jueves, 29 de mayo de 2014

Once días





Bérenice estaba en el trabajo y no paraba de llorar. Según ella, la película que había visto con Luiz la conmovió mucho y aunque no sabía gran cosa de la trama, la escena de un beso bajo la lluvia le provocaba más lágrimas y era suficiente para que Evan Weymouth la apartara y le hiciera notar que espantaba a los borrachos.

-Lo siento, pequeño jefe ¡es que estuvo tan bonito!
-Pues parece que se te acaba de morir alguien.
-Es que me acuerdo y me acuerdo y me parece más romántico; Luiz y yo también tuvimos un momento así.
-Ajá ¿y por eso tienes cuatro días a moco tendido? Lávate la cara, la clientela se queja.

La joven asentó y reanudó sus labores después de asearse, pensando que Evan estaba de pésimo humor o agotado. Era más probable la segunda ya que se había ido a entrenar y sus patines estaban colgados en el perchero de la barra.

-¡Ya me animé, pequeño jefe! - gritó ella al notar que un grupo entraba y pedía a gritos varias jarras con salkau de galleta de chocolate, el nuevo sabor que parecía agradar a los recientes adeptos del local.

-Oye, chica, avísales que cerraremos temprano - sugirió Evan.
-¿Por qué?
-Hoy es la fiesta por el inicio del verano, habrá mariscos asados y un concierto en la playa ¿quieres venir?
-Luiz y yo iremos a comprar pan para cenar.
-Invítalo, son 5€ la entrada, pero si nos cae la fiscalía dices que es gratis.
-¿Por qué tendría que mentir?
-Es una fiesta ilegal.
-¿Don jefe sabe de esto?
-¿Quién crees que surte la cerveza a discreción?

Evan sonrió tal y como imaginaba Bérenice que harían los gatos de poder hacerlo para festejar sus fechorías.

-Ve a atender por allá, no te distraigas.
-Lo siento, ¡a la orden, pequeño jefe!

Bérenice fue a cumplir pedidos cuando un chico de aspecto singular ingresó a la cantina, saludando a los presentes con amabilidad y portando un peluche de felpa, al que posó en la barra. Al verlo, Evan experimentó un ataque de risa.

-¡Ay no, no puedo! ¡Eres igualito al muñeco! - expresó el joven Weymouth, contagiando con sus carcajadas al desconocido, mismo que aclaró que aquel juguete no era suyo.
-Se lo regalaron a mi novia en el cine.
-En serio, que aquí había visto de todo pero esto es muy divertido, ja, ja.
-Yo pienso lo mismo ¿a quién se le ocurriría hacer un peluche parecido a mí?
-Ese personaje tiene como quince años, no sé.

Evan quiso contener su charla, apareciéndose Bérenice para abrazar al muchacho de la barra y llenarlo de besos.

-¡Hola, mi amor! - dijo ella antes de darle un beso de bienvenida, agitarle el pelo y tomar el peluche.
-Hola, mi chica.
-Tenía ganas de verte.
-Pensé en visitarte después del trabajo.
-Yo todavía no acabo.

La joven agitó el pelo de él y después volteó hacia Evan, indicándole qué iba a servir.

-Cobra 10€ y recuérdale a todo mundo que cerramos a las nueve.
-Por supuesto, pequeño jefe.
-Ah, te aconsejo que ja, ja, dejes ese muñeco aquí, yo te lo cuido.
-Gracias.

Al quedarse Evan solo, sintió la confianza para conversar un poco con el desconocido.

-¿Entonces, eres Luiz?
-Así me llamo.
-Bérenice habla mucho sobre ti.
-¿De verdad?
-No le creí cuando dijo que tenías la cabeza de palmera, es más, tampoco que eres su novio.
-¿Por qué?
-Bérenice es muy ... Déjalo así.

Luiz no preguntó más y determinó esperar a que su chica terminara de atender. Como Evan sabía que los pescadores se pondrían agresivos si a la mesera le daba por ser recatada, se le ocurrió llevar al muchacho a la cocina y pedirle de favor que lavara lo que se había acumulado en el fregadero, garantizándole un pago pequeño. Al cerrar la puerta, el joven Weymouth se encontró con que Lleyton Eckhart estaba sentado cerca del centro de la barra y Bérenice le colocaba una copa de vino.

-Chica, yo tengo que hablar con este caballero, mejor ve a limpiar las mesas.

Ella se dio la media vuelta muy sonriente y comenzó a tararear una cancioncilla que nadie conocía, Eckhart sólo la seguía con la mirada.

-¿No quiso salkau? - interrumpió Evan.
-Paso ¿dónde está tu padre?
-Salió, ¿beber en serio lo asusta?
-Por supuesto que no.
-A diferencia del vino, aquello sí es de hombres.
-De hombres que te pondrán una multa si sigues aquí, dile a tu padre que le enviaré una advertencia.
-Oiga, conozco la ley.
-Servirle a menores es un delito.
-Casarse con quinceañeras también, a lo mejor no con la policía, pero moral sí.
-Claro, en esta ciudad se creen los chismes que les convienen.
-Lo de Sandra Izbasa solo me hace sentir pena por ella, tener que aguantar a alguien como usted la va a convertir en clienta mía.
-No voy a firmar los papeles.
-No, pues qué vergüenza, usted tiene como cuarenta y seis años.
-¡Treinta ...! Treinta y dos.
-Da igual, ya está senil.
-Evan...
-No se enoje, mejor tome salkau.
-Declino, vine rápidamente, hay rumores de que habrá algo en la playa.
-Doble nada.
-Los cantineros dicen que no saben nada al respecto y como tu padre fue arrestado la última vez, pensé mal.
-¿Y si hubiera una fiesta, qué le importa?
-Los traficantes me tienen en jaque.
-A los quince años uno se puede matrimoniar, independizar, tomar alcohol, inyectarse solvente si se quiere ... Deje vivir a los demás, estábamos mejor sin usted.

Evan prosiguió con sus labores mientras Eckhart daba algunos sorbos al vino y regresaba a su feliz contemplación de una Bérenice que aprovechaba para continuar con su show de baile a ritmo de salsa.

-Ella se divierte mucho - comentó él.
-La chica es así todo el día, yo perdí el interés - contestó el joven Weymouth.
-¿Te ha dicho dónde vive?
-No, sólo a donde va.
-¿Qué lugar?
-El parque De Gaulle, creo que es su sitio favorito.
-Tal vez su departamento está cerca.
-Allí va a pasar el rato.
-Tal vez la encuentre algún día.
-Sí, cómo no.

Evan puso el peluche de Bérenice de nuevo en la barra para limpiar un entrepaño y Lleyton Eckhart soltó una pequeña risa.

-¿El vino le sentó tan rápido?
-No, el muñeco es curioso.
-Está chistoso ¿ya terminó de beber?
-¿Me creerás que vi a un chico muy parecido cuando venía para acá?
-No me diga.
-¿El personaje se llama Bob Patiño, verdad?
-Sí.
-Ese muchacho tenía el pelo igual.
-Cómo hay coincidencias.
-¿El peluche es tuyo?
-Es de Bérenice.

Justo en ese instante, la aludida reanudó su conmovido llanto y Evan aprovechó para echar a Eckhart de una vez.

-¿Ella se encuentra bien?
-Perfecta la ve, es que fue a ... Se murió un pariente suyo, adiós.
-¡Evan, no me corras!
-¡Cerramos! Damos servicio mañana, desde las nueve.
-¡Abre!
-¡A las nueve!

Evan bajó la persiana y se precipitó en sostener a una llorosa Bérenice que desalentaba a los parroquianos a continuar con su consumo.

-¿Otra vez estás llorando por la película?
-Perdóname, pequeño jefe.
-Bérenice, mejor vete a cambiar, te veo mañana y espero que llegues más tranquila.
-Lo haré, descuida.
-Sal por el callejón, así nadie te verá.
-¿Y Luiz?
-Lo puse a lavar, yo le aviso que ya se van.

La chica se dirigió al vestidor mientras el joven Weymouth se disculpaba con los presentes y les anunciaba que podían continuar la farra en la playa, en el stand de cervezas cercano a un templete que serviría de escenario; la cantina terminaba su servicio.

-Luiz, deja eso, Bérenice ya acabó - dijo cuando el muchacho salió a acomodar algunos tarros.
-Me faltan algunas cosas.
-Así está bien.
-Me gusta este local.
-Hacemos lo que podemos.
-Pensé que la cantina sería más pequeña.
-¿No te habían hablado de ella?
-No sabía ni que era hasta que Bérenice me contó.
-Creí que nos volvíamos famosos.
-La primera vez que estuve afuera de aquí fue por encontrarme con mi chica.
-Por cierto ¿la llevaste a ver una película?
-Cinema Paradiso en un cine que pasa cintas viejas.
-Con razón, mi novia también se puso chillona con esa.
-¿Qué?
-Lleva a Bérenice a distraerse un rato.
-Vamos a una panadería.
-Le comenté que habrá algo en la playa que a lo mejor les gusta, 5€ y pueden comer, beber y hacer lo que quieran.
-Eso suena bien.
-Habrá música y ya sabes que a ella le encanta bailar.
-Lo más seguro es que me diga que sí.
-Bueno, dile que la veo allá, estaré ayudando a mi papá.
-Cuenta con ello.
-Y el peluche, lo devuelvo, ja ja.

Luiz recibió dicho muñeco acompañado de unos cuantos billetes que le servirían para asistir al evento que Evan le mencionaba y vio a Bérenice abandonando el vestidor con algunas molestias.

-¿Te sientes bien?
-Me dio un cólico pero ya se quitó.
-De acuerdo, ¿te llevo a casa para que descanses?
-¿Podemos caminar por ahí antes?
-¿Y si nos divertimos un poco?
-Me gustaría.
-¿Quieres cenar en la playa?
-Iba a proponerte lo mismo.
-Pues, andando.
-Te veo mañana, pequeño jefe - se despidió ella de Evan Weymouth y salió por una estrechísima puerta hacia un callejón en donde Luiz pudo abrazarla efusivamente y decirle que la había extrañado.

-Yo también - contestó la chica - ¿cómo te fue?
-Bastante bien, pasé la tarde con tu padre, me pidió que lo llevara a ver como pintamos la plaza.
-Qué lindo.
-¿Y tú qué hiciste?
-Fui al mercado muchas veces, encargué fruta .. Sí, fruta y compré pollo.
-Oye, esa cantina es un sitio loquísimo, nunca vi tantas botellas juntas.
-Me acostumbré a eso.

Ambos se rieron y marcharon hacia el festival en medio de besos en la mejilla en cada esquina.

Al mismo tiempo, frente al mar había mucho bullicio y luces, como en cualquier celebración a la que se ha dado importancia. Polvos multicolores eran arrojados de los múltiples stands con artículos para bromistas y las parrillas ofrecían desde ya un festín de brochetas, ofreciendo la distracción perfecta para que Don Weymouth disfrazara su puesto como venta de banderillas aunque la amenaza de redada no era fuerte. Se corría la voz de que la policía había sido sobornada y era creíble porque ningún oficial se aparecía por ahí y en cambio, los vendedores de cocaína paseaban libremente o se sentaban a comer algo antes de ir a trabajar en los clubes o en los hoteles.

En su camino, Bérenice y Luiz se preguntaron varias cosas: qué les agradaba saborear, cuáles eran sus pasatiempos favoritos, si tenían amigos o qué hacían antes de la revolución en la Tell no Tales del espejo. Por su edad, el chico apenas sabía algo de la vida, aspecto notorio cuando afirmaba que el Gobierno Mundial le había asignado trabajo en el taller de carpintería donde su padre laboraba, le prohibían a menudo jugar fútbol por estar reservado a los niños de la escuela de deportes y sentía que no había perdido ni ganado nada con los cambios políticos porque su hambre y carencias seguían siendo las mismas. El chico no notaba lo que Bérenice percibía a cada instante dentro de su mente limitada, como su mayor libertad, su falta de presiones para ser lo que se esperaba de ellos, su oportunidad de ser personas nuevas ... O al menos las intenciones de no repetir ese pasado reciente y guardar secretos. Ella sabía que tarde o temprano, la inmadurez acabaría pasándole factura al muchacho y a ella que tampoco conocía mucho pero si relataba la verdad sobre cómo obtenía privilegios dentro del régimen, él se iría ofendido, máxime porque en el apartamento de los Mukhin existía una regadera con agua corriente y además caliente, al igual que un lavavajillas averiado, en los demás, no se encontraba algo parecido.

-Antes tenía otra novia - dijo él para detallar un poco más su vida - Me gustaba cuidarle a sus niños, pensé que me casaría con ella.
-¿Por qué no lo hiciste?
-Ella pensó que yo estaba muy joven.
-Poquito.
-Bueno ¿y a qué te dedicabas, por cierto?
-Era gimnasta... De las muy malas.
-¡Fuiste al colegio!
-Pero nunca gané nada, por eso me corrieron.

Ella no deseaba mentirle a Luiz, pero notaba que ante él podía esconderse y estaba libre de sospechas.

-¿A qué fábrica te mandaron cuando no pudiste seguir en la gimnasia?
-¿Fábrica?
-Es que a la carpintería llegaban los chicos que no podían con los deportes.
-A mí no me pusieron a trabajar, me dijeron que en casa estaría bien.
-A lo mejor no sabían donde meterte.
-Puede ser ... ¿Entonces te gustan los niños?
-Me agrada jugar con ellos, siempre les caigo bien.
-¿Por qué estabas con una madre soltera?
-Me pasaba algo raro: entre más pasaban los días, más quería a los chiquillos.
-¿Entonces, tú aceptarías a los hijos de otro hombre, de nuevo?
-No es problema.

Bérenice no quiso preguntar más al respecto, pero sujetó su vientre que no cesaba de doler con una discreción admirable.

-"En cuánto lleguemos a la playa se me pasará, tengo que tranquilizarme" - suponía ella con preocupación y el sudor frío comenzando, pero a unas cuadras de arribar a la fiesta, la chica se aferró a su suéter para calmar unos escalofríos y miraba al lado opuesto para ocultar unas involuntarias lagrimillas de las que Luiz no se percataba. En un momento dado, Bérenice posó su mano izquierda sobre el interior de uno de sus muslos y al sentir humedad, se detuvo en seco. Su cabeza era como un remolino, uno que acomodaba en su lugar los hechos más o menos recientes, todos con detalle, con número. La cifra clave era once. Once días de distancia entre un encuentro íntimo con Edwin Bonheur y aquella moda del sertanejo, su último período menstrual y esa espiral de acciones torpes que derivarían después en el festival brasileño y la noche con Teló, la ruptura con Matt Rostov, jornadas deambulando en las calles, la cena con Gwendal Liukin, la kermés de galletas, la visita a Hammersmith, su regreso a casa y la obtención de su empleo. En total, eran cinco semanas exactas, pero con once días de separación respecto a esa aventura que cobraba extrema importancia en el presente y ese amante no la dejaría en paz jamás si por descuido, coincidencia o fatalidad llegaba a enterarse.

-¿Qué sucede?
-Luiz ...
-¿Necesitas algo?
-Creo que no llegaremos al concierto.
-¿Te sientes bien?
-No.
-Tu pequeño jefe me dijo que llorabas mucho por la película que...
-Pero hoy no es por eso.
-Bérenice...
-Estoy embarazada, me di cuenta esta mañana.

Luiz mostró una cara de sorpresa y ella se sostuvo de él, manchándole el rostro.

-Voy a perder a mi bebé, perdóname chico lindo.

Bérenice se desvaneció y el muchacho se apresuró a sostenerla, advirtiendo de una fiebre súbita. Sin un teléfono cercano, sin nadie que le prestara auxilio y sin conocer del todo la ciudad, él gritó lo más que pudo y corrió hasta las luces de la playa, suplicando por una ambulancia. Tras de sí, quedaba un gran rastro de sangre.

Jesse & Joy - Adiós from Esteban Madrazo on Vimeo.

lunes, 12 de mayo de 2014

Un regreso a los siete (Cuento breve)


Cuando Ricardo Liukin aguardaba por una maleta en el aeropuerto Charles De Gaulle, perdió de vista a Carlota. El celular de ésta última había sonado y era un poco natural considerar que buscara cierta privacidad para hablar con alguien que posiblemente era una amistad, pero algo más raro aconteció: 

Una niña se colocó junto a él, dándole un tirón en el abrigo. Ricardo giró molesto, provocando pese a todo, que aquella chiquilla le mirara fijamente y le sonriera.

-Hola, papá - dijo ella alegremente. Él abrió y cerró los ojos un par de veces para convencerse de lo que veía.

-¿Fumas? Huele mucho - continuó la niña.
-Por Dios, me recuerdas a alguien.
-¿A quién? 

Sin dar crédito, Ricardo preguntó a un matrimonio al lado si ellos lograban ver a la "ilusión".

-Esa niña se ve muy real - le dijo el hombre.
-Se parece mucho a usted - respondió la dama.
-¡Soy su hija! Me llamo Carlota - añadió la ilusión. 
-¿Cuántos años tienes hermosa?
-Siete.
-¡Qué risueña!
-Es que mi papá está cerca.

La mujer tocó el rostro de la niña y se despidió de ella, no sin antes reprocharle a Ricardo que si estaba cansado de cuidarla, no la hubiera tenido.

-¡Pero esta mocosa no es mi hija! - gritó él. La mocosa sólo se carcajeaba.

-¿Y ahora? ¿Qué voy a hacer contigo?
-Cómprame unas flores.
-¿Para qué? ... Mejor dime quien eres.
-No veo a mi mamá ¿dónde está?
-Tuve suficiente, vamos con vigilancia.
-¡Quiero ver a mi mamá!
-¿Cómo se llama? Te ayudo a encontrarla.
-¡Gabriela! Y tú eres mi papá.
-No puedo ser tu padre, la única hija que tengo cumple catorce años en dos meses.
-¡Ah! Entonces ya crecí.

La pequeña contempló su abrigo oscuro y sus mallas moradas mientras pensaba que de grande no volvería a usar dos trenzas o botitas negras.

-¿Y Edwin? ¿Lo conocí? - cuestionó de repente.
-¿Dé dónde vienes?
-Tell no Tales.
-¿Qué haces en París?
-El señor que está ahí (no le diga que no lo conozco), me trajo.

La chiquilla señaló una columna en la que el viejo del muelle se recargaba a falta de una silla. 

-Pero me pidió que no te acerques a él.
-¿Por qué? 
-No sé - bajando la voz - pero me dijo que tengo que recordar esto y por eso lo estoy reviviendo.
-¿Qué? No te entiendo.
-Es que dice que sigo pensando que es un sueño.
-Mira, conozco al viejo del muelle y está un poco chiflado.
-Yo también lo creo.
-¿Por qué viniste con él?
-Porque me estás buscando.
-Niña, no creo conocerte.
-Siempre he tenido la misma cara.

La pequeñita sonrió ingenuamente y sacó un dibujo que había hecho sobre su familia.

-El de azul es Andreas, no le puse nombre cuando lo coloreé con mis crayolas ¿está aquí?
-¿Cómo sabes de Andreas?
-Es mi hermano mayor, ja ja.
-¿De dónde conoces a mi familia? ¿Eres fan de Carlota?
-¿Qué es eso?
-¿Qué?
-Fan.
-Algo así como admiradora.
-Pero yo soy Carlota.
-Si te llamas igual, está bien ¿Quieres que te la presente para que te dé un autógrafo?
-¿Por qué lo quiero?
-En serio ¿De dónde saliste?
-De Tell no Tales, soy Carlota.
-Escucha chiquilla: Mi hija tiene trece años, es normal que las niñas como tú se le acerquen y le copien los peinados, imaginen qué pasaría si ella fuera su hermanita o piensen que se volverá su amiga pero decir que son ella no es sano.
-¿Por qué las niñas se acercan?
-Porque Carlota es un poco famosa, ella patina en hielo y ganó un torneo europeo este año.
-¿Entonces si soy patinadora artística?
-Sí ... ¡No!
-¿Y soy buena?

Ricardo observó a la enigmática niña que abría los ojos ante semejante sorpresa.

-Ella es excelente.
-¿Entonces por qué mamá no me dejaba practicar?
-¿No te da permiso?
-Dice que es malo.
-A Carlota no le permitíamos hacerlo porque su madre no quería que se lastimara.
-¿Por qué no me lo dijo?
-¿Tu madre te ha explicado por qué tomó esa decisión?
-Hoy me sacó de las clases, le dijo a los de la pista que no me reciban y me tiró los patines a la basura... Tú me compraste un helado cuando me puse a llorar y me regalaste mi abrigo rojo, pero no me quedó.

Ricardo tuvo la impresión de que el anciano la había enviado a enterarse de quién sabe que cosa y de que ambos habían visto a Carlota ataviada con su abrigo.

-A ver pequeña, ¿quieres ver a tu madre?
-¡Sí! 
-¿Cómo es ella?
-Alta, delgada, tiene el cabello negro y se llama Gabriela.
-¿Por qué ese hombre te mandó? ¿Te prometió una paleta si hablas conmigo?
-No ... Pero ¿sabes? ¡Eres un mal papá!

La pequeñita se cruzó de brazos y bajó la cabeza.

-¡Y esto es mío! ¡Ya dime que siempre se me cae!

La chiquilla se alejó con el viejo del muelle y Ricardo dejó de verla rápidamente. En el suelo, él halló una especie de libretita azul y la tomó, abriéndola en el acto. Era el pasaporte de Carlota.

-¿Sucede algo, señor? - le preguntó Tamara Didier de pronto.
-¿Sabe usted de la manía que tiene Carlota por perder algunas cosas?
-Sí, su madre me había dicho.
-Una niña vino a devolverlo.
-Qué buen detalle.
-También se llama Carlota.
-¿En serio?
-Sí, qué coincidencia.
-¿Quería un autógrafo, verdad?
-No, Tamara; quiso saber su futuro.
-¿Disculpe?
-Se me apareció Carlota cuando tenía siete años.
-¿Es un efecto del jet lag?
-En absoluto, era mi hija, lo supe al poco rato de charlar con ella. Ha cambiado tanto, no es bajita, no tiene el cabello tan oscuro, se le ha marcado el destello dorado de la piel y no se parece más a Gabriela.
-No se altere.
-El viejo del muelle siempre está cerca cuando situaciones como esta ocurren, tal vez a usted se le presente algo inexplicable y lo note también.
-A mí me dijo que mis ojos volverían a ver.
-¿Usted ya no es invidente?
-Desde hace siete meses.
-¿Por qué no me contó?
-Porque no durará.
-Disculpe.
-No se preocupe, yo sabré resolverlo.
-¿Me cree ahora?
-Sí ¿cómo se siente?
-Tengo sentimientos encontrados, fingí que no la reconocía y me llamó mal padre, pero no se enteró de que su madre murió.
-La habría destrozado.
-Se me salió lo del patinaje pero comprendo porque Carlota en su niñez mantuvo esa ilusión a pesar de que Gabriela y yo evitábamos al máximo que ella entrenara. Ahora sé que no soñó con este momento y que le debo una gran disculpa por haberla sacado de sus clases con Pasquale Camerlengo y pensar que un helado la consolaría.
-¿Camerlengo? 
-Los padres somos tontos, no me diga su opinión.
-Habría matado por trabajar con él.
-Tamara...
-Perdón.
-Ese día hasta llevé a Carlota de compras y elegí un abrigo rojo, muy bonito, recto, sobrio, pero yo era muy malo con las tallas y le obsequié uno que le quedó enorme y es el que está usando ahora, así que fue una buena inversión.
-Venga, abráceme.
-Me duele que ya no sea esa niña y me dio gusto verla como la bebé que siempre será para mí.
-Carlota es todavía una mocosa.
-Eso se esfumó cuando se despidió de Sergei Trankov.

Tamara, que no sabía al respecto, no se atrevió a decir nada sobre ese episodio. Él por su parte leyó el pasaporte de su hija de una vez, recordando que Gabriela lo había tramitado antes de irse de sus vidas. En realidad, ella siempre se había encargado de los papeles de Carlota, incluyendo el registro de nacimiento y en su hora, había decidido los nombres de los tres hermanos Liukin sin consultarlo, pidiendo que confiara en ella.

Entonces Ricardo, que no aguardaba por secretos, supo uno muy singular: Giulietta Eglantine Charlotte Jacqueline Bérenice Cleménce Léopoldine Liukin - Cassel et Alejandriy era el nombre completo de su hija, Carlota Liukin.

Je t'aime, Marion Cotillard.

viernes, 2 de mayo de 2014

Durante la lluvia



Al dar las once con cincuenta minutos, Don Weymouth llegó a misa como era su rutina. El hombre no quería sorpresas y tomó el mismo lugar de siempre, ordenó a Evan saludar a la vieja monja del frente y le dio a Bérenice Mukhin una canasta con flores que después sería dejada frente a un altar, aunque aún no había decidido a qué santo dedicársela. No transcurría nada fuera de lugar, excepto por la propia Bérenice, que portaba un vestido que llegaba hasta sus rodillas y un suéter, además de atarse el cabello, dejando un rizo de lado a manera de fleco. Nadie sabía a qué se debía tal cambio.

-Te distraes mucho, chica - dijo Evan Weymouth.
-Perdona, pequeño jefe, estoy pensando.
-¿En qué?
-Tengo una cita.
-¿En serio?
-Con mi amigo Luiz.
-¿Ese quién es?
-No te lo he presentado.
-¿A qué hora se van a ver?
-A la una y veinte. ¡Me invitó a un sushi bar! ¿Puedes creerlo?

Evan le siguió la corriente, seguro de que nadie se emocionaba por ir a ese lugar. Bueno, a lo mejor por tratarse de Bérenice tenía sentido.

-¿Mi papá te dio permiso de salir?
-Mientras regrese antes de las cinco.
-Es viernes.
-Cobrarás mis propinas, pequeño jefe.

La joven sonrió sin darse cuenta de que a Evan le causaba curiosidad saber quien consideraba buena idea llevar a Bérenice a batallar con pescado crudo.

-¿Desde hace cuánto conoces a Luiz?
-No lo sé, ¿tres semanas?
-¿Por qué te pidió que salieran?
-Porque antes me había invitado a pintar cercas en el parque y no me encontró en casa el día que lo haríamos.
-¿Pintar? Nunca había escuchado de una cita así.
-Como no pude ir, él pensó que comer algo juntos estaría mejor.
-¿Por eso te arreglaste tanto?
-Es que he visto a las chicas y quise verme como ellas.
-¿Cómo?
-Con un vestido bonito.

El chico supo que a Bérenice realmente le importaba aquella reunión y anhelaba causar una buena impresión, razón por la que se cuidaba de hablar sin hacer escándalo o mantenía la calma en lugar de su actitud atrevida de siempre.

-¿A qué lugar van a ir?
-Escogimos uno que se llama "Tokyo lile ba".
-Little bar.
-Eso.
-Es un buen local, pero un poco caro.
-Luiz se puso a reparar unas cuantas cosas en el barrio ruso y yo junté mis propinas, aunque él dijo que pagará todo.
-Es que quiere ser cortés.
-¿De verdad?
-Pues ese detalle habla bien de él. Un aviso: le gustas.
-¿En serio?
-Un chico solo se encarga de la cuenta cuando la chica "es algo más que una chica".
-¿Tú lo has hecho, pequeño jefe?
-A Eva le gusta beber salkau y nunca le he cobrado.
-¿Tu padre sabe?
-No le digas.
-Lo más seguro es que se me olvide.
-Tampoco le cuentes que voy con ella de compras y le regalo una que otra cosita.
-Hecho.
-A propósito y ya que estamos en confianza ¿sientes algo por el tal Luiz o por qué llevas el vestido tan largo?
-Me gustó el color.
-¿Rojo?
-Coral rojizo, yo lo hice.
-¿El suéter?
-Lo tejí.
-Él lo notará.

Bérenice estuvo a punto de preguntar "¿tú crees?", pero le ganó la curiosidad de saber si Luiz se interesaba en ella.

-¿En dónde se van a ver? - continuó Evan.
-En la cantina.
-Si se van en metro, todo les queda cerca.
-Qué bueno que puse el espejo afuera para que él no se pierda.

El joven Weymouth no quiso saber a qué se refería ella y la dejó en silencio, volteando a la puerta y pidiendo que la misa terminara pronto. La muchacha elegía no ocultar que estaba nerviosa.

-Tranquila.
-Perdón, pequeño jefe, nunca he comido sushi ¿y si no me sabe bien?
-Le dices que no te agradó o disimulas.
-¿Y si me porto como una idiota?
-Relájate, no va a pasar nada.
-No he tenido una cita así.
-¿Por qué aceptaste?
-Porque ... Honestamente no tengo idea.

Evan contempló a la joven que por no poder frotarse las manos, se mordía los labios y mantenía la cabeza baja para mirarse los pies.

-Buena suerte.
-Gracias, pequeño jefe.

Bérenice siguió enfocada en ideas sobre cómo mantenerse quieta mientras un mesero la atendía o no hablar con la boca llena, al tiempo que Don Weymouth le reprendía por no prestar atención. Era tal su angustia que hasta le preocupaba caminar por la calle y de pronto recordó el detalle esencial: le darían un menú y tendría que actuar como si lo leyera, para al final ordenar lo mismo que Luiz pero ¿y si él elegía algo asqueroso? o ¿qué pasaría si él tampoco sabía leer?

-Pequeño jefe - cuchicheó.
-¿Ahora qué?
-¿Qué hago cuando llegue la carta?
-Ordena lo que quieras.
-¿Y si no entiendo nada?
-Le preguntas al mesero.
-Ojalá el menú tenga fotos.
-Los de sushi sí tienen.
-¿Y qué hago con los cubiertos? Sólo sé usar la cuchara.
-Los cubiertos son unos palillos.
-¿Qué? ¿Cómo los agarro?
-No sé, por eso no como pescado crudo.
-¿Es pescado crudo?
-Con arroz, algas marinas, salsa de soya, wasabi, todo eso ¿no sabías?
-Estoy en problemas ¿Qué rayos es wasabi?
-Una cosa verde que sabe a picante y a rayos si comes mucho o lo pruebas sin pescado.
-Me dio asco y ni siquiera lo he visto.
-Puedes comer sushi con la mano, es educado.
-¿Cómo?
-Para la próxima mejor ve al cine.

La joven llevó su mano izquierda a su garganta y no se movió durante la misa, creyendo que se había equivocado al acceder a semejante encuentro con Luiz, mismo que igual y tampoco se imaginaba que diablos era ingerir sushi.

-Chica, espero que recuerdes que te di un horario para volver al trabajo - dijo Don Weymouth poco antes de escuchar una campanilla que indicaba que el oficio estaba por concluir - Me saludas al muchacho que te invita.
-De acuerdo, jefe.
-Llévate una sombrilla, ha comenzado a llover.
-Se lo agradezco.
-Dame esa canasta, corre para que llegues a tiempo.
-Lo veo luego.
-Diviértete.

Bérenice abandonó la iglesia corriendo y a mitad del camino, se topó con un semáforo que detenía su marcha. Con la gente agolpándose en esa esquina, era difícil ver el reloj y con el diluvio iniciando, la situación se complicaba porque los transeúntes la salpicaban con cada paso que daban o se enredaban con su suéter, ocasionándole más ansiedad.

-¡Estúpido semáforo que no sirve! - gritó antes de percatarse que Lleyton Eckhart se había detenido a su lado y tenía un buen tiempo en la misma posición, observándola.

-Hola, señor.
-Hola - contestó él tímidamente.
-¿Va a la cantina?
-Quería aprovechar para tomar un poco de salkau.
-Don jefe la reabrirá a la una y media, por si gusta esperar.
-¡Claro! - conteniéndose - ¿Te diriges hacia allá?
-Así es, voy tarde.
-Puedo detenerte un taxi, yo lo pago.
-Estoy a unas calles.
-Cierto, ¿te encargaron algo?
-No ¿qué hora es?
-Una y quince.
-¡Apenas me dará tiempo! ¡Lo veo luego, señor!

A Bérenice no le importó que la luz verde continuara dando el paso a los autos y atravesó la acera velozmente, deteniendo a algunos automovilistas que le gritaban improperios. Con su prisa, ni siquiera veía más allá del frente ni oía los reclamos de la gente al tropezar porque estaba más al pendiente de ver a Luiz a la entrada de la cantina lo antes posible.

-No ha llegado, entonces vine a tiempo pero ¡mis zapatos se llenaron de lodo! Ah, lo tengo que arreglar ¿por qué no traje un bolso con toallitas? ¿o no se limpian con toallitas?

Con la ocurrencia de retirarse el calzado y permitir que la lluvia los tocara de la punta para retirarles un poco la suciedad, caminó los últimos pasos, refugiándose en las cornisas para seguir seca hasta que Luiz salió del espejo y ella se sostuvo de la puerta de la cantina. Él quiso darle las buenas tardes, pero el viento lo empujó sobre Bérenice y ambos acabaron en la pared, sin poder moverse.

-¿Estás bien?
-¡No te escucho!
-Bérenice ¿te golpeaste?
-¡No te entiendo!
-¿Qué?
-¡El viento no me deja oír!

Las ráfagas eran tan fuertes que lo único que ambos percibían era el sonido de los carteles que se desprendían y los vidrios que cedían en algunos lugares. Alarmados por el crujir del cristal en la cantina, intentaron arrojarse al suelo sin resultado.

-Mi vestido se levantó, no vayas a voltear.

Gracias a esta frase dicha al oído, Luiz intuyó que si hacía lo mismo, entablaría una conversación sin problema.

-¿Te lastimaste?
-No ¿y tú?
-Nada sentí más allá de este abrazo, qué viento y qué suerte.
-Supongo que nos podemos saludar.
-¿Cómo estás? ¿Lista para nuestra cita?
-Sí, muy lista ¿Tú...?
-¿Yo? Lo estaré cuando esto pase.
-¿Por?
-Tengo que arreglarme el pelo.
-¡Siempre estás despeinado!
-Ja ¡Era broma!

Bérenice quiso añadir algo a la charla cuando el viento arreció, espantándola. Completando el cuadro, la lluvia se volvió tempestad y Luiz cubría inútilmente a la chica. La sombrilla que ella portaba se había deformado y se le soltó en cuánto él la apretó más contra su cuerpo. Con la piel de gallina, ella gritó fuertemente, con el miedo de ver objetos arrastrados por la tormenta y sobretodo, porque al acabar aquello, la cita sería cancelada.

-¡Bérenice, no pasa nada!
-¡No iremos al sushi!
-¡Podemos intentarlo el domingo!
-¡Me arreglé tanto para no verme como una idiota!
-¡Qué dices!
-¡Te quería impresionar y salió horrible!
-¡Por qué harías eso!
-¡Quería que me vieras linda!
-¡Pero siempre te ves linda!
-¡Pensé que hoy estaría más guapa!

Cuando el viento derribó la cornisa del local, ambos quedaron más desprotegidos ante el clima, pero el sol comenzó a manifestarse.

-¡Esto se va a acabar!
-¡Lo hará ahora! - exclamó Bérenice y aquello sucedió, como una orden. El cielo se despejaba y el calor se comenzaba a sentir.

-Voy a cambiarme - dijo ella.
-Yo también.
-Lo siento, Luiz.
-Esto nada tiene que ver contigo.
-¿Que haremos después?
-Tenemos tiempo, podemos hacer lo que queramos.
-¿Vamos al cine?
-¿No al sushi?
-Averigüé unas cuantas cosas sobre el sushi.
-¿Cuales?
-Es pescado sin cocer.
-¿En serio? Sonaba como un plato elegante.
-Y hay que tomarlo con unos palillos.
-¡Oh! De la que nos salvamos, es que me dijeron en el barrio ruso que todos llevan a la novia a comer esa cosa.
-¿Por eso me invitaste?

Luiz sonrió como un niño pequeño y Bérenice volvió a recargarse en la pared, melancólica.

-Disculpa, no soy una buena novia para nadie.

La joven mujer se sentó en el suelo para lagrimear abundantemente, preguntándose por qué se encontraba a los sujetos dispuestos a tomarla en serio. Ella les hacía cosas horribles, los traicionaba y se iba. A Matt Rostov lo había engañado con Edwin Bonheur y después a Edwin con otros de los que ni siquiera se acordaba para regresar más tarde con Matt y torturarlo por años. Ahora el encantador Luiz parecía desear tomar el papel aquél y para colmo de sus males, a Bérenice le atraía. El esfuerzo de fabricarse un vestido y el desvelo para terminar el suéter no eran por nada. Ella había ocupado su tiempo en tres semanas para caerle bien, tener detalles y asegurarse de volverlo el cuidador de su padre, como siempre que conseguía o volvía con un galán. Y en la cantina, su conducta no era la mejor. Ninguna chica con enamorado se daba el permiso de sentarse en los regazos de sus clientes, darles besos o bailar sensualmente para ellos y Bérenice se avergonzaría si Luiz llegaba a enterarse de que no era una simple mesera, sino una femme fatale dedicada a exprimirle hasta el último centavo a los ancianos libidinosos y a los adolescentes que golpeaban su trasero de vez en vez.

-Luiz, gracias por la cita.
-¿Te llevo a casa?

La muchacha negó con sus dedos.

-¿Qué pasa? - preguntó él, inclinándose.
-Luiz, todo iba a ser un desastre.
-Nos habríamos divertido.
-¿En serio te aconsejaron lo del sushi?
-Es que creí que te deslumbraría.
-Como los rusos que sólo llevan a sus novias.
-Eso buscaba.

Bérenice sostuvo el rostro de Luiz por varios segundos y luego alborotó sus rizos, consciente de que él era ligeramente menor en edad que ella y esa clase de gestos aun le parecían simpáticos.

-Entonces, si ellos van con sus chicas y tú querías que fuéramos es porque ¿soy tu ...?
-Novia, creo.

Ella no se imaginaba de dónde había sacado él tal idea.

-Es que nunca mencioné algo parecido.
-Yo creí que si lo eras por como me tratas y me agarras a besos.
-Ay, Luiz...

Bérenice dejó de llorar en ese instante y se incorporó con él. Al mismo tiempo, la lluvia volvía pero calmada.

-Eres un buen hombre.
-¿Me equivoqué, verdad?

La mujer lo miró y sin más, juntó sus labios a los de él, abrazándolo después.

-No es un error, chico lindo de cabeza de palmera.
-¿Entonces no soñé?
-Siempre quise estar con mi novio cuando lloviera.

Bérenice tomó de la mano a Luiz y le propuso caminar unas cuantas cuadras antes de ir a casa. El plan del sushi fue sustituido por ir al cine más tarde.