domingo, 29 de diciembre de 2013

El tercer sueño (La sonata de hielo)


París:

Gabriela bostezaba en un sofá mientras Raluca Bessette miraba atenta una película sobre una patinadora artística que luchaba por ganar un campeonato nacional y así tener la posibilidad de lograr el éxito. 

-Por dios, Raluca, no vas a creer que por ganar seleccionarán a la chica para ir al campeonato mundial.
-¿Entonces, qué pasa? 
-A las patinadoras les hacen pruebas cuando creen que serán buenas y las pre - seleccionan para competir en cosas internacionales antes de los nacionales.
-¿Y si una novata de verdad gana?
-La toman en cuenta para la próxima y eso si es constante.
-¿Cómo sabes? ¿Patinaste? 
-Nunca hice algo tan cursi, mejor me burlaba de las ñoñas que si.
-A mi me gustaría tomar lecciones.
-En la próxima vida y con mala suerte.
-Pero practicar no se ve difícil. 
-Es esta cinta boba, así tiene que pasar. Al final, ella pierde porque se cae en un simple giro de la presentación después de la pirueta buena.
-¡Me arruinaste la película!
-Me da mucho gusto.
-Me habían dicho que la rutina era linda.
-Cuando la actriz sepa hacer axels y extensiones como Carlota Liukin, tendrá mi atención.
-¡Carlota! ¡Soy su fan! 
-¿Perdóname? 
-Me llevarás a Bercy en noviembre, ¿verdad?
-¿Para qué?
-¡Carlota va a estar en Bompard y romperá el récord como la más joven en competir!
-¿Cuándo te enteraste?
-Hace dos semanas y mi papá me compró boletos.
-¿Tu padre, dices?
-Me los regaló en cuanto se los pedí. 
-Pero tu madre me dijo que no estabas en contacto con él.
-Mi papá y yo nos vemos a escondidas.
-¿Cómo?
-Me da un día y yo lo espero. Siempre me visita cuando mi mamá no está o en la madrugada.
-¿Alguien más sabe?
-Pregúntale a Bertrand por que el refrigerador no se vacía.
-¿El mayordomo es tu cómplice?
-Si mi mamá se entera, estamos fritos; si nos acusas, haré que te despidan.
-Es mi responsabilidad informar de estas cosas a la princesa Virginie.
-Trabajas para mí.
-La que pagará mi primer sueldo será tu madre.
-Mi papá va a traer el dinero y Bertrand hará como que salió de la cuenta de mi mamá.
-¿Tu padre nos mantiene?
-Si quieres ganar morlacos, guarda el secreto.
-Los niños cada día están peor. Raluca, no se dice "morlacos", se dice monedas.
-Pero todos hablan así.
-¿Tú crees que Carlota Liukin camina por la vida llamándole "morlaco" a toda moneda que llega a sus manos?
-¿La conoces o por qué hablas de ella? 
-No tengo el gusto, pero se nota que está muy bien educada y no andaría usando palabrejas. 
-Me iría porque me estás molestando pero me falta otra película.
-De ninguna manera, duérmete ya.
-¿A las tres de la mañana? 
-¿Tan tarde, más bien temprano, es? No me di cuenta. 
-Mejor come palomitas.
-Las odio.
-Te lo pierdes.

Gabriela iba a caer rendida cuando su natural suspicacia le hizo pensar algo lógico: Raluca se forzaba a permanecer despierta porque recibiría a su padre en cualquier momento y no quería estar sola cuando sucediese. 

-Está bien, mejor dame a probar. 
-Están ricas.
-¿Son palomitas de microondas? Saben a cartón en el bote de basura.
-Bertrand no quiso preparar naturales.
-Creo que yo tampoco me tomaría la molestia ahora que lo pienso.
-¿Qué película veremos?
-No me pongas de patines. ¿Todavía tienes el documental de osos polares?
-Lo devolví ayer. 
-¿De caricaturas?
-Tengo "La bella y la bestia"
-¡Raluca, no veas eso! 
-Tengo una de animalitos cantando que hay carnaval en Río.
-Está mejor.
-Pero me la sé de memoria.
-No me interesa, pónla. 
-Eres la niñera más grosera que he tenido.
-Soy la primera en aguantarte más de tres días y hoy cumplo cinco.

Raluca se levantó de mala gana a cambiar la cinta mientras Gabriela hacía lo propio en busca de café para resistir un par de horas más. No le agradaba la idea de no encender la luz y no hacer ruido para abrir la bolsa de celofán de los pretzels que improvisadamente se le ocurrió degustar cuando oyó que alguien intentaba ingresar a la cocina y las llaves que portaba se habían atorado en el cerrojo.

-¡Es mi papá! - exclamó Raluca.

Gabriela, que no le creía, no le hizo caso y terminó viendo a la niña abrir al mismo tiempo que reclamaba por la falta de "consideración" que le tenía. 

-¡Papá! - exclamó Raluca con aquella expresión que se da entre quienes han hablado en voz alta en el peor momento; por su lado, Gabriela miró al hombre con sorpresa, pensando fugazmente que se trataba de Joubert Bessette por la sonrisa y la jovialidad de su rostro.

-Te presento a mi papá, el general Andrew Bessette.
-Supongo que es la nueva nana, Raluca me ha hablado de usted.
-Mi nombre es...
-No hace falta, las niñeras no duran mucho en esta casa, disculpe que me comporte con distancia pero todavía no me aprendo el nombre de la cuidadora cuando llega otra. ¿La princesa Virginie se encuentra descansando?
-Por supuesto, ha pedido ser levantada en punto de las nueve.
-¿Y por qué Bertrand se encuentra ausente?
-Ha dormido temprano, tuvo un día ajetreado.
-El viejo Bertrand no iba a resistir otra visita temprana, le agradezco permanecer con mi hija y espero que entienda que debe manejarse con hermetismo.
-La pequeña me ha explicado la regla, puede confiar.
-Tu niñera me agrada, Raluca.

El general Bessette procedió a prender una lámpara y colocar alimentos sobre la mesa antes de revisar el refrigerador.

-¿Me trajiste cereal de estrellitas? 
-Claro que sí, no se me iba a olvidar, niña.
-Es que mi nana no me deja comerlo como antes.
-¿Por qué?
-Dice que tiene mucha azúcar.
-En eso tiene razón.
-Ahora me sirve la mitad.
-Me parece bien... Te compré unas frambuesas y Bertrand me contó que dejas el apio así que vas a padecerlo otra semana.
-¿Pero pensaste en el yogur?
-Y en la leche descremada.

Gabriela observaba al general Bessette tan feliz que que no se atrevió a abrir la boca y se limitó a preparar más café para ser cortés mientras él presumía haber logrado que el mercado de aves y carnes de París abriera más temprano para atenderlo.

-Me aseguraron que este salmón llegó esta mañana y traje venado para hacer un estofado.
-¡Hace mucho que no comía!
-Le pediré a Bertrand que cocine con más frecuencia o encuentren un bistro porque pagar el restaurante Ivory me está saliendo caro.
-¡Pero me gusta que me tomen fotografías! 
-Raluca, me gusta verte en Hola pero sé razonable, puedo pagar el lugar que desees pero tengo que esperar el resultado de unas inversiones y mientras no haya nada seguro sería bueno que probaras algo más barato. Estamos en una ciudad con cocinas muy buenas, descubre cuál te agrada.

Raluca frunció la boca y su padre rió como si se saliera con la suya.

-Raluca ¿Me das un momento con tu niñera? 
-¿Para qué?
-Voy a preguntarle sobre tu conducta.
-¿Por qué me tengo que ir?
-Para que me cuente la verdad.
-Estaré viendo una película en la sala.
-No te enojes, en un momento te alcanzo.

Raluca asentó y giró sobre sus pasos con entusiasmo, instalándose en la sala y cubriéndose con una manta. La puerta de la cocina permaneció abierta.

-El señor Bertrand me ha contado que algunas conductas de Raluca han cambiado recientemente - inició el general Bessette - ¿En serio lleva usted aquí menos de una semana?
-No creo haber modificado algo hasta ahora - contestó Gabriela.
-Por el momento veo a mi hija más tranquila.
-Hemos jugado a la cuerda en Champs - Elysée y parece bueno para convivir con otras niñas.
-Tenerla cansada al final del día es astuto, sin embargo, hubo algo que llamo mi atención antes de venir.
-¿He hecho mal?
-Bertrand me informó que usted fue cuidadora de mi hijo Joubert y si recuerdo bien, él jamás tuvo una porque ha sido siempre un chico auto suficiente.
-Recuérdelo, estuve ahí.
-A menos que haya sido la ayudante de su madre; preguntaré a mis contactos.
-Seguramente le confirmarán.
-Podría apostarlo, es que nadie se imagina volver a tratar con la antigua servidumbre.
-La vieja guardia siempre regresa.
-Después de haber sorteado rumbos dispares.
-He educado a toda clase de infantes.
-Qué oportuna en mencionarlo.
-¿A qué se debe tal expresión?
-Es extraño que no la recuerde al lado de Joubert pero sí al lado de Carlota Liukin.
-¿Cuándo?
-Este enero. Esa pobre desafortunada perdió a su madre mientras ganaba una competencia, todos la vimos llorando en la gala de clausura. Lo bueno era que la tenía a usted para consolarla ¿Por qué la dejó? 
-La agencia me asignó un puesto temporal porque ella me había tomado mucho cariño. 
-¿Le prohíben ser apegada?
-Llega a ser complicado.
-¿Le costó mucho con Carlota Liukin, cierto?
-Raluca me decía que la admira, así que siento que no la extraño tanto ahora.
-No deja de ser más curioso que hace unas horas estuve cenando con la señorita Liukin en Hammersmith.
-Vaya coincidencia.
-Aprovechando la oportunidad de comprobar que nuestro mundo es reducido, me sería de gran ayuda cualquier detalle que pudiese proporcionarme sobre esa jovencita.
-Debo negarme por cuestiones de ética.
-Comprendo que la confidencialidad es vital en su labor.
-Soltar detalles me haría traicionar la confianza de la princesa a la que trabajo.
-La señorita Liukin me ha despertado expectativas justo al enterarme de la relación que sostiene con mi hijo Joubert.
-Otra gran casualidad.
-Las casualidades no existen ciertamente. Me he dado a la tarea de informarme sobre Carlota Liukin por el interés que Joubert ha presentado y estar seguro de que mi hijo se rodea de personas correctas.
-Carlota es una niña intachable, dudar un poco es faltarle al respeto.
-Me disculpo por semejante exabrupto, sólo pretendo lo mejor para Joubert.
-Carlota Liukin cuenta con una educación ejemplar, pregunte a su padre, sus hermanos y amigos. Mejor dedíquese a atender a su propia hija que no tendría necesidad de hacer cosas a escondidas y haga entender a la princesa Virginie que usted se ha responsabilizado de esta casa. Y bien, si me permite, he de ir a la sala, la niña espera.

El general Bessette agitó la cabeza pero externó algo que estaba pensando.

-Usted dice que debió separarse de Carlota Liukin ¿No le pareció cruel hacerlo cuando ella perdió a su madre?
-¿Qué tiene que ver con Raluca?
-Usted habla de dedicación y de inculcar valores pero eso fue tan insensato.
-Pasé por una situación complicada en ese período y no pude continuar con Carlota aunque lo hubiese querido. La agencia me reinstaló después de unos meses y he iniciado mi estancia con Raluca con el mayor compromiso.
-¿Cuál fue esa "situación" que la forzó a dejar a una pobre niña desconsolada?
-Personal y dura. No ahondaré en detalles.
-¿Ni siquiera le conmovió ver las lágrimas de Carlota en la gala?
-No las vi, yo estaba de camino a otra ciudad.
-Pero me juzga. 
-Usted puede disfrutar la compañía de su hija y la desperdicia. Otros quisiéramos tenerla y mejor cuidamos a los niños de otros. Buenos días, general.

Gabriela procedió a vaciar pretzels en un tazón y el general Bessette a sentarse junto a Raluca en la sala. 

Gabriela creyó que se había equivocado al enojarse pero no había remedio. El general Bessette le recordaba esa última ocasión en que Carlota estuvo cerca de ella y pudo estrecharla largamente antes de renunciar a permanecer a su lado.

Gabriela no había tenido el valor de resistir hasta la gala de despedida porque esas lágrimas en Carlota le habrían pulverizado el corazón, volviéndola incapaz de emprender esa aventura por salvarla. Alguna vez, la mujer tendría que observar la bella y desgarradora actuación de la niña, pero no sin enfrentarse a la despedida sin marcha atrás.


Feliz año 2014, los mejores deseos a los lectores, fans y nuevos visitantes. Abrazos a todos.

La niña del abrigo rojo (La sonata del hielo)



Tell no Tales:

La guerra de nieve en el barrio ruso fue tan divertida como breve y todo a causa de los fuertes vientos que azotaron la ciudad intempestivamente. Anton Maizuradze y Bérenice Mukhin debieron refugiarse en el restaurante Kirkorov y por la prisa, perdieron de vista a la madre del niño. 

-Me ha dado frío.
-Toma mi abrigo.
-Gracias.
-Las señoritas deben estar siempre cómodas, así me enseñaron.
-Es muy lindo de tu parte, Anton.
-¿Te gustó pelearte con esa chica loca en la guerra de nieve?
-Alguien debía enseñarle los modales que no tengo.
-Lo dicho: traes onda.
-¿Qué significa?
-Que eres de las mías, no tienes remedio.
-¿Para qué volverme "seria"?
-Eso jamás funciona.
-Bueno, aún tengo tiempo de ir a Göetze.
-¿A qué?
-Tengo una cita con Gwendal y con su familia.
-¿Gwendal? Conozco a uno.
-¿En serio? 
-Sí, es tío de mi Carlotita.
-Entonces me veré con ese.
-Oh, la señorita Bérenice a todo mundo conoce.
-Algo así.
-¿Y se verán para pasear o por qué?
-Es un asunto de viajes.
-Anda que no la cacho.
-¿Perdón?
-Nada, es que es raro... Bueno, ya dijiste que hay tiempo ¿Tienes hambre?
-Ya comí.
-Pero te chillan las tripas.
-Es que siempre las tengo vacías, no tengo la oportunidad de comer a diario.
-¿Tomamos una mesa? Te invito borsch y golubzí.
-No te entiendo.
-Sopa de remolacha y carne con col.
-¿Col? Estaré hambrienta pero detesto la col.
-Ay, que chistoso. A mi Carlotita tampoco le gusta ¿no serás su pariente lejana?
-¿Cómo...?
-Es que te pareces a ella. Ay, mi Carlotita.

Aún exaltada porque Anton había notado su pequeña similitud física con Carlota, Bérenice se percató de que el pequeño suspiraba de solo mencionar a su "mejor amiga" y mientras tomaban una mesa, él le relataba cómo la había conocido.

-Le di un balonazo a su ventana.
-Qué peligroso.
-Qué bonito, dirás. Nos hicimos amigos y le tiraron la pared que la apartaba de su balcón. ¿Nunca has visto su edificio en Piaf? Ella vivía en el tercer piso y desde abajo se veía tan hermosa ¡Ah!
-¿Estás enamorado, verdad?
-Mi Carlotita lo sabrá algún día y estaremos juntos.
-Suenas tan seguro.
-Es que no quiero perder la esperanza. 
-Qué romántico.
-Lo bueno es que canto feo y por eso no la voy a torturar con alaridos bestiales como su noviecito el señor perfecto.
-¿Ella se fijó en otro? ¡Pero tu eres encantador!
-El señor perfecto tiene motocicleta y es "músico".
-Ja ja, esa combinación no falla... Pero no lo digo por Carlota, lo digo por otras. ¿Cómo se llama tu rival?
-Joubert Bessette, todas lo quieren.
-Qué dimensión tan extraña, en la mía todavía es un niño de triciclo.
-No te entiendo pero igual hago como que sí.
-Disculpa, es que hay tanta gente y tantos nombres que luego no sé en donde estoy exactamente.
-Ah, no pasa nada. ¿Quieres ordenar?
-Comeré lo mismo que tú.
-Tú si sabes.
-Pero no traigo ni un céntimo.
-No te preocupes, "las señoritas siempre deben estar cómodas".

Bérenice optó por no pronunciar palabra y aguardar a que sirvieran hasta que súbitamente, la gente se paralizó y petrificó, situación que ella experimentaba, era angustiosa y aparecían humo y cenizas en el suelo. Anton Maizuradze era el único que no sufría cambio alguno y ella tomó sus dedos con desesperación.

-Anton, tengo miedo.
-¡No me digas que te estás convirtiendo en estatua!
-Es horrible, busca auxilio.
-¡No te dejaré sola!
-¡No te quedes! 
-¿Qué hago? 
-Suéltame.
-¡Pero no te quiero dejar!
-Te puedes convertir en lo mismo que yo, sal de aquí.

Anton continuaba indeciso y pronto, la cortina de polvo se volvió intensa, ocasionando que todo se viera en blanco y negro. Una pequeña lluvia de cascajo caía sobre las mesas y algo se estrellaba con los muros provocando la percepción de que temblaba.

-Busca a tu madre - murmuró Bérenice.
-¿Crees que esté bien?

Ella iba afirmar cuando una figurilla de color rojo se reflejó en un vitral. Bérenice la vio de reojo.

-¿Quién es?
-Es una niña - declaró Anton - parece escapar.
-Haz lo mismo, déjame aquí.
-Pero te estás muriendo.
-Tu madre ha de estar intentando encontrarte y la niña está sola, corran y sálvense.
-Adiós, Bérenice.
-Gracias por todo, no puedo respirar.

Anton iba a quedarse hasta al final cuando la figurilla roja apareció nuevamente y golpeaba el vitral suplicando por ayuda. El chico tomó su mochila y volteó a verla, reconociéndole en el acto.

-¡Carlota! - gritó y fue a su encuentro. 

-¡Carlota, no te asustes! ¡Estoy vivo! - pero ella no lo atendía - ¡Carlota, soy yo, tu amigo! ¿No me escuchas? 

Sin respuesta, Anton decidió tomarla del brazo, pero se llevó la sorpresa de que ella podía atravesarlo y si trataba de tocarla, sus dedos se manchaban de rojo.

-¿Un disparo? ¿De dónde? ¡Carlota, sé de un lugar seguro! ¡Espera! 

Las balas caían pero ninguna hería a Carlota, que volteaba insistentemente hacia atrás y esquivaba derrumbes. Persiguiéndola, Anton procuraba ser una especie de escudo humano, indicando por dónde era preferible huir sin ser atendido. A cada segundo, él más se convencía de que ella era su amiga y por eso la abrazó por detrás cuando subiendo por una escalinata, ella descubrió una cantidad interminable de cadáveres con los que se tropezaba, circunstancia que la incitaba a llorar y gritar de terror sin detenerse en su carrera que, por la espesa nube de polvo, no daba oportunidad de saber quienes la perseguían. 

Tell no Tales se encontraba semi destruida, con manchas de muerte en los escasos muros que resistían de pie y con un eco que se antojaba mortal si ella no se controlaba de una buena vez. Cada rama, cuerpo o adoquín que pisara delataba su posición y en medio de inmenso apuro, Carlota se deshizo de su calzado, quedándole unas medias como única protección de los pies ante un suelo congelado. Su abrigo rojo, que aún en la profundidad de una niebla blanca se distinguía claramente, estuvo a punto de ser abandonado hasta que una ligera tormenta de nieve la obligó a claudicar, no siendo el caso de su energía para continuar con su carrera. Anton deseaba sostener a esa Carlota y evitarle subir una colina en Poitiers pero continuaba incapaz de retenerla hasta que ella paró de golpe en la calle Nathalie y su expresión de miedo contagió al chico Maizuradze. Había más cuerpos inertes, más nieve en el suelo y a espaldas de Anton, una mujer alistaba una daga. Ninguna sentía la presencia del espectador pero de manera intempestiva, un soldado se interpuso entre ellas. 

-Tiemblas, niña.
-No me haga daño.
-Dame tu dije.
-Es suyo.
-Exquisita joya. 
-¿Qué me hará?
-"El nombre de la niña es Carlota Liukin", debí hacerle caso a ese mensaje.

El soldado se acercó y arrancó el collar de Carlota.

-Esto se acabará de una buena vez.
-No me toque.
-Te ocultaste bien, pero nadie escapa de sus demonios. 
-Ya tiene lo que desea, permítame ir.
-Aprende esto: ¿Ves a Dios en alguna parte? Su amor es raro, elige abandonarte por salvar a un montón de humanos de sangre convencional que se volverán nuestros esclavos. ¿Qué se siente saber que a ellos que nada significan les concede la vida, pero a ti, que eres la hija de un rey que le sirvió con lealtad, se la niega y nos la entrega? Ese Dios te hizo excepcional para deshacerse de ti, debiste saber que te hallabas en el bando equivocado.
-¡No le hagas caso! - gritó Anton y su vocecilla se escuchó como un eco.

-¿Te envían un ángel de la muerte en consuelo, pequeña? - insistió el soldado. El chico, pese a ser inútil para intervenir, trataba de detener al hombre que no le veía y de apartar a la chica, que no lo sentía y forcejeaba débil para evitar su destino.

Anton Maizuradze terminaría siendo testigo de como el soldado le pedía a su compañera la daga y hería a una frágil Carlota en el corazón. En lugar de caer, la niña parecía derretirse en principio como veladora y se convertía en un líquido rojo que se escurría y confundía con la sangre de los cadáveres. Anton, incapaz de ayudar, quiso sostener a la pequeña de abrigo rojo, pero al tocarla, el cuerpo acabó violentamente por colapsar, salpicándolo. El chico, horrorizado, contempló al asesino frente a él, buscando algo más en la mancha hasta encontrar el corazón del cuerpo, mismo que fue depositado en una caja dorada y adornada de piedras preciosas para ser llevado ante "nadie sabe quien" en "nadie sabe qué lugar", pero a quien tal obsequio le concedería un poder ilimitado y más valía dárselo lo antes posible porque un sacrificio había sido necesario y eso volvía al corazón más potente e imprescindible.

Anton por su parte, pensó que en aquél charco aún había más y con insistencia, sumergió sus manos hasta sacar el abrigo rojo que quedaba intacto y que delataba que de Carlota quedaba un líquido ligero al que vio irse, junto con el resto de la sangre, por la alcantarilla. 

Feliz año nuevo 2014 a los lectores, gracias por el seguimiento y sugerencias. Buenos deseos a todos.

martes, 24 de diciembre de 2013

El regalo inesperado (Cuento de Navidad de La sonata del hielo)

                   
                   
Because I love you, my Doctor.


Hammersmith, 2:47 am

Cuando Carlota y Sergei culminaron la conversación, una pequeña nevada inició en Hammersmith. Los cristales, el escalón y los arbolitos que decoraban el lugar se cubrieron de nieve. El teniente Maizuradze y Viktoriya observaron a la niña con mucho cuidado.

-¿Lo ves, papá? Ella congela todo lo que quiere.
-Hace frío, de seguro esto es de lo más normal, no saquemos conclusiones.
-Mira bien, te juro que ella está detrás de esto.

Por seguir la corriente, él continuó atento a cada paso de la niña, quedando perplejo cuando esta última, al tocar una butaca, dejó un rastro de hielo sin advertirlo siquiera.

-Esta vez me disculpo, tienes razón, Vika.
-Lo curioso es que la gente no sufre.
-Pero los obliga a tiritar.
-¿Por qué nadie se da cuenta?
-Porque ella tampoco sabe.
-¿Será algo nuevo? 
-Tal vez no, tiene mucho control pese a ignorarlo.
-¿Qué haremos?
-Cerrar la boca.

El teniente Maizuradze sacó una chamarra y la colocó a Viktoriya mientras Carlota hacía lo propio con un elegante abrigo rojo que colaboraba con esa apariencia de princesa rusa que encantaba tanto a los presentes. La niña lucía tan hermosa que nadie le dirigía la palabra por temor a distorsionar su rostro serio y gélido.

-Nunca había estado cerca de alguien con semejante presencia - confesó Tamara cuando se acercó al teniente.
-A mí me cuesta trabajo no decirle "su Alteza".
-¿En serio?
-Desde que la conozco.
-A mí me impresiona que sea amiga de alguien como Anton.
-Mi hijo sabe adaptarse a la situación, o más bien, supo hacerla reír.
-Qué hábil.
-Parece que nos quedaremos mudos por Carlota en unos segundos.
-Por suerte, no trae una corona puesta.

Así fue como ambos cayeron en aquella hipnosis que en medio de su melancolía, Carlota era capaz de lograr. Mientras los muros se cubrían con una fina capa de hielo, la niña alzaba sus ojos hacia el reloj y escuchaba el tic tac como si fuera una melodía. 

Uno de los más atentos era Sergei Trankov. Y le sorprendía. Hacía un instante que había dejado de platicar con ella y ahora, su mirada cristalina y el cabello castaño claro destacaban sobremanera, haciéndola lucir como una ilusión, muy hermosa por cierto.

-"Estoy en un cuento" - pensó él con antipatía - "¿Acaso puede existir tal belleza en ella?" - y se preguntaba si en cualquier momento alguien la reverenciaría o le ofrecería diamantes. Nadie perdió detalle de cuando ella cubrió sus manos con guantes ni de cómo tomaba un libro para terminar su lectura. A su lado, un cabizbajo Joubert Bessette parecía un prometido adecuado disfrazado de un joven normal y ojeroso y Adelina Tuktamysheva una amiga del jet set con actitud admisible. Pero todas las miradas retornaban a Carlota inmediatamente y como imán, logró acaparar la atención total sin objeciones. Hasta en las macetas, las escasas flores que se resistían a morir en medio de tanto frío, apuntaban sus corolas hacia ella, como si anhelaran postrarse.

Pero alguien rompió drásticamente el mito. Un estridente sonido a guitarra eléctrica distorsionada y una voz nasal de actitud cool, ocasionaron que los demás despertaran del trance y el hielo, que había avanzado bastante, retrocedía con velocidad hasta volver al exterior y quedar, cuando mucho, en las esquinas de los cristales.

-Disculpen el ruido, esta canción es absolutamente fantástica, ¿no lo creen? - dijo la voz. Carlota en contraste, se molestó bastante y reaccionó como una heredera reclamando su reino.

-¿Cómo se ha atrevido? Ese volumen es inaceptable.
-El rock inglés sólo se aprecia bien a volumen alto.
-Al menos discúlpese adecuadamente.
-Fue lo primero que hice.
-Su escándalo me causa dolor en los oídos.
-En ese caso...

En lugar de disminuir, el sonido aumentó y Joubert terminó cantando a gritos junto al impertinente hombre que actuaba como si fuera el vocalista de una banda. 

-¿Fan de Blur? 
-Desde Leisure
-Joubert Bessette.
-Tennant Lutz.
-De acuerdo, señor Lutz, ahora que ha revelado su identidad, - señaló Carlota con tono inquisitivo - detenga de golpe el ruido y tome un asiento, algunos buscamos tranquilidad y he de exigirle respeto.

El hombre se rió del argumento pero la música cesó.

-Señorita ¿se porta con tal solemnidad siempre? 
-He expresado mi anhelo de calma con forma enérgica.
-Tal vocabulario jamás se lo escuché a una niña.
-Usted no distingue a una jovencita de una niña.
-Se equivoca, gracias a su tono, sé con certeza que usted es una niña.

Carlota abrió la boca de disgusto total y volteó hacia atrás, sabiendo al instante que su interlocutor calzaba unos tenis Converse(c) rojos algo gastados, su cabello se notaba despeinado y su corbata estaba anudada con descuido. Si revisaba el rostro, era el grito en el cielo: Tennant Lutz era nada menos que el cantinero del tren, mismo para el que no era tan deslumbrante el aura etérea de la chiquilla. Lutz era, digamos, un poco menos complaciente gracias a su oficio, pero no ocultaba que le daba gusto volver a ver a Carlota, aunque advirtiese por sus gestos que no se sentía bien. Ella por su parte, determinó guardar la novela que poco antes consumía su atención y abandonó su butaca para tomar a Joubert de la mano y llevarlo al extremo opuesto sin escuchar lo que éste le decía sobre Blur y lo importante que era el grupo para chicos como él por lo realista de sus letras. Lutz disfrutaba de la repentina atención que recibía y Carlota estaba celosa, además de furiosa; sin contar que ella le prodigaba un gran rencor por traicionarla a cambio de los 10€ que Adelina pagó por sus secretos. Captando que Lutz era non - grato a la chica Liukin, Sergei Trankov le estrechó la mano con efusividad y comenzó una charla que terminó incluyendo a los presentes en poco tiempo. Tal desaire a "la princesa" era insoportable. Las risas, anécdotas y conocimientos musicales del cantinero lo convertían en un interesante nuevo amigo y la nieve caída se derritió. 

-"Así que dejas de congelar al ser ignorada" - pensó Viktoriya Maizuradze mientras se alegraba sin parar por olvidarse de los escalofríos de los últimos días y observaba como la pequeña se iba a una especie de servi-bar detrás de un muro y que era de autoservicio. Cualquiera que contemplase aquello lo hubiese minimizado. Carlota Liukin ahora era terrenal y poco atractiva como las multitudes; anónima y olvidable como los vendedores de aparador o los burócratas y una chica con un novio convencional que a la primera oportunidad se separaba para conversar sobre temas de su interés. 

Claro, a Carlota Liukin no le era entretenido aislarse y menos a causa de un cantinero boca floja con quien ajustar cuentas iba a ser difícil. Desde su nuevo espacio, el muro, descargaba su mal ánimo maldiciendo al inoportuno Lutz y declarando que deseaba con todo su corazón tirarle los dientes; peor suerte corría Sergei Trankov, a quien calificaba de "monstruosamente adorable idiota a quien le patearía el rostro hasta matarlo".
No lo hubiera dicho.

-Tal como lo imaginé, tienes problemas.
-Mereces que te corten una mano y te den de cachetadas con ella por traidor.
-Qué dura.
-Me vendiste por 10€ en el tren cuando te acababa de conocer, así que de ser capaz, te arrancaba los ojos.
-Tú y yo tenemos historia, señorita ¿se te olvidó XO? 
-La persona que me atendió era bastante amable.
-¿Quién crees que te sirvió el martini?
-¡Qué bueno que no lo probé porque olía espantoso!
-En realidad te lo arrojaste en el vestido.
-¡Me lo aventaste!
-¡Hey! No tengo la culpa de que no sepas agarrar una copa.
-Debieron echarte de ese bar por creer que yo tenía diecisiete.
-A contraluz no te vi bien, pero con tu pose, lo supe.
-De todas formas te despidieron.
-Eso no es cierto, renuncié.
-Y obtuviste un puesto en el tren que te permitió aprovecharte de mí.
-Jamal es un lugar muy aburrido después de diciembre, no hay clientes, no hay dinero y es muy tedioso, pero intercambié mi talento para preparar tragos por viajar gratis hasta acá... Y no, no me aproveché de ti. Sólo recibí 10€ por confirmar lo que una amiga tuya ya sabía porque leyó tu diario.
-No sé si llamarte rata o golpearte la cara.
-Lo que gustes, bonita.
-¿Qué? 
-Bonita.
-No me llames así.
-Te simpatizo.
-¿De dónde sacas que me caes bien?
-La experiencia que da el oficio. 
-Eres pretencioso pero perdedor.
-Error, me dieron un trabajo en París. 
-No pasarás de ser un cantinero de octava.
-Oye, me subestimas.
-Súper cretino ha hablado.
-¿Sabes qué hice con el dinero de tu amiga?
-¿Qué?
-Te compré un prendedor en forma de patines, es que te vi en el diario y no pensé que te hallaría tan fácil.
-Es lindo.
-Para ser diseñado en Hammersmith...
-¿Qué sigue? ¿Decir gracias?
-Conozco a mis clientes; señorita, estás en problemas.
-Como siempre.
-¿El segundo afortunado es Sergei Trankov?
-Por favor.
-Lo atendí en el tren y no me equivoqué cuando supuse que él es de la clase de héroe que amas al instante.
-No me gustan tus deducciones.
-Ni a mí que no sepas qué hacer.

Carlota no respondió. 

-He pasado mucho tiempo aquí, me regreso ya con el grupo o sabrán que algo pasa.
-¿Te llevas una botella de capuchino?
-Tú tomas una bebida energética y no digo nada.
-Eres un tipo entrometido.
-Porque no hablo a la ligera al decirte bonita.

Él se aproximó demasiado.

-A diferencia de los hombres que has amado, yo sí estoy interesado.

Carlota se permitió ser dominada por los nervios y sin oponer resistencia, recibió un beso atrevido y prolongado en los labios.

-Wow.
-Aunque soy más joven de lo que crees, nuestra oportunidad vendrá mucho más tarde. Soy Tennant Lutz y cuando tengas realmente diecisiete años, hablamos.

Tennant sonrió cándidamente y tomó más bebidas para despistar a los presentes. Carlota en cambio, permaneció un gran momento quieta y cavilando: ¿rock inglés? ¿Blur? ¿A qué se refería Tennant con eso y por qué la movía a querer saber más? Y algo más intrigante: ¿Por qué no había correspondido el beso? Tennant Lutz era verdaderamente joven ¿Por qué no volvía para repetirlo de una vez? Ella retomaría su posición de princesa etérea dejando el asunto abierto ¡Tennant! ¡Tennant!

martes, 17 de diciembre de 2013

El relato de Carlota y Sergei (La sonata del hielo)



Joyeux Anniversaire, Fabian Bourzat! 


Las luces de Hammersmith lucían opacas y Carlota Liukin las contemplaba desde el vehículo que la trasladaba al aeropuerto mientras más se hundía en su asiento y pensaba que su estadía había sido extraña y no pretendía averiguar qué sucedería después. A su alrededor nadie hablaba y le parecía fantástico que así fuera porque podía leer toda clase de letreros en cada esquina gracias a los deficientes semáforos que marcaban el rojo con desesperante frecuencia.

-Llegaremos mañana - comentó en mala broma para sí misma pero se equivocó al creer que nadie la había escuchado: Sergei Trankov, que viajaba en la parte de atrás, volteó a verla y Carlota acabó concentrándose en el reflejo de él, recordando la tarde en que lo encontró con un traje rojo y esa camisa abotonada que hasta la fecha resultaba la más elegante que hubiese visto. Él en cambio, tenía en mente a la Carlota real, la que lo hacia reír a diario con sus caprichos y berrinches, así como por su insólitamente complicada vida amorosa.

Sergei Trankov se interrogaba el por qué una chica de trece años había experimentado un primer amor por un hombre mayor a treinta y después el por qué esa misma niña ahora tenía un novio que parecía de adorno a últimas fechas. A lo mejor el mundo había cambiado tanto que ahora resultaba normal que alguien de la edad de Carlota Liukin se enamorara. Trankov deseó culpar a las telenovelas, a las revistas, a los illuminati y a la políticas públicas por ese caos, pero Carlota atravesaba por una época dura, en la que renunciar a su niñez era una cuestión drástica y no paulatina, orillándola a tomar de la mano a su chico y al mismo tiempo jugar con muñecas. 
Tranvkov entonces, supo que esa era la razón de su animadversión hacia ella.

Al exterior, el viento soplaba fuertemente. El servicio meteorológico de Hammersmith anunciaba por radio que un temporal comenzaría en dos noches y que los servicios aéreos se suspenderían al día siguiente por la tarde. Carlota decidió revisar su boleto para constatar que no sufriría otro retraso y el alivio la recorrió al saber que su vuelo sería temprano. Como el aeropuerto aún era lejano, prefirió cerrar los ojos aunque no pudo dormir. No quería soñar con historias imposibles, mucho menos a hallar a Sergei Trankov en su propio mundo. El insomnio forzado era un remanso endeble y no tardó en saber que el propio Sergei intentaba la misma táctica para no encontrarse con ella en ese paisaje onírico que sólo ellos conocían. Carlota pidió que sucediera algo que la hiciera llegar a su destino y así poder tener en mente otra cosa, pero ni el cielo escuchó. Así transcurrió una hora, luego otra y al final, otra más. Una llovizna insignificante recibió a la chiquilla al descender del vehículo y el viento empujado por un ventilador hizo lo propio en una sala de espera gigantesca, con unos ventanales limpios y la vista de una pista de aterrizaje semi desierta. Carlota eligió sentarse en un escalón cercano a las butacas, apartada de quienes la acompañaban. Percibía murmullos, nada extraño, pero fracasó en su afán solitario.

Sergei Trankov se situó junto a ella cuando consideró que tenía que hablarle. 
"La gente aquí no se atreve a preguntar qué te ocurre", afirmaba y Carlota alzaba la ceja con resignación.

-¿Pizza y té?
-¿Para mí?
-Te traje una rebanada, has de tener un poco de hambre.
-Gracias, Sergei.
-Qué irónico ¿no crees? Las guías turísticas de Hammersmith recomiendan comer en los restaurantes de este lugar, como si lo mejor lo dieran al final para compensar lo mal que la pasamos.
-Aquí todo es insípido.
-Es una ciudad de paso, les urge que todos se vayan.
-¿Y tú tienes prisa?

Sergei puso cara de sorpresa ante semejante pregunta y contestó:

-¿Tú no?

Carlota se limitó a tomar el té y posar su mirada al frente.

-Finges la indiferencia de tal manera que parece verdadera.
-No te estoy haciendo caso, Sergei.
-No me contestarías.
-No quiero hablar contigo.
-¿Me crees tan ingenuo? Sé que te mueres por decirme algo.
-¿Morirme? Qué chocante eres.
-No me odies por no tratarte como princesa.
-Sería más que el colmo, no lo mereces. Si dependiera de mí, ni el saludo nos dábamos.

Sergei Trankov lanzó la carcajada de inmediato y Carlota se contagió de ello. 

-Sabía que no te soy tan detestable.
-Te caigo mal de igual manera. Es diferente en sueños.
-¿Será por qué no te portas igual en ellos?
-O porque ahí no soy una chiquilla inmadura.

Trankov reflexionó un momento: Carlota tenía razón. Era en esos lugares inconscientes donde ella se transformaba en una mujer coherente, pero en la vida real le dolía ser la jovencita a la que faltaba un gran tramo para entender que hiciera lo que hiciera, le había tocado vivir un tiempo diferente.

-¿Cuándo te diste cuenta?
-¿De qué?
-De que te sueñas mayor para ser "libre", según tú.
-Esta vez no te entiendo, Sergei.
-¿Cuándo supiste que estabas en problemas de edad, otra vez?
-Eso no ha pasado.
-¿Negarás lo que sientes?
-Trankov, no es lo mismo soñar con que no eres un idiota que tenerte enfrente de mí y soportar una charla sin sentido.
-¿No te interesa saber mi opinión?
-Si la quisiera, te preguntaba.
-¿La estrategia ahora es ahogarte en un sentimiento que no existe?
-Te he dicho que no ameritas mi
odio, me ofende que pienses que me provocas algo.
-Qué mala eres ¿Te ofende admitir que te enamoraste de mí?
-¿Qué....? 
-¿Cuándo lo descubriste? 
-Trankov, sí te odio.
-¿Esa es tu evasiva? 
-Aplaudo tu maravillosa imaginación pero si estuviera "enamorada" te trataría con cariño.
-Eso es lo que haces.
-Obvio no.
-Siempre te preocupa que me pueda ocurrir. 
-No significa nada.
-Significa todo... En tus sueños.

Carlota estrechó la mano de Trankov casi por instinto, él se soltó enseguida.

-Me gusta soñar con el hielo, con dar vueltas y correr por la montaña contigo. Ahí no eres patético.
-Pero no soy de carne y hueso.
-Hasta que despierto.
-No te puede agradar alguien como yo.
-¿Estoy mal?
-Carlota, tienes trece años y yo veinticinco.
-Lo sé.
-Lo increíble es que te volvió a pasar.
-Enamorada de un tipo mucho más grande, de nuevo.
-¿No te enamoraste del Sergei Trankov de tus sueños, cierto?
-Fue de ti, del real... Diablos.
-Y es reciente.
-¿Cómo lo notaste?
-Sonríes cada que me miras, suspiras cuando crees que no te veo y colocas tu mano derecha para sentir tus latidos.
-No me pasaba antes, Sergei.
-Carlota, sabes que mi respuesta es no.
-Porque soy pequeña.
-Porque a tu edad deberías estar disfrutando tus últimos juguetes.
-¿Por qué me tocó ser una niña ahora?
-¿Por qué no lo aceptas? 
-Porque en mis sueños todo es más fácil.
-¿En serio?
-El Sergei Trankov de mis sueños no me fastidia recordándome que algo pasa conmigo. Nunca he querido pensar por qué amo a alguien como tú si eres imposible de alcanzar. Ni siquiera sé por qué hablo y hablo de esta forma. Hace un año me hubiese muerto de vergüenza si te enterabas de lo que siento por ti y hoy ... Dentro de unos minutos volverás a serme vomitivo y yo te seré más molesta que antes, posiblemente me colgaré del brazo de mi novio para sacarte de quicio y soportaré tus comentarios más estúpidos para estar en paz. Mejor preocúpate cuando tengamos que cerrar los ojos y nos encontremos en nuestros sueños porque en ellos no soy una chica de trece años deseando tomar tu mano y guiñarte un ojo.
-Carlota Liukin, los sueños terminarán. 
-No ahora.

Sergei respiró profundamente, buscando las palabras más honestas que aquella niña pudiese recibir de su parte. Muy en el fondo la apreciaba, quizás poco, pero entendía que la Carlota onírica era completente distinta a la que se hallaba enfrente de él y entendería que él tomaba su distancia.

-Tarde o temprano, no volverás a verme. 
-Eso es falso.
-No seguiré observándote danzar o lanzándome nieve en sueños y en la vida real también deberé irme, pero me hace feliz creer que esto te servirá de algo y vivirás mejor. Lamento no ser tu príncipe, Carlota Liukin.

La niña fue incapaz de replicar cualquier cosa aunque no estaba decepcionada ni triste, sobremanera porque la reacción de Sergei Trankov era predecible desde el comienzo. Ella, sin embargo, no estaba segura de que lo mismo ocurriría en los sueños de ambos, donde él mantenía la promesa de regresar y amarla: Él no recordaba que en aquél mundo, Carlota tenía veintiún años.