sábado, 5 de octubre de 2013

De compras


Sí, lo sé, pero mi Fabian Bourzat NO inspiró este cuento y no encontré una mejor ilustración.

El sábado inició con los rayos del sol apuntando al rostro de Carlota, que desde su cama contemplaba un cielo bellísimo y cristales de colores, producto de una brisa cálida que auguraba alegría en Hammersmith. Tamara se había levantado y al parecer no estaba afectada por el asunto con Luca Fabbri.

-Supe de un buen sitio para desayunar, ¿quieres unos wafles?
-¿Sigo soñando?
-Oí a Sandra Izbasa diciendo que hay un lugar a veinte minutos que no está tan mal ¿vienes? 
-Me daré un baño.
-El señor Maizuradze nos invita a la playa después, ¿te parece?
-¿Puedo usar bikini?
-Por supuesto que no.
-¡Yo quiero!
-Me da mucho gusto pero no. Arreglé tus cosas, no te tardes.

Carlota saltó hacia la regadera y sin hacer ruido, Tamara salió de la habitación con una gran bolsa al hombro. El teniente Maizuradze estaba en el pasillo y se notaba que esperaba a Viktoriya, ya que no paraba de mirar el reloj y de apretar un tubo con bloqueador solar.

-Buenos días, Tamara ¿cómo está?
-Buenos días, estoy tranquila, gracias.
-¿Lista para un día de descanso? 
-Me emociona imaginar que me broncearé un poco.
-Excelente, ojalá sea un buen anfitrión...
Le confieso que no sé asar carne.
-Haguenauer sí, él le ayudará.
-Por las bebidas no se preocupe, confisqué la cerveza. Estas gimnastas rusas pensaron que me verían la cara.
-Bien hecho.
-¿A dónde va ahora?
-A desayunar, tal vez haga unas compras después.
-Llegaremos a las trece horas a la playa
-Seguro nos veremos allá, con su permiso.
-Propio. 

Ella caminó hacia el ascensor, coincidiendo con Haguenauer en el acto. Se saludaron apenas y se dedicaron a aguardar.

-Pasquale Zazoui se muere por hablar contigo.
-Me esforcé tanto en evitar ese día.
-¿De qué te ríes?
-Han pasado cuatro años, me encanta.
-Ay, Tamara.
-La junta no va a durar mucho.
-Será conferencia de prensa.
-No fingiré desvergüenza.
-Algunos tienen la intención de removerte como entrenadora de Carlota.
-Te darán el puesto.
-No voy a trabajar con ella.
-Pero la quieres ahorcar, aprovecha.
-Contactaron a Lena Tarasova, a ver si accede.
-Se negará.
-Deseo lo mismo.
-¿Motivo?
-Odio a Carlota pero no es para tanto.

Haguenauer sonrió con su broma, deteniendo la puerta del elevador y entrando detrás de Tamara. 

-Lo bueno es que la fama es efímera.
-¿A qué viene el comentario?
-A noticias de Tell no Tales.
-¿Qué pudo pasar? ¿Otro descerebrado?
-Un cantante en problemas por meterse con una "fan" que además es una delincuente perseguida. Arrestaron al tipo y lo tienen grabado. Los de la tele están felices.
-Esta ciudad le pega lo chismoso a cualquiera.
-¡No!
-¿Por qué me dices esto?
-Porque 'Realeza' ya no se vendió, esta "nueva exclusiva" fue para una revista de moda llamada "Rócoco" en su sitio web.
-A todo mundo le gusta "Realeza" 
-Regla de Hammersmith: Si no se vende en las primeras horas, ya pasó de moda.

A Tamara comenzó a darle un ataque de risa súbito y gozoso, no exento de un alivio profundo. 

-¿Cómo cambian las cosas, no?
-Quisiera ver la cara de Luca y de la gente que le pagó.
-Pero afuera de esta ciudad sigue siendo el presente.
-¿Qué más da? La estupidez extrema le ganó a la intimidad.
-¿De dónde sacas tantas frases, Tamara?
-Debería escribir un libro de pensamientos light, eso vende.
-Te estás tardando.
-Creo que todavía es temprano, la pseudo filosofía de la vida funciona con oficinistas treintones que oyen música ochentera.

Ambos descendieron en medio de suposiciones de cómo sería el
inexistente escrito, en un intento por relajarse y simular que no veían a los reporteros que hacían guardia a las puertas del hotel mientras entrevistaban a Sandra Izbasa para una emisión matutina en vivo. Por el ambiente, podían darse cuenta de que mucha gente conocida se hospedaba en el lugar y alcanzaron a distinguir a las chicas del equipo estadounidense de gimnasia a punto de irse de excursión. Otras chicas hacían lo mismo. 

-Al menos conocemos a las rusas.
-Amén.
-Le dije al señor Maizuradze que estarás en la parrilla.
-Me quería divertir, Tamara.
-Te necesito viendo a lo lejos.
-¿Para qué?
-Joubert Bessette no me da confianza y quiero disimular que me la paso vigilándolo.
-¿Cuándo te desharás de él? 
-Déjale ese asunto a Ricardo Liukin. 
-¿No vas a intervenir?
-Si Joubert fuera una molestia en las prácticas, ya lo habría corrido.
-Ese muchacho es peligroso.
-Pero no soy la madre de Carlota o una autoridad moral respetable, debo ser congruente.
-Más vale que Carlota esté sola el próximo mes a más tardar o cumpliré mi advertencia.
-Ahora yo digo "amén".

Oculto en un rincón, Sergei Trankov río por lo que había oído. No necesitaba ser genio para opinar que aquello era mala idea, que la niña se aferraría a Joubert entre más negativas recibiera para seguir junto a él y en un descuido terminaría enemistada con sus entrenadores.

-Detesto a Carlota - murmuró en mofa y se limitó a verla cuando se apareció en el lobby. Joubert no tardó en encontrarla y besarla en la frente, para envidia de las gimnastas y las turistas presentes. Transcurrieron unos minutos de charla y ambos se fueron en compañía de Haguenauer y Tamara.

-¿Podrías dejar de espiar e irnos? - pidió Lubov Trankova, recordándole al guerrillero que era un día de descanso. Él la rodeó con su brazo derecho y dejaron el lugar.

Afuera, la ciudad era una fiesta con globos y la gente aguardaba impaciente la tarde para el esparcimiento sabatino en la playa. A Trankov le llamó la atención que las carnicerías estuvieran llenas y las tiendas de autoservicio escupían gente eufórica. 

-Me comprometí con el señor Maizuradze a comprar las papas e ir a una parrillada - murmuró él, agradeciendo que se le había ocurrido desayunar en el hotel y podía gastar su tiempo en una larga fila rumbo a la caja. 

-¡Creí que tomaríamos el ferry! - recriminó ella.
-Olvidé pasar al supermercado ayer.
-Gracias por arruinarme la mañana.
-Discúlpame.
-Claro, lo que tú digas.
-No voy a discutir aquí.
-Yo tampoco, pero me debes una más. 

Él le concedió la razón e ingresaron a un centro de abasto que parecía excesivamente surtido y con precios no razonables. En cada pasillo se hallaban artículos poco comunes como aperitivos coreanos o bebidas chinas, frutas brasileñas y dulces sudafricanos. En el corredor de frituras, Trankov estaba tan deslumbrado que no podía decidirse entre marcas ucranianas o alemanas, así que Lubov, ansiosa por irse, tomó un par de botanas, creyendo que saldrían más o menos a tiempo para caminar o hacer algo; pero la lentitud del servicio hizo imposible albergar cualquier esperanza.

-Te lo voy a compensar, Lubov.
-Veremos.
-¿Estás enojada? 
-Quería pasar un día contigo, solos.
-En la noche podemos ir a cenar.
-Los restaurantes elegantes no existen en Hammersmith.
-O vamos al cine.
-Me gusta la idea.
-Relájate, después seremos tú y yo.

Lubov no contestó. Se notaba molesta e incrédula con los nuevos planes, así que puso mala cara. Poco a poco, las chicas que la rodeaban comenzaron a coquetear con Sergei sin ser correspondidas y Lubov se enfadó más.

-Deja de mirarlas. 
-No te pongas así.
-Soy tu mujer, que no se te olvide.

Sergei bajó la cabeza para obedecer lo que a todas luces era una orden. Los cuchicheos y las críticas no se hacían esperar de parte de las presentes y todas se compadecían de la actitud sumisa del hombre. Lubov ni parpadeó.

-¿Quién te invitó a esa fiesta?
-Las amigas de Vika.
-¿Por qué aceptaste?
-Me pareció divertido.
-¿Te das cuenta de que nunca dices "no"?

Trankov meditó la respuesta sin externarla. 

-¡Chico lindo! - se oyó, pero la voz correspondía a una jovencita impresionada con otro muchacho en una fila no muy alejada. Lubov y Sergei prestaron atención, reconociendo la voz de Carlota Liukin alegrándose por haber hallado botes de helado de distintos sabores y una hielera aparentemente eficiente. Joubert la tomaba de la mano y lucía unos lentes de sol que le concedían un aspecto rebelde. 

-¡Viene con su hermanita! ¡Qué tierno! - exclamó Sergei tan alto que Lubov no evitó la carcajada y Carlota transformó su faz risueña en una mueca de reproche.

-Perdóname, sorry.* - ironizó Trankov. Joubert, sin embargo alcanzó a percatarse del batallón de jovencitas que lo miraban, captando que el guerrillero se burlaba de eso y no de la chica Liukin.

-Ellos van a llegar a la caja primero ¿vamos? - sugirió el joven Bessette.
-No, a nosotros casi nos toca.
-Les decimos que pagamos juntos.
-Trankov está muy bien ahí donde lo ves.
-Es mi amigo, Carlota.
-Bueno, tráelo y sé feliz.
-¿Qué te hizo? Antes te agradaba.
-Meterse en lo que no le importa y espiarme cuando cree que nadie lo ve.
-¿Cuándo pasó?
-En el tren... Aunque no tiene importancia, exageré.

La niña sonrió falsamente, pensando en que Trankov sólo era capaz de enfurecerla con sus chistes en lugar de contar algo más delicado: En silencio, existía el acuerdo de guardar el capítulo de los cerezos, al menos por un tiempo.

-Entonces ¿le digo que se acerque?
-¿Por qué no? Él te cae bien.

Joubert llamó a Sergei Trankov, mismo que no dudó un segundo en acceder y saludar, admirándose de que Carlota pudiese crear la ilusión de que todo marchaba sin problemas. 

-Qué buena actriz eres, bebé. - cuchicheó.
-Cállate.
-No acabes con mi paciencia.
-Imbécil.
-¡Bruja!

Carlota se cruzó de brazos pero aparentó buen humor, aún cuando a su alrededor no cesaban de nombrarla "hermanita pequeña" con el único pretexto de halagar al joven Bessette. 

-Ojalá ya nos cobren - comentó este último incómodo.
-Pero si estás bonito - replicó Carlota, ocasionando una sonrisa pícara en su chico y el recibir un beso en la mejilla. 

-Gracias.
-De nada, guapo.
-¿Por qué tan halagadora? 
-Porque sí.
-Tú eres la bonita.

Joubert tomó a Carlota del hombro y ésta lo estrechó espontáneamente, Lubov los contemplaba con ligera envidia, producto de los sinsabores cotidianos.

-Él se ve contento - le comentó a Sergei - y ella enamorada.
-Carlota es una santa.
-Todo un angelito.
-Qué "encantadora" niña... Joubert ¿no habían ido a desayunar?
-Tamara nos obligó a comer rápido y nos  mandó aquí.
-¿Qué hora es?
-Casi la una.
-¿Nos hemos tardado tanto? 
-¿Cuándo llegaron?
-Diez de la mañana.
-Nosotros no tenemos mucho, como media hora.
-Mejor hubiéramos ido a otro lado - dijo Lubov a Sergei, un poco más enojada que antes, pero ella eligió calmarse y trenzar el cabello de Carlota que no se inmutó.

-¡Allá hay otros guapísimos! - dijo imprevistamente otra jovencita. El espectáculo de adolescentes y veinteañeras avisándose entre sí para posar sus ojos en galanes imposibles era costumbre en Hammersmith y en parte influía en la lentitud de cualquier servicio o la creación de tumultos callejeros. No era porque los hombres de la ciudad fueran atractivísimos, sino por los estereotipos de las telenovelas, que los ponían a competir por el cuerpo más musculoso, la risa más carismática y la actitud más varonil. Las chicas, comprendiendo que no eran tan bellas como las actrices, jugaban el rol de cenicientas desesperadas que tal vez tendrían suerte y atraerían a uno de estos falsos adonis, sin importar que nunca pasaba.

Para la desgracia de todas, esa fue la razón por la que Carlota comenzó a ser rodeada por estos especímenes, que abusando del poder que ejercían, lograban que las jovencillas les cedieran su lugar.

-Hola - dijo uno.
-Te ayudo con tus cosas - señaló otro. La niña Liukin se hacía la desentendida y se le encendían las mejillas con la lluvia de cumplidos que seguía.

-Estamos en un supermercado, ¿qué carambas pasa? - gritó Lubov, enterándose al instante de que Carlota poseía la apariencia requerida para estelarizar campañas publicitarias o series dramatizadas. 

-Nunca serás una diva, bebé - musitó Trankov. Carlota se volvió a mirarlo con irritación y él se limitó a continuar con su risa, seguro de que Joubert ni se percataba por atender, igual que Lubov, la surreal escena alrededor.

-¿Por qué no avanzamos? 
-Falta poco, Joubert.
-¿Sí estoy bonito?
-Estos musculosos están horribles, tú eres guapo.
-Gracias, Carlota.

La niña apretó sus manos, esforzándose por no ver a otra dirección que no fuera el piso. 

-¡Pervertidos! ¡Esta pequeña sólo tiene trece años, déjenla en paz! - protestó Lubov - ¡Y todas las señoritas deberían buscar algo que hacer en lugar de ver a estos monstruos que tienen el cerebro en el bícep izqui... Quién es él!

La chica Liukin frunció el seño y giró hacia atrás, sorprendida por la conducta impulsiva de Lubov, motivada por un desconocido de físico impresionante. Claro, Carlota curioseó y al descubrir al sujeto de interés, casi se le salen los ojos de las órbitas.

-Es tan sexy que me estoy derritiendo más que el helado.
-Ahora entiendo todo, me retracto de haber pensado que las tipas en este lugar son cabezas huecas.
-Nunca me quiten esta vista.
-Qué bueno que vine.
-Yo también me retracto, los músculos de ese hombre si son hermosos... Joubert, te voy a poner a hacer ejercicio.
-¿Qué? - contestó el desconcertado joven Bessette, que optó por abrazar de nuevo a la niña para evitar que admirara más tiempo al muchacho que alborotaba a las demás, pero salió mal.

A espaldas de Joubert, Sergei Trankov intentaba hacerse de la atención de Lubov y al no conseguirlo, tuvo la idea de quitarse el chaleco y la playera. Apenas lo hizo, Carlota soltó discretamente a su novio, permaneciendo boquiabierta y sobremanera sonriente ante el guerrillero, mismo que enseguida se cubrió.

-Niña loca - comentó.

Aprovechando que Joubert ni siquiera se enteraba, la chica sacó un bote de helado y comenzó a comerlo para bajarse la emoción, mientras entendía el por qué del apodo de "príncipe encantador" y se percataba de que en la playa no se repetiría la escena para beneplácito individual, que ninguna otra extraña en Hammersmith podía presumir de haber visto el torso del guerrillero y además tenía un secreto digno de guardarse, ya que la postal de Sergei Trankov revelaba una imagen maravillosa, impresionante, perfecta.


 
*Diálogo de la teleserie 31 minutos durante el episodio "El fin del mundo".