sábado, 4 de abril de 2020

Las pestes también se van (Alessandro Gattel)

A los médicos, enfermeras, personal de limpia y pacientes.

Con dedicatoria, agradecimientos y buenos deseos, al doctor Hugo López-Gatell Ramírez.

Sábado, 16 de noviembre de 2002. 3:00 am. Hotel Grand Lido, Venecia, Italia.
Cumpleaños de Maurizio Leoncavallo.

-Katarina ¿Estás bien? - preguntó Ricardo Liukin al sentir que ella abandonaba la cama luego de un acceso de tos que había durado más de lo usual. Antes de eso, ella se había quejado de sentir mucho calor y no poder detener el escurrimiento de su nariz.

-Ricardo, no puedo respirar - alcanzó la joven a murmurar.
-Encenderé la luz.

Él presionó el botón de la lámpara en la mesita de junto y al voltear, se le presentó la aterradora imagen que nunca iba a olvidársele: Katarina Leoncavallo sudaba como si hirviera por dentro, su piel había tomado un color grisáceo, su respiración se agitaba y una nueva tos la llevó al piso violentamente.

-Tranquila, te ayudo - Reaccionó Ricardo Liukin y sostuvo a la joven mientras llamaba a emergencias.

Algo sucedía esa noche que los servicios médicos de Lido eran insuficientes. Si se prestaba atención, se notaba que las ambulancias acuáticas iban y venían y cuando los paramédicos llegaron donde Katarina, de inmediato anunciaron que la llevarían a la isla principal para ingresarla en el hospital de San Marco Della Pietà en el barrio de Dorsoduro. Ricardo fue con ella mientras alguien le preguntaba si tenía molestias. Él admitió sentirse débil y con dolor.

En otro sitio de Venecia, en el segundo piso del hotel Florida del barrio Cannaregio, Maeva Nicholas sufría de vómitos y escalofríos, viéndose en la necesidad de pedir ayuda a Andreas Liukin. En el pasillo, Yuko Inoue y Adrien Liukin se mantenían en la expectativa.

-Llevaré a Maeva al médico ¿Alguien ha visto a Ricardo? - decía Andreas.
-No se ha aparecido en todo el día - replicó Yuko.
-Avísenle de esto.
-Claro.

El chico intentaba guiar a Maeva hacia las escaleras cuando Miguel Louvier salió del cuarto de junto.

-Tennant está enfermo - anunció.
-¿Él también? - se sorprendió Andreas.
-Necesitamos un doctor ya.
-¿Qué tiene ese idiota?
-Mucha fiebre y está diciendo estupideces - Miguel lucía espantado pero hizo acopio de entereza y tomó a Tennant en brazos. San Marco Della Pietà no era el sitio de auxilio más próximo, pero sí en donde podían recibirlos. En el canal de Cannaregio, los esperaba su amigo Geronimo.

-Yuko ¡cuida a Adrien! - pidió Andreas Liukin y la mujer asentó con algo de angustia.

-Adrien, tenemos que limpiar todo - pronunció la mujer cuando los demás pusieron los pies en la calle.

En Venecia, un frío seco recorre el cuerpo y estremece el alma cuando está por ocurrir algo grave. Un ejército de ángeles de la muerte recorría la ciudad y los pocos que podían verlos, se apresuraban a encerrarse sin negociar palabra con nadie. Los indigentes corrían a bañarse y lavar sus ropas y refugios mientras las sirenas de alarma comenzaban a sonar con mayor frecuencia. Giampiero Boccherini, el eterno amigo ebrio, se hallaba sobrio. Y entendió al ver a un vecino pidiendo auxilio a los carabinieri. Salió con su campanilla a dar el anuncio.

-¡La peste ha llegado! ¡Todos a casa! - exclamó mientras una espesa niebla cubría su silueta.

En el hospital de San Marco Della Pietà, se estaban recibiendo los primeros informes desde Lido. La gente había saturado emergencias y la mayoría de los casos eran de gripes fuertes. Aquello llamó la atención de Alessandro Gatell, quien, si bien no se dedicaba a las urgencias, era un médico internista con experiencia en sinnúmero de complicaciones. Nadie le contestaba el teléfono.

-Doctor Gatell ¿Podría ayudarme? - le pidió una colega.
-¿En qué puedo servirle?
-Llegaron dos pacientes con sospecha de neumonía y me gustaría que los evaluara.
-¿Tiene algunas placas?
-No he podido sacar ninguna.
-Déjemelo.

Alessandro Gatell se disponía a hacerse cargo, cuando vio llegar a Katarina Leoncavallo. Al igual que Ricardo Liukin, el horror se apoderó un momento de él. Ella abría la boca con la desesperación de no poder llevar aire a sus pulmones y el sudor había transparentando su ropa.

-¡Yo la atiendo! - exclamó Gatell y fue con ella mientras preguntaba a los paramédicos qué había pasado. Por su parte, Ricardo Liukin alcanzó a decirle que estaban juntos en Lido y la chica había empezado a toser cerca de las once de la noche, pero no aparentaba ser importante hasta que le avisó que no podía respirar.

-Háganle un análisis rápido de tuberculosis - ordenó el doctor y de inmediato, solicitó aislar a la joven en la Unidad de Terapia Intensiva.

-Acompáñeme, debo examinarlo también - anunció Gatell a Ricardo Liukin y este obedeció sin saber cómo reaccionar.

Poco después, Maeva Nicholas y Tennant Lutz eran admitidos en urgencias. El caos se apoderaba del lugar y Andreas Liukin debió salirse para no estorbar. Dentro, Miguel reconocería algunas caras conocidas y ángeles disfrazados de médicos que apenas podían con la súbita carga de trabajo.

La madrugada se enfriaba más y los pacientes llegaban en demasía. Alessandro Gatell intentaba organizarse como podía y luego de anunciarle a Ricardo Liukin que le sugería una cuarentena, pudo entender lo que ocurría con Katarina Leoncavallo.

-¡La joven en el aislamiento seis tiene influenza! - gritó Gatell - ¡Los pacientes llegan con influenza! - advirtió a los demás y enseguida entró en la habitación de Katarina.

-Le ha dado neumonía, tranquila - aseguró él - Es factible que usted no se percatara días antes pero haré lo posible para que se recupere. Estará bien.

Ella parecía llorar cuando Gatell mismo revisó cómo le colocaban una mascarilla y miró el ventilador que le habían puesto al tiempo que intentaba calmarla, evitando tocarla.

-No se preocupe, señorita. Hablaré con su acompañante - señaló él y luego de salir de ese lugar, retirar su cubrebocas y lavarse las manos, se topó con que Ricardo Liukin no estaba solo. Miguel Louvier le avisaba sobre lo que ocurría luego de firmar unos papeles para hacerse responsable de Tennant.

-Mi hermano y Maeva tienen influenza, papá.
-¿De verdad? También yo. El médico me ha pedido ir a casa.
-Ve a descansar.
-No puedo, Miguel.
-Señor Ricardo...
-No me hables así.
-De acuerdo.

El doctor Gatell se aproximó con actitud inocente aún.

-Señor Liukin, vine a decirle que le coloqué a Katarina un ventilador para que pueda respirar.
-¿Mi novia está aquí? ¿Qué le ha pasado? - preguntó el sorprendido Miguel.
-¿Novia?

Alessandro Gatell comprendió la situación y eligió mentir.

-Ah... Ella ingresó en la tarde y el señor Liukin fue el único que nos contestó la llamada.
-¿De verdad, doctor?
-Intentamos localizar a sus contactos.
-¿Su familia no ha venido?
-No.
-Al menos mi padre no la dejó sola.
-Le sugiero que no lo abrace y tome distancia de un metro, por favor.
-Olvídelo, seguramente me he contagiado. He traído a dos enfermos está noche.
-¿Cuántos de sus familiares tienen síntomas?
-Mi hermano Tennant y Maeva que es como mi madrastra estos días.
-¿Cuál es su nombre?
-Miguel.
-Bueno, Miguel, hace bien en asumirse como contagiado. Debe ir a casa y aislarse. Es vital que asée sus manos y desinfecte sus objetos de uso de común. Todas las personas de su familia podrían portar el virus de la influenza y con los días, aparecerán las molestias.
-Pero ¿Cómo se habría enfermado mi novia?
-De abundantes formas como un beso, por las gotas de saliva que expulsamos al hablar, alguien pudo toser o estornudar cerca de ella, hay posibilidades.
-Katarina estuvo en Nueva York la semana pasada y luego en París y llegó de Montecarlo ayer.
-¿Nueva York? ¿Cuál fue el motivo del viaje?
-Ella es patinadora sobre hielo y tuvo una competencia, doctor.
-¿Es atleta? De acuerdo ¿Ella fuma o bebe en secreto?
-No.
-¿Alguna cardiopatía o diabetes?
-No que yo sepa.

El doctor Gatell tuvo más curiosidad. Había descubierto la aventura de Katarina Leoncavallo con Ricardo Liukin, así que se dirigió a él.

-Señor Liukin ¿Usted ha salido de Venecia en los últimos días?
-He estado trabajando, yo no puedo irme.
-¿En qué labora, disculpe?
-Vendo gelati en un local de San Marco.
-¿Atendió turistas recientemente?
-Varios pero no sabría decirle de dónde provenía la mayoría.
-¿Personas de Estados Unidos que lo hayan mencionado por alguna razón?
-Hay una filmación frente a mi lugar de trabajo y creo que el productor se fue a Nueva York. Sé que regresó hace una semana.
-¿Cómo se enteró?
-Mi pareja, Maeva, es actriz.
-Gracias... Le prescribiré un antiviral para ayudarlo pero quédese en casa, por favor. Miguel, usted debe permanecer allí también.
-¿Quién se quedará con Katarina?
-Señor Liukin, entiendo que no quieran separarse, pero puede transmitirle el virus a varias personas de este hospital ¿No hay un familiar de la señorita Leoncavallo a quien poner al tanto?
-Su hermano está en París.
-¿Existe forma de comunicarse con él?
-Miguel, dale el número... También el de Maragaglio, él sabrá qué hacer.
-¿Maragaglio?
-¿Lo conoce, doctor?
-¿Él es pariente de la señorita Leoncavallo?
-Es su primo.
-Yo mismo le llamaré, pero por favor, quédense en casa, laven sus manos, no se toquen la cara y cubran nariz y boca al estornudar o toser, por favor.

Luego de hacer una prescripción y asegurar que haría lo posible por Katarina, Alessandro Gatell se retiró a la recepción para llamar de inmediato a Maurizio Maragaglio y al Comité Olímpico Italiano para notificar sobre la joven enferma. Intentaba verla como una paciente más que necesitaba ayuda y se acordó de que la había visto antes, pero no sabía en dónde.

-Ciao! Maragaglio? Come stai? Lamento mucho llamar a esta hora, soy Alessandro Gatell, médico del hospital de San Marco Della Pietà... Es un asunto urgente. Esta madrugada ha sido internada su prima, Katarina Leoncavallo...  Llegó en estado grave... No sé trató de un accidente, ella muestra un cuadro de influenza importante... La paciente presenta dificultades respiratorias por neumonía. Fue necesario colocarle una ayuda respiratoria por medio de un ventilador mecánico, se le está atendiendo por una fiebre de treinta y nueve grados... Guarde la calma, Maragaglio, por favor. Estamos haciendo lo posible por Katarina, no sirve de mucho alterarnos, la evolución va a depender de su respuesta inmunológica, se le va a suministrar la medicación adecuada para que ésta sea favorable. La neumonía es la parte más delicada y por cómo se está presentando su cuadro clínico, infiero que esta condición estaba presente desde hace varios días de manera asintomática... Es posible. Entiendo que creerlo no es sencillo pero Katarina se encuentra recibiendo los cuidados en la Unidad de Terapia Intensiva y yo mismo estaré a cargo, supervisando su evolución.

Alessandro Gatell supo que daba una explicación muy larga, quizás un poco redundante, comprensible por haberse asustado. Aunque le desconcertaba lo último.

-Por los antecedentes de viaje, podemos teorizar que el contagio es importado. En Nueva York, de dónde me refieren que ella tomó un avión, hay un brote de influenza, existe un boletín de la Organización Mundial de la Salud, publicado hace unos días... La razón de conocer estos detalles es que me permite trabajar... La terapia intensiva tiene como objetivo cuidar los órganos de los pacientes y evitar daños mayores por enfermedad, Katarina desafortunadamente necesita respiración auxiliar, no puedo darle un escenario distinto a la espera... Si no tiene síntomas de influenza, le recomiendo abstenerse de venir al hospital para que no se contagie... ¿Usted estuvo en París con ella?... Tranquilícese, hay riesgos pero auxiliaremos a Katarina en lo posible. No voy a mentirle, el caso es grave y lo primero a resolver es la fiebre. Están llegando al hospital muchas personas con influenza y por ello no le aconsejo visitarla.

Alessandro Gatell suspiró mientras se enteraba de los entrenamientos de Katarina Leoncavallo en París, de su rutina diaria, de su gran higiene y de varios detalles sin aparente importancia como la vez que su hermano y coach la había dejado plantada por un compromiso en Versailles y la competencia que mantenía con Carlota Liukin para ser la patinadora preferida de éste. Por lo que contaba Maragaglio, Gatell comenzó a sospechar de una depresión que aún no se manifestaba tanto.

-Lo que le recomiendo a usted es que, si tiene síntomas, acuda al médico inmediatamente sin olvidar cubrirse la nariz y la boca al estornudar o toser, lave sus manos con frecuencia y aíslese para no transmitirle el virus a otros. Maragaglio, es importante que me reporte si enferma, por favor. Haga una lista de todas las personas que estuvieron en contacto con Katarina e infórmeles sobre esta situación para que sepan cómo actuar y no haya un gran brote en París... ¿Me está escuchando?... Katarina tiene el ventilador, deseamos que lo utilice el menor tiempo posible... Buena pregunta, con gusto le vuelvo a explicar.

Alessandro Gatell estaba acostumbrado a oír voces tristes. Y conocía la de Maragaglio por haberlo visto responder en innumerables ocasiones por sus compañeros de trabajo heridos o por Giampiero Boccherini si a éste se le ocurría meterse en problemas. Pero jamás le había notado la preocupación. Era entendible, supuso y no quiso añadir algo más luego de detallar por segunda vez el tratamiento que seguirían los médicos con Katarina Leoncavallo

Y entonces, le regresó el momento. A ella la había encontrado en el embarcadero de la Fondamenta San Giorgio Maggiore, en un fin de semana cualquiera, no tan reciente. Quizás durante el verano porque había mucha gente. La joven ahuyentaba a cualquiera porque pocos podían resistirse al mirarla. Incluso, era común escuchar en la ciudad sobre Katarina Leoncavallo con su multitud de admiradores secretos, la inagotable envidia que varias personas le dedicaban, la osadía de los escasos afortunados que habían logrado un saludo y de un Maragaglio que reaccionaba furioso si le hablaban de esa abrumadora fama. No era para menos, se trataba de la mujer más hermosa de Italia y con seguridad, de la más bella del mundo. El trono le duraría en tanto no creciera una niña que se estaba robando el corazón de Venecia: Carlota Liukin. Con la diferencia de que la segunda provocaba la clase de admiración que acercaba a las muchedumbres.

Pero, contrario a lo que el lector pueda deducir, a Alessandro Gatell no le impresionaba una belleza tan frágil. Katarina Leoncavallo le interesó ese instante por ser su inesperada paciente, quizás porque su óptima condición física se había reducido a una ridícula ironía frente a un virus que intentaba golpearla hasta reducirla a la nada. Porque a la naturaleza, al fin y al cabo, tampoco puede seducírsele siempre.

Al estar de vuelta en terapia intensiva, el médico se topó con un panorama más urgente: Ancianos, adultos, jóvenes, no muchos pero bastante graves, llenaban la sala. La influenza había llegado a Venecia con apenas un aviso: La fecha del dichoso boletín de Nueva York al que pocos habían prestado atención. Ese mismo que afirmaba que el brote estaba más o menos controlado y que no había nada de qué preocuparse. "¿Nada?" pensaba Gatell y reparaba en que Katarina Leoncavallo estaba requiriendo más oxígeno que los demás, que el sudor había hecho prescindible su bata de enferma y que ella era capaz de entender lo que había ocurrido en todo el hospital. Pronto, la joven enfocó su atención en un chico recién ingresado. De acuerdo a lo que alcanzaba a oírse, aquel paciente había iniciado con los síntomas en la mañana anterior y se había quedado en cama, pensando que sufría de un resfrío. Se suscitó un silencio incómodo y luego, un sorpresivo intento de reanimación resultó inútil.

Katarina Leoncavallo no pudo disimular el espanto ante lo que acababa de ocurrir y el desconcierto de los demás enfermos era tal, que el pánico se apoderó del personal.

Alessandro Gatell decidió entonces, aproximarse a la joven, que se hallaba envuelta en un nuevo llanto y cuyo aspecto daba aún más terror que el del fallecido. Pero él guardó la calma, revisó los signos vitales, sonrió... Y la tomó de la mano, desafiando su código de mantener la sana distancia con la razón de confortarla. Por primera vez en su vida, Katarina Leoncavallo no estaba sola enfrentando al monstruo invisible.