martes, 27 de enero de 2015

El asesinato de un buen hombre (II)


El asesinato de Stéphane Verlhac provocó una oleada de protestas en París. A toda hora, en cada rincón, sin importar el tráfico detenido o las oficinas paralizadas, las multitudes marchaban vestidas de negro y exigían justicia mientras la fotografía de Carlota Liukin llorando al entrar a una gendarmería se convertía en un ícono del estado de ánimo nacional. Para Adrien Liukin ese detalle era indignante y al frente de la reciente movilización nocturna, le comentó a su primo Javier que quería visitar el apartamento de Montmartre que aparecía en la viñeta final del "Star du North" para averiguar de una buena vez porque su hermana y Sergei Trankov eran culpables de todo.

-No hay motivos, ni uno solo.
-Pero yo los voy a encontrar, a mí no me van a ver la cara.
-¿Qué ganaríais si encontramos el departamento clausurado?
-Saber que Carlota y Sergei hicieron algo muy malo.
-¿Cómo qué?
-Tener sexo.
-Pensé que no hacías caso a las sospechas de tu padre.
-Cuando algo no está bien, buscas que nadie se entere ¿Qué crees que temían esos dos con Verlhac?
-Honestamente, no te creo.

Javier bajó la cabeza, casi consintiendo la versión de Adrien y recordando las confesiones de Trankov sobre Zooey Izbasa, imaginando que a lo mejor hasta ella había hecho lo imposible por no ser descubierta en su momento. Del guerrillero admirado desde hacía tiempo quedaba una caricatura deleznable.

-Iremos.
-Qué bueno, porque me está cansando ver como culpan a otros.

Ambos abandonaron como pudieron la marcha y aun así se quedaron en una orilla a verla por un rato, mientras Javier aprovechaba para tomar un par de fotografías y recordar que el editor de "Les incorrects" había anunciado que imprimiría, al menos, un millón de ejemplares del nuevo número de la revista con más parodias de las acostumbradas.

-Dicen que los musulmanes se ofendieron - dijo por expresar algo.
-Ahora resulta que cualquiera puede cargar el muerto.
-Adrien, sólo hay que ver la última tira de Verlhac.
-Burlarse de Mahoma es una cosa, para matar a un tipo necesitas algo más fuerte. Cuando resulte que Carlota tiene que ver en el asunto, tú mismo le dirás a mi padre.

Adrien tomó rumbo al norte y su primo lo siguió en medio de la confusión que le provocaba comprobar que París parecía una ciudad fantasmal si abandonaban la Plaza de la República y que la vigilancia policial ni siquiera advertía que detrás cobraba vida el reino de las ratas y los indigentes y que entre estos, había dos de mirada tan torva que helaba la sangre.

-¿Son lo que aparentan ser?
-Un par de cuervos inútiles, no son nuestros amigos del gobierno.
-¿Por qué parecen serlo?
-Porque saben más de lo que quisieran.
-Adrien, no quiero ir.
-Pero Verlhac era nuestro amigo y Carlota es mala.
-¿Qué dirección?
-Calle Guy Môquet, edificio 78, departamento 25 C.
-Que claro.
-Verlhac no se andaba con indirectas.

Los dos continuaron largo rato recorriéndolo todo y al llegar a Montmartre, el viento casi los estrellaba contra el piso. Aun así, no se rindieron.

-¡Que muera la reina de las nieves! - gritó el niño antes de que su propia perseverancia lo llevase al edificio Balzac en donde le abría la puerta un joven que se le hizo conocido. Consultando su cómic, supo que era hora de saberlo todo.

-¿Tú qué, enano?
-A mí no me dices enano, ni que fueras mi hermano.
-Te conozco, eres el autista falso de los Liukin... ¿Sorprendido?
-Tú eres el tipo de la supermemoria.
-Me gusta cuando naufragas como defectuoso y conoces a cualquiera perfectamente. Mi jefe es amigo de tu familia ¿y el que viene contigo quién es?
-Javier, mi primo.
-Lo vi antes pero pensé que era tu cuidador.
-Es reportero.
-¿Eso lo trae por acá? ¿Te pone por delante?
-Investigo algo que pasó aquí.
-Adelante, estoy solo.
-¿Los demás?
-Fueron a la marcha.
-¿Por qué tú no?
-Porque te estaba esperando.

El todavía desconocido abrió su chaqueta y sacó un ejemplar de "Star du North", dejando casi atónito a Adrien. A partir de ahí, Javier Liukin se hizo cargo de las preguntas.

-Vale, vale, que no resolveremos nada si seguimos así.
-¿Has perdido el acento español?
-Primero ¿Quién sois?
-Sí claro, un consejo: no fuerces tu acento, el francés te está ganando.
-No te importa.
-Luke Cumberbatch me llaman. Amigo y colaborador directo de Jean y Judy Becaud; más bien el cocinero.
-Judy cocina.
-No tanto como antes.
-Bueno, pero estamos aquí por otra cosa.
-El cazador y la princesa ¿no?
-Supimos que mi prima Carlota y Sergei Trankov estuvieron aquí.
Carlota, la classe!
-¿Es cierto o no?
-Pasaron un par de horas aquí.
-¿Supiste qué hacían?
-No es mi problema.
-Es que puede ser el motivo por el que mataron a Stéphane Verlhac.
-¿No fueron los terroristas?
-¿No lees tu cómic?
-Sí, pero nadie mataría a Verlhac porque Trankov invitó a una chica.
-¿Por qué Trankov entró a tu departamento?
-Me llamó y me dijo que estaba con una amiga en Les Halles, querían estar solos y me preguntó si le prestaba mi televisión y mi refrigerador.
-¿Te comentó algo más?
-Lo vi entrar pero no me presentó a Carlota.
-¿Te quedaste para saber qué planes tenían?
-No, mejor fui con mi vecina, tuve suerte.
-¿Sabes que Carlota es una niña?
-¿En serio le creyeron a Verlhac?
-La trama es explícita.
-Lo único que noté es que no tengo palomitas y que mi televisión se trabó en Cartoon Network©. Si hubiese pasado algo más, se habría escuchado, ¿no se dan cuenta de que las paredes son unos triplays del grosor de un papel? Cualquier cosa se oye, hasta la respiración.

Cumberbatch se cruzó de brazos.

-¿Carlota está bien? La vi esta mañana en la gendarmería, urge que le controlen a los periodistas o le contraten a un gorila como guardaespaldas.
-Mi prima sólo fue a decir lo que todo París sabe.
-Ver un cadáver ha de ser muy nuevo para ella.
-¿Qué quieres decir?
-No es la primera vez que matan a alguien en su nombre.
-¿Qué?
-Verlhac les ha puesto la evidencia en la nariz, Trankov no llega a tanto por nadie.
-¿Entonces sí fueron los terroristas?
-O es lo que quieren que creamos, pensándolo bien.
-Qué confuso.
-Ni siquiera sé cual es la sombra que sigue al cazador en la viñeta de la página 16 y a Carlota la acecha otra en todos los números.
-El cómic no siempre habla de ella.
-Lo hace.
-¿Dónde vas?
-A la marcha.
-¿A qué?
-A los asesinos les gusta ver sus obras.
-Estuvimos ahí, no vimos raro.
-Pero a mí nunca se me puede escapar nada. Trankov está siguiendo a la multitud desde los tejados.
-No nos dimos cuenta.
-Y eso que no soy observador ni pongo atención, caminen.

Cumberbatch guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo y Javier fue detrás mientras Adrien intentaba entender como era posible que el nuevo compañero entendiera su lenguaje. Lo más intrigante era que este último de verdad sabía cualquier clase de atajos mientras les decía lo que podían encontrar en cada techo a menudo. Desde francotiradores hasta espías, el aire era un imperio insorteable que tarde o temprano caería sobre cualquiera que se atravesara.

-Trankov le ha enseñado a Tennant Lutz como cruzar ese desorden.
-¿Nuestro amigo?
-La tal Adelina es otra que se vale de artimañas para mantenerse con los guerrilleros.
-¿Tú qué haces?
-Supermemoria y burlarme.
-¿Tenías que ver con Verlhac?
-Fui office boy en "Les incorrects".
-¿En serio?
-He tenido más empleos que chicas y eso que han sido varias.
-Presumes mucho.
-Silencio.
-¿Qué hay?
-Tejado, tejado... Enfrente, shhh...

Javier y Adrien se miraron confusos cuando una voz de mujer se propagó por doquier. No iba sola pero Sergei Trankov se veía en un reflejo. Las miradas se fueron hacia arriba.

-¡Sergei! ¿Te agrada? - preguntó la dama.
-Talullah, ¿qué demonios hiciste?
-Protegerte.
-¿De qué estás hablando? Irme arrestado sería lo de menos.
-¡No te confundas!
-No entiendo.
-Te vi en St. Martin con Verlhac.
-¿Qué?
-Si publicaba esa caricatura todo nuestro trabajo se iba a ir por la borda.
-¿Perdón?
-Me deshice del problema, ahora puedes ir con Carlota Liukin y no preocuparte porque alguien sepa que les gusta hacer cuando están solos.
-¿Talullah, qué pasó?
-Verlhac no puede hacerte daño, fue muy fácil enterrarlo, culpamos a Al Qaeda y ¡voilá!
-¡Tú ocasionaste que la gente se volviera loca!
-Sergei, te cuidé. Tu aventura o lo que sea que tengas con Carlota está a salvo.
-¡No tengo nada!
-Es que también te vi en ese apartamento, no me puedes esconder que ella te gusta y tú le gustas y pasó lo que es natural pero que nadie aprueba porque es una chica muy joven.
-¿Corriste la cortina?
-No, pero vi cuando se acostaron en el sofá.
-¡A ver Ed, Edd y Eddy!
-Pero la besaste.
-Una vez pero no la toqué.
-Fue mucho tiempo.
-Porque después me obligó a quedarme dormido con el maratón de Hey Arnold!.
-Pensé que ustedes ...
-¿Mataste a Verlhac por nada?
-No puede ser ...
-¿Por qué pusiste el cadáver en casa de Carlota Liukin?
-Para que supiera que todo iba a estar bien.
-¡Está con la policía! ¡Y su hermano le gritó "asesina"!
-No fue exactamente lo que Adrien Liukin dijo.
-¡Aléjate de Carlota!
-¡No me maltrates, Sergei!
-Arregla esto.
-No puedo, el Gobierno Mundial montó la escena.
-Verlhac era mi amigo, tú vas a pagarme por esto.
-¿Cómo?
-Diré que fui yo.

Cumberbatch únicamente alcanzó a ver el salto de Trankov a otro edificio antes de perderlo de vista e intuyendo que los descubrirían pronto, llevó a Adrien y Javier a la manifestación, ordenándoles mezclarse entre la gente.

*Este cuento es ficción, por favor no traten de hallar en él algo más.

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viernes, 23 de enero de 2015

El asesinato de un buen hombre


No sólo los caricaturistas de #CharlieHebdo merecen homenajes, también los moneros del mundo que han criticado y motivado a sus sociedades al cambio.

Para Pepe San, con admiración (y gracias por el plastoon que ilustra el cuento a continuación).

Corrían las cinco de la mañana y en París comenzaba el frío matinal que precedía al otoño cuando Sergei Trankov apareció en la puerta de un edificio cercano al canal St. Martin. No había mucho ruido y aguardó con poca paciencia a que un caricaturista, de nombre Stéphane Verlhac, saliera de casa para abordarlo y pedirle algo que le incomodaba. Verlhac curiosamente se había interesado en colaborar con Jean Becaud para su novela gráfica.

-Monsieur Verlhac, usted tiene algo que me pertenece - dijo por saludo.
-¡Trankov! ¿A qué ha venido?
-No puede publicar lo que trae en la carpeta.
-¿Qué dice?
-Deme el boceto y nos vamos en paz.
-Está loco.
-Hablo en serio, usted no quiere imprimir eso.
-¿Cuál es el problema? Lo descubrí, usted es quien debe parar.
-¿Detenerme con qué?
-Carlota Liukin... Seducir a una niña es algo muy bajo, Trankov.
-No lo hice.
-¿A qué le teme? ¿A que sepan que usted está en París o al escándalo que va a reventar cuando lo denuncie con un simple dibujo?
-Ella no merece esto.
-Exactamente. ¿A qué juega, Trankov? ¿La busca a diario y la besa cuando está a solas? ¿Va a alegar que la niña lo provoca o que se lo buscó? ¿Cuándo se convirtió en el villano? ¡Por qué Carlota Liukin!
-¡Carlota Liukin ...! No puedo decir nada pero no publique ese carton si no quiere confundir las cosas.
-Lo vi en el parque de Les Halles con ella, platicando y luego con una pelota...
-Eso fue todo.
-Claro que no, sé bien lo que ocurrió: ¿Dónde fueron después? ¿Me va a negar que no estuvieron en un edificio de Montmartre, solos? ¡Hasta tengo el número del departamento!
-No es lo que está pensando.
-Pruébelo y desmiéntame en cuanto esto aparezca en el periódico. Buenos días.

Trankov se llevó las manos al rostro e intentó seguir a Verlhac por la banqueta pero lo perdió de vista pronto y pensó que ahora sí se le avecinaba un fuerte problema. La caricatura mostraba a Carlota en una bata blanca y entrando a un dormitorio, invitando a Trankov con el gesto. El texto decía "Sans commentaires"* y Jean Becaud había avisado al guerrillero la noche anterior.

Sin embargo, a unas cuadras de ahí, la agente del Gobierno Mundial, Talullah Brewster interpeló a Stéphane Verlhac y le impidió tomar su acostumbrado autobús rumbo a la redacción de su revista "Les incorrects"**. Después de darle un puntapié y sangrarle la nariz, la mujer le arrebató la carpeta y quemó su caricatura. Verlhac fue subido a un vehículo y poco después, nadie supo de él. Todo en menos de diez minutos.

9:00 am, casa de Romain Haguenauer.

El timbre sonó en punto, no era novedad. El periódico, el jugo y las verduras solían ser entregadas a esa hora y Carlota Liukin decidió atender. A pesar de que permanecía distante debido a que su padre no se disculpaba aun, todavía conservaba los ánimos para sonreír de vez en cuando y hasta mandar saludos a quien se lo pidiera. Preparada para quedar bien, ajustó los botones de su vestido azul marino y abrió la puerta. Sus propios gritos la llevaron de nuevo al pasillo.

-¡Carlota! - exclamó Ricardo Liukin al verla alterada y alzando la vista, no tardó en saber la razón.

-¡Alguien llame a la policía! - gritó y su hijo Adrien, aparentemente al término de uno de sus lapsos ausentes, caminó hasta la banqueta y ante la estupefacción de su hermana, levantó un papel y lo mostró: "Hommage à Carlota Liukin"***.

-¡Adrien, suelta eso!
-Lo hicieron por ella, ¡todo lo hacen por ti!
-Hijo, ven conmigo y no digas nada a tu hermana.
-¡Tú lo hiciste, Carlota! ¡tú y Trankov!
-¡Calla, Adrien!
-¡Carlota es una bruja! ¡Te odio, Carlota, te odio!

Y el chico comenzó a gritar desgarradoramente antes de que su primo Javier apareciera en escena y telefoneara a las autoridades, reportando el mensaje a su prima y lo más importante: el cadáver de un hombre.

A unas puertas de distancia, el alboroto llamó la atención y despertó a los Becaud con extrañeza.

-¿Los Liukin están gritando? - preguntó Judy desde el balcón de su apartamento, asomándose para terminar tan impresionada como ellos y pedirle a Jean que viera aquello con urgencia. Él reconoció a la víctima y como pocas veces, cayó en un estado de angustia.

-¡Verlhac! ¡No, Verlhac!
-¿Quién es?
-Mi grafista, no puede ser...
-¡Jean, gobiérnate!
-¡Ayer hicimos planes!
-Tranquilo...
-¿Será por mi novela?
-¿Cuál?
-¡Verlhac!

Judy abrazó a su marido y no tardó en ver a Javier Liukin levantando al desconsolado Adrien, que seguía culpando a Carlota mientras sacaba un cómic de su abrigo y lo hojeaba con insistencia.

-¡Tú hiciste esto! ¡Trankov y tú! ¡Maldita! - insistía el niño.
-¡Carlota no sabe quien es el muerto! - respondió Javier.
-¡Verlhac escribía el "Star du North"!
-¿Sería un error?
-¡Fue ella! ¡Ella!
-Calma.
-¡Lee aquí! ¡Verlhac sabía algo de Carlota y lo mataron!

Javier, escéptico de su primo a pesar de comprobar lo que el cómic exponía a cada rato, revisó las viñetas, topándose con una que le sorprendió: Carlota aparecía entre corazones, susurrando "mon Sergei" y Trankov era retratado como un cazador, que replicaba "my little princess". La historieta narraba como un cuento de hadas se volvía realidad.

-¡Esto tiene que ver con con ella! - expresó Javier Liukin y Ricardo apretó más a la joven, que totalmente muda y fría comprobaba que Sergei la observaba desde el lado del frente, leyendo en sus labios "juro que yo no maté a Stéphane Verlhac" (continuará).

*Sin comentarios
**Los incorrectos
***Homenaje o tributo a Carlota Liukin.

P.D. Este cuento es sólo eso, nada más, nada menos.

lunes, 19 de enero de 2015

La mujer de rosa


Fotografía de Fréderique Calloch©

La pelea entre Bérenice Mukhin y Carlota Liukin causó sensación y en los noticiarios la repetían completa una y otra vez, haciendo hincapié en que la última había sido "molestada instantes previos por una desconocida durante su fiesta de cumpleaños".

-¡Que buen golpe! - comentaba Maddie Mozer antes de darle un sorbo a un café y pedirle a sus colegas que le enviaran el video lo antes posible para "disfrutarlo" en casa más tarde. En la jefatura de policía de Tell no Tales a menudo se perdía el tiempo con ese tipo de cintas.

-Creí que los encontraría trabajando - señaló por saludo Lleyton Eckhart, mismo que ahora tenía cara de haber dormido bien, de perderse el periódico para estar de buen humor, de desayunar en calma y de estrenar abrigo.

-Maddie ¿qué hacías con esa gente?
-Divertirme.
-¿No tienes archivos que ordenar?
-Que gracioso, lo mismo me preguntaste ayer.
-¿Soy tan predecible?
-Eres aburrido, Lleyton.
-Bueno, pero tengo un caso que presentar en la tarde nos vemos.
-Oh, no querrás ir.
-¿Por qué no?
-Creí que preguntarías por Bérenice. Interpol la identificó.
-¿En serio? ¿Cómo la localizaron?
-¿Cómo que cómo? Estuvo en un pleito.
-¿Cuál?
-¿No te has enterado? Te dejé un mensaje esta mañana.
-No revisé en la contestadora.
-¡Ay Lleyton! ¿No has visto nada?
-¿Qué pasa?
-Ven acá.

La mujer jaló a Eckhart hasta el escritorio de uno de los detectives y se cruzó de brazos. La noticia iba a ser transmitida nuevamente.

-"Esta es la imagen que le da la vuelta al mundo: Carlota Liukin reaccionó furiosa cuando una mujer de nombre desconocido interrumpió un festejo privado. En el video se puede apreciar como la deportista derriba a la inoportuna, queremos creer artista callejera por el vestuario, ruedan por el suelo y hasta puñetazo le propina... Las autoridades de la ciudad de París llegaron un poco tarde pero la patinadora ha sido multada con 100€ por alterar el orden, su padre responderá por este incidente y se espera que haya una declaración al respecto. Del paradero de la mujer, nada se sabe".

-¿Bérenice en París?
-Así es.
-Pero estaba trabajando ayer.
-¿Sigues viéndola?
-Baja la voz.
-¡Lleyton, no puedo creerlo!
-La mujer de la pelea no puede ser Bérenice.
-Pero trae uno de esos uniformes que le ponen en la cantina.
-Eso es verdad.
-¿Qué atuendo traía ayer?
-Un vestido rosa.
-¿No tenía brillantes, lentejuelas, algo?
-Se parecía mucho al del video.
-Lo peor no es que Carlota Liukin le haya dado ese gran puñetazo, ¿reconociste al que estaba separándolas?
-No lo sé.
-Era Sergei Trankov.
-¿Qué?
-El mismo, así que puedes descartar el operativo en el hospital.
-No entiendo.
-Mmh, si me preguntas, estamos en las mismas.
-Te juro que Bérenice estuvo ayer con su escándalo de siempre en el congal de todos los días.
-Que chistoso, dijiste "congal".
-Maddie...
-Bueno, era un chascarro.
-¿Y qué reportó Interpol?
-Que buscarán a Bérenice, de Trankov no hay nada.
-Si quisieras ir a París, tendrías que cruzar medio planeta; esa mujer está en la barra sirviendo salkau a esta hora, te apuesto lo que quieras.
-Lleyton, te creo, pero ¿qué hay con el video? Es una evidencia clarísima de que está en París.
-No es ella.
-Lo es, la acabas de ver muy despeinada, por cierto.
-Carlota Liukin no le hizo nada a Bérenice Mukhin, lo probaré. Voy por unos papeles y cuando regrese, te quiero aquí con tu bolso, vamos a visitarla.
-¡Lleyton, hoy quedé de ir a las doce con una amiga!
-¡Pues cancela que tenemos resolver esto!
-¡Estás loco!

Maddie Mozer se cruzó de brazos y fue a su área inmediatamente, tratando no hacer berrinche. Las salidas ocupaban su día y no había archivado cuidadosamente los últimos casos, pero se distrajo, no porque se hubiese vuelto adicta a no hacer nada, sino porque en ese momento Lleyton tenía un punto: París estaba demasiado al norte como para llegar en un solo día. Había que ir por tren, tomar el vuelo desde Hammersmith y pasar por inmigración en un lapso de dos días si no sucedía nada en las vías que afectara el traslado. Bérenice Mukhin no podía ser la mujer de la trifulca por causas naturales.

-¡Muéstrenme a Carlota Liukin dándole su merecido a la tipa esa! - exclamó al volver a las oficinas. No tardaron en hacerle caso.

-¡Oh, qué puñetazo, esa niña tiene talento!... ¿Ahora le pueden regresar?
-¿Hasta dónde?
-Antes de que se colgara en la mujer... Ahí, despacio córranla.... ¿Mukhin? Otra vez lo mismo, por favor.
-¿Qué le interesa?
-Detenga la cinta, oficial... Bérenice Mukhin, no hay falla.
-Eso lo sabemos ¿por qué checarlo?
-El fiscal va a procesarla en cuanto se logre su captura ¿o quién lo hará?
-Nadie, ya ve como se maneja esto.

Maddie no sabía que pensar. Si Lleyton le había dicho la verdad, ¿quién rayos era la mujer del video? y a la inversa sería más extraño. Sin embargo, la intriga debía caer directamente sobre Sergei Trankov porque ¿qué tenía que ver en el asunto? ¿Iba pasando como era su costumbre? ¿Le pareció oportuno detener ese bochornoso número? ¿Por qué la Interpol no lo había reconocido? Tal vez nunca lo sabría pero a la distancia, la clave del misterio bien podía ser él ya que los rumores apuntaban a que era el líder de la pandilla Rostova y estaba comprobado que la gente famosa era de su agrado.

-"Un día le voy a reclamar a Carlota Liukin por esta idiotez ¿A qué bonita hora le pareció perfecto hacer la pelea de gatos?" - se preguntaba la mujer poco antes de fingir que revisaba unos documentos y las manecillas del reloj.

-Bueno Maddie, vámonos.
-¡Espera, Lleyton! Por lo menos deja que acabe con mi taza.
-Hay que hacer esto rápido, deja eso.
-La cantina de Don Weymouth no se va a ir a ningún lado.
-Pero Bérenice sale al mercado y se tarda.
-Lo que tú quieres es verla ahora.
-Lo que digas pero andando.

Lleyton Eckhart entró al elevador y Maddie sujetó su bolso como si alguien quisiera robárselo. No sería la primera vez.

-Estás bastante mal, amigo.
-¿A qué vino eso?
-Antes la hubieras arrestado o mandado a buscarla con un montón de policías.
-¿Qué pruebas tengo contra ella?
-Esas te sobran, pero estás embobado.
-Hago mi trabajo yendo a interrogarla.
-A visitarla, más bien.
-¿Crees que esa mujer nubla mi juicio?
-No lo nubla, solo te hace ver un poquito tonto.
-¡No soy tonto!
-Tienes dos opciones: meterla a la cárcel o invitarla a cenar.
-¿Y qué hago con el novio? Ni siquiera sé quien es para ver de que me estoy librando.
-Perdona Lleyton, ¿qué?
-Ella me dijo que sale con alguien.
-¿No te has dado cuenta de quien es ese "misterioso" chico?
-Tú lo conoces, dime.
-El cabeza de Bob Patiño.
-¿El del hospital?
-Al que le compré ropa.
-¡Maddie!
-¡El chico lucía decadente! Y no tiene dinero, hasta le hice un favor.
-No es en serio.
-Bérenice no podía tener mejores gustos.
-Y tú odias la caridad.
-No fui la que le regaló a esa mujer todos los artículos del departamento de belleza.
-Si ella me quiere ver la cara mientras la interrogo, arréstala.
-¿Estás enojado?
-Tengo que hacer mi trabajo ¿no crees? Llama refuerzos cuando te diga.
-Lleyton, mejor acepta que es mejor que tengan una cita. Dejemos este lugar.

Maddie condujo al hombre hasta un taxi y pidió que los llevaran al Panorámico antes de percatarse de algo: Lleyton ya sabía de Luiz, sólo que se negaba a creerlo, no porque no creyera a Bérenice Mukhin capaz de elegirlo. Si aun la espiaba, entonces podía suponer que no se atrevía ni a mirarla a los ojos y a últimas fechas, ni siquiera a entrar a contemplarla desde el rincón más alejado de la taberna de mala muerte en la que trabajaba.

-Al menos el video es una evidencia ¿no crees?
-Evidencia de que en Interpol son unos idiotas.
-¿Y si no?
-De todas formas quedaríamos como estúpidos, Maddie. La policía de Tell no Tales no detiene a una simple mujer aunque la tenga en la nariz.
-Qué curioso que lo digas.
-Si vuelvo a hacer el ridículo, pégame en la cabeza.
-De una vez.
-¿Qué te pasa?
-Lleyton, respira profundo, concéntrate y paga.
-¿Llegamos tan rápido?
-No estamos tan lejos.
-Qué oportuno, tengo una llamada. ¿Maddie, te encargas?

La mujer recibió un billete de manos de Lleyton y cubrió la tarifa del taxi mientras veía que su amigo parecía muy contento con la conversación fugaz que prosiguió. Cuando el auto se fue, ambos parecían contagiados por una gran felicidad.

-¿Quién te llamo? ¿Otra chica?
-Maddie...
-Es que ahora te siento muy relajado.
-Me habló Kovac.
-¿Tu amigo guapo?
-Sólo trabaja como tú y yo.
-Yo no me pongo boxers CK, ¿tú si?
-Qué graciosa.
-¿Qué quería tu súper amigo modelo de CK?
-Ahora resulta que a ti también te gusta.
-¡Kovac es un monumento!
-Por Dios.
-Es un hombre muy sensual.
-Cálmate.
-¿Qué quería?
-Regresa a la ciudad, me pidió que vaya a recibirlo.
-¿Cuándo?
-Ni lo pienses.
-Te estoy cubriendo con Bérenice, no puedes negarte.
-¡Este es un favor de amigos!
-Los favores se devuelven.
-Mañana si no pasa otra cosa.
-¡Voy a conocer a Kovac!
-¡Mujer!
-¡A ti te gusta una terrorista, agitadora y golpeadora de policías y no digo nada!
-Te van a escuchar.
-Ven, la cantina está a nada.

Lleyton y Maddie entraron en la calle peatonal del Panorámico y el ruido de los bares los aturdió por un momento. Eran las últimas semanas del verano y obviamente esa calle estaba llena de jóvenes, luces y músicos, gente que consumía tabaco en las banquetas y borrachos que brindaban en los locales o despilfarraban su dinero mientras presumían de adinerados; socialités exhibicionistas y uno que otro pobre diablo que simulaba ser un rudo asaltante del barrio Blanchard y tenía suerte con algunas de esas chicas que buscaban algo exótico de que burlarse. Todo un desfile de fauna que contrastaba dramáticamente con Evan Weymouth, que aun conservaba ese buen aspecto de chico responsable y sufría mientras auxiliaba a una congestionada jovencita a sostenerse en pie.

-Qué asco.
-Es lo que Don Weymouth le ha obligado a soportar.
-¡Lleyton!
-Ese chico debería buscar una beca, es muy talentoso.
-Al menos se gana la vida en lugar de ir con estos rufianes a perder el tiempo.
-¿Crees que Bérenice esté ahí?
-¿No te preocupaba el pobre Evan?
-No puedo arrestar a su padre, hace algo legal.
-Entra, suerte Lleyton.

La entrada al bar era un poco difícil aunque no hubiese tantos parroquianos como en otros lugares. Por el horario, se podía decir que los clientes apenas iban llegando y que nadie quería toparse a los pescadores, famosos por buscarse problemas en donde fuera. El olor a comida recién hecha y un piso limpio sólo hablaban de que aquel negocio iba mejorando.

-Terminé con Scott, jefe ¿Quiere que le ayude en algo? - gritó Bérenice de repente.
-Siéntate a esperar - replicaba Don Weymouth mientras levantaba las propinas de la barra.
-¿Puedo poner música?
-No.
-¡Ah!
-Aunque protestes, te me quedas quieta y ponte hielo, ese ojo está más morado que una berenjena.
-¡A la orden, jefe!

Lleyton y Maddie se acercaban lentamente cuando Bérenice sacaba una bolsa con hielo y se la colocaba como si no sintiera nada.

-Tiene el moretón - dijo Maddie a su distancia.
-Pero está trabajando aquí, si estuviera en París...
-Entiendo, entiendo.
-Te dije que la de las noticias no era ella.
-Entonces no hay de qué preocuparse, ahora salúdala y charlen un momento.
-¡No puedo hacer eso!
-Que tenga novio no significa que no le digas que todavía existes.
-¿Qué pretexto le invento?
-Yo te mato, ¡ve!

La mujer empujó a Lleyton hacia la barra, dejándolo muy cerca de Bérenice. Él no sabía por donde empezar, pero con la cantinera no hacía falta esforzarse porque siempre tomaba primero la palabra.

-¡Hola!
-Buenos días, señorita.
-Creí que no volvería a verlo.
-¿Por qué?
-Hace tanto que no venía.
-¿Cómo estás?
-Adolorida pero se me va a quitar.
-¿Qué sucedió con tu ojo?

Bérenice se encogió de hombros.

-"La imagen del día ocurrió en Francia... Carlota Liukin enfureció y tuvo una pelea con una mujer que supuestamente la estuvo acosando en su cumpleaños. La policía francesa la multó y está en búsqueda de la desconocida a quien apodan "la mujer de rosa" y dicen que estuvo minutos antes dando un espectáculo de teatro callejero".

-¡Oh, así se vio ese puñetazo!
-¿Te gusta la televisión?
-A veces, pero han estado repitiendo esa pelea toda la mañana. Hasta me duele más el ojo.
-¿Te pegaron?
-Me peleé afuera de un restaurante.
-¿Por qué?
-Besé a mi héroe. No sabía que Carlota era tan celosa.
-¿Perdón?
-¿Usted es policía, verdad?
-Alguna vez te dije que sí.
-Rayos, ya despepité.
-¿Qué?
-Nada, nada, me duele todo.
-Decías algo de Carlota.
-Que se nota que se enojó.
-Hablaste de celos.
-Porque es clarísimo ¡sólo te le avientas a otra mujer así cuando está con tu hombre!
-No sé que tratas de...
-Me metí en problemas por una pieza de pollo en el mercado, me jalaron el cabello, me hicieron este moretón, fin.
-¿No fue en un restaurante?
-En uno que está adentro.
-Menos te comprendo.
-¡Agua mineral! Tome, voy a ver que quieren por allá.

Bérenice dejó la barra y fue a matar el tiempo conviviendo con la clientela, segura de que había cometido el error de hablar de más, sin pensar que Lleyton Eckhart en realidad no tenía idea y estaba tan confundido que no ataría ningún cabo en un buen tiempo.

-¿Nadie quiere nada? ¿Ni un baile? - rogaba para no ir a su lugar.
-Con ese pantalón de monja, no tengo ganas - le contestó un pescador y ella no tuvo opción.

-¿Qué se hicieron tus vestidos de encaje? - preguntó Lleyton al tenerla de nuevo enfrente.
-Me aprietan, la doctora me dijo que no debo usarlos si quiero un bebé.
-Discúlpame.
-De todas formas ya tengo un hijo.
-¿Tienes un qué?
-Sí, es muy chiquito pero no tengo nadie que lo cuide, lo he traído al trabajo y siempre reviso que esté bien.
-No lo metas aquí, ¿quieres que los ebrios lo eduquen?
-Se queda arriba.
-¿Has pensado en una guardería?
-¿Qué es eso?
-Un lugar donde reciben niños pequeños y los cuidan mientras las mamás trabajan.
-¿Es seguro?
-La mejor está en Nanterre, en la calle Le Gac, trabajan diario y podrías ir por tu bebé a la hora que puedas.
-¡Le diré a Luiz que me acompañe!
-¿El novio?
-¡Ese mismo!
-¿Es el papá?
-¡Por supuesto que sí!
-¿Dejaste a los Rostova por tu familia?
-Los deje porque Matt Rostov no quería saber de mí... ¡Estoy regando la sopa otra vez!
-No diré nada.
-Los policías no son confiables, pero gracias por lo de la guardenia... guardiosa, guardi...
-Guardería.
-Guardería, gracias.
-Nanterre, Le Gac, no lo olvides.
-No lo haré.
-Me voy.
-¿No se quedará otro rato?
-Tengo trabajo.
-Ah, que le vaya bien.
-Igualmente y un consejo: ponte cáscaras de papa, te quitarán lo inflamado más rápido.
-De acuerdo.
-Volveré, adiós.

Lleyton Eckhart salió sin saber qué hacer. Bérenice lo había llevado a cierto punto muerto y al parecer, no las cosas no cambiarían pronto.

-¿Cómo te fue, galán?
-Maddie...
-Uy, estás muy mal.
-Se peleó en el mercado, eso entendí.
-Misterio resuelto.
-Antes me dijo que besó a su héroe y Carlota Liukin es una loca celosa.
-¿Qué tiene que ver?
-Nunca la entiendo.
-¿Por eso traes esa cara?
-Resulta que tiene un bebé.
-No juegues.
-El papá es el Bob Patiño.
-Ja ja ja ja.
-Soy un estúpido.
-Ahora si me impresionó ¿es verdad?
-Ella misma lo dijo y terminé recomendándole la guardería de Nanterre... No te rías.
-Lleyton, al menos dejarás el ridículo de lado.
-No debí fijarme en Bérenice Mukhin.

Lleyton Eckhart caminó hasta la esquina haciendo patente cierta irritación. ¿Por qué no se había dado del cuenta del bebé de Bérenice ni del novio? ¿En verdad era tan idiota? Lo peor es que le faltaba el arrojo para llevarla a la estación y a pesar de todo, era una mujer que le atraía más. Lástima que ella no le hiciera menor caso; le habría dicho que siendo la del video o no, de todos los colores que le había visto, se veía más hermosa vestida de rosa.


jueves, 15 de enero de 2015

Las consecuencias de un golpe


-Aquí nos separamos - dijo Sergei.
-Gracias por traerme a casa.
-De nada, me divertí mucho.
-No quiero entrar.
-Pero te sobra cumpleaños.
-No creo que me vaya bien.
-Tuviste tu primera pelea, es algo.
-Me van a regañar.
-Lo mereces.
-Oficialmente tengo catorce años.
-Algo me dice que ya no te saldrás siempre con la tuya.
-Nos vemos.
-¡Oh, te enojaste otra vez!
-Obviamente no, solo me despido.
-Está bien, adiós.

Carlota presionó el timbre y Judy Becaud abrió enseguida, sin evitar abrazarla.

-Te vi en las noticias, qué susto.
-¿Qué noticias?
-¡Dicen que te enojaste con otra chica porque te arruinó el día!
-Eso no pasó.
-¡Y tu papá! Está muy enojado, ni siquiera me atrevo a hablarle... Te está esperando en la sala.

La joven Liukin volteó hacia Sergei por última vez y Judy, con intenciones de evitar que lo vieran, cerró sin despedirse. Al interior, nadie se hallaba más que Ricardo.

-Carlota, ven aquí.
-Si necesitas algo, me llamas niña - pronunció Judy.
-No creo que eso sea posible, señora Becaud. Déjenos solos, por favor.

Judy salió y Carlota se aproximó tímidamente a su padre, sin poder inventar un pretexto sobre la marcha.

-Siéntate.
-Papá...
-¡Me quieres decir donde estabas!
-En Les Halles, en un parque.
-¿Haciendo qué?
-Jugar en los columpios.
-¿Nada más?
-También con una pelota.
-¡Mentira!
-¡Es verdad!
-¿Con quién estabas?
-Sola.
-¿Después de irte con Trankov, crees que puedes verme la cara?
-No pasó nada.
-¡Qué hicieron!
-Te dije que estuve en el parque, él empujaba mi columpio y nos lanzamos una pelota, es todo.
-¿No te dio besos, no te prometió el mundo, no se atrevió a...?
-¿A qué?
-¿Oíste lo que Edwin dijo sobre él?
-Que es un payaso.
-Lo otro.
-¿Qué fue?
-No te finjas inocente ¡Sabías que Zooey Izbasa tenía tu edad cuando empezó a acostarse con Trankov!
-¡No pasó nada!
-¿Cómo puedo estar seguro?
-¡Pregúntale!
-¡Claro, es tan confiable la palabra de ese delincuente!
-¡No es un delincuente!
-¿Entonces, qué es? 
-Es mi amigo, papá.
-¡No entiendes! ¡Te pedí que no te le acercaras más!
-¡Él me buscó en el hospital!
-¿Por eso lo recibes ahora?
-¡Lo amo, papá!
-¡Y te la pasas haciendo el ridículo! ¿Me puedes explicar cómo rayos se te ocurrió agarrarte a golpes con otra mujer? ¡Y para colmo, la provocadora fuiste tú!
-¡Defendí a Sergei!
-¿No puede hacerlo solo? ¿O no te habrás confundido? ¡Ni siquiera metió las manos y él besó primero!
-¡Él jamás besaría a esa mujerzuela!
-¿Qué dijiste?
-Él no la besó, no porque quisiera.
-Llamaste "mujerzuela" a una mujer que lo único que hizo fue besar a un hombre no te quiere. ¿Cómo te atreves a justificar a un irresponsable que jamás te ha volteado a ver y que tal vez lo hizo hoy para aprovecharse de tu estupidez? ¿Cómo te atreves a ofender a otra mujer?
-Trankov me ama.
-Claro que no.
-¡No se habría arriesgado tantas veces por mí! ¡Acuérdate!
-¡No, Carlota! ¡Trankov no te puede amar y si parece que lo hace es para abusar de ti!
-¡Es incapaz!
-¡No hay amor entre una niña y un adulto, lo que hay es un desgraciado pasándose de listo!
-¡Sergei nunca me lastimaría!
-¿Entonces, por qué lloras? 

Carlota optó por no añadir más.

-¿Cielo, qué hiciste?....  No, Carlota, tú no, por favor dime que no accediste... Cielo, mírame, ¿no te pasó nada? Contesta, sólo di "no", amor, la respuesta es "no". ¡No, Carlota, por qué! ¿Es tanto ese amor que le diste lo que quería? 

Aunque la joven escuchaba incrédula lo que su padre decía, cierta ira la impulsó a responder rompiendo un adorno de cristal, cortando la palma de su mano. Ese acto la contenía de lanzarse contra él.

-Cielo, ¿por qué? ¡No te hagas daño! ¡Perdóname! Perdón, perdón, no ... Ven, hay que ir a que te revisen, no te niegues... Llamaré al doctor Klose, tranquila cielo.

La chica sólo vio a su padre telefoneando con insistencia y abriendo la puerta pocos instantes después para recibir al médico, mismo que distinguía los cristales en el suelo y la sangre que brotaba y manchaba la alfombra.

-¿Fue un accidente?
-Ella agarró una figurilla y se rompió.
-Hay que lavar.
-La cocina está aquí atrás.
-Niña, ven acá.

Carlota acompañó a Klose hasta el fregadero y dócilmente permitió que limpiara su herida.

-¿Es grave?
-Veré si es de sutura.
-Cielo, no te asustes, entiendo que fue sin querer.
-Tengo que pedirle algo.
-¿Qué necesita, doctor?
-Hablar con su hija a solas.
-¿Para qué?
-Es de rutina cuando un menor se lastima, ¿comprende?
-Desde luego. Cielo, te espero en la sala.

Ricardo Liukin aseguró la puerta y Carlota miró al médico enseguida.

-¿Todo bien?
-Sí.
-¿Cómo te lastimaste?
-Quebré un osito, fue todo.
-¿Nada más? ¿Qué querías hacer?
-Me enojé.
-¿Tu padre te gritó, te quiso golpear?
-Discutimos.
-¿Puedo saber la razón?
-Me peleé en un bistro y después me fui a un parque. Llegué a casa a las siete y mi papá estaba molesto.
-También me enojaría pero no podría hacerte algo malo.
-Me enojé y apreté el osito.
-Si pero ¿qué te llevó a hacerlo?
-Quería darle un puñetazo a papá, así que mejor me herí. ¡Yo no le haría nada malo!
-¿Por qué querías golpearlo?
-Porque piensa que me pasó algo, pero solo fui al parque, lo juro.
-¿Le explicaste?
-No me cree.
-¿Estás segura de que es lo que sucedió?
-Sí.
-Si cambias de opinión o tu versión es otra, no dudes en llamarme
-Usted tampoco confía en mí.
-No es por eso, es porque debo informarte. 
-¿Podría decirle a mi papá que no hice nada?
-Por supuesto.
-Gracias.
-Bien, ahora te pondré antiséptico y una venda. Tuviste suerte, creí que tu cortada era más profunda.
-¿Es todo?
-No morirás, iré a avisar.

El doctor Klose abandonó la cocina pero pronto se percató de que Ricardo Liukin no estaba solo y queriendo escuchar su conversación, se acercó a hurtadillas.

-Gwendal ¿qué hago mal?
-Te había dicho que no escuchas bien a los niños.
-Andreas sólo hace idioteces, Adrien evita al máximo juntarse conmigo y Carlota se empeña en seguir con Trankov y retener a Joubert, no sé por qué, no me lo explica. Hoy se comportó de una forma que su madre y yo no le enseñamos, yéndose a los golpes con una mujer que ni siquiera conoce.
-Hay que reconocer que Bérenice no le devolvió la desgreñada.
-No esperaba esa conducta, no de una señorita.
-Estaba celosa.
-¿Eso qué? No tiene justificación.
-Ricardo, estás juzgando muy duro a Carlota.
-¿Qué quieres? ¿Sabías que pasó la tarde con Trankov después? ¡No me cuenta que ocurrió! 
-Es natural, no siempre vas a saber sus cosas.
-¿Pero con Trankov? ¿Conociéndolo como lo conocemos, cómo no me voy a poner mal?  
-Cálmate.
-¿Si le hizo algo a mi hija, qué hago?
-Por Dios, no te inventes historias.
-Ese desgraciado no se limita.
-Pero Carlota le importa, nunca se atrevería.
-Ella se negó a decirme que pasó cuando estuvieron juntos.
-Te aseguro que nada.
-Pienso en Zooey Izbasa, en Lubov Trankova, en todas las que han caído; Carlota es muy diferente pero una niña enamorada hace lo que sea y ella estaba sola ¿Quién me asegura que las cosas siguen en su lugar, que resistió?... ¿Y si Carlota aceptó hacer el amor con él?
-De todas formas, no tendrías derecho a saber nada.
-¡Es una niña!
-Con la que cometes un error.
-¡En Hammersmith corrió tras él!
-Carlota no es la clase de jovencita que demostraría su amor a Sergei Trankov de esa forma, ni a nadie más. 
-¿Si no es así?
-Me sorprende que no le tengas confianza.

El doctor Klose volvió a la cocina completamente asombrado, creyendo de pronto que Carlota Liukin había hecho bien en herirse. Él también habría deseado agredir a su padre ante tal insinuación si fuera ella. Guardando silencio por su tardanza, sostuvo la mano de la joven y se consagró a vendarla.

domingo, 11 de enero de 2015

Sexto Paréntesis (Recepción de comentarios de los lectores)



La sexta etapa de No vivo aquí concluyó este 2015 y no me queda más que reiterar los agradecimientos por sus visitas y observaciones. Esta vez, en lugar de dar una conclusión, hay un anuncio:

El 14 de febrero se publica el cuanto anual por San Valentín y me gustaría su participación.
¿Quieren ganar un cuento con dedicatoria?

Lo único que tienen que hacer es dejar un comentario en esta entrada hasta antes del 1 de febrero. Mucha suerte porque solo habrá un premio y el ganador podrá elegir los personajes y locaciones (París o Tell no Tales) que guste.

Gracias a todos, nos vemos en la temporada siete.

miércoles, 7 de enero de 2015

Capítulo 200: La cita en París, segunda parte (Los relatos del Adviento, final de temporada)


Este cuento comemora la Navidad Ortodoxa.

2 de agosto, 2002.

El cumpleaños de Carlota y Adrien Liukin estaba por comenzar, había regalos, pastel y familiares reunidos en un encantador bistro llamado "Les dois Jules" pero al fondo del local, Edwin Bonheur esperaba a una Bérenice Mukhin que no llegaba a su cita. La razón era sencilla: ella acababa de escapar del trabajo y al cruzar el espejo, cometió el error de no fijarse a donde llegaba, dando como resultado que se perdiera.

En lugar de tirarse al pánico, Bérenice reventaba de risa y actuaba coqueta con les flics* para que le dieran las instrucciones adecuadas pero sólo los sonrojaba, lo mismo que a los peatones que la veían con su vestido rosa de can can. Ella fingía cantar e imitaba a las bailarinas de los "ridículos" espectáculos del cabaret, arrebatando carcajadas y aplausos mientras posaba para las fotos y sacaba de los bolsillos de su falda el labial fucsia para dejar las marcas de sus besos en toda clase de mejillas.

-Suelo ser muy cariñosa - sentenció antes de que se le ocurriera seguir con sus gracias. Por supuesto, para su numerito no era necesario aclarar que llevaba puesto el uniforme de mesera.

-¡París, te amo! - le decía a su público y terminaba su sesión bailando una polka de forma cómica para escabullirse poco después entre la nutrida muchedumbre que visitaba Les Halles.

-¡Alguien diga como llegar a "Le dois Jules"! - solicitó de pronto y nadie le indicaba la dirección, pero los parisinos parecían atraídos por su aspecto y varios se dispusieron a ayudarla.

-Toma el metro y baja en Montparnasse - sugirió alguien.
-Vete a Montmartre - le decía la mayoría y otros sugerían buscar cerca del Quartier Latin, pero una voz grave y varonil advirtió:

-Les dois Jules está cerca de Notre Dame.

Todos callaron y detrás de Bérenice apareció un hombre irreprochablemente bien vestido, al que de inmediato se arrojó en brazos.

-¡Mi héroe! - gritó y por la euforia, cayó con él, besándolo en agradecimiento.

-Quítate de encima.
-Mi héroe, era un sueño abrazarte mientras nos acostamos juntos.
-¿Qué? ¡No!
-¿Sergei, me dejas alborotada y en el suelo?

Como la gente observaba, Sergei Trankov optó por quedar medianamente bien e incorporó a Bérenice, misma que suspiraba y continuaba apretándolo.

-¡Mi amado guerrillero de la justicia, cómo he deseado que estés a mi lado!
-¿Quieres cerrar la boca? - En voz baja - ¡Sigues diciendo que soy un guerrillero y no van a tardar en reconocerme! Si me voy arrestado, te arrastro conmigo, ¿Te llamas Bérenice?
-¡Te acuerdas de mí!
-¡Silencio y vámonos de aquí!

Como la joven notara que Trankov estaba realmente irritado, bajó la mirada y se colgó de su brazo mientras fingía ser obediente.

-No es tan lejos, camina.
-¿Dónde estoy?
-En Le Marais.
-¿Cruzaremos un puente?
-¿De verdad no tienes idea de donde está ese café o te haces la tonta?
-No tengo idea y sobre lo otro la verdad es que soy tontísima.
-Tan tonta, no sabes...
-Ay, tan lindo mi héroe.
-¡Deja de hacer eso!
-¿Qué?
-Pongamos la cosas sobre la mesa.
-¿Qué mesa?
-No me coquetees, no hables, no te hagas la graciosa y no mandes besos a quien sabe quien. Pórtate como si tuvieras un poco de cordura, por favor.
-¿Cordura? ¿No es un cordero?
-A eso me refiero. No quiero oírte otra vez con tus locuras y disparates.
¿Quieres que... cierre el pico de a deveras?
-Te lo suplico.
-¿Es porque así me ves más bonita la cara?
-Actuaré como que sí.
-De acuerdo, ¡guapo!

Bérenice guiñó su ojo y él intentó no sonreírle para no delatar que al final de todo le caía bien. Sergei Trankov no era tan distante de los que encontraban un irresistible atractivo en la otrora pandillera y amaban sus deshinibiciones y atrevimientos; pero en su caso, tales atributos lo hacían sospechar de una máscara, aunque no era capaz de pedirle que le mostrara quien era ella en realidad.

-¿Y a dónde ibas? - preguntó la joven.
-Shhh.
-¡Bah! ¿Por qué querría saber? Con ese traje, de seguro a las carreras de caballos.
-¿Para qué?
-¡A un restaurante elegante!
-Ayer estuve en uno... Parecido.
-¿Camisa nueva?
-Vas a empezar.
-¡Es por una chica!
-¡No!
-La loción delata lo contrario... ¿Dije "delata"? ¿Qué es eso?
-No voy con ninguna mujer, si eso te quita la curiosidad.
-Tanto porte no es para ir a jugar cartas o tomar cerveza.
-De vez en cuando un hombre quiere sentirse impecable.
-Más un guerrillero como tú, ja ja ja. "del amor!.
-Un guerrillero del amor ... ¡que es justo lo que no soy!
-Ya dime ¿quién es?
-No te importa.
-¿Ni por mi cumpleaños?
-¿Perdón?
-Es que hoy es mi cumpleaños, ah.
-Es un chiste.
-Puedo probarlo.
-¿Cómo?
-Mi cita tiene un regalo para mí y cuando me vea gritara un fuerte "¡Feliz cumpleaños! Lo vi ensayarlo .
-¿Un hombre te invitó a salir?
-Yo lo hice, pero él no dijo que no. Iremos a nuestro lugar favorito.
-¿Qué tiene de especial "Le dois Jules"?
-En los cumpleaños sirven pastel de chocolate con menta a menos que el festejado lo odie y té hasta que se ahogue en él.

Sergei entonces guardó silencio y pensó ¿chocolate con menta? ¿qué clase de persona aguantaría ese sabor si no era en diminutos dulces? Más aún ¿por qué acompañar algo tan fuerte con té? Y se alteró con su propia respuesta: La amante de semejantes combinaciones ¡era Carlota Liukin!

-Llama a tu cita y dile que van a otro lugar.
-Pero me gustan los estofados de Le dois Jules y quería mi pastel.
-Pues te sabrán amargos.
-Es simple comida.
-No lo será tanto.
-¿Estás nervioso?
-En serio ¿no conoces otro sitio?
-¡Quieres que vaya contigo a otro lugar! ¡Qué romántico!
-No conmigo, sino con tu cita.
-Ah... ¡Pues no, no deseo cambiar mis planes porque se te antoja!
-Llama al valiente que decidió verse contigo y explícale que no puedes llegar.
-¡Edwin es mi mejor amigo!
-¿Edwin? ¿Cuál Edwin?
-¿Celoso?
-¿De qué Edwin estás hablando?
-Edwin Bonheur ¿por qué?

Sergei Trankov abrió más los ojos y con terror le pareció tener enfrente la escena en la que Carlota Liukin abrazaba a Edwin Bonheur como desesperada en los cerezos. No quería imaginarse qué ocurriría si se encontraban en el bistro.

-¿Pasa algo, mi amor?
-Lo de menos sería dejar que esa bruja se meta en problemas - comentó el guerrillero.
-¿Qué bruja?

Pero a bote pronto, él recordó que había conocido a Bérenice cuando extrañamente acompañaba a la familia Liukin en el aeropuerto de Hammersmith. Por donde lo viera, no debía llevarla a Le dois Jules pero no lograba convencerla de que desistiera.

-En vista de que me detestas, me iré por método tradicional.
-¿Qué y qué?
-No me quieres secuestrar, no te interesa una cita y tengo poco tiempo, me iré en el espejo para saludar a Edwin.
-¿Espejo?
-Buscaré el restaurante solita.
-¡No! - sujetándola de la mano, pero le bastó parpadear para encontrarse enfrente de Le dois Jules y ver como Bérenice aseguraba un balín rostov en una media.

-¿Cómo hiciste esto?
-Pasamos por el espejo, pero como estamos en París no tardamos más que un pestañeo.
-¿El espejo?
-Te diría el secreto, pero no lo haré porque no te dejas dar besitos.
-Dale con eso.
-De todas formas ya tengo novio y un bebé.
-¿Entonces por qué me tratas así?
-¡Por molestarte!

Trankov se impresionó con la respuesta y aquello no hacía más que empeorar.

-¡Mira, Sergei! ¡El señor Liukin! Hace tanto que no lo veo, ¡hola!
-No grites.
-¡Hola, tío Gwendal!
-¡Cállate!
-Me acercaré a saludar.
-¡No!

Bérenice era muy veloz y el guerrillero se estiró para detenerla, pero como no conseguía su silencio ni tapándole la boca, la inclinó hacia atrás y la besó, pero la cabeza de la mujer casi se recargaba en el regazo de Carlota Liukin.

-¡Oh por Dios! Esa es pasión - comentó alguien mientras la joven Liukin se llenaba de asombro al reconocer al guerrillero.

-¡Quita tus manos de ella! - ordenó y él volteó a verla con pánico - ¡Deja de besarla! - pero Bérenice no se soltaba y con fuerza levantó a Trankov mientras le atrapaba los labios con maestría. El rostro desesperado del guerrillero no parecía confundirse con uno que hallaba placer salvaje en semejante escena, pero el bullicio llamó la atención de los comensales y uno en especial metió su cuchara. Desde el fondo del local, otro hombre gritó confundido "¿Bérenice, qué te pasa?", ocasionando que la última se desprendiera de su acompañante con una enorme sonrisa.

-¡Edwin! ¿Puedes creerlo? ¡En el camino me encontré con mi héroe!
-¡Ese payaso!
-¡Sergei no es un payaso! - gritó Carlota Liukin previo a enterarse de que Edwin Bonheur era el responsable del comentario.
-¡No es un payaso! Entonces ¿qué es? A todas las mujeres les hace lo mismo, ¡les da un beso y se las lleva a la cama!
-¡Oye! - gritaron Carlota, Bérenice y Sergei.
-Disculpa, Carlota.
-¿Qué haces aquí?
-Iba a comer con esa mujer, pero alguien se quiso adelantar.
-¡Pero mi héroe sólo me hizo compañía en el camino! - intercedió Bérenice.
-¿Por eso llegas tarde? ¿Qué estaban haciendo?
-Ay, Edwin, no te enojes.
-¿No tuviste nada que ver con él?
-Sólo me trajo y a cambio le di sus besitos.

La familia Liukin no entendía nada, pero acordaron cambiar a Carlota de lugar y taparle los oídos para que no escuchara más imprudencias, pero Bérenice enfureció y retadora preguntó a los presentes:

-¿Quieren ver que hice con este hombre? - señalando a Sergei - ¿Quieren que les muestre como me convenció de revolcarme con él?
-No digas idioteces - reclamó Sergei.
-¡Pues me agarró por la cintura y me besó así!

La mujer parecía succionar el rostro del pobre Trankov y la multitud ovacionaba inexplicablemente, pero Carlota Liukin, que se encontraba de pie, que había tratado de conservar los estribos y actuar como si no le importara, no renunció a girar sobre sí y mirar la escena ¿El resultado? Su aun inexpresivo rostro se transformó en colérico y su postura de bailarina en la de un gato erizado. Pudo contenerse unos segundos, pero en lugar de llorar o quedarse en silencio, eligió insólitamente estallar en celos.

-¡Quita tus manos de mi Sergei! - gritó y se abalanzó sobre Bérenice, jalándole el cabello, colgándose hasta tirarla y rodar por el suelo mientras la otra gritaba y los demás batallaban por separarlas. Los hermanos de Carlota, excitados por semejante show, se comportaban como si aquello fuera una función de lucha libre y sugerían patadas, pedían ver sangre y celebraban el único puñetazo que apareció y que dejaría a la señorita Mukhin con un gran moretón en el ojo. Era tanta la gente agolpada en torno a Les dois Jules, que la policía fue advertida y apareció cuando Sergei Trankov sujetó a Carlota Liukin, quien no estaba dispuesta a parar hasta ver a la otra rogándole perdón y prometiendo no acercarse más al guerrillero.

Les flics, les flics! - exclamaban los espectadores y medio mundo salía huyendo, entre ellos, Bérenice y Edwin.

-Carlota, si no quieres tener problemas, ¡corre! - sugirió Trankov y la llevó de la mano, sin darle oportunidad de detenerse hasta un parque en Les Halles, en donde tomaron asiento en una banca.

Sin mirarse, cansados, visiblemente asustados y con la ropa rota - a ella le faltaba un trozo de suéter, a él le habían arrancado los botones del chaleco - ambos iniciaron la conversación, en medio de un ataque de risa.

-¿Por qué hiciste eso?
-¿Cuál de todas las cosas?
-¡Cuando te le aventaste a esa mujer pensé que te habías vuelto loca!
-No sé qué pasó, me di cuenta porque le había dado en la cara.
-Estabas hecha una fiera.
-Ella me enojó, eso alego en mi defensa.
-¿Por qué?
-Esa tipa se pasó contigo.
-Pude haberle dicho algo.
-¡Parecía aspiradora, ni respirar podías!
-¡Te veías muy graciosa!
-Tú igual.
-Yo no se como te agarré.

Hubo un silencio muy extraño a continuación y él la observó con una sonrisa sutil.

-No lo vuelvas a hacer - dijo Sergei en lugar de mencionar cualquier otra cosa y abrazó a Carlota para calmarla un poco más. Ella reaccionó tomando sus manos.

-Tú y yo tenemos una relación.
-¿En serio?
-Una que no sé muy bien de que va.
-Pero relación.
-¿Amigos?
-¿Lo somos?
-Te odiaré siempre, bruja.
-Lo mismo va para ti, imbécil.

Ambos se rieron y continuaron viendo a la nada. Carlota ni siquiera reparaba en que su cabello estaba revuelto, pero lucía tan perfecta que Sergei Trankov no se tomó la molestia de avisarle.



*Flics = En slang parisino significa policías.

jueves, 1 de enero de 2015

La cita en París (Primera parte, Los relatos del adviento)


1 de agosto, 2002. A veinticuatro horas, el cumpleaños de Carlota Liukin acaba de dar un giro inesperado: el baile del salón La Seine se ha adelantado y ella ha escapado de casa. Como no tiene idea de cómo llegar, toda la ciudad la ve correr con un vestido blanco similar a los de época de Napoleón invadiendo Rusia.


-¿Por qué ningún taxi se detiene? ¡Siempre me preguntan si los necesito y hoy nadie!…. ¿Quién sabe llegar a La Seine? ¡Tampoco saben!… Recuerda los mapas, recuerda los mapas…. Montmartre está al norte, Ilé de la Cité al centro ¿o no?, Montparnasse al sur, Trocadero al oeste, el río nos atraviesa, el salón está a las afueras de la ciudad, no voy a lograrlo.

Los parisinos en cambio, se entretenían tomándole fotos, cediéndole el paso y alentándola a apresurarse, como si fuera una actriz retrasada o estuviera filmando un comercial.

-“Vete por la ribera” - le sugerían los pocos que tomaban en serio su predicamento y ella, obediente, lo hizo cuando sintió que no le quedaba más remedio.

-A la izquierda… No, no, era a la derecha… ¡A la izquierda! Tengo que rodear Montparnasse! ¿Recordé la dirección?

Y apresurándose más, contestó el celular cuando las llamadas se tornaron insistentes.

-¿Quién habla?… ¡Joubert, qué bien! ¿Llegaste al salón?…. ¿Cómo que estás formado?… No traigo los boletos, se supone que tú los tienes…. ¿Cuándo? Nunca me los diste…. Siempre reviso mis cosas, no los vi… Joubert, si voy a llegar, lo prometo…. No, no vamos a tener problemas, ¿ya encontraste las entradas, no?… ¿Ves? No pasa nada… Ya sé que después de las doce no dejarán pasar a nadie pero estaré allí…. Estoy en… cerca, te marco cuando ande por allí, adiós.

Carlota colgó y se dio cuenta de que aquello se pondría peor, que no faltaba ni media hora y que se hallaba demasiado lejos como para confiar en el transporte público que ahora sí era abundante.

-¿Por qué no le dije a Gwendal? - se reprochaba antes de recordar que también le había dado las gracias al mensajero.
-Oye Liukin, ¿por qué no me pides el favor? - le dijo Sergei Trankov aproximándose. Ella se llevó las manos al rostro, consciente de que él realmente era capaz de arruinarle el día y si le apetecía, lo haría de una vez.

-Te lo mereces, bebé.
-Imbécil.
-¡Bruja mil veces!
-¿No conoces a alguien más para fastidiar?
-Lubov y yo iremos a un baile en La Seine pero desafortunadamente a ti te pareció una bonita idea hacer lo mismo.
-¡Inmundo animal!
-Deja de ver películas.
-¡Patán!
-Jódete aquí.

Trankov se marchaba velozmente y Carlota, quizás pensando que se compadecería, lo siguió a gritos, impaciente porque él no paraba y la ignoraba olímpicamente.

-¡Ay, no! ¡Al río, no! - expresó la chica al tropezar y ver su celular cayendo al agua; pero lo que más le dolía era manchar el vestido con la suciedad del pavimento.

-¿Ves por qué nunca debes hacer las cosas de mala gana? Ahora sí estás en la ruina, bebé.
-Es mi cumpleaños.
-Y yo soy el Dalai Lama.
-Me veo espantosa.
-Sólo sacúdete, no se verá nada.
-¿Por qué adelantaron el baile?
-No sabría contestar, pero igual voy para allá.
-Sergei, ¿tienes un cuchillo?
-Navaja ¿sirve?
-Voy a cortar esto, se hace así….
-Eres una loca.
-Se verá deshilachado, no importa. Acabo de perder un vestido bonito.
-Liukin, si quieres rentar un vestido, conozco un lugar.
-No me da tiempo.
-Hay una forma de llegar a La Seine, es por el río.
-¿Tienes 20€?
-No pagaré tu viaje.
-Llévame al bote - remató la jovencita llorando.

Ambos avanzaron unos metros y descendieron a un embarcadero que en esa mañana había estado abarrotado. La mayoría de los paseantes asistirían a un día de campo, otros a tomar el sol veraniego, pero nadie sabía de La Seine y los que aun aguardaban por irse contemplaban a una inconsolable Carlota que mutilaba como podía la parte baja de su vestido.

-No hagas berrinche - recriminaba Trankov.
-¡Claro, como no es tu ropa!
-¡Te dije como quitar la tierra!
-Para tu poliéster todo queda bien ¡pero mi vestido es de seda!
-Bien, ya me cansaste.
-¿Te vas?
-Entré al bote sin ti.

Pero a Trankov le pareció que se comportaba groseramente y en un ataque de compasión, le extendió la mano.

-Lubov puede arreglarte, sólo espera.
-Sergei, sé que no es mi cumpleaños.
-No digas nada.
-Es que siempre me sale mal.
-Todavía falta tiempo.
-Deseaba celebrar en el baile.
-¿Me dirías por qué?
-Es mi día, lo quiero para mí nada más.
-¿Por qué no me sorprendes?
-Trankov, ¿si pudieras estar en paz, no lo agradecerías?
-Te besaría los pies
-Tampoco exageres.
-Te dije que sé de un lugar pero no quisiste ir.
-Pero no llegaría a la fiesta.
-Suenas a Cenicienta.
-Si fuera Cenicienta de pura mala suerte serías mi hada madrina.
-Te habría dejado en harapos y con una calabaza.
-¡Pues de todas formas iría a conocer al príncipe!
-Asumo que ese vestido mal cortado es tu harapo.
-La calabaza es esta barquilla oxidada en la que ni siquiera tomaré asiento.

Carlota prefirió quedarse cerca del borde, contemplando la tela desechada entre sus dedos y preguntándose la hora mientras intentaba no imaginarse la cara de nadie cuando la vieran con el atuendo hecho añicos. El guerrillero comprendió entonces que el problema no era irónicamente el vestido, sino que ella había ansiado tanto ese día que lo único que anhelaba era una tarde, hasta cierto punto, perfecta.

¿Qué pasa, Sergei?
-Hago una seña.
-¿Para qué?

Él no respondió pero de pronto, un chico que Carlota conocía se plantó a su lado y Sergei Trankov se sobresaltó un poco.

-¡Mensajero!
-Señorita Carlota, ¿puedo ayudarte?
-¿Estás de descanso?
-Más o menos, no he tenido mucho trabajo.
-Bueno, pásala bien.
-¿Sucede algo? Haré lo que quieras para que no llores.
-Consigue un vestido para ella, misma talla, estilo similar, blanco y envíalo al salón La Seine, yo pago - ordenó Trankov.
-¿Es todo? ¿Es lo que quiere la señorita Carlota?

La chica asentó poco antes de que se anunciara la primera parada cercana a Trocadero. Miguel Ángel, más que acostumbrado a ser nombrado “mensajero”, descendió deprisa, casi consciente de que el encargo era un poco urgente y que la joven no encontraba la manera de corresponder la amabilidad, aunque el gesto de Trankov era el que la confundía más, porque era notorio que no decidía entre abrazarlo o simplemente decir “gracias”.

-Nos detendremos en el siguiente muelle.
-Sergei, ¿por qué hiciste eso?
-¿Eras Cenicienta, o no?

El bote prosiguió su marcha y Carlota no tardó en distinguir el bosque ni las pequeñas granjas que surtían los restaurantes de las afueras de París. Conforme se aproximaba más al muelle, más locales de slow food y de baile se descubrían ante ella y el salón “La Seine” con su paredes blancas, su madera roja y un gran timón en la fachada sobresalía por la gran fila ante sus puertas, conformada por ancianos y uno que otro bohemio obsesionado por el pasado o la elegancia.

-¡Muelle de La Seine! - gritó el capitán y Sergei Trankov auxilió de nuevo a la joven Liukin para que no resbalara ante la madera húmeda y diera los escasos pasos necesarios hasta hallar a Joubert Bessette.

-¡Carlota! - exclamó el chico aliviado y le estrechó fuertemente.
-Estoy a tiempo.
-Luces hermosa.
-¿Seguro?
-¿Qué traes en la mano?
-Es mío - intervino Trankov, tomando la tela sucia que estaba doblada como servilleta.
-Gracias por traerla, amigo.
-Te dije que no había de qué preocuparse, ella esperaba turno en el embarcadero.
-¿Te quedarás a la fiesta?
-¿Dónde está Lubov?
-Adentro, aquí está tu boleto.
-Diviértanse.
-¿No quieres compartir la mesa con nosotros?
-Le prometí a Lubov que tendríamos nuestro día solos.
-Oh, ve con ella, suerte amigo.
-Luego los busco, más a ti Joubert, hay un asunto pero no es momento. Hasta luego, Carlota.

Los jóvenes se despidieron agitando su mano y entrando al lugar, mismo que estaba elegantemente ordenado, con servilletas de fino algodón, cubiertos de todos los tamaños y una vajilla de porcelana nueva. Las copas eran marca Lavinia Swire, así como los centros de mesa en forma de cisne y las flores rosas parecían delicadas.

-Ya vi a Lubov.
-No nos toca tan lejos, tomaremos la mesa cincuenta y tres.
-¿Tu crees que podamos saludarla más tarde?
-Sí, nada más que vea a Sergei.

Carlota buscó su asiento y se aseguró de colocarse cerca de la pista para poder ir a cambiarse en cuanto llegara el nuevo atuendo. Por otro lado, Sergei Trankov ingresaba al salón y modificaba el mal talante de su mujer gracias a un ramo de violetas que nadie figuraba donde había conseguido. Poco a poco, los asistentes fueron ocupando las mesas restantes y guardando silencio mientras alguien probaba el micrófono del escenario al fondo y un presentador vestido de rojo releía una tarjeta.

-Es nuestro primer baile - contestaba Joubert Bessette a las ancianas que tenía enfrente y la muchacha tomaba consciencia de que una conversación estaba en curso y distraerse le delataría la preocupación.

-¿Y a ti te gustan las polkas, niña?
-Prefiero los valses.
-¿Cuál es tu preferido?
-El vals de las flores.
-¿Planeas bailar mucho? Te acompaña un apuesto joven con traje imperial.
-¿Imperial?
-Como un príncipe que ha vencido a Napoleón.

Carlota miró a Joubert para percatarse de tres cosas: Los presentes estaban vestidos de gala y Joubert era el que mejor se veía con atavíos azul marino; pero al voltear hacia Sergei Trankov, esa añeja percepción del corazón deteniéndosele resurgió con gran fuerza: con su abrigo y atuendo militar blancos, él parecía más que un príncipe; era un emperador, uno importante, porque ni los reyes portaban con tanta imposición, ni resplandecían con sólo parpadear.

-¿Quieres sidra o vas a brindar con agua? - le dijo una de las mujeres.
-Sidra y ¿por qué brindamos?
-Por un año más en La Seine, que los bailes se repitan por siempre.

La jovencita recibió su copa y pronto notó que la concurrencia también efectuaba brindis espontáneos y no reparaba en el presentador hasta que de él se oyó "Bienvenidos al baile anual de La Seine" acompañado de aplausos.

-Este 2002 el salón La Seine festeja 130 años de existencia y para conmemorarlo, hemos decidido honrar el estilo que nos dio renombre y ha deleitado a nuestros asistentes desde la primera vez: el romántico vals. - se oían más chiflidos eufóricos y felicitaciones - Nos deleitaremos con nuestra orquesta "La Seine" a cargo del maestro Armande Valls - ingresaban los músicos desde el lado derecho del escenario mientras el director reverenciaba en agradecimiento - y al ser un aniversario tan especial, me permito anunciar que el menú de este año es formidable, insuperable, comida de reyes - Carlota y Joubert se miraron con ganas de botarse de la risa - Sopa de anchoas, nuestro afamado souflé y nuestra sorpresa más grande: ¡Langosta con puré de papás!

Ante tal novedad, hasta los escasos primerizos abrían la boca y se emocionaban con el resto.

-Sin perder nuestra costumbre, a nuestro banquete conmemorativo no puede faltarle nuestro exquisito caviar de Rusia ¡y nuestras papas fritas con mayonesa! - aquello levantó la más estruendosa ovación e hizo olvidar que ese galerón estaba cayendo en decadencia gracias a la modernidad.

-Las papas fritas son la especialidad de la casa, nunca comerán otras sin que les parezcan mediocres después de estas - cuchicheaban las viejitas antes de que Miguel Ángel, imprudentemente, tocara un ventanal. Carlota sólo deseaba que Joubert que no se diera cuenta.

-Ve de una vez, el chico está embobado - sugirió una mujer - Aquí te despisto a tu príncipe, picarona.

La muchacha se levantó en silencio y fue a la puerta, misma que abrió sin dificultad o increpancias.

-Aquí está el vestido, señorita Carlota.
-Te mereces el cielo, mensajero.
-¿Algo más?
-Te invitaría pero creo que revisan las reservaciones.
-No tienes que agradecerme nada.
-Pero puedo pedirte que no te vayas, eres muy eficiente y un asistente sería muy bueno para mí... Aunque no tengo con que pagarte, olvídalo.
-Con placer lo haría.
-¿Deveras?
-Tengo mucho tiempo libre.
-¡Eres un amor, mensajero! Nos vemos.
-Claro, como gustes.

Carlota cerró abruptamente y corrió hacia el tocador, segura de que nada le resultaría peor. Su nuevo vestido le quedaba un poco grande, pero con la cinta de la cintura podía disimularse. Era notorio que la seda era de calidad inferior al anterior, pero el diseño era más bello, primoroso.

-Estoy hermosa... Sergei Trankov, es una lástima que no deba darte un beso - y salió con las manos colocadas en la espalda, sonriente; pero en su camino se atravesó el guerrillero.

-Así que ¿estrenas?
-Fue un bonito detalle.
Carlota, luces preciosa.
-¡Tú como el emperador de Francia!
-Buen halago, gracias.
-Voy para allá.
Lubov exige mi presencia.
-Adiós.
-Por ahora.

Emocionada, Carlota corrió hasta su asiento. El menú estaba sirviéndose.

-Así que el de la ventana no era el amor secreto - dijo una anciana.
-¿Disculpe?
-El hombre de blanco te interesa mucho más.
-No, él me preguntó por otra cosa.
-Por la hora no habrá sido.
-Fue por flores para su novia.
-Te doy un consejo: ve con él.
-¿Qué?
-A los amores no se renuncia, niña. Si ese es el que quieres, tómalo.
-Estoy chiquita.
-No te digo que te quedes con él ahora, sólo que lo apartes, demuestra que él siempre va a ser para ti.
-Pero no es para mí.
-Lo es, ustedes dos lo saben.
-¿Cómo es eso?
-Ay, niña. Es tan evidente que se aman.
-Sergei es un hombre.
-¿Sergei? Por un momento pensé que no tenía nombre.
-¡Él no es el indicado y es un hombre!
-Uno que espera por ti, como un pretendiente de hace cien años. ¿No te emociona, picarona?
-Está equivocada.
-Ese Sergei es de esos que pacientemente aguardan que la elegida se convierta en mujer ¿no te lo ha demostrado ya?
-Por supuesto que no, afuera nos detestamos horrible.
-¿Te jala el cabello?
-No pero me llama bruja y yo le digo imbécil y se burla de mí y me enojo con él.
-Como los niños que se adoran.
-¡No!
-Ese hombre ha tenido experiencias buenas y malas, entregas a medias, pasiones que no llegarán a ser, pero ha encontrado el amor y no va a soltarlo jamás. Por eso te rechaza con fuerza, porque no puede evitar el destino. Apártalo, sé que él te demostrará que es bueno que lo hagas.

Carlota prefirió conservar el rostro serio y saboreó con desencanto la entrada a pesar de hacer gala de buenos modales. La anciana la había dejado estupefacta y la cabeza se le revolvía pensando justamente en los romances de Sergei: ¿qué sitio ocupaba Lubov? ¿Zooey Izbasa era una "entrega a medias"? pero ¿Lía? ¿Qué había de Lía, la novia del pasado? ¿Era la pasión que nunca llegaría ser? ¡Qué estupideces le pasaban por la psique!

-Apenas y tocaste la sopa ¿no te gustó? - le preguntó Joubert.
-Más o menos, no tenía mucho apetito pero el souflé es maravilloso.
-La langosta tiene que ser fenomenal.
-Después de todo no era tan malo venir.
-Feliz cumpleaños.
-Gracias.

La joven determinó enfocarse en el banquete, descubriendo que nunca había tenido una langosta enfrente. Por insegura, volteó hacia Sergei, quien parecía tener una idea muy precisa de cómo lidiar con el platillo y lo imitó, quedando deslumbrada por su impecable etiqueta.

-Quiero proponer un brindis - intervino el anfitrión - Por nuestros clientes, por la magnífica orquesta y porque el amor flote en el aire, ¡salud!

Carlota levantó la copa y notó que la orquesta comenzaba su trabajo. Era la señal de que el baile comenzaría y la canción que interpretaban declaraba "quiero papas fritas para comer como rey, con las manos, quiero mis papas fritas"

-En cuanto sirvan las papas en la mesa todos deben levantarse - le avisaron a Joubert y con algarabía, grandes recipientes de papas a la franceses eran depositados en la mesa. Los músicos cambiaban su ritmo a los valses.

-Carlota ¿quieres bailar?
-Acepto, Joubert, solo ten cuidado de no pisar mi vestido.
-¿No era más corto?
-Era.

Carlota y Joubert comenzaron a dar vueltas por el salón, riendo a carcajadas por hacer el payaso. Como no había pausas, ignoraban cuantos valses habían intentado danzar al cabo de varios momentos. No se habrían detenido de no ser por la sed y al regresar a sus asientos, ella aprovechó para probar las papas de una vez, constatando que en verdad eran deliciosas. Alrededor, las parejas pululaban en gran multitud, perdiéndose de vista enseguida porque los rostros no eran reconocibles y los vestidos parecían iguales. Luces doradas iluminaban el salón a pesar de que el sol se filtraba en los ventanales. De pie, la joven Liukin se contentaba con observar tal espectáculo, hasta que aquella humanidad se abrió como el mar y distinguió a Sergei Trankov acercándose a ella, galante y cortés, sonriente y convencido.

-Carlota Liukin, ¿gustas compartir esta pieza conmigo? - pronunció. Carlota no contestaba.

-Anda, baila con él un solo vals, niña - alentó la anciana y Joubert Bessette advirtió divertido que sólo le daría "permiso a Trankov de una sola melodía". La joven Liukin atinó a ofrecer su mano y el guerrillero la tomó firmemente.

-Lo que tienes que hacer es dejar que te marque el momento - señaló y al cabo de una pasos, comenzaron los giros. Lo que a cualquier otra pareja le provocaba recorrer la pista, a Carlota y Sergei los llevaba al centro, donde nadie podía verlos y ambos se miraban a los ojos con perplejidad sin parar de sonreír... Sin embargo, fue demasiada emoción y él detuvo el baile de golpe para que ella comprendiera que su sitio era otro.

-Muchas gracias, fue un placer. Joubert, diviértanse, Carlota....

Al alejarse, la chica no se cansó de mirarlo. Desde aquel segundo, su vals con Sergei se transformó en ensueño.