sábado, 23 de julio de 2011

Gritar tu nombre


A Brian Joubert

El viejo del muelle maquinó una conspiración, esperó el momento justo y poco antes del Masters, hizo que Carlota tomara la cena en Le jours tristes. Por primera vez en meses, la chica tenía frente a sí un platón de papas a la francesa con queso. Las comía con avidez, como alguien que no tomaba alimento en mucho tiempo. Judy sorprendida, mordía cohibida en la barra una rebanada de pizza y no cruzaba miradas para no hacerle notar sus desconocidos y nada habituales malos modales.

La cafetería se encontraba llena. Los comensales disfrutaban la lucha libre en televisión. Anton se presentó con unas flores marchitas. Increíblemente, las acababa de cortar. Durante días, intentó obsequiarle varias a su amiga y siempre se veía en la necesidad de desecharlas justo antes de saludarla. 

-¡Pero que mala suerte me ha caído! ¡Se me han echado a perder otra vez las rosas! ¿El cielo no quiere que me declare o qué?

El niño lo decía todavía como juego pero era la verdad. Al tomar asiento frente a Carlota, él también se desconcertó por la prisa con que ella saboreaba el tentempié que en secreto le sirvió la señora Becaud.

-¿Te traigo algo, Anton?
-Una malteada de vainilla.
-De milagro has alcanzado mesa.
-Suerte de chamaco.
-En un momento tendrás tu batido.
-Gracias, Judy.

La brisa jugaba su papel y Carlota comenzó a sentir frío. Gwendal no se había presentado para llevarla a casa. El niño tenía planeado llevarla en su bicicleta nueva y hasta una sombrilla ridículamente grande la cubriría. Pensaba que al dejarla en su portal, aprovecharía para hacerle la petición de noviazgo pero un ruido lo interrumpió.

En la puerta, un muchacho de dieciséis años saludaba a casi todos los clientes. Después de colocar en el perchero su chaqueta, se acercó a una mesera y le pidió el té del día; inclusive realizó una llamada en lo que servían. Cuando le buscaron un asiento, el único disponible se situaba junto a Anton. Un poco resignado, él pidió permiso.

-¿No les molesta?
-Adelante, hay lugar para todos.

Carlota volteó y al ver al chico que se sentaba, paró de comer. De pronto, un pudor la sonrojó. Él le sonrió.

-Si te incomoda puedo buscar otro lugar.
-No.. no hay problema.
-Ok ¿Se divierten?

Anton tomó la palabra.

-Estábamos conversando.
-¿Algo importante?
-A dónde iremos mañana.
-En el parque harán un festival medieval.
-Ya quedamos en acabar con las brochetas y bailar de brinquito.
-Jaja, qué genial ¿Y qué cuentas linda?

La chica Liukin abrió más los ojos ¿Linda? Nunca nadie se dirigió a ella de esa manera. Perdiendo la noción de lo que pasaba a su alrededor, en vez de darle una respuesta breve, le dijo su nombre.

-Soy Carlota Liukin.
-Joubert Bessette.

Al tenderse mutuamente la mano, una especie de electricidad los embargó. En ese instante, el voltaje comenzó a variar.

-Creo que es hora de dejarte en casa pequeña- Intervino Judy.
-Yo la acompañaré.
-No creo Anton, tu madre acaba de avisar que viene por ti.

Desalentado, el chico Maizuradze se limitó a sorber su malteada. Carlota se despidió y le prometió llegar temprano para alcanzar buenos lugares en las parrillas.

En la calle, ambas se tardaron debido a la multitud que corría para resguardarse de la nevada que comenzaba. Al doblar por Piaf, se toparon de frente con Ricardo y Gwendal. Éste último se disculpaba por no recoger a su sobrina; había tenido un día muy complicado en la notaría junto a su hermano.

-Te lo agradecemos Judy.
-No hay de qué señor Liukin.
-Iré por unos panecillos y así ya no te vas sola de regreso ¿Te parece?
-De acuerdo Gwendal.
-Los veo más tarde.

Una vez en su habitación, Ricardo conversó con Carlota. Gabriela se unió y llamó a sus hijos. En un hecho inédito, se reunían en un lugar que no era su comedor o su sala. Aunque Andreas tenía un aspecto un poco descuidado y Adrien se moría de sueño, las risas les quitaron de encima el tedio que arrastraban. No tardó su tío en volver y la velada fue más grata; se prolongó hasta las dos de la mañana.

Al fin sola, Carlota en su cama repasó el bochornoso momento con aquél apuesto jovencito de risa seductora. Casi podía jurar que él le coqueteó cuando se marchaba pero era tanta su inexperiencia en esos asuntos que se contentaba con imaginar que había sido así. De todas formas, el reloj se estacionó a las seis. Afuera, la falta de luz por un inesperado apagón sólo remarcaba las lámparas azules de la rueda de la fortuna y el puerto que funcionaban por estar conectadas a una planta independiente. Levantándose para contemplar tan hermosa vista desde su balcón, recibió al rocío que humedecía su rostro agradablemente.

-Así que te puedo encontrar aquí.

Ella se inclinó.

-"¡Cielos! ¡Es encantador!" - Se dijo a sí misma - ¿Porqué estaría aquí a esta hora?

Joubert la observaba contento. Las luces se encendieron de pronto pero parpadeaban como en el café.

-¡Tengo que entrenar! - recordó la chica- ¡Voy tarde!

Para fortuna, ella heredó la habilidad de su madre para estar impecable en pocos instantes. Con su maleta al hombro, salió a toda prisa.

-Te llevo.
-No, gracias.
-¿A qué hora debes estar?
-Seis y media.
-Faltan diez minutos.

Carlota lo pensó mucho pero el chico poseía motocicleta y no podía darse el lujo de llegar tarde. Tamara no toleraba la impuntualidad.

-¿Qué tan rápido eres?
-Con ésta máquina puedo volar.
-Pista de hielo número dos en Humanidades.
-¡Eres patinadora!
-Me van a matar si no llego.
-Ponte el casco.

La chica Liukin se transportaba escoltada por alguien a quién no conocía. Veloz, Joubert tomó el atajo que desembocó directo al centro de práctica. Las facultades de la Universidad de Humanidades eran un grato recorrido.

-Nos ahorramos dos minutos.
-Me salvaste la vida.
-Cuando necesites.
-Gracias.

Ella corrió. Su entrenadora y Verner la esperaban justo en la puerta.

Por curiosidad, Joubert entró a la práctica y se colocó en un sitio dónde nadie lo veía o escuchaba. Aunque Tamara de vez en vez percibía su presencia, al no estar segura, optaba por dejarlo pasar.

-¿Tenemos los programas listos Judy?
-Completamente montados.
-Bien hecho. Carlota, Verner, necesito examinarlos, acaben el calentamiento y comienzan sus ejercicios cortos, no quiero que paren, inmediatamente inician el largo.

Obediente, la chica ejecutó sus rutinas impresionando al escondido joven. La electricidad continuaba fallando, excepto cuando era turno de Verner, que escribía sus habituales notas sobre su compañera.

-Desde ayer no han podido arreglar el problema, Jean decidió no abrir hoy cuando una de las cafeteras se descompuso.
-Otra ventaja de no depender de la luz.
-¿Ironía, Tamara?
-Sarcasmo personal.

Carlota concluyó su quinto repaso y descubrió a Joubert. Ambos se vieron fijamente. Judy cuestionó.

-¿Sucede algo?

Verner preparaba sus combinaciones de salto en el segundo justo que se experimentaba una sacudida de corriente más. El sistema de enfriamiento colapsó y las lámparas estallaron. Él corrió dónde la jovencita.

-¡Reacciona niña!

Al tomarla de la mano, recibió una fuerte descarga.

-¡Dios mío! Debo sacarte.

Joubert se aproximó y Carlota lo siguió. Apenas dejaron de contemplarse, el corto circuito cedió a la tranquilidad.

-Verner no se hirió - Comentó Tamara al salir del recinto - Lo prudente es que se vayan, yo me encargo del reporte.

El viejo del muelle aguardó a que Judy arribara a Le jours tristes y le contara el incidente para vaciar las aceras y provocar una fuerte nevada. 
La fiesta del parque debió cancelarse, las líneas telefónicas murieron y el viento destrozaba las ventanas. Carlota y Joubert, solos, se disponían a despedirse en la enredadera que colgaba del balcón. Sorprendentemente, un inesperado beso surgió. El caos eléctrico se reanudó pero fue por última ocasión. La chica discretamente entró a su habitación y durmió el resto del día.

El domingo, el panorama era otro. El cielo despejado y el sol invitaban a salir de casa. Familias enteras no pudieron resistir ir a la playa. Carlota y Amy se citaron y compraron frappés. Como buena confidente, ésta última se impresionó con lo que relataba su amiga.

-¿Cómo es que puedes besar a alguien que acabas de conocer? ¡Ni siquiera sabes si se encontrarán por ahí!
-No le di mi teléfono, no pregunté nada.
-¿Y qué sientes?
-Que me desmayaré.
-¿Por lo menos valió la pena?
-¿¡Para qué miento?! ¡Sí!

Pero la sorpresa aumentó camino a Piaf. Joubert se encontraba en la puerta del edificio. Al divisar a Carlota, se acercó. Amy pensó que él era un poco mayor pero supo que no era preciso hacer comentarios.

-Hay una fogata en Katsalapov ¿Vamos?
-Debe estar David allá.
-¿David?
-Es el novio de Amy.

Inconscientemente, el joven Bessette y la niña Liukin se apartaban del resto. Se preguntaron miles de cosas. Él era músico, vivía en el vecindario Poitiers y trabajaba como asistente de escultor en el famoso atelier del artista danés Sven Hallgrim. Entre sus aficiones se encontraba el hockey y como buen tellnotelliano, resultó ser fan de Thomas y Joachim Alejandryi. Adoraba el sushi y leer en las noches.

-Iré a la escuela mañana y a entrenar.
-¿A qué hora nos veremos?
-El viernes es el Masters no puedo dejar de asistir a la pista, yo creo que hasta el sábado tendré tiempo.
-La semana será muy larga ¿Y si voy a tu práctica?
-Es abierta al público.
-Tanto mejor.
-A la una en punto.

Carlota suspiró y esperó impaciente el lunes.

El viejo del muelle se encontró a Joubert por la mañana y le pidió que lo ayudase a llegar al campo.

-¿Te sorprende tanta vitalidad en un veterano?
-Mi abuelo ya no sube montañas.
-A la derecha, me gusta la vereda. Lo que susurres en esa zona se oye en todos lados.
-Loco.
-¿Quieres probar?
-¿Sólo para decir hola?
-Te pregunto mozalbete: ¿Te has enamorado?
-Mmmh .. Me reservaré los detalles.
-Ayer estabas con esa muchachita, Carlota.

Joubert bajó la cabeza.

-Hace tres días que la conozco.
-¿Impresionado?
-Es muy bonita pero creo que es pequeña.
-Una Liukin siempre da miedo.
-No le temo a Carlota; podría ser mi hermana menor.
-No es de tu familia.
-¿Qué debo hacer?
-Ser honesto. Si das un paso que sea porque el mundo entero sabrá lo que sientes por ella. Sabia virtud de la gente aquí al sentir amor rápido y no andarse con tantos rodeos - extendiendo un papel - Ésta es su canción favorita, el rebote hará el resto.

Joubert se colocó al borde del vacío. Con una piedra comprobó el eco. Exhaló con fuerza.

-Sé que a esta hora has salido del colegio, te dispones a reunirte con tus amigos - pronunció inseguro - probablemente en tu cabeza esté más presente tu tarea, tus botines... Sé que no me encuentro allí .. En cambio puedo imaginar que has escrito "Joubert" en tu cuaderno, le contaste a tu amiga los detalles de cómo me encontré contigo el viernes, lo de la moto y .. Tal vez es lo más exprés que ocurrirá con nosotros pero .. ¡Te amo Carlota Liukin!

En las ramblas, los restaurantes y los apartamentos, la gente se detuvo intrigada. Carlota en Dubrova prestaba oídos a tan insospechada manera de enterarse sobre las intenciones de Joubert Bessette.
En las montañas, el jovenzuelo exclamó:

-¡Señor lo hice!

El anciano se marchó pero la inspiración no. Animado, susurró los versos de la melodía aconsejada.
El sonido de su voz cantante se percibió en cada lugar de la Tierra.



miércoles, 13 de julio de 2011

Las historias de amor nunca terminan. Segunda Parte (Los deseos contenidos)


"El vestido que llevé a la cena de fin de año fue un préstamo de Agathe, era azul pastel y la parte de abajo tenía miles de flecos de colores... Sinceramente, me alegré de que no fuera rojo, me habría sentido tan convencional.. Me hicieron un peinado alto y me puse un collar rosa de mi madre, el alcalde comentó que valía más que el Oksana Savoie, no sé si sea cierto..
Todo tenía la virtud de ser irrelevante en el bosque cuando me fugué con Matt... Miré su tatuaje en el pecho mientras él tocaba mi espalda casi desnuda, apenas cubierta con finas tiras de diamantes. ."

El diario de Lía fue hallado por Elliot Cohen en un compartimento secreto en el camarote nupcial del Oksana Savoie. Interesado en comprender ciertas costumbres, lo leía con avidez y procuraba tomar notas de cada detalle. Mientras revisaba el resto del escrito, una carta, al parecer no abierta, se hizo sonar al caer de la nada. Una corriente la levantó y llevó extraordinariamente a la mano del cronista que extrañado, desdobló la misiva.

Un saludo formal y una felicitación por boda no sugerían gran cosa; que llegaran a la mitad de la hoja era símbolo de aprecio y hasta buen gusto dentro de la rimbombancia de ese entonces. Halagar al amigo por el tesoro que había encontrado en la doncella prometida era requisito indispensable y resaltar sus cualidades podía ser tomado por cortesía... Pero que estuviera dirigida a ella y no a él era simplemente incongruente para un hombre en sus cabales y además, traicionero.

Elliot intuyó bien que en aquella sociedad de principios de siglo XX, la amistad entre los caballeros era tan importante que sacrificaban todo para seguir siendo leales. El joven que tuvo el atrevimiento de enviar tal correspondencia se arriesgó a perder el honor y brindarse la licencia de ser apasionado pudo costarle incluso la vida a manos de su padre en caso de ser pillado.

En este caso, se trataba, ante todo, de una declaración.

Alban Anissina era admirador de Lía Liukin, un soñador al que sólo detenía el hecho de saber que su mejor amigo estaba liado con la joven. En silencio, el médico le profesaba un amor incondicional y profundo. Se había encariñado con ella al saber de su labor de maestra, al irla conociendo y compartir cierta cotidianidad no pudo resistirse a su deslumbrante personalidad. En el mensaje, él se rindió ante ella y se disculpó por no haberlo manifestado antes. Lo que le hacía sentir era magia.

Elliot se apartó un poco de sus labores. Abrumado lo tenía el estudiar los objetos del barco y pensar en historias acarameladas no era algo que deseara hacer. Finalmente, Anissina no era el primero en fijarse en la mujer de otro y tampoco el último en tener la cobardía (o la valentía) de negárselo a sí mismo, soportarlo y después estallar aunque nadie, mucho menos la dama de sus deseos se percatara.

Sin duda alguna, para Alban la situación fue muy dura y al parecer, nunca lo superó: Cuando tuvo la epístola a su disposición, Audrey Phaneuf averiguó sobre el doctor en el sótano del museo que llevaba su apellido; ahí encontró más papeles y fotografías, todo consagrado a la joven Liukin. Usando el sobrenombre "musa de hielo" para referirse a ella, redactó una enorme cantidad de cuentos, ensayos y poemas, tan grande era su inspiración que había cajas inundadas de sus recuerdos.
Terminó muriendo de tristeza.

sábado, 2 de julio de 2011

Las historias de amor nunca terminan. Primera parte (microcuento).


Judy se conmovió al ver la reacción de Carlota cuando supo que participaría en el Masters y su estado de ánimo se vio afectado. Trabajó el resto del día y al anochecer, se quedó en la cafetería vacía, haciendo cuentas y preparando el pago de sus empleados. Con unas lagrimillas comenzó a retirar de las mesas las cartas del menú para colocar nuevas. Jean había ido a descansar temprano y la lluvia se dejaba sentir suavemente. El agua que escurría en las ventanas al llegar a las banquetas formaba una ligera capa de hielo. Gabriela, corría con la sombrilla sin evitar empaparse y arribó a Le jours tristes. Judy no escondía que estaba llorando.

-Disculpe, no hay servicio.
-Soy Gabriela Alejandriy y encargué pastelillos, dije que llegaría a esta hora.
-Qué olvidadiza, adelante ¿Café?
-No gracias, de todas formas traigo lo justo.
-¡Oh! Era cortesía, no me haga caso.
-¿Tiene un problema?
-No es nada.
-¿Su marido le hizo algo?
-¿Qué? No, no, Jean está durmiendo, es que hoy me emocioné mucho y las hormonas también me juegan malas pasadas.
-Perdone mi imprudencia, es que yo estuve en el coctel de la editorial cuando Jean Becaud la dejó muy mal parada.
-Él intentaba parecer un escritor maldito frente a sus amigos esa noche, ya lo hablamos, lo solucionamos.

Gabriela tomando la iniciativa, colocó un par de tazas sobre una mesa y Judy se sentó.

-Si necesita ayuda, confíe en mí.
-Gracias, pero de verdad estoy bien
-¿Ha trasnochado?
-Soy insomne.
-El remedio para eso es un vaso con leche caliente.
-He tomado varios y no funciona.
-Llámeme Gaby.
-¿En qué trabaja?
-Soy curadora de arte en la Galería Universitaria.
-Muy interesante, yo volví a mi carrera de Historia del Arte.
-Cuando era más joven cursé Diseño.
-Son estudios muy bonitos.
-Definitivamente lo valen.
-Ahora que está por iniciar el ciclo escolar no tengo idea de cómo voy a sobrevivir entre las tareas, este trabajo y el entrenamiento, ya formulé un plan pero las jornadas de clase son impredecibles.
-¿Usted es deportista?
-Coreógrafa de patinadores, sólo di una observación y ahora hago mancuerna con la instructora.
-Suena difícil.
-Más bien agotador..  Hoy la niña que está en el equipo supo que tendrá un torneo muy importante y estaba tan alegre porque rescató su temporada.. Le hace tanta ilusión que hasta sentí que el estómago se me llenaba de mariposas pero vamos a contrarreloj.
-Guardando las proporciones pero yo he estado igual.
-Traeré su pedido.
-No es urgente ¿Sabe? Yo también me casé joven.
-No la imagino Gaby.
-Tenía veintidós. No me arrepiento.
-Yo hace como ocho meses, ya cumplí los veintiuno... Espero durar con Jean toda mi vida.

Hubo un silencio por varios minutos, Judy suspiraba.

-Veo que tiene muchas flores.
-Llegaron hoy.
-Supongo que usted misma eligió los arreglos.
-Me habría encantado pero no. Hoy en la mañana mi colega hizo un entripado porque llenaron la pista de rosas y todas eran para mí.. Regresé y los del servicio de entrega dejaron todo lo que ve.
-Quisiera que mi marido tuviera esos detalles, Judy.
-Tal vez le demuestra lo que siente de otras formas.
-Él es muy expresivo con nuestros hijos pero conmigo ..
-Cualquiera sería tímido con usted.

Gabriela miraba con cierta conmiseración a la señora Becaud ¿Ella era tan ingenua? Por supuesto, no se trataba de la primera vez que observaba los gestos de anhelo y profunda devoción entremezclados con una actitud aniñada. Indudablemente, la chica se aferraba a creer en la existencia de un único amor pero todos se percataban de que había contraído matrimonio prácticamente con el primer hombre que llamó a su puerta. Para evitar un desaguisado, Gaby prefirió tomar rumbo y prometió recomendar el café a sus conocidos.

Nuevamente sola, Judy se dispuso a lavar la cafetera cuando descubrió una nota y una rosa. El espíritu de la campiña la contemplaba leyendo el mensaje escondido en la cocina, al tiempo que ideaba maneras de sorprenderla. Siempre seguía a la joven para saber cuáles actividades realizaba, qué le gustaba. Las flores en la pista y el local eran perfectas, pero ella, convencida de que Jean era el responsable de tales regalos, no dudó en correr a su alcoba, despertarlo y hacer el amor.