domingo, 23 de noviembre de 2014

El mundo cambia



Judy Becaud había decidido despedirse del teniente Maizuradze y fue al aeropuerto días antes de saber que Carlota Liukin se hallaba en el hospital Bercy. Temerosa por la actitud distante de su marido y con una canasta en las manos, se había instalado en una sala de espera frente a una chica que insistentemente utilizaba su celular y temblaba llorosa.

-¿Cuánto tiempo vamos a esperar? - reclamó Jean Becaud.
-Lo que se necesite - respondió Judy.
-Te citó a las ocho y son las doce.
-Ten paciencia, él nunca nos quedaría mal.

Judy volvió a mirar a la jovencita que ahora miraba a uno y otro lado y de pronto pedía al teléfono y en un forzado francés que no la dejaran sola.

-Ven por mí - le dijo a un amigo y colgó. La señora Becaud entonces quiso ser compasiva.

-¿Te puedo...? Bueno, ¿podemos ayudarte en algo?
-No, gracias.
-¿Esperabas a alguien?
-Vine a buscar a mi papá.
-Oh, lo siento.
-Creo que él ya se fue.
-Vuelvo a ofrecerte una disculpa.
-¿Tiene pañuelos?
-Aquí, toma.
-Usted también lleva muchas horas sentada.
-Un amigo dijo que ... Tampoco encontré a quien vine a despedir.

Las dos se miraron detenidamente, una quedando más impresionada por la perfección de la otra pero con el suficiente desánimo para ignorar aquello y continuar con su agitación.

-Judy, vámonos - pidió Jean Becaud.
-Dame un minuto.
-Diez segundos.
-¿Estarás bien? - preguntó Judy a la chica.
-Sí, le avisé a alguien que me quedé aquí.
-De acuerdo, ¿no quieres nada?
-No, estoy bien.
-Debo irme, adiós.
-Adiós.

Judy se incorporó, sintiéndose triste por no poder hacer más, pero con la piel erizándosele por saberse cerca de una presencia conocida.

-¡Vika! ¿Cómo estás? ¿Qué pasó?
-Papá no se despidió de mí, no sé a que hora se fue, desperté muy temprano y no lo encontré, vine y supe que su vuelo salió, pregunté si él lo había tomado y escuché que no, creí que se le había hecho tarde y esperé mucho.
-No llores.
-No sé dónde está, tampoco me dijo donde va, no sé qué hacer.

Judy Becaud oía incrédula la voz de Gwendal Mériguet consolando a la desconocida, misma que le estrujaba con fuerza.

-¡Se fue a la guerra y no me despedí!
-Vika... Hoy haré todo lo que digas.

Gwendal abrazó a la chica con mayor fuerza y alzó la vista para reconocer a Judy, quien ciertamente lo observaba un poco esquiva, retrocediendo para no interrumpir y volviendo con su marido, quien por caminar con prisa y estar de espaldas, no se enteraba.

A Judy Becaud le afectó esa escena casi de inmediato, pensando que las coincidencias eran terribles, pero en el caso de Gwendal Mériguet algo tenía sentido: Él ni siquiera la había visto con el interés de antes y aquel acto en sí, no constituía novedad alguna. Lo que ocasionaba una reacción era el hecho de verlo genuinamente identificado en la preocupación de una joven que quien sabe de donde conocería, pero que se mostraba reconfortada con él y viceversa.

Ese pensamiento consumió a la señora Becaud por la tarde, cuando alejada del aeropuerto y voluntariamente asomada por la ventana de su apartamento, vio a su marido, intentando encontrarle alguna virtud que no lo redujera a un pobre diablo frente a un patán como solo Gwendal podía serlo, pero entre más buscaba, más se convencía de que había tomado las decisiones correctas al huir de Tell no Tales y permanecer casada. Jean era una pésima persona la mayoría de las veces, pero nunca le había hecho falsas ilusiones como el otro y de alguna forma, poseía mucho encanto. Cuando él, quizás adivinando esa conclusión, se aproximó para saber más, notó que en un portón cercano el mismísimo Gwendal introducía una llave y se encontraba a Tamara Didier, con quien no hablaba. Un poco después, Adrien Liukin salía para ver la calle.

-¿Sabías que estaban aquí?
-No, Jean.
-¿Qué bien, no?
-Podemos invitarlos a nuestro café.
-Veré que hay en la despensa.

Sin embargo, Judy no se atrevió a salir a la calle durante la semana y se contentó con ver como la familia Liukin desfilaba sin alcanzar a descubrirla, a pesar de que en el ventanal se distinguía su presencia. Asimismo atinaba a ver arreglos florales que constantemente recibía Ricardo Liukin con gesto pesaroso.

-Deberíamos visitarlos - sugirió su esposo, pero ella continuaba tomando su distancia debido a que Gwendal iba y venía constantemente, casi siempre acompañado por la misma jovencita de antes.

-"Nada tengo que hacer ahí" - se repetía y recordaba como había estado a punto de abandonar a Jean - "Qué tontería, de lo que me salvé" - y volvía su trabajo, indecisa de al menos de saludar a Tamara y pedirle que le guardara el secreto de su estancia.

-Si quiere, yo voy por usted - le ofreció un día Luke Cumberbatch y ella le tomaba la palabra cuando Joubert Bessette pasó enfrente de su local, haciéndola cambiar de opinión.

-¡Joubert, Joubert! - exclamó la mujer y el chico atendió de inmediato.

-¿Ju..? ¡Judy!
-¡Joubert, que alivio hablar con alguien!
-¿Qué haces aquí?
-Me mudé con Jean, ya sabes por trabajo.
-Qué bien, ¿quieres que le diga a alguien?
-No, sé donde están es que me dieron ganas de saludarte ¡y a Carlota! Extraño mucho a Carlota, ¿le dirías que me gustaría pasar a saludarla?
-Mmh, Carlota...
-¿Qué pasa?
-Está en el hospital, tuvo un problema en un oído, nada grave.
-¿Irás a verla pronto? Te podría acompañar.
-No, yo he tenido cosas que hacer.
-Ya veo, ¿pero le darías mis saludos?
-Le llamaré.
-¿Y si lo hacemos de una vez?
-¿Te urge?
-¿Podrías decirme si está bien? Así no sería inoportuna.
-La última vez estaba perfecta, si le ha pasado algo, no he sabido.
-¿Por qué?
-Judy, yo le pasaré el recado. Tamara irá a cuidarla, sirve que se entera.
-Creí que tú le avisarías a Carlota.
-No, pero con gusto se lo pediré a alguien más.
-¿Pasó algo contigo?
-No, es sólo que estoy ocupado.
-Es que cuando Carlota se sentía mal, tú eras el primero en no separársele.
-Ahora es diferente.
-¿Todo está como lo dejé?
-¿Qué quieres decir?
-Carlota y tú siguen juntos ¿verdad?

Joubert separó un poco sus labios pero no dijo palabra.

-¡No! ¿Qué sucedió?
-Judy, no quiero ser grosero pero no hablo de eso.
-Perdóname, es que yo los creía tan contentos.
-No te fijes.
-¿En qué hospital puedo preguntar?
-En Bércy.
-Ay, no sé llegar.
-El metro te deja en la esquina.
-Bueno, es que hay un problema.
-¿Cuál?
-No tengo dinero para pagar el metro - murmuró la señora Becaud.
-¿Te presto?
-Tal vez si le pido a Jean...
-Judy ¿tu intención es pedirme que te lleve?
-No, como crees.
-Quiero la verdad.
-Rayos... ¿Por favor?
-Oye, no quiero visitarla.
-¿Por qué no? ¿Se enojaron mucho?
-No sólo eso.
-¿Le hiciste algo malo?
-Estoy molesto y no le contesto el teléfono.
-¡No, Joubert! ¡No hagas eso!
-Judy, tengo ... Estoy con otra cosa, disculpa que no te ofrezca dejarte cerca; le pasaré tu mensaje a quien pueda dárselo a Carlota. Buen día.

Judy Becaud quedó de una pieza por unos segundos, pero recuperando el valor, sujetó el brazo de Joubert.

-Necesito ver a Carlota, te pido por las buenas que me dejes en el hospital.
-No tengo tiempo, disculpa.
-Esto me urge.
-No quiero pasar a ver cómo está Carlota, no insistas.
-Claro que lo harás, grosero.
-¡No puedes obligarme!
-¡Pero te puedo suplicar de rodillas!
-¿Qué? ¡No!.... ¡No hagas una escena!
-¡Entonces vamos!
-¿Qué parte de "no quiero saber de Carlota" no se entiende?
-"No quiero saber de Carlota"
-Argh.
-Joubert, te lo ruego.
-No te... Levántate, por favor.
-Ni siquiera tienes que pasar, con que me dejes en la puerta está bien.
-Sólo levántate.
-¿Y si te pidiera que me acompañes?
-¡Pero qué te sucede!... Judy, por dios.
-Prométeme que al menos la vas a saludar.
-¿Por qué estoy aquí?
-Hazlo por mí
-¿Y no vuelves a hacer estos berrinches?
-No, para nada, lo juro.
-De acuerdo, toma mi casco.
-¡Viaje en moto! Qué generoso.

Joubert aun dudaba pero Judy Becaud se colocó en su lugar y él prendió su moto sin chistar, queriendo ser un poco cortés. Durante el viaje, prefirió ignorar un poco el tráfico y preguntaba con insistencia a la mujer si estaba cómoda y la alertaba sobre la distancia, el viento y otros motociclistas.

-Es aquí, ¿todo en orden?
-Manejas muy mal.
-Perdón.
-Casi muero del susto, pero lo que cuenta es que llegamos completos.
-Bueno, entre más rápido, mejor.
-¡Hey! ¿No querrás pasar así nada más?
-¿Ahora?
-Sé amable y lindo, regálale a Carlota unas flores.
-Eso no.
-Pero tienes que ser educado, te sugiero sus favoritas.
-Judy, no vengo feliz.
-Pero habla con ella, las flores son para calmarse.
-¿Por qué en cada hospital hay un vendedor?
-Porque los enfermos se sienten mejor si reciben regalos.
-Carlota no está enferma.
-Tal vez, pero no le caería mal algo bonito.

Judy Becaud sonrió y Joubert la siguió hasta la florería ambulante al lado de la puerta. Como el chico eligiera camelias blancas, ella no objetó y hasta confió en que no saldría huyendo al adelantarse para registrarse en la recepción.

-Buenas tardes o días, soy Judy Becaud y busco a Carlota Liukin.
-¿Otra periodista?
-Soy amiga de su familia.
-Ayer una reportera de TF1 trató de hacerse pasar la prima, ¿por qué le creería a usted?
-Es que yo la conozco, puede preguntar y no vengo sola, me acompaña Joubert Bessette.
-Ajá, todos podemos soñar.
-Es en serio, ¡Joubert, ven acá! ... Espere un segundo ¡Joubert!

Como el chico sintiera pena por Judy, regresó a su lado.

-¿Qué quieres?
-Que no te vayas, por ejemplo.
-Oh, lo siento - intervino la enfermera - Qué gusto que venga por aquí, joven Bessette. Señorita, discúlpeme ¿gusta esperar en el corredor? Hay asientos ahí.
-Bueno, me parece.
-Rápido, por favor.

Joubert y Judy fueron guiados al fondo, a un sitio donde escasa gente pasaba. La mujer distinguió enseguida a Tamara Didier cuando abandonaba un dormitorio, pero prefirió pasar de largo para que no la reconociera. Ocasionalmente, unos grupos de niñas corrían por ahí, pero Joubert pronto fue detenido por sus admiradoras adolescentes, entre ellas Coralie Pokora.

-¡Chico! Pensé que ya no venías.
-Es algo rápido.
-¿Después vamos por ahí?
-Tengo un ensayo.
-Te acompaño, ya casi dejo de cuidar a mi hermanita.

Judy no prestó atención a esto, dado que en Tell no Tales las muchachas se ponían locas ante Joubert. Continuando con su paso, dobló a la izquierda.

-Carlota fue a caminar, pero ya regresa - anunció la enfermera.
-Ojalá le guste verme, hay tanto que contarnos.
-Qué sorpresa que el joven Bessette haya venido con usted.
-Lo conozco desde hace tiempo, lo mismo que a la niña.
-Entonces no la ha visto, ella ha cambiado.

Deteniéndose de golpe, Judy abrió más los ojos cuando, imprevistamente, se encontró nuevamente a Gwendal con compañía.

-La señorita Liukin es muy querida, su tío está muy atento a diario.
-¿Quién está con él?
-Viktoriya Maizuradze.
-La conozco.
-¿También?
-De vista, intercambiamos unas palabras en el aeropuerto.
-Ellos no lo admiten pero son novios.
-¡Qué!

La exclamación de Judy fue tan fuerte, que apretó los labios e inútilmente quiso esconderse, pero Tamara la había escuchado tan claro, que la abrazó en segundos.

-¡Amiga!
-¡Tamara! Qué bien luces.
-Gracias, tú ¿el vestido es nuevo?
-Eso quisiera.
-¿Cuándo volviste a París?
-En mayo.
-¡Me hubieras avisado!
-Fue improvisado.
-Dime que te estás divorciando.
-Quiero más a mi esposo que antes.
-¿Viniste con ese inútil?
-¿Sigues soltera?
-Me ganaste.
-Ok, luego hablamos; conseguí que Joubert me trajera, supe lo de Carlota y no me aguanté las ganas de visitarla.
-¿Joubert? Pero ya terminó su historia.
-Estamos aquí.
-Qué bien. Judy, te extrañé.

Las mujeres se apretaron mutuamente y continuaron conversando sobre sí mismas, al grado de olvidar que una estaba de paso y la otra a cargo de una joven Liukin que al verlas, decidió tomar otro pasillo sin importar que cierta alegría le provocara el reencontrarse con una amiga muy querida. El ánimo no le daba para ese impulso mientras a escondidas, continuaba marcando el número telefónico de Joubert Bessette y rezando para que este al fin le contestara.

-¡Carlota! - la llamó Miguel Ángel al hallarla.
-Mensajero, lo que hayas traído se puede quedar en mi cama, luego lo reviso.
-Es que no ha sido un regalo.
-¿Qué te trae por aquí? ¿Una carta?
-No, perdón.
-¿Entonces? ¿Eres un fan? ¿Te pagaron en una revista? ¿Un autógrafo?
-Calma, no voy a molestarte.
-¡Tienes toda la semana aquí!
-Porque hice lo que me pediste.
-¿Qué cosa?
-Lo que estuvo en mí para que no llores.
-¿Qué quieres?
-Avisarte que logré encontrar a Judy Becaud.
-Ya la vi.
-Pero gracias a ella, Joubert Besette ha venido a verte.
-¿Dónde está?
-Cerca de tu cuarto.

Carlota susurró algo para sí misma y emocionada, retomó el paso, sin importarle que su cabello estuviese enredado y sus ojos enrojecidos, que su atuendo fuera una bata y que calzara sus pantuflas desgastadas. Con cierta distancia, ella iba escuchando más la voz del joven Bessette y se iba llenando de lágrimas más intensas. Sólo le bastaba cambiar de pasillo para comprobar que era él.

-¡Joubert! - exclamó al concretar su descubrimiento. Hubo enseguida un silencio general y quienes los rodeaban se detuvieron sólo para quedar boquiabiertos ante el rostro de Carlota, tan expresivo del dolor que había experimentado en días; tan esperanzado en esos instantes. Joubert Bessette enmudeció también un poco y se apartó de sus admiradoras sin olvidar el ramo de camelias.

-Parece que te veré luego, Joubert - mencionó Coralie Pokora, pero este contestó con un "no" bastante claro y la ignoró para colocarse enfrente de la joven Liukin.

-Carlota...
-¡Joubert! - abrazándolo.
-Te traje un obsequio y tenemos que hablar.
-Está bien.
-Vamos, ¿quieres dar una vuelta?
-El jardín de este hospital es bonito.
-Pondré tus flores en ... ¿Tu florero está ocupado?
-Ayer lo vacié.
-Andando.
-¿Quieres chocolates?
-Claro, nos hacen falta.
-Y al fin podré decirte que pienso de tu demo.
-¿En serio?
-Adelina me hizo una copia ¡ojalá no nos volvamos a enfadar!

Joubert abrazó a Carlota y ella paró su llanto. Los demás se hacían a un lado para que salieran en paz.



lunes, 17 de noviembre de 2014

El abandono del pasado





Luiz despertó a Bérenice más o menos a las diez de la mañana, cuando la nieve había cedido su lugar a un cielo lluvioso y no se podía abrir la ventana porque el viento apagaría la estufa. Para que ella se sintiera más animada, él había tenido la ocurrencia de llevarle un pequeño desayuno a la cama.

-Gracias.
-Creo que ya no tuvimos pizza para la cena.
-¿Tenemos hambre, no?
-Te preparé café, o bueno, un intento es que no tenía mucho.
-No importa, se ve rico.

Bérenice mandó un beso y con gran apetito mordió un trozo quemado de lo que se suponía era el manjar del día anterior y dio el sorbo a un agua con sabor a tierra, pero lo hacía con tal apetito que aquellos desastres parecían delicias.

-Encontré una cajita con dulces rancios para quitarte el sabor de ...
-Gracias Luiz, tenía mucha hambre y esto sabe muy bien, no quiero caramelos.
-Podemos cruzar y comprar una malteada.
-Estoy bien, eres un gran cocinero, Luiz.

El chico comenzaba a dudar que Bérenice hablara en serio, sin embargo era lo que sucedía y en un abrir y cerrar de ojos, ella había dejado limpio el plato.

-Debería darme un baño.
-No hay agua en el edificio.
-Es que quería visitar a papá y ahora tengo el cabello hecho un desastre.
-Él no lo notará.
-¿En serio?

Luiz no respondió pero ayudó a la mujer a levantarse y se abstuvo de verla vestirse cuando ella le contaba que había soñado que jugaba en la nieve.

-También soñé contigo.
-¿Qué estaba haciendo?
-Es muy raro Luiz, te quedaste parado.
-¿Qué más pasó?
-Nada, por eso no le presté mucha atención y olvidé casi todo.
-Qué lástima.
-¿Cuando regresemos podríamos hacernos bolita?
-Sí, lo que quieras.
-Deséame suerte con papá.
-Bérenice, tengo que decirte algo.

Ella alzó el rostro como si se hubiera confundido y al ponerse un gorro, su mirada se tornó interrogante.

-Tu padre vino ayer.
-No entiendo cómo pudo.
-Un espejo.
-Tiene sentido.
-Ponte contenta, todo saldrá bien.

Bérenice sonrió y pronto se acercó al lavabo para asear su boca y Luiz le preparaba una manta para que dejara de tiritar.

-¿Nos iremos caminando?
-Afuera hace mucho frío.
-Bueno, tengo mi balín. Luiz, estoy nerviosa.
-Estoy contigo, calma.

Bérenice besó la frente del chico e insegura, se colgó de su brazo antes de abrir un portal y constatar que su padre no se hallaba solo, pero pasando saliva, decidió tener un poco de valentía y atravesó el espejo a sabiendas de que el momento era el menos indicado.

-Buenos días, señor Mukhin - saludó Luiz - Hemos venido a visitarlo.
-Hola, creí que vendrían más tarde.
-Bérenice tenía muchas ganas de verlo.
-Ella puede notar que me encuentro bien.

La joven bajó la cabeza y juntó sus manos.

-¿Gustan chocolate? Se nota que han pasado una pésima noche.
-Dormí como bebé - respondió Bérenice impulsivamente.
-Por alguna razón te ves cansada, demasiada fiesta provoca ese mal aspecto.

Luiz no supo qué decir y ella apretaba los labios por la vergüenza que sentía ante su padre furioso y la posibilidad de que el invitado que lo acompañaba estuviese escuchando. Con talante infantil, Bérenice tomó asiento en el sillón y apoyó su rostro entre sus dedos antes de que sus ojos miel brillaran un poco más y los posara al frente.

-Matt Rostov vino a tomar algo y ya se va - Mencionó Roland Mukhin con voz menos severa.
-Qué.. Es bueno que te atienda todavía.
-Es un viejo amigo, nos frecuentamos.
-Al menos no te quedas solo.
-¿Sabes que Matt ahora trabaja en un hospital? Es bueno que no pierda la práctica.
-Me alegra.
-En el otro lado se puede obtener medicina, ¿es admirable su labor, no crees?

La joven no tuvo ganas de contestar y no comprendía que su padre mencionaba esas novedades en un intento de volverla consciente de lo mal que había actuado una vez más. Bérenice se limitó a voltear hacia la cocina y confirmar que el doctor Rostov ingería una manzana y no le importaba su presencia.

-Matt me contó sobre su nueva compañera, Courtney. Ella también se dedica a atender pacientes y se ha convertido en una asistente o algo similar.
-Mira, qué bien.
-Pero Luiz es un chico muy hábil, aprende de todo, eso es muy útil.
-Es un gran hombre.
-Perfecto para una niña como tú.

Los presentes voltearon hacia Roland Mukhin ante tal sentencia.

-Matt, llegarás tarde a cubrir tu turno.
-Señor Mukhin, me llevo otra fruta.
-¿Para Courtney?
-Por supuesto, hasta luego.
-Cuídate.

Luiz realizó un ademán de despedida y Matt Rostov cruzó hacia su destino mientras Bérenice le veía partir con la curiosidad de saber quien sería la tal Courtney.

-Matt no acepta que no tardará en invitar a salir a su compañera.
-¿Qué te ha dicho?
-¿De qué?
-De esa mujer.
-Tú sabes que Matt no habla mucho, él simplemente hace las cosas.
-Es que me sorprende.
-Él encontró a una chica lista, es natural que busque su atención.
-Es que él no suele ser amigo de nadie.
-Matt no quiere la amistad de Courtney.

Bérenice usó sus yemas para posar su cabello detrás de las orejas y después los colocó en sus labios.

-¿Pasaron buena noche?
-Sí, papá.
-Me alegra ¿desayunaron?
-Luiz me sirvió algo en la cama.
-Qué detalle y más con el frío.
-Después él me dijo que habías ido a vernos ayer.
-Quería saber si no tenías problemas.
-No, ninguno.
-Es bueno que hayan venido, ¿van a quedarse?
-Pasamos a saludar.
-Está bien, de todas formas he encontrado qué hacer.
-Luiz y yo pensamos es ir al otro lado.
-Les encargaría un poco de miel.
-¿Quieres venir?
-No, Bérenice.
-Papá...
-Cuando vuelvan les pediré algo.
-¿Y si no nos fuéramos?
-Luiz ¿le dijiste por qué estuve en tu apartamento?
-No, señor, es mejor que usted lo haga.
-Concuerdo. Bérenice, ve a tu cuarto.
-¿Por qué?
-Puse tu sábana favorita, ve a dormir decentemente.
-No quiero darte más dolores de cabeza.
-Precisamente por eso, además se nota que te hace falta descansar. Luiz, ¿me pasarías una taza con té que dejé en la cocina? Tengo que tratar algo contigo.

La joven no sabía si obedecer pero le llamaba la atención lo que su padre señalaba y con cierta premura se dirigió a su antigua habitación y cerró la puerta.

-Luiz, siéntate y cuéntame ¿cómo pasaron la noche?
-Tranquilos, aunque yo dormí aparte.
-No era necesario aclararlo.
-No lo menciono por eso.
-¿Por qué no platicaste con Bérenice sobre anoche?
-No creí que fuera bueno que se hiciera ilusiones, usted se molestó bastante con ella.
-Acepto que me enfadé pero hace falta alegría aquí.
-¿En serio desea que ella vuelva?
-La extraño, Luiz.
-Ella le iba a pedir perdón.
-No hace falta.
-Ella creía que usted no le volvería a dirigir la palabra.
-No me permitiría semejante acción... Cambiemos de tema.

El hombre tomó un poco de té y sonrió para continuar su charla.

-¿Bérenice se porta bien?
-¿Cómo?
-Supongo que no se han enojado aunque sería muy pronto todavía.
-¿Discutir? No, hasta el momento no ha habido dificultades.
-Pero han ido a muchos lugares.
-Disfrutamos pasear.
-¿Conversan mucho?
-Sí, ella siempre parece tener algo de que decir.
-¿Y tú?
-Escucho, es que en comparación no he vivido.
-Con el tiempo esa barrera se desmorona.
-Ojalá.
-¿Bérenice te ha enseñado sus medallas?
-¿Cuáles?
-Qué raro, ella siempre las presume. Hay una caja debajo del librero, te mostraré.

Luiz no demoró en tomar tal y la extendió al señor Mukhin, que retiró la tapa con una enorme sonrisa.

-Mira, las puso en orden.
-¿Por qué tiene tantas?
-Las ganó cuando era gimnasta, yo no he contado cuántas son.
-¿Por qué me dijo que había sido mala?
-Bérenice era excelente, creí que se sentía orgullosa.
-¿Por qué mentiría?
-Tal vez no sintió confianza.
-Pero yo me habría sentido muy feliz.
-Al parecer, ella no tanto.

Ambos siguieron atisbando preseas y criticando sus diseños poco antes de que Bérenice saliera de su habitación con ropa limpia y su cabello húmedo, poniendo cara de desagradable sorpresa con la escena enfrente.

-¡Esas son mis cosas, nadie puede agarrarlas!
-Perdón, creí que a Luiz le gustaría verlas.
-Estaban en el piso y ahí deben quedarse, no quiero que las toquen ni que pregunten.

La chica metió sus premios y los sepultó entre las plantas próximas, reiterando que no toleraría que las volvieran a tocar o mencionaran el tema.

-De acuerdo, pero no voy a olvidar el lugar en el que ocultaste esa caja.
-Papá, por favor no saques nada.
-Estaba siendo amable con Luiz.
-Basta, de todas las cosas que tal vez merezco, ésta no era una.
-Bérenice, por un momento pensé que hablar de tus logros con este muchacho estaría bien.
-Pues es malo.
-¿Por qué? Eras una estupenda atleta, el Gobierno Mundial te condecoró.
-Eso se acabó y Luiz no tenía que saberlo.
-Tarde o temprano se iba a enterar.
-Por algo le dije que no servía para la gimnasia y debió quedarse así.
-¿Dónde vas?
-¡A estar sola!
-Entonces ¿te perderás la noticia?
-¿Cuál?
-Que vuelves a esta casa y Luiz vivirá contigo.

Bérenice reaccionó sosteniéndose en una pared.

-Este chico te quiere, tú también a él ¿no sería mejor que ambos se quedaran en este lugar? Hay agua caliente, reparé el lavavajillas, tenemos donde almacenar comida y ...
-¿Dónde dormiría? ¿Qué se supone que haría aquí dentro?
-Luiz puede estar en tu habitación y ayudaría con la limpieza; además ambos trabajan y al final del día se verían aquí.
-Tengo poco tiempo con él.
-Pero quién los desea juntos, soy yo.

Bérenice no podía más con la pena y no respondió más que para excusarse por irse un momento, cruzando hacia la Tell no Tales en la que Matt Rostov parecía esperarle en el patio del hospital.

-¿Oíste todo?
-No pensé que con Luiz las cosas eran distintas.
-Le mentí, Matt.
-¿Motivo?
-¡No quería que supiera que todo me estaba saliendo bien en la vida!
-Bérenice, no es verdad.
-¡Luiz nunca tuvo nada, él jamás iba a conseguir nada!
-¿Cuál es el problema?
-Que era gimnasta, Matt. Le quitaba el pan de la boca a cualquiera para ganar una mugrienta imitación de oro, derrochaba dinero del erario para mantenerme perfecta, ofendo a mis vecinos con solo pasar por la calle ¡porque todos saben cual era el trabajo real de una gimnasta! ¡A una gimnasta la bañaban en champagne, la vestían con sedas, le concedían privilegios y a cambio pasaba tiempo entre alcobas! ¡Tú me viste! ¡No sé cómo no te daba asco besar mi boca cuando el mismo día la usaba para obtener un perfume nuevo o unos aretes!
-Bérenice, ya pasó.
-Luiz me importa mucho, por eso no le platiqué, ¡ni me atrevo a pedirle nada!
-Otro se habría ido con tu aborto ¿te das cuenta de que por unas medallas tampoco va a dejarte?
-No, Matt. Yo buscaba poner mi vida atrás, que Luiz estuviera conmigo sin que se enterara de todo ¿por qué no puedo?

Matt Rostov no agregó una sola palabra y condescendiente, abrazó a Bérenice hasta que apareció la doctora Courtney Diallo por ahí.

-Tengo trabajo.
-¿Ella es tu amiga?
-Sí, Bérenice.
-Ve, suerte.
-Gracias y por favor, no llores ni te angusties, Luiz es un chico que te quiere.

Matt Rostov sonrió y Bérenice agitó su mano para decir adiós, mientras Courtney los contemplaba sin atinar a sentir algo al respecto salvo una pequeña alegría cuando su compañero se resistió a voltear hacia atrás.

martes, 4 de noviembre de 2014

La fuerza del corazón


¡Te amo, Miguel!*

En las calles de París se disfrutaba un hermoso verano todavía y Miguel Ángel pensaba en cuál sería un buen detalle para presentarse ante Carlota Liukin y comenzar su trabajo, aunque no sabía que esperar. El viejo del muelle no le había dado detalles sobre ella y otros ángeles no la ubicaban bien, aunque la mayoría aconsejaban llevarle una tarjeta de las que vendían en los kioscos y unas flores para no asustarla. Él no estaba muy seguro.

-¿Si quiere decirle "hola" a una joven, le regalaría algo? - le preguntó a la vendedora de periódicos.
-La tarjeta no se vería muy bien.
-Lo imaginé, entonces ¿qué podría ser apropiado?
-Depende ¿ella le gusta?
-Quiero conocerla nada más.
-Con el saludo es suficiente ¿para qué quiere un regalo?
-Tengo entendido que la chica es un poco difícil.
-Es hora de que le digas adiós, amigo.
-Usted es muy sincera.

Desconcertado, Miguel Ángel se alejó con cortesía y caminó varias cuadras con una mano en la nuca, cuestionándose por que deseaba tanto agradarle a Carlota.

-¿Hay un ángel que me guste ayudar? ¿un querubín? ¿Dios? - pensó antes de que el olor a chocolate lo atrajera a una repostería llamada "Ladurée", en dónde la concurrencia no permitía ver los mostradores y los murmullos resultaban molestos. Era un día de ventas muy ajetreado.

-¡Necesito más macarones de fresa! ¡Se han tardado con los de limón! - gritaba una de las empleadas y casi enseguida sus peticiones se cumplían mientras los clientes le exigían rapidez.

-¿Ahora qué? - se dijo Miguel cuando una mujer le pidió que le cediera el paso y otra tropezó con él, haciéndola saber que estorbaba. Él intentaba adaptarse al ritmo y captó que debía formarse para mínimo saber a qué lugar había entrado, aunque los arreglos florales le indicaran que era confiable y podía relajarse, además de suprimir sus ganas de mirar a los demás para descubrir que clase de personas eran.

-¿Qué hace ahí? Le ayudo a comprar lo que quiera - Mencionó la voz grave de otro ángel que se hacía pasar por vendedor del local. Miguel sonrió de alivio.

-¿Qué le trae a la Tierra? ¿Un demonio desatado?
-Hay muchos, pero no vengo a arrojarlos al infierno.
-¿Qué se le ha ocurrido al viejo del muelle?
-Emplearme de niñero.
-¡Ja ja ja! Bienvenido al trabajo rudo, General.
-¿Es malo?
-Se pondrá peor.
-Los ángeles de la guarda no se quejan.
-Porque sus labores son tan pesadas que no tienen energía para hacerlo.
-De todas formas no duermo, supongo que no habrá diferencia.
-General, no sea tan optimista.

El ángel tomó una caja color verde pastel e introdujo un surtido de macarones, pero, por tratarse de Miguel, tomó otra oscura, misma a la que metió más de aquellos bizcochos, pero solamente de chocolate.

-30€ por favor.
-De acuerdo y gracias, Dios te bendiga.
-Igualmente, suerte.

Miguel pagó mientras se sentía extraño y se percataba de que llegar al Boulevard Bercy le llevaría al menos una media hora de tráfico y si caminaba se tardaría más pero eligió la segunda alternativa antes de que, debido a la importancia de su misión, se le facilitaran nuevamente las cosas. Edwin Bonheur salía a su encuentro en la esquina.

-Suba, tome mi casco.
-¿Desde cuándo te gustan las motocicletas?
-¿Usted se acuerda de mí?
-Sí, de todos.
-Lo llevo ¿Dónde vamos?
-Hospital Bercy, tengo que ver a alguien.
-¿Un enfermo?
-Algo así, es una chica.
-Mmh, ¿los macarones son para ella? Buena elección.
-¿En serio?
-A todas les gustan.
-¡Oh, espera! Entonces no.
-¿Por qué?
-No quiero que piense que es como las demás.
-Bueno, recibir un regalo de Ladurée no es de todos los días.
-Pero si las mujeres aman los macarones, debo darle algo más.
-¿Quién es la afortunada?
-No es una mujer precisamente, es una ¿joven? ¿jovencita?
-Bien, entiendo el dilema ¿puedo saber quién es?
-Carlota Liukin, una patinadora estrella o algo así.

Edwin miró al suelo y estaba tan serio, que Miguel se percató de que algo no andaba bien.

-Carlota es delicada.
-¿Caprichosa?
-Refinada.
-¿Los macarones son...?
-Casi perfectos, sólo hay que comprar té.
-¿La conoces bien?
-Miguel, no soy quien para pedirle o sugerirle pero no se haga su amigo.

Los dos caminaron un poco hasta un expendio de té y Edwin se hizo cargo de adquirir la mezcla que la joven prefería, tratando de no pensar en lo que había pasado con ella y sonriendo apenas al ver a Miguel que elegía hacerse de unas flores.

-¿Violetas? Son las favoritas de Carlota.
-¿De verdad?
-Lo dejaré en el hospital.
-¿Escondes algo?
-Cuídela bien, lo merece.
-¡Eras su ángel de la guarda!

Edwin afirmó y se dispuso a conducir con velocidad, mientras su compañero aumentaba sus expectativas y se imaginaba que Carlota Liukin era especial y de gran corazón, alguien tan única que el trabajo de protegerla se tornaría alegre y grato.

-Llegar a Bercy nos va a tomar mucho.
-Me prohibieron volar.
-Entiendo.
-Te agradezco traerme, ¿qué tan lejos está el hospital?
-Bastante, ¿por qué?
-Me voy corriendo.
-¡Es París!
-Edwin, sé lo que hago. Adiós.

Miguel corrió por Champs - Elysées hasta desviarse a la ribera del Sena, prosiguiendo en línea recta, creyendo que hacía bien en dejar a Edwin atrás. Sin darse cuenta, la gente lo dejaba pasar y el reloj le ofrecía la insólita oportunidad de permanecer detenido algunos instantes, motivándolo a llegar en lugar de renunciar, como de repente era tentado. El hospital del boulevard Bércy se vislumbraba curiosamente hermoso.

-¿Qué le digo cuando la tenga enfrente? ¿La verdad? Bueno es que no puedo mentir, pero ¿si no me cree? Es la primera vez que hago esto, ¿es tan difícil? - clamaba y se entusiasmaba más, al grado de notar que alrededor de él se desprendía un ligero halo de luz. Alrededor, el ambiente se inundaba de una energía muy fuerte y toda la maldad que podía albergarse en el boulevard era desterrada en su totalidad, alegrando a los que caminaban por ahí. El sol brillaba un poco más, pero no molestaba.

-Aquí es, tranquilo Miguel, regístrate y di que traes un regalo - se señaló así mismo, con la esperanza de que en la recepción no le colocaran una traba. Una vez en la puerta, se limitó a ir despacio.

-Buenas tardes, ¿habitación de Carlota Liukin, por favor? - pronunció sintiéndose torpe.
-¿Quien la busca?
-Un regalo, ¿Ladurée?
-No está permitido entrar con alimentos.
-Disculpe es que..
-¿Joubert Bessette mandó todo esto?
-¿Qué?
-Es que la señorita Liukin lo llama y lo llama, tuvieron una discusión terrible pero veo que fue un enojo de los que se olvidan rápido ¿Usted es el mensajero?
-Se confunde...
-No cubra al joven Bessette, es más, ni anotaré que usted estuvo por aquí. Pediatría está a su izquierda, la señorita se encuentra en la habitación 25B ¡corra, corra!

La enfermera se incorporó y tomó de la mano a Miguel, quien a duras penas sostenía sus obsequios y dudaba sobre lo que ocurría ¿Por qué alguien imaginaba que Joubert Bessette ... ? Bueno, no interesaba tanto pero el asunto debía quedar claro antes de que cualquier enredo se hiciese más grande o la situación se prestara para un nuevo problema. El aroma a té avisaba que el encuentro con Carlota Liukin estaba a punto de darse.

-¡Niñas, no corran! - dijo la enfermera al poner los pies en el sitio correcto y algunas se detuvieron en seco al contemplar a Miguel.

-¿Y Carlota? - siguió la mujer.
-En la ventana, no ha soltado el teléfono - contestó la pequeña más parlanchina.
-¿El joven Joubert ha contestado?
-No y ella ha estado llorando.

Miguel Ángel permaneció en la puerta, como un espectador del alboroto y de una silueta etérea en la ventana. Todo se oía perfectamente.

-¡Señorita Liukin! El médico le ha dicho que no debe usar este aparato.
-Es que le quiero pedir perdón a Joubert y no responde; le he marcado desde ayer.
-No te preocupes, te ha mandado unos detalles.
-¿En serio?
-Sí ¿quieres verlos?

Carlota asentó y volteó hacia Miguel Ángel, mismo que pasó saliva y miró al suelo.

-¿Quién es él?
-El mensajero.
-Supongo que hay que darle propina. ¿Alguien me daría mi bolso?
-Aquí está, señorita.
-Se lo agradezco... Chico ¿podrías decirme qué me mandó Joubert?

Miguel intentaba hilvanar un argumento coherente pero el tono de voz de Carlota Liukin sonaba tan ansioso que le mencionó únicamente lo que traía.

-Macarones, té y unas violetas.
-Sólo Joubert sabe que los macarones son mis favoritos.
-Son de Ladurée.
-¡Al fin probaré algo de ahí! Debieron ser costosos.
-Unos son de diferentes sabores, la otra caja tiene los de chocolate.
-¡Adoro los de chocolate! Estaba ahorrando hasta hace poco para comprar macarones en mi cumpleaños y compartirlos con él durante nuestro baile... Mensajero, gracias.
-Pondré sus flores en la mesita.
-¿Joubert añadió una nota?
-No hay...
-Con los regalos basta, ahora tendré que preparar un té muy refrescante y hacer una tarjeta ¡necesitaré acuarelas y lápices de colores! Dibujaré París como si la viera desde una colina y en el cielo voy a poner que quiero mucho a Joubert ¡le va a encantar!

Miguel se sentía fuera de lugar ante tal escena pero un repentino resplandor multicolor con cristales de hielo apareció ante sus ojos, forzándolo a mirar a Carlota Liukin, de quien provenía esa bellísima imagen.

-"Nunca vi algo igual" - pensó él.

La joven por su lado colocaba las violetas al lado de su cama y pedía atentamente que le trajeran agua caliente al tiempo que sus compañeritas de cuarto escudriñaban los regalos con asombro y regresaban a sus fantasías de cuentos de hadas, con Joubert Bessette como protagonista.

-Mensajero, ¿me harías un favor? - pidió Carlota tímidamente.
-Eh... Bueno.
-¿Le dirías a Joubert que se lo agradezco mucho?
-Es que los regalos...

Miguel Ángel enmudeció y sonrió como si estuviera perdiéndose en la imagen de ella, motivo por el que se alejó lentamente al cabo de unos segundos, incapaz de mencionar cualquier cosa, incapaz de pensar en su nueva tarea, incapaz de todo, menos de continuar sorprendiéndose mientras llegaba a la banqueta y le daban deseos de desplegar las alas, manifestar la luz que guardaba en su propio cuerpo y pasar la tarde a solas para pensar en Carlota Liukin, cuya belleza se reflejaba en un alma que nadie más que él iba a descubrir jamás.

*Foto tomada de facebook.com/miguelangelmunoz, créditos al autor.