domingo, 18 de agosto de 2019

Marine

Marine Lorphelin/Foto cortesía de Le journal

Viernes, 15 de noviembre de 2002. París, Francia. Medianoche.

Maurizio Maragaglio no podía soportarse a sí mismo y luego de asegurarse de que Carlota Liukin se quedara dormida, salió a la calle para aclarar sus pensamientos. Continuaba furioso por lo ocurrido horas atrás, con Trankov, con Trafalgar, con los diamantes que ahora se obligaba a ocultar. Había odiado el verse necesitado por disparar y se hallaba tan asustado también, que consiguió un par de cigarrillos y se detuvo frente a un árbol para intentar contestar el celular con la pequeña esperanza de que su prima Katarina le dijera "he llegado a Venecia" o "estoy bien" sin importar que no fuera lo que deseaba escuchar. Incluso, alguna palabra de su esposa era bienvenida o de Alondra Alonso aunque hubiesen roto su relación. Por ello, pulsó el botón para aceptar sin prestar atención al identificador.

-Maragaglio, aquí... - dijo presuroso y luego de oír un sollozo, el desahogo se le convirtió en ira, sobretodo cuando una voz femenina, trabada y desesperada le suplicaba con un "por, por favor, Maurizio, habla... bla, conmigo".

-¡Te pedí que no volvieras a llamar! - replicó él bruscamente.
-"Mi amor, te, te necesito ¡no cuelgues!
-¡Déjame en paz!
-"¡Volvamos a estar juntos! ¡Te pro... prometo que no vuelvo a acercarme a tu esposa, que, que se... seré discreta por tus niños! ¡Regresa Maurizio, te amo!"
-¡Vete al diablo, Marine! - concluyó él, arrojando el teléfono al suelo y fumando sin calma en la calle solitaria, como si se le hubiera sumado otro problema y esta vez sintiera la carga más pesada que de costumbre. El cuello le dolía, el ardor en sus nudillos continuaba, la presión de su espalda punzaba.

Luego de hacer acopio de voluntad, levantó su celular, aunque optó por mantenerlo silencioso y enfiló sus pasos hacia Les Halles, sin saber por qué lo necesitaba con tanta urgencia. La distancia era escasa desde la Rue de Poinsettia pero cierta corazonada le impidió avanzar a su ritmo. Sentado otra vez en una banca, junto a un bote de basura y un nuevo árbol, Maragaglio se llevó la sorpresa de que Ricardo Liukin le contactaba o más bien, de que no había leído sus mensajes y por ello el motivo de esa conversación imprevista. Del otro lado se percibía gran calma y el sonido de los canales de Venecia quietos.

-Ciao, Maragaglio aquí.
-"Habla Ricardo Liukin."
-¿Cómo está, señor? Carlota duerme, no se preocupe.
-"He intentado platicar con ella y no me contesta."
-Esa es culpa mía porque le quité el teléfono.
-"¿Quiere explicarme?"
-Esa cosa no dejaba de distraerla y por seguridad, hay que vigilar quien le llama. Preferí evitar dificultades.
-"Pudo avisarme".
-Me disculpo por eso.
-"¿Cómo se ha portado mi hija?"
-Bastante bien porque sigue mis indicaciones, no protesta.
-"¿Carlota no ha hecho berrinche ni lo ha burlado de forma increíble?... ¿Está enferma?"
-¡No! Está concentrada en el torneo, es todo.
-"Cuando a Carlota se le ocurre una tontería, no puedo dormir ¿No ha hecho locuras?"
-Se lo confieso: No la pude separar de Marat y han ido a comer después de entrenar y de paseo. Yo los vigilo, es todo.
-"Lo imaginé.... Carlota no aprende ¿se comporta al menos?"
-Le he dicho que sí, señor Liukin.
-"Vi a Marat en televisión y he temido lo peor ¿Ha habido algún coqueteo o algo que deba saber?"
-No. Yo me encargo de que ambos se vayan por su lado cuando termina la prensa de tomarles fotos.
-"Eso espero, Maragaglio, porque Carlota...."
-¡Le estoy diciendo que estoy a cargo!

Maragaglio se arrepintió en el acto de su exabrupto y cubriéndose la cara, se extrañó enseguida de que Ricardo no se molestara en lo más mínimo.

-"¿Ha tenido tanto trabajo?"
-Algo así ¿Hay algún problema con el almirante Trafalgar? ¿Por qué no me avisaron?
-"¿Se acercó a mi hija?"
-¡No, de ninguna manera! Es que Carlota me contó que no le agrada.
-"Maragaglio ¿usted puede evitar que ese tipo esté con ella?"
-Está hecho, le doy mi palabra. Trafalgar quería un autógrafo pero la niña no le tiene confianza y me las arreglo para que no estén cerca.
-"Gracias. Manténgame al tanto, por favor".
-Señor Liukin ¿Todo está bien en Venecia?
-"Supongo que sí ¿No ha conversado con su esposa?"
-La saludé en la tarde y mis hijos tuvieron un partido de fútbol.... ¿Katarina está con Miguel, verdad? Se fue de París sin avisar y supuse que andaría por ahí con él.
-"¿Katarina? Ella no ha venido. Miguel me comentó que la verá por la mañana".
-¡Creí que había ido con ustedes! ¿No les ha dicho algo?
-"Habló con mi hijo pero no sé más".
-Debe seguir molesta conmigo - murmuró pero Ricardo le entendió perfectamente.

-"Katarina parecía contenta cuando platicó con Miguel. Cualquier cosa que usted le haya dicho no fue algo que tomara a mal".
-¿Lo cree?
-"Maragaglio, desconozco que ocurrió en París pero haría bien en dejar a su prima vivir".
-¿Qué quiere decir?
-"Ella es joven y empieza a elegir a sus amigos y a dónde ir. Maragaglio, a usted no le corresponde... ¿Me hace caso?"

Pero Ricardo Liukin no podía saber que una llamada entrante acabaría por alterar los nervios del otro. Por error, Maragaglio sacaría un enojo que llevaba reprimiendo mucho tiempo.

-¡Maldita sea, Marine! ¡Terminé contigo hace cuatro jodidos años! ¡Estoy cansado de que me supliques, yo no quiero verte, no me llames, no preguntes por mí en la oficina y no llores por el amor de Dios! ¿Qué estás buscando? ¿Quieres que mi esposa te ponga en tu lugar como la última vez? ¿Por qué sigues haciendo esto? ¿Qué diablos te pasa por la cabeza? ¡Estoy harto, harto, harto!... Vete al demonio, Marine, yo nunca tuve intenciones de quedarme a tu lado, no te hice promesas y sabes que jamás te tomé en serio. Por favor, busca un psicólogo y algo qué hacer porque deseo que desaparezcas y honestamente, fue un error estar juntos.

Maragaglio pudo sentirse aliviado por un segundo mientras lo carcomía el estrés por otras cosas y encendía el segundo cigarro cuando Ricardo Liukin le respondió:

-"No se preocupe, no suelo preguntar".

Entonces, el hombre revisó su celular y descubrió que Marine continuaba siendo su llamada en espera y Ricardo era quien había oído su reclamo. Avergonzado, apagó el aparato y fumó lentamente, seguro de que nada podía hacer. Toda la situación era por entero su culpa y no quería seguir arrastrándola. Se preguntaba entonces por qué no había bloqueado el número de Marine, por qué seguía cometiendo la torpeza de no fijarse cuando recibía llamadas personales. Era un milagro que Susanna, su mujer, no se diera cuenta de la clase de infiel que tenía al lado; que Katarina no advirtiera cuánto la amaba ni por casualidad. No creía confiar ni en que Ricardo Liukin cerrara la boca. Maragaglio había experimentado distintas emociones en cuestión de horas. Era demasiado.

Antes de Alondra y Katarina, para él existió Marine Lorraine, una becaria que ingresaba a Intelligenza Italiana con la intención de obtener una recomendación para el Intelligence Global Service, la agencia del Gobierno Mundial... Pero eso había sido siete años antes. La chica había pedido su transferencia de la Univerdad de Ciencias de Tell no Tales a la Universidad de Milán para estudiar criminalística, su currículum impresionante destacaba un voluntariado en Costa de Marfil con UNICEF y haber adelantado tantos grados que tenía un título en Derecho antes de cumplir veinte. Y a él no le impresionó cuando se la presentaron y le asignaron su tutela. De inmediato la había puesto a arreglar archivos y contestar teléfonos sin considerar un segundo que ella era sorda y usaba un aparato que a veces le molestaba. Marine era otra chica del servicio social que leía cada documento que pasaba por sus manos y hacía notas con dudas a las que el propio Maragaglio daba réplica cada viernes a las tres mientras miraba las nuevas cajas con trabajo a ordenar.

Sólo él había adivinado que Marine no estaba hecha para el papeleo y luego de una visita de Susanna Maragaglio, la becaria había tenido el atrevimiento de entrar a su oficina para reclamarle por engañar a aquella mujer tan encantadora. Él retó a la chica a decir algo que nadie más imaginara sobre sí mismo y Marine descubrió que Maragaglio podía explotar cada que le confrontaran con su frustrado sueño de ser actor de cine. Ella también se había dado cuenta de que el abuelo Leoncavallo se había encargado de impedirlo y que nadie alrededor iba a ser capaz de entender. Pero Marine era tan diferente que había dicho: "Lo oí cantar, señor. Intente seguir".

Entre todas las cosas de las que Maragaglio podía arrepentirse, resaltaba el avisar a aquella chica que se iría a Venecia y que por ello le había adelantado la carta que requería para el Global Service. Marine en cambio, le comunicaba su opinión de quedarse en Italia porque quería aprender más y él envió una nueva recomendación para permitirle permanecer en Intelligenza. La joven lo siguió de inmediato hacia la nueva ciudad, ganándose su estima una vez que le ayudó a organizarse con el nuevo equipo y se quedaba horas extra para evaluar pendientes.

Para Maragaglio era tan sorprendente lo ocurrido mientras recordaba cada momento desde París.

Con Marine todo había sido natural, sin planes ni estrategias. Compartían la comida, salían de la oficina al mismo tiempo, se preguntaban por su fin de semana o el cumpleaños de algún amigo. Cualquier otro affair de Maragaglio duraba poco; acaso un par de semanas, unos escasos meses o sólo fugaces días pero en una práctica de campo, Marine lo había tomado de la mano y compartido el secreto de disfrutar del más absoluto silencio porque oír le resultaba extenuante, casi insoportable. Desde ese instante solían besarse y abrazarse, recostarse en el césped, citarse en algún café o escaparse a las dunas de Lido y él aprendió lenguaje de señas para hablar con ella en mayor intimidad.

-Qué idiota - se reprochó Maragaglio al recordar la primera vez que tocó un botón en un vestido blanco de Marine y la forma en que ella lo contemplaba al ducharse juntos. Con esa mujer, él había conocido lo que era una relación tranquila, sin necesidad de darle una definición, sin la presión de cumplir con aniversarios y eventos familiares. Pero Marine descifró el deseo de Susanna Maragaglio de ser madre y la disposición de su marido al respecto y aunque estaba dispuesta a aceptarlo, su carácter dulce empezó a tornarse reservado. Quizás fue el momento en que la joven comenzó a preguntarse si aquello valía la pena, pero en su segundo año como amantes pareció conformarse con lo que Maragaglio le daba y volvió a ser brevemente feliz con un viaje a Tell no Tales, cuando él se obsesionó con una familia de apellido Liukin, de la que deseaba conocer todo tipo de detalles. A su lado, había recorrido su natal barrio de Corse e ido a Jamal a descansar en una hermosa cabaña. Pero un inesperado desliz con una chica de nombre Kleofina fue suficiente para desatar un reclamo en la calle y Marine sintió el dolor del desengaño por primera vez: Él no había cambiado. Si Maragaglio le era infiel a su esposa, también era capaz de serlo con ella y no tenía derecho de echárselo en cara. Marine lo perdonó, pero era el comienzo del espiral.

Poco después, Katarina Leoncavallo reapareció en la vida de su primo. Él había tenido una conversación sorpresiva por teléfono y Marine volvió a ir hacia Milán. Ella no pudo ni nadie, adivinar lo que aquella adolescente de dieciséis años le había dicho a Maragaglio. Ese hombre comenzó a hablar de la muchacha a toda hora, a prestarle mucha atención.... Marine comenzó a espiarlo para saber qué ocurría, así que vio su reacción cuando Katarina arribó a la estación de Santa Lucía al marzo siguiente con su vestido amarillo y su suéter, con su cabello liso y oscuro. Maragaglio oyó un reclamo celoso de su amante y para compensarlo, acordaron verse en la playa de Lido pero él iba con su familia y Katarina en bikini lo hacía actuar en forma extraña. Marine sólo comprobó que él se apartaba con Susanna después de quedar prendado con la otra.

Maragaglio aun tenía presente sus discusiones con la becaria, que desde el desplante en Lido eran frecuentes. Las lágrimas, el reproche por abandonarla o las súplicas por tenerlo a su lado, hicieron que él la invitara a tomar vacaciones en Senegal porque ahí vivía la novia de su primo Maurizio y tal vez arreglarían los planes de boda.

Al principio, la estancia en Dakar había sido de ensueño. No había algo que no compartiera con Marine y sus problemas parecían quedar atrás, pero él retomó su estilo de conquista con Courtney Diallo al conocerla, tratando de acostarse con ella con cierta insistencia. Fue la segunda vez que Marine le hizo un berrinche en público, pero no la última. Katarina se hallaba cerca de igual modo y Maragaglio prefería pasar los días mostrándole la playa, los mercados o los áridos bosques cercanos antes que cumplir con las citas con su amante.

Marine siempre era la primera en enterarse de todo y en la última noche en Dakar, pidió un poco de franqueza ¿Maragaglio comenzaba a enamorarse de Katarina? ¿Esa era la razón? Mientras se desarrollaba una pelea en la casa Diallo porque Courtney había cortado de golpe su relación con Maurizio, Maragaglio le contaba una mentira: Le aseguraba que sus ausencias no eran con intenciones de lastimarla, que al volver a Venecia, la rutina sería la habitual y que su relación iba bien.

Llegado ese punto, Maragaglio no quería seguir pensando. Marine le era hostil y continuaban sus llamadas en la madrugada, sus ruegos. Él ni siquiera recordaba lo cansado que estaba pero sí su decisión radical de terminar. Para ello, había usado el truco más sucio posible: Contarle a su mujer, a conveniencia, parte de esa historia. Marine le coqueteaba y lo hostigaba. Le mostró el registro de llamadas, la hizo ir a los lugares donde Marine "lo perseguía" y la ingenua Susanna se creyó todo. Así que bastó con la amenaza de la becaria de contarle a todos sobre lo patán que él era, para que Maragaglio la citara y en lugar de reconciliarse como le había dicho, se apareciera con su esposa embarazada y el niño de un año en brazos. Marine tuvo pena de desilusionar a la mujer con semejante estado y no pudo delatar nada. A cambio, Susanna Maragaglio le exigió dejarlos en paz y cambiarse de área porque no estaban dispuestos a tolerarla. Aquello funcionó para él y no le dirigía la palabra a Marine, ni siquiera por algún caso a resolver. Más tarde, Alondra Alonso se presentaría como la flamante agente de enlace de Inteligencia Española y de inmediato, se involucró con Maragaglio en una aventura de oficina. Marine no podía soportarlo más, reanudando sus angustiadas llamadas y sus forzados momentos a solas para intentar reconquistar a ese hombre. Nada surtía efecto y él se encargó de darle la estocada mortal, al pedirle que se vieran en Murano para charlar. Marine iba con todas las expectativas pero él, sin saludar, le pidió que se marchara de Venecia. En la siguiente esquina estaba Katarina Leoncavallo, que no oía nada ni advertía gran cosa porque iba a competir y aguardaba por su primo, que se convertía en su admirador número uno y en el hombre en el que podía confiar.

Esa tarde, Marine Lorraine fue la única persona en ese tiempo a quien Maurizio Maragaglio le confesó algo importante: El amor que sentía por Katarina Leoncavallo.

-No quiero defraudarla, es Katy - pronunció Maragaglio mientras se preguntaba por qué había sido sincero con Marine al respecto y por qué estar en París era espantoso. Todo estaba mal y tenía miedo de prender el celular. Marine había enloquecido por completo y luego de cuatro años de aguantarla acosándolo, la aborrecía. La chica dulce era un chiste sin gracia y aunque estaba seguro de que ella no merecía ese lugar, se arrepintió mucho más que antes de haber llegado tan lejos. Afortunadamente, él estaba a salvo de su presencia física y no la vería, pero le avergonzaba tanto con Katarina... Porque Katarina era el motor de tantos finales, de tanta indecisión. Porque él se había enamorado de verdad y saberse infiel, sinvergüenza, mentiroso, era tortuoso. Con Marine había sido todo eso sin culpa, pero apenas descubría que por un efímero momento tal vez la había amado y por ello se enfurecía.

La noche era tan fría, que una ligera nevada cayó apenas Maragaglio lo deseó, obligándolo a buscar refugio y una taza de chocolate caliente, aunque lo que hallara fuera a Katrina, la prostituta de Les Halles, ajustándose un zapato y colocándose debajo de una cornisa mientras miraba su reloj de plástico con enojo.

-No tardan en llegar por mí, cariño - saludó ella.
-¿A las dos de la mañana?
-Son de los que siempre me llaman.
-¿Tienes tiempo?
-No, cariño. Me van a pagar 200€ por el fin de semana y tal vez vaya a una fiesta.
-500€ y te quedas conmigo hasta el domingo por la tarde, Katrina.
-No puedo, hay que cuidar a mis clientes de toda la vida.
-¿Como ese gordo horrible que viene ahí con sus amigos?
-Para nada. El que viene es otro obeso horrible con sus hermanos que también son muy grandes.

Katrina y Maragaglio comenzaron a reírse y él le colocó su abrigo.

-No llegarán.
-Lo sé, cariño.
-¿Tienes algo qué hacer, mujer?
-¿Por qué regresaste?

Él la besó.

-Cariño, te he pedido que no hagas eso.
-Katrina, perdóname. Lo necesitaba.
-Mis labios son sólo para mi hombre.
-¿Tienes uno?
-Es camionero y me traerá regalos de Marsella.
-¿Cuando regresa?
-El martes.
-Puedes estar conmigo.
-Te veo triste otra vez ¿Qué pasó?
-¿Te invito algo caliente?
-Cariño, tú puedes llevarme a donde gustes.

Maragaglio abrazó a Katrina y caminó con ella en medio de la nieve hasta una patisserie, de esas en donde lo mejor es tomar asiento con vista a la calle y una mesa amplia mientras el dependiente dirige sus miradas maliciosas.

-Pensé que la primera nevada llegaría la próxima semana. Trabajaré mucho - comentó Katrina.
-¿Es la mejor época?
-También San Valentín y el verano, aunque gano mejor en invierno.
-¿No tienes miedo?
-¿De qué? Heredé los clientes de mi mamá y siempre me cuido.
-¿Los de ella?
-Tú no quieres saber de mí.
-¿Por qué no?
-¿Te aprieta esa corbata?
-¿Me puse una?
-¿No vas a contarme?
-¿Sobre qué?
-¿Qué te pasó en la mano?
-Me dispararon.
-¡Uh! Chico malo.
-No tanto así.
-Un héroe no eres.
-¿Te has peleado con un almirante?
-¿Sólo te rasguñó?
-Estoy acostumbrado a que me quiera matar la mafia pero no mis colegas.
-Es el Gobierno Mundial, son unos cerdos.
-¡Oye!
-¿Tienes que sacar tu identificación cada que alguien dice algo en contra de tus jefes?
-Es que soy como ellos, Katrina.
-Cariño, tú eres un miserable.
-Una rata.
-Así me gusta. Sé vulgar conmigo.
-¡Por favor!
-¿En qué piensas?

Katrina continuó tiritando mientras bebía un poco de chocolate. Era notorio que tenía hambre.

-Me acordé de una chica a la que lastimé y que llama por teléfono desde hace cuatro años - prosiguió Maragaglio.
-¿Por qué? ¿Es para amenazarte con romperte la cara?
-Peor. Quiere que volvamos.
-¿Y tú?
-Sueño con que me deje en paz.
-¿Fue tu amante mucho tiempo?
-Como dos años con algunos meses.
-¡Diablos, cariño!
-La dejé por Katarina.
-¿Tanto la amas?
-Besé a mi prima el miércoles.
-¿Salió mal?
-La rechacé.
-¿De qué me perdí?
-No hice el amor con ella.
-Cariño...
-Katrina, yo creí que cuando ese momento llegara con Katy, ambos estaríamos bien.
-¿Se lo propusiste?
-Ella me lo pidió. No sé explicarlo pero no pude tocarla y en lugar de quedarme parado como idiota, le puse mi suéter y me fui de ahí.
-¿Has hablado con ella?
-Se fue de París y le hizo creer a todos que iba con su novio pero no llegó. No sé dónde está.
-Cariño, lo siento tanto.
-Luego tuve un momento tenso con Carlota Liukin y encima, Marine. Me oyó la queja la persona que no era.
-¿Tu esposa?
-Ricardo Liukin.
-¿Lo detestas?
-Como enfermarme del estómago.
-¡Jajajajajaja! Hablas de él como si fuera tu hermano.
-No digas groserías.
-Cariño, cuéntame todo.
-¿Por qué confiaría en ti, Katrina?
-Porque sé cómo terminaremos y quiero dejarte contento, corazón.

Maragaglio acarició el cabello de Katrina y le relató todo. Desde la historia de Marine hasta el disparo de Stendhal Trafalgar, pasando por Alondra Alonso, Susanna y sobretodo, Katarina Leoncavallo. Él admitía sus errores, sus traiciones, sus anhelos y desilusiones. Katrina se mantenía atenta, le acariciaba las mejillas y conforme avanzaba la madrugada, Maragaglio le era más humano, más agradable.

Katrina había escuchado tantas vivencias de sus clientes, que reaccionaba desconcertada ante un Maragaglio que, al animarse a encender su celular, probó que Marine era persistente y al mismo tiempo, la olvidaba para siempre. Un mensaje de voz de Katarina Leoncavallo también estaba registrado y ese era un final perfecto.

martes, 6 de agosto de 2019

La vida regresa

Henri de Toulouse-Lautrec: "En el bar", 1886.

Tell no Tales.

-¡Regresó Evan, regresó Evan! - gritaba Bérenice Mukhin cuando el chico entró por la puerta de madera de la cantina Weymouth y casi enseguida lo abrazó como si lo hubiera extrañado por años.

-¡Pequeño jefe! Déjame felicitarte - continuaba ella.
-Muchas gracias.
-¡Te vi patinar muy bonito!
-Pero déjame pasar.
-Cierto. Perdón, Evan.
-Traje regalos de América ¿quieres verlos?

Bérenice volvió a la barra del local y dejó que los parroquianos saludaran a Evan Weymouth después de casi dos semanas fuera de casa. El chico había ganado una medalla de bronce en Skate America y tenido tiempo de conocer Nueva York, así que casi a nadie le sorprendió que portara una playera con el logotipo de "I❤NYC".

-¿Ahora te vas a sentir americano? - preguntaba alguien.
-¡Claro que no! - respondió él y luego de darle la bienvenida a los visitantes desconocidos, se lavó las manos para empezar a dar servicio sirviendo tarros de salkau o de cerveza y limpiar el piso cada hora.

-Te compré unos lentes y también un sombrero para tu bebé - anunció el chico a Bérenice.
-¡Qué bonito!
-Mira: Conseguí la foto autografiada de Katarina Leoncavallo.
-¿Por qué la pones en la pared de trofeos?
-Porque me costó encontrarla. Dicen que se enfiestó en Nueva York y que regresó borracha al hotel una vez.
-Parece ser una chica divertida.
-La vi peleando por teléfono con su hermano.

Bérenice se encogió de hombros como si nada pasara antes de que una turba estallara ante el anuncio de que no había más comida en el mercado de la esquina y una multitud de niños corriera para resguardarse en las cantinas y recibir platos con comida caliente antes de que los adultos los agotaran. El guiso especial del día en los negocios era la sopa de pan con pistaches y cartílagos de pollo, misma que sabía más sabrosa si se acompañaba con cáscaras de papa. Los otrora remilgosos niños de Tell no Tales eran capaces de transformarse en monstruos por un plato de ese tipo y el señor Don Weymouth se reía de ellos mientras alistaba sus vasos para ofrecerles jugo de guanábana y cobrarles 1€.

-Ayer servimos cabezas de pescado y mañana habrá tripas de gato ¿Sabes que ahora debemos encargar todo con una semana adelantada? - relataba el señor Weymouth a su hijo Evan y este se doblaba de la risa ante la anécdota de un conocido niño adinerado que había tirado por accidente sus alimentos y en lugar de darlos por perdidos, había peleado a golpes con otro con tal de comer desde el suelo. Esa escena sería habitual en lo que duraba la reubicación de miles de damnificados en Tell no Tales.

-Aquí viene el pequeño ¿querrá que le cuidemos su abrigo? - curioseaba Bérenice, sorprendiéndose del frío que hacía cuando un gran grupo de infantes abrió la puerta con forcejeos para ocupar la barra y las mesas del frente.

-¡Quiero sopa, Bérenice! ¿Hay para todos? - saludaba el niño rico con una enorme sonrisa.
-Espero que sí ¿te dejas tu abrigo?
-Estoy calientito.
-Bueno, ¿con jugo o sin jugo?
-También traigo sed.
-Toma, chiquito.

Para Evan era tan raro ver una tragedia que no era suya, que se limitaba a servir lo que podía. Los infantes comían con ansiedad, sin objeciones, sin desperdiciar ni las gotas. Algunos pedían un poco más de bebida y otros ayudaban a los más pequeños a terminarse todo. Había un espíritu de aprovechar los descuidos de los demás, de robarle a los parroquianos algún trozo de pan o de beber de los tarros de salkau de quienes se dejaran con tal de no sentir hambre ni desesperarse hasta el día siguiente, cuando tocara la siguiente ración.

-Mañana son tripas de gato, recuérdenlo - repetía el señor Weymouth y Bérenice tuvo un escalofrío por los malos recuerdos que le traía tan singular preparación.

-Aunque no lo crean, son muy nutritivas. Las lavo, las corto en trozos muy chicos y luego las pongo a cocer en agua con pimienta y vinagre. Hago el curry, escurro las tripas y las añado. Cuando hierve se pueden comer pero las dejo reposar unos diez minutos. Con pan de pistaches y un poco de vino es la gloria - contaba Don Weymouth mientras los niños lo escuchaban divertidos.

-¿No matan gatitos para que nos comamos sus pancitas, verdad? - preguntó la intranquila Bérenice.
-¡Ay, mujer! Sólo son tripas de cerdo.
-Temí lo peor.
-¿Nunca las has comido?

Bérenice dijo que no pero en su memoria estaba muy presente la cacería de felinos en la Tell no Tales del espejo, así como las tripas con caldo que le obligaban a comer por ser gimnasta y cuyo olor y sabor eran los más repugnantes nunca probados. Ni siquiera un pueblo sufriendo hambruna merecía experiencia semejante.

Mientras ella trataba de no angustiarse, advirtió que una pareja entraba a la cantina mientras se desarrollaba la pelea entre los adultos por alcanzar lugar en cualquier local después de que los niños comieran. Una mujer con jeans y zapatillas altas y un hombre con traje oscuro que compartía con ella el color bermellón de los abrigos que portaban, se aproximaban a la barra con una conversación que parecía muy entretenida y que los mantenía presumiendo sus dentaduras perfectas.

-¿El fiscal Echkart se volvió cliente? - consultó Evan Weymouth pero Bérenice prefirió adelantarse.

-Hola ¿gustan sopa de pan? Queda una poca - pronunció la chica con desánimo.
-Buenas tardes, hemos venido a beber algo - contestó la mujer de jeans.
-Hay ron, whisky, vino del malo y agua.
-¿Hay salkau?
-De moras y natural.
-De moras estará bien ¿dos tarros?... Será eso.

Bérenice asentó y sirvió casi en el acto, intentando no voltearlos a ver. En las revistas del corazón se había dado a conocer el nuevo romance de la actriz Sophie Talmann con el fiscal Lleyton Eckhart, luego de que se conocieran como jurados de "Miss Nouvelle Réunion".

-Es la primera vez que tomo salkau - confesaba Sophie.
-¿En serio? Debiste empezar con un vaso sin fruta - seguía Lleyton.
-Dicen que es muy fuerte.
-Depende el lugar en donde lo tomes. El de aquí es tan bueno como recibir un puñetazo.

Evan y Bérenice no sabían cómo recibir la descripción aquella y se miraron mutuamente con pena ajena mientras recogían botellas vacías por el local mientras suponían que podrían ganar diez centavos por cada una si las vendían en el depósito de reciclaje de la calle Muffat.

-Prueba el salkau natural. Te juro que te va a gustar - continuaba Lleyton Eckhart luego de ordenar un vaso pequeño y su novia titubeaba en beber mientras le sonría coqueta. Bérenice sólo miraba hacia arriba mientras decía "dah" y Evan estallaba en risas. Lleyton la había sorprendido en el reflejo de la barra, volteando con rostro serio.

-¿Qué? Esa mujer es tonta - murmuró la chica al oído del mismo Evan y ambos reanudaron sus labores hasta que Lleyton se levantó para simular que asearía sus manos. Bérenice sólo vio como él se le colocaba enfrente.

-No te burles de mi novia - exigió de inmediato.
-No lo hago.
-¿Y la cara que hiciste qué?
-¿Cuál?
-Al menos ten la decencia de no volver a meterte con Sophie.
-¿Te gustan las Sophies?
-No te incumbe.
-Tu otra novia del tenis también se llamaba Sophie.
-¿Intentas molestarnos?
-¿Por qué viniste aquí?
-Quiero beber en paz ¿entendiste?
-Al menos sé que te agradan las tontas.
-¡Bérenice!
-Apuesto a que ella tampoco entiende lo que dices.
-¿Cuál es tu problema?
-Van a cortar rápido.
-Estás equivocada.
-Te apuesto una pop tart.
-¿Qué?... Bérenice, harías muy bien en ocuparte de tu embarazo, tu otro bebé y de tu marido. Déjame en paz.
-No.
-Sophie está conmigo y tú decidiste que yo soy demasiado para ti ¿se te olvidó?

Bérenice se quedó callada y Lleyton volvió con la señorita Talmann, quien no se atrevía a dar un segundo sorbo a su tarro y hacía un ruido molesto con sus labios para esconder sus nervios.

-¿El salkau no te convence? - preguntó Lleyton.
-Lo intento.
-Es como tomar avena.
-Amo la avena - añadió Sophie.
-Si los niños lo beben, significa que es bueno.
-No deberían.
-Tienen hambre, así que lo toleraré por ahora.
-¿No les hace daño?
-No está igual de fermentado que siempre. Es eso o verlos pelear como allá afuera.

Sophie besó a Lleyton para concederle la razón y pasaron largo rato charlando, sin darse cuenta de que los clientes hacían mofa de ambos o de que los Weymouth también buscaban algo para comer por teléfono. Las pizzerías, los buffets y la comida rápida se habían agotado por igual y sólo quedaba una tarjeta para un sitio que no habían probado jamás.

-Serán tres injera con wat de cordero. Uno de ellos sin tantos condimentos, por favor... Cantina Weymouth, en el 32 del Panorámico.... Barrio Centre République... ¿Media hora? ¡Muchas gracias! - suspiró aliviado Evan sin tener idea de lo que acababa de ordenar. El chiste era calmar a Bérenice, quien podía desesperarse un poco si no recibía al menos un panecillo a las tres de la tarde.

-Encontré algo en el barrio Láncry, no garantizo que sepa bien - anunció el joven a su padre.
-Lo que sea es bueno.
-¿Cuánto durará esta escasez?
-No lo sé. Cuando las tierras del valle vuelvan a sus dueños, hablamos.

Lleyton Eckhart prestó su atención a tal comentario e intervino en la conversación.

-Los Izbasa no han perdido sus tierras. Tal vez el Estado las confisque para aliviar la deuda pública que dejaron.
-¿El gobierno no piensa devolverlas a sus verdaderos propietarios?
-Le he dicho que los Izbasa...
-No me refiero a esos idiotas.
-Entonces no le entiendo, señor Weymouth.
-Le digo de los Liukin. Es un secreto a voces.
-Me han dicho que nunca demostraron ser los dueños.
-El pueblo sabe, Eckhart.
-¿Qué cosa?
-Quien roba un valle, despoja un país. Quien roba una empresa, deja a todos en la calle. Quien corrompe a un juez, corrompe al mundo. Y quien finge no saber, también finge no ser cómplice.

Hasta donde se sabía en la ciudad, Industrias Izbasa había explotado unas huertas en la campiña que por el momento no contaban con personal y rebosaban de fruta. Había guardias en aquella zona y los vecinos no querían arriesgarse a cosechar a escondidas.

-Tenemos hambre, Eckhart.
-No puedo hacer nada.
-Si aquello se pudre, veremos disturbios.
-Es seguro, señor Weymouth.
-Dudo que los burócratas hagan lo correcto.
-Por las circunstancias, sería delicado ver un saqueo.
-¿Uno? Ha habido varios por todo Tell no Tales y de milagro no nos han robado a nosotros. Haga que liberen la fruta y verá cómo se calman las cosas algunos días.
-Convenceré a la señorita Sandra Izbasa, despreocúpese.
-Revise esa propiedad. Le juro que la robaron.

Lleyton sonrió y dio un enorme trago a su salkau, no sin sentir que había hecho mal en estar ahí.

-¿Eso es cierto? - inquirió Sophie Talmann.
-¿Qué?
-Lo del valle.
-Está lleno de peras de invierno.
-Eso no.
-¿Los propietarios? No he sabido más de lo que sabes tú.
-¿Harás caso de los rumores, Lleyton?
-A los Liukin nunca les ha interesado.
-Mis padres decían que el viejo Liukin insistió mucho en que el valle le pertenecía y que lo perdió con un fraude que hizo el consultor Kerr.
-Joseph Kerr era amigo de mis abuelos.
-No sabía, Lleyton.
-Él siempre dijo que aquello fue limpio. Era un hombre honorable, estoy seguro.

Don Weymouth vertió un poco de vodka en un vaso limpio y se lo pasó de golpe mientras tocaba el hombro de Evan.

-No sé en qué momento cambió la definición de "honorable".
-¿Por qué lo dices, papá?
-Cuando te digan que un Liukin es dueño de algo, créelo. El pueblo sabe, hijo. Lo repito porque a los jóvenes les da por la desmemoria y por ser engañados como ingenuos.
-¿Lo dices por el fiscal Eckhart?
-Por los crédulos.

Luego de un segundo sorbo de vodka, el señor Weymouth se dedicó a cobrar a los niños y a servir la sopa restante para quienes alcanzaran lugar en cuanto aquellos salieran. Bérenice ocultaba la enorme cacerola vacía como podía y se ponía a pensar en lo que sucedía en el lugar sin que nadie lo notara. Tampoco era la primera ocasión en que aquella habladuría llegaba a sus oídos pero no sabía si ignorarla o contarla a su familia en el espejo. Era algo importante pero nada podía hacer.

Poco a poco, los pequeños fueron abandonando el local y el niño rico dejó propina ante la mirada de todos. Nadie se acostumbraba a verlo ahí dentro pero parecía hacerse de la compañía de otros dos chiquillos del barrio ruso y era fácil suponer que se pasarían la tarde haciendo travesuras en la playa. Poco después, furiosos adultos oficinistas de todas clases sociales se aventarían hacia el interior, ocasionando que la señorita Talmann manchara su pantalón con bebida azul y que los parroquianos ebrios protegieran a Bérenice de esa colección de bestias.

-¡Sólo hay veinte platos! ¡Echaré a los que no alcancen! - amenazaba Evan Weymouth con una escoba y el gentío furioso en la calle golpeaba las paredes para reclamar por comida. La policía dispersaba a los que podía y alguien decidió usar el gas lacrimógeno con tan mala suerte, que se desató un breve enfrentamiento con piedras. La crisis en Tell no Tales estallaba a momentos.

-Libere la fruta, Eckhart - reiteró Don Weymouth y el otro reaccionó obediente, contactando a Sandra Izbasa para hacerle tal petición.

-Cuando los pistaches se agoten de cada árbol de la ciudad, no veremos puños, sino cadáveres - comentó alguien. Minutos más tarde, la multitud fue persuadida mediante chorros de agua y la calle reveló el saldo: cero heridos de consideración, nulo número de arrestos, cinco puertas rotas en negocios vecinos, dos cristales para sustituir y un repartidor alegre que entraba en la cantina Weymouth con la precaución de disfrazar su encargo como un paquete frágil.

-Vayan a comer - ordenó Don Weymouth en voz baja a Evan y Bérenice e hicieron subir al chico de las entregas al piso superior. Lleyton Eckhart miró a los tres con recelo pero optó por continuar aguardando por la señorita Izbasa, quien no le contestaba aun.

-Gracias por arriesgarse a venir. Tuvimos una riña acá afuera ¿Podría poner todo sobre la cama? Gracias - decía Evan por saludo al chico de las entregas.
-No e' nada - respondía el otro y Bérenice lo reconoció antes de que se quitara el casco. Era Juan Martín Mittenaere en persona y sin duda, había sido el responsable de levantar el pedido.

-Las calles están inseguras, por eso quise asegurarme de que la comida llegara.
-¡Gracias, Juan Martín! - exclamó Bérenice, abrazándolo y dándole un beso en la mejilla.
-Tenés suerte de que casi nadie se asoma por Láncry.
-¿Allá tienen comida?
-Todavía pero creo que en un par de días estaremos igual que todos. Menos mal que los pistaches caen de todos lados.
-Dicen que se acabarán.

Juan Martín respiró hondo y Evan abrió una caja que contenía unos recipientes de cerámica. Al abrir uno, el chico no logró entender de qué se trataba.

-Esos rollos son injera. Son como pan - aclaró Juan Martín.
-Parecen crepas ¿Qué hago? ¿No hay cubiertos? - se desconcertaba Evan
-Debes tomar cada guiso con eso para no mancharte.
-Qué raro.

Pero Bérenice tomó su parte y Evan la observó arrancar un trozo de injera para sostener con él un poco de betabel encurtido que llevó a su boca.

-¿Habías probado esto antes? - se intrigó el joven Weymouth.
-No, pequeño jefe. Hice lo único que se me ocurrió.

Juan Martín entonces abrió otro refractario para demostrar que la mujer se hallaba lo correcto y explicaba que había traído cuatro wat en cada ración.

-No sé de que hablas - admitió ella.
-Los guisos se llaman wat en Etiopía. Traje de cordero, uno de pescado, betabel y judías verdes... No estoy seguro de lo que digo, soy principiante. Ojalá puedan visitarme en el restaurante algún día porque nadie que yo conozca se ha parado por ahí.

Juan Martín reía mientras veía a aquellos dos manchar sus dedos y en el caso de ella, delatar que le daba gusto la visita. Él siguió con la conversación.

-Me estoy surtiendo en Vichy pero también ellos me van a decir que prefieren no venderme a pasar hambre. En Jamal es lo mismo.
-¿Qué harás?
-Intento imaginarlo, Bérenice. Estoy contento pero no dejo de pensar que las compras que hice el otro día tal vez le hagan falta a alguien.
-Verás que no es de cuidado.
-Al menos tenemos electricidad y el agua por todos lados.
-Estaremos bien.

A Juan Martín le llamaba la atención que Bérenice escuchara sobre cualquier contratiempo y en lugar de compartir la desesperación, ingiriera cualquier cosa como si el futuro se enderazara solo.

-Hay un buffet debajo de mi apartamento que se está quedando sin despensa. Dependían de la granjas de los Izbasa pero como están cerradas, están buscando quien pueda proveerles. Llevan días sirviendo gelatina y sémola con pistaches - decía Juan Martin mientras la joven sonreía al escucharlo pronunciar una especie de "ch" en algunas palabras.

-Afortunadamente no hay que pagar por algo que cae de los árboles de la ciudad - añadía Evan.
-En Argentina, los pistaches son caros.
-Dicen que allá la pasan peor que aquí.
-Por algo me mudé.
-El sismo nos dejó mal.
-Pero acá saben qué hacer. Tenés cascada de novedad, las casas de los barrios nuevos son para los afectados y al menos quedá dinero para luego. En la Argentina no hay nada - declaraba Juan Martín y continuaba comiendo sin más.

-Me alegra que te llamáramos - dijo Bérenice y el hombre la miró largamente, tratando de imaginar de dónde había salido y por qué su aspecto pálido parecía la de un muerto en su ataúd. Quizás, ella había estado muy enferma de chica y por eso las cosas simples y las tontas la volvían feliz. La había visto en el concurso de belleza y en la calle tantas veces, siempre contenta, gritando o llenando de vida algún ambiente gris...

-Me gusta esta cosa, creo que nos verás seguido - declaraba la misma Bérenice con la boca llena.
-Apurémonos para que papá pueda tomar un descanso. Hay que controlar ebrios - recordaba Evan y ambos comían con tal rapidez que Juan Martín se sentía aliviado de que todo les pareciera agradable.

-Me quedaré a tomar salkau ¿aun tienen?
-¡Claro, Juanito! Hay con moras.
-¿Juanito?
-Ay, perdón - se disculpó Bérenice.
-Jajaja, está bien.
-Mejor dime cómo quieres que te llame, chico.
-Bueno, es que me gusta mi nombre. Cuando jugaba al tenis, me decían "Mitte" y lo odiaba.
-¿Eras tenista como Marat?
-¿Cómo quién?
-Marat Safin.
-¡Ah! Lo fui unos trece años, más o menos. Jugué contra él.
-Te destrozó.
-Y lo destrocé igual. Él quiebra tan fuerte que en nuestro último partido, se encargó de partir mi muñeca en dos.
-Debió dolerte mucho.
-El médico me avisó que el tenis no iba más y a Marat le recomendó tomar un descanso para prevenirle una lesión. A veces me sorprendé no verlo ganar algún torneo grande luego de lo que me hizo.
-¿No lo odias?
-No, al contrario, Bérenice. Gracias a Marat, puedo vivir muy tranquilo y conocer gente linda.

La chica creyó que cierto desaliento se había quedado incrustado en el rostro de Juan Martín Mittenaere, dándole ese aspecto melancólico y esa voz poco entusiasta que combinaban bien con su gran estatura y simpático talante.

-Bajaré con don jefe para decirle que Evan y yo nos quedamos vigilando clientes. Gracias por venir, Juan Martín - agregó Bérenice y luego de besar su mejilla, corrió por las escaleras. Como se veía tan hermosa, Lleyton Eckhart sentía quedarse con las ganas de ignorarla y ordenó un whisky para prolongar su estancia, sabiendo de antemano que ella lo adivinaba y que esta vez se portaría mejor. Evan tomaba el control y con él, Juan Martín se hacía notar al ocupar un lugar en un rincón como si vigilara la situación y le comentaba a Bérenice de vez en vez lo que alcanzaba a distinguirse al fondo, como la pared sin pintar o los ebrios dormidos que a momentos cabeceaban o se daban involuntarios codazos. Ella se alegraba por todo ello aunque evitaba voltear hacia los escasos oficinistas afortunados que habían alcanzado sopa porque la ponían triste.

-Hay una buena noticia en el periódico. Un donativo de tres millones fue hecho en Mónaco y se usará para rehabilitar el drenaje - comentó alguna mujer.
-No me fío de los caritativos - respondió otra persona.
-Pusieron a una niña a dar lástima para que unos payasos soltaran algo - añadió alguien más.
-El Gobierno se quedará con todo - dijo un hombre junto a la rocola.
-Si la señorita Liukin decidió ayudar, está bien. Además, el que la acompañó fue Marat Safin y además de estar en la ciudad en los derrumbes, también ha depositado fondos para nosotros. Honestamente, no creo que su intención haya sido mala - cerró Lleyton Eckhart y nadie se atrevió a reaccionar más allá de alzar cejas y preguntarse "¿en serio?" entre sí.

-Allá en la Argentina se hacen programas de televisión para ayudar a los pobres y termino escuchando quejas. No creo que en Tell no Tales sea muy diferente y aunque sé que Marat es un buen pibe, no podemos contar con él - sentenció Juan Martín y Bérenice se molestó un poco. Marat seguramente había hecho lo que estaba en sus manos y ponerlo en duda era como recibir un golpe en la nuca o derramarse café caliente en las piernas. Su gesto fue tan notorio que el hombre se desconcertó y Lleyton, que se divertía con el puchero, se apresuró a contar que ella conocía al joven Safin e incluso, la había invitado al tenis una vez.

-¿Conocés a Marat? Vos tenés tus sorpresas - rió Juan Martín y Bérenice se apresuró a afirmar, diciendo que era un gran amigo y que lo quería bastante.

-Supongo que te da gusto verlo ahora con su nueva novia - señaló Lleyton y ella comenzó a carcajear como si le contaran un buen chiste.

-Carlota Liukin no es su novia - decía Bérenice tan convencida que Juan Martín creyó que era mucha coincidencia que él conociera a un tal Ricardo Liukin y, contrario a su tendencia de no involucrarse en chismes, intervino otra vez.

-Mi nuevo casero se apellida Liukin.
-¿De verdad? El mundo es pequeño, Juan Martín ¿Hablas del mismo hombre? - curioseó Lleyton, enseñándole una imagen del diario.
-Por lo que alcanzo a distinguir, sí. No deja de ser muy extraño.
-¿Sabías de sus hijos?
-Nunca hablamos de ellos pero si la niña de aquí es Carlota, recuerdo que la vi en el barrio ruso y una vez en la campiña con sus amigos.
-¿Qué hacían allí?
-Querían cortar fruta y ella se metió por el enrejado a una plantación para sacar marula.
-¿Cuándo fue eso?
-Creo que en febrero.
-¿De este año? ¿En qué parte fue?
-En el valle, cerca de los acantilados. Nadie le prohibió el paso e incluso le dijeron que podía tomar cualquier cosa cuando le preguntaron su nombre. Le advirtieron que sólo entrara por ahí pero creí que era la hija del dueño.

Lleyton regresó a su asiento y luego de tomar su whisky de golpe, oyó perfectamente a Don Weymouth reiterando lo que le había dicho antes mientras comía sin pudor enfrente de todos.

-El pueblo conoce la verdad, fiscal Eckhart. Revise los documentos.
-No tengo causa judicial.
-¿Se necesita para un acto de decencia?
-Cualquier juez pedirá una explicación.
-¿No puede pedir una verificación de propiedad?
-Procede cuando hay una demanda.
-¿No quiere sacarse una, Eckhart?
-Conseguir pretextos no es mi talento.
-Por algo busca uno para clausurar este negocio.
-Olvídelo, señor Weymouth.
-Ahora que embarguen el valle, podría insistir.
-¿Por qué le importa?

Lleyton perdió la oportunidad de saberlo cuándo Bérenice pasó con una toalla desinfectante para limpiar la barra y quitaba platos sucios mientras se daba tiempo de observar a Sophie Talmann con el rostro desencajado porque nadie le hacía mucho caso y de pensar en Marat, quien lucía tan feliz con Carlota no sólo en las fotos del periódico. Él aparecía tan sonriente en las revistas y en la Copa Davis que todos lo contemplaron motivado mientras la chica Liukin le festejaba los puntos o lo alentaba si fallaba.

-Marat está enamorado - susurró Bérenice y Lleyton le prestó atención.

-La diferencia entre Carlota y él es de pocos años.
-No la esperará.
-¿Estás segura?
-Él no se queda en el mismo lugar.
-Te das mucho crédito, Bérenice.
-¿Qué dijiste? No entiendo.
-No te gusta que se olviden de ti pero Marat te superó.
-Él estará bien.
-¿No te gusta que la gente avance?
-¿Qué quieres?
-Imaginaba tantas cosas que en serio me sorprende lo ególatra que eres.
-¿Por eso me pones a tu novia enfrente?
-Ahí estás de nuevo.
-Lleyton, quieres molestarme.
-Si lo deseara, vendría solo.
-¿Por qué?
-Conmigo no tienes grandes secretos.
-Ninguno.
-La pandilla Rostova, Matt Rostov y que el hombre que te gusta soy yo ¿te suenan?
-Vete.
-Me gusta ver hasta donde llegas.
-Eres un idiota.

Bérenice se cruzó de brazos y fue a otro rincón, en donde Juan Martín revisaba sus cosas y platicaba con el joven Evan sobre una propina que se negaba a recibir.

-¡Lleyton es un tonto! - protestó ella al interrumpirlos.
-El agua moja - replicó Evan.
-No es eso.
-¿Qué te hizo?
-Mejor que Juan Martín nos diga algo para que no me enoje más.
-¿Por qué inflas los cachetes?

Juan Martín se rió de la mueca e imitó a Bérenice, provocando que ella le diera una palmada juguetona en el hombro y él le encontrara más cosas curiosas, como sus sutiles pecas en la cara y en las manos, un diente separado del resto y un discreto piercing en la ceja que seguramente era viejo, mientras que el de la nariz brillaba de vez en vez pero era tan chico que más bien aparentaba un trozo de diamantina blanca.

-¿Qué tengo? - preguntó ella.
-Apuesto un batido de yogur a que te hiciste un tatuaje - retó él.
-Uno en la pierna.
-¿Qué es?
-Un revólver.
-¿Qué significa?
-Que me gustan los videojuegos.
-¿En serio?
-Tengo una colección de Pac-Man y luego Evan y yo matamos zombies cuando vamos a la fuente de sodas. Al principio me daban miedo pero ahora tengo mis peluches.
-¿De qué juego es el tatuaje?
-Es la pistola especial de Alone in the dark.
-No sé de qué se trata pero wow.
-Te debo un batido.
-¡Uno de ackee con nuez!
-¡Acepto! ¿Cuándo vamos, Juan Martín?
-Hagamos algo: Te veo en el restaurante el día que quieras y prometo tener las frutas.
-¡Yo te lo debo!
-Con que lo prepares me sentiré pagado.
-Así no.
-Tenés que visitarme. Habrá injera y wat.
-¡Llevaré a mi Luiz y a mi bebé!
-A todos los que quieras.
-¡Comemos demasiado! Pero prometo que nos portaremos bien.
-Todo estupendo mientras mi proveedor de Vichy no me falle.

Como Bérenice y Juan Martín se quedaran platicando sobre cualquier cosa, Evan se separó de ellos y comenzó su labor de mesero, reparando en que nadie lo había felicitado de verdad pero su padre había puesto en la pared de trofeos la nota del periódico sobre Skate America y no tardaría en pedirle su medalla para colgarla y presumirla. A fin de cuentas, eso era más importante que una gran fiesta y Bérenice ya se encargaría de lo último. Por otro lado, el chico creía darse cuenta de por qué el fiscal Eckhart se convertía en cliente y sentía lástima en lugar de tirarse a la carcajada como habría hecho antes.

-Otro que cae - comentó Don Weymouth al pasar junto a él.
-No lo sé. Eckhart se va a olvidar de ella y fastidiará de nuevo.
-Hablaba del repartidor.
-Ese también.
-La chica es bonita.
-Ya lo sabíamos.
-Evan, no hay nada para ti.
-¿Por qué me dices eso?
-Es un recordatorio ¿Piensas que me olvidé de tu cara cuando ella llegó a este negocio?

Evan sonrió despreocupado.

-Por cierto: Estoy feliz por ti, hijo.

Don Weymouth estrechó al muchacho y luego de darle una calurosa palmada, miró de nuevo hacia Lleyton Eckhart y su flamante novia, quienes intentaban pasarla bien en un improvisado juego de cartas, aunque él aprovechara los segundos de distracción de Sophie Talmann para admirar a Bérenice y beber lentamente para que no pudieran echarlo.
*Marula y ackee son dos frutas africanas.