viernes, 17 de junio de 2022

Un relato finlandés


Aeropuerto de Vaanta, Finlandia.
Martes, 19 de noviembre de 2002.

¿Es un corazón de rábano? ¿Por qué lo clavaste en un tomatito? - reía Carlota Liukin mientras tomaba una comida en un restaurante del aeropuerto de Vaanta y aguardaba a que una intensa nevada terminara. Finlandia era un país muy frío y se antojaba de lleno de gente extraña. La chica había dicho al mesero que lo único que deseaba era una sopa caliente y un enorme sándwich de queso asado a manera de broma y aquél lo había tomado literal. A Marat igualmente le sucedía al mencionar un té como la solución a un escalofrío luego de pasar por la aduana, pero no significaba que realmente lo deseara. Maragaglio en la mesa próxima le advertía a Katrina que debía tener cuidado con cada cosa que saliera de su boca porque los finlandeses tomaban en serio las palabras, sin rodeos.

-Si dijera que me acostaría con el hombre de allá ¿Creerían que es verdad? - preguntaba ella con su sonrisa más coqueta.
-En efecto.
-Me alegra saberlo. Aquí no puedes mentirme, cariño.
-Soy italiano, a salvo no estás.
-¿Qué pasa si engañas un poquito aquí?
-Deshonra.
-Entonces no lo hagas.
-¿Qué intentas decirme, Katrina? 
-Te vi coqueteando con una chica rubia y tienes su teléfono.
-Mujer, no te metas en mis asuntos.
-No tienes remedio.
-¡No debes estar celosa!
-Maragaglio, me contagias lo que sea por andar de promiscuo y juro que te golpeo con la misma pala con la que te entierre.
-Oh, wow ¿Te asusta mi vida sexual? ¿No debería ser al revés?
-No nos cuidamos una vez.

Katrina llevó un trozo de queso a su boca y miró a Maragaglio sin recibir una réplica. Él en cambio, siguió con su comida como si nada le ocupara la mente y sonrió.

-Eres un idiota - reprochó ella antes de sorber un jugo de naranja con un popote de metal y darse cuenta de que no saldrían fácilmente de ahí. El auto que habían rentado para trasladarse a la ciudad tardaría cincuenta minutos más en estar listo y los descuentos en las tiendas duty free no eran tan atractivos como parecían. Desde lejos, Katrina lucía como la frustrada novia joven de un hombre que no se comprometía en la relación y le causaba disgustos constantes. 

-No me mires así.
-¿Así cómo?
-¡Como si te burlaras de mí, cariño!
-Sabes que no lo hago.
-¿Estás castigándome?
-¿Por qué?
-¿Esto es por la huelga? ¡Pues seguirás sin sexo hasta que te disculpes!
-Katrina ¿Ahora qué hice?
-¡Tratarme como una tonta! ¡Judy me lo advirtió!
-¿Desde cuándo son amigas?
-Tú nunca tomas en serio a nadie.
-Ah, ese es el problema. 
-¡Maragaglio!
-Soy un hombre casado.
-¡No me refiero a eso!
-¿Entonces?
-Si vas a ser un prostituto, procura que yo no tenga que verlo.

Maragaglio intentó tomarlo con humor pero el gesto de Katrina fue tan claro, que optó por tomarla de las manos.

-Ahora entiendo a Susanna.
-Mujer, no voy a engañarte.
-Eres un patán.
-No iba a llamar a la chica rubia de todos modos. 
-Cómo no.
-Katrina ¿Crees que renunciaría a la libertad que me das?
-Sigo sin entender esa parte.
-No me iría con otra mujer sin decirte. 
-No te creo.
-Eres la primera que me trata como el sinvergüenza que soy y todavía me encuentra algo bueno.
-Eres odioso.
-Hay algo que puedo prometerte.
-¿En qué no debo creer? 
-Siempre que estemos juntos, voy a hacerte muy feliz.
-No parece.

Maragaglio besó a Katrina consciente de que la desconocida de cabello rubio le observaba atenta.

-No te detesto.
-Lo sé, mujer.
-¿Por qué nunca estás contento, corazón?
-Katrina, me encantas.
-Me confundes.

La joven perdió el apetito y miró cómo Carlota carcajeaba con Marat por cualquier tontería que no alcanzaba a escucharse. Detrás de ellos, Maurizio Leoncavallo se hallaba contestando una llamada mientras contemplaba su propio plato con sopa y evitó mirar a Katrina para no confrontarse con Maragaglio. 

-¿Hay noticias? - preguntó Carlota Liukin.
-Katarina no saldrá de Terapia Intensiva, el médico dice que la neumonía le preocupa - respondió Maurizio sin separarse del celular.

-Cariño ¿Estás bien? - se tensó Katrina a su distancia.
-Recuérdame partirle la cara a ese idiota cuando Katarina sane - agregó Maragaglio.
-¿Por qué no lo haces ahora?
-Tengo hambre.
-¿Estás pensando en ella?
-Claro y me angustia.
-No brincas esta vez.
-Hablé con el doctor Pelletier más temprano.
-Supongo que no te dio malas noticias.
-Me dio las peores.
-¿Ella se repondrá?
-El tal Marco Antonioni se le va a quedar pegado toda la semana.

Katrina le dio una palmada no muy amistosa en el brazo y le reclamó por asustarla. Maragaglio aprovechó para discretamente coquetear con la mujer rubia y hacerle una seña de que la vería en unos minutos en el bar cercano.

-Katrina ¿Por qué no te compras algo para que no te dé frío? Ropa para nieve no tienes.
-Puedo pasar a otra tienda más tarde.
-No lo creo, está oscureciendo.
-¿Qué hora es?
-Casi las cuatro.
-¡No es cierto!

Katrina revisaba su reloj mientras Maragaglio se levantaba con la sonrisa traviesa que lo caracterizaba al estar de humor aceptable y enseguida mostró su tarjeta de crédito para indicar que pagaría la cuenta y que nadie tenía de qué preocuparse. Pronto cerrarían varios locales.

-¡Carlota, acompáñame! - gritó la joven y la chica Liukin llevó su plato a la boca para mínimo acabar su comida. Marat y Maurizio parecían quedar confundidos ante ello y Maurizio Leoncavallo reaccionaba alegre porque era lo "más Liukin que había visto".

-Maragaglio, tú haces lo mismo cuando te llaman del trabajo - expresó el propio Maurizio sin apartar los ojos de su celular y Marat permaneció en su silla sin saber dónde mirar.

Mientras las chicas se alejaban, Maragaglio se aproximó a la desconocida mujer que le aguardaba con un cóctel de color durazno en la mano. Sin importar quien lo viera o si Marat diría algo, él saludó con un abrazo y un beso en los labios.

-Nunca olvidas cómo iniciar nuestras charlas - pronunció ella.
-No te haría tal grosería.
-Es una sorpresa encontrarte, Maragaglio.
-El trabajo me tiene aquí.
-Tu novia va a estar furiosa.
-No hablemos de ella.
-¿Sigues casado?
-¿Esperabas otra cosa?

La mujer se echó a reír.

-¿Estás en una misión?
-De vacaciones. Te invitaría, Maragaglio, pero estás ocupado.
-No iría de cualquier forma.
-¿Tienes tiempo para un encuentro ardiente?
-Me temo que no.
-Que frustración ¿Quién es la chica?
-Seguro te han contado.
-¿No querías que el Servizio la investigara?
-Mujer, hoy no quiero enojarme.
-¿Me acompañas con un trago?
-Uno y me voy.
-¿Cuándo te volviste cortante?

Maragaglio se encogió de hombros y miró sonriente el tarro de cerveza que aparecía ante sus ojos.

-¿Tienes alguna información que darme, mujer? - preguntó él al beber un poco. Su semblante juguetón cambiaba por uno serio.

-Dispararle al almirante Trafalgar fue estúpido - continuó ella, cruzando las piernas para intentar coquetear más. El hombre no se inmutó.

-Supongo que me harán responder.
-Maragaglio ¿Es cierto que investigas un caso despreciando a la Marina Mundial?
-¿Qué te han dicho?
-Que guardas lo que sabes sobre unos diamantes.
-No avanzo en las investigaciones.
-Si es por cubrir la espalda del almirante Borsalino... ¿Sonríes por eso?
-Dile a tu jefe que no colaboraré contigo.
-Le explicaré y verás que nadie insistirá. Lo que no imagino es qué dirás de Sergei Trankov y su relación con ese negocio.
-¿Importa?
-¿Tú crees? Maragaglio, espero que no estés escondiendo a nadie.
-No te metas con mi trabajo.
-Atrapa a Trankov, lo tienes en las manos.
-Mejor dile al Gobierno Mundial que evite enviar a la mitad de mi equipo a la guerra en Chechenia.

La mujer comprendió que él había abandonado su ansia de conversación.

-Cambiaste mucho, eres un hombre más nervioso.
-Mis misiones son aburridas.
-No creí cuando me dijeron que te fuiste de "niñera" a París.
-Soy terrible vigilando hijos ajenos.
-Maragaglio, sigo pensando que tú necesitas algo de variedad en tu vida.
-¿Más? 
-Incluso vuelves a tus amoríos de antes, tú no hacías eso.
-¿Interés?
-Nunca creí verte enamorado de Marine Lorraine 
-¿Problema?
-¿Por qué no la olvidas?
-Nunca se me ha dado la gana.
-¿Remordimiento?
-¿Lo tengo?
-Maragaglio ¿Qué pasa contigo?

El hombre comenzó a reírse y a revisar su celular.

-Me sorprende que tu nueva novia fuera prostituta en París.
-Cállate.
-Me impresionó tu gesto de sacarla de la calle.
-No vuelvas a hablar de ella.
-¿Entonces confirmas? Se la compraste a Marian Izbasa personalmente.
-En serio, guarda silencio, mujer.
-¿Por qué?
-¡Porque a Katrina la vas a respetar!

El grito de Maragaglio se escuchó por todo el comedor y tanto Marat como Maurizio olvidaron sus distracciones para prestar atención inmediatamente, inclusive se sentaron juntos.

-No calculé que te enfadarías - prosiguió la mujer en su lugar sin perder la voz moderada y cruzando las piernas nuevamente después de saborear su bebida. Parecía no sentirse intimidada.

-¿Me harán una auditoría? - curioseó Maragaglio con brusquedad.
-Conocemos tus gastos y los de tu amante, no hay secretos.
-Entonces vete.
-Reconozco que la chica es linda ¿Trabaja bien?
-Cierra la boca.
-Sólo quería charlar.
-¿Qué te mandaron a averiguar?
-Qué rudo.
-¡Mujer!
-Vine a entregarte la investigación sobre la muerte de tu abuelo hace diez años.
-No me interesa.
-Maragaglio, sabes que en las agencias de inteligencia te debemos muchos favores.
-¿Me mandaron un expediente?
-Si te complace, no lo he abierto.
-¿Quién hizo el reporte?
-Está en blanco.
-Claro.
-Tu chica va a disfrutar cuando descargues el enojo, qué envidia.
-¿Otra vez?
-Con toda esa práctica debes ser un amante de campeonato.
-Déjame en paz.
-Mañana te reúnes con un agente finlandés antes de tu vuelo a Italia, por mi parte es todo.
-Tanto para nada.
-Me saludas a Marine en su boda y le dices que me encantó el vestido que le compraste.
-Yo también te odio.
-Dile a tu novia que me encela mucho.
-Me hablaste por tonterías.
-Cumplí con los papeles, ahora me voy al Caribe.
-Ciao.
-Qué simple despedida ¿A tu novia la tratas igual?
-¡No vuelvas a decir algo de Katrina!

Maragaglio se incorporó con furia enorme y se alejó del bar, no sin evitar tumbarse en una silla frente a Maurizio y Marat.

-¿Quién es ella? - preguntó Maurizio con el rostro severo.
-Es de Asuntos Internos en Intelligenza.
-¿Qué quería? Parecía coqueta.
-Me entregó el expediente de un caso.
-¿Por qué habló de Katrina?
-¡No te atrevas a mencionarla! 
-¿Es grave?
-Todavía no se me olvida lo que le propusiste, idiota.
-Al menos no te acostaste con la otra mujer.
-Y tú no lo harás con la mía.

Marat permanecía callado pero no evitaba ver a los otros dos con nerviosismo y alzando la ceja ante su conversación reprochante.

-¿Tienes dificultades con el trabajo?
-El espía siempre termina espiado, Maurizio.
-¿Qué querían saber, Maragaglio?
-Indagaron sobre el vestido que le compré a Marine para su boda, es todo.
-¿Perdón?
-Usé la tarjeta que no era pero ya lo aclaré.
-Ella te pidió que no lo hicieras.
-Fue una gran colaboradora, sólo soy amable.
-¿Hubo sexo?
-¿Crees que Marine es como cualquier mujer?

Maragaglio se levantó otra vez y decidió buscar a Carlota y a Katrina por la zona comercial, topándose con su reflejo constantemente. La nevada continuaba con fuerza y alguien le avisó por teléfono que no podía llegar a Helsinki hasta el día siguiente, así que podía hospedarse libremente en un hotel que se hallaba en aquella terminal junto a sus acompañantes. Él sonrió al percatarse de que lo seguían y prefirió aproximarse a Katrina al verla probarse una enorme chamarra de color fucsia y forro de peluche.

-¡Corazón! ¿Me he tardado tanto? - lo recibió la joven alegre. Apenas a un metro, Carlota Liukin luchaba contra unas botas de nieve que no podía descalzar.

-Espero que hayas elegido más ropa bonita.
-Me compré unos calentadores.
-Perfecto, no pasarás frío ¿Te gusta la nieve?
-No mucho, corazón.
-Estarás bien.
-¿Qué te hizo enojar, Maragaglio? Traes la carita seria, seria.
-La inteligencia finlandesa me tiene monitoreado.
-¿Cometiste un crimen?
-Defenderte.

Katrina abrió más los ojos y supo que él hablaba con sinceridad.

-Tengo algo qué decirte - añadió Maragaglio con la prisa de pagar por cualquier cosa y salir de ahí.

-Carlota, compra las botas y en Venecia lo agradecerás ¡Ahora! - gritó el hombre y la joven Liukin le dió la etiqueta a la vendedora para cargar la cuenta. Ni ella ni Katrina podían explicarse la brusquedad; acaso creían que alguna nueva aventura de Katarina estaba implicada apenas abandonaron el local. En el comedor, Maurizio y Marat continuaban con su actitud de sobresalto hasta que distinguieron la voz de Maragaglio ordenando que se aproximaran con el equipaje del grupo y se dispusieran a caminar hacia el corredor, advirtiendo que no tardarían mucho en llegar a un sitio donde descansar y dormir. El mismo Maragaglio pasaría al stand de renta de automóviles para efectuar una cancelación y los demás se abstenían de soltar alguna palabra sin dejar de mirarse unos a otros, como al recibir un regaño.

-Está horrible - murmuró Carlota al contemplar la tormenta.
-Mientras no resbales, estarás bien - añadió Maragaglio.
-Siempre tengo cuidado.
-Caerse en una banqueta por culpa del hielo es la principal causa de muerte en este país. Si te das cuenta, lo único que podría detenerte es un poste en la esquina o un coche que te arrolle.

La chica Liukin pasó saliva y tomó la mano de Marat para sentirse más segura. El largo pasillo hacia la salida se volvía más grande y la puerta automática del aeropuerto parecía trabarse un poco. Cuando esta se abrió, el primer viento helado obligó al grupo a bajar la cabeza pero Carlota no hizo caso y un gran copo cayó fortuitamente en su cara.

-¡Ay, frío, frío! ¡Está más congelado que en Tell no Tales y no siento las mejillas!
-Jajajaja, debí insistirte con la precaución.
-¡No te burles, Maragaglio! Entró nieve en mis ojitos.
-Bienvenida a Finlandia.

Maurizio Leoncavallo le entregó un pañuelo a la joven y Marat se encargó de secarle las lágrimas, además de decirle que pronto se le quitarían las molestias. En Rusia había peores tormentas y la nieve podía ser dura como una piedra.

Atravesar la calle parecía sencillo y silencioso mientras las luces se encendían, así que todos se asombraron al saber que no saldrían del aeropuerto y se dirigirían hacia otro corredor rumbo al hotel. La noche temprana era una novedad, así que al llegar a un área con vista a las pistas de aterrizaje, Maragaglio tomó una foto de la oscuridad y el reloj con tal de que Carlota pudiera probarle a su padre lo que decían los cuentos de hadas sobre las tierras del norte. A unos escasos metros, el hotel GLO aparecía para dar refugio a esos cinco locos suplicantes por calentarse. En la recepción les miraban como si hubieran cometido la estupidez de salir a la calle.

-Buenas noches, vengo de parte del Servizio Italiano d'Intelligenza nella Unione Europea. Agente Maragaglio - se presentó aquel y el personal de inmediato se dispuso a atenderlo. Los demás disimulaban su incomodidad ante tan zalamera actitud, recordándoles la actuación de los trabajadores de la Torre Eiffel días atrás.

-Necesitaré tres habitaciones para pasar la noche; me gustaría una para los caballeros, otra para la niña y una matrimonial en el mismo piso si es posible - ordenaba el propio Maragaglio y recibía una disculpa por ser imposible concederle un espacio con dos camas para Maurizio y Marat. Al tiempo que se arreglaba el asunto, Katrina se dio cuenta de que la fachada estaba hecha de cristal, reflejando a cualquier persona como si se le vigilara sin tregua. La imagen no podía mentir cuando se trataba de reconocer a alguna persona en particular, de evitar malentendidos. No tardó en oír a Maragaglio presentándola como su esposa, forzándola a seguir la corriente delante de las inquisidoras imágenes que la rodeaban. Más le desconcertaba que al resto del grupo no le extrañara nada tal engaño, pero sí que les ofrecieran bebidas calientes y estar en una sala de descanso mientras les hallaban dormitorios adecuados.

El hotel GLO tenía mobiliario pequeño, combinación de colores neón y gris en las áreas comunes y excesivas lámparas para que nadie se quejara de la falta de luz. Aunque había distractores para aligerar la espera, se podía escoger entre una silla o un puff, utilizar una mesa o leer algún libro en algún idioma desconocido. Carlota Liukin aprovecharía la oportunidad para hablar a casa y enterarse de cosas como Yuko alimentando con fideos a su hermano Adrien, Andreas muriendo de aburrimiento, Miguel y su padre aun aislados en algún sitio de Venecia y Maeva y Tennant mejorando poco a poco en el hospital, abrumando a cualquiera con sus quejas. Otro que se comunicaba a Venecia era Maurizio Leoncavallo para recibir noticias sobre Juulia, su novia. Raro era que su hermana Katarina no se mencionara una sola vez y más bien preguntara sobre cuánto tiempo duraría el confinamiento porque quería volver a estar tranquilo. Marat y Katrina no entablaban conversación, pero estaban de acuerdo en sentir cansancio y ella en especial, demostraba cómo se perdía su pensamiento si volteaba hacia Maragaglio de vez en vez o él se le aproximaba.

-Bien, nos quedamos. Maurizio, te vas con Marat y decidan quien duerme en la cama, Carlota te reservé una recámara junto a la mía. Katrina, hoy podríamos ver revontuli - anunciaba el mismo Maragaglio mientras repartía unas tarjetas verdes. La desconocida palabra despertó la curiosidad.

-¿Qué cosa? - preguntó Katrina.
-Aurora boreal. Dicen que a veces se avista en esta zona.
-No tengo idea.
-Tendremos suerte.

Maragaglio tomó la mano de su joven amante y Maurizio Leoncavallo los siguió rumbo al ascensor sin hacer ruido. Carlota y Marat optaron por buscar una cafetería y hacerle caso al anuncio sobre un chocolate blanco caliente con chispas y crema de menta antes de sucumbir a las ganas de dormir.

Al separarse el grupo, a Maurizio Leoncavallo le quedó claro que viajaba solo. Se sentía fuera de lugar, sin tema de conversación, aguardando únicamente por las palabras del extraño doctor Pelletier, quien parecía experimentar regocijo cada que mencionaba cómo Katarina subía su ánimo y gozaba de la compañía de su novio Marco. Por supuesto, Maurizio deseaba engañarse a sí mismo y se aferraba al sentimiento de satisfacción que le otorgaba el embarazo de Juulia Töivonen, el estar seguro de que no era él culpable de que otras relaciones fracasaran por el tema de la paternidad. Era eso o descontrolarse. Muy en el fondo, se admiraba de su primo Maragaglio, de su facilidad para saltar de aventura en aventura o enfrascarse en algunas relaciones más o menos largas con las mujeres más amorosas y dulces. Era consciente de su potencial de hacer lo mismo, pero le detenían sus sueños de formar una familia que sí fuera feliz y su enorme deseo por Katarina, ese que podía reprimir si a cambio recibía su amor y detalles constantes. Entonces vió a Katrina sonreírle a Maragaglio, la oyó decir que se moría por quitarse los zapatos y adivinó que no la vería en varias horas. De todas formas había trabajo por hacer y una competencia pendiente.

-Dejamos a Carlota y Marat solos - murmuró al llegar al octavo piso y descender rumbo a su habitación. Maragaglio no lo atendió y prácticamente le cerró la puerta de su cuarto en la cara, alcanzando a reírse apenas. Katrina se carcajeó en cambio, como si con ese gesto se terminara la venganza contra Maurizio por su propuesta íntima.

-Es un idiota - continuó ella, oyéndose por el pasillo tal frase y haciendo que el aludido volviera a rendirse y se encerrara a la espera por Marat. Los espacios en el hotel GLO eran pequeños, como se esperaría en cualquier hospedaje con escala cuando se quiere dormir con un poco de estilo y la comodidad se presentaba en forma de almohadas suaves y abultadas, un teléfono inalámbrico y una regadera solitaria. Maurizio Leoncavallo se introdujo en la ducha para relajarse y se dio cuenta de que percibía con exactitud cualquier palabra que Katrina expresara, aunque el placer le durara poco. Contrario a lo imaginado, ella estaba lejos del erotismo o del cariño, más centrada en un baño común y corriente y quejas banales sobre el clima, el vuelo desde París o las ganas de dormir. En lo único que Maurizio acertaba, era en visualizar a la mujer enjabonándose y también frotando la piel de su amante para asegurarse de que a ambos les sentaría bien sentir el agua caliente antes de constatar que en cualquier momento el lugar podía ser tan helado como en el aún ignoto exterior. La calefacción seguramente sufría una avería.

-Dijiste que me enteraría de algo serio - fue el último murmuro que Maurizio Leoncavallo pudo escuchar, permitiéndole imaginar la clase de asunto a tratar. Era imposible no concluir que en Intelligenza Italiana se conocía de sobra sobre Katrina y sus gastos, su olor, su voz y la zona de París de donde había salido. Maragaglio tendría problemas o tal vez le solaparían su romance con algún favor de por medio, nada era tan seguro. O sólo alguien había tenido los escrúpulos para detenerlo un poco, quizás de pedirle discreción. 

Pero Maurizio no se enteraría en aquel instante del motivo entre Maragaglio y Katrina para sostener una plática privada, sin bromas; una que nadie escucharía. 

En la cama de Maragaglio, hablar era una actividad reservada entre él y su esposa, dedicada a asuntos que no pertenecían a los demás; nada extraordinario en un matrimonio. Pero compartir secretos con otra mujer era aterrador para él, razón por la que nunca conversaba y desgastaba sus vínculos a toda costa para sentir que borraba su presencia de la intimidad ajena. Como se puede intuir, con Marine Lorraine había sido imposible mantener esa regla y como es sabido, con Katrina la había quebrantado desde el comienzo. Entonces el relato se trasladó a la habitación de aquella pareja.

A Katrina comenzaba a gustarle utilizar batas de baño para luego sentarse en una esquina del colchón y contemplar a Maragaglio escogiendo alguna pijama de pantalones psicodélicos que lo hiciera lucir como un adolescente cualquiera. Ella apenas estaba aprendiendo que ser joven era la única opción que Maragaglio tenía, aunque pensaba que era sólo una crisis. A menudo imaginaba cómo era Susana Maragaglio, en qué tenía esa mujer para que su marido la siguiera prefiriendo por encima de su lujurioso tren de vida apenas terminaban el horario de trabajo, los viajes de espionaje o lo que fuera que hiciera él normalmente.

-Katrina, necesito que guardes silencio y que mantengas un secreto - dijo él.
-Prometido.
-¿Sin preguntas?
-Igual nunca contestas, corazón.
-Qué linda eres.
-Antes tengo que decir que me gustan tus pijamas.
-Gracias, Susanna me las tiñe.
-Ella ha de vestir raro.
-Me gusta que tenga el detalle de usar colores.
-Es extraño cuando dices que llevan más de veinte años juntos.
-Aún me gusta.
-Eres injusto, te ama.
-Amo a mi familia.
-Nunca hablas de lo que sientes por tu esposa.
-Lo hice una vez y me arrepiento.
-¿Por qué?
-Fui ingenuo contigo.

Katrina se quedó en silencio y notó que él se colocaba a su lado.

-Hice algo grave en París - prosiguió el hombre, sorprendiéndose en el acto al no recibir la petición de explicarse, pese a la promesa que había recibido. Katrina quería confirmar sus sospechas.

-Maté a alguien - terminó Maragaglio y la ausencia de algún ruido le desconcertó aún más. Aquello no le agradaba y se arrodilló con una actitud curiosa, buscando la desaprobación o el temor del rostro femenino.

-¿No vas a regañarme? ¿No quieres correr? ¿Nada? - añadió él; Katrina sólo movía su cabeza para negar. 

-¿No tienes miedo? ¿No te interesa saber? Mujer, di algo.
-Prometí mantener el secreto y no preguntar.
-Estás asustándome.
-Corazón, habla lo que quieras que no voy a pedirte explicaciones.

Maragaglio eligió sentarse junto a ella, sin tocarla.

-Tal vez aparezca en las noticias que alguien le disparó al Subcomisionado de la Gendarmería Francesa. Fui yo.
-Cariño, ¿puedo dormir?
-Katrina, no regresarás a Les Marais.
-¿Quieres la almohada blanda o me la puedo quedar?
-Contesta algo, dime que soy un idiota.
-La huelga terminó.

La chica se recostó abrazando la almohada y miró a la pared sin pensar en la confidencia recibida, más bien con ansias de cambiar de tema o incluso rendirle honor al silencio, aún si Maragaglio pretendía lo contrario. Él de repente se sentía confundido, Katrina no peleaba o le decía que había hecho su trabajo; nada salía de su boca y eso lo alertaba. ¿Ella se comportaba como su cómplice, trataba de huir del lugar de alguna manera o estaba paralizada?

-Apreciaría que me dijeras algo.
-Cállate.
-Mujer ¿He sido malo?

Al no recibir otra mirada, Maragaglio concluyó que la joven no tomaba bien su confesión y se colocó a su lado para estar seguro de que al menos podía contemplarla dándole la espalda. 

-Lo siento - se disculpó él y Katrina lloró en silencio, con felicidad desbordada en extremo contrastante ¿Tenía acaso un amante capaz de cometer algo contundente por ella, así fuera trágico? ¿Eran tales sus alcances? Como una reiteración de que ella no estaba viviendo un dulce sueño o una hermosa fantasía, sino los deseos de un tipo inconforme que por una vez había hecho algo bueno.

-Nadie volverá a quitarle el dinero a las prostitutas de París - agradeció ella y Maragaglio le abrazó por la cintura antes de quedarse dormido y contagiarla de su cansancio. La joven giró para verlo despertar más tarde, si acaso él lo hiciera con intención de besarla.

Dormir era la única manera de garantizar que Katrina y Maragaglio asumirían su nuevo secreto exitosamente y que podrían negarlo si llegaba a necesitarse. 

Mientras aquella mujer descubría que no tenía miedo de nada, en la cafetería del hotel Glo se vivía una escena muy bonita. Carlota Liukin presumía bigotes de chocolate para hacer reír a Marat Safin y este trataba de dibujar algo en una tarjeta azul con crayolas con diamantina. Sus tazas con chocolate estaban a la mitad y ambos ingerían chispas de cereza con singular ritmo.

-¿Entonces una aurora boreal se ve así?
-Más o menos, Carlota; depende el día.
-¿Son verdes? 
-También puse azul y rosa.
-Qué bonito.
-¿En Tell no Tales no se ven? 
-No, Marat.
-Creí que sí, la Antártida no parece lejana. 
-Está más cerca Madagascar.
-Eso explica todo.
-En la escuela dicen que duran poco.
-Algunas horas. Si te quedas despierta hasta medianoche, veremos una.
-¿Cómo sabes?
-No lo sé, sólo ocurrirá.

Carlota miró al chico con alegre escepticismo y lo contempló terminando su tarjeta, pensando que debía hacerle una en reciprocidad con osos polares y una luna brillante reflejada en el mar. 

-¿Sabías que el el hemisferio sur es primavera? Pero en Tell no Tales es otoño - mencionó Carlota para impresionar con la curiosidad y él sonrió con ella, escondiendo que ya lo sabía.

-¿Te han dicho por qué?
-Nadie tiene idea, creen que es por las corrientes marinas o la altura. Algún día lo descubrirán, Marat.
-Creí que hacía calor porque es África.
-¡Oye! También nieva en el Kilimanjaro y a veces en el Sáhara.
-¿En el desierto?
-Sí y siempre he querido ir. Nos divertiríamos mucho ¿no crees?
-¿Quieres que te aviente una bola de nieve con arena?
-Pero arde la piel luego de un rato.
-¿Lo has hecho antes?
-En Tell no Tales, en la playa.
-Bueno, entonces tenemos tres planes, Carlota.
-¿Cuáles?
-Guerra de nieve en el Sáhara, otra en Tell no Tales y un día iremos al lago Baikal para que te encante la primavera rusa.
-¿En serio?
-Te gustará mucho.

Aunque ninguno de los dos creía que pasaría, se imaginaron en sus guerras con proyectiles fríos y construyendo alguna cosa quizás, antes de comer pescado asado y tomar innumerables fotografías en donde fuera que estuviesen. 

-Te invito a pasar Navidad en mi casa.
-¿Qué?
-En diciembre, Marat. Habíamos hablado de eso.
-Creo que no podré ir.
-¿Por qué?
-Debo ir a Australia a jugar cuando empiece el próximo año.
-Oh, creí que podías venir.
-Lo siento.
-No vuelvas a decir eso.
-Me disculpaba.
-No me gusta que la gente diga que lo siente. Mejor di "perdón" o disculpa", es más amigable.
-De acuerdo.
-¿Tienes que ir a Argentina también, verdad?
-Sí, pasaré unos días entrenando en Moscú.
-Te irá bien con tu equipo.
-Spasibo.
-Ojalá te vea por televisión.

Aunque no ocultaba su decepción, Carlota Liukin dio un sorbo a su chocolate y terminó su obsequio, mostrándolo apenas cubrió la punta de su nariz con diamantina rosa, haciéndose parecer a un duendecillo. Marat se rió y ordenó un nuevo chocolate.

La nevada se intensificó durante esa noche temprana y Carlota extrañó aquellos cristales de hielo que se formaban en las ventanas de Tell no Tales y que parecían figurillas como osos o árboles frondosos. Sin percatarse, sus manos comenzaron a congelar la mesa, el mantel, las tazas; una fina capa de hielo cubrió el piso y las personas presentes se dieron cuenta al resbalar un hombre que iba entrando.

-La calefacción no sirve - se oyó decir a alguien.
-Se está filtrando el hielo, no sabemos por dónde - dijo otro y se mandó a encender la chimenea de la sala principal, invitando a los huéspedes a calentarse ahí. Carlota y Marat corrieron a refugiarse, olvidando sus tarjetas y sus bebidas, sin voltear atrás.

El frío era tan grande, que Maurizio Leoncavallo abandonó su habitación apenas un botones tocó a su puerta para avisarle del caos en el que se sumía el hotel, no sin resistir la tentación de llamar a Maragaglio inútilmente. El suelo se volvía resbaladizo.

Sin embargo, entre las paredes que refugiaban a Katrina y Maragaglio, no existía rastro de humedad, viento helado o desperfecto que afectara la tranquilidad, ni siquiera el ruido del exterior llegaba susurrante. La calidez era insólita y ella sudaría en cualquier instante, así que él abandonó su siesta al notarlo y la despertó enseguida.

-Estoy cansada, corazón.
-También yo.
-¿Entonces?
-Te voy a quitar la cobija.
-Egoísta.
-Es para que no te sofoques.
-No te creo... ¿Qué rayos es eso? Maragaglio ¡voltea!
-¿Para qué?
-En la ventana ¿Qué son esas luces?
-¿Luces? Serán lámparas o... ¿A esta hora? Van a dar las seis.
-¿Dónde vas?
-Por mi cámara.
-¿Qué estamos viendo?
-La aurora boreal, Katrina.
-¿Esa cosa verde?
-¿Cómo esperabas que fuera?
-Como un arcoiris ¡Es tan linda!
-Tiene colores, el azul y el rosa apenas se notan.
-¿Has visto otras antes, cariño?
-No, es mi primera vez.
-"Primera vez" y tú no es algo que ocurra a menudo.
-No es normal que estas luces aparezcan a esta hora. Katrina ¿Mi reloj está bien?
-El mío también marca las seis.
-Ven aquí ¿Te gusta esto?
-Nunca se ven las luces en París.
-Ahora mírame.
-Sé qué buscas obtener, Maragaglio.
-¿No quieres?
-No conoces la vergüenza.
-La aurora se refleja en tu piel.
-Y en la tuya.

Katrina accedió a los deseos de su amante sólo para quedarse sin habla y con los sentimientos comprometidos más tarde, impactada por ambos, por lo que estaban haciendo, por lo que se decían al oído. Maragaglio acabaría como ella, confuso ante un "te amo" que no sabía cuál de los dos había soltado, sin poder parar de besarla.

Aun así, la magia al exterior era lúdica y en el hotel GLO, con la mayoría de los huéspedes reunidos en la planta baja, inició una especie de fiesta alrededor del fuego mientras Carlota y Marat avistaban asombrados las luces del norte y se maravillaban con los reflejos de las mismas en los cristales de los candelabros, en la fachada y en la escalera. Ambos señalaban hacia el cielo en medio de un ataque de risa y jugaban tomándose de las manos para brincar o dar vueltas. Al poco tiempo, unieron a Maurizio Leoncavallo a su algarabía y los tres acabaron cantando y comiendo chocolate mientras el cielo se tornaba multicolor.