apenas y partió con Scarpa, topándose con que su padre la observaba con los brazos cruzados en la salida y Tennant exhibía gesto de regañado.

-Profesor, buenas tardes - pronunció Ricardo secamente.
-Me da gusto verlo, señor Liukin.
-Creí que su costumbre de rescatar a Carlota había terminado.
-No está empapada.
-Hemos mejorado.
-Ya la llevaba con usted.
-No será necesario, Carlota despídete.

La joven movió su mano y dijo "hasta luego, maestro" mientras su padre la colgaba de su brazo con visible irritación para llevarla al hotel y evadir a la policía, aunque Geronimo era el que discutía para evitar una multa grande.

-Cada centavo de tu mesada será para pagarle a ese muchacho - advirtió Ricardo y ella asentó sin discutir, conteniendo el sonrojo. El profesor Scarpa la miraba desde su nueva distancia, como si hubiese esperado esa escena pacientemente y no le agradara, quizás porque alguna vez le había advertido a los Liukin.

-Vas a hacer tu tarea y te quedarás estudiando en tu habitación todo el día, señorita - regañaba Ricardo - Estás castigada, no vas a salir a ningún lado sin mí e iré a la escuela a recogerte sin objeciones, te voy a quitar los videojuegos, el maquillaje, tus galletas de chocolate y tus patines.
-¿Mis patines?
-Ah, espera, ya los confisqué.
-Papá...
-¡Estoy molesto, Carlota! ¿Quieres ser responsable por una vez?

Ella prefirió quedarse callada y caminó al ritmo veloz de su padre, sin importarle mucho que en la puerta del hotel Andreas y Adrien cuchichearan maliciosamente.

-Iré a verte cada media hora, vete a estudiar - dijo Ricardo con voz más suave y Carlota obedeció enseguida, cediendo en su habitación a abrir la ventana y ver mínimo el local de bebidas de enfrente, en donde Marat le había comprado un jugo de arándanos en su primer día veneciano. Entonces, comenzó a extrañarlo con vehemencia aunque no se daba cuenta; Marat no necesitaba invadir sus pensamientos, ni sus palabras; sólo bastaba con el vasito que Carlota había guardado para tener presente que eran muy amigos.

-¿Volveremos a encontrarnos, Marat? - preguntó al aire y este movió su cabello para susurrarle algo que no podía entenderse.

5:00 pm, interior del tren a Mónaco, escala en la estación de Génova, Italia.

Marat abrió los ojos un poco desconcertado y a decir verdad, había experimentado un sueño muy profundo, de aquellos que dan cuando el cuerpo reclama detenerse luego de ir por un largo trecho. En las manos aun sostenía el retrato que Carlota Liukin le había hecho y lo observó detenidamente, admirado por los trazos y las sombras, seguro de que lo colgaría al llegar a casa y el viajero de al lado alcanzó a comentarle que llevaba tiempo prestando atención, sorprendido de tan buen cuadro y le sugirió enmarcarlo antes de que se arruinara por la humedad. Marat sonrió ante el consejo y despidió al desconocido, feliz porque escasa gente se dirigía a Mónaco y duraría poco la siguiente escala en San Remo donde era seguro que nadie bajaría. A Marat le sorprendía saber que un tren de marcha lenta era lo mejor y casi imaginó quedar dormido de nuevo cuando supo que regresar solo era una ilusión. Su hermana Dinara aparecía para tomar lugar junto a la ventana y mirarlo de forma severa mientras él se preguntaba de dónde había salido.

-¡Te buscaba, Marat!
-No entiendo por qué.
-¿Dónde estabas?
-Por ahí, quería tiempo libre.
-¿Para qué? ¡No has tomado ninguna raqueta!
-¿Importa?
-¡Marat!
-¿Me seguiste, Dinara?
-Lo intenté, te perdí en Venecia.
-¿Qué?
-¿Te quedaste allí?
-No es tu asunto.
-Marat, supe que ibas a irte, me preocupé.
-¿Por qué no te dedicas a tus cosas?
-Es que de pronto no eras tú, fuiste muy grosero conmigo y terminaste con Anna.
-¿Qué tiene de raro?
-Has cambiado mucho y ese torneo en Tell no Tales te puso así, luego conociste a Carlota...
-¿Qué quieres decir?
-Marat, te vi.
-¿Me viste qué?
-Con ella, en el claro.
-¿Qué hacías ahí?
-Entrenar.
-Dinara...
-Sé todo, Marat.
-¿De qué estás hablando?
-¿Que habrías hecho si su padre los descubría?
-No te metas.
-La acabas de conocer.
-¿Te incumbe?
-Dime que en Venecia no se repitió.
-Piensa lo que quieras.

Marat volteó a otro lado y se envolvió en su chamarra para volver a dormirse. Se sentía invadido y molesto pero no podía ahuyentar a Dinara e ignorarla era preferible a usar mayor rudeza; luego improvisaría cualquier cosa para ponerla en su lugar, así se entendiera que, hasta cierto punto, ella tenía derecho a preguntar por lo que había atestiguado. Esa escena, escapadiza de la mente de Carlota Liukin, también huía de la Marat.

Él bostezó pronto y cayó rendido poco después, con la cabeza cubierta y su retrato abrazado, llamando la atención de su hermana, que no logró despertarlo pese a su insistencia.

"Marat ¿qué te pasa?", pensó Dinara y se asomó con frustración al exterior, creyendo que lo correcto habría sido hablar con el señor Liukin en lugar de angustiarse en silencio, así tuviera de consecuencia una fuerte confrontación que su hermano tardaría en perdonar.

Faltaban dos horas de camino o un poco más cuando el tren cerró sus puertas y el vigilante revisó los boletos, reconociendo a Dinara y Marat y viendo con agrado a esta última.

-Se nota que el viaje fue muy bueno.
-¿Lo dice por mí? - contestó ella.
-Por su hermano, disculpe.
-No, no, descuide.
-Me tocó descanso y lo vi paseando con una familia muy agradable.
-¿Sólo paseando?
-Parece que irían a Burano.
-¿Todos juntos?
-Creí que usted lo alcanzaría más tarde.
-Ah... Ese día... Yo fui a otro lado.
-Una chica muy amable le compró una boccata y le ayudaba con el mapa.
-Él me contó ... Todo.
-Es una lástima que sólo sean amigos.
-¿Por qué?
-Una impresión que nos dejó a todos en la panadería.  Me retiro, señorita.

Dinara se desconcertó y contempló de nuevo a Marat, más preocupada que antes.

-¿Qué hiciste? - le preguntó y no agregó más. Él ya estaba soñando con alguna tontería.

"No volverá a verla" pensó ella al recordar que Marat fingía el olvido para evitarse las segundas partes o ser perseguido y pronto, tuvo un presentimiento extraño. Arriésgandose a que la descubriera, tomó la maleta de él y comenzó a abrirla sin reservas, a escudriñar cada centímetro, sólo para encontrar nada. En el fondo, eso era más preocupante que una carta o un regalo y además, él había buscado a Carlota, la había acompañado y no al revés.

Poco antes de arribar a San Remo, Marat abrió los ojos. Dinara continuaba ahí, tomando té mientras miraba al frente y él se estiraba y bostezaba antes de girar el rostro hacia ella.

-Estoy preocupada, Marat, es todo.
-¿Sigues?
-¿Qué querías? ¿Que no preguntara?
-Exacto.
-Pudiste meterte en un problema.
-Dinara...
-Dicen que Carlota se enamora tan fácil que de verdad me asusté.
-Nadie se enamora en una semana.
-Una chica de catorce años, sí.
-Carlota Liukin está ilusionada por alguien más.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque se llama Sergei.

La respuesta provocó desconfianza en Dinara pero no podía hacer más. Sólo contaba con que aquella joven tuviera definidos sus sentimientos y Marat sólo fuera un accidente o una coincidencia de las que no hay huellas.

-El entrenador quiso localizarte - señaló ella para no perder la conversación.
-¿Qué dijo?
-Que no llegarás a nada, Marat. Te espera en el Country Club para régimen intensivo, dice que en Marruecos te sentaría mal el calor.
-Creí que me había sacado del equipo.
-Davydenko intervino por ti.
-No tenía motivos para hacerlo.
-¿Estás loco? Todos cuentan contigo.
-Sólo porque dicen que soy el mejor no significa que me necesiten.
-Marat...
-Entrenaré fuerte cuando lleguemos ¿feliz?
-Tienes una semana para estar bien.
-Dinara, no dejé de hacer ejercicio en Venecia, sólo no usé raquetas.
-No puedo creerlo.
-¿Es tu problema?
-No soy la única que piensa que algo te está pasando.

Marat tomó su equipaje y al comprobar que el cierre no estaba bien, decidió mantenerse en silencio y hacerle creer a Dinara que escuchaba su sermón. De todas formas, haría lo mismo con los demás en cuanto llegaran a Mónaco, sin darles ninguna explicación como única ventaja.

Venecia, Italia, Hotel Florida, 20:00 pm.

-Papá, Carlota no se siente bien - avisó Adrien.
-¿Qué pasó?
-Dice Yuko que tiene fiebre.
-¡Déjame pasar!
-¿Puedo molestar a Tennant?
-Haz lo que quieras.

Ricardo corrió por la escalera hasta el primer piso y luego de abrir la puerta siete, halló a Carlota en cama, con compresas en cabeza y estómago, además de delirante.

-¡Tiene 39 grados!
-¡La vi bien hace media hora!
-Está muy fría, no sé qué hacer.
-¿Fría?
-Le estoy tomando la temperatura otra vez.

Carlota lucía las mejillas rojas y murmuraba cosas que nadie podía entender hasta que se agitó violentamente y comenzó a gritar "¡Marat, Marat!" sin descanso. Afuera, Tennant y Andreas se asomaban impresionados mientras intentaban llamar a un médico y Adrien agitaba su cabeza de un lado a otro.

-Ahora sí no es el oído - dijo el niño.
-¿Alguien sabe si ya comió? - preguntó Ricardo.
-Ni agua tomó.
-¿Están seguros?
-Para mí que le sentaron mal tantos helados.
-Yuko, vigílela, yo voy por ayuda.
-Señor, el termómetro no baja de 39.
-Pero es un hielo - comentó Ricardo al tocar la frente de su hija.
-¿Le pasó antes?
-En París.

El señor Liukin se alejó deprisa y Carlota empezó a llorar mucho, quedándose al fin recostada y mirando hacia la ventana mientras su rostro se encendía más. Yuko entendió entonces que la chica padecía de un mal irreversible y que algún día se calmaría esa ansiedad antes de volver a encenderse.

-Soñé que Marat estaba en peligro - pronunció la joven Liukin en voz baja.
-Él seguramente ha llegado a Monterecarlo y estará bien.
-De repente siento miedo.
-¿Por qué?

"Haz que regrese" pensó Carlota y el viento, al igual que antes, se encargó de mandar el mensaje.

Mónaco, 8:00 pm

Marat salió del tren de mala gana y luego de esperar a Dinara, aguardó un momento. Una persona corría detrás de él.

-¡Señor Safin! - exclamó.
-¿Quién es? - preguntó Dinara y su hermano optó por acercarse.

-¡Marat!
-¿Miguel?
-He traído...
-Respira.
-Ay, lo siento, no creí tener la condición tan mal.
-¿Qué pasa?
-Es la señorita Carlota.
-¿Qué ocurre?
-El regalo, señor
-¿El dije? Creí que lo traía.
-Se le cayó y ella me pidió alcanzarlo.
-¿De verdad?
-El boletero no me dejaba pasar a donde estaba usted.
-¿Viniste hasta aquí por esto?
-Por Carlota.
-¿Ella hizo esto por mí?
-Y creo que le desea suerte en Marruecos, señor.

Marat se colocó el dije enseguida.

-La señorita Liukin lo quiere mucho.
-Gracias.
-Sé que usted también le tiene estima.
-Me agradó, es una buena chica.
-Espero que vuelva a verla.
-Se lo prometí.
-Me alegra que esté siendo honesto.

Marat se desconcertó y en un arrebato, le dio a Miguel una nota para la joven Liukin, una simple palabra que le reconfortaría el corazón.

jueves, 30 de noviembre de 2017

El momento de la ruptura


Recordando a las víctimas del 19 de septiembre, Ciudad de México, 2017.


-Señor Lleyton, lo siento - exclamó Claudia Muriedas al ver a su jefe, insólitamente borracho y lamentándose en su escritorio mientras resaltaba su silueta en la penumbra. "¡Vaya a casa!" gritaba él con insistencia y al cabo de unos minutos, el hombre se desplomó, ocasionando que lo llevaran al hospital. En la calle, los heridos se contaban por miles.

Ese día, a las nueve de la mañana, había sonado la alerta por una gran ola que se aproximaba en dirección suroeste, próxima a impactar el barrio costero de Herault; sin embargo, la expectativa se convirtió en pánico cuando los tellnotelianos notaron que el muro de agua era más grande de lo usual y venía precedido de un ruido monstruoso. En el Panorámico, la gente salió huyendo a resguardarse hacia al Centro o en Blanchard y se propagó el miedo en las colinas de Poitiers cuando la multitud que intentaba estar segura, desató una estampida.

La ola entró con enorme fuerza, arrasando el punto previsto pero su violenta corriente arrastró lo que quedaba del barrio Marchelier e inundó lo poco que aun continuaba de pie en Nanterre, incluyendo la guardería pública y un hospital ginecobstétrico privado que todavía albergaba pacientes. Nadie se reponía cuando un inédito temblor provocó el rompimiento generalizado de cristales, insólita caída de unos cuántos edificios y gritos hasta que un ruido, parecido a un quiebre, detuvo a la gente. Todos sintieron un golpe desde el piso y luego, un segundo sonido que, pasado un instante, se identificó como una explosión. Era el canal Saint Michel rompiendo el suelo finalmente, formando cascada y cubriendo Nanterre, sin dejar escapatoria a quienes estaban ahí.

Desde entonces, en el Hospital General de Tell no Tales, el personal no lograba darse abasto y resultó muy frustrante para Courtney Diallo tener que internar a Lleyton Eckhart mientras sus compañeros atendían infartos y fracturas expuestas, al tiempo que Matt Rostov se concentraba en los cuerpos que poco a poco llegaban al sótano forense. Gente ahogada o aplastada, en su mayoría identificada, sólo esperaba por el acta de defunción y él se dedicaba a hacérselas, expectante de no recibir a alguien conocido.

En la sala de espera, Don Weymouth aguardaba por sus placas luego de sufrir una caída que le costaba algunas costillas rotas y en el otro extremo, Bérenice Marinho recibía a Luiz lesionado de un brazo luego de participar en una espontánea brigada de rescate en Marchelier y parte del barrio ruso, donde mucha gente intentaba sacar con vida a cuántos se pudiera de Grobokin y Katsalapov; el escuadrón de bomberos solicitaba herramientas para poder romper el concreto mientras la policía acordonaba los cuadrantes más dañados y la gente juntaba agua y comida caliente para voluntarios y damnificados.

-¿Alguien viene con el fiscal Eckhart? - preguntó Courtney Diallo y Claudia Muriedas se levantó enseguida.

-¿Se desmayó?
-Sólo se cayó, nada grave.
-Me asusté.
-Entiendo ¿El señor Eckhart fue quien reconoció a su hermana temprano, cierto?
-Desgraciadamente.
-Creo que tendrá que pasar por una nueva identificación.
-¿Qué?
-Es todo lo que puedo decir.

Courtney se alejó deprisa y la señorita Muriedas volteó hacia la habitación de Lleyton mientras recordaba que Bérenice continuaba en un pasillo recibiendo calmantes y aguardando también por el pequeño Scott, que se hallaba en observación. De recordarlo, Claudia Muriedas se echaba a llorar y no era para menos, en la ropa de ambas se distinguían yeso, concreto y polvo.

-¿Puedo preguntar qué pasó? - dijo Kovac al llegar con ella.
-El señor Eckhart...
-Lo de Lleyton ya lo sé ¿qué les ocurrió a ti y a Bérenice?
-¡Estuvo horrible!

Y así, Kovac supo que Claudia se había encontrado a Bérenice camino al barrio Carré, cuando una iba a la nueva guardería y la otra a la estación de policía después del temblor. Luego de recoger a Scott y consolarse junto a otras madres asustadas, ambas comenzaron a caminar por la esquina de Gent, coincidiendo desafortunadamente con el colapso de la Torre de Oftalmología. Como aquello cayera hacia la calle, destrozó la fachada del edificio del frente y Bérenice quedó atrapada una angustiante hora en los que Claudia y espontáneos voluntarios consiguieron abrir un hueco y sacarla, echándose a correr las dos despavoridas porque el pequeño Scott estaba perdiendo sangre luego de que un vidrio se encajara en su costado.

-La sedaron porque no dejaba de gritar - concluyó la señorita Muriedas y Kovac la abrazó enseguida.

-Ya pasó.
-El bebé se veía muy mal.
-¿Descansaste?
-No.
-Regresa a casa.
-No puedo dejar al señor Lleyton.
-Yo lo cuidaré, tú tienes que ir con tu familia.
-Oí que se siguen cayendo cosas.
-Vete por el Centro, ahí no hay daños, parece.
-¡Gracias, Kovac!
-Te avisaré si algo...
-Sí, yo me despediré de Bérenice.
-Iré a verla en un rato, despreocúpate.
-Ojalá Scott se recupere.
-Seguro está en buenas manos.

Claudia se retiró enseguida, diciendole "adiós" a Bérenice y Luiz al pasar junto a ellos.

-Qué mal día - susurró Kovac para sí mismo y observó a Lleyton dormir profundamente, como si estuviera listo para la resaca.

-Y el hombre más coherente de esta ciudad está reducido a un inútil - concluyó y pronto vio a los Eckhart abrazando a Luiz, sin saber la razón. Bérenice continuaba aplatanada en una silla sin poder decir nada coherente y únicamente saludaba con una mano, a la espera de noticias por las que no podría responder.

-¡Este muchacho salvó a mi nieto! - exclamó Samantha Eckhart y los presentes aplaudieron y dieron palmaditas a Luiz, incluyendo personal médico que lo había visto llegar con el hijo de la desafortunada Alisa Eckhart.

-¡Se metió al agua por el niño! - exclamó uno de los testigos que al igual que el chico estaba lastimado.
-Mi nieto llevará el nombre de este jovencito - siguió la señora Eckhart -¿Cuál es su nombre?

Luiz se sonrojó.

-Mejor póngale el nombre de mi padre - contestó.
-¿Cuál es?
-David.
-Ese será, muchas gracias.
-De nada.

Los Eckhart entonces procedieron a ir a la habitación de Lleyton, aunque uno de ellos se atrasó para darle a Luiz su tarjeta y decirle: "Si necesitas un trabajo, sólo llama".

"Luiz es increíble" pensó Kovac y pronto le dio la mano a los Eckhart.

-Es una pena encontrarnos de este modo - dijo Samantha Eckhart.
-También lo lamento.
-Kovac, tendremos el funeral de Alisa mañana.
-Mi sentido pésame.
-Debí saber que Lleyton se volvería loco.
-Estará bien.
-Alisa era su mejor amiga.
-Igualmente mía.
-Mi yerno murió también, no lo puedo creer.
-Lo lamento.
-Kovac, es una gran noticia que estés aquí.

Bérenice desde su lugar se sintió muy triste por Lleyton Eckhart. Con tanto calmante, ella no podía llorar y sabía que pasado el efecto, le suministrarían algo para mantenerla callada.

-Cuando despierte Lleyton, por favor avísame, Kovac - terminó la señora Eckhart y él contestó con desgano que lo haría, pensando más bien en lo que había afuera. Las sirenas de emergencia no dejaban de sonar.

-¿Familia Marinho? - preguntó una doctora.
-Acá estamos.
-¿Usted es?
-Luiz Marinho.
-¿Es el padre de Scott Marinho?
-Sí.
-¿La señorita es su madre?
-No puede hablar, le hicieron tomar algo para que no grite.
-Entiendo; de todas formas, vengo a dar reporte del pequeño a ambos.
-¿Cómo está?
-No necesitamos hacerle una transfusión; ya lo trasladamos a la sala de recuperación de Pediatría.
-Qué tranquilidad.
-El cristal que provocó la lesión al pequeño no alcanzó a perforar órganos vitales, tuvo mucha suerte.
-¿Lo podemos ver?
-En un par de horas, cuando despierte.
-Gracias.
-Es increíble, nadie más sobrevivió al derrumbe en Gent.

A Luiz le dio un escalofrío y enseguida estrechó a Bérenice, recordando que edificio y medio había caído sobre ella.

Kovac en cambio, no tenía qué contar. Había estado todo el tiempo en Poitiers, en el departamento de Lleyton y no se había enterado de nada antes de salir.

00:30 hrs, Hospital General de Tell no Tales.

-¿Lleyton, estás bien?
-No puedo creer lo que vi.
-¿Puedes con eso?
-¿Maddie se enteró ya?
-Creo que tendrás que decirle.
-Llama a la señorita Muriedas, dile que necesito un traje negro, registros de mantenimiento en el canal St. Michel del último año, planos de los barrios sumergidos y edificios colapsados, algo de whisky y la explicación de por qué dieron mal la alarma de marea alta.
-Acabas de tener resaca.
-Kovac, estoy en medio de un posible caso de negligencia, un último trago antes de que me avienten sopa podrida en la calle es justo lo que necesito.

Kovac accedió a contactar y vio a Lleyton adelantarse, evitando como fuera cruzar la mirada de la gente que entraba y salía del pasillo del forense, acertando en que más de una familia estaba reclamándole por no estar con una pala y un casco en las brigadas que en esos momentos esquivaban otro derrumbe en la calle Hasse.

-Lleyton, no hagas caso - pronunció Kovac al alcanzarlo.
-¿Hiciste lo que te pedí?
-La señorita Muriedas te ve en la oficina.
-¿Te quedarías con Maddie en lo que me cambio para el funeral?
-¿Quieres que le diga algo?
-Sólo acompáñala.

Lleyton y Kovac se aproximaron a la escalera de emergencia y esperaron por su turno para ascender mientras los reclamos seguían para el primero.

-Aguanta.
-Tienen razón, Kovac, lo de St. Michel fue algo que debí atender.
-Pasaste semanas enteras trabajando en eso.
-No lo suficiente.

Lleyton Eckhart aceleró su paso hasta la planta baja, donde Maddie Mozer se desesperaba por informes y atendía las constantes llamadas de sus padres con impotencia. Kovac ya preparaba su hombro y mordía su lengua.

-¡Lleyton! Qué bueno que estás bien.
-Voy al trabajo.
-Supe lo de Alisa, lo siento mucho.
-No podré quedarme en el funeral.
-Supe que Bérenice fue rescatada en Gent.
-Ella y su hijo.
-Suena muy estúpido hablarte de ella.
-Maddie, yo tengo una noticia que darte.
-¿Encontraste a mi hermano?
-Lo acabo de ver.
-¿Dónde está?
-Maddie, debes ser fuerte....
-No.
-Perdón.
-No es cierto, Lleyton....
-Sabes que trabajaba para contener el canal...
-¡Cállate, no es verdad!.
-Maddie, yo perdí a mi hermana en Nanterre.

Maddie le dio una cachetada a Lleyton y él optó por irse con la cabeza baja; Kovac sin embargo, detuvo a la mujer y la abrazó fuertemente, preguntándose en ese momento qué estaba haciendo.

-También yo lo lamento - añadió Kovac y se quedó sin palabras.

Mientras tanto, Lleyton abordó el metro rumbo a la oficina. La gente lo miraba con desdén y más de uno le reconocía el aroma del whisky pero no lo interpelaban; no podían porque este recibía mensajes varios y de pronto la llamada de la señorita Muriedas, reportándole casi a gritos que estaba próxima a la estación de policía.

-Me falta poco para llegar ¿tiene la documentación que solicité?... ¿Me espera el director de Obras? ¿Para mañana? Mucho mejor ¿alguna otra noticia? ... Bien, la veo en unos minutos, lamento hacerla trabajar a estas horas, prometo darle unos días para que esté con su familia, hasta luego.

Abrumado y disimulando la tristeza, a Lleyton Eckhart le pareció una eternidad el traslado entre distintos puntos del vecindario Centro. El hospital estaba cerca de esa frontera de los barrios ruso y Panorámico; la estación de policía se pegaba mucho al barrio ruso con cercanía a la plaza Pushkin.

-¿A quién se le ocurrió hacer un vecindario circular? - caviló en voz alta y recordó que era para proteger el centro de la presencia de los inmigrantes y los pobres. La Tell no Tales del pasado no salía de su trinchera hasta que el célebre ingeniero Mattiah Weymouth tuvo la idea de poblar Poitiers y entubar el canal St. Michel, dando paso a los ahora inexistentes vecindarios de Marchelier y Nanterre.

-¿Alguien reportó fugas de agua en días recientes?
-Los rusos lo hicieron todo el tiempo - contestó un transeúnte.
-Y dijeron que la tierra se abría en Grobokin - respondió otro.
-Katsalapov está junto a Marchelier - se oyó otra voz.
-El agua se filtró primero en el barrio ruso, nadie nos hizo caso - concluyó un jovencito, que por su voz, delataba ser vecino del lugar.

-¿Cuándo empezó? - le inquirió Lleyton.
-El año pasado, luego de la ola que golpeó el dique del Panorámico.
-Lo recuerdo, hubo demanda porque no se le dio mantenimiento y la marea llegó al canal.
-Pues desde ese día.
-¿Tuvimos un año de fugas?
-Lo sorprendente es que el Saint Michel no reventara antes - añadió Lucas de Vanny. Lleyton lo reconoció y se le acercó intrigado.

-En la Universidad de Ciencias sugirieron liberar el caudal poco a poco.
-¿Por qué no se hizo?
-Porque el canal volvería a tener cascada y Nanterre y Marchelier se inundarían. Durante un año se la pasaron reforzando las tuberías y tuvo que pasar un tsunami para que se entendiera.
-¿Tsunami?
-Marea alta no fue.
-Nadie lo avisó así.
-¡Porque no funciona bien esa alarma! ¿Nadie se hace cargo de las supervisiones?
-No se me informó.
-¡Esto es el colmo! ¡Las autoridades de Sudáfrica habían notificado dos horas antes!

Si no fuera porque Lleyton sufría un dolor de cabeza, habría entrado en rabia contenida como los demás, reprochándose no haber sido estricto con los servicios públicos como lo era con los infractores comunes. La culpa toma diversas formas, una de ellas viene acompañada de la anterior confianza.

-Encerraré a esos imbéciles - murmuró Lleyton antes de recordar que el nuevo Director del Departamento de Obras Civiles e Hidráulicas era un ingeniero muy joven, reemplazante de uno muy veterano que vagamente había sugerido desplazar a la gente a Poitiers, Carré y Chartrand.

-Weymouth falló y nada hicimos - suspiró Lucas De Vanny vagamente y descendió en la misma estación que Eckhart, yendo de lado opuesto.

-Tal vez lo vea para que la Fiscalía arme el proceso - dijo De Vanny por despedida y Lleyton lo observó marchar igual a los que tienen remordimientos por haber guardado la razón. A las afueras de la estación estaba ubicado un improvisado acopio y la gente gritaba para obtener agua y lámparas.

-¡Lleven el material médico al barrio ruso! ¡Carré está lleno! - indicó Ely Alejandriy al enterarse de que varios niños rusos presentaban raspones o quemaduras leves por intentar levantar escombros en Katsalapov o preparar y repartir sopa caliente en la ciudad.

-¡Señor Eckhart! - exclamó ella al verlo y se le acercó a Lleyton con lógica preocupación.

-Voy a la oficina, buenas noches.
-Hemos recibido ayuda de los vecindarios que no tienen daños; la gente de Làncry nos trae agua y en Blanchard reparten antiinflamatorios.
-Muy bien.
-No tenemos comunicación con el barrio Crozet y se corta en Avignon.
-¿Han sabido de algún otro colapso?
-Sólo Hasse hace rato, están inspeccionando un edificio en Poitiers pero parece que todo está bien.
-¿Quién coordina este acopio?
-Yo, señor.
-¿Algo de la costa?
-Herault está hundido.
-Los otros dos cuadrantes.
-Ah, el muelle está bien y Costeau sin novedad.
-¿La prensa ha dicho algo sobre la alarma?
-Parece mentira pero la de tsunami se descompuso y la estaban arreglando, la información llegó tarde y por eso activaron la otra.
-Qué ironía.
-El canal fue el que movió el piso, en las noticias vi como pasó.
-Quien iba a pensar que podía ser muy fuerte.
-¿Iban a recuperar la cascada? ¿Es cierto?
-Cuando tenga el expediente lo haré del conocimiento de todos.
-Expedientes como siempre.
-Me comprometo a explicarlo con el director de obras.
-No pudieron resolver la demanda de Grobokin ni dar una versión convincente y ahora que ya sabemos que pasó ¿qué va a agregar, señor?
-El ingeniero que se encargaba de atender ese asunto falleció en el canal Saint Michel a dónde fue por un último dictamen que el Departamento le pidió.
-¿Marcel Mozer murió?
-Está en el forense.

Lleyton suspiró un poco molesto y se retiró sin decir nada, metiéndose en la cabeza que revisando documentos sería de mayor utilidad que en la calle. Por todos lados se escuchaban reportes constantes: Barrios Centro, Blanchard y Chartrand sin novedad, la zona del muelle estaba tranquila, en Crozet los vecinos se apersonaban a donar ropa y comida para mascotas; un perro en Carré era rescatado y algunos indigentes ayudaban a los bomberos a remover anuncios que habían caído en el canal, justo en donde el agua corría tranquila desde siempre. En Avignon había una tensa calma luego de que los servicios no se pudieran restablecer y la gente que se aventuraba al traslado, volvía con noticias de falta de agua.

-¡Manden botellas a Avignon! - gritó alguien - ¡Y un electricista, urge! - y algunos transeúntes se organizaban enseguida para dar asistencia. En las banquetas también había gente que continuaba en medio de crisis nerviosas y niños pequeños llorando.

-"Esto es un desastre" - Pensó Lleyton de sólo ver como se formaban las brigadas y siguió caminando por un par de esquinas sólo para ver que la estación de policía parecía un desierto. Ni en la recepción o en las oficinas de denuncia había persona alguna y el elevadorista que quedaba estaba ansioso por irse.

-¿Mi secretaria llegó? - le preguntó al chico.
-No tiene mucho.
-Qué bien.
-¿Ya vio las noticias?
-No muchas.
-Mi familia vive en Carré.
-¿Están bien?
-Les tocó ver como se cayó Oftalmología.
-Lo siento.
-Supe que su hermana, murió. Mi pésame, señor Eckhart.
-Gracias, ve a casa.
-Todos le trajimos flores.

Lleyton no agregó más y descendió en el cuarto piso, viendo a Claudia Muriedas contando los arreglos y contestando escasos mensajes. No había nadie más.

-¡Señor Eckhart!
-Claudia ¿qué me tiene?
-El Departamento de Obras civiles mandó copias de los planos de Herault, Nanterre y Marchelier, se comprometieron a enviar los de edificios por la mañana y el director lo verá en la cafetería de la esquina para desayunar.
-¿Novedades?
-El derrumbe de Hasse.
-Me enteré.
-Y acaban de desalojar las dos calles de Carré que están junto a Nanterre; habilitaron la guardería como albergue.
-¿Algo va a caerse o sólo es por seguridad?
-Una torre de departamentos se vendrá abajo de un momento a otro, era la que estaba junto a Oftalmología.
-¿Usted estuvo ahí, verdad?
-Pensé que el bebé de Bérenice iba a morir.
-Algo le escuché a Kovac.
-El canal está muy cerca, creo que nadie podrá volver a Gent.

Lleyton estrechó a Claudia y luego miró alrededor, convencido que de no podría llevar todas las flores al funeral.

-Colgué su traje en el perchero.
-Gracias, señorita.
-También lo siento mucho por usted y por la señorita Mozer con lo de su hermano.
-¿Cómo se enteró?
-Kovac llamó.
-¿Qué quería?
-Avisar que lo alcanza en el velatorio.
-De acuerdo, iré a cambiarme.... Vaya con su familia.
-¿Está seguro?
-Yo me encargo de revisar papeles y todo eso, la veo el miércoles.
-¿De verdad?
-Usted tiene personas que abrazar.

Lleyton se retiró a su oficina y en silencio, se cambió el traje. Sobre su escritorio, la foto de su hermana se veía oscura y por no sentirse más triste, la bajó y tomó una copa de ron, infundándose valor de decirse que iría al funeral y no vería a Alisa nunca más. La última vez que habían conversado, ella le reprochó el no visitarla y no conocer a su sobrino todavía; él había respondido cualquier cosa, una evasiva que no quería recordar y que en aquel momento no tenía más sentido. Los muertos no se llevan las palabras y los vivos tienen derecho a no cargar con ellas.

Luego de dar un vistazo vago a la calle y a la papelería del caso Grobokin, Lleyton Eckhart se dio cuenta de que no podía lidiar con su duelo en soledad. El ruido de los voluntarios en la calle, las sirenas de emergencia y los llantos eran cosas que él no podía soportar más. Estaba hartándose pero los demás estaban igual y se paralizaban de miedo por escasos momentos. En Tell no Tales nadie ayudaba porque el corazón lo demandara; ayudaban para poder respirar.

-¡Señor Eckhart! Disculpe, creí que no había nadie - llamó una joven oficial y Lleyton cerró su oficina.

-¿Qué se le ofrece?
-He estado recogiendo reportes en los barrios del centro y del norte, no sé qué hacer.
-Los teléfonos no han sonado.
-Caminé por todos lados, estoy segura de que varias cosas no se han atendido.
-Bueno ¿qué le han dicho?
-¿No se iba ya?
-Descuide.
-En Blanchard se reportan robos a tiendas y caída de postes viejos.
-Eso es diario.
-En Carré requieren vigilancia en almacenes, sólo hay dos vehículos judiciales en la zona.
-Llame al inspector de la zona poniente y diga que le ordeno aumentar el patrullaje.
-En Láncry no pasan ambulancias.
-¿Hay heridos?
-Algunos por cristalazos.
-Que en la estación organicen traslados a la clínica más cercana.
-Hay saturación de víveres en Panorámico y aquí en Centro.
-Pide voluntarios.
-En Crozet requieren bomberos para retirar anuncios caídos y cerca del derrumbe de la calle Fontan hay un suicida y no encontramos negociador.
-¿Un suicida?
-Necesitan que se mate o se quite para levantar otro anuncio.
-No me digas ¿esa cosa cayó junto al canal y el tipo quiere atención?
-Parece que la novia murió aplastada por la publicidad.
-Qué mal chiste... ¿O fue literal? ¿Nadie puede arreglar eso?
-Todos quieren verlo caer.
-¿Incluso tú?
-No creo, señor. Me dio lástima cuando me dio su nombre.
-Los suicidas nunca dan su nombre ¿quién es?
-Juan Martin Mittenaere, creo que espera que su novia le conteste.
-¿Mittenaere?
-¿Lo conoce?
-Historias de tenis, avise que yo iré a ayudar con él.
-Enseguida... Nadie más toma nota de los reportes, señor.
-¿Sólo usted?
-No sé si debo continuar levantando quejas y llamados.
-Siga con eso, alguien tiene que hacerlo.
-De acuerdo. Señor Lleyton, todos los compañeros nos sentimos tristes por usted, nuestro pésame.
-Gracias, creo. Voy a Fontan, continúe trabajando.
-A la orden.

Lleyton suspiró con la cabeza baja y luego de colocarse el abrigo, descendió por el elevador. Hasta ese momento, no había reparado en nada, ni siquiera en la lámpara de la señorita Muriedas que se había caído y roto o en los papeles regados por el suelo y que ahora estaban húmedos por los arreglos florales, formando un cuadro muy desafortunado; en una esquina había incluso un retrato inclinado. En el edificio se notaba que al momento del sismo, la gente tomaba su café y se estaba saludando.

De nuevo en la calle, Lleyton optó por tomar la ruta más corta al canal Saint Michel yendo por la plaza Pushkin, en ese momento llena con casas de campaña improvisadas. Los socorristas iban y venían de las esquinas aledañas y se daba a conocer el derrumbe del centro comunitario de Grobokin, ya sin gente adentro para alivio de todos.

-Falta localizar a los desaparecidos de Katsalapov, ya mandaron a alguien al forense - informaba un vecino y las chicas se llenaban de lágrimas que Lleyton no quería ver para no conmoverse de más y poder hablar con Juan Martín Mitteneare, que en ese momento podía convertirse en su válvula de escape antes de llevar el ataúd de su hermana Alisa.

-¡Del centro nos mandan material para quemaduras!  - avisó otra persona y se formó una fila al instante, dando paso libre a Lleyton y a otros más que se dirigían a la calle Dubrova o ayudar a desalojar Katsalapov por temor a que el suelo se separara más. Ya se escuchaba la corriente del canal.

A la altura de lo que antes era Marchelier, se veían únicamente los escombros de la calle Hasse y la no tan cercana Fontan y Lleyton caminó sorprendido cerca de la orilla, en donde se apreciaba el rostro más siniestro del canal Saint Michel, que seguía abriendo su caudal hasta el mar mientras flotaban autos, techos, árboles, suelo y basura. Conforme caminaba más hacia el norte, la corriente se antojaba más violenta.

-¡Hay sobrevivientes en Hasse! - gritaba un bombero - ¡No vayan a Gent, necesitamos ayuda aquí! ¡En Gent no hay gente que salvar!
-¡Urgen gasas! - exclamaba una enfermera y los voluntarios gritaban por su petición al mismo tiempo mientras los equipos de los canales de televisión se mantenían grabando o en medio de enlaces en vivo en los que, al menos, se informaba a toda África y Francia de la emergencia. Lleyton se cubrió la cara y corrió para no ser reconocido enseguida y luego de brincar por varios montones de escombros, arribó sin advertirlo a Fontan. El escenario parecía una terrible escena del crimen, con policías y peritos recogiendo muestras de los cuerpos que se iban sacando de un complejo de departamentos que ocupara la calle de esquina a esquina hasta el día anterior. En la parte en donde corría el canal, había una especie de punto de apoyo formado por coches estacionados, parte del techo del edificio y una antena que sostenía un enorme anuncio de cuyo borde estaba sentado Juan Martín Mittenaere sin moverse. El complejo de Fontan había sido lo primero en caer y a diferencia de los otros colapsos, este se había dado durante el golpe del tsunami, segundos antes de que el Saint Michel y el terremoto aterrorizaran el resto de la ciudad. De hecho, desde ahí podía observarse como el canal se había abierto paso para arrasar Marchelier, la cascada estaba a unos cuantos metros de distancia.

-Señor Eckhart, hemos intentado convencer al suicida de que tome una decisión - pronunció un rescatista por bienvenida.
-¿Por qué no pasan por él?
-Porque el anuncio se tambalea, no podemos arriesgarnos.
-¿Les ha dicho que quiere?
-Que rescatemos a su novia; ella le habló hasta hace unos minutos, le dijo que dormiría un poco y que estaba bien.
-¿Es la chica aplastada por el coche rojo?
-Él cree que si se mueve, la mata.
-¿Por qué no la rescataron?
-Ella misma nos dijo que no valía la pena, vimos con nuestras linternas que está destrozada desde el torso.
-¿Cómo sobrevivió tanto tiempo?
-Porque él no se mueve, tal vez.
-Entonces no es un suicida.
-Amenazó con lanzarse si no sacamos a la mujer.
-Me haré cargo.
-Señor Eckhart....
-Le dije a una oficial que este sería mi trabajo.
-¿No lo esperan en un sepelio?
-¿Todos lo saben?
-Perdone, señor.
-Arreglo esto y me voy.
-Mi pésame.
-Supongo otra vez que gracias.

Lleyton se despojó del abrigo y del saco y subió sus mangas para parecer amigable. Sin hacer ruido, se acercó al vehículo rojo y se inclinó hacia la víctima, que ya no respondía y cuyo bello rostro parecía quedar congelado para siempre. Un enorme charco de sangre rodeaba a la mujer, que se notaba cansada de sobrevivir más de la cuenta. Sus ojos tal vez habían observado la espalda de Juan Martín Mittenaere como última seña de amor.

Ante ello, Lleyton se incorporó con lógica tensión y avanzó hacia el borde, tomando asiento junto al anuncio sin saber bien qué decir. Juan Martín giró su cabeza para verlo sin esperar nada bueno.

-Buenas noches, Juan Martín.
-¿Qué buscá? Los bomberos trabajan para sacar a mi novia y a mí de este lugar.
-¿Quieres un jugo?
-No me puedo mover, mi chica dice que cada que me acomodo un poco, siente que se le va a romper la pierna.
-Disculpa.
-Desde las nueve estamos acá, han ido quitando metales de la otra esquina, ya casi llegan. Belén me dijo que hay que tener cuidado porque se lastimó la espalda y el coche medio detiene esto.
-¿Belén?
-¿Lindo nombre, no?
-¿Cómo llegaste ahí?
-Casi me caigo al pavimento, me sostuve fuerte de esto y me subí pero cuando quise regresar a la calle, estaba Belén pidiéndome que no me moviera.
-¿Belén es tu novia?
-Nos casaríamos el martes pasado.
-¿Qué pasó?
-Me canceló y me estuvo viendo en la semana para lo de mi reembolso por la fiesta.
-¿Vivías en este edificio?
-Nada más ella, en la otra esquina estaba el café al que íbamos siempre ¿Sabe? Cuando me senté aquí, el canal se abrió de allá, de la calle Ámsterdam, empezó a temblar y no sé, sólo vino el agua y todo lo arrancó bajo mis pies.
-Yo estaba por entrar a la oficina.
-No sé cuánto muerto hay cerca, perdí la cuenta cuando dijeron treinta.

"Treinta y uno" pensó Lleyton mientras miraba de nuevo a Belén y Juan Martín lo intuía.

-Me la traje de Argentina, de Tandil de donde soy yo, se graduó de medicina y se hizo cardióloga, la contrataron enseguida en el hospital grande de aquí.
-Yo te recuerdo mucho de un Masters en París.
-¿El de hace dos años? Me retiré porque esta mano izquierda no juega más, me operaron y dijeron que eso se acababa. Abrí en Láncry un restaurante etíope si un día gustá de ir.
-¿Por qué te instalaste en Tell no Tales?
-Porque en la Argentina ahora no se puede abrir nada, los bancos se llevaron el dinero.
-Entiendo.
-Acá la gente prospera con poco, por eso muchos se están mudando.
-Supongo que a Belén y a ti les gustó la idea de una gran isla con cordillera y corriente fría.
-Nos fuimos a Madagascar y a Reunión que quedán cerca en nuestras primeras vacaciones. Recuerdo que Toud y Hammersmith le disgustaron mucho; a Jamal fuimos en año nuevo y le encantó.
-¿Por qué no se casaron?
-Por el motivo más normal del mundo, enloqueció por un tipo que es forense en el hospital.
-Lo siento.
-Pero yo sabía que Belén Mazza me ama a mí y por eso vine a verla hoy. Todos los lunes descansa y se pone un vestido rosa, me sonrió y me dijo que el tal Rostov que le gustaba se casó con una chica negra de las de Láncry.
-¿Estaba triste?
-No y eso era lo que me gustaba de ella, nada la ponía triste.

Lleyton suspiró y miró de nuevo hacia atrás, en donde Belén Mazza aun lucía rozagante y bonita.

-¿Usted sabe cómo vivir sin ella? - preguntó Juan Martín de repente y Lleyton no pudo decir nada.

-¿Ya está muerta, verdad? De nada sirvió quedarme quieto, a lo mejor yo le hice daño cuando me aferré a esto.
-La sangre aun está caliente.
-Yo iba a vivir aquí con ella, dejé de rentar una casita de Láncry.
-No pienses en ello.
-Me he quedado solo, no tengo nada ¿Qué debo hacer?
-Juan Martín, no es el único que perdió.
-Lo sé, pero de mí si dependía Belén.

Lleyton intentaba ser tan estoico como le diera la cabeza y pidió un jugo para distraerse; una paramédico se lo dio enseguida.

-Estoy hablando con usted porque no tengo valor de ir al funeral de mi hermana - confesó - Peleamos la última vez que le hablé.
-¿Dónde estaba su hermana?
-En un hospital privado cerca de aquí.
-¿El neonatal? Vi como lo cubrió el canal, luego un chico se lanzó por un bebé.
-Por mi sobrino.
-¿En serio?
-¿Sabes que es lo más banal? Que ese buen hombre es el marido de la mujer que me vuelve loco.
-Es más patético que lo mío.
-Pero mi hermana Alisa me importaba y yo reaccioné bebiendo media botella de tequila e intoxicándome con ginebra barato en lugar de, no sé, ayudar a encontrarla. Estorbé en el hospital, descubrí que no hago mi trabajo y ahora sólo intento salvarte de ahí.
-Yo me quiero ir.
-Si bajas, dile a Belén adiós.
-Es que deseo escuchar su voz y si me muevo...
-Ella entenderá.

Eso último, Lleyton lo expresaba para sí mismo, con tal de asumir que nada tenía remedio. Juan Martín, temeroso, intentaba hacer lo propio y entre acabar cayendo al canal por una distracción o simplemente dejar que sucediera lo inevitable, mejor era permitirle a los demás que continuaran limpiando el lugar.

-Venga, dame la mano - pronunció Lleyton y Juan Martín se la extendió con culpa antes de recibir el tirón que lo bajó a tierra. El anuncio entonces, aplastó el coche rojo por entero y el cuerpo de Belén Mazza quedó finalmente partido.

-¡Perdóname! - gritó Juan Martín y Lleyton lo alejó del lugar, al mismo tiempo que comenzaba a caer una fuerte brisa.

sábado, 2 de septiembre de 2017

El regalo más grande.


A las 6:40 am terminó la estancia en Burano, al menos para Carlota Liukin. Después de salir por la ventana como en la fiesta del sábado, su padre la llevó a la Fondamenta dei Squeri a tomar el vaporetto junto a Yuko inseguro de dejarlas solas. El sol apenas se asomaba.

-Si no entiendes algo, sólo haz lo que veas.
-Está bien, papá.
-Yuko dejará este sobre en la dirección mientras tu conoces a tus profesoras y tus compañeras, no te separes de ellas en el cambio de salón por favor.
-Eso es seguro.
-Te veo a las doce en el hotel Florida.
-Llegaré.
-Te llamaré cuando salgas de clase de todas formas.
-¿No veré a Marat, verdad?
-Su tren sale a las doce.
-Despídeme de él, por favor.
-Por supuesto.
-Nos vemos.
-Ven aquí.

Ricardo abrazó a Carlota igual a la primera vez que la llevó a la escuela  de pequeña y la ayudó a subir al bote sin querer que se fuera. Ella no había desayunado pero él le había dejado un panino en la cartera y cepillo de dientes, mismos que la joven descubriría mientras se hacía el peinado de coleta con listón obligatorio y se aseguraba de que sus ballerinas negras relucieran. Con su uniforme de vestido recto azul y su suéter amarillo, ella creyó recordar el casi idéntico estilo de Judy Becaud al ir a misa.

-Creo que deberías comer.
-Eso haré, Yuko.
-Tu padre también me preparó un panino, es muy considerado.
-¿A dónde irás luego de dejarme en el colegio?
-Al casino a trabajar.
-Creí que estarías en un hotel.
-Me terminaron mandado a las apuestas.
-Suerte.
-Igualmente.

La Laguna di Venezia lucía muy solitaria y mientras ellas desayunaban, la tripulación se notaba un poco desconcertada. El hermano de Elena Martelli había vuelto al trabajo y miraba a Carlota Liukin con insistencia desde que abordó en el muelle, en parte porque su padre seguramente volvería a verla.

-No sonrías mucho - aconsejó Yuko y la chica se limitó a ver el paisaje mientras se preguntaba como llegaría a la escuela. Lo único que sabía era que no iría a la que estaba junto a Santa Maria di Gesuati y que debía tomar un segundo vaporetto para el barrio San Marco en donde Yuko la llevaría a algún portón verde o gris y entregaría la recomendación que la secundaria de París había tenido la gentileza de enviar.

Al distinguir Murano, Carlota y Yuko dieron un último vistazo a sus pertenencias y luego a las cúpulas rojas que anunciaban la cercanía de Venecia mientras los vaporetti iban trasladando a unos pocos burócratas todavía. En la Fondamenta Nove iniciaban las actividades diurnas de la guardia marítima y en la distancia le asignaron al bote el atracadero seis, junto a un vehículo de la polizia.

-Siamo arrivando! - anunció el capitán - Buona fortuna a tutti!

Carlota se puso de pie y cuando el vaporetto se detuvo, saltó fuera muy contenta. Yuko prefirió tener cuidado y enseguida la llevó de la mano a la taquilla para adquirir tarjetas recargables y los billetes a San Polo. Para sorpresa de ambas, su bote estaba por partir y darían un enorme recorrido por la Fondamenta a la izquierda para navegar por el Canale di Cannaregio y el Gran Canale, dándole a Carlota entre quince y diez minutos para llegar al colegio si no se perdía. Luego de correr y provocar que las esperaran un poco, ambas se quedaron de pie casi en el borde y la marcha del bote inició con cierta velocidad, probablemente porque a las ocho el lugar se llenaría y el Canale di Cannaregio era el primero en congestionarse. En ese vaporetto viajaban ya algunos clientes del Mercato Rialto y las dos procuraban no ver a nadie para evitar devolver saludos. No había más niñas abordo.

-Me sé este camino de memoria - sonrió Carlota.
-¿De verdad?
-Lo recorrí con Marat el día que llegamos.
-¿Él te cayó muy bien, verdad?
-Lo voy a extrañar.
-No llores.
-No estoy llorando es que no dormí bien.
-El tren a Mónaco sale a las doce.
-Y yo de clase a las once y media.
-Eso pasa.
-Yuko ¿Por qué no me contaste antes lo de Marat?
-Porque es muy personal.
-¿Te puedo confiar algo?
-Sí.
-Tengo otro vestido abajo del uniforme y me aprendí el horario del vaporetto para llegar a tiempo.
-¿Vas a despedirte de Marat?
-Lo quiero mucho.

Yuko sabía que esa información valía oro y que el general Bessette esperaba algo así.

Cuando el vaporetto rebasó la parada del Mercato Rialto y se introdujo al Gran Canale, Carlota reconoció su propio destino muy cerca del Ponte di Rialto, en el Fondaco dei Tedeschi. Según la dirección que Ricardo le había anotado, debía dirigirse al Campo Salvatore y ubicar un edificio de ladrillo rojo con muchas ventanas. Incluso le decía que lo más rápido era irse por Riva del Ferro, Calle Larga Giuseppe Mazzini y Calle del Lovo

-Fondaco dei Tedeschi! - exclamó el capitán y Carlota y Yuko salieron corriendo a la izquierda, con el temor de que sus minutos de sobra se agotaran de ir con cautela. Riva del Ferro era una calle muy amplia junto al Gran Canale y aun vacía pese a la fila que comenzaba a formarse para tomar los vaporetti a Giudecca o Lido.

-¡Carlota, voy a romperme los tacones!
-¡Luego te compras otros!
-¡No gano tanto!
-¡No voy a llegar!
-¡Dobla a la izquierdara!
-¿Voy derecho?
-¿Ves otra calle?
-¡Hasta el fondo!
-¡En esa te vas también a la izquierdara!
-¡Sólo a mi padre se le ocurre meterme en cada escuela tellnotelliana que encuentra!

Carlota presentía que no llevaba prisa y de pronto, se topó con que el resto de la gente de Venecia estaba por salir de sus casas.

-¿A qué hora entra todo el mundo al trabajo?
-A las nueve.
-¿Perdóname?
-Tu padre quiere que pases más tiempo en casa, por eso no te inscribió en ningún colegio italiano.
-Lo peor que te puede pasar en Tell no Tales es llegar tarde a clases.
-En Japón también.
-¿Y los ponen de castigo a lavar retretes?
-¡Corre más rápido!

Carlota hizo lo que pudo y llegó al Campo Salvatore pronto, ubicando la escuela también a la izquierda, con ayuda de un letrero que decía "Istituto Marco Polo, scuola di educazione pubblica tellnotelliana".

-¡Llegué! - dijo Carlota muy contenta y aguardó de pie a Yuko que batallaba con sus zapatos. Había dos profesoras pasando asistencia junto a una puerta pequeña de madera que lucía ridícula con el enorme edificio que custodiaba y contemplaron a Carlota sin saber quien era, intrigadas por el sobre verde claro que la otra mujer después de unos traspiés les extendía jadeante.

-No sabía que coría bien con zapatillas - ironizó Yuko y las profesoras optaron por verificar si la chica rubia era parte del alumnado.

-Come ti chiami?
-¿Qué?
-Tuo nome, per favore.
-Nome... se parece a name... ¡Ah mi nombre! Carlota Liukin.

Ambas docentes revisaron un par de veces el apartado de la letra "L", encontrando "Liukin" pero acompañado de tantos nombres que enseguida la hicieron pasar a la dirección, que era una oficina bajo una escalera.

-Lamento la inconveniencia - dijo Marcella Mariani, directora del colegio - ¿Es usted Giulietta Eglantine Charlotte Jacqueline Bérenice Cleménce Léopoldine Liukin - Cassel et Alejandriy, la alumna recomendada por el Colegio Tellnoteliano de Francia?

Carlota pasó saliva.

-Soy yo.
-Entonces se entiende la confusión de hace un momento.
-No me acostumbro a un nombre tan largo.
-Comprendo ¿cómo suelen referirse a usted?
-Como Carlota Liukin.
-Carlota, así nos dirigiremos a usted.
-Gracias.
-El idioma será un problema pero aprobó el examen diagnóstico de la Unión Europea, eso ayudará.
-¿En qué grupo me toca?
-No manejamos ese sistema, únicamente establecemos horarios para cada estudiante.
-Qué diferente.
-Dada la hora, lo mejor será que entre a su lección de historia en el salón veintisiete .
-De acuerdo, gracias.
-Benvenuta, signorina Liukin.
-Grazie?

Carlota salió a buscar el aula y Yuko se quedó en la oficina, quizás para tratar otra cuestión a nombre de Ricardo. En aquel lugar la confidencialidad era imprescindible.

Algo se entendía al poco tiempo de andar por la escuela: ubicarse era tan fácil que por lo mismo era inadmisible asistir con retraso a las lecciones. Carlota no fue la primera en firmar su entrada al aula pero si en elegir un lugar en la segunda fila y constatar que su profesor no era precisamente el favorito de las chicas. Atendiendo el consejo de su padre, la joven copiaba del pizarrón, levantaba la mano y abría su libro cuando las demás lo hacían pero el maestro deliberadamente la ignoraba o le revisaba las notas, inhibiéndose de mirarla con tal de ser tan exigente como con las demás.

Luego de esa primera experiencia, Carlota tuvo lección de matemáticas con un docente bastante más amable al que sorprendió resolviendo un par de ecuaciones con comprobación y clases de física y química con profesoras que constantemente ponían a las chicas delante del pizarrón para reforzar lo que se exponía en clase. En la última media hora, se realizaban las pruebas para la materia de Cultura Física y Carlota lanzó dardos una y otra vez mientras recordaba que en Tell no Tales era una pesadilla siquiera pensar en integrar el equipo. Las niñas más insoportables siempre se reunían en los dardos y en Italia era la misma historia. Todas las chicas de la escuela serían seleccionadas para algún conjunto deportivo y la entrenadora del club de dardos anotó a Carlota entre sus candidatas.

-"Todo menos dardos, todo menos dardos" - cruzó dedos la joven Liukin y pronto se enteró de que se había perdido las pruebas para gimnasia y bádminton de la semana anterior.

Una campana sonó en punto de las once y media y las chicas formaron una fila inmediatamente. Si algo habían aprendido los cuerpos docentes de Venecia con Elena Martelli, era que ningún menor de dieciséis podía irse sin que alguno de sus padres o hermanos mayores se presentara y Carlota fue la primera en recibir su salida, sorprendiéndose de ver a Miguel y a Tennant esperándola. Al menos no era Ricardo.

-¿Qué tal las clases? - saludó Tennant.

Carlota lo ignoró.

-Miguel, me alegra que hayas venido.
-Gracias, señorita.
-¿Marat se fue?
-A juzgar por la hora, aun se encuentra en la estación.
-¿Crees que podría llegar a despedirme?
-Si quiere llegar en vaporetto, no lo encontrará.

Carlota no quería desalentarse y comenzó a caminar rápidamente pero optó por echarse a correr rumbo al Fondaco dei Tedeschi, esperanzada de que la parada no estuviera saturada pero en Venecia el mediodía significa ver el Gran Canale muy lleno. Los turistas de los interminables cruceros eran los responsables y se decía que del lado de Giudecca navegaba uno que no había podido quedarse en el canal San Marco.

-Voy a llegar - susurró Carlota y desató su cabello, cambió sus zapatos y se quitó el uniforme escolar, descubriendo un vestido verde pastel de manga corta, atrayendo varias miradas, entre ellas las de su profesor de historia, que aguardaba por su turno en el vaporetto.

-¡Señorita, no se adelante tanto! -exclamó Miguel.
-¿Como veré a Marat en la estación?
-Hay tráfico y el puente está saturado.
-¿Alguna idea?
-¿Ir volando?
-¡Miguel!
-Es posible.
-Si no pasa un milagro, dejaré de ir a misa todos los días.
-Le conseguiré un bote enseguida.
-¿Cómo harás eso? ¿Pagarás una góndola?

Miguel corrió y Carlota lo perdió de vista muy pronto mientras un despreocupado Tennant se le aproximaba revisando el reloj.

-Faltan veinte minutos, tic tac, tic tac.
-¿Cuál es tu maldito problema, Tennant?
-¡Marat ya se va! Acéptalo ¿quieres?
-¡Le tengo que decir adiós!
-¿Por qué?
-Porque nos ayudó ¿no es suficiente?
-Pudiste despedirte ayer.
-Lo hice.
-¿Entonces?
-Tú jamás entenderías.
-No sabes lo que haces.

Carlota recordó que no le dirigía la palabra al joven Lutz y se dedicó a buscar transporte hasta que Miguel le llamó desde el canal. Él venía con, adivinaron, Geronimo que llevaba telas a un taller de Cannaregio.

-¡Carlota, principessa mia! - inició aquél - ¿Dónde vas?
-¡Por Marat!
-¡Ni siquiera debías pedírmelo, sube! Ya sabía que no es tu hermano.
-Somos amigos.
-¿Dónde fue?
-A la estación de tren.
-¿Se va de Venecia?
-Tengo que despedirme.
-¿Vas a confesarle tu amor?
-¿Qué?
-¡Eso no espera, vámonos!

Carlota saltó al bote y Tennant impresionado hizo lo mismo, Miguel tenía demasiada habilidad para resolver cualquier retraso o anhelo que ella tuviera y Geronimo sólo aceleró para esquivar góndolas, mismas que frenaron la marcha de los vaporetti y despejaron la curva del Canal de Cannaregio, haciendo que la polizia persiguiera a los Liukin por exceso de velocidad.

-¿Cuánto falta?
-Cinco minutos.
-No llego.
-Carlota, te prometo que estarás frente a Marat. Cuando lleguemos comienza a gritar, detendremos el tren.
-Geronimo ¡eso sólo pasa en películas!
-¡Y en Italia!

Carlota se sujetó más fuerte en la siguiente curva y la lancha frenó frente a la estación, dando la oportunidad de que la chica corriera antes de que los carabinieri rodearan a los demás. Los gritos de "¡Marat, Marat!" comenzaron en la escalinata y la joven Liukin se abría paso en la multitud, en donde algunas muchachas, quizás enamoradas, se unieron en su llamado. La gente se contagió de una vibra muy especial y pronto, el grito llegó al andén, en donde el maquinista estaba por iniciar la marcha. Carlota se asomaba por las ventanillas y pronto, las personas al interior del tren decidieron ayudar, encontrando a Marat en el segundo vagón. Él, asombrado por el alboroto, distinguió a la joven recorriendo el exterior y enseguida salió a recibirla.

-¡Marat! - dijo ella y ambos se aproximaron, estrechándose en el acto.

-¡Pensé que no te encontraría!
-¿Cómo llegaste?
-Geronimo me trajo.
-Qué oportuno es.
-Marat yo tengo algo....
-¿Por qué la gente nos aplaude?
-También me ayudaron.

Carlota estaba un poco nerviosa y Marat expectante, como si los demás esperaran una declaración o un beso. Los dos no sabían qué seguía y el maquinista advertía que se iría si no lo resolvían ya.

-¿Estarás en Mónaco, verdad?
-He de reportarme para Copa Davis.
-Lo siento, por mi culpa no has tomado ninguna raqueta.
-Tengo un mes para eso.
-Gracias por salvarnos allá.
-Oye, no tienes que repetirlo...
-No sé si volveremos a vernos.
-Podemos llamarnos.
-Pierdo el celular a cada rato.
-Te dejé mi mail.
-Cierto.
-Carlota, me tengo que marchar.
-Sí.
-¿Hay algo que quieras decirme?
-Marat, yo te quiero.
-Carlota...
-Gracias por ser mi amigo.
-De nada.

Ambos se abrazaron nuevamente y Carlota, en un arrebato amistoso, le besó la mejilla mientras se le trababan los labios para decirle a Marat que no se fuera.

-Estás llorando otra vez - sonrió él.
-Lo sé, estoy conmovida.
-¿Por qué?
-Las despedidas no me gustan y te voy a extrañar demasiado.
-Carlota, nos veremos algún día.
-Vuelve a prometerlo por favor.
-Prometido.

Carlota extendió su meñique derecho y Marat enganchó el suyo para sellar el pacto.

-¡Cuídate mucho!
-También tú.
-Tengo un regalo para ti.
-¿Qué me hiciste?
-Un retrato - Carlota sacó una carpeta - Lo hice la primera vez que te vi. No había nadie ¿te acuerdas?
-¿En Mónaco?
-Quiero dártelo, es para ti, lo dibujé porque me llamaste la atención y estos días busqué en dónde conservarlo.
-¡Eres muy talentosa!
-Quédate con esto, por favor.
-Por supuesto.
-Suerte con tu torneo.
-Suerte con tus patines.
-Te tienes que ir.
-Ya nos tardamos.

Carlota apretó a Marat de nueva cuenta, sintiendo que al menos tenía que decirle adiós.

-Me pongo en camino.
-Entiendo.
-Retrasamos el tren.
-Van a matar al maquinista.
-Ja ja ja y él a nosotros.
-¡Me alegra mucho haberte alcanzado!

Ella no quería soltarlo y le sostenía las manos, maravillada de lo diminutas que eran las suyas en comparación, percatándose de lo pequeña que era, de que Marat la había rodeado todo el tiempo sobrándole cuerpo e inclinándose para escucharla. Recordó entonces que ese mismo hombre era capaz de protegerla y que a pesar de estar marcado de por vida, valía más que cualquier otro en el mundo.

En algún punto cercano a perderse a sí misma, Carlota se dio cuenta de que el viento olía a violetas y a cerezas. El cielo era rosa como en Mónaco y de golpe evocó lo ocurrido en ese claro luego de que él la hallara intentando cubrirse y con la ropa hecha trizas. No comprendía porque esa escena se escondía en su mente cuando inició una lluvia que le acariciaba la piel. Eran flores de cerezo nuevamente.

"¡Esto es un milagro!" gritó alguien y Carlota y Marat volvieron a carcajearse y lanzarse bolas de flores, a hacerse ramitos y a tomar fotos ¿cada cuánto se veían esa clase de tempestades? Ella adornaba su cabello mientras las lágrimas le brotaban más y más al detenerse a mirarlo.

-¿Pasa algo?

Carlota procedió entonces a persignar a Marat.

-Soy musul...
-Es para protegerte.
-Qué linda, gracias.
-Deseo darte algo.
-No, no...
-Marat, quédate con mi dije.
-¿Qué?
-Es tuyo, llévalo siempre.
-Carlota, siempre lo traes puesto.
-Significa bastante para mí.
-Guárdalo.
-Marat, siento que te pertenece ahora, es Santa María del Mar, cuando la mires piensa que yo te quiero y eres mi gran amigo. A esto quería venir, a regalártelo porque....

La voz de Carlota se ahogó y Marat consintió entonces colgar el dije en su cadena. En ese punto, él optó por no hacer más preguntas, mientras ella, emocionada, se dejaba llevar y jugaba en medio de la lluvia de flores, misma que iba llenando los canales, las cúpulas, las vías,  de una delicada y bella alfombra rosada.