domingo, 31 de julio de 2016

Una amarga resaca


Tennant Lutz despertó a las seis de la mañana y se asustó de ver a Stendhal Trafalgar durmiendo a su lado, puesto que había soñado con su partida. Tratando de no despertarlo, se levantó sigiloso, yendo a la regadera y encerrándose, con una esperanza de que el agua helada se llevaría los rastros del sexo. De tanto tallar, la piel se le irritaba casi hasta sangrar, aunque en el fondo Tennant Lutz estaba asqueado y le pesaba no haber detenido a un Stendhal que lo había besado y acariciado demasiado, susurrando su nombre un par de ocasiones. De pensarlo mejor, le causaba escalofríos saber que había correspondido a aquellos estímulos, pasando por alto algo en lo que curiosamente continuaba seguro: Los hombres no le atraían, ni siquiera para volverlos sus amigos.

Desesperado, concluyó su ducha y salió a vestirse rápido, topándose con que Stendhal se había ido, no sin haber aseado la habitación; sobre la cama se hallaba la ropa de Tennant limpia y planchada, una nota de despedida y el olor a una loción idéntica a la de Cumber que provocaba mareos. Después de colocarse la camisa y el pantalón, Tennant decidió ir a la sala, coincidiendo con el mismo Cumber en la puerta. Aquél ponía de cara de burla mientras sostenía un vaso.

-¿Te divertiste? - inició.
-Cállate - contestó Tennant.
-¿Al menos limpiaron el semen?
-Usamos preservativo, no te preocupes.
-¿Te gustó?
-Déjame en paz.
-¿Jugo?
-Gracias.
-Tu novio se acaba de ir.
-Cierra la boca.
-Te hizo el desayuno, muy romántico.
-¿Te quieres callar?

El joven Lutz respiró hondo y arrebató el vaso para dar el sorbo, sin darse cuenta de que Cumber tomaba el mensaje de Stendhal y pretendía continuar molestándolo.

-¿No vas a leer la cartita de tu novio?
-¡Vete al infierno, Cumber!
-A mí nunca me han escrito una.
-¡Dámela!
-Está un poco pesada.
-Trae acá.

Tennant arrebató el sobre de las manos de Cumber y al igual que él, se desconcertó por no sentirlo ligero. Intrigado, lo abrió y encontró una tarjeta en la que se leía "Merci" con perfecta caligrafía pero había algo más: un paquetito con billetes de 5€.

-Oye, viejo ¿estás bien? - preguntó Cumber y acto seguido, el joven Lutz tiró su bebida al piso junto con la tarjeta y el sobre.

-Tennant, hey, ¿todo normal?

Cumber entonces se dio cuenta de lo que realmente había pasado: La noche anterior, Tennant se había negado a los deseos de Stendhal y en vez de ayudarlo, había cerrado la puerta, dejándolo vulnerable.

-Tennant ¿quisiste acostarte con él?
-Hoy resulta que me pagó.
-Tennant...
-Tú nos viste, también nos escuchaste.
-Lo hice pero pensé que estarías bien.
-¿Cuánto valgo?
-¿Qué?
-¿Cuál fue mi precio, Cumber?
-No creo que debas preguntar.
-Estás contando los billetes, dímelo.

La mirada extraviada de Tennant hacía dudar a Cumber de revisar la cantidad y decirla, temiendo que el otro se rindiera en el piso y tuviera que sacarlo del apartamento a la fuerza el lunes; pero lo cierto era que ni él concebía semejante grosería, remordiéndole apenas la conciencia.

-50€ - pronunció Cumber secamente.
-Se deshizo de mí.
-Tennant...
-¿Hace cuánto se fue?
-¿Diez minutos?
-¡Hijo de puta!
-¿Dónde vas?

Cumber trató de contener a un Tennant que de tan furioso se colocaba un saco y salía del departamento azotando la entrada. Advirtiendo que también lloraba, Cumber pronto imaginó que el chico se convertiría en carne de cañón y Stendhal lo haría trizas, así que más valía hacerle comparsa en una batalla desigual.

-No vayas - sugería Cumber.
-Tengo que destrozarle la cara.
-¡Tennant deja de joder y regresemos!

Tennant volteó hacia él y sosteniéndolo de la camisa exclamó:

-Lo único que me queda es el derecho de darle a Stendhal un puñetazo.

Intentando entenderlo, Cumber se limitó a seguirlo por la calle, creyendo ingenuamente que era un asunto de orgullo. Lo que no advertía era que Tennant se jugaba el honor y realmente no le importaba caer noqueado si conseguía dejarle a Stendhal algún rasguño mínimo como muestra de que también era capaz de reducirlo a nadie con la simple decisión de hacerlo. Cumber nunca entendería que Stendhal era inmaterial para el mundo y su derrota consistía en recordarle su naturaleza tangible, esa misma que Tennant había comprobado ya y por la que no podía permitir que lo pisoteara. Aquello era un juego de poder en el que el pequeño joven Lutz podía convertirse en hombre o devenir en cobarde, dos definiciones que lo aterraban pero por las que debía tomar la alternativa así costara pasar por el ridículo.

-Stendhal te va a volar la cabeza - sentenció Cumber en un cruce por el cual Tennant no había reparado en el semáforo en verde, ganándose los reclamos de dos automovilistas que se contuvieron de insultarlo cuando volteó a verlos como si hubiese contraído una enfermedad irreversible y mortal por la que deseara apretar el gatillo en su cabeza.

A ese punto, los oídos de Tennant Lutz estaban cerrados y podía sentir el corazón a unos segundos de reventar, no obstante el olor de Stendhal Trafalgar se percibiera cercano y se atreviera a seguirle con el único fin de apartarlo de la gente y enfrentarlo. Por supuesto, el almirante se sabía localizado y mantenía una ligera sonrisa por deleitarse con el aroma del cuerpo de Tennant, mismo al que quería recordar con la mayor pureza posible para conformarse con una imagen sencilla. Extrañamente, Stendhal captó los latidos de Tennant y cerró los ojos cuando se detuvo de imprevisto para oírlos, memorizando su ritmo y tono, determinando que era el sonido más agradable de la tierra. Evitando con fuerza caer distraído, Stendhal se percató de que ese corazón pararía y sereno, se giró para ver a Tennant, cuya expresión le desconcertó por su fiereza. Nunca había osado alguien tener tal actitud frente de él y menos contradecir la regla no escrita de jamás exigirle explicaciones. Sonriendo aun, Stendhal volteó en todas direcciones y tomó a Tennant del rostro para llevarlo consigo a la callejuela contigua, manteniéndolo contra una pared para persuadirlo de abandonar cualquier intención que tuviera. Cumber por su lado, se quedaba a la expectativa, listo para defender a Tennant o apartar a Stendhal, lo que fuera más sensato o más bien seguro para sí mismo, de todas formas escaparía de ese rincón con uno de los dos. Viendo el rostro de Tennant, se llenó aun más de culpa.

-Te recomiendo dar los pasos a otro lado - dijo Stendhal a Tennant.
-Déjate de hablar como idiota - replicó el último.
-No le responderé a un niño sólo porque fui su caramelo.
-No te rías.
-¿Vas en serio, Tennant?
-Tanto como tus 50€.

Stendhal no supo por qué, pero la sola mención del dinero le molestaba, como si en vez de reproche, Tennant le dedicara una ofensa.

-¿No puedo agradecerte por la noche?
-¿Con dinero, idiota?
-¿Quieres repetir?
-Ni aunque te humilles, cerdo.
-¿Suplicarte? Eres indeseable.
-Entonces ¿por qué estás mordiéndote los labios?
-Apetito.

Stendhal mordió al joven Lutz y no tardó en presumir la sangre en sus dientes, ni el gran charco que se formó en segundos. Se veía tan dramático que acabó sobresaltado cuando Tennant intentó defenderse, así fallara la puntería de sus puños. Enfadado, el almirante Trafalgar le arrojó al suelo, propinándole fuertes patadas y terribles derechazos, causando que Cumber decidiera arrastrar al chico Lutz fuera, no obstante, ese mismo se lo impidiera, al levantarse sorpresivamente y arrojar el pago de Stendhal al piso. La inexistente lluvia de billetes fue un insulto mayúsculo para el marino, porque violaba su voluntad, al menos la que había impuesto a Tennant de compensarlo por saciar sus deseos con él, pasando por encima de su identidad y aprovechándose de su necesidad de cariño. Si el chico no aceptaba 50€ y tampoco más, entonces no le alcanzaría para someterlo y odiaba la mínima muestra de sentimientos de su parte, porque de ser ventajosos, ahora se antojaban un peligro porque aferraban a Tennant a seguir con el enfrentamiento hasta la última consecuencia. Sin embargo, el mismo Stendhal no entendía porque había elegido la táctica del sobre y comprendía menos como Tennant resistía sus agresiones una y otra vez, cada vez con mayor debilidad física y paradójica fuerza emocional.

-No puedes ganarme, no insistas Tennant.
-¡Te romperé algo!
-Demostraste lo que querías, basta.
-¿Por qué me golpeas con todas tus fuerzas? - río Tennant.
-¡Calla! - contestó Stendhal estrujándole el cuello.
-No será la resistencia o el Gobierno lo que te venza, sino yo ¡hijo de las mil putas! - gritó Tennant e inesperadamente, rozó la nariz de Stendhal con sus nudillos, gracias a un agónico y fallido puñetazo que perturbó el ambiente alrededor.

-Nadie nunca me toca - pronunció Stendhal Trafalgar cerca del shock.
-Yo lo hice, dos veces - contestó Tennant Lutz vencedor mientras notaba que su raro contacto producía un sangrado en su adversario.

-¿Qué son esas gotas? - preguntó el almirante torpemente al contemplarlas caer de su rostro y manchar la mejilla de Tennant - ¿Qué color es ese? ¿Es rojo?

El gesto horrorizado de Stendhal contrastó con su furia descontrolada y se ocupó de estrellar la cabeza del joven Lutz en el pavimento, ante la intervención de Cumber para contener la pelea. La inmensa fortaleza de uno impedía defender al otro y cuando todo apuntaba a que Tennant resultaría inconsciente, otro chico, más delgado pero más alto que Stendhal se apareció, sujetando a este último y derribándolo, asegurándose de dejarle unas cuantas cortaduras pequeñas y sutiles en el rostro con unos vidrios regados en el piso.

-¿Svante? - se sorprendió Cumber y levantó rápidamente a Tennant para llevarlo de regreso a casa, un poco temeroso de que el almirante reaccionara y atacara a los tres sin distinciones.

Mientras duró el trayecto, fue Svante el que se encargó de vigilar que caminaran seguros, pero no hacía falta. Inexpresivo todavía y caracterizado a medias como payaso, el muchacho prefería hacer notar que portaba una enorme bolsa de papel, dando a entender que su intención original era visitar a Cumber para comer y no meterse en un pleito del  que nada tenía que ver, a pesar de que el maltrecho Tennant le producía compasión y terminó por llevarlo en brazos hasta el apartamento, depositándolo en el sofá y limpiando sus heridas, sin contenerse en darle un beso en la frente.

-"¿Por qué peleaban?" - escribió Svante en un pequeño pizarrón blanco que había adquirido para ahorrar papel.
-Nada, cosas gays.
-"¿Tu amigo es gay?"
-Resultó que no.
-"Se ve adorable"
-Por esa razón acabó en el suelo.
-"Dan ganas de abrazarlo"
-Svante, no me importa con quienes te cojas pero no te metas con Tennant.
-"¿Por qué haría eso? Tu amigo se ve bonito pero no es una mujer".
-Menos mal, si fueras homosexual te echaría hoy de aquí.
-"Tu amigo llora"
-Pasó una pésima mañana.

Svante se separó de Tennant y sin apartarle la vista, sacó de la bolsa un bote grande con sopa y cajitas pequeñas, ofreciéndole enseguida unas raciones.

-"Lo que pasó ya no importa" - le expresó. Tennant Lutz conservó su pose pero no se opuso a que el clown lo alimentara.

-"Tienes que sanar. Toma lo que quieras, es comida china ¿te gusta?" - preguntaba Svante con interés hasta que Cumber le hizo la seña de que lo dejara en paz y mejor fuera a la cocina para conversar.

-No molestes a Tennant.
-"No lo hago"
-No le preguntes nada.
-"¿Qué le sucedió?"
-El muy idiota se acostó con Stendhal y salió mal.
-"¿Sabes por qué?"
-Stendhal estuvo aquí ayer y medio lo sedujo, no quiero dar más detalles.
"Tu amigo no es gay"
-Ese es parte del problema.
-"No entiendo".
-No lo cuentes.
-"Claro".
-Stendhal trajo a Tennant aquí anoche y lo forzó a medias a tener sexo.
-"¿Y qué estabas haciendo?"
-Estaba ebrio, pensé que Tennant podía con eso.
-"Fuiste un egoísta"
-¡Ea! Que escuche todo y ese que ves en el sofá la pasaba bien.
-"¿Qué cambió?"
-Supongo que primero se arrepintió porque no me toleró una broma; después... Bueno, me gustaría no recordarlo.
-"¿Tan malo fue?"
-Tennant ganó la pelea, con eso tiene para estar tranquilo.

Svante decidió quedarse con Tennant y halló a éste lamentándose inconsolable en la ducha.

-Ayer dijo que me quería y hoy me me desechó pagándome 50€ - declaró Tennant - Me entregué a Stendhal ¿por qué me hizo eso? - concluyó y Svante lo estrechó, percatándose de que aquello acabaría en una anécdota muy dolorosa. El agua purificaba a Tennant y en sus ojos, se comenzaba a adivinar el aspecto de un hombre, que dejando de lado su orgullo, aceptó los cuidados de Svante como una deuda de gratitud.