viernes, 10 de abril de 2015

Las cosas no son iguales


Carlota Liukin salió de Notre Dame con un ánimo extraordinario y se encontró con el hecho de que Tennant Lutz era quien la esperaba para regresar al hotel en lugar de Sergei Trankov. Por vez primera, la joven no se quejó.

-Él tuvo que irse.
-Comprendo.
-¿Pasamos por helado o solo quieres...?
-Caminemos.
-De acuerdo.
-¿Qué hay con el perro?
-Lo traje a despejarse, hacer ejercicio, divertirse, lo necesita de vez en cuando.
-Se ve muy lindo pero hay que irnos.
-Bien.
-¿Sergei se fue a...?
-Misión, lo conoces.
-Ojalá hubiera sido con Lubov.

Tennant Lutz se encogió de hombros y emprendió camino mientras Carlota acariciaba la cabeza del perro cada que podía.

-¿Es tuyo?
-¿Algo así?
-¿De quién es?
-Pongámoslo en que lo paseo.
-¿Tienes algo que hacer más tarde?
-Trabajo en un bar.
-Ah, creí que habías dejado tu oficio.
-Gano mejores propinas.
-Obvio, es París.

El chico sonrió nervioso y no agregó más, seguro de que a ella le importaba un comino lo que hiciera. Esto le posibilitaba ocultar que anhelaba separarse de los guerrilleros y se volcaba en buscar trabajo por la ciudad. A veces hallaba ocupaciones de tres días o dos como mesero o afanador, como vendedor de productos en stands de esquina y aquel día como cuidador de una mascota, pero el dinero no le alcanzaba y contra su voluntad, había regresado donde Sergei Trankov para no tener que pagar una renta en un departamento de siete metros cuadrados donde el colchón era un lujo y el baño brillaba por inexistente.

-Mira, hay alguien ahí, ¿de qué sabor quieres tu helado?
-De fresas ¿No quieres?
-No, sólo te invito.
-Bien, sujetaré la correa un momento.

Lutz en cambio, miraba con un poco de pánico sus monedas y casi no quería entregar la que saldaba la cuenta pero pensaba "es Carlota, hay que impresionar".

-¿Te gusta?
-Está delicioso, pruébalo.

Cuando Tennant y Carlota se alejaron del carrito, continuaron su plática.

 -Un poco más de vainilla y cobrarían 10€ por el barquillo.
-Que suerte que lo vendan en la calle.
-Que suerte tienes de que te lo compre...
-¿Qué dijiste?
-Nada, que me contarás lo que pasó.
-No diría mucho.
-¿No sabré, verdad?
-Me contenta decirte que no.
-Es la primera vez que te veo de buen humor.
-Lo estoy... ¿Seguro que no quieres uno?
-No, gracias.
-¿A qué hora entras a trabajar?
-A las nueve.
-Falta mucho. ¿En qué calle está?
-Eh, en... en... Rue de l'Université.
-¡Cerca del Petit Palais!
-Más o menos, hay que caminar y...
-Conseguir un empleo ahí es súper difícil.
-Soy un buen bartender.
-Cantinero.
-Pero el caso es que lo tengo.
-Por cierto, Tennant, yo quería preguntarte hace tiempo sobre lo que me hiciste en Hammersmith.
-¿Quitarte al público?
-Chistoso que eres.
-Soy súper gracioso.
-Me refiero a ese beso.
-¿Cuál, bonita?
-No me digas bonita y sí, es "ese" beso ¿Por qué lo hiciste?
-Porque quise, no fue tan especial.
-Dijiste que estabas interesado.
-Interesado en desconcertarte, más no en alimentar tu ego.

Carlota se cruzó de brazos y cerró sus ojos en señal de divertida incredulidad, preguntándose que era lo que en realidad él pretendía o porque le daba la impresión de que era un tonto no muy perdido. Tennant Lutz en cambio, creía que ella se había dado cuenta de su farsa y que se burlaba muy en sus adentros, como sucedía desde que la vio por primera oportunidad.

-Oye chico, me vas a matar.
-¿Ahora qué?
-Tengo hambre.
-Termina ese helado y te llevo al hotel a que te sirvan lo que sea.
-Pero detesto la comida de ese lugar.
-No pasaré por una pâtisserie*.
-No quiero pan.
-¿Traes con que sobrevivir?
-Creo que sí - revisando su bolso - 200€.
-¿Eres rica?
-Mi papá dice que no.
-Eres de las que siempre tienen dinero ¿miento?
-No.
-Y ni pregunto de donde lo sacas.
-De mi mesada.
-¿Pues cuánto te dan?
-¿Quieres sushi?
-¿Te gusta?
-Joubert me hizo adicta.
-¿Vas a pagar?
-Si me invitas las bebidas.
-¿Hablamos de soda o té?
-Lo que yo pida.
-¿No quieres que te prepare algo más tarde?
-¡No seas tacaño!
-Te di un helado.
-Tennant, nunca serás más que un cantinero si actúas así.
-Los millonarios escatiman centavos.
-No con toda la gente.

Carlota se reía por nervios pero el chico se sentía avergonzado y sabía que iba a ser un extraño error negarle la invitación.

-No nos dejarán entrar con el perro.
-¿A qué hora lo devuelves?
-Ya casi, debo dejarlo en Cambon.
-Estamos lejos.
-Algo así pero traje la moto.
-¿Dónde la estacionaste?
-En, cerca de ese árbol.
-Rayos.
-La encontraré.
-Tennant, mejor dime que iremos a pie.
-Pero en serio la traje.
-¿Cómo vas a llevar a este lindo perro y a mí en ella?
-Era el otro problema que no consideré.
-Ni te esfuerces, mejor iré a casa.
-Carlota, disculpa no sería cortés dejarte sola.
-Chico, entiendo, está bien.
-Oye no...
-Nos vemos.

Carlota se dio la media vuelta y él sobreentendió que aquella despedida era seria. Ir por ella era estúpido y el perro de alguna forma reclamaba ir con sus dueños, al punto de intentar sacarse la correa, complicando una eventual petición de aguardar un poco. Tennant Lutz se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta de que carecía de posibilidades cuando miró a la jovencita sacando su celular nuevo y llamando a su mensajero para que la regresara con seguridad a Montparnasse.

-¿No quieres el sushi?
-Iré con Miguel Ángel, no te preocupes.
-Trankov me va a acuchillar o algo si no te cuido.
-Él entenderá y mejor regresa a ese perro.
-Esperaré.
-¿A qué?
-A Miguel porque me aseguraré de que en serio te vayas con él.
-Tennant, no quiero que te regañen, vete.
-Carlota, no me voy a mover.
-No soy yo la que trae a la mascota de alguien y menos la que va a cobrar por caminar.

El chico sin embargo, se detuvo junto a ella y aunque no se dirigían la palabra, ambos se observaban de reojo, la chica deseando que se marchara de una buena vez; él haciendo lo mismo, nada más que con la intención de que Miguel sufriera un accidente, se enfermara o mínimo llegara tan tarde que Carlota le reclamara horriblemente.

-¡Señorita! - gritaría el mensajero a escasos instantes, desconcertando a Tennant por su velocidad y constatando que hasta el todavía desconocido tenía una expresión similar a la que Carlota había puesto antes por la motocicleta.

-Perdone si he demorado.
-De hecho me sorprendiste, Miguel, qué rápido eres.
-Es por el trabajo, ¿necesita pasar a algún lado antes del hotel?
-En el camino te digo.
-¿Su amigo?
-Tennant te presento a Miguel, Miguel te presento a Tennant y Tennant es ... Un conocido que me acompañó mientras venías.
-En ese caso le doy las gracias, ambos pueden estar seguros de que la señorita Carlota llegará bien a su destino. Hasta luego.
-Adiós Tennant.

El muchacho atinó a despedirse con la mano antes de que fuese jalado por la desesperada mascota y se diera cuenta de que iba tarde, que su motocicleta se hallaba en su nariz y que Carlota Liukin se mofaba de él con placer. Contenido apenas por el buen carácter que a pesar de todo le demostraba su acompañante, Tennant tomó el camino hacia Cambon, soportando que los parisinos transitaran con dificultad y con imprudencia al cambiar de carril o los niños lo señalaran porque de solo verlo ahora querían su propio perro. Su retraso le costaría un reproche y además Lubov Trankova lo regañaría si le contaba porque llegaba a la cena y no se dedicaba a escoltar a Carlota. Después de mucho tiempo, se estacionó cerca del domicilio de su nuevo amigo, que lamía su mano como camaradería.

-¿Dónde estabas? - le dijo un hombre.
-El tráfico me detuvo.
-Por lo menos regresas a mi perro en buenas condiciones. Toma tu dinero y adiós.
-¿Treinta? Acordamos más.
-Llegaste media hora tarde y no avisaste, además el perro se ve cansado y tiene las patas llenas de tierra.
-Por el paseo.
-¿Dónde lo metiste, en un arenal?
-Notre Dame.
-Diez más y vete, para la próxima contrataré al servicio profesional, por lo menos son puntuales.
-Una disculpa.
-Sal de aquí, das mala imagen.

Tennant Lutz suspiró un poco frustrado y resolvió recorrer la zona en busca de una barra de sushi más o menos decente para al menos dejarle a Carlota la cena y demostrarle que realmente deseaba haberla acompañado. Por unos instantes, el dinero no le interesaba, dándole prioridad a escoger una tarjeta de disculpa y unas flores blancas adicionalmente. Después de irse por calles pequeñas para evitar otro embotellamiento, notó que Miguel estaba en la puerta del hotel donde la joven se hospedaba y con cierto rechinar de dientes, se obligó a hablarle.

-Hola.
-Hola ¿Lo que traes es para la señorita Carlota?
-Es el sushi que quería.
-Hemos pasado por unos rollos de atún cuando veníamos para acá.
-Oh, creí que por la hora, ustedes...
-Te lo recibo, a ella le gustará.
-La tarjeta y las flores también.
-De acuerdo.
-¿Por qué me ves como ella lo haría?
-Si te miraras desde mi ángulo, también te incomodarías.
-Me lo dice el pelagato de Carlota.

Pero Miguel dejó los obsequios de Lutz en la mesita de recepción y enseguida sujetó a este último por el cuello de la camisa para hacerlo retroceder hasta la banqueta.

-La señorita Carlota ni siquiera te voltea a ver porque cree que eres un idiota.
-¿Y tú no lo eres?
-Te comportas como idiota, sonríes como idiota, vistes como idiota y eres un idiota. Cualquiera se da cuenta de que eres un idiota y tú mismo le gritas al mundo que eres un idiota con ese aire pretencioso de sabelotodo y cínico que ni siquiera te consigue una cita con una mujer en cinco sentidos. A Carlota le desagradas por bocazas y hoy por demostrarle que no vales ni medio centavo afuera de tu cantina. Ella se dio cuenta de que no eres tan sofisticado, nunca serás dueño de nada y que no necesita a alguien como tú. Eliges ser perdedor porque crees que eso es lo que te mereces y por lo mismo nunca tendrás una vida mejor* y tampoco que alguien te aprecie. Buenas noches, le diré que viniste.

Tennant no contestó y se limitó a observar a Miguel tomando sus regalos para realmente llevarlos. Era curioso notar como hasta el mensajero lucía mejor que él, más fuerte y de mejor posición a pesar de que en el mundo exterior podía pasar por insignificante y entonces, captó el punto.

Caminando de nuevo hacia la motocicleta, se percató de que algo en su aspecto indicaba su idiotez: Era hora de despojarse de la gabardina, de tal vez aceptar una ligera miopía y usar sus lentes, de cortar su cabello y optar por las camisas de mangas hasta el codo; también era tiempo de ahorrar dinero y trabajar duro, de volverse estricto y no egoísta con sus finanzas, de admitir que era solitario y que hasta su música debía cambiar para no quedarse atrás. Sobrepasado por tal conclusión, se dirigió a Le Marais para preguntar por diversos empleos, recibiendo en respuesta muchas negativas y siendo echado de los bares por no tener lugares disponibles para él. Sin embargo, a las afueras del barrio existía una tienda que solicitaba ayudante y a pesar del color rosa de las luces, entró ahí solo para ver si tenía suerte. Una chica de unos veintinueve años, con notable busto y cuyo rostro aparecía en todas partes del local, lo atendió enseguida.

-¿Tu nombre?
-Tennant Lutz.
-Parece de cómic, como de Scott Pilgrim.
-Gracias.
-¿Qué sabes hacer?
-Tratar con los clientes.
-Cualquiera lo hace... ¿Sabes de porno, actores, literatura erótica, recomendaciones de hoteles?
-No.
-¿Pero eres ordenado?
-Por orden alfabético si es necesario.
-¿Qué musica te gusta?
-Blur, Suede, Tennage Fanclub, Underworld...
-¿Algo que sí sea gay?
-¿Björk?
-Le gusta a las lesbianas, está bien.
-Si ayuda, trabajé en un bar de Jamal, puedo cubrir el horario que digas.
-¿Qué hacías?
-Servía los tragos.
-¿Eres bueno con los sabores?
-De hecho sí, los que sean.
-¿Ves las botellas de allí? Házme un coctel.
-Son lubricantes.
-Hay clientes que buscan nuevos todo el tiempo, si eres bueno mezclando, tienes el trabajo.
-¿Tienes ropa comestible?
-Al fondo.
-Me diste una idea.

Ante la chica que casi se reía por su cara de sorpresa, Tennant mezcló un par de sabores y decoró una copa con tiras finas de provenientes de una prenda frutal cuyo color era tan encendido como el de las lámparas. El chico se cercioraba gracias a su olfato de que aquello combinara.

-Listo.
-¿Qué pusiste?
-Vainilla y fresas.
-Huele muy bien.
-Pruébalo.
-¿No deberías estar en un antro por lo menos?
-Necesito el trabajo.
-La gabardina, quítatela.
-De acuerdo.
-A las cuatro de la tarde grabo mis videos en la cabina de allá, si alguien me molesta, te despido.
-Claro.
-¿Tienes identificación?
-Ésta ¿sirve?
-Eres menor de edad.
-Por favor, no me corras.
-¿En serio trabajabas en un bar?
-Puedo probarlo.
-Me han contado que en Jamal la fiesta es extrema.
-No mucho.
-¿Qué voy a hacer contigo?
-Debo pagar las cuentas.
-Si viene la policía dales cosas gratis, la caja de allá es la basura que tocan.
-¿Otra cosa?
-Estarás aquí a las nueve, te pagaré a la semana dependiendo de las ventas.
-Supongo que está bien para comenzar.
-Espero que no seas una rata, me daré cuenta antes de que se te ocurra llevarte algo.
-No, no haría eso.
-Hay unos volantes, repártelos y te veo mañana.
-Gracias por...
-Sólo esfúmate y no llegues tarde.

Tennant abandonó el lugar sintiéndose un poco confundido y con las manos en los bolsillos, topándose con Miguel al bajar los escalones.

-Me disculpo por las palabras que usé, no son cordiales.
-¿También descubriste que eres un idiota?
-Lo que te he dicho ha sido como amigo, lo que pasa es que los mortales no son muy sinceros.
-¿Qué?
-No me tomes a mal, la verdad duele.
-¿Me seguiste?
-En parte, es que necesitas ayuda y tienes el estómago vacío. Andando.
-¿Qué haces?
-Conozco una barra de sushi que bastante buena, te invito.
-¿Carlota dijo algo sobre lo que le di?
-Te lo agradece.
-Aunque sea la primera en detestarme.
-Lo que pasa es que no sabe como darte su amistad, tú le caes bien y le gustaría ver que logras algo en París.
-¿En serio?
-Es todo.

Miguel le indicó a Tennant que dejara la motocicleta frente a la tienda y recorrieron un par de calles hasta un buffet japonés más o menos barato. Los dos dejaron de tratarse con reticencia pero Miguel pensaba que el chico había pasado muchos años solo y que le haría un gran favor si le recomendaba quedarse cerca de Carlota. A veces, la amistad nacía por necesidad y esa era una gran enseñanza.


*panadería
*(Casi) paráfrasis de una frase de la película Blue Jasmine (Woody Allen, 2014)

viernes, 3 de abril de 2015

Instrucciones para ser un ángel (Carlota y Guillaume. Cuento de Pascua.)


Gabriella et Guillaume: Pour les champions du monde! Yay!

“Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo.” - Xavier Villaurrutia.

Número 1: Nunca mientas.

Hesparren, Francia.

-Guillaume, ¿estás seguro de querer irte antes que tu entrenador?
-Me están esperando en INSEP.
-¿Podrías relajarte?
-Antje, estoy bien.
-¿Por qué tienes la cara de enojado?
-¿Me pasas los zapatos?
-Toma pero no me has respondido.
-¡Estoy perfecto! ¿contenta?
-No me grites.
-Perdón.
-¿Qué es lo que te tiene así?
-No me quería marchar.
-Todavía puedes decir que no.
-¿Qué entrenador va venir hasta acá?
-¿Hablaste con Nikolai Morozov?
-Me dijo que no y de todas formas yo no abandonaría el grupo de Christophe.
-Entonces no te quejes.
-Mira, todo va a estar muy bien siempre y cuando no me tope con, tú sabes.
-¿Carlota Liukin?
-No me menciones ni su nombre.
-¿Qué traes con ella?
-¿Otra vez?
-Tú la sacas a colación.
-No la voy a ver, ni hablarle, ni nada. Christophe me prometió tener a esa loca lejos de mí y él siempre cumple.
-¿Cuál es tu problema?
-No lo sé, Antje, lo único de lo que estoy seguro es que llegaré a Paris y no la volveré a ver... ¿Estás lista?
-Sólo te acompaño a la estación.
-Gracias por todo.
-Ay amigo, buena suerte.
-¿Te debo algo por prestarme tu casa?
-Nada y cuando quieras, vámonos.

Guillaume abrazó a Antje y salió con maleta en mano, sin avisarle a nadie.

Número 2: No le resuelvas la vida a nadie y no te conviertas en empleado.

París, día siguiente:

-¡Señorita Carlota!
-Qué bueno que llegas ¿tengo mensajes, Miguel?
-Hasta ahora ninguno.
-La llamada de Joubert me dejó preocupada, ¿podrías averiguar si todo anda bien?
-Claro, cuente con ello, a las siete le tendré detalles.
-¿Puedes hacer eso?
-Por supuesto que sí.
-Excelente, eh ¿trajiste mi té?
-También los artículos de la prensa.
-¡Qué bien! Salí en L' équipe, mira.
-Luce muy linda.
-La parte buena es que tengo entrenamiento y me tomarán más fotos esta tarde ¿Afilaron mis cuchillas?
-Llegaron hace rato, las puse en su mesita junto a sus botines.
-Ha de ser la caja verde que vi y que confundí con un regalo.
-Pero si lo es; los patines están en una bolsa dorada.
-¿Quién me envió el paquete?
-Tengo que bajar la voz.
-¿Es importante?
-Considero que sí.
-De acuerdo - volteando hacia atrás y constatando que no había nadie - Habla.
-Un tal Guillaume.
-¿Guillaume? ¿Guillaume qué?
-Tengo el remitente en esta tarjeta... Cizeron Guillaume, no dejó dirección.
-Ha de ser una confusión ¿Qué quiere?
-No se preocupe, señorita, no le mandó ranas.
-¿Cómo sabes que no me gustan?
-Porque se asustó el otro día que se topó con una en Saint Martin.
-Lo había olvidado, qué espanto, qué asqueroso.
-Pero la salvé.
-Me habría muerto del susto, pero no es lo que quiero recordar ahora. ¿Tienes idea de qué puede estar dentro del... ? ¿Guillaume escribió un recado?
-Nada.
-Qué cosas. Investiga lo de Joubert y le consigues algo de mi parte, un peluche, una tarjeta, lo que se pueda mandar a Suiza, ya sabes del hotel donde se hospedó. Por favor, que le llegue a más tardar mañana temprano y escríbele que lo quiero, lo extraño y que deseo que le dejen ver a su mamá.
-Lo que usted diga.
-Antes de que te vayas, dime ¿qué hay en la caja?
-Debería descubrirlo personalmente.
-¿Es bueno?
-Si me pregunta, arréglese muy bien.
-Gracias, Miguel.
-Tenga buena tarde, señorita. Estaré cerca de usted por si quiere algo.
-Hasta luego.

Número 3: No salves a nadie de sí mismo.

Recepción de INSEP, París.

-¿Llegó Carlota Liukin?
-Llamó para cancelar.
-¿Explicó por qué?
-Al parecer surgió un contratiempo, se presentará mañana para una sesión doble.
-Ese afán por dejarme plantado...
-No se moleste, Guillaume, ha de ser una decisión de la policía, Carlota Liukin va a todos lados escoltada y posiblemente hoy pensaron que sería bueno dejarla en casa.
-Si hay una novedad, infórmeme.
-Por supuesto, ¿algo más?
-Avise que he venido y que entrenaré aquí a partir de mañana, gracias y buenas tardes.
-De nada.
-Oh, aguarde.
-¿Qué se le ofrece?
-¿Tiene un bolígrafo?
-Le presto el mío.
-Este es mi número de teléfono, si Carlota Liukin cambia de opinión... Olvídelo, se lo daré yo mismo, de nuevo gracias.

Guillaume salió de ahí procurando que nadie lo reconociera y revisó su celular sin mensajes ni llamadas perdidas. Poco después, un taxi se detenía frente a él y lo tomaba para indicar que lo trasladasen a cualquier lugar y que indicaría en cualquier momento dónde detenerse, no sin antes pedir que le avisaran cuando darían las cinco. El tránsito en París era igual de intenso que siempre.

-Mejor dígame donde va, hay lugares donde medio mundo se ha detenido.
-¿Me convendría caminar?
-Eso depende, ¿qué quiere hacer?
-Tengo una cita cerca de Ilê de la cité.
-Puedo acercarlo, ¿no importa?
-Hágalo.
-Recomiendo que avise, tal vez se retrase.
-Sólo vayamos a donde se pueda.
-Nos tardaremos.

El joven asentó y nuevamente sacó el teléfono de su bolsillo, descubriendo que esta vez sí tenía algo que leer y era el recado de que su envío había sido entregado con éxito.

Entretanto y en un punto de París más distante, Montparnasse, Carlota Liukin abría con intriga la caja verde que Miguel le señalaba, encontrando al instante frascos de té, especias, miel del campo y unos aretes de perla de color durazno.

-¿Por qué me habría mandado esto? - se inquirió y ocultó aquello debajo de su cama, no sin antes localizar la ansiada nota que Guillaume le había dejado.

-"Notre Dame, cinco de la tarde" ¿Para qué querrá verme? Debo cambiarme, tendré un vestido preparado, ¿cómo voy a salir? - murmuró - ¡Miguel, Miguel! - llamó y su ángel de la guarda acudió enseguida.

-¿Me conseguirías un atuendo en la tienda de la esquina?
-Claro, ¿qué le gustaría?
-El vestido durazno del aparador que combina con estos aretes y un broche con flores, ¿cuánto dinero crees que gastaré?
-200€ tal vez.
-Iré yo misma .... Mejor no, recordé que tengo algo, trenzaré mi cabello, ¿donde pusiste el atuendo que me trajeron?
-En su clóset.
-Perfecto, si llama Joubert dile que fui a practicar.
-Pero tengo prohibido mentir.
-Entonces que salí y vuelvo más tarde; me cambiaré.
-¿Cómo va a salir de aquí?
-Ve por Sergei Trankov, ahora.

Miguel accedió de inmediato, captando que el alma de Carlota se tornaba más luminosa a la sola mención de Sergei, exaltando sus sentidos y apresurándola a maquillar un poco su rostro, pero el pensamiento de Guillaume la impulsaba a tomar finalmente la determinación de colocarse los pendientes nuevos y de usurpar un traje de patinaje como una suerte de vestido vaporoso que la hacía lucir más etérea que de costumbre. En su rostro se dibujaba el nerviosismo y su expresión angelical se transformaba en la de una deidad inflamada por una pasión no explorada. Miguel se preguntaba si entre los mortales aquel sentimiento se manifestaba así y también si en un momento genuino de arrebato, Carlota Liukin creía experimentarlo sin ser rebasada. El gesto se volvió más expresivo cuando Trankov se apareció en la ventana silenciosamente. Carlota extendió su mano y el guerrillero la tomó en brazos, sin saludar, ni pronunciar palabra, únicamente sin apartarle la mirada antes de huir con ella, porque solo necesitaba una palabra de él en ese segundo para desvanecerse de amor.

Número 4: No vayas contra lo inevitable. 

Notre Dame, cinco de la tarde.

Sergei sujetaba a Carlota fuertemente al momento de depositarla en tierra. La joven temblaba y su voz se atoraba en su garganta mientras se atrevía a tocar una mejilla de él, mientras imaginaba que todo París cabía en los ojos de ambos y que en cada rincón alguien encontraría los trozos de un amor imposible.

-Alguien me espera dentro, Sergei ¿Me llevarías a casa luego?
-No te tardes.
-Que nadie te vea.
-Ve con quien tengas que hacerlo.
-Se llama Guillaume.
-¿Desde cuándo están sintiendo esto?
-Él desde que era amigo de Andreas hace mucho tiempo, yo estoy por caer.
-¿Por qué no hablabas de Guillaume?
-Porque empezaré a amarlo cuando entre allí.
-¿Te olvidarás de los demás?
-A ti te amo mucho más.
-Carlota...
-Adiós Sergei.

La chica derramó una lágrima y dio la media vuelta, como si fuera una devota creyente, sonriente como al tener fe.

Número 5: Sólo eres un espectador.

Carlota ingresó a Notre Dame y pronto localizó a Guillaume dándole la espalda, de pie frente al atrio. Un reflejo dorado dibujaba bien su silueta, pero el viento con aroma a violetas que caracterizaba a Carlota lo hacía cerrar los ojos. Ella podía descifrarlo y sentirlo con cada paso que la acercaba. Su natural frío, su real presencia, su mirada subyugante, perturbaban todo alrededor pero no a él que se permitía sonreír ante ello y que al tenerla junto, se limitó a continuar en su postura.

-Puntual como siempre, señorita Carlota Liukin.
-¿Cuánto he demorado?
-Como cuatro años.
-Llegar tan tarde a una cita no es muy adecuado.
-Pero has venido.
-Tenía temor de verte, Guillaume Cizeron.
-¿Alguna razón es especial?
-Estaba pensando en otro amor.
-¿Aquél es Sergei Trankov?
-Escondértelo no sirve.
-Olvidarlo tampoco, siempre estará contigo.
-Pero no como tú y yo.
-¿Cómo continuaremos?
-Te toca decidir.
-Esto va en contra de mí mismo.
-Lo sé y por eso nunca pediré nada.

Guillaume unió su mano derecha con la de Carlota y se atrevió a mirarla, contento de que ese amor era así, intocable y apasionado, profundo y distante, contenido pero inmenso, enloquecido pero único e íntimo. Ella no alcanzaba ni a sonreírle por contemplarlo tan lejano pero tan palpable que perderse en su dulce mirada le confirmaba que no había nadie más que él y que a pesar de no tenerlo jamás, sería suyo para siempre.

Los dos se abrazaron de una manera tan fuerte, que aparentaban fundirse y aquella inocente pero desesperada acción se coronaba con la decisión de despedirse por aquella tarde, inclinándose él para concretar un beso, que de tan hondo y bello era como ver un milagro.

Carlota y Guillaume se amaban por la eternidad.

Independientemente de la disciplina, este video muestra la belleza por la misma, vale la pena.