martes, 29 de diciembre de 2015

Try: En nuestro aniversario (La esperanza)


Durante la mañana, Carlota Liukin se apartó del cristal que la separaba de Joubert Bessette y pasó a visitar a Judy Becaud que, cansada de llorar, había llamado finalmente a su madre y esperaba su pronto arribo.

-¡Hola! Ven aquí, Carlota ¡démonos un abrazo!
-¿Cómo te sientes?
-Mejor, me dijeron que tal vez me den de alta mañana.
-Qué bien.
-¿Cómo sigue Joubert?
-No he pasado a verlo, Sergei dice que está bastante mal.
-Se recuperará.
-Judy, sólo quiero que sepas que Jean está allá afuera.
-¿De verdad?
-Hablará contigo, ya verás.
-Gracias.
-Iré a cambiarme de ropa y ver como están los demás, vuelvo en un ratito.
-Carlota, gracias.
-¡Te quiero mucho, Judy!
-Igualmente, salúdame a todos y diles que estoy bien.
-Nos vemos.
-Adiós.

Carlota agitó su mano y se retiró con la cabeza baja, volteando a ver a Trankov apenas.

-¿Dónde vas Carlota? - inquirió el general Bessette, que llegaba.
-Me... me tengo que poner un vestido limpio, iré a mi hotel.
-Haré que te lleven.
-No, gracias.
-Es lo menos que puedo ofrecerte, daré instrucciones para que te compren un atuendo de tu gusto.
-No, general.
-Carlota ...
-Señora Bessette, volveré... Todo va a estar bien.

La joven comenzó a llorar de nuevo y Trankov se levantó a estrecharla y susurrarle que se fuera sin preocuparse.

-Le pedí a Miguel Ángel que viniera por mí.
-¿No quieres que te cuide?
-Volveré.
-Mira a todos lados, todo el tiempo.
-No quites los ojos de Joubert.
-Ve tranquila, Carlota.

La joven se colocó un suéter y caminó hacia la recepción, en donde los fotógrafos y los reporteros la abordaban sin que ella les diera una declaración. Al menos había llorado lo suficiente como para que los demás lo notaran y dijeran que estaba invadida de miedo, lo cual no era mentira.

-¡Señorita Carlota! - intervino Miguel al verla, dándole la mano para pisar la banqueta.
-¡Mensajero, quiero ir a casa! - dijo la chica, apretándolo y sacando algunas lagrimillas que le hacían falta - ¿Cómo nos vamos?
-En el trabajo me dieron una bicicleta.
-No te tardes mucho.

Carlota abordó y Miguel la condujo por un París solitario, en donde los escasos transeúntes colocaban velas en las esquinas.

-Fue una noche de locura, no paré de trabajar.
-Miguel...
-Hubo tantas balas y gente que rescatar...
-¡Miguel!
-Perdón, es que no pude llegar.
-¿Dónde?
-Con usted. De verdad, lo lamento tanto.

Carlota no entendía y no insistió porque temía enojarse y descubrir que a Miguel no le pararía la boca con sus palabras acerca de "estar a su servicio". Por supuesto, el otro lo adivinaba con sólo verla por el espejo retrovisor y prefería darle un paseo para calmarla.

-Tomaré un baño y comeré algo ¿no sabes si mi familia está en el hotel?
-Nadie ha ido para allá, han estado buscándola desde el barrio chino hasta Montmartre.
-Nadie en Saint Denis.
-Su tío Gwendal está con Viktoriya, preguntaré si puede pasar a visitarlos.
-¿Qué les pasó?
-Ella se desmayó y tiene la presión baja.
-Gracias, Miguel.
-¿Quiere llevarle un regalo?
-Y uno para Judy... Búscame unos perfumes.
-Hecho.
-Con todo esto, olvidé que día es hoy, no importa.
-Sábado.
-El lunes vuelvo a clases.
-No creo ¿ha podido oír las noticias?
-No.
-El ciclo escolar no iniciará el nueve sino el dieciséis de septiembre.
-¿Nueve?
-Dieciséis.
-No, no, hoy es siete.
-Así es.
-Siete.
-¿Qué pasa?
-Es nuestro aniversario, Joubert y yo cumplimos un año ¡Es nuestro aniversario, nuestro aniversario!

La chica alzó los brazos y prácticamente gritó de alegría.

-¡Miguel, Miguel! Necesito conseguir pastelitos y mucho té ¿podrás...?
-Le consigo lo que quiera pero media ciudad está cerrada.
-Lo haré yo misma ¿llegó mi ropa de la tintorería?
-La recogí ayer como lo pidió.
-¡Ay mensajero, te quiero!
-Gracias, señorita.
-Me conformo con unas galletas, espero que alguien haya decidido trabajar.
-Yo las consigo.
-¿Qué haría sin ti, Miguel? Me esperas.
-¿Busco a su familia?
-Los llamaré, ve por las galletas.
-Enseguida.

Miguel Ángel se detuvo frente al hotel Odessa y Carlota descendió aprisa, perdiendo los tenis en la escalera e ignorando al recepcionista, que le avisaba como podía que su familia estaba preguntando por ella.

-Iré al hospital de Saint Denis.
-¿No va a esperar a nadie?
-¡No! ¡Si alguien me busca, no estoy!

La muchacha ascendió hasta su habitación y constatando la ausencia de compañía, puso a hervir agua y se metió a la ducha, tratando de ignorar la sangre seca que se desprendía de su pelo y de sus manos, así como de sus mejillas. Carlota pensó en por qué se había permitido quedarse con la misma ropa y sin bañarse y por que nadie se lo iba a hacer notar; dándose como respuesta que no lo habían advertido ni Trankov, ni las enfermeras, tampoco la madre de Joubert ni los médicos porque no se apartaban de la sala de espera, salvo el general Bessette que iba y venía a momentos, atendiendo periodistas o sus pendientes y citas impostergables.

Carlota no dudó en arreglarse con ropa formal y recoger su cabello, maquillándose mientras recordaba como Joubert se le declaró. En aquél momento se había creído tan enamorada que...

-Aun te amo, Joubert - pronunció mientras se maquillaba y colocaba algo de té chai en el agua. En su bolso metía servilletas de tela y una tarjeta que alguna vez quiso dar como regalo y olvidó por mudarse. Cuando la bebida estuvo lista, la metió en una canasta  y abandonó el lugar, encontrándose con Miguel más tarde.

-¿Qué trajiste?
-Galletas de canela y un pan de pasas.
-No combinan con el chai.
-Los conseguí en una tienda china.
-Está bien.
-¿Nos vamos?
-¿Me veo bonita?
-Muy hermosa.
-Es por Joubert ¡es nuestro aniversario!

Carlota subió a la bicicleta y Miguel procuraba tener cuidado para no arrugarle el vestido. La atmósfera triste de París era acompañada por un clima fresco y cielo despejado, señales de que el frío aparecería en cuestión de horas y se estacionaría hasta marzo.

-Haré lo posible por Joubert.
-¿Qué? No te escuché.
-Tal vez haya que interceder porque se mejore, confíe en mí, senorita.
-Eres muy amable, Miguel. Reza también por su mamá, por favor.
-Lo que quiera.

Miguel pedaleó tan veloz como fue capaz, ignorando la lejanía de Saint Denis, pretendiendo dejar a Carlota a tiempo para que celebrara cuantas horas le dejaran. Ayudaba mucho el nulo tránsito y se podían ver innumerables papeles tirados en el suelo.

-Diviértase.
-Miguel, recójeme mañana a las diez.
-Por supuesto.
-Nos vemos.
-Cuente conmigo.

La joven abrazó a Miguel porque no pudo evitarlo. Algo en él le inspiraba confianza y pensaba que había hecho demasiado por ella como para darle una recompensa, aunque darle cualquier baratija o un poco de dinero extra no serían suficientes. Carlota se bajaría de la bicicleta con una sonrisa enorme de gratitud y entró al hospital con una gran energía, llamando la atención con su elegante atuendo blanco y sus aretes, que a pesar de ser de fantasía, brillaban como si poseyeran ese fulgor que caracteriza a las verdaderas perlas. La recepcionista no se atrevía a negarle el paso y la gente que la rodeaba, la admiraba como si estuviera a punto de realizar una hazaña formidable.

-Carlota, debiste ir a dormir - le dijo Alena Bessette.
-No soy capaz de perderme este día, Joubert y yo estamos de fiesta.
-No entiendo.
-Es nuestro aniversario ¿cómo dejarlo pasar?

La madre de Joubert tocó el rostro de Carlota y abrió la puerta del cuarto de Joubert, en donde Andrew Bessette parecía haber entrado por consternación.

-¡Carlota! Pasa, finalmente estamos dentro, los doctores creen que Joubert se encuentra en buenas condiciones... No sonó muy bien - inició el general Bessette.
-Traje galletitas ¿gusta una?
-No, pero supongo que te mueres de ganas de platicar con mi hijo.
-Le hará bien una fiesta.
-¿Traigo globos?
-Con una felicitación basta.
-¿Qué celebras?
-¡Es una fiesta de té por mi primer año con Joubert!

Carlota acercó una mesita a la cama del chico y enseguida colocó el pan y el té mientras buscaba en donde poner las galletas y descubría que Miguel había obtenido serpentinas y confeti.

-¡Se ve muy bonito, Joubert! - exclamó cuando adornó el lugar - ¡Cuando abras los ojos te voy a echar confeti en la cara, sé que eso te gusta!

Acto seguido, Carlota abrió una ventana y posó su mirada en París, cuyo cielo se tornaba rosado y se llenaba de cristales de hielo.

-Ojalá pudieras ver esto, es tan hermoso - murmuró y volteó a la sala de espera, viendo a Ricardo Liukin arribar. Ella no pudo contenerse y fue a su encuentro, en medio del llanto.

-¡Te extrañé, papá!
-¡Cielo, no llores, aquí estoy, ya no me iré!
-¡Me asusté mucho, Joubert no despierta!
-Se recuperará, lo verás.
-Queremos tener un día muy feliz.
-¿Por qué?
-Joubert y yo te invitamos, es nuestro aniversario.

Carlota sujetó la mano de su padre y lo condujo donde los Besette, dándole en el acto un vasito de té y una rebanada de pan, insistiendo en el tema de la celebración, clavando la mirada en la ventana para soñar con un paseo de la mano de Joubert.



Desde el blog van los deseos de un gran y feliz año nuevo 2016. Gracias por este 2015.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El cuento de Navidad (La esperanza)

Pour Nathalie, Jean et la petite Jeanne!

Bérenice y Luiz se habían levantado temprano y estaban alegres cuando ella descubrió tres líneas azules que iluminaron su rostro.

-¿Qué pasó?
-Volvió a salir positivo ¡Estamos embarazados!

Ambos se abrazaron y se pusieron a bailar, moviendo la cabeza como si fueran pollos.

-¿Ahora qué sigue?
-Ir a que me revisen, me digan cuánto tiempo tengo ¡y tal vez que día nace!
-Construiré otra cuna.
-Hoy compraré ropa para Scott y aprovecharé para conseguir lo de su hermanito ¡Es día de rebajas! ¿Era hoy?
-Te acompaño.
-¡Elegiremos zapatitos y camisitas, le regalamos a Scott el oso que vimos el otro día y un montón de gorritos!
-Hay que llevar dinero.
-Ahorré mucho, Luiz.
-Que bueno porque yo también.
-Desayunemos.
-¿Le dirás a tu papá?
-Todavía no, quiero traerle un enorme pastel de chocolate para darle la noticia.
-Bueno, pero me voy a esforzar en no estar tan contento.
-¡Bailemos para que se te quite!
-¡Pollo dance con la tropa cool!
-¡Sí! ¡Sacude el bote, el bote, la cabeza, la cabeza, el pollo, el pollo!

El alboroto se extendió al comedor, sitio en el que Roland Mukhin tomaba un té tranquilamente mientras sostenía al pequeño y siempre sonriente Scott.

-¡Mueve el trasero, el trasero, el bote, el bote!
-¿El trasero es el bote, no?
-¡No Luiz! ¡El bote es la cadera! ¡Bailamos, bailamos, el pollo, el pollo, soy un pollo, un pollo!
-¿Ahora qué? - interrumpió el señor Mukhin.
-¡Estamos felices!
-Eso veo pero ¿por qué?
-¡Tenemos ganas de bailar! ¡Pollo, pollo, somos pollos, mueve el bote, la cabeza, cabeza, pollo, el pollo, somos pollos!
-Eh, basta, basta, siéntense y coman calladitos, por favor.
-Papá, déjanos hacerle al pollito.
-Parecen pavos.
-¿Entonces no?
-No.
-Siéntate Luiz, no podemos ser pollos.
-En mi casa temo que no; mejor díganme que harán hoy.
-Ir por ropa para Scott.
-Me parece perfecto, está creciendo muy rápido ¿Se van a tardar?
-Compraremos en oferta, así que no sé.
-Les encargo un bote de crema de avellanas y queso cheddar.
-¡Lo que quieras, papá adorado!
-Me acordé de tu madre, Bérenice, a ella le gustaban esas cosas... Hice hot cakes ¿no se les antojan?

La joven se sintió más feliz y comió entusiasta, mirando el horno de cartón que su madre usaba y que se conservaba en un rincón.

-Scott ama la papilla de maíz con pollo, se acabó el platito.
-¡Esta adoración de chamaco no es remilgoso! Hasta come toronjas en la guardería.
-¿No está chiquito para eso?
-No lo sé ¡pero se pondrá fuerte y bailará como pollo!
-No en mi casa.
-Es el baile del pollo, solo hay que mover la cabeza.
-Basta, ya entendí. Dénse prisa.
-La maletita de Scott está junto a la puerta.
-Bérenice, no te vas sin tomar tu leche.
-De un trago, mira.
-Era una bro... Que Luiz los cuide.
-¡Mi cabeza de palmera es un héroe, no te preocupes, papá!

Luiz se colgó al bebé al frente y junto a Bérenice cruzó el espejo, aliviado por ver que al otro lado había un día soleado.

En la Tell no Tales de la realidad, la gente iba y venía entre tienda y tienda, luciendo enormes bolsas de compras y dirigiéndose a los distintos barrios. Bérenice y Luiz miraban con azoro los aparadores y antes de gastarse el dinero, identificaron una tienda de autoservicio especializada en bebés, decorada como una vieja fábrica de juguetes y había un gran letrero en el que se leía "Balloon de candy". Por su entusiasmo, Bérenice despertó el interés de las vendedoras, mismas que empezaron a vigilarla por creer que robaría mercancía.

-¡Mira, Luiz! Cobijitas de dinosaurios y duendes! ¿Cuál llevamos?
-Me gusta más la de piratas.
-¡Disfrazamos a Scott y le dibujamos la pata de palo!
-Hay que conseguirle el sombrero.
-Compremos otra cobija igual ¡nuestros hijos serán felices porque no pasarán frío!

Las encargadas pensaban que la joven estaba loca.

-¡Pañales de tela!
-Son unitalla.
-¿Qué?
-Son ecológicos, eso dice el empaque.
-¿Eco... qué? ¿Cuántos serán buenos para Scott?
-Hay que pensar en el bebé que viene.
-¿Cuánto cuestan?
-5€ cada uno.
-Nos llevamos dos de cada color... Blanco no.

Ambos seguían de lo más contentos, tratando de elegir lo que fuera útil, pero Bérenice distinguió a las compradoras que sostenían fresas. La mayoría se hallaban encinta, como ella.

-Luiz ¿me consigues un plato de esos?
-Lo han de vender por aquí.
-Con mucha crema batida, por favor.
-Ya vuelvo.
-¡Gracias amorcito!

Luiz se apartó con el bebé y Bérenice continuó empujando su carrito de compras, dando con la sección de "enseres básicos". No tenía idea de que depositar entre cucharillas, vasitos entrenadores y medidores, excepto por un biberón y un termo con simpáticos dibujos. Tan entretenida estaba que al sentir que tocaban su hombro, se volteó prácticamente saltando.

-¡Mira Luiz: Inky, Binky, Pinky y Clyde!
-¿Qué?
-¡Ay perdón! Era usted.
-Qué sorpresa.

Lleyton Eckhart sonreía y ella notaba que él no vestía formal como siempre.

-Dijiste algo de tu termo.
-Ah, Inky, Binky, Pinky y Clyde, de Pacman.
-Parece que te gustan mucho, los traes en la playera.
-Son bonitos.
-¿Cómo has estado?
-Muy bien.
-No te había visto.
-Tampoco lo vi a usted.
-Trabajo mucho.
-Y eso que es policía.
-Soy fiscal, Bérenice, llevo juicios.
-¿Abogado?
-Pongámoslo así.
-¿Qué lo trae por aquí?
-Compro obsequios.
-¡Para su bebé!
-No tengo hijos.
-¿No? ¡Pero parece un hombre serio!  Muy serio.
-No sé que quieres decir pero mi hermana dará a luz pronto y quiero darle algo.
-Luiz y yo vinimos porque Scott necesita mucha ropa.
-¿Qué tal le va en la guardería?
-No me gusta que vaya pero las cuidadoras lo aman.
-¿Por qué?
-Todas dicen que es muy tierno.
-Entiendo.
-Oiga ¿cree que debería escoger cositas de recién nacido o juntar las de Scott? Es que no sé si comprar toallitas chicas.
-Los niños crecen rápido, mejor reúne lo que ya no uses.
-¿Si me sale una niña?
-¿Perdón?
-Si lo de Scott no me sirve ¿qué voy a hacer?
-Regalarlo.
-Meteré todo a una caja y gritaré "ropa de bebé, escójala gratis".
-Je, muero por verlo.
-¿Morir?
-Es un decir.

Bérenice se encogió de hombros y comenzó a curiosear al hallar platitos.

-¿Qué tan rápido crecerá Scott?
-Habrá aumentado de talla estos días.
-¿Pronto se volverá un hombre?
-No alcanzo a contestarte, no tengo hijos para saberlo.
-Bueno, entonces le llevaré todo de Pacman.
-¿Por qué te gusta Pacman?
-Se parece a mí porque come y come.
-¿Tienes buen apetito?
-¿Ape... qué? Ja ja soy Pacman.

Bérenice elegía más cosas y Lleyton sólo la seguía.

-¿Un triturador manual o un descorazonador?
-Yo uso licuadora y cuchillo.
-Eso tiene lógica.
-Usted va a ser tío, tiene que llevar juguetes y malcriar al chamaco.
-No creo que a mi hermana le guste.
-Ni a mí pero el tío Kovac se la pasa regalandole pelotas a Scott.
-¿Kovac?
-Un amigo.

Lleyton enmudeció momentáneamente, deseando haber oído equivocadamente.

-Oiga, no compre eso.
-¿Qué dijiste? Perdón, es para hacer perlas de fruta.
-Los bebés no las comen.
-Tienes razón, eres muy lista, Bérenice.
-Siempre se me va la olla.
-Usas el sentido común.
-Me conformo con que Scott y su hermanito no salgan como yo.
-¿Qué dijiste?
-He soñado que los dos estudian y se ganan el Nobeli.
-Nóbel.
-Eso.
-¿Un Nóbel? Va a ser difícil.
-Serán dos, uno para Scott y el otro para ... ¡Lo llamaré Bashir! ¡Si es niña será Jeanette!
-¿Estás embarazada? ¿Otra vez?
-Sí.

Lleyton por poco se quedaba petrificado a pesar de no tener motivos. Durante el mes y por su trabajo, ni siquiera había pensado en ella.

-¿Es del Bob Patiño, verdad?
-¿Pati qué?
-Bob...
-¡Mi Bob! Mi cabeza de palmera y yo celebraremos con un gran pastel.
-¿No es muy pronto?
-¿Para qué?
-Estuviste en el hospital.
-Ya pasó.
-Pero estuviste muy mal.
-Me cuidaré mucho ¡mi bebé será el más fuerte del mundo!

Bérenice sonrió más y fue al área de juguetes, tomando los peluches de piratas más suaves mientras Lleyton la contemplaba con la resignación de haberla conocido muy tarde. De todas formas se contentaba por saberla feliz.

-Señor ¿no va a escoger un muñeco? Será el primer juguete de su sobrino.
-Bérenice, mucha suerte.
-¿Dónde va?
-Olvidé unos jabones.
-¿Jabones?
-Me los pidieron.
-Al menos nos saludamos.
-Sí, por fin.
-¿Lo veré en la cantina?
-Prometo pasar de vez en cuando.
-Lo cuidaré de Evan.
-Gracias, nos ... Luego.
-Adiós.

Bérenice suspiró al irse Lleyton y se detuvo frente a un gran árbol que decoraba la tienda y que estaba rodeado por una fuente. Era un área de descanso que todo el año conservaba un aspecto invernal y que cada septiembre lucía más verde que de costumbre.

-Aquí estás, no había fresas - dijo Luiz al encontrarla.
-Será otro día.
-Te traje un licuado.
-¡Yummy, licuado! ¡De calabaza, gracias!
-¿Cansada?
-No pero mira ¡escogí muchos piratas!
-Scott será un capitán del barco de peluches.
-Su hermano lo acompañará en sus aventuras.
-En contra del cocodrilo Drake.
-Jajajaja.
-Luego se dormirán a media batalla.
-Ay, Luiz, es el segundo bebé.
-La tropa cool será más cool.
-Me conformo con que sean más inteligentes que yo.
-Lo lograremos.

Bérenice se recargó en el hombro de Luiz y pensó en sus niños, emocionada por su buena suerte.

-"Deseo que mis chamacos estudien como el señor Lleyton y si no, que salgan a su padre, Luiz es el mejor chico del mundo" - concluyó. Cada que Bérenice deseaba algo, el ambiente se llenaba de un fino olor a caramelo.

Feliz navidad y buenos deseos, diviértanse mucho en estas fiestas.


domingo, 20 de diciembre de 2015

Try: Una inesperada presencia (La esperanza)


-"¿'Príncipe Joubert Bessette? ¿Se están burlando o por qué lo van a publicar así?
-Es que el joven no ocupa un rango todavía.
-Se tiene que leer 'Príncipe Joubert de Mónaco', esto es serio y quiero fotos de la entrada de su madre a visitarlo. Ella está por llegar, no quiero errores.
-Falta que nos pida la portada.
-¡Excelente! Dénmela.
-Pero haremos un homenaje a las víctimas.
-Joubert casi muere por estos locos, nadie se va a molestar si lo vuelven mártir.
-No podemos acceder a su petición.
-¿Pero pueden recibir mis cheques cada mes? Arréglenlo.
-No hemos mandado a imprenta, cambiaremos lo que pide.
-Así me gusta, avísenme cuando esté listo, adiós."

Tal era la llamada entre Andrew Bessette y el editor de la revista "Hola", quien a menudo accedía a cualquier capricho con tal de llevar a su bolsillo generosas cantidades y uno que otro favor que cobrar cuando una celebridad lo metía en problemas. Desde hacía dos meses, el general Bessette no escatimaba en gastos para aumentar la popularidad de su hijo y de paso la suya, que disminuía un poco luego de causar escándalo en Hammersmith y aparecer en "Hola" era tan provechoso que hasta en la tragedia ambas partes habían negociado; nada raro en el mundo de los socialités.
Por supuesto, Andrew Bessette se hallaba en el hospital de Saint Denis y sólo necesitaba la llamada que le indicara que podía salir de su escondite.

-Sigue llorando Carlotita, te verás preciosa en las fotos - murmuró después de ver a la jovencita conversando con Trankov, pensando en cómo explotar esa angustia - Mon Charlotte ¿por qué siempre estás con el ánimo perfecto para ahorrarme trabajo? Te haré muy famosa, mon princesse, muy famosa.

A Andrew Bessette le fascinaba ver a cualquier niña de porte elegante y comenzaba a preferir aquellas que le recordasen a Carlota Liukin, así lo molestara Adelina Tuktamysheva cuando se le atravesaba en el camino, diciéndole que "cada vez eres más descarado al tirar tu baba".

-No tengo remedio - siguió él al oír la voz de una tal Córalie que, enterándose en las noticias de que Joubert estaba grave, había acudido a verlo.

-Hola, soy Andrew Bessette ¿tú...?
-Córalie Pokora... ¡Deme su autógrafo por favor!
-Con todo placer.
-Ay, pero... Lo siento ¿Cómo está Joubert?
-Delicado, necesitará transfusiones pero lo declararon estable y Carlota Liukin lo cuida así que estoy tranquilo.
-¿Carlota?
-No me digas ¿viniste a ligarte a mi hijo?
-Él es un amigo.
-Claro y yo soy James Bond.
-Es muy guapo, se parece a usted, suegro.
-El molde original está mejor ¿no crees?
-Ah...
-Te daré lo que quieras si me sigues cuando te diga.
-¿Quién se cree?
-Dinero, joyas, ser una celebridad; eres bonita, puedo ayudarte con Joubert.
-¿De verdad?
-Carlota es aburrida y tú ... Sé obediente, espérame.

La chica desconfiaba un poco pero se quedó en la penumbra mientras el general Bessette contestaba otra llamada y se iba a la sala de espera. Adelina Tuktamysheva se le aparecía junto, con risa cínica.

-Al menos sácale dinero.
-¿Tú quién eres?
-Soy nadie, pero tú eres Córalie y eres muy tonta. A los hombres como Bessette hay que hincharlos de ego y ni sueñes con que te acercará a Joubert a cambio.
-Vete.
-Despierta idiota, te esfumas en este momento o bien, pónte el precio muy alto porque no querrás que se termine y quedarte con el recuerdo de la diversión solamente.
-¿De qué me hablas?
-¿Por qué crees que Andrew te pidió que lo esperes? Tú le resultas una más, no te creas tan especial.
-Adiós.
-Piensa, te dará de todo y aprovéchalo porque las morenas no le gustan... Excepto yo. Además, por algo te quedas aquí y no corres por Joubert.

Córalie pensó en acercarse a la sala de espera con el general Bessette para contradecir a Adelina, pero el tipo se aproximaba a su vez a Carlota Liukin para estrecharle la mano y darle un abrazo mientras le agradecía haber auxiliado a Joubert.

-Fuiste muy valiente - dijo Bessette en voz alta - No alcanzo a agradecerte, Carlota, de verdad gracias por traer a mi hijo.

La joven Liukin no decía cosa alguna, quizás porque se había impresionado con la actuación de un hombre que estaba más ocupado en voltear a la puerta.

-¿Cuándo viene tu familia?
-Mi tío Joachim le llamó a los demás, no sé donde se metió.
-Te acompañaré en lo que vienen por ti ¿quieres algo? - Bessette giró hacia las enfermeras - Tráiganle un abrigo y un chocolate caliente - y volviendo a Carlota - ¿Te gusta con bombones, corazón?
-No se moleste.
-Claro que sí, que te pongan lunetas también.

Las atenciones eran halagadas por los presentes, que comentaban sobre el "acto de heroísmo" de Carlota Liukin al sostener a Joubert hasta la puerta del hospital y su entereza, ignorando deliberadamente que había llegado en ambulancia.

-Necesitas ropa, unos zapatos bonitos, ¿te presto mi teléfono? Llama a tu padre.
-No es necesario, señor Bessette.
-Carlota, entiéndeme, estoy en deuda.

La joven Liukin no atinaba a contestar y dio un sorbo a su chocolate cuando se reflejaron varios flashes y se oyó mucho bullicio. El general Bessette se levantó a prisa y fue donde los periodistas, quienes no eran claros con sus preguntas y apenas se habían detenido en la puerta de madera que separaba la sala de espera de la recepción.

-Baja la cabeza, Sergei - sugirió Carlota al guerrillero cuando este tomó asiento a su lado.
-¿Quién habrá venido?
-No alcanzo a ver... Ay, me tomaron una foto.
-Bien.
-La luz me lastima.
-Empezó el circo.
-Menos te podrás ir.
-No pienso hacerlo.
-Si te reconocen...
-Lutz me tapa.
-¿Por qué habrá tantas cámaras?
-Se supone que Joubert y tú son "famosos".
-A diario publican que me amenazaron de secuestro.
-¿Y es cierto?
-¿Y si el tiroteo fue por mí?
-Prometo averiguarlo, aún así dudo que lo hayan hecho para llamar tu atención o asustarte.

Carlota y Sergei fijaron su vista al frente, omitiendo atender la reacción de un sorprendido Tennant Lutz que se apartaba como si el mar acabara de abrirse. Los flashes eran más intensos cuando dejaron de verse de golpe, ya que la entrada era asegurada para evitar a los curiosos y ciertas exclamaciones de admiración quebrantaban el ambiente trágico alrededor. Carlota sólo giró su cabeza cuando alguien comentó que "a Joubert Bessette lo rodean las hadas".

-¡Dios! Sergei, no te imaginas ...
-¿Qué pasa?
-Conocemos a esa mujer.
-¿Cuál?

Ataviada totalmente de blanco y con una enorme estola del mismo color, una mujer, delgada y preocupada, caminó por la estancia con los ojos humedecidos y el rostro ligeramente inclinado hacia abajo. Su vestido y sus guantes indicaban que venía de alguna fiesta y sus joyas, de diamantes pequeños y muy brillantes le resaltaban. Al pasar junto a Carlota y Trankov, les miró con una sonrisa pequeña y siguió hacia el cristal de la habitación de Joubert, llorando al instante. Andrew Bessette la sostuvo.

-¡Es Alena Makarova! - hizo notar Carlota y el guerrillero eligió el silencio.

-Alena, todo estará bien - señalaba el general Bessette - Lo importante es que atendieron a nuestro hijo a tiempo; Carlota Liukin lo salvó, ¿no quieres saludarla?
-Quiero abrazar a mi niño.
-No se puede todavía, hablaré con el director para que podamos estar cuanto deseemos.
-Andrew ¿por qué ahora? ¡Al fin seríamos una familia!
-No te alteres, estás convaleciente, ven aquí, descansa.
-¿Dónde está Carlota?
-Atrás de ti.
-¡Gracias! ¡Muchas gracias angelito!

Carlota no supo como responder y Trankov la miró de sobra confundido.

-No esperaba a la madre de Joubert.
-Tampoco que fuera ella.
-¿Por qué trabajaba en ese club de hielo?
-Me dio, nos dio una clase, Sergei.
-¿No se supone que está enferma?
-Tenía cáncer, Joubert me contó.

La mujer se levantó de su sitio y se plantó frente a Carlota.

-Hemos vuelto a vernos, señorita Liukin.
-Señora...
-Alena, por favor.
-A Joubert le hará bien que usted le hable.
-Gracias por ayudar a mi hijo y Trankov, gracias por venir.
-Alena, nosotros...
-No digas más, Carlota, dame tu mano, vamos con Joubert.

Carlota Liukin accedió y se colocó de nueva cuenta de frente al cristal, contagiándose de las lágrimas de Alena, quien olvidaba su cansancio y problemas para mantenerse de pie, así sus ojos terminaran entrecerrándose y se quitara los zapatos para no perder de vista al indefenso Joubert.

Por su cuenta, el general Bessette se abstenía de aproximarse a su esposa y en un descuido, retornó con Córalie Pokora, misma que se iba enterando que no le darían el paso con Joubert.

-¡Dijiste que estaría cerca de él! - reprochó.
-No por ahora.
-Entonces no hay trato.
-Como quieras, pero luego no te arrepientas.
-¡Idiota!
-Miau.
-¡Atrás!
-Córalie, me gusta tu piel tostada, tu boca, para ser morena no te digo que no.
-No me toques.
-Oye, mírate y mira a Carlota Liukin ¿crees que los Bessette la cambiaríamos por... bueno, tú? No eres elegante, no tienes personalidad, careces de talento y tu gracia es vulgar.
-Carlota es aburrida.
-Pero refinada y dotada de un aura que la pone por encima de los mortales. Tú aspiras a despertar simpatía pero las virtudes no son lo tuyo.
-Adiós, imbécil.
-¡Hey! No me hagas perseguirte.
-¡Eres asqueroso!
-Caerás.
-Cretino.
-¿No te resistes, verdad?
-Eres muy sexy.
-Vámonos.
-Pero tu esposa...
-Córalie, no hagas preguntas y mantén el secreto.
-¿Me darás lo que me plazca?
-¿Cómo qué?
-Quiero ser modelo.
-Concedido.
-Y joyas, fiestas, un yate...
-Me vas a costar.
-¿Como sé que cumplirás?
-Escucha.

Andrew sacó su celular y contactó nuevamente al editor de "Hola". Córalie en cambio, contempló a Carlota Liukin y dándose cuenta de que no tendría otra oportunidad, decidió acceder a los deseos del general Bessette.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Try: El momento de Sergei Trankov (París, La esperanza)


Belle  semaine et joyeux anniversaire Fabian!

-Cumber ¿qué quieres?
-Sergei, balearon a tu amigo.
-¿Quién y cuando?
-Estamos en el restaurante "I cipollini", acaba de pasar, tu amigo Bessette está grave.
-¿Qué?
-Se lo llevaron al hospital Saint Denis.
-¿Qué pasó?
-Unos tipos se pusieron a disparar a todo mundo pero empezaron con Bessette; estábamos comiendo, Carlota Liukin ...
-¿La hirieron?
-No, pero también fue a que la atendieran.
-¿Estás bien, Cumber?
-Uno de mis hermanos necesita un doctor, lo llevaré a Bércy.
-Iré a Saint Denis, cuídate Cumber.
-No salgas sin tu arma, adiós.

Sergei Trankov saltó del sofá y se plantó enseguida una chaqueta. Lubov sabía que él no volvería en días.

-Joubert está en el hospital.
-¿Cómo crees?
-Hubo un tiroteo, no sé más.
-¡Pobre chico!
-No abras la puerta y espera mi llamada.
-¿Dónde vas?
-A Saint Denis.
-No tardes en darme noticias.
-Nos vemos, Lubov.
-Cuídate, Sergei.

El guerrillero tomó el rostro de su mujer y la besó largamente, sorprendiéndola y conmoviéndola por lo inesperado del gesto. Él se alejó enseguida.

París era prácticamente un desierto en el distrito XIII y los cuerpos de emergencia tenían tomada la ciudad junto con la policía. Sergei intentaba camuflarse con los soldados que iban llegando pero acabó por irse a través de los techos, constatando que el tiroteo aun no terminaba y se aproximaba a Bércy.

-Cumber, corre a Saint Denis - Avisó por celular y luego llamó a Adelina, quién tardó en contestar.

-Sé que no te importa pero inicia el protocolo Magnussen.
-¿Qué cosa?
-Que llames a Thorm Magnussen.
-Ah, ¿qué le digo?
-"Protocolo", sabrá qué hacer.
-¿Todo está bien, amado líder?
-Mientras dure, Thorm será el jefe, a mí no me fastidien.
-¿Qué va a hacer, amado líder?
-Es mi asunto, Adelina.

Sergei terminó la llamada y abandonó el teléfono antes de seguir saltando hacia el norte y toparse con Tennant Lutz, que sacaba su motocicleta de un callejón.

-¡A Saint Denis! - le gritó y el chico aguardó a que descendiera.
-¿Has sabido algo?
-Vamos.

El guerrillero parecía tan serio que Tennant pensó que contenía el enojo. Los alrededores de Saint Denis, de acuerdo a los murmullos de la poca gente que encontraban, era un caos en el que nadie distinguía entre heridos y gente que buscaba informes, mucho tránsito adyacente y ambulancias que no cesaban de llegar. Fue entonces que Sergei se fingió lastimado.

-¿Crees que funcione?
-Lutz, cállate.

Ambos continuaron hasta el hospital y un retén ocasionó que justificaran su arribo.

-Es mi amigo, le dieron un tiro en el estómago, por favor, déjenme pasar, no pudieron admitirlo en Bércy - pretextó Tennant y como Sergei se doblaba, los oficiales les dieron la oportunidad de cruzar.

-Iré con Joubert, tú te vas a buscar a Carlota Liukin y más te vale no echarlo a perder.
-¿Cómo vamos a entrar?
-Pasando de largo.

Trankov estaba enojado y pronto descendió de la motocicleta para mezclarse entre las personas que entraban y salían del hospital. Tennant lo alcanzó como pudo y los dos terminaron en la sala de espera, viendo como a Joubert Bessette lo rodeaba parte del personal en una habitación en la que ningún otro paciente podía estar presente. Ambos alcanzaron a ver a Judy Becaud llorando cerca.

-Sergei ¿qué vas a hacer?
-Dejar que todos se vayan.
-Nos van a descubrir.
-No.

Sergei Trankov se acercó lo que le pareció prudente y Carlota Liukin lo reconoció desde su asiento. Verlo de pie la hizo salir del efecto del sedante.

-Matt...
-Sergei, siempre dime Sergei.

Ella volteó de nuevo hacia Joubert y no tardó en contemplar al guerrillero colándose al cuarto, ocultándose detrás de los médicos y una planta hasta que salieron y la puerta se cerró firmemente. Desde el exterior, cualquiera podía saber que Sergei tomaba asiento y comenzaba su llanto al abrazar a su amigo. Carlota no tardó en colocarse frente al cristal aunque no escuchara ninguna palabra e imaginaba que Sergei se disculpaba por algo. Aquello se volvió cierto minutos después, al leer en los labios de su guerrillero que lamentaba haberla besado y no alejarse a tiempo para evitar lo de Vérlhac. Le confesaba a Joubert de sus momentos con ella en ausencia, de ser su cómplice cuando le pidió ir a Notre Dame para encontrarse con Guillaume y sobretodo, de lo ocurrido en Hammersmith y en el cumpleaños después de la pelea con Bérenice. De todo eso, Sergei se sentía culpable y lamentaba no tener valor para decirlo antes ni tenerlo cuando Joubert despertara. Luego vinieron otras anécdotas que Carlota no alcanzó a entender pero le conmovía que estuvieran juntos, recordando que se conocían desde mucho antes de imaginar que ella entraría en sus vidas.

-¡Lutz, ven acá! - exclamó Sergei al salir y sujetó al muchacho violentamente.

-¿Dónde estabas cuando pasó todo esto?
¡Te dije que cuidaras a mis amigos, idiota!
-Sergei, yo no creí....
-¡Te preparé para evitar peligros y Joubert se va a morir por tu culpa, imbécil!
-¡Sergei, déjalo ya! - intervino Carlota - ¡Tennant estaba salvando a los que se quedaron en "I cipollini"! ¡Los tipos se fueron porque él desarmó a uno de ellos! ¡Déjalo en paz! - Acercándose al guerrillero pronunció - Y nunca, nunca te atrevas a decir que Joubert va a morir ¡Nunca! - Acto seguido, la chica golpeó a Trankov en el rostro y se quedó frente al cristal, llorando por ver a Joubert tan frágil.

-Perdona, Lutz - susurró el guerrillero y eligió estar de pie junto a Carlota.

-No vuelvas a... - Siguió ella.
-Perdón, es que Joubert está muy grave.
-¿Despertará?
-Necesita una transfusión y su padre se negó dos veces.
-¡Por Dios! ¿En qué está pensando?
-No te preocupes, si las cosas empeoran, le donaré lo que tengo.
-¿Por qué Joubert?
-No lo sé.
-¡Siempre sabes algo!
-Hoy no.

Era tan remota la posibilidad de que Sergei Trankov derramara lágrimas alguna vez, que la chica lo abrazó fuertemente y besó su frente para confortarlo.

-Carlota, debemos hablar.
-Me siento muy mal.
-¿Le contarás a Joubert?
-¿Qué?
-Lo que hicimos en el departamento de Cumber, lo que ha pasado entre nosotros, lo tuyo con Guillaume...
-Lo lastimaría mucho, con esto tiene bastante.
-Soy tan cobarde...
-No recordará nada de lo que dijiste cuando despierte.
-¿Fue lo que te ocurrió?
-Sólo me acuerdo de tu voz, de los demás no hay nada.
-Es horrible volver al mundo.
-Joubert estaba junto a mí, toda la sangre me cayó encima.
-Carlota...
-Quiero mucho a Joubert, no lo puedo perder.
-No lo perderemos, no pasará.
-No crees en tus palabras.

La joven volvió a su asiento y estrechó sus patines para distraerse; Tennant le contaría a Sergei que había estado en una pista de hielo antes de ocurrírsele ir a "La maison rouge". El guerrillero se colocó junto a ella.

-Soy amigo de Joubert desde que era niño.
-Él habla de ti.
-¿Bien?
-Eres su mejor amigo.
-Joubert también es así contigo.
-¿De verdad?
-Según él, eres una gran chica.
-Sabemos que no.
-Al menos lo aceptas, brujita.
-No empieces, imbécil.
-No da risa.
-Estoy muy asustada.

Sergei giró para darse cuenta de que Carlota no había cambiado su ropa y la sangre seca también tocaba su rostro, así como su cabello, que parecía tener mechones rojos.

-Pude ser yo.
-No, Sergei.
-Cuando me detuvieron en Moscú, creí que me degollarían, sobretodo porque amenazaste a Putin.
-Me dijo que te llevarían a Cobbs.
-Comentó que llenaría un tarro con mi sangre y te lo enviaría o me desmambraría para luego darme de regalo en tu puerta.
-¿En serio?
-Me salvaste.
-A Joubert, tal vez no.

Sergei enjugó las lágrimas de Carlota y le devolvió el beso en la cabeza antes de apretar su mano.

-Eres un amor imposible.
-A veces no sé que siento por ti.
-¿Me quieres un poco?
-No habría pasado el dos de agosto contigo, solos.
-Perdón por ver Hey Arnold!
-Ja, ja,  la siesta me gustó.
-¿Aun sueñas conmigo?
-Dormir me tranquiliza desde hace días.
-Es un alivio, no te resbalas más frente a mí.
-Si quiero que patines, sólo tengo que pedírtelo.
-He anhelado regresar el tiempo para que se repita el desfile y el día que fuimos con Makarova con tal de que estés conmigo en el hielo o ir al baile.
-Carlota, es tiempo de olvidarme.
-Temía que lo dijeras.
-Házlo por Joubert, porque lo amarás un día y ...
-Siempre serás tú.

Sergei Trankov guardó silencio y miró a la jovencita con una expresión de agrado, aunque ninguno de los dos detenía sus lágrimas. Se incorporaron pasados unos segundos y se situaron frente al cristal que los apartaba de Joubert, habiendo decidido Carlota que el guerrillero permanecería a su lado, sin sospechar que él tenía un equipaje preparado para marcharse a donde ella deseara.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Try: La parte de Judy. (París, La esperanza)

  
Tessa Virtue y Scott Moir / Foto cortesía de tumblr.com

Hospital Saint Denis, medianoche.

Llegó septiembre justo en el minuto que Judy Becaud luchaba por no terminar su embarazo y la enfermera, por no perderle a ella, le sostenía la mano. En la sala de espera, la única persona que se había presentado hasta ese momento era una Carlota Liukin que impactada por verse cubierta de sangre, estaba bajo los efectos de un sedante que la mantenía sentada y con los ojos fijos en Joubert Bessette, que era atendido en el cuarto de al lado después de salir del quirófano. Andrew Bessette no había autorizado la transfusión que el chico requería.

-¿Creen que pueda hablar con la policía?
-La pobre niña apenas puede con su alma porque llegó casi muerta del susto, no ha llamado ni a su casa.
-¿Qué hay de la mujer que venía con ella?
-Tampoco ha venido nadie y eso que espera un bebé; de menos, esa si alcanzó a avisarle al marido.

Las enfermeras comentaban cualquier cosa y una hizo notar que Judy se había maquillado para no delatar un moretón al lado de la boca que nada tenía que ver con los otros que le había provocado el tirador de La maison rouge.

-Otra a la que le pegan, no sé por qué nos sorprende.
-Ay queridas, es que aquí viene a parar cada sufrida.
-Y de ellas vivimos, así que mejor a trabajar, ya veremos que gañán es el que le tocó a esta tonta.

Carlota poco pudo hacer por reaccionar, excepto voltear a ver a Judy, que ya lucía el mencionado golpe y le daba una apariencia de tristeza permanente.

-Va a terminar por no sentir nada - remató otra enfermera cuando Judy gritó desesperada y llorosa, preguntando si su esposo iba en camino.

Horas antes, calle Bruyère, Montmartre.

-Jean, buenos días.

Judy Becaud acababa de despertar y saludaba a su marido normalmente, así este le ignorara y fuera a desayunar solo, sin voltearla a ver. Él llevaba algunos días enojado y cualquier pretexto era bueno para comenzar a gritar o desatar una discusión, así que ella intentó levantarse para al menos servirle el café, pero se sintió tan cansada que no pudo hacerlo. Su presión estaba un poco baja.

-¿Qué, te vas a quedar ahí? - le preguntó Jean pasado el mediodía.
-Perdón, no estoy bien.
-Ah, mira, levántate ¿quieres? ¿No vas a trabajar? ¿Lo hago todo solo...?
-Ya voy, dame un minuto.
-Ojalá estuvieras enferma.
-¿Qué dices?
-¿Por qué no te dio gripe o gastritis? Estás insoportable.
-¡Jean!
-Ah, no me hables porque vas a empezar a llorar con eso de que estás embarazada y a mí ni me interesa.
-No iba a decir nada.
-¿Cuándo te deshaces del problema?
-¿Qué?
- Ningún niño cabe en la casa.
-No me digas eso.
-Oye, acordamos que cero hijos y no vas a criar ese que esperas.
-No estoy de ánimos para pelear contigo.
-No peleamos, nos recordamos las reglas.
-Necesito estar tranquila.
-Iré buscando orfanatos.
-No.
-Judy, en serio, con dar en adopción te irá mejor.
-Es nuestro bebé.
-Tuyo, porque yo paso.
-Pero estamos juntos.
-Querida, o tú o el niño porque no hay espacio para dos, suponiendo que no vayas con tu madre a rogarle que te acepte con todo y regalo.
-No hagas esto.
-Me casé contigo con la condición de no salirme con estas cosas, si no te parece, ahí está la puerta y mandaré tu maleta a donde quieras.

Judy tocó su vientre y las lágrimas le brotaron en automático, incrédula por las palabras de Jean, mismas que se reiteraban y se antojaban más agresivas. Él ahora se metía con el asunto del dinero y le reprochaba ser una egoísta que sabiendo lo perjudicial de un embarazo en sus circunstancias, se negaba a  renunciar y generaba más y más gastos.

-¡Basta, basta! - estalló ella, levantándose - ¡Déjame en paz, si estoy embarazada es por tu culpa!
-¡No tomaste las malditas pastillas!
-¡No se me pegó la gana y tú nunca te cuidaste!
-¿Qué pensaste? ¿"Ya embauqué a este idiota"? ¡Desházte de tu caprichito o ve pensando en que te largas!
-¡No me voy a mudar!
-¡Te me vas a abortar ahorita!
-¡A mi no me truenas los dedos!
-¡Me urge!
-¡Vete al demonio, Jean! ¡Tendré al bebé!
-¡Fuera de mi casa!
-¡Esto ni siquiera es tuyo!
-¡Pero pago la renta con mi dinero!
-¡Ese dinero es mío, yo me mato cocinando para que sigas siendo un inútil!
-¡Tan inútil pero a la hora de pedir regalos y mantenerte era tu "marido adorado"! ¿Ya se te olvidó que te di de tragar cuando te recogí de la calle y que te pagué tus cositas porque llegaste sin nada?
-¡Vivía con mi madre y la dejé por ti!
-No tenías ni trabajo y yo te di uno, hasta te quité lo corriente; yo te hice y te puse las reglas que aceptaste así que lárgate.
-¡Eres un desgraciado!
-Cállate.
-A nadie le importan tus libros, ni siquiera puedes recuperarlos y eres un imbécil ¡No eres quien para cerrarme la boca, no eres nadie! ¡No eres nadie!

Jean respondió jalándole el cabello, cacheteándola y arrojándola violentamente al suelo en varias ocasiones, con toda la intención de hacerle daño al bebé. Luego se marchó.

Cuando Judy se incorporó, anochecía en París. Ella no quería mirarse al espejo, pero se atrevió a alzar la cara, dándose cuenta de que del lado izquierdo tenía una inflamación que se pondría roja y en el resto del cuerpo sentía mucho dolor, como si además, le hubiesen dado una paliza. Convencida de que debía irse, se maquilló para disimular todo, prefiriendo dar una apariencia de afición al color excesivo a la sola insinuación de un golpe y se vistió y peinó aprisa, abandonando su casa antes de que alguien la buscara.

En lugar de pedir ayuda a su madre o denunciar a su marido, Judy caminó largamente hasta el distrito XI, colocándose un enorme suéter cuando vio en sus brazos las primeras huellas de próximos moretones y buscó refugio para no llorar más y lidiar después con ello. Así llegó Judy a "La maison rouge", pidió una mesa exterior y se dedicó a devorar spaghetti, esto hasta ser reconocida por Carlota Liukin y acercarse para seguir dismulando.

Hospital Saint Denis, 2:00 am.

Judy se negaba a rendirse cuando Jean Becaud apareció en la sala de espera, ansioso por recibir la noticia del aborto. Lejos de cumplirse la expectativa, la mujer se calmó al verlo y minutos más tarde sus signos volvieron a la normalidad.

-La tendremos en observación pero el embrión está bien - concluyó el médico que la atendía - Cuidado con el estrés.

Judy asentó y mejor preguntó por el paciente de al lado, Joubert.

-Le indujeron un coma.
-Hace meses, Carlota tuvo uno también.
-Se invirtieron los papeles.
-¡Por lo menos esos dos se quieren, es tan injusto que pasen por esto otra vez!
-Descanse.
-Si mi esposo me quisiera, yo no habría ido a "La maison rouge" ni esperaría a su hijo.
-Descanse, no piense en eso.
-El chico que me iba a matar se compadeció de mí ¿por qué Jean no puede hacerlo?
-No se altere, le pondré un calmante.
-¡No! ¡Vea a mi esposo que ni siquiera se acerca! Él quiere saber que su hijo pudo morir, a mí ya no me quiere.
-Por favor, guarde la cordura.
-¡Jean, no quiero estar sola, haré lo que pidas pero ven, te perdono todo! ¡Jean ven conmigo, no me sueltes nunca!

Carlota Liukin, aun con el efecto de su sedante, giró sus ojos hacia Jean Becaud, que indiferente, se alejó para no oír los ruegos de Judy, que entraba en crisis de nuevo y amenazaba con colapsar de la angustia mientras sus moretones comenzaban a notarse por todo su cuerpo. Nadie volvería a advertir siquiera que un terrorista había sido mucho más sensible con ella y quiénes la veían, tomaban el conveniente atajo de pensar que gritaba por la impresión de un tiroteo sin precedentes.