sábado, 26 de junio de 2021

Las pestes también se van (El frío en París)

Foto cortesía de Natgeo.

París, Francia. Lunes, 18 de noviembre de 2002. 

Cuando Katrina despertó a las ocho de la mañana, se percató de que nunca había dormido tanto. Se sentía feliz por ello y de buen humor, así que creyó que era el efecto mágico de su pijama porque tampoco sentía frío ni deseos de salir huyendo de la cama. Pero lo que más le gustaba, era saber que había dormido abrazando a un hombre agradable, mismo que no tenía mal aliento ni resaca y claro está, se fingía descansando mientras comprobaba que a la joven se hallaba satisfecha de estar con él. En un momento dado, Maragaglio decidió sorprenderla ocultando a ambos bajo las sábanas y ella no paró de sonreír. El silencio era tal, que algo por fuerza ocurría en la ciudad. La tormenta se intensificó mientras ambos disfrutaban del calor y de hacerse cosquillas.

En otra parte de aquel departamento del primer piso, en la sala, otros dos también compartían una gran manta y estaban tapados hasta la cabeza sin dejar de frotarse los brazos. Eran Carlota Liukin y Marat Safin, quienes veían películas navideñas y daban sorbos a sus tazas con chocolate caliente mientras ella cruzaba los dedos para que la calefacción funcionara. Alrededor, rebanadas de pizza fría y un juego de cartas parecían adornar el piso mientras Judy Becaud les acompañaba en el sillón mientras comía de un plato con cereal con estrellas de malvavisco y al igual que ellos, se preguntaba seriamente la razón de que estuviera tan helado en París. La mujer no recordaba un sólo día tan insoportable como ese.

-La calefacción está bien pero no siento mis manos - anunciaba Jean Becaud.
-Vienes todo cubierto de nieve - se impresionaba Judy.
-Tuve que atender a un proveedor, por eso tardé.
-¿Cuál era?
-El de los vegetales. Puse a Cumber a acomodarlos en la despensa y le encargué hacer sopa para todos.
-Cámbiate de ropa y regresas conmigo.
-Claro.
-Gracias por revisar.
-De nada, mi princesa.

Carlota y Marat alzaron sus cejas con el halago aquél y se miraron mutuamente como si hubieran escuchado algo que no querían.

-Mi ventana se rompió - avisó Amy antes de colocarse cerca de Carlota también con una cobija. Ella no había podido descansar y estaba segura de haber visto a Maurizio Leoncavallo ocultándose detrás de una puerta mientras conversaba por teléfono, así que no dudó en contárselo a Carlota.

-¿Por qué no me habías dicho que tu papá estuvo en el hospital? 
-Porque no le pasó nada grave, sólo tiene influenza.
-Maurizio le estaba preguntando si no sabía de Katarina porque ella se quedó internada.
-Iré a enterarme ¡Ya no siento los brazos! Gracias Amy.

Marat se rió un poco de la chica Liukin y la ayudó a levantarse, además de acompañarla.

-Ese chico es muy guapo - confesó Judy estar pensando cuando vio a ambos entrar donde Maurizio Leoncavallo.
-Tiene una sonrisa súper linda - confesó Amy creer.
-Marat me pone nerviosa.
-A mí también.
-¡Madre mía! Lo que digo ahora.
-Oye Judy ¿Tú crees que ellos dos sean novios?
-¿Qué te ha dicho ella?
-¡Que Marat le encanta!
-¿Y qué te preguntó él ayer?
-¿Nos viste?
-En la noche tocó tu puerta, Amy.
-Quiso saber si Carlota me ha platicado algo interesante.
-¿Nada más?
-Carlota está enamorada ¡Y él también está enamorado!
-¿Te lo dijo?
-Marat se sonroja.
-Debe lucir bonito, jajajaja.
-Pero él dice que es chiquita y por eso serán amigos nada más.
-Eso me tranquiliza ¿Es un tatuado con moto, verdad?
-Le falta la moto pero tuvo una.
-¡Carlota sabe lo que le gusta!

Judy Becaud continuó sonriendo y por unos segundos creyó que Ricardo Liukin también era un manojo de nervios ¿Llegaría a sentir lo mismo por ella si se enteraba de la verdad? ¿Dejaría de ser "la señora Becaud" para volverse "hija" o al menos "Judy" sin que le hablara de usted? ¿Alguna vez le daría algún consejo? Entonces reparó en que Lorenzo y Gwendal Liukin llegarían en poco tiempo y su corazón palpitaba tan fuerte que quería ocultarse por días.

-No he arreglado el comedor - reparó en ese instante.
-No creo que quieras estar en el bistro - siguió Amy.
-Las visitas estarán a las diez de la mañana y no voy a levantarme.
-No pienso que les moleste. 
-Siento que me congelo. Amy ¿No sabes si tenemos leche caliente?

La niña respondió que no y se recostó en el suelo, durmiendo en el acto. Judy se encogió de hombros mientras se le quedaba sabor a canela en la boca y alcanzaba a intrigarse sobre si el contagio había pillado a alguien en París. Con Katarina enferma, era de sospechar que alguien se revelaría con síntomas de influenza pronto y deseaba que fuera Maragaglio, quien no se había ido aunque ella misma lo hubiera echado. Él no le agradaba por ser un exhibicionista y encima, ser un pariente suyo ¿Qué iban a pensar los niños respecto a la familia Liukin luego de conocer a semejante sinvergüenza? ¿Qué pasaba por la cabeza de Jean Becaud? ¿Cumber contaba con un nuevo recurso para reírse? 

-Ay, no ¿Odiaré a Maragaglio? ¡Yo no debo sentir eso por nadie! ¡Yo quiero ser buena cristiana pero de verdad detesto a ese tipo! ¡Es un imbécil! - admitió Judy en voz alta y se dio cuenta de que el mismo aludido la había escuchado y ahora se reía de eso, además de acercársele.

-Buenos días, Judy ¿Todo bien?
-¿Está burlándose?
-Claro.
-¡Usted es tan despreciable!
-Regreso con Katrina, gracias por el chocolate.
-¡Esa mujer no va a volver a tomar nada en esta casa y a usted lo corrí!
-Judy, sabemos que no va a arrojar mis cosas a la calle. Nos vemos en un rato, sobrina.

Maragaglio retornó a su habitación con el desayuno de su amante y la señora Becaud azotó un cojín contra la alfombra para evitar gritar. No podía sacar a su familiar hospedado o eso era lo que pensaba antes de recordar que Gwendal Liukin alguna vez había mostrado la misma actitud cínica con la sonrisa irónica. Ella se sentía culpable de sentirse tan atraída por su tío y tan asqueada al mismo tiempo, que sólo sospechaba de sus deseos de recibirlo a cachetadas y reprocharle su infortunado parentesco genético antes de encerrarse a llorar por haber intentado irse con él. 

-Soy muy tonta - se dijo Judy en voz alta y luego volteó hacia atrás, con la curiosidad lógica de saber cómo andaban las cosas en Venecia, resolviendo recargarse en el marco de la puerta de la cocina con mirada interrogante cuando el impulso de levantarse venció al frío.

La ahora solitaria sala retrataba una escena encantadora. Cualquiera podía notar desde la distancia que volverían a los sillones y los cojines y Cumber llegó en ese momento con una sopa de tomate, panecillos, más chocolate hirviendo y una especie de base de madera para apoyarse y repartir sus manjares entre todos.

-¿Qué chisme nos interesa ahora? - le preguntó a Carlota en voz baja.
-Katarina está muy mal, le volvieron a poner mascarilla de oxígeno.
-¿Otra cosa?
-Le cambiaron al médico y hay un chico junto a ella en terapia intensiva.
-En los hospitales no juntan a los hombres con las mujeres.
-Bueno, es que no hay más lugar.
-Ah, entiendo.
-Venecia está cerrada.
-¿Todos se enfermaron o qué?
-Parece que sí.
-¿Cómo está tu padre?
-Sólo necesita que lo den de alta cuando se acabe el antiviral.
-¿Y con quién habla Maurizio ahora?
-Con los del hospital.
-Ajá ¿Quieres sopa?
-Más te vale que tenga queso.

Cumber sonrió como sátiro mientras imaginaba cómo serían las siguientes noticias sobre Katarina Leoncavallo y casi podía apostar que le provocarían una carcajada tremenda. La chica tenía una personalidad que se prestaba a las predicciones y a caerle bien a alguien como él, un chismoso indiscreto cuando se trataba de mirar como idiotas a los demás.

-¿Van a comer o se quedarán ahi hasta que Maurizio termine? Esto va a enfriarse - advirtió el muchacho y optó por aguardar en un sillón luego de apoyar su base sobre el suelo y abstenerse de despertar a Amy, a quien mejor cubrió con una de las mantas que estaban cerca.

-¿Cerraste bien las puertas del bistro? Ayer se había metido la nieve - consultó Judy cuando su interés por Maurizio terminó y volvió a colocarse en su lugar cerca del televisor para frotarse los brazos.

-No se preocupe, señora - respondió Cumber.
-Avísame cuando veas a Gwendal.
-¿Se va a alocar?
-Resultó ser mi tío y me lo merezco.
-Deje a ese cretino, igual no le iba a hacer caso.
-Pudo decirme antes.
-¿Para qué? ¿Ha servido de algo?
-Conozco a mi papá.
-Yo creo que debe irse a dormir.
-Ahora hasta me angustia Katarina.
-Por favor, ella va a estar más que bien.
-Qué cosas dices.
-La juntaron con un tipo en el hospital y eso no es inocente.
-¡Cumber!
-¿Qué? Katarina es ese tipo de chica.
-¿Qué sabes tú?
-Apuesto 50€ a que se mete en problemas.
-Oí que está muy débil.
-Y yo que es insoportable ¿Por qué cree que le mandaron a un hombre?
-Los médicos no harían eso.
-¿Acepta jugarse un dinero, señora Judy?
-Katarina no puede levantarse de la cama.
-Le doy hasta la noche.
-Eres una rata.
-Maragaglio se va a enfadar.
-Necesito ver eso.
-Usted es igual que yo ¡La felicito!
-¡Ay, Cumber! Lo que me haces decir.
-Por mi, fastidie a Maragaglio todo lo que quiera.
-¡No te rías!
-El lado oscuro es divertido, bienvenida.

Judy Becaud agitó su cabeza y luego de soltar su cabello, le volvieron los remordimientos por ser cada día una persona menos bondadosa. 

-Oiga, usted se empeña en ser tan buena, que no se daba cuenta de que también hace cosas malas - sentenció Cumber al adivinarle la inquietud y acabó contemplándola comer su cereal mientras le daba comezón en los brazos. 

-Oiga, oprimieron el timbre.
-No me importa.
-Judy ¿No me va a pedir que abra?
-Cumber ¿Vas a abrir?
-Bueno.
-Llévate mi plato.
-Por lo menos quítese el bigote de leche.
-Hoy quiero verme fea.

Judy bajó la mirada y llamó la atención de Carlota Liukin, quien mirándola tan desanimada se acercó a darle un abrazo envuelta en un sentimiento extraño. Ninguna había tenido una hermana antes ¿Qué debían hacer entonces? ¿Tratar de continuar como si fueran las mismas personas, las que hubieran podido ser amigas si una no se hubiera convertido en adulta tan pronto? 

-¡Carlota! - exclamó Lorenzo Liukin luego de un momento breve. La chica enseguida estrechó a su tío y preguntó por sus primos en el acto. Sonia y Javier habían decidido ir a Venecia y al tocarles el inicio de la cuarentena, se habían hospedado junto a la estación del tren.

-Qué lástima, los quería saludar.
-Ni te preocupes, Carlota.
-La familia ya no avisa a dónde va.
-No es novedad.
-Me vino a ver el abuelo.
-¿Goran Liukin Jr. se dignó a visitarte?
-Enseguida se fue.
-Supe que está de gira con Albert Damon.
-¿Todos conocen a Albert en esta familia?
-¿Tú no?

La joven Liukin negó con la cabeza y preguntó:

-¿Dónde está Gwendal?
-Me parece que no vendrá.
-¿Qué? 
-La tormenta no lo deja salir de casa.
-¿Y por qué tú si puedes venir, tío?
-Montparnasse no tiene tanta nieve pero los otros distritos están imposibles. En esta calle casi no se puede caminar.
-¿Tienes frío?
-Ayer me dijiste que pasó algo grave ¿Todo está bien, Carlota?
-No me gustaría hablar aquí pero todos se enteraron.
-Te quería llevar al Arc de la Défense pero no con este clima.
-Tengo unos papeles que quiero que revises.
-¿Le hablaste a Ricardo sobre eso?
-No.
-¿Es algo de lo que no debería enterarse?
-Ni me gustaría pero alguien tendrá que decírselo.
-Entonces déjame ver de qué se trata.
-¿Aquí en la sala?
-Si todos saben, no tengo de qué escapar.
-Pero tío...

Carlota sintió la mirada de Judy sobre ellos y Lorenzo Liukin tomó asiento como si esperara enterarse de cualquier asunto trivial. Al principio, actuó como si no le sorprendiera e incluso esbozó una sonrisa espontánea que desconcertaba a cualquier persona cercana que la viera. Los últimos papeles parecían confirmarle algo conocido y al poner en orden el secreto aquél, respiró profundamente.

-Carlota ¿Podrías dejarnos a la señora Becaud y a mí conversar? 
-¿No vas a decirme algo?
-Que este no es un asunto que puedas hablar con Ricardo. Si manejarlo entre adultos es difícil ¿Por qué sería diferente contigo siendo una niña?
-¡No soy una niña!
-Carlota, ciertos secretos no te corresponden y debes dejar a los adultos actuar.
-¡Pero me enteré de todo!
-Yo mismo hablaré con tu padre y ambos le contaremos a tus hermanos y a quien haga falta. Dame unos minutos, por favor.

La joven Liukin sintió como si le estrellaran una puerta en la cara, así que se alejó para colocarse junto a Marat y continuar escuchando a Maurizio Leoncavallo con sus llamadas. Aún así, ella trataba de adivinar lo que su tío le diría a Judy Becaud y no les apartaba los ojos de encima.

-Marat ¿Tú piensas que todo saldrá bien? - se asustaba la chica.
-Ustedes son teatrales.
-¿Qué?
-Cualquier cosa que les pasa se vuelve drama. 
-¿Qué quieres decir?
-Qué ahora los adultos están conversando y no puedes hacer nada. 
-¿Por qué no?
-Porque tienes claro quien eres; los demás no.

Carlota no entendió lo que Marat le decía pero cierto dolor le invadía el corazón ante las lágrimas de Judy, misma que había esperado cualquier cosa, menos ser un miembro de la familia Liukin.

Por su parte, Lorenzo Liukin permanecía ecuánime hasta cierto punto. Su gesto calmado y serio no compartía el sufrimiento ni los cuestionamientos internos. Ni siquiera un reproche se dibujaba en su postura.

-Judy, creo que es libre de preguntar lo que guste - anunció 
-¿Qué sería?
-Lo que sea, tal vez yo sepa.
-¿Conoce a mi madre?
-La vi en el hospital cuando usted... La conozco.
-¿De dónde?
-Ricardo y yo la encontramos en Ibiza.
-Mi madre nunca fue a ese lugar.
-Lo hizo y estaba de voluntaria en una iglesia.
-¡Mi madre fue divertirse y a mí me mintió!
-Judy, no sé que le habrá dicho pero ella quería ser monja cuando la encontramos, se lo aseguro.
-Entonces ¿qué pasó?
-Ricardo le gustaba mucho y se quedó con él un par de semanas.
-¿No pensaban decírmelo cuando se encontraron?
-No le dimos importancia.
-¿Por qué?
-Nadie pensaba en nada como esto y ella no lo mencionó.
-Pero, señor Liukin ¿No debían avisarme que no tenía que presentarlos?
-En eso tiene razón pero en ese momento no lo pensamos.

Judy se mordió los labios con angustia y no supo que tan adorable mirada le dedicaba a Lorenzo Liukin. Cuando la felicidad no se acepta, el único escudo es el personaje incrédulo que mira al piso o al televisor.

-¿Tu madre te cuidó bien? - prosiguió él.
-Me llevó a la escuela de monjas y me procuró los sacramentos católicos. Sólo me falta el sagrado matrimonio en el templo para cumplir ante Dios.
-¿Te educó con la Biblia en la mano?
-Con el catecismo y la caridad también.
-¿Alguna vez te explicó algo sobre tu padre? 
-Sólo que se había ido y que tenía miedo de que yo me encontrara a un mal cristiano que me abandonara.
-¿Pensabas que él era malo?
-Mi madre siempre me insistió en que debía respetarlo y no juzgarlo.
-¡Ay, Judy! Por favor, no creo que nunca hayas pensado mal.
-Muchas veces lo hice pero me sentía culpable. Ahora que le he tenido cerca y que he descubierto que es un buen hombre, me cuesta trabajo tener un mal pensamiento. Mis padres tuvieron una aventura y no ese amor bonito que me gustaba imaginar.

Lorenzo Liukin movió su boca hacia el lado derecho para demostrar que no tenía qué opinar al respecto.

-¿Hablará con Ricardo, señor? ¡Tío!
-Ve primero con tu madre y decidan juntas qué paso van a dar.
-¿No me va a aconsejar otra cosa?
-Judy, esto se siente muy raro.
-Me enteré de tantas cosas que me hacen querer abrazarlos a todos y luego me da miedo sentirme como aparte.
-Somos los Liukin y nosotros no hacemos eso, mujer.
-Los Leoncavallo son más imbéciles.
-Jajajaja.
-¿Por qué la risa? 
-Eres una Liukin hecha y derecha y apenas caigo en cuenta. Esa pronunciación del "imbécil" te sale tan natural, jajaja.
-Debería estar contenta porque a Maragaglio le va peor, pero él perdió a sus papás y ha de ser horrible.
-Lo que más me frustra es que yo sabía algo de este asunto y nunca dije porque creía que Ricardo estaba mejor creciendo sin Goran Jr.
-¿Cómo?
-Yo me enteré de algo, Judy. Mi padre llevó a Carolina Leoncavallo a la casa cuando Ricardo cumplió un año y Maragaglio acababa de nacer. Recibimos su visita un par de veces y mi abuelo fue quien me reveló que mi padre y su esposa eran hermanos. Habría elegido llevarme el secreto a la tumba si los papeles no existieran ¿Quién te los dio, Judy?
-Sergei Trankov.
-Ese tipo goza siendo un metiche.
-Hizo bien.
-Nunca le relaté a Ricardo lo que hizo nuestro padre. Goran Jr. era tan sinvergüenza que me dio mucha lástima por Maragaglio y por nosotros. Con Gwendal se portó mejor pero también lo abandonó al final y asumí que no se compromete.
-¿Usted sabe por qué las cosas fueron así?
-La abuela Lía se fue de Tell no Tales y no quiso saber de nadie. 
-¿Fue tan simple?
-La razón más sencilla siempre duele mucho.
-Algo debió pasar.
-Dejó a Goran Jr. y él de seguro conoce la historia pero no nos la dirá.
-¿Por qué?
-No le gusta hablar de su vida y tampoco le agrada estar en casa.
-Vaya suerte.
-La abuela Lía nos negaba.
-¿Era una mala mujer?
-Tendría que preguntarle a los Leoncavallo. 
-¿Y cree que Goran Jr. nos quiera confiar un poco de ella?
-Judy, ¿le tienes tanta fe a las personas?

Lorenzo Liukin miró a la mujer como si le sorprendiera la ingenuidad y con seguridad tomó una taza con chocolate caliente. Era una forma de acabar con esa parte de la plática porque la expectativa de los demás aún se repartía entre ellos y Maurizio Leoncavallo.

-Bienvenida a la familia.
-Gracias, tío.
-Ahora puedo ser curioso.
-¿De qué?
-Maragaglio y tú se llevan mal.
-¡Es un idiota!
-¿Qué hizo?
-Metió a una amiga especial en esta casa.
-¿Y por qué hablamos en susurro?
-Es que me da vergüenza ¡El señor tiene una esposa!
-Ser infiel es una mala costumbre pero es muy propia de los Liukin.
-¿Qué?
-Mi abuelo intentó corregirlo y medio lo consiguió con Ricardo y conmigo pero si hubiera criado a Maragaglio, no habría sido un niño infeliz.
-¿Por eso es tan patán o qué?
-Bueno, me han contado que suele tener amantes y Ricardo y yo creemos que es porque le faltó amor maternal. Además, se nota que las mujeres le encantan y si encuentra algo interesante en alguna, se acostará con ella.
-A esta chica le paga.
-Pero no deja de ser de su atención. Si su amiga no se pareciera a la prima Katarina, no estaría aquí.
-¿También usted lo sabe, tío?
-Desde lejos se nota, Carlota me contó que Maragaglio tiende a protegerla y la conoce muy bien y un hombre no se esfuerza por una mujer si no está dispuesto a enamorarse.
-Katarina se fue de París por algo que Maragaglio hizo.
-¿Deveras?
-La oí hablando con su hermano. Maragaglio la dejó sola en una cabina fotográfica.
-¿Sola? 
-Ella no quiso contarle más pero estaba triste y no paraba de llorar.
-¿Te enoja, Judy?
-Es que entre Maurizio y Katarina nada es normal.
-¿Sospechas de algo?
-Que son unos hermanos raros. Estoy segura de que él se la pasa enamorándola y Katarina no se da cuenta de que juega con ella.
-¿Esa chica está...?
-Se comporta como si fuera la novia de Maurizio y es bastante celosa. Él no la trata bien.
-Así que el incesto también es de familia.
-¿Qué, tío?
-Nada, Judy. Continúa.
-Los días que Katarina estuvo aquí noté que le gustó Marat Safin y quería llamar su atención. Maurizio se puso como loco y antes de que ella se marchara, la regañó.
-¿Qué le dijo?
-Qué no se metiera con Marat porque no era su tipo, que todos acabaríamos enfadados si ella insistía y que si se iba a Venecia pronto, se sentiría más animada.
-Sería chisme si no fueran familia.
-Pero no sé que pasó al día siguiente porque Katarina lo llamó y le reclamó algo de irse a Toronto.
-¿Se pelearon?
-Ella le dijo "rata".

Lorenzo Liukin miró hacia la alfombra.

-Si Katarina se hubiera quedado aquí, todos tendrían influenza y tal vez estaríamos con un doctor. De todas formas estoy muy asustada por mis bebés - admitió ella.
-Carlota también me avisó de eso ayer.
-Katarina tiene un tanque de oxígeno.
-No lo sabía.
-Tampoco imaginábamos que se había puesto así de mal pero llamaron del hospital y avisan con frecuencia cómo sigue. Maragaglio quiso volver pero cerraron Venecia y le ordenaron quedarse con Carlota hasta nuevo aviso.
-¿Crees que alguien se haya contagiado?
-Maragaglio.
-¿No te cae bien, verdad?
-Fue el que más convivió con Katy.
-Estarán bien.

Judy abrazó a Lorenzo Liukin, conteniéndose de llorar y sintiendo menos preocupación. La tranquilizaba un poco más el no tener que enfrentar a Gwendal ese día y creía que su descubierta familia la recibía con cierto afecto. La vibra se calmaba cuando fue interrumpida bruscamente por Katrina.

-¡El baño está helado, cariño! ¿Por qué no me avisaste! - expresó la joven y así, Lorenzo y Judy entendieron que casi toda su plática había sido escuchada por Maragaglio de alguna manera. Este último guardaba una expresión muy seria.

-Tenemos frío ¿Podemos quedarnos aquí? - preguntó él y sin recibir respuesta, se colocó en un sillón junto a Katrina. Carlota y Marat resolvieron imitarlos y con tal de mantener la ecuanimidad, Cumber optó por ofrecer su sopa al grupo y quedarse callado. Maurizio Leoncavallo notó aquel silencio y entonces concluyó sus llamadas para que nadie volviera a curiosear en sus asuntos.