martes, 25 de marzo de 2014

La historia de Lubov


Allez Nath! 

Numerosos mandatarios y primeros ministros convocaban a los medios y se sumaban a las felicitaciones al gobierno ruso por el arresto de Sergei Trankov, mientras corresponsales del planeta entero aguardaban en Moscú y reportaban la presencia de soldados, francotiradores y agentes encubiertos en las inmediaciones del aeropuerto de Sheremetyevo, lugar en el que se habían alistado un hangar especial y un vehículo para recibir al prisionero y dirigirlo a una cárcel a las afueras de la ciudad como medida cautelar; incluso se programaba una reunión posterior del presidente ruso y su gabinete con periodistas para hablar de los detalles de la inminente extradición y Lleyton Eckhart hablaba al respecto vía satélite, satisfecho de procesar al terrorista más perseguido del mundo, así admitiera entrelíneas que el Gobierno Mundial acabaría ordenándole qué hacer para darle legitimidad a un juicio en Tell no Tales y una sentencia en Cobbs. 

No flotaba tensión en el aire y la comunidad internacional miraba atenta cuando el número mágico "A228-FSM" de Rossiya Airlines cruzaba los aires en medio de un cielo nublado. Hasta ahí, las cosas transcurrían según lo planeado y miles de personas, ajenas a la emoción feliz que embargaba a otros, salían a ver el avión para comprobar que realmente fuera el anunciado momentos antes de su aterrizaje, corriéndose la voz de que la situación estaba bajo control y lo
demás era una puesta en escena mediática. 

-El detenido está quieto y coopera- le informaban a Vladimir Putin - Lubov Trankova tampoco se mueve.
-Ordena un par de guardias extra, que no los dejen de vigilar un solo segundo.
-Revisamos sus pertenencias, están limpios.

Una lluvia inició poco después de esta orden y el viento se presentó de golpe, cubriendo de hielo los dedos de Vladimir Putin.

-Fue mucho paseo, desciendan ya - sugirió bruscamente y veía como el frío se apoderaba de Moscú en pleno mayo.

-Señor, los hangares se congelaron.
-¿Sin excepción?
-Ha quedado libre el que usted pidió para recibir a Trankov pero comienza la niebla.
-Manden más gente allá, no quiero sorpresas.
-¿Por qué lo dice?
-Cumpla órdenes.

Pero todos ignoraban que Trankov no pensaba en hacer otra cosa que no fuera entregarse. Para él, su juego había terminado y aceptaba la derrota pensando que conseguiría un buen trato con el fin de liberar a Lubov, que a su lado permanecía angustiada.

-Te soltarán, confía en mí - le dijo al tocar tierra pero ella no lo miró ni contestó mientras la ventana a su lado se cubría de escarcha y recordaba que no se había puesto un suéter por pensar que un clima caluroso la recibiría. La mujer consideraba intolerable la sensación de las esposas en sus muñecas pero su mirada al frente, tan aparentemente estoica, le inspiraba respeto a los soldados que la custodiaban. 

-Levántese por favor, señorita - le dijeron amablemente cuando recibieron la orden de descender y le ayudaron a bajar la escalera. Con Trankov al frente de ella, sintió la nieve caer y por un momento, se acordó de sí misma, de Lubov Trankova.

Mentira. Ni siquiera se llamaba Lubov, sino Isolde. Isolde Kostner o Isolde Meissner, sus futuros interrogadores le dirían cuál nombre le correspondía. A lo mejor, también le revelarían la identidad de Sergei Trankov y la cuestionarían por seguirlo, por dejar a su familia y una carrera en Industrias Izbasa. No quería averiguarlo hasta que aquel instante se cristalizara y desempolvara memorias poco relacionadas con las preguntas.

-Le daremos comida caliente y un abrigo, nos han dicho que le gustan las lentejas con tocino y el pan de zanahoria - continuaban anunciándole - Al señor Trankov le daremos sopa de cebolla.
-No, a él le gustan la ternera con mantequilla y verduras asadas.
-Lo que usted diga.

Lubov se sorprendió de que tomaran en cuenta su consejo y miró la espalda de Sergei, como cada ocasión que se sentía sola. Y volvió a evocar otro momento, el mismo en el que él llegó golpeado por primera vez a casa, permaneciendo casi dos semanas en cama con dolores terribles y moretones casi negros. Lubov pasó de mujer ilusionada a experta en remedios caseros y ama de casa amorosa sin molestarse, creyendo que lo
apoyaría.

-Suba al auto, por favor - le pidieron cuando al levantar la cara, ella no pudo más que voltear a todos lados, sin esperanzas de escape.

-Al menos ya no siento que me entumo - declaró. La sentaron, naturalmente, al lado de Sergei y observó sus manos, pregúntandose cómo se sentiría el roce de su piel. Hacía tanto que no se tocaban.

-La cárcel es cercana - ironizó un guardia, interrumpiendo el inicio de la reflexión de Lubov sobre el momento en que el problema inició. A ella le parecía que el vehículo daba vueltas y perdió la noción del tiempo hasta que se detuvo.

-Señorita, usted bajará aquí - le anunciaron.
-¿Es una treta? 
-Quítenle las esposas y devuélvanle sus pertenencias.

Lubov abandonó el auto, reconociendo la entrada del modesto hotel Luzhniki. 

-Perdone el susto que le dimos, pero nuestro gobierno nunca tuvo la intención de retenerla. Tome este dinero, quédese en este lugar un tiempo - aclaró un sonriente cabo - La esperan con sus lentejas.
-¿Me dejan despedirme de Sergei?
-Dígale "adiós".

Desde la acera, Lubov entendió que aproximarse le estaba prohibido y era tal el dolor que el cabo se quedó a consolarla en lugar de seguir a la comitiva. 

-¿Qué les ordenaron hacerle? 
-A nadie le han informado.
-¿Cómo tratan a los guerrilleros?
-Peor que a los terroristas.
-¿Lo matarán?
-Suena Cobbs como opción.
-Él ha estado en ese lugar.
-Nunca preso. Lo siento, señorita.

Lubov vio el auto hasta que desapareció en la niebla, viniéndole de rebote otros instantes, como aquellos en los que Sergei volvía a su hogar ataviado con finos trajes y camisas con botones amarfilados. Ella siempre le reclamó la procedencia de tales prendas, creyendo que Zooey Izbasa o alguna otra mujer se las había obsequiado. Cómo sepultar esos ataques de celos, si entre ella y Zooey existió alguna vez una pelea en plena calle, misma en la que Sergei intervino para separarlas. Lubov se sintió satisfecha de ser la elegida, pero no tardó en comprobar que él aún dormía con esa mujer. Al menos, las dos eran enemigas constantes pero el presentimiento de que él engañaba a ambas con una tercera a la que no lograban identificar, era una losa tan pesada, que compartían el miedo de confrontar con tal de no perder a ese hombre.

-Señorita, venga por aquí - le indicó el cabo, ofreciéndose a llevar sus pertenencias. Ella entró al hotel con la camisa baja y permitió que la registraran en la habitación treinta, sin importarle que la ventana no cerrara bien y haciendo caso omiso de la advertencia sobre la falta de espacio para desempacar. Luego, fue conducida hasta el comedor y tal como le habían avisado, un plato con sopa de lentejas fue puesto delante de ella. El olor era idéntico al de la cocina donde ella solía preparar sorpresas para Sergei: un estofado para recibir primavera, un pastel de queso en el cumpleaños o consomé para los días de lluvia o cuando se enfermaban de lo que fuera. O cuando a ella se le ocurría vender panes hechos con las cáscaras de fruta, Sergei le ayudaba a montar una especie de café. Él fungía de mesero. 

-¿Se siente bien?
-Iré a recostarme, no me siento en condiciones.
-¿La acompaño?
-No es necesario, gracias por el plato, pero no tengo hambre.

Lubov tomó sus pertenencias y abandonó aquél salón tomando rumbo a una escalera vieja, peleando por no atorarse con el barandal y evocando otra vez a Sergei, del día en que ella, siendo Isolde (¿o siempre fue Lubov?) lo conoció por un asunto de trabajo, cuando su jefa inmediata le ordenó conseguir información por la huerta de un puente en el parque, simulando una encuesta sobre productos. Ella obedeció como siempre y durante un descanso fue corriendo a pulsar el timbre del guerrillero. Esa tarde no volvería al laboratorio y renunció cuatro meses después, por él. 

Lubov paró en seco. Ninguna acción en años recientes había sido pensando en sí misma ¿o sí? Volvió entonces al segundo en que se enteró que Sergei Trankov era libre de marcharse de Tell no Tales gracias a un indulto temporal y él optó por la oportunidad sin consultar si ella estaba de acuerdo. Por coincidencia, la revista "Realeza" con las palabras de Zooey y sus vivencias había llegado a sus manos, desatando el más grande enojo entre ambos. Lubov perdió los estribos y le arrojó la vajilla, recibiendo a cambio que él azotara la puerta y llegara por la noche a cargar maletas antes de irse en el tren y lidiar con estar juntos pero sin hablarse hasta que en Hammersmith él le dijo que no podía vivir sintiéndose mal por pelear, pero hasta en las cosas pequeñas ella lo seguía, como la invitación a la playa de Viktoriya Maizuradze. Sergei había pasado más tiempo peleando con Carlota Liukin que disfrutando el día.

Y la mujer continuó divagando sobre otras cosas, ascendiendo hasta su cuarto, que al abrir le gustó, despojándose de los zapatos y descubriendo que la regadera tenía puerta cristalina. 

Entonces se soltó a llorar. Supo que la última vez que vio a Sergei desnudo fue en Hammersmith, mientras cambiaba su atuendo para ir con el teniente Maizuradze a comer. Sacar la cuenta hizo confirmar la sospecha de que Lubov cumplía dos años sin hacer el amor con él. ¿Cómo se llegaba a tanto sin volverse hostiles u extraños entre ellos? Cualquier otra mujer, por codependiente que fuera, habría terminado la relación por no ser atendida, ni acariciada, ni existente, por acabar lejos de su hogar, por la angustia de excusar lo intolerable hasta que se convirtiera en intolerable para la intolerancia. 

Sergei no era el hombre para ella, pero Lubov lo amaba y era tal su deseo de estar con él, así fuera en la muerte, que lo perdonó. 

 

sábado, 22 de marzo de 2014

La primera victoria rusa


Julia Lipnitskaya / Foto de Elina Paasonen (c)

-¿Teniente Maizuradze? - preguntó una azafata.
-¿Qué se le ofrece?
-Acaba de recibir un mensaje.
-¿Cómo dice?
-Del Ministerio Ruso de Defensa, es urgente.
-Entréguemelo, por favor.
-Le aconsejo abrirlo en un sitio privado.
-¿Y eso dónde queda?
-La parte superior del avión está vacía, no mucha gente viaja desde Hammersmith.
-Asegúrese de que nadie aparte del gobierno ruso me espíe, gracias.
-Los pasajeros no pueden pasar a primera clase.
-¿Puedo permanecer allí en caso de necesitarlo?
-Hay teléfonos, tome el que desee, si quiere algo más, apriete cualquier botón amarillo.
-Entendido, se lo agradezco.

Irritado, el teniente Maizuradze se puso de pie y volteó a ver a su hija Viktoriya, misma que por atender a Gwendal no se daba cuenta de nada.

-Por aquí, teniente.
-La sigo, señorita.

El hombre ascendió por una escalera elegante y la aeromoza lo dejó solo. La zona era más cómoda de lo que esperaba y hasta se dividía en dos secciones gracias a una especie de sala donde era posible leer revistas o jugar ajedrez. Por seguridad, él optó por la parte trasera y se escondió en unos asientos, abriendo el sobre de inmediato.

-"Vuelo A228-FSM Rossiya Airlines, interceptado en el Mediterráneo, aterrizaje forzoso en Estambul, Turquía. Terrorista Sergei Trankov, capturado por fuerzas rusas. Situación actual: En traslado a Moscú. Gobierno Mundial neutralizado."

El teniente Maizuradze creyó sentir que había entregado a Trankov al cambiarle el boleto en el aeropuerto y el remordimiento fue instantáneo. "¿Cómo pude?", "Lo traicioné", pensaba y se acordaba de que todo era una gran maniobra de inteligencia. "Esos desgraciados, ¿quién me habrá descubierto?". 

Desesperado, él se levantó rumbo a la sala y se retiró los anteojos antes de levantar el auricular y marcar un clave personal

-"Le escucho" - contestaron al otro lado de la línea.
-Dígale a Vladimir Putin que si alguien tiene la obligación de responderme es él y que no finja que no está en su oficina ¡Que no se esconda como rata!

-"Quite el altavoz y retírese. Los demás permítanme atender este asunto, los alcanzaré antes de la conferencia de prensa" - se escuchó y el teniente Maizuradze aspiró con fuerza.

-¡Putin! ¡Qué demonios te pasa por la cabeza!
-Maizuradze, felicitaciones por tu trabajo.
-¿De qué hablas? ¡Quiero saber quiénes me espiaron! ¡Fue orden tuya, traidor!
-Envié a la inteligencia a cubrirte la espalda.
-¡Arrestaste a Sergei Trankov! ¡Acordamos en Vichy que no lo tocarías!
-Hablamos de Hammersmith, no del aire.
-¿Me engañaste?
-Habríamos cazado el avión de Air France si no hubieras facilitado las cosas.
-¡Por qué!
-Hay que dar una buena impresión a Occidente.
-¿Desde cuándo quedas bien? ¡Suelta a Trankov, enseguida! ¡Es una orden!
-Vas a respirar hondo y retractarte.
-Tú no me vas a exigir disculpas, ¿quién te has creído? 
-Tengo en mi poder el secreto que tu familia guarda desde ¿Constantino?
-No abras la boca o te degüello lentamente.
-¿Te pone a temblar que hable? ¿O será que alguno de tus hijos ya tuvo la alucinación con la niña del abrigo rojo y lo escondes?
-¡Eres un...!
-Dulcifica tu voz. La estridencia me pone mal de mi benevolencia. 
-Ninguno está en posición de entregar al otro.
-Tú eres el que no puede darme la espalda ni actuar a su amparo, te recuerdo que de la sangre pura depende tu vida.
-No la defendí de los nazis para que me chantajees vulgarmente.
-El gobierno ruso te protege por conveniencia, quizás con otro presidente te funcionó victimizarte pero yo entiendo la magnitud de lo que tengo ¿no vas a arriesgarte por Sergei Trankov, verdad? 
-¿Qué le harás?
-Lo que el Gobierno Mundial recomienda a cualquiera que lo atrape: Una sentencia pequeña en una cárcel al norte y después una negociación con la Marina del Gobierno Mundial. Si ellos quieren, lo llevamos directo a Cobbs una vez que nos reconozcan un par de anexiones.
-¿Qué dices? 
-Trankov es un guerrillero hábil pero a nosotros no nos sirve más; Osetia y algunas ciudades, sí.
-¿Lo intercambias por tierra?
-Descubrimos nuevos yacimientos de gas, vamos a explotarlos.
-Putin, sabemos que puedes declarar territorio ruso lo que sea pero Sergei Trankov sólo hay uno, ¡no lo mandes al matadero!
-La decisión está tomada teniente, recibirás una retribución cuantiosa.
-¿En que prisión lo meterás? 
-En una nueva, nos vemos en mi oficina cuando te canses de tus vacaciones o de tu hija...

El teniente Maizuradze se retiró el auricular justo al sentir un aire helado y el cosquilleo que le recorría la nuca antes de horrorizarse. 

-¿Dónde está Sergei?
-Señorita Liukin ¿qué hace usted aquí? Regrese con su padre.
-Me dieron permiso de venir.
-¿La azafata no le dijo que los asuntos del gobierno ruso son confidenciales?
-¿Cuánto tiempo de vida le queda a Sergei Trankov?
-Será confidencial.
-Deme la cara, no sea cobarde.

El hombre volteó hacia ella, sintiendo que estaba en el lugar equivocado. Carlota y su atuendo, coincidente y siniestramente en rojo, sobresalían en medio de una locación congelada.

-¿Cuánto tiempo le queda a Sergei Trankov? - volvió a preguntar.
-Horas.
-¿Cuántas?
-Siete a lo sumo.
-¿Dónde lo encontraron?
-Lo detuvieron en Turquía.
-¿A dónde iba?
-Moscú.
-¿Por qué un viaje a Rusia toma menos tiempo que a París?
-Nunca tuve esa duda.
-¿Usted sabía que arriesgaba a Sergei?
-Juro que no.
-Deme el teléfono.
-Carlota...

La joven se aproximó al teniente Maizuradze, obligándolo a apartarse. Éste último creyó que si la tocaba, caería muerto.

-Maizuradze, sé que Sergei Trankov es tu amigo pero la política está antes que las lealtades - oyó ella y con un gesto duro, tomó la palabra.

-¿Vladimir Putin?
-¿Quién es?
-La niña del abrigo rojo.

El teniente Maizuradze gritó "¡Carlota, no!" pero ella y su mirada eran espeluznantes.

-Libere a Sergei Trankov - ordenó.
-Nadie me ordena, menos una chiquilla idiota.
-No me desafíe.
-Oye bien, niña tarada: Yo tengo a Sergei, tú no. Es mi trofeo, no el tuyo. Si quieres su cuerpo destrozado, recógelo en Cobbs.

Carlota soltó el auricular, impotente. El hielo a su alrededor desaparecía y su faz recuperaba cierta inocencia. 

-¡Maizuradze! Usted tiene la culpa.
-Señorita, le aseguro por segunda vez que no tenía idea.
-¡Dígale a Vladimir Putin que si algo malo le sucede a Sergei, lo mataré! ¡Putin, te voy a matar! 
-Calma, con amenazar no llegará a nada.
-¡Si asesinan a Sergei, yo misma cobraré su venganza! ¡Putin, jura que me pagarás con tu sangre! 

Carlota, debilitada y angustiada se sentó a llorar, inconsciente de lo irracionales que eran sus frases, pero pensando en el peor de los escenarios posibles. El teniente Maizuradze, espantado, decidió concluir la llamada.

-Presidente...
-Si esa niña vuelve a amenazarme, verá a su madre hecha cadáver de verdad.

Putin colgó y el teniente Maizuradze, fatigado y con temor colocó el auricular en su sitio. Carlota no se hallaba más, pero en el lugar donde sus lágrimas habían caído, se llenó de hermosos diamantes.

domingo, 16 de marzo de 2014

La palmera


Bérenice salió de la cantina de Don Weymouth el domingo por la mañana con el bolsillo lleno de billetes y monedas ganados los días anteriores y se preguntó qué haría con tanto dinero.
Comprar comida era la primera opción, pero no conocía un solo lugar que ofreciera un desayuno casero y acabó observando a la poca gente de Poitiers que entraba a los bistros, preguntándose cuál era el más confiable. Las campanas sonaban por doquier y ella asumió que debía darse prisa. En la avenida Gardel, el restaurante de comida tailandesa se convertía por las mañanas en un cálido lugar para tomar el primer café del día.

-Estará bien aquí - sentenció e ingresó. 

-Buenos días, ¿qué se le ofrece? - preguntó a Bérenice la encargada de la caja. La chica no sabía qué pedir más allá de lo que los Liukin le habían servido hacía un par de jornadas.

-Croissants, mantequilla, salchichas, ensalada de frutas y café.
-¿Orden para una persona?
-Orden para - Bérenice se quedó pensando: tal vez, Matt Rostov estaba en casa, cuidando a Roland Mukhin - para tres, para llevar.
-Son 10€ 
-Se los doy.

Pero se presentó otra dificultad: si Bérenice apenas leía, mucho menos sabía distinguir números si no era en un tablero con calificaciones de gimnasia. Dubitativa, ella intentaba contar la cantidad correcta y la empleada se deleitaba con la exhibición.

-También ponga miel de abeja - dijo Bérenice, molesta porque la chica de la caja se reía de ella. Ésta última supo que era una indirecta para que dejara de burlarse.

-Claro.
-Coloque todo en una bolsa del restaurante, por favor.
-Faltaba más.
-Espero que la mantequilla sea fresca.
-Sí, esa se le dará.
-Con pan recién horneado.
-Como ordene, señorita.

Bérenice pagó con lo justo teniendo un poco de suerte y salió rumbo al parque De Gaulle. 

Ella se sentía cansada y no quiso hallar un espejo, conformándose con un modesto charco entre dos árboles. Lanzando un balín rostov, abrió un portal y se arrojó sobre él, saliendo cerca del edificio donde vivía. La Tell no Tales del reflejo estaba especialmente calurosa y disfrutable, la brisa fresca se agradecía y ella corrió donde su padre para evitar un disturbio por la comida que llevaba.

-Papá, volví - anunció al introducirse a su apartamento. Roland Mukhin regaba una moribunda planta junto a la ventana de la sala.

-Me tranquiliza que regreses conmigo. ¿Cómo te fue? ¿Arreglaste lo que te hacía falta?
-Primero cuéntame ¿La pasaste bien? 
-Bérenice...
-Papá...
-Oh, de acuerdo. Matt me visitó el viernes, me pidió que te avisara que no podrá cuidarme la próxima semana, irá al otro lado a conseguir materiales de mantenimiento para los vecinos.
-Tendré alguna idea ¿estabas solo, verdad? 
-En este momento sí, ayer un chico vino a buscarte y se quedó toda la tarde.
-¿Quién?
-Luiz, dijo que te había invitado a una brigada de reconstrucción.
-Luiz, Luiz...
-Le apodan "Bob".
-¡Ah, Bob! Lo conocí en una feria de galletas, quería juntar dinero para conseguir cosas de la brigada.
-Supe de eso.
-No le dije donde vivo.
-Él preguntó en la calle, casi todos te conocen. Va a tocar la puerta en cualquier momento, salió por otra planta que se está secando enfrente y no quiero que fallezca.
-¿Él volvió?
-Es un muchacho bastante atento.
-Gracias al cielo.
-¿Ahora me contarás que hiciste?
-Serví mesas en una cantina.
-¿Por qué?
-Me dio hambre y un señor que se llama Don Weymouth me ofreció llenarme el
estómago a cambio de que yo trabaje de mesera.
-Qué adecuado.
-También gano dinero con las propinas y me dieron el pago por lo que hice desde el viernes.
-Bérenice, me parece perfecto que hayas obtenido un empleo, te felicito.
-Gracias, papá adorado.
-¿Qué trajiste, por cierto?
-¡Ah! El desayuno.
-¿De veras?

Bérenice aseó sus manos y preparó la mesa, impresionando a su padre con las maravillas que contenía una gran bolsa de papel.

-Hace tanto que no veía pan como ese.
-Recién hecho.
-¡Miel! La probé una sola ocasión cuando era niño.
-Adelante es tuya.
-Gracias, hija.
-De nada, papá.

Ambos procedieron a tomar bocado, sorprendiéndose por el sabor fresco y la sazón. La mantequilla, tan ajena, era lo que más les gustaba. 

-Llaman a la puerta.
-Yo abro.

Bérenice observó por la mirilla y retiró un seguro.

-¡Hola, Luiz!
-Hola, Bérenice, qué bueno encontrarte.
-Pasa ¿Cómo estás? 
-Bien, bien, con mucho qué hacer.
-Siento lo que pasó con tu puesto de blinis.
-Me indemnizaron.
-¿Qué dices?
-La chica que te molestó en el barrio ruso me dijo que no la demandara y me dio un cheque, pero ¿tú? ¿dónde andabas? 
-Trabajando, por eso no me encontraste ayer.
-Pero hoy sí.
-¿Gustas desayunar con nosotros? Hay fruta y más.
-¿De dónde sacaste todo? 
-Lo compré del otro lado, anda.

Luiz sonrió y procedió a colocar la maceta que llevaba en el piso antes de lavarse.

-Toma asiento, jovencito - mencionó el señor Mukhin.
-Rescaté la planta que pidió.
-Un poco de agua y asunto resuelto, come.

El chico sorbió un poco de café y como los Mukhin, olvidó los modales para saciarse. Al igual que ellos, el hambre no le daba para desperdiciar nada.

-¡Es la mejor comida del mundo! - añadió por comentario. 
-Si sigo en la cantina, podré traer más.
-¿Cantina? ¿Qué es eso?
-Un lugar donde venden bebidas, Luiz.
-Qué loco, no sabía de algo así, Bérenice.
-Es divertido.
-Por lo que ofrecen, tal parece.
-¿A qué te dedicas, muchacho? - intervino Roland Mukhin.
-Soy carpintero.
-Qué útil ¿qué reparas? 
-Con la brigada lo que sea, estas semanas nos ocuparemos de los parques.
-Los pequeños necesitan donde jugar.
-Por eso quiero invitar a Bérenice, el primer lugar está casi listo, pintaremos las cercas y plantaremos flores. Matt Rostov dice que atraeremos lluvia si llenamos la ciudad de plantas.
-Ojalá funcione, pero ¿qué más haces?
-¿En el día?
-Aparte de la carpintería.
-Practico fútbol con los compañeros.
-Es un buen deporte.
-Hoy tengo pensado ir a jugar a la playa y tal vez meterme al mar ¿quieren venir? 
-Vayan ustedes, con mi silla de ruedas sólo les estorbaría.
-No, señor. El agua le haría bien.
-No muevo mucho las piernas.
-Entre Bérenice y yo lo cuidamos.
-¿Harían eso por mí?
-Sí, papá - contestó Bérenice - Muchas gracias, Luiz.
-Por nada, lo hago con gusto.
-Haré una maleta, entonces. Vengo en un momento.

Bérenice abandonó el comedor y entró en su habitación para sacar velozmente un par de toallas viejas y ponerse un bikini negro que no había usado en años. Las zapatillas de baño tampoco eran nuevas pero combinaban con el vestido de satín vino que eligió y un sombrero de palma. A su padre le llevaba una cobija.

-¿Están listos? - preguntó ella al salir y encontrarse con que Roland portaba ropa más ligera.
-¿Quieres ir caminando?
-Me gustaría Luiz, pero batallaremos en la escalera con mi padre.
-Podemos hacerlo, vamos.

Ella asentó y salió del apartamento con ambos, sorprendiéndose con la habilidad de Luiz para manejar la situación y descender de la escalera con relativa rapidez. El señor Mukhin sostuvo que era resultado de subir y bajar tablas de madera y objetos delicados.

-Este chico es inteligente - murmuró Roland Mukhin al hallarse en la acera y tomar rumbo. Como era fin de semana, la gente perdía cierta mirada agresiva y cedía el paso sin molestarse.

-El partido se pondrá emocionante - predijo Luiz al ir hallando a sus conocidos. 

-¿Juegas bien a la pelota? - preguntó Bérenice.
-Tengo virtudes.
-Me las presumes, por favor.
-Por mi cabeza de palmera.

La joven alborotó los rizos de Luiz y al tocar la arena con los pies, él se despojó de la camisa.

-Siempre estoy preparado - aseguró.
-Voy a gritar si metes goles.
-¿En serio, Bérenice?
-Primero hay que ayudar a mi papá a estar de pie en las olas y luego me hago tu porrista.
-Ustedes dos hablan mucho y se tardan en hacerme mover - replicó el señor Mukhin. Los dos jóvenes se sonrieron mutuamente y acercaron a Roland a la orilla del mar.

-El agua se siente distinta a lo que recordaba.
-Ven, papá.
-Quiero que seas fuerte.
-Tengo una idea - dijo Luiz - señor, sújetese de mis hombros.

Bérenice se entusiasmó y vio como su padre, pese a la ayuda, estaba encantado con dar algunos pasos.

-Gracias, "Bob" - susurró ella en el oído de su amigo. 
-Me alegra ayudar.

La joven se colocó detrás de su padre para sostenerlo mejor y anduvo mucho rato caminando por la marea, hasta que él se cansó y regresó a su silla.

-Deberíamos venir seguido. Oye Luiz, vas a pasar más tiempo junto a nosotros.
-Por supuesto, señor.
-Bérenice, tu amigo me simpatiza.

La chica sonrió y guiñó un ojo a Luiz.

-¡Oye, Bob! ¿Vas a jugar? - gritó un muchacho, lanzando un balón.

-Ve, chico. Te animo desde aquí.
-Te dedicaré mis jugadas, Bérenice.
-Qué halago, ¡anota muchas veces!

Bérenice cubrió a su padre al iniciar el partido y le besó la frente. Él lucía momentáneamente revitalizado.

No podía decirse menos de Luiz, que cada instante posible le sonreía a Bérenice en afán cómico y ella le respondía agitando las manos. Cuando él tenía el balón, la muchacha lo arengaba con expresiones como "¡vamos, vamos!" o "¡venga, dale!" y admiraba su velocidad. Si él fallaba un tiro, ella le aseguraba que para la próxima marcaría, si él no erraba, Bérenice celebraba echándosele a los brazos y adulándolo con gran afecto.

-Se hará tarde pronto - dijo él.
-No es mediodía.
-Pero tu padre está fatigado.
-Tienes razón.
-Entonces es hora.

Luiz dio la seña de que se retiraba del partido y después de sacudirse un poco de arena, se marchó con los Mukhin. A donde fuera, todos lo nombraban "Bob" y Bérenice supo que bastante gente lo apreciaba por su talento para el balompié.

-Nunca había conocido a alguien tan famoso.
-No lo soy, señor.
-Hasta un apodo tienes, muchacho.
-Dicen que es por el pelo. 
-Creí que era por el fútbol.
-Si descubro que es un "Bob", le haré saber.

Los tres arribaron bastante exhaustos al departamento y con pocos ánimos, Roland Mukhin sobremanera y Bérenice lo depositó en su cama y lo arropó. En la sala, Luiz despejaba el comedor y esperó a que ella saliera para asegurar las ventanas y pedirle que se sentaran juntos en el sofá.

-Me siento agotado.
-Igual yo.
-Aún es domingo.
-Debo trabajar mañana y no he dormido.
-Tampoco he pegado el ojo.
-¿Quieres quedarte? Sobraron salchichas del desayuno.
-Encantado, no acostumbro comer.
-Somos dos.
-Me agrada tu padre.
-Es mutuo con él.
-Bérenice, eres genial, tenía que repetírtelo.
-Tú eres el divertido y tienes mucho talento en los pies.
-Hoy me motivó una mujer muy linda.
-Perdón por colgarme de ti.

Luiz se acercó a Bérenice.

-Quiero besarte la mejilla.

Ella cerró los ojos y aceptó el gesto, correspondiéndolo segundos más tarde. Bérenice se acomodó en el pecho de Luiz y ambos se abrazaron antes de caer dormidos.