jueves, 30 de agosto de 2012

En tren



Elizaveta Tuktamisheva / Foto tomada de liza-tuktamisheva.tumblr.com

Eran las seis de la mañana cuando el convoy realizó su escala en Vichy. En aquél momento estaba nevando y el reporte meteorológico daba cuenta de las difíciles condiciones en las montañas, en dónde existían tramos de vía congelados. Por precaución, se recomendaba permanecer en el pueblo hasta nuevo aviso.

-Esperaremos la onda cálida - comunicó el oficial a cargo - He calculado que reanudaremos el camino en cuatro días.
-Es demasiado tiempo - comentó el teniente Maizuradze.
-Estoy consciente, pero no puedo hacer más.
-Es increíble.
-He mandado a los técnicos a inspeccionar el camino y confío en que traigan buenas noticias.
-Apostaría a que le dicen que nos quedaremos aquí toda la semana.
-¿Porqué?
-Me extraña que no lo sepa. Esta nieve es de temporal adelantado.
-Es mi primer viaje.
-Santo Cristo, tiene demasiado en qué instruirse, oficial.

Mientras los copos golpeaban las claraboyas, en los corredores se aprestaba una brigada que inspeccionaría las habitaciones. Por todo el convoy se comentaba del robo sufrido por un hombre muy importante, mismo que desde el reporte había obligado a los pasajeros a pasar la madrugada en vela y consumir casi todas las tazas de chocolate con café disponibles.

-¿A quién le han hurtado? - preguntó Maizuradze visiblemente molesto.
-Al General Bessette. Parece que lo hizo una profesional.
-Válgame el cielo. Hasta ladronas habrá que soportar aquí.
-Cuídese de los chiquillos. La que cometió el robo fue una niña.
-¿¡Cómo ha concebido semejante disparate!?
-La vieron rondando el cuarto de Bessette.
-Se supone que los marinos ocupan zonas privadas.
-Pero ¿Quién sospecharía de una pequeña? Por eso le fue fácil colarse.
-Haga lo que tenga qué hacer pero no la maltrate.
-Será entregada a los guardias de la estación. De todas formas se ha levantado el reporte en el pueblo y en Tell no Tales.

Tamara había escuchado aquello. De los rumores, todavía ninguno le cabía en la cabeza y la versión del oficial le sacaba interrogantes ¿Cómo sabía que había sido precisamente una muchachita y cómo era posible que ésta anduviera cerca de los marinos y nadie le hubiese dicho que se alejara o se la llevara? Allí existía gato encerrado. La dichosa niña conocía a Andrew Bessette; de otra forma, ni siquiera se explicaban las versiones que apuntaban a que los camareros afirmaban haberla visto tomando una malteada en el comedor de aquella recámara, cosa que sonaba sospechosa y enfermiza.

-De seguro sale inocente la sabandija. Le revisarán todo y no hallarán lo que tomó - comentaba con desprecio y voz baja un intendente al maïtre- Eso se saca Bessette por meterse con rameras. Las más niñas siempre salen astutas para timar generales. De seguro la rata está celebrando que se hizo rica. Lo único que dejó en su lugar fue un brazalete que trae el nombre grabado. Si yo fuera la tal Viktoriya me daría asco recibir esa alhaja.

Aquellas palabras le hicieron pensar a Tamara que ya sabía quién había sido la responsable y sólo por hacerle un interrogatorio ella misma, no la denunciaría. Por otro lado, le llamaba la atención que se mencionara "a la tal Viktorya" creyendo que se trataba de una pretendida coincidencia muy extraña y queriendo que no fuera realidad.

-Avísenme si encuentran a la mocosa - pidió el oficial - Y dejen descansar a toda esta gente, suficientes problemas han tenido por nuestro ruido. Nadie sale de aquí, yo estaré en mi oficina.

El teniente Maizuradze bostezó y se dirigió a su cama sin desear enterarse más del ambiente o del crimen. Para él, la policía actuaba sin exigirle a Bessette la versión completa de los hechos y por lo visto, aquello quedaría en una compensación y sin infractora que perseguir.

Mientras Joubert platicaba con una apenada Carlota con pijama en el pasillo, las camareras pasaban ofreciendo panecillos y jugo a manera de desayuno. La líder de éstas escondía la mantequilla y sólo entregó una ración a la joven Liukin por confundirla con un princesita que había realizado un viaje de estudios y la prensa manejaba que en su regreso a Mónaco se le brindaría un trato de turista para evitar molestarla. Carlota se rió cuando la mujer le hizo una reverencia y continuó aprovechando su trato preferencial para pedir unas toallas nuevas y jabón neutro para Tamara, misma que por ser alérgica a los convencionales, se había llenado de ronchas. En ese instante, el teniente Maizuradze se apareció y preguntó a chico Bessette si le dejaba el cuarto solo ya que le urgía dormir sin interrupciones. El muchacho respondió que sí.

-¿Dónde te quedarás?
-En este corredor, no creo que me regañen.
-Ojalá no te riñan, gracias Joubert.
-De nada, señor Maizuradze.

El teniente saludó a Carlota, tomó un bizcocho y se introdujo en la recámara, misma a la que cerró con llave. Suspiró y se llevó las manos al rostro.

-Le ha puesto cerrojo, tanto mejor; así haré mis cuentas en paz - comentó una vocecita infantil y pícara, cuya risa aparentaba inocencia involuntaria. 
-¿¡Pero qué .. !? 
-Grite más, así nos llevarán presos.
-¿¡Cómo entraste!?
-Por la ventana. No hay un alma afuera, nadie se enteró que salí y volví.
-¿¡Qué has hecho!? ¿¡Estás demente!?
-¿Porqué?
-¡Te has pasado de la raya! ¡Le robaste a Bessette, Adelina!
-Yo no le robé, él no me pagó. Así que tomé mi parte.
-¿De qué estás hablando?
-De negocios ¿Qué más podría ser?
-¿Qué clase?
-Los obvios: secretos, chantajes, malas mañas, adicciones y perversiones. Porque usted ha de saber que a Bessette le encanta dormir con mujercitas como yo. La diferencia es que yo sí cobro ¡Qué lista he salido!  
-Espera, espera ¿Tú haces qué?
-Mi futuro ex trabajo. Soy prostituta.
-Eres una ... Niña.
-Usted ha visto a muchas como yo ¿Le sorprende?
-¿Quién te hizo eso?
-El hambre. Para ella no existen distinciones, pero ha sabido ensañarse conmigo.
-¿De dónde vienes?
-De Rusia como usted o eso me contaron, pero como si fuera de Cobbs o al menos ahí crecí cuando aprendí que nadie se compadece de un hambriento. Yo no sabía leer, ni escribir, ni tenía madre o padre, ropa o casa, era torpe y no podía aprender nada por mi cerebro de teflón, así que me puse a hacer lo que todas las mujeres hacen allá, que era meterme la idea de que los marinos me usarían un par de veces al día y recibiría monedas para comer. Y el maricón tacaño de Bessette ya me debía demasiado por todas las veces que me obligué a aguantar sus miserias, así que tomar sus joyas me parece lo justo.
-¿Porqué te escondiste aquí?
-Porque ya pasó la revisión. En la madrugada me fui a cambiar las piedras de menor valor por billetes de 1000€ y ahora estoy calculando cuánto tengo por las que aparté. Ahora sé que son millones y me voy a retirar del oficio. Tal vez me compraré una casa en Córcega, quiero vivir allá.
-Pero, esto no está bien. Tu deberías acusar a Bessette y a la Marina por lo que te han hecho. No mereces portarte como una delincuente.
-¿Terminó? Le diré algo, señor papá de mi Antoncito precioso: Yo sólo buscaba dinero, lo obtuve y me voy a hacer una vida feliz. A mí no me interesa que me hagan justicia, no la necesito. Me burlo de la justicia porque no existe. Es un bonito cuento inventado por los poderosos para consolar a los proles y a los desposeídos y asegurar que trabajen para el sistema. La justicia se utiliza para indignar inútilmente a los inconformes y a los justos mientras los que mueven las piezas ya saben cómo apaciguar el fuego y reacomodarse para seguir obteniendo los beneficios de una masa estúpida pero trabajadora que no aprenderá a reconocer las múltiples oportunidades que tiene de sacar provecho y quitar a los dueños del mundo una pizca de sus riquezas. De pizca en pizca todos se van volviendo iguales porque ya no hay superioridad material que recriminarse unos a otros. Yo no dejé pasar mi momento de brillantez y esquilmé a Bessette del dinero que me hace su igual, puesto que ya soy rica y no se atreverá jamás a ponerme una mano encima. No es moralmente correcto, pero socialmente sí y de sobra.
-Me acabas de dar una teoría de comunismo más vieja que mi tatarabuelo.
-¿Comunismo? ¡Ja, ja , ja! ¿Lo dice usted que expone su vida a cambio de que Putin se haga más poderoso? Tal como Andropov, Chernenko, Gorbachev, Ivashko y Yeltsin lo utilizaron para seguir siendo sanguijuelas. Los comunistas le dijeron a los rusos que todos tendrían lo mismo y no les mintieron porque padecían la misma pobreza y la misma paranoia contra los enemigos estadounidenses mientras el Politburó y sus políticos al igual que los de Washington eran amigos y se hundían en opulencia... Yo no hablo de comunismo sino de tomar lo mío. 
-Para ser una ignorante, sabes el nombre de mis jefes y un poco de historia. 
-Dije que no "sabía" leer ni escribir, pero ya sé ¿Ahora puedo seguir contando mi capital?  
-¿Dónde te ocultarás? 
-En mi litera. 
-¿Y las joyas?
-Mi bolso tiene doble fondo.
-No te confíes.
-Por eso lo ocultaré aquí. Si usted o Joubert me quitan algo, lo pagarán. Ló único que no me parece es que dos pobres le roben a una que ha sido mísera.
-Es enigmáticamente sensato viniendo de ti.

Adelina volvió a sus cálculos, mismos que el teniente Maizuradze no entendía, ya que no distinguía que oro era verdadero o falso, desconocía que también existían calidades y que el metal "norteamericano" era el más feo. Ya no le importaba si los policías descubrían a la ladrona pero, en todo caso, él siempre negaría que se encontraba en su habitación, entusiasmándose por su generoso botín y planeando qué tipo de obsequio le compraría a Carlota, ya que al igual que la camarera, Adelina también la consideraba una princesa. 

Очи Черные (Ochi Chernye mejor conocida como Dark Eyes) Melodía popular rusa.

jueves, 16 de agosto de 2012

¡Vika! (Primera parte)


Para Viktoria Komova.

Una vez en el tren, Tamara y Carlota no pudieron ocultar su desagrado por compartir una litera en una habitación diminuta y se enfrascaron en una discusión absurda sobre quién tenía derecho de colocar su equipaje en un ropero con poco espacio. Era tanta la bulla que Joubert sugirió que todo se arreglara dejándolo a la suerte y como ninguna de las dos confiaba en los juegos de manos o en lanzar una moneda, le preguntaron al boletero cuál de las dos necesitaría aquél mueble. El hombrecillo juntó sus manos y después de mirar a la joven Liukin, se decidió por ella.

-¡Gracias! - exclamó Carlota entusiasta y se consagró a sacar sus cosas de la maleta. Tamara se cruzó de brazos y anunció que iría al corredor a buscar informes sobre el clima. La calefacción estaba activada y algunos mozos ya recorrían el tren con vajillas y teteras para atender a los pasajeros que habían reservado servicio a la habitación. Con toda certeza, la mujer supuso que los privilegiados viajeros eran marinos y varios formaban parte de una élite tan cerrada, que debían esconderse para maquinar sus planes. Lo que se murmuraba de ellos en los primeros minutos de marcha era que exigían teléfonos privados y nulo contacto con otras personas; las bandejas con comida, servilletas bordadas y lociones eran entregadas por un compartimento ubicado en una falsa estantería y uno de ellos, el General Bessette, estaba dando problemas. Su "sirviente particular" había ordenado aspirinas para ingerirse enseguida y una dotación de bebidas energéticas para la mañana siguiente.

-Bessette...  No creo que Joubert se entere de que su padre está cerca - pensó Tamara con el escalofrío estremeciéndola al ver como eran transportadas un par de botellas de champaña en un carrito dorado. El personal parecía acostumbrado a prestar esa clase de servicios a personas a todas luces desagradables y presintió que por ningún motivo debía aproximarse a pedirles cualquier cosa, así que los observó cuidadosamente para aprenderse los rostros y saber cómo se movían y charlaban. El viaje se tornaría más pesado de lo planeado y el ruido sería interminable.

Pero Tamara sentía algo extraño a su derecha. Era una energía jovial, contagiosa, extraña en un sujeto de atuendo militar que sonreía por tener una consciencia casi tranquila. Inclusive los rayos del sol habían vuelto a reflejarse en los espejos del corredor y la expresión pícara del hombre rompía con el ambiente hermético a su alrededor. Ella no podía equivocarse al reconocerlo. Era el padre de Anton.

-Buenas tardes, señorita Didier - dijo él.
-Me alegra verlo, señor.
-Igualmente ¿Qué le parece el tren? ¿Le gusta?
-El tren se ve ¿Deprimente? Las lámparas y el tapiz son tan oscuros y los pasillos, tétricos ¡Oí gente llamando "lujoso" este cubo con ruedas! Qué horror.
-Ja ja ja.
-¿Qué hace usted aquí? Tiene uniforme, hay lugares muy cómodos con los marinos, pueden llevarle chocolate caliente y dormir en un cuarto decente.
-Soy ruso y no pertenezco a la Marina. De todas formas no me agrada ver cómo se comportan sus hombres, parecen ratas.

Didier abrió la boca con discreto asombro por aquella opinión tan sincera. Conversar sobre el tema resultaría inútil y repetitivo, por tales, no convenía tocar más la cuestión y se apresuró a preguntarle otra cosa.

-¿Qué lo trae por aquí?
-Vengo obligado, je.
-¿Y eso?
-Llamado a las armas.
-Oh...
-¿Suena trágico, verdad?
-Más bien drástico.
-Las despedidas se van volviendo más duras, por eso he decidido estar solo.
-Es triste.
-Antes de presentarme con el batallón, iré a ver a mi hija y conversaré con ella. Llevo más de un año sin visitarla y quiero avisarle de la guerra. Pobrecilla, siempre le cuento tragedias.

Tamara observó las manos de Maizuradze, mismas que sostenían un pasaporte y un par de boletos para un evento en Hammersmith. Él repasaba el contorno de las entradas una y otra vez, delatando su enorme prisa por llegar a la ciudad y sacar valor para decirle a la muchacha que se preparara para todo.

-Suerte.
-Gracias, señorita.
-Supongo que Anton ya sabe.
-Nadie finge mejor el miedo que mi chamaco irreverente. Me avisaron de mi partida hace una hora y él actuó como si sucediera todos los días. Desde que reclamó su derecho a ser el hermano sándwich, Anton ha entendido que asistir al campo es inevitable para mí. En cambio, mi hija Viktoriya no es tan fuerte.
-Imagino que ha de ser horrible.
-El destino de un soldado tarde o temprano es la guerra.
-¿Puedo saber a dónde lo enviaron, señor?
-Cáucaso Norte, cerca de Georgia.
-No ubico, bien.
-Es Chechenia.

De sólo pensar, Ilya Maizuradze procuraba disimular que Chechenia representaba retornar a un paisaje depresivo, ya que había perdido a su hijo mayor, Vasily, mientras éste conducía un vehículo que fue atacado con granadas en una calle de un poblado cercano. Era evidente que el señor Maizuradze haría lo posible para evitar otra fúnebre escena pero no podía asegurarlo. Si no era una mina, sería un tanque o una emboscada lo que lo haría pedazos.

-Al menos me marcho tranquilo. Mi otra niña, Válerie, me compuso una canción y me escribió la letra para que no se me olvide.
-Qué lindo detalle.
-La leeré a diario hasta que regrese a casa. Si libro ésta, prometo renunciar al ejército.

Él seguía insistente con tocar sus boletos y los leía sin parar, cómo quién cree que llegará tarde a una cita para el trabajo de su vida. Asimismo, comentaba que el encuentro con Viktoriya se antojaba poco menos que intrincado y el hombre consideraba comprarle un buen obsequio.

-Pobrecilla, siempre le cuento tragedias - repitió Maizuradze con el lamento por delante y añadió: Me temo que volveré a decepcionarla, nunca le he comentado algo feliz ni he estado con ella.
-¿En serio? ¿Jamás han pasado algo lindo juntos?
-Un cumpleaños, pero hace mucho. Tomé un fin de semana para celebrar que Vika cumplía ocho; pero no me pregunte de otras cosas porque no hemos podido convivir y es muy duro verla apenas unos instantes después de una espera muy larga. La tuve en mi primer matrimonio y permaneció con su madre. Vika no conoce bien a sus hermanos.

Después de un breve silencio, Maizuradze volvió a sonreír como si nada lo preocupara y Tamara advirtió que Anton había heredado el buen humor de su padre, mismo que adoptaba ante ella la postura de un chico travieso y de buenas intenciones.

¿Que hará cuándo llegue a Hammersmith?
-Tomar un vuelo a Francia de inmediato.
-Creí que se quedaría al menos un día.
-No puedo, Carlota y yo tenemos bastante trabajo y una junta con federativos.
-Imagino que al menos harán compras en Vichy mañana.
-¡Ojalá tuviéramos tiempo! No saldremos de aquí.
-Es una pena, es un pueblo muy hermoso y sería bueno tener ayuda.
-¿Para qué?
-Elegir una muñeca, tal vez de porcelana. Es que a mi hija le gustan pero no sabría cuál llevarle.
-¿Cuántos años tiene?
-¿Yo?
-No, me refiero a Vika.
-¡Ah! Ella tiene diecisiete.
-Entonces no le regale un juguete; tal vez a ella le parecería mejor algo más de cuidado personal .
-Tiene razón, Tamara, mi pequeña ya no es tan niña.
-¿Porqué no le da un perfume y una canasta con maquillajes, exfoliadores y piedras pómez?
-Podría darle algo así ¿En dónde encuentro eso?
-Pregunte en cualquier tienda de belleza.
-¿Cómo pido esas cosas?
-Sólo diga que quiere un kit completo y explique para quién es. Las chicas del mostrador sabrán que hacer.
-Le tomaré la palabra.
-Ojalá mi sugerencia no defraude a nadie.
-Seguramente no.
-Cruzaré los dedos ... ¿Ya le dijeron cuál es su habitación?
-Me pidieron aguardar, los boleteros me estaban buscando una cama libre en los vagones del frente.
-Mientras no le toque algo claustrofóbico, todo está bien.
-Me acomodo en cualquier parte.
-¿Lo veré para la cena?
-Por supuesto. He sabido que sirven a las nueve.
-Bien, ya coincidiremos. Debo ver qué ocurre con Liukin, con permiso.
-Propio.

Tamara giró de vuelta al vagón dónde se hospedaba y cuando Maizuradze estuvo seguro de que la mujer no deambulaba por ahí, se aproximó a un empleado de la pequeña recepción ubicada apenas a un lado del restaurante dónde se ofrecería una reunión de bienvenida a los pasajeros.

-Bienvenido, caballero ¿Qué se le ofrece?
-Buena tarde, eh .. ¿Dónde puedo realizar una llamada?
-¿Local o foránea?
-A Moscú.
-Desde luego. ¿Me facilitaría el número?
-Lo anoté aquí. Perdone el papelito arrugado.
-No hay problema, deme unos segundos... Listo, puede tomar la segunda cabina a su derecha, sólo levante el auricular y hable normalmente.
-Se lo agradezco mucho.
-De nada, adelante.

El teniente asentó y se introdujo en la caseta, vacilante y preguntándose cuánto tiempo le sobraba para arribar a Hammersmith

-¿Hola? ... ¿Buenas noches? ¿Con quién hablo? .. Señorita Lobacheva, qué alivio saber que es usted, le mando saludos... Yo estoy perfectamente sano.. ¿La familia? Mis niños y mi esposa sin novedad... Quisiera saber de Viktoriya ¿Se encuentra bien? ... ¡Vaya, me alegra escuchar que ha mejorado! La última vez supe que había tenido problemas con las barras pero qué bueno que ya los superó... Mándele mis felicitaciones a sus maestros.. Eh.. ¿Podría conversar con Alexander Radionenko? ¿Sí? Por favor, pásemelo. Claro, no colgaré, gracias.

La espera duró el tiempo necesario para que el muchacho del escritorio dejara de atender mensajes y se concentrara en el reloj mientras el señor Maizuradze jugueteaba con sus dedos para no hartarse. En aquél momento, los rayos del sol se colaron por una ventana y sonó una campanilla que anunciaba a un nuevo séquito de camareros dirigiéndose con los marinos.

-¿Radionenko? ... ¿Cómo sigue? Vika me contó lo de su fractura .. Suerte con el brazo ... Yo he llamado porque deseo saber si mi hija continúa en Moscú... ¿Ya se ha ido? ¿Cuándo llegará a Hammersmith? ... ¡En tres días! Apenas he tomado camino a tiempo, estoy saliendo de Tell no Tales y me tardaré un par de noches si no hay inconvenientes ... ¡Por favor no le avise a Vika! Prefiero que se sorprenda ¿Usted irá a acompañar al equipo?.. Entonces tendré el gusto de estrecharle la mano, Alexander... Ja, sé que le irá bien, usted confíe en mi peque... Grato ha sido para mí, lo veré allá, hasta luego.

Maizuradze colgó con relativa tranquilidad y abandonó la cabina. El recepcionista dejo de revisar las manecillas y anotó la hora de término de la llamada.

-¿Cuánto es?
-20 €.
-Aquí los tengo, buena tarde.
-Igualmente, señor.
-Una duda: ¿El número del tren queda registrado en los directorios?
-Desde luego.
-¿Cualquiera podría llamar?
-Claro que sí ¿Se le ofrece algo?
.Si por casualidad recibo un recado ¿Usted me lo comunicaría?
-Sin retardo ¿A qué nombre sería?
-Teniente Ilya Maizuradze.
-¿Algo más?
-Si se trata de Viktoriya Maizuradze, enláceme enseguida.
-Seguro.

El soldado se alejó con rumbo al corredor. Un boletero al verlo, preguntó su nombre y declaró que había estado buscándolo ya que había una recámara solitaria en el vagón tres.

-Sígame, le agradará - Manifestó el mozo - Es bastante grande y con servicio particular.
-¿Qué?
-Le han puesto mayordomo. Un general de la Marina lo ha ordenado.
-No soy su recluta.
-Dijo que usted era un camarada.
-Prefiero dormir en el suelo. De mí parte díganle que aprecio el gesto pero me veo en la pena de no aceptarlo.
-Va a ser difícil que hallemos una litera libre.
-Me puedo recostar en un pasillo y cualquiera puede inventar que cedí mi lugar a una mujer embarazada.
-Qué va, mejor le voy buscando otro sitio. Si quiere vaya a tomar un refrigerio, yo le aviso cuando tenga algo.
-De acuerdo.

Maizuradze hizo caso. La barra del bar estaba vacía y después de pedir un café espumoso, el hombre miró el televisor sin interés y se dispuso a reír de los jugadores de billar a los que daba la espalda. Pronto, alguien le preguntó quién era.

-¿Teniente Ilya Maizuradze?
-El mismo.
-Permítame colocarme a su derecha.
-Tome asiento.
-Me place encontrarlo, compañero. Soy Andrew Bessette, General de la Marina.
-Mucho gusto, general.
-He oído que no tomará el lugar que le reservé.
-He optado por no comprometerme.
-¿A qué?
-Si lo tomo, estaré en deuda con usted.
-¿Deuda? Al contrario, soy yo quién desea que un colega viaje adecuadamente.
-No veo porqué.
-Trabajamos en lo mismo, cazamos terroristas.
-Usted dirige tropas, su servidor en cambio sólo elabora mapas e informes de reconocimientos de terreno.
-Es un trabajo muy apreciado.
-Como dijera mi filósofo más influyente: "La libertad no se le da a nadie en el campo, se gana desde el conocimiento".
-¿Frase de Sartre?
-No, es de César Luis Menotti.
-Bien dicho. Ahora déjeme ayudarlo y acepte el cuarto.
-Reitero mi gratitud pero también mi negativa. No considero conveniente que usted pague un lugar que no deseo. Además, no soy miembro de las fuerzas del Gobierno Mundial, así que podría meterme en problemas con mis superiores. Disculpe las molestias, general Bessette.

Maizuradze se apresuró a terminar el café y se despidió con ansiedad. Hasta el bartender se percataba de que el marino no era del agrado de aquél hombre y se limitó a llenar un vaso con whisky para distraer al inoportuno cliente; pero desconocía que el general había hecho el compromiso de no tomar alcohol durante su estancia en el tren.

 -Teniente, no se vaya.
-Disculpe, Bessette, voy a recorrer los vagones. Me retiro.
-Todavía no .. ¿Son suyos?
-¿Qué he dejado?
-Un par de boletos.

Ilya revisó su bolsillo. Los billetes seguían en su lugar, así que no entendía bien de que le estaban hablando.

-Lo siento, ésos no son míos.
-Yo creo que sí ¿Usted va al Campeonato Mundial de Gimnasia, no?
-He guardado bien mis entradas.
-Viktoriya no podrá saber que usted fue a alentarla.
-Se equivoca. Ella es inteligente y sabrá que fui.
-Qué pena que la observará de lejos, si ella fuera mi hija, haría lo imposible por conseguir un asiento en la zona A en vez de gayola.
-No vuelva a hablar de ella.
-Perdone mi impertinencia, es que soy un admirador de Viktoriya y usted es su padre; pensé que no tomaría mal si le regalaba unos sitios más cercanos a la zona técnica. Son entradas VIP, de las que consideran un acercamiento con las gimnastas después de las competencias.
-También rechazaré su gesto, general. Buenas tardes.

Maizuradze se marchó ofendido y sin querer investigar cómo Bessette sabía a dónde iba. Naturalmente, el soldado trató de platicar nuevamente con Radionenko para prevenirlo, pero no pudo encontrarlo, así que reiteró su petición al recepcionista, quién asentó cordialmente y le habló de una litera libre en la parte media del tren. La habitación resultó, para su fortuna, cercana a la de Tamara y la compartía con Joubert, a quién prefirió no enterar de la presencia de Andrew.

Más tarde, el general Bessette se acercó al módulo telefónico.

-¿Cómo va el trabajo, muchacho?
-Lo de siempre, los mensajes son interminables. No hay alguno para usted, general.
-¿Me enlazarías?
-Le mandamos un teléfono privado.
-No sé cómo marcar a celular.
-¿Es internacional?
-Te paso.
-¿De qué país es la línea?
-Es de Rusia.
-Se ha vuelto popular llamar para allá.
-¿Porqué?
-Es la tercera vez que me lo piden. Tome, en la cabina cinco recibe señal.
-Gracias.

Andrew Bessette agarró el auricular asignado y vió al pasillo.

-Hola, Vika.
-¡Andrew! Estaba a punto de marcarte.
-¿En serio?
-Me quedé buscándote en mis contactos.
-¿En dónde te encuentras?
-En París, en la estación de tren. Yo quería que fuéramos a Hammersmith en avión pero los entrenadores dijeron que no.
-Qué malos son.
-Va a estar súper cansado.
-Duerme bien para que no te agotes.
-Ja ja ja, mejor me pongo a soñar bonito.
-¿Qué tan lindo? ¿Conmigo?
-¡Ja ja ja! Nunca se sabe.
-Porque yo si pienso en ti antes de dormir.
-No te creo.
-¿Porqué?
-Ay.. Me estoy poniendo nerviosa.
-¿Por mí?
-Je, je.
-¿Esa risita?
-Mejor cuéntame qué haces.
-Voy para Hammersmith. Hablé con unos amigos y tengo las entradas.
-¡No te pases!
-Te dije que no faltaría, así que te mandaré besitos antes de tus rutinas.
-Yo los recibiré encantada.
-Y también te quería avisar otra cosita, una coincidencia.
-¿Cuál?
-¿Recuerdas que me platicaste que tu padre no ha ido a visitarte? Pues tírame de loco pero me lo encontré y va para verte.
-¡Aw! ¡Me diste la mejor noticia del mundo!
-Y charlé con él.
-¿Cómo te fue?
-Nada positivo. Le iba a entregar unos buenos boletos pero me despachó.
-Oh, que mal ¿Qué te contestó?
-Qué los rechaza. Tu padre es muy duro.
-No es cierto, es todo corazón; pero no te conoce ¿verdad? ¿Le hablaste de nosotros?
-No ¿Cómo crees? Mejor tómate tu tiempo y le explicas todo.
-Tienes razón, mejor que se entere por mi.
-¿Sabes? Creo que no le caería bien saberlo.
-Pero no te aceptará si nos tardamos.
-Que sea a tu modo, Vika.
-Me quedo tranquila.
-Te estaré marcando para que no me extrañes.
-Je, no soltaré el teléfono. Te mando mil besos.
-Yo el doble.
-Nos vemos en Hammersmith, te quiero.
-Yo también te quiero, nena.

Bessette colgó y fue directo a su habitación, en dónde le tenían la cena servida. Como era terco, le encomendó a su sirviente averiguar en dónde pasaría la noche el teniente Maizuradze y de paso, envió los boletos especiales en un sobre en que se leía "Insisto" y cerca de la medianoche, el general fue a descansar en compañía de una jovencita que había contratado al abordar y que cobraba demasiado caro por hora. La chica era complaciente y poseía la habilidad de parecer misteriosa; sin contar con que se trataba de una ladronzuela que le esquilmaría a Bessette hasta las pertenencias de la caja fuerte una vez que se durmiera.