martes, 31 de marzo de 2015

Un error constante (Viviendo en 1984, final de la primera parte de la temporada siete)


La fosa en la que Elijah Maizuradze veía transcurrir su existencia no solo era oscura, seca, y profunda; también era compacta aunque contara con una cama y con un gran espejo por el que ocasionalmente recibía alimentos, agua y ropa limpia. Ahí dentro el entorno era aburrido y cuando él intentaba romper la rutina, su débil condición lo llevaba de vuelta a la cama por varias noches. Sus únicas compañías estables eran un libro en latín acerca de la teoría antigua de la "materia universal", y un retrato de Bérenice Mukhin con el que conversaba a menudo.

-Si los insectos entran y salen en libertad de este hoyo, también yo podría - aseguró una mañana en la que la misteriosa mano le dejaba un plato de cereal y omitía bloquear el espejo, ocasionándole la intriga: ¿A dónde llegaría si lo cruzaba? Era probable que a otra fosa pero abandonar su reclusión le rondaba la cabeza para evitar la locura... Bueno no, la locura estaba allá afuera pero era un buen precio a pagar. El espejo ajustaba automáticamente si no se le cerraba pero tardaba mucho y entre más rápido se tomara la oportunidad, más cerca se llegaría del punto de donde venía la ayuda. Elijah Maizuradze apenas lo pensó y pasó a la dimensión opuesta sólo para quedar tendido en la banqueta frente a la cantina de Don Weymouth.

-¡Otra vez un ebrio estorba en la puerta! - exclamó el joven Evan antes de encargarse del asunto mientras Bérenice tomaba a su bebé para llevarlo a la guardería.

-No creo que este tipo haya bebido - anunció el chico - ¿Se siente bien, señor?

Pero el grito de Bérenice alertó a Evan y vio al sujeto aferrarse a los pies de ella.

-Ayúdame mujer, ayúdame - susurró Elijah con voz ahogada.
-¡Suéltame!
-Te necesito.

E intervenía el muchacho dándole un puntapié.

-¡No hagas eso, pequeño jefe! ¿No ves que está enfermo?
-Se tiene que ir.
-Llamaré a alguien que lo atienda - y la joven se introdujo al local nuevamente, ubicando dentro del espejo de la cocina el hospital y a Matt Rostov, a quien gritó con urgencia un par de ocasiones. Luego volvió al exterior.

-¿Qué pasa?
-Viene el médico, pequeño jefe.
-¿Conoces a este hombre?
-Es mi esposa - declaró Elijah.
-¿Tú, qué?
-Esa es mi mujer, esfúmate imbécil.
-¿Bérenice, qué es esto?
-Elijah, no te esfuerces - exclamó la mujer - Toma un poco de agua.
-Me muero, mi niña.
-No digas eso.
-Qué final para un hombre tan fuerte.
-Estarás bien.
-Veo que tuviste un bebé.
-No lo toques... Evan llévalo dentro.
-¿Es de Matt?
-No le harás daño.
-No me interesa lo que no es mío.
-¿Cómo llegaste hasta aquí?
-El espejo.
-No es posible.
-Que hermosa te ves.
-Calla.
-Con los ojos tan llenos de vida, como siempre quise.
-Das asco.
-Pero no a ti. Me puedo ir en paz.
-No mueras aquí.
-Sólo me falta un abrazo para ser feliz.
-Te lo doy pero vive un poquito.
-Y con ese beso en la frente puedo revivir.
-Eso no.

Bérenice reconfortaba a Elijah, cruzando los dedos porque Matt la hubiese oído.

Por otro lado, el propio doctor Rostov iniciaba su turno de consulta sin escuchar la vocecita que reclamaba auxilio, pero no fue lo mismo en el caso de Courtney Diallo y ella no sabía si decírselo o no porque saldría corriendo en busca de la responsable.

-¿Qué tienes Courtney?
-¿No escuchaste?
-¿Qué cosa?
-Te llaman.
-¿Quién?
-Bérenice.
-No.
-Insiste mucho, debería ver.
-¿Hablas en serio?
-Sí.
-Ven conmigo.
-¿Qué dices?
-De seguro es el bebé.
-Primero hay que encontrarlo.
-Dame un minuto.

Matt Rostov miró al reflejo próximo y contempló a Bérenice claramente sin saber que hacer. Dada la gravedad del asunto, enseguida tomó su maletín.

-Courtney, necesitaré que corras y apartes una cama en urgencias.
-¿Perdón?
-Confía en mí.
-¿Dónde vas?
-Al Panorámico, ¿vienes?

La mujer asentó y le solicitó el lugar a la primera enfermera que se topó en la salida sin darse cuenta de que él miraba las ventanas y se adelantaba un poco. El Panorámico quedaba apenas a un par de estaciones del metro de distancia y Courtney tenía miedo de preguntar qué estaba ocurriendo. Matt parecía más inexpresivo de lo normal y su rigidez preocupaba, al punto de que aparentaba ser una estatua de sal que se petrificaría enseguida.

-Si bajamos aquí, llegamos en un minuto - murmuró temerosa y se limitó a verlo revisando sus pertenencias. En la calle, ambos estaban hechos un mar de adrenalina y era fácil aceptar que él la había contagiado.

-¿A qué parte hay que llegar?
-No lo sé muy bien, hay una puerta de madera y la calle tiene un letrero que dice... No, más bien hay un cesto de basura enfrente y se lee "salkau".
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Sé dónde es, ve a la izquierda.
-Gracias, Courtney.
-Ten cuidado, hay mucha gente .... Olvídalo.

Al doblar la esquina, Matt Rostov y Courtney Diallo vieron a Bérenice Mukhin intentando mantener despierto a Elijah Maizuradze y dándole algo que apenas se adivinaba como respiración boca a boca.

-Apártate - le ordenó Matt.
-¿Cuánto tiempo lleva así? - preguntó Courtney.
-No lo sé, se cayó o algo así, está muy débil.
-Bérenice ¡haz el favor de decirme de dónde salió! - continuó Matt.
-Del espejo.
-¿Qué?
-Supongo que pensó que podía cruzarlo, a veces se me olvida bloquearlo.
-¿Cómo se te va a olvidar?
-¡Le dejé el desayuno como siempre!
-¿Pero como se te ocurre?
-Es que me daba penita.
-¡Este tipo debió morir hace mucho!
-¡No lo iba a dejar solo!
-¡No entiendes que es peligroso!
-¡Lo perdoné!
-¿Tienes idea de lo que pasará si alguien lo encuentra?
-¡Sólo sálvalo!
-Lo más que puedo hacer es dejarlo morir en el hospital.
-Matt, no lo hagas por él, hazlo por mí, es mi esposo.
-¿Eres casada? - remató Courtney y Bérenice agitó su cabeza en señal afirmativa.

-Este hombre no puede permanecer sin oxígeno, llevémoslo Matt.
-Bien, supongo que no puedo librarme... Courtney, debes saber que este hombre tiene obstrucción pulmonar en una etapa en la que darle auxilio no servirá de nada.
-Pero puede morir con dignidad.
-¿Tú lo vas a cuidar?
-¿Qué tienes, Matt?
-Pide una ambulancia, te veo luego.
-Matt...
-Necesito estar solo y aclaro que todo es su culpa - señalando a Bérenice. Courtney miró a la chica y aunque reticente, le pidió que la asistiera.

-Sostén su cabeza.
-¿Estará bien?
-No lo creo.
-¿Es el final?
-Hoy sería pero tal vez mañana, no estoy segura... Bérenice ¿quién es él, cómo se enfermó?
-Respiraba mucho humo, era algo así como soldado.
-¿De qué clase? Sus pulmones van a colapsar.
-Por explosiones, pruebas, todo eso.
-Entiendo, imagino que empezó como una tos.
-Le dije que no se moviera de la cama.
-¿Nadie lo atendió?
-Matt hasta que...
-¿Hasta qué?
-No importa, sólo quiero que muera en paz pero no en el hospital.
-¿Tienes dónde llevarlo?
-No.
-Supongo que alguien te puede ayudar.
-Mi papá me mataría si me ve con él y Luiz no tiene que saber.
-¿Dónde piensas meterlo?
-¡No lo sé!
-¿Dónde lo tenías?
-En una fosa.
-¿Disculpa?
-No pensé que saldría de ahí.
-¿Qué clase de monstruo eres?
-Siempre le di comida.
-Haré una llamada.
-Si es al hospital, no me interesa.
-¿Perdóname?
-Elijah necesita descanso, yo convenceré a mi jefe de que me preste el cuarto de arriba.
-Corre.
-No dejes que se vaya, prometo atenderlo.

Bérenice regresó con Evan y solamente sacaron las pertenencias del bebé hasta la barra, sin que se alcanzara a distinguir que decían. El chico se notaba irritado pero no parecía que mucho y colaboraba con los arreglos a la habitación mientras advertía que su padre llegaría en unos días.

-Perdona, pequeño jefe.
-Me deberás una muy grande.
-Te la pagaré, dame tiempo.
-¿En qué problemas te metes? Siempre arrastras a alguien.
-Es sin intención.
-Por cualquier cosa, diré que fue tu idea... Y que lo encontramos y lo ayudamos.
-Gracias, Evan.
-No te desanimes, ve por él.

Bérenice asentó y se dirigió hacia la doctora Diallo, misma que se daba cuenta de que Elijah Maizuradze recobraba el sentido poco a poco e iba memorizando su rostro.

-Tenemos el lugar.
-Insisto en mandarlo al hospital.
-Hay que preguntarle si quiere.
-¡Ay por Dios!
-Él es muy orgulloso.
-¿Y tú lo complaces?
-Sólo pongámoslo en cama y cierre la boca.

Courtney quedó sorprendida para mal y de pésimo ánimo levantó al hombre con la ayuda de una Bérenice que no dejaba de hablar al oído de aquél para decirle que todo estaría bien y que no lo dejaría solo. A momentos, aquello parecía tierno.

-Con cuidado.
-Así que trabajas aquí.
-Digamos que sí.
-Te vuelves a acercar a Matt y te parto la cara.
-Está bien.
-Qué escalera tan pequeña.

Evan esperaba a ambas en la parte superior y les ayudó como pudo, distinguiendo el desdén de Elijah por ese ático pero aspirando del perfume de Bérenice, produciéndole un sentimiento de desagrado. Al recostarlo, al enfermo le dio risa.

-¡Así que vives aquí! - exclamó.
-Tranquilo.
-Mi niña.
-Vas a mejorarte, ya verás.
-Lo suficiente para verte bien.
-¿Qué pasa?
-¿Tengo plazo para morirme?
-En lo que llega mi jefe, que es es como en ... Días.
-Mi dulce Bérenice, has querido verme en el ataúd desde que me conoces.
-No es cierto.
-¿Esta pocilga te gusta?
-No digas eso.
-Sábanas corrientes, polvo, madera convencional, apuesto que la comida es perro mojado.
-¿Nada te puede gustar?
-Consígueme revistas, sabes de cuáles.
-Pensé que ya no veías mujeres desnudas.
-Sí claro, las leo por eso.
-Pequeño jefe, ¿conoces revistas así?
-¿Playboy©? - contestó Evan Weymouth.
-Necesito al menos dos, las pagaré con mi sueldo.
-Oye Bérenice, ¿ésta quién es? - prosiguió Elijah.
-Si se refiere a mí, me llamo Courtney Diallo, idiota - intervino la doctora.
-¡Miau! Me gusta cuando sacan las garras.

Courtney miró a Bérenice con creciente enojo y salió de ahí, dejando a la otra sola y haciéndola sentir indefensa.

-¡Elijah, por favor, es quien te va a dar tu medicina!
-Ay Bérenice, pero la muerte es cuestión de horas.
-¿Quieres ser un poco optimista?
-Cuando te ahogues en ti misma, como yo.
-Te traerán lo que pediste.
-Contéstame algo.
-Lo que quieras.
-¿De quién es el bebé que traías?
-Es mío.
-Te guardaré el secreto, mentirosa... Otra cosa, la tal Courtney.
-¿Qué hay?
-Noto que te detesta y si pudiera te daba tu merecido.
-Es por Matt.
-¡El buen Matt! Lo saludaré en el infierno.
-¿Vas a empezar?
-¿Qué pasó con él?
-Terminamos.
-Eso explica porque no es mi lacayo el día de hoy.
-No te esfuerces.
-¿Lo abandonaste?
-Digamos que sí.
-¡Te dejó!
-Elijah, basta.
-¿Qué le hiciste?
-Se fue.
-¿Qué tiene que ver esa doctora contigo?
-Es la compañera de trabajo...
-La nueva novia.
-No es su novia.
-¿Estás segura?
-Duerme un poco.
-¿Dónde vas?
-Al trabajo.
-Ven aquí.
-No.
-Volverás.
-Estarás bien.

Bérenice cerró la puerta tras de sí y descendió a la cantina, topándose con que Courtney no estaba y Evan no había vuelto. Ella estaba triste.


Playa de Tell no Tales, veinte minutos después.

-¡Matt, Matt!
-¿Cómo supiste que estoy aquí?
-No lo sé, lo intuí.
-Ten cuidado.
-¿Qué pasó allá? ¡Me quedé sola!
-Courtney, te prometo que no regresaremos.
-¡Más te vale porque estoy furiosa! ¿Quién es ese imbécil?
-¿Hasta tú lo notas?
-No me llamó "gata" literalmente.
-Voy a destrozarle la boca.
-¡Pidió revistas Playboy y de milagro no vomité en su cara!
-Le gustan los artículos de ciencia que luego sacan en esas cosas, se ve raro pero es la verdad.
-¿Quién es?
-El marido de Bérenice.
-¿Algo más?
-Es un peligro, no te acerques a él.
-No lo haré, júralo por quien quieras.
-Se llama Elijah, apenas descifra tu rostro estás muerto ... O muerta, ¿lo hizo contigo?
-Notó que Bérenice no me simpatiza y él tampoco.
-Discúlpame - abrazándola.
-Explícame porque no entiendo.
-Ese hombre no debió cruzar hasta aquí.
-¿Perdón?
-No lo maté porque Bérenice lo quiere ¡qué idiota fui!
-¿Qué dices?
-Ella lo conoce desde niña, él le conseguía cosas, dinero, joyas, siempre odié que lo perdonara.
-¿Qué te tiene tan molesto?
-¡Que ella ....! ¡Ese tipo la violó!

Courtney quedó atónita.

-Bérenice nunca me lo dijo y luego descubrí que me abandonó la primera vez para casarse con él.
-¿Por qué?
-Aun no lo entiendo.
-Matt, si te consuela, él se morirá en unas horas.
-Apuesto que no.
-¿Qué vamos a hacer?
-Bloquear espejos y esperar.
-¿Esto es parte de tu secreto?
-Te contaré una historia.

Matt Rostov y Courtney Diallo se quedaron de pie frente a la marea, despojándose ella de su collar y él rebotando insistentemente en el agua el balín que le había dado, intentando mostrarle algo que no se distinguía bien. El reloj ni siquiera marcaba las doce.

(Esta etapa no tendrá paréntesis por tratarse de un cierre parcial).

viernes, 20 de marzo de 2015

Un paso al reencuentro


Hesparren, Francia.

-¿Cómo ves a Guillaume? - preguntó Christophe Simmond antes de colocarse los patines para ir a darle indicaciones al muchacho. Tamara Didier le daba un sorbo a su café.

-Estará en forma pronto, dile que se ejercite un poco más.
-¿Te gusta su programa?
-Muchísimo, es un artista. Tenías bien guardado este secreto.
-Guillaume sabe que he estudiado el reglamento y el nuevo sistema de puntuación, además no le gusta que su entrenador sea tan protagónico. Admitámoslo, es una ventaja.
-No me has dicho como te fue con la "diva" Liukin en París.
-Me arreglé con su padre, luego me tocó el berrinche porque el señor le respondió "no" a una oferta de Brian Orser.
-¿Hizo eso? Me extraña de Ricardo, siempre busca lo mejor para Carlota.
-Inclusive Guillaume me botaría por Orser.
-¿Al menos te enteraste por qué?
-En parte por dinero pero más bien es para controlar a la chica, su familia considera que se ha vuelto frívola.
-¿Apenas se dan cuenta?
-Y con lo de Verlhac y Trankov están inquietos.
-Los Liukin pierden el control muy fácil.
-¿A poco?
-Te caerán bien, con todo y ese monstruo que es Andreas..
-¿Quién?
-El hermano mayor de Carlota.
-Sabía del autista.
-Adrien es un pan.
-¿Te estresaban, verdad?

Tamara miró a Christophe alegremente y asentó. Guillaume los observaba, esperando que lo atendieran.

-Que bueno que nos fuimos de Berlín.
-Guillaume ha estado muy tenso, ha trabajado todo el verano.
-¿Con Antje Traue?
-Él es diferente.
-¿Qué quieres decir?
-La señorita Traue no le llama la atención; nunca lo he visto con una chica.
-¡Oh, menos mal!
-Eso no explica que se trae con Carlota Liukin.
-Ella lo lesionó, eso es más que suficiente para que nunca la quiera ver.
-¿Podrían dejar de hablar de esa bruja? - protestó el joven y Christophe lo interpretó como señal de que era hora de trabajar. Sobre aquella reacción tan brusca no hubo comentarios.

Sin embargo, Tamara siguió de pie, contemplando la práctica y pensando en Carlota, pero más en Ricardo que con la lejanía parecía haber mostrado algo de carácter o, al menos, que no era ese hombre derretido por su hija.

-Christophe, nos vemos mañana- Exclamó prematuramente.
-¿No comemos juntos?
-Le prometí a mamá llegar temprano, te llamo después.
-¿Estarás en la huerta?
-Recogeré un par de manzanas.
-No te vayas.
-Tienes mucho que pulir con Guillaume, no quiero interrumpir más.
-Iré a tu casa a cenar ¿te parece?
-Como gustes, lleva a quien quieras.

La mujer agitó su mano en despedida y dejó la pista sintiéndose cansada. Afuera, el ambiente era de día de mercado y no tardó en reconocer a su madre, misma que adquiría bombos y carne para el estofado en un puesto cercano.

-Creí que te vería en la granja - señaló Anne Didier felizmente.
-Salí antes.
-Ayúdame a cargar esto.
-Cielos ¿qué es?
-Pescado ahumado y algo de vino.
-¿Y ese ganso?
-Va a ser para el sábado, mi nueva receta te encantará.
-¿Podemos irnos sin imaginarme como vas a matar a ese pobre animal?
-No chilles.
-Quebrarle el pescuezo no será un honor.
-No empieces.
-Discutir hace que me dé hambre, deberías dejarme.
-Entonces aprovechemos ese hueco y vayamos al bistro de allá. Hoy sirven los sesos de cordero que tanto te gustan.
-¿Por qué comeremos fuera? Antes la idea casi te causaba un infarto.
-Tu padre se fue a Hendaye a vender unas cabras.
-¿De casualidad no lo acompañó su amante?
-La vendedora de queso está del otro lado aprovechando el jueves.
-Habría sido el colmo.
-Esa mujer era una gran amiga de tu padre y jamás tuvieron algo a mis espaldas.
-A tus espaldas júralo, todo lo hacían en tu nariz.
-Basta con eso ¿quieres que almorcemos en paz?
-Perdona, es que ella nunca me agradó.
-Afortunadamente lo sabe, ahora entra.
-¿El ganso?
-Lo amarraré, adelántate.

Tamara ingresó al local y no dudó en tomar una mesa cercana a la chimenea, junto a la pared. Con prontitud le llevaron la carta y un poco más tarde, escuchó a los meseros saludando a su madre.

-¿Desde cuándo vienes por acá? - le preguntó cuando se sentó frente a ella.
-Les pasé mi secreto del coq au vin y otros guisos. La sopa de calabaza es su especialidad.

Acto seguido, Anne Didier realizó la orden sonriendo y tomó las manos de su hija cuando empezaba a apretar los labios en señal de que no estaba segura de que podría comerlo todo.

-Haz hecho un gran esfuerzo este mes, uno más.
-En Berlín no tuve apetito.
-Christophe me contó que devorabas los bizcochos de nuez.
-Espero no rechazar los sesos.
-Ya verás.
-¿Qué significa esa mirada?
-¿Cómo vas con él?
-Se me hacía raro que no preguntaras.
-Creí que a estas alturas ya tendría yerno.
-Ni en sueños.
-¿Qué tiene de malo?
-Christophe no es mi tipo y lo dejé atrás hace mucho.
-Pero han coqueteado.
-No lo tomo en serio.
-Es una lástima.
-Me olvidé de él cuando conocí a Gwendal.
-Pero Gwendal no está aquí.
-Ni estará.
-Si te amara, te habría perdonado.
-Lo desprecié, contra eso no hay remedio.
-Podrías demostrarle que aun lo amas.
-Él tiene otra novia.

Tamara se encogió de hombros y probó la sopa con resistencia.

-No la comas si no tienes ganas.
-Sabes que no hay otra salida, mamá.
-Te veo desanimada.
-Porque no he hablado con mis amigos.
-¿Oí bien?
-Los tengo, aunque no lo creas.
-Nunca me has dicho.
-Son Judy Becaud y Ricardo Liukin.
-¿A qué se dedican?
-Judy es cocinera y Ricardo es el papá de la niña que entrenaba conmigo.
-¿En verdad?
-Con Judy pasaba unas tardes maravillosas y con Ricardo leía las noticias, tomábamos café en su apartamento, me dejaba dormir ahí, cuidábamos a sus hijos, completábamos crucigramas y pasábamos la noche viendo películas, rogando que los demás se cansaran y se fueran. Cuando murió su mujer, me mudé por unos días para ayudarlo y nos divertimos mucho. Me extrañaría que no consiguiera novia en unos meses porque es muy educado y atento.
-Qué curioso que lo digas porque por la forma en como me describiste como se tratan, cualquiera diría que ese hombre te gusta.... Pero si no es así, está bien.
-Ricardo no me llama la atención y está tan ocupado consintiendo a Carlota que me saca ronchas.
-¿No piensas en él?
-Para nada.
-¿Ni por qué es tu amigo?
-Sólo como eso, si llegara a más, me ganaría un problema.
-¿Por qué?
-Adivina de quien es hermano.
-Tú dime.
-De Gwendal.
-¡No!
-¡Sí! Por eso no lo considero para mí.
-Parece que al final, el único que merece que le hagas caso es Christophe.

Tamara ladeó su cabeza ligeramente para constatar que llevaba un gran rato en el sitio y acabó con su plato antes de ver a Guillaume Cizeron entrando solo al local y colocándose en un lugar apartado. Anne Didier lo notó y reanudó la charla.

-¿Qué hay con ese chico?
-¿Cuál?
-El que acaba de venir.
-Ah, es un alumno de Christophe.
-¿Por qué te distrajiste cuando llegó?
-Porque me gustaría saber que se trae con Carlota Liukin.
-Para tu carro ¿Qué tiene esa familia que está inundando la conversación?
-Que una vez que los conoces, no te los quitas de encima.
-¿Qué relación sostienen con este niño?
-Carlota lo plantó como dos veces y lo hirió físicamente.
-Explicaría el odio si lo sintiera.
-Ahora Christophe se convertirá en el entrenador de ambos y Guillaume le salió con el capricho de que no se dispone a trabajar con ella.
-Eso no te incumbe.
-Christophe es mi amigo, se va a quejar conmigo.
-Lo hará con el papá de Carlota.
-Los reclamos llegaran a mi puerta.
-Al menos tus amigos te visitarán.
-Me hace falta verlos.
-Toma el teléfono y diles "hola".

Las mujeres sonrieron y voltearon de nuevo hacia Guillaume, mismo que se mostraba molesto y un poco tenso al revisar su celular.

-¿Por qué no le preguntas que tiene? - comentó Anne Didier.
-No, mamá, no quiero que me salga con una explicación medio rara.
-La curiosidad se te quitaría.
-Me inclino a evitar el malentendido.
-Lo más seguro es que esté disgustado por una tontería.
-El esguince que fue culpa de Carlota no califica como una.
-A lo mejor el problema no es ese.
-¿Qué sería según tú?
-Una confusión, un tropiezo, un flechazo.
-Guillaume esta exento de eso.
-Los flechazos se dan con quien sea.
-Olvidaré que dijiste semejante barbaridad.
-No sólo lo digo por él.
-Mi respuesta respecto a Christophe es no y siempre no.
-Ay Tamara, es que lo tienes tan claro.
-¿Qué se te metió a la cabeza?
-Mejor acaba con tus propios sesos.
-¿Es por mi comida o es un mal chiste?
-Sólo agarra el teléfono.

Tamara alzó la vista hacia el auricular cercano a la puerta y suspiró sin preocuparse más, aun cuando sus ojos se encontraron a los de un confuso Guillaume que optaba por simular que ella no estaba ahí.

-Le marcaré a Ricardo Liukin hoy mismo - remató y su madre le apretó la mano en señal de que coincidía. Sólo quedaba esperar a la puesta de sol para animarse a recibir una respuesta.

lunes, 16 de marzo de 2015

Carlota y Guillaume (I)


Guillaume Cizeron / Foto cortesía de Magia Gelada

Diciembre, 2011. Área mixta perteneciente al vestidor de la pista de hielo del Centro Invernal de la Universidad de Humanidades de Tell no Tales.

Carlota recorrió las instalaciones y escuchó por última vez las arengas a las chiquillas que se decían orgullosas de su patria. Con pena, tomó su chamarra tellnotelliana, la dobló y besó el nombre del lugar que la vió nacer para finalmente dejarla en el vestidor, sin atreverse a voltear.*

-Oye, no dejes nada, si se pierde es tu culpa - interrumpió un chico al ver que ella ser marchaba.
-Quédatela, no la voy a usar.
-Te la arrojarán a la basura, no me hago responsable.
-Alguien la usará, con tu permiso.
-Oh, oh, espera.
-¿Ahora qué?
-¿Mal día?
-El más malo de todos.
-No salgas si no quieres que te coman viva.
-Ya lo hicieron.
-¿Qué hiciste?
-Me sacaron de un torneo.
-¿Te lesionaste o te reemplazaron?
-No, yo gané mi lugar pero me calificaron mal y me congelaron.
-¿Eres de la que todo mundo se burla allá afuera?
-Algo así.
-Ven, traigo unos pañuelos.
-Gracias.
-Qué rara eres.
-¿Perdón?
-Ni porque te limpias la nariz pierdes el estilo.
-No me gusta hacer los papeles bolita.
-Eso está muy bien; ¿ahora quieres decirme por que dejas esto aquí?
-¿Mi chamarra? Es simbólico.
-¿De qué?
-No patinaré por Tell no Tales, así que les devuelvo lo que me dieron en mi primer día entrenando.
-¿Qué harás?
-Patinar.
-¿Para ti nada más?
-No lo sé.
-¿Intentarás seguir en esto más tarde?
-Es que no lo quiero dejar pero no sé que hacer.
-Podrías insistir.
-Es que me urge competir y ganar, tengo una oferta pero si la acepto me sentiré muy mal.
-¿Quién te la hizo? ¿Para qué?
-Vinieron una personas a ofrecerme concursar por Francia.
-¿Tan buena eres?
-Eso tampoco lo sé, me caigo mucho.
-Algo tendrás para que te quieran en mi equipo... ¿Cómo te llamas?
-Carlota.
-Si estás en esto, supongo que sabes quien soy.
-Guillaume Cizeron, te admiro.
-Gracias ... ¿En qué estaba? Ah sí, ¿quiénes te buscan?
-¿La gente de Francia?
-Exacto.
-Olvidé el nombre de uno, el otro es Romain Haguenauer y me está esperando en la pista, quiere probarme.
-¿Romain? ¿Qué clase de patinadora eres tú?
-Te dije que no lo sé.
-Pero ¿por qué la prisa en participar? ¿No te puedes esperar a que pase tu castigo o lo que sea y volver a intentarlo?
-Nadie me quiere, Guillaume.
-¿Eso que?
-También tengo una amiga a la que quiero ayudar y para eso se necesita dinero.
-¿Está enferma?
-No pero lo va a usar.
-Dejémoslo así.

Carlota permanecía de pie, angustiada y mirando los patines que otros habían dejado colgados en los percheros, Guillaume por su lado guardaba los suyos antes de estirar los brazos y darse cuenta de que ella le incomodaba demasiado y realmente la quería fuera. Se le hacía conocida pero no la ubicaba y pronto, creyó que si la espantaba o por lo menos la fastidiaba, se iba a quedar una eternidad.

-Me tengo que cambiar, bye.
-Guillaume ¿Francia me conviene?
-Mientras los directivos crean que eres lo mejor que tienen, sí.
-¿Cómo son las becas?
-Te cubren todo pero si pierdes, au revoir.
-¿Los entrenadores son buenos?
-El mío lo es, del resto no te quiero contar.
-Bueno, es que a ti te pagan a Patrice Lauzon.
-No vivo en Montreal.
-¿Cómo?
-No te voy a dar explicaciones, ni te conozco.
-Supongo que ya me voy.
-Por favor.
-Una cosa más.
-¿Y ahora?
-¿Viniste aquí por un coach nuevo?
-Te dije que tengo uno, no necesito de Ingo Carroll si preguntas.
-¿Qué haces aquí?
-Mi winter camp, es algo nuevo.
-¿Para el Grand Prix Final?
-Europeos.
-No le ganarás a Plushy.
-Eso está en veremos.
-Suerte con la plata.
-¡Hey! Te corrieron de aquí, te recuerdo.
-¡Entonces sí sabes qué me pasó!
-Nada más me faltaba verte la cara.
-Eres desagradable ¿por qué estoy conociendo a tantos tipos así?
-Porque eres insoportable.
-¿Yo? Soy la persona más linda que vas a conocer en toda tu vida y la única que cree que eres un patinador sobrevalorado que ni en sueños le gana a mi Plushy.
-Pues yo creo que eres una mala perdedora y una tonta.
-¡Sólo por fastidiar me volveré parte de tu equipo! Además de que pagan todo.
-Eres una urraca.
-Idiota ¡y saber que te iba a pedir un autógrafo después!
-¡Vete!
-¡Tú lárgate! Estaba en un momento importante.
-Desprenderte de tu chamarra y despedirte no significa nada, excepto que es cierto que te das por vencida y si te vas con Francia tal ves te vaya bien, pero si no logras nada vas a quedar como una estúpida más.
-No soy una estúpida.
-Ni siquiera cambiarás de equipo por ti.
-No te interesa.
-Me molestan los que sacan beneficios para otros.
-¡Quiero ayudar a alguien!
-¡Entonces trabaja! Lucirías perfecta sirviendo hot dogs.
-¡Imbécil!
-No se vaya a ofender más su Majestad.
-¡Pues soy una reina!
-¿De dónde que no sabía? A menos que seas reina, pero de tu casa ja ja ja ja.
-¡Te voy a dar una paliza!
-No veo como puedas ganarme.
-Le diré a mi hermano Andreas.
-Corre a chillarle, anda.
-Adiós, papanatas.
-Adiós y espero nunca toparme de nuevo contigo.
-Deseo lo mismo.
-¿Por qué no te mueves?
-Porque me despido de este lugar y eso a ti no te incumbe.

Carlota volteó a todos lados, sintiéndose triste y lagrimeando de nuevo, consciente de que iba a lamentar abandonar el club y que sería doloroso no ver en sus gafetes, su ropa y su ficha el lema "Tell no Tales".

-Perdona mi impertinencia - mencionó Guillaume sintiendo un poco de lástima e invitando a la niña a sentarse para que se calmara.

-Sólo falta que en tu equipo no me quieran.
-¿Por qué no? No hay patinadora.
-Tú no me agradas.
-Tú eres la que no me está cayendo bien.
-Perdón, cuando me enojo nunca mido lo que digo.
-Yo tampoco.
-Si no le digo a Haguenauer que voy con él, tal vez pierda todo. A mi edad debería estar compitiendo y ganando medallas, tu entiendes.
-Él es un buen tipo, corre.
-Guillaume ¿seremos buenos compañeros?
-Tal vez.
-Nos vemos en Francia algún día.
-De acuerdo.
-¡Ese día si me darás tu autógrafo! Es que si te admiro pero Plushy es Plushy.
-También te admiraré pero Irina Astrovskaya es mucho para ti.
-No estés tan seguro.
-¡Eres presumida!
-Mucho más que eso, te demostraré que soy la mejor que verás en toda tu vida.
-Cómo no.
-¿Dudas?
-No eres nadie.
-A mí no me vas a olvidar.

Carlota miró a Guillaume con una sonrisa abrupta y este la observó fijamente, sintiéndose atraído al instante. No pasó mucho antes de que le diera un beso en la mejilla y ella saliera rápidamente, dejándolo intrigado.

 En los pasillos, aún la observaban tomando distancia. Un mensajero sin embargo, la interpeló.

-El viejo del muelle te mandó este paquete.
-Agradezco.
-Y también te mandó decir que mucho éxito.

Con curiosidad, Carlota abrió el regalo.

-¿Qué te pudo haber mandado el loco anciano? ¿Pañuelos? - señaló Kiira Meier, pero la chica Liukin leyó la leyenda de la prenda y se la colocó. Era una chaqueta del representativo francés.**

(Acotación para el futuro: Un mes después, Carlota y Guillaume se reencontrarían en el campeonato de Europa en donde, después de una serie de desaires por parte de la chica, vendría la inauguración formal de su relación cuando ella, de lo más distraída, dejó su mochila en las gradas y esta se enredó en las pertenencias de él. Por la fuerza del nudo, Guillaume se resbaló y sufrió un esguince que lo dejó fuera del certamen. Carlota fue a visitarlo al hospital en secreto y después de sonreírle animadamente, lo besó en la frente, asustándolo y ganándose un reclamo "encubierto" al día siguiente. Desde esa ocasión, Guillaume se juró nunca hacerse su amigo).

Este cuento contiene fragmentos del relato "Cumple tus sueños y ayuda a una amiga", publicado en diciembre de 2011.


martes, 10 de marzo de 2015

El capítulo entre Courtney Diallo y Matt Rostov


A los fans de Freema Ageyman ... Y a los de Courtney Diallo, también.

En el hospital de Tell no Tales hubo algo llamado "el día del infierno" debido a que los médicos disponibles así como personal administrativo debieron permanecer en funciones sin importar que sus turnos hubiesen culminado. Un sorpresivo derrumbe en la calle Grobokin había dejado una cantidad de heridos impresionante y en la vecina avenida Katsalapov, los cuerpos de emergencia hallaron a más durante horas. Aquello dio como resultado una madrugada muy pesada y poco paliativa.

Courtney Diallo había ido a un dormitorio a tomar la siesta, pero el ruido de la parte superior de la litera y las risitas de junto no le permitían cerrar el ojo.

-¿Por qué no van a un hotel?
-¿Por qué no te nos unes? - le respondieron.
-¡Yuck! ¡Paso con sus porquerías, ni siquiera los atenderé cuando les contagien gonorrea! - declaró y se levantó algo furiosa para salir sin cerrar la puerta. Se encontraba realmente cansada y ni siquiera había llamado a casa. Consciente de que iba a ser irresponsable atender a un paciente más, caminó tambaleando un poco hacia su refugio en el jardín, esperanzada de poder tomarse al menos una hora de sueño. Como el elevador cerraba, pidió que la esperaran y eso pasó, pero no como hubiera querido: Matt Rostov estaba dentro y con dudas, eligió tomar la oportunidad.

-¿Qué piso?
-Planta baja.
-Listo.
-Gracias.

Courtney le daba la espalda a Matt y se mordía los labios sin contenerse, esperando no hacer una tontería o decir lo que fuera. Tenía en mente que se había prometido no tener contacto con él y que lo superaría pronto, aun si guardara esa pequeña expectativa de que él le buscaría nuevamente.

-Aquí me retiro, tenga una buena mañana, doctora Diallo - pronunció Matt al arribar al cuarto nivel y descender para ir en búsqueda de algún enfermo al cual diagnosticar correctamente. Nuevamente sola, la mujer se dio de topes en la pared.

-¡No debo seguir con esto! ¡Me llamó "doctora Diallo"! ¡Doctora!

¿Qué? ¿Eso era todo? ¿Había pasado de "Courtney" a una simple desconocida tan rápido? Sí, el asunto se podía olvidar al día siguiente pero la facilidad con la que él lo había superado era casi insultante ¡Matt Rostov resultaba igual que todos los hombres! Y le preocupaba haber creído que era realmente distinto ¡qué coraje!

-En serio ¿por qué estoy pensando en él? ¡Es un idiota! - se lamentaba y se precipitó en ocultar su rostro para que no la vieran llorar cuando saliera del ascensor, tomando como opción b fingir una gripe, pero al mismo tiempo sabía que nadie se daría cuenta y más aún, a nadie le interesaría si por accidente llegaban a descubrirla. Al abandonar el diminuto espacio, sólo vio a algunos pocos pacientes marcharse, a gente insistiendo en saber si un pariente o amigo se hallaba por ahí, más allá observaba como suturaban a otros... Pero prosiguió sin detenerse hasta su escondite, ahí donde su privacidad estaba garantizada y podía lagrimear a gusto sin mirar el reloj, padeciendo la humedad sin que le incomodara totalmente. En su cama hecha de hojas recordaba como se ocultaba al lado de Matt y conversaban sobre ... Bueno es que él tenía razón, las cirugías y las consultas no servían para conocerse; cuando mucho habían platicado sobre Bérenice Mukhin y lo que significaba para él...¡Estúpida Bérenice que no dejaba a ese hombre un minuto en paz y no permitía que se fijara en otra! En fin, Courtney actuaba y quedaba como tonta, punto. No se dormía por estar pensando, no llevaba suéter y sin darse cuenta se movía tanto que el arbusto que la rodeaba parecía vivo. Ni siquiera diferenciaba entre llanto auténtico y berrinche.

La lluvia empezó o mejor dicho, la brisa marina más irritante. Empapada, ella debió retirarse al vestidor y aquello era lo peor que le podía pasar porque justo ahí se topó a Matt Rostov, mismo que buscaba despojarse de su bata e ir a casa. Ella no atinaba a escabullirse a la sección femenina y él la miraba con atención, afortunadamente sin distinguirle las lágrimas de las gotas que le escurrían por el rostro.

-Tenemos que hablar - dijo él sorprendentemente, colocando su bata en Courtney. La mujer se quedaba estática y él la tomaba de la mano, cortándole la respiración enseguida, provocando que caminara repentinamente a su lado ¿Ahora qué? ¿Se desprendía, lo golpeaba, lo seguía? ¡Matt Rostov no daba oportunidad de certeza alguna! Y ese rostro tan serio, tan inquebrantable, inexpresivo, menos daba señales de nada. Lo curioso era que se encerraba con ella en una habitación y por un momento le hizo creer que pasaría algo que de inesperado, terminaría sacudiéndola de una vez por todas.

-Courtney, ¿estás enojada conmigo?

¿Doble qué? Era evidente que no, es más ¿qué rayos pasaba? La mujer abrió más los ojos y su gesto de extrañeza inhibió un poco al hombre. Courtney no tenía idea de que decir al respecto, lo más fácil era admitir que sus ganas de reclamar bajo el lema "Matt Rostov, eres un idiota" eran muchas, pero igualmente la tentaba descifrar que misterio se traía quien frente a ella no deseaba escuchar ninguna respuesta y se había sonrosado sin motivo. Ahora él era la presa de los nerviosismo, como si hubiese sido quien pasaba semanas enteras sintiéndose ridículo. Y vaya que Matt Rostov no admitía emociones cuando lo ponían contra la pared y eso, por increíble que fuera, se lo ocasionaba ella, con la salvedad de que lo había descontrolado con su prematura atracción y su franqueza, obligándolo a asimilarlo antes de que la parálisis diera pie al alejamiento.

-Creí que el molesto eras tú.
-¿Por qué?
-No te acercabas.
-Parecía que no querías hablarme.
-Nunca ha sido así.
-Casi cada vez que nos encontramos, te vas.
-Lo mismo pasa contigo.
-No suelo contar con las palabras adecuadas, lo siento.
-¿Adecuadas para qué?
-Para contarte.
-¿Contarme qué?.... ¿Por qué estanos dejando de ser amigos? Es lo único que te pido que me digas.
-Lo que ocurre es que esto va muy rápido. Courtney, no he podido confiar lo suficiente, no es personal.
-Sólo repites que no es personal, ¿qué te cuesta abrirte conmigo?
-Tal vez no lo entenderías.
-Honestamente ¿quién eres tú?

Matt Rostov retrocedió un paso y miró al espejo, encontrándose el reflejo de Courtney sosteniendo su mano, expectante.

-Bérenice ... susurró.
-Terminé contigo, Matt.
-Permíteme aclarar las cosas.
-Ahórratelo, estás enamorado de tu ex novia, déjame en paz.
-No es toda la historia, Courtney. No es personal porque no pretendo lastimarte.
-Hasta aquí está bien, comprendo.
-Bérenice es la única mujer con la que he estado en toda mi vida, dejarla atrás no fue sencillo, me aseguro de que sea feliz.
-Se acabó, me voy de aquí.
-Lo único que deseo es que viva sin mí.
-¿Entonces ¿por qué le das consulta su bebé? ¿Eres el padre?
-El niño es mi paciente pero no tengo que ver con él. Bérenice lo cuida y tiene dudas, pero no tratamos otros temas, te lo aseguro. Si quieres que te diga que me dolió la ruptura y me afectó, no veo por que negarlo; pero ella tomo otra dirección y no la seguiré.
-¿Cuál es?
-Ahora es madre y tiene otra pareja, yo también cambié. No podía seguir siendo el líder de los Rostova, tampoco enfrentarme con la policía o cuidar a nadie de sí mismo; ahora tengo un horario, atiendo enfermos, consigo medicinas, realizo cirugías y ayudo de verdad. Con Bérenice al lado, jamás habría llegado aquí.
-Ni siquiera ganas dinero, no tienes casa o apartamento, consigues ropa no sé donde y duermes donde sea. Un aviso: eso no es progresar.
-¿Crees que me concentro en este hospital?
-Nunca sales.
-Me gustaría revelarte de donde provengo pero no debo confiárselo a nadie.
-No tengo tu tiempo.
-Soy médico general, vivo en Tell no Tales, tengo treinta y dos, me acuesto tarde, no oigo mucha música, no necesito mucha ropa y detesto que duden de mí, mi nombre es Matt Rostov ¿algo más?
-¿Cómo quieres que confíe en ti si vas a guardarme tus secretos?
-No puedo ser tan transparente, ni abrirme. Esto que ves, es lo que hay.

Courtney se consideró nuevamente defraudada. Insistir con Matt Rostov no tenía caso y era preferible abandonar cualquier simpatía.

-Quiero ofrecerte una disculpa.
-¡Eres un idiota, Matt! - gritó ella, tomando asiento en una cama y abrazando una almohada. Él se situó a su lado.

-Courtney...
-No me toques.
-No quería hacerte llorar.
-¿Por qué no te vas? Estaba mejor sin ti.
-No pienses eso.
-¿Qué vienes a buscar acá?
-Nada porque soy libre por primera vez.
-¿De qué me sirve?
- De mucho porque las cosas no serán iguales.
-¿Podrías ser concreto de una maldita vez?
-Courtney, mírame a los ojos.
-¡Explícate!
-No se acabó el mundo cuando decidí separarme de Bérenice y he descubierto que fue lo correcto. No tengo miedo del futuro, no me remuerde la consciencia, puedo ir donde me plazca y también acepto que ella me marcó y me cambió la vida pero lo digo sin sentirme enganchado ni ilusionado. Terminé esa etapa y me siento aliviado por avanzar.
-Me alegro por ti.
-Courtney, sé que te dije que hacerlo despacio era la opción.
-Detente.

Matt acarició la mejilla de la joven.

-Un día me desperté sabiendo que me gustas y me preocupaba que fuera tan pronto porque no era oportuno.
-Aquí vamos de nuevo.
-Debí decirte que sí en ese árbol en lugar de la estupidez que pretexté y tengo miedo de que no creas en mí, de que pienses que juego, pero será un error dejarte ir sin intentar estar contigo.
-Por dios, no sigas Matt.
-Hay detalles que revelarte y que cuestan trabajo, pero mereces que lo haga pronto porque confieso que te quiero, sin rodeos.

Courtney se confundía ¿a qué se debía tal cambio? ¿Era hora de la desconfianza absoluta? ¿Matt Rostov era un cobarde o se erigía como valiente o era un simple imbécil? Ante tal panorama, más valía pedir una prueba que apelar a los sentimientos.

-No te creo, Matt Rostov.
-Te comprendo.
-¡No hay manera de comprobar que no mientes! ¡Intento confiar en tus palabras pero no distingo una razón para hacerlo! Contigo todo ha sido un continuo "te gusto pero no te gusto", me sostienes que Bérenice es tu pasado pero no paras de mencionarla y ahora me sales con que me quieres pero no me dejas entrar en ti y saber quien diablos eres ¿Qué deseas?
-Estar contigo.
-¡Demuéstralo!
-Eres quizás la mujer más inteligente que conozco, por eso no tengo derecho a detenerte, pero ¿ves esto? - Matt sacaba de su bolsillo una especie de pelota pequeña.
-¿De qué se trata, es un juguete?
-Se llama balín rostov, es el único que conservo.
-¿Para qué sirve?
-Es lo que me permite regresar a casa, es mi secreto más grande.
-¿Es un recuerdo?
-Si hablamos de las veces que lo he utilizado y de como lo obtuve, sí.
-¿Es muy importante?
-Ese balín significa todo para mí y quiero que estés segura de que te mostraré quien soy gracias a él. Lánzalo.
-¿Qué dices?
-Arrójalo o mejor yo lo hago, mira.

Matt Rostov aventó el balín hacia una silla con la misma velocidad en la que lo recobró.

-¿Qué ...?
-Es útil para desbaratar cualquier cosa, hasta un edificio. También es la llave de donde soy. Querías una prueba, es esta, guárdala.

Courtney sintió los dedos de Matt desajustando su collar y colgando su balín como un dije.

-No le cuentes a nadie porque este es el primer secreto entre tú y yo.
-Matt...

Él sonrió espontáneamente y la abrazó enseguida, susurrándole "te quiero" irrefrenablemente, mientras ella se aferraba en contemplarlo alegrarse y desterrando sus inseguridades para brindarle una oportunidad, considerando que entre tanto misterio había algo de sentido en tan peculiar balín, como si hubiese recibido una extensión de él.

Cuando salieron de la habitación, poco después, era oficial: Courtney Diallo y Matthew Rostov iniciaban su noviazgo. 
Perdoname Todo by Amaury Gutiérrez on Grooveshark

jueves, 5 de marzo de 2015

Regresa conmigo (Tercera parte)


Gracias a Inés Matosch por la foto.

Coincidiendo con el retorno de Kovac, una canal de televisión transmitía una telenovela de época en la que él, siendo muy joven, había interpretado a un viajero que se establecía en Hammersmith para casarse con su antigua prometida y ocuparse de un negocio de caballos. Todos los días a las dos de la tarde, Bérenice la sintonizaba para saber en que terminaría la intriga semanal.

-¿Si sabes que esa moconoverla es de hace como quince años, no? - le decía Evan Weymouth.
-No importa, es muy triste.
-Los actores no se han de acordar que la hicieron.
-¿Por qué Alondra no le confiesa a Alfonse que nunca lo amó?
-Hasta los nombres están para llorar.
-El pobrecillo dejó lo que tenía y se sentirá defraudado cuando sepa que su hermano Arthur se casará con ella ¡En las peleas siempre hay balazos!
-¿Cómo te puede gustar ver eso?
-Es que todo está bonito.

Bérenice lagrimeaba con cada episodio y para fortuna de los Weymouth, permanecía lo suficientemente atenta como para controlar su talante festivo.

Sin embargo, el mismo Kovac visitó la cantina uno de esos días para beber algo y saber si Lleyton Eckhart andaba por ahí. No lo encontró, pero si vio a la chica con su drama.

-¿Qué hace el bebé aquí? - cuestionaba Evan cuando el pequeño Scott jugaba con su sonaja, sentado en la barra.
-Hay piojos en la guardería, pequeño jefe.
-¿Por qué no lo dejaste en el cuarto de arriba, mujer?
-Porque le da calor y grita.
-El niño espanta a los clientes.
-Luiz se lo lleva al rato.
-Eso espero... ¿Ahora qué te pasa?
-Es mi programa: Alfonse le escribió un poema a Alondra para jurarle su amor ¿por qué ella le miente tanto?
-No tienes remedio. Cuando acabes con eso, limpia las mesas.
-A la orden, pequeño jefe.

Ella dio un beso en la frente al bebé y posó su mirada en la pantalla para suspirar con las escenas románticas e indignarse cuando un socio trataba de arruinar al protagonista.

-Hola ¿cómo estás? - le saludó Kovac en un corte comercial.
-Hola chico, hoy tenemos salkau con vainilla, manzanas y... ¿qué era? ¡Nueces! Lo memoricé porque a veces se me va la olla ¿Qué sabor prefieres?
-¿La olla? ¿Qué quisiste decir?
-Nada, ¿qué te sirvo?
-Eh.... Supongo que un poco de ron estaría bien.
-Toma tu vaso.
-Parece que te gusta mucho lo que estás viendo.
-¿Qué?
-La telenovela.
-Me encanta la historia, un hombre rechazado siempre da pena. A veces sueño con entrar a la pantalla y abrazar a Alfonse para consolarlo.
-¿No te recuerdo a alguien? ¿Al protagonista, por ejemplo?
-Alfonse es más joven y tiene el cabello largo; tú lo tienes demasiado corto y tus ojos están un poco caídos. No eres él.

A Kovac le pareció un derroche de gracia durante un segundo pero Bérenice hablaba con suma seriedad y no lo reconocía aunque hubiese conservado el porte de su antiguo personaje. La joven se concentraba como nadie en el hilo de una trama que a él no le enorgullecía en retrospectiva y se daba cuenta de que ni estando muy desesperado, aceptaría nuevamente trabajar en Hammersmith para seguir vigente.

-¿Qué te gusta del programa?
-Que la ciudad se ve muy linda.
-Pero están en el campo.
-Se nota que antes Hammersmith era mejor.
-¿Has ido?
-Una vez y es horrible.
-Cuando la visité por primera ocasión, me impresionó. Debiste verla hace quince años.
-¡Cuando tenías veinte!
-Si así lo pones.

Kovac asumió que Bérenice lo llamaba "viejo" pero sin mala intención. Ella por su lado volteaba hacia a Scott, mismo que sonreía cuando lo miraba.

-Oh bebé, no puedes jugar con esta sonaja sucia, mejor agarra tu peluche ¿verdad que el "señor oso" te hace reír? En un momento te traigo tu juguete.

La mujer volvió a besar al niño y fue al lavabo próximo a asear la sonaja, además de un biberón para servir la fórmula favorita de los dos. Después Kovac contempló con cierto asombro como Bérenice bebía de una taza.

-Si Scott no me ve tomando lo mismo, rechaza su leche - comentó ella.
-¿Es tu hijo?
-Sí y lo amo muchísimo.
-¿Cuánto tiempo tiene de nacido?
-Ocho meses, según el doctor.
-¿Perdona?
-Es que estaba un poco enfermo, le sacaron medidas, le revisaron la boca y me anotaron que tiene ocho meses. ¡Ojalá le salgan rizos como los de su papá!
-No se parece a ti.
-Pero es muy risueño.
-Si no es indiscreción ¿puedo saber cuántos años tienes?
-Veintidós.
-¿No eres muy joven para un bebé?
-Desde hace tiempo deseaba uno, soy muy feliz.

Bérenice prefirió alimentar al niño mientras su telenovela seguía e ignoró a Kovac por completo hasta que Luiz atravesó la entrada y exclamó "¡Scott, ya llegó tu papá!"

-¿Cómo está mi muchacho? - preguntó Luiz.
-Estamos poniéndonos fuertes ¿verdad, Scott?
-Me da gusto, Bérenice.
-Dame un beso.
-¿Con uno basta?
-Aquí sí.
-¿Me llevo al niño a casa?
-Me quería quedar con él otro ratito pero no puedo.
-Lo llevo a pasear con su abuelo entonces.
-Le di sus medicinas y su leche. A las ocho le tocan su manzana y sus gotitas para la tos, que no se te olvide, Luiz.
-Claro que no.
-Bueno, despídanse.
-Le damos un beso a mamá, le decimos que papá vendrá por ella y tú y yo nos vamos con el abuelo a una reunión de hombres (no le digas a mamá que vamos a la playa).
-¡Ay, yo quería!
-El domingo vamos.
-Hecho.
-A las nueve regreso.
-Pasaremos a comprar la cena.
-Sí, lo que quieras.
-Adiós y cuida bien a Scott.
-No te apures, Bérenice.
-Te quiero, Luiz, adiós.

Kovac era consciente de que estaba fuera de lugar, aun cuando ella retomara sus labores y su programa; pero Bérenice de verdad no lo reconocía interpretando a Alfonse, aun cuando comenzó a compararlo de vez en vez por culpa de un guiño de la ficción que se parecía al de hacía unos días.

-Pensé que te habías ido.
-¿Me darías más ron?
-Aquí tienes.
-Eres la primera persona en mucho tiempo que me dice que le gusta esa telenovela.
-¿Por qué?
-Nadie la recuerda, ni yo.
-Es que Alfonse es demasiado perfecto.
-Más bien ingenuo.
-Conocí a alguien así.
-¿Quién era?
-Su nombre es Matt, es doctor.
-¿Qué pasó con él?
-Era mi novio.
-Oye, esa es una sorpresa.
-Él sabe de todo y yo ni siquiera fui a la escuela. Ahora a él le gusta una de sus compañeras del hospital y mi lindo Luiz es carpintero.
-La vida da vueltas ¿no?
-Matt era muy lindo pero fue mejor que se terminara, yo nunca le entendía.
-Suele pasar.
-Ah, me he distraído mucho y acabo de recordar que no recogí una de las medicinas de mi pequeño... Iré por la noche, no es urgente. Terminaré con mi novela, pásala bien chico.

Bérenice volvió a recargarse en la barra, prestando atención al televisor como si nadie más existiera, ni siquiera Kovac que permanecía cerca y sentía una especie de curiosidad por saber que clase de mujer era y porque le había contado la anécdota con el novio anterior. De la tentación de verse a sí mismo años atrás no quedaba nada, excepto que muy en el fondo, le halagaba que la cantinera lo confundiera con cualquier cliente, que cualquier otra cosa fuera más importante, que solo actuara como ella misma.

domingo, 1 de marzo de 2015

El día de un no (Unwell)


Freema Ageyman interpretando a la doctora Martha Jones en Dr. Who / Imagen cortesía BBC.

Courtney Diallo se dirigía a Pediatría cuando vio a Bérenice Mukhin con su bebé en brazos y a Matt Rostov expidiendo una receta para combatir un ligero catarro, así como platicando sobre los cuidados a seguir. Poco después, ambos se aproximaban amigablemente y él abrazaba primero al paciente y después a la mujer sin que se incomodaran o molestaran.

-"¿Por qué me gustará la inmolación?" - pensaba Courtney antes de pasar por delante con tal de observarlos mejor y descubrir que ni atención le ponían aunque se aferrara en pensar que era porque estaban ocupados y el bebé estornudaba con un poco de insistencia - "Deja a Matt trabajar, insiste luego" - se dijo y se fue por allí, imaginando que después él la seguiría y mínimo la saludaría.

A partir de la fiesta en Láncry, Courtney Diallo y Matt Rostov se evitaban mutuamente y solían sentirse incómodos si se topaban en un corredor o en urgencias. Tampoco se hablaban en los elevadores y si llegaban a verse de lejos, nada sucedía. A ella le daba por llorar a momentos sin comprender el motivo.

-"No debí llevarlo a casa" - se reprochaba de pronto, pero luego se acordaba de que por su entusiasmo realmente había creído que él le correspondería con cierta prontitud y por tal, había mencionado su nombre en la cena familiar. Lo más probable era que lo hubiese ahuyentado pero, ¿por qué le dijo que ella le gustaba? ¿para salir del paso? ¡Que alguien le explicara! Si no le interesaba, lo mejor era confirmárselo en lugar de darlo todo por sobreentendido, a costa de pensar que él no la merecía y que era un cobarde incapaz de decir verdad alguna, además de patán... Pero luego recordaba que antes de semejante situación, él solía buscarla, regalarle manzanas y hacerle la charla; ahora sólo parecía sorprendido de verla de vez en vez, tal vez tímido y cuando le decía "hola" seguía siendo amable, además de cederle el paso.

Poco antes de abandoner el larguísimo corredor de cuneros, Courtney se encontró con una colega que ni siquiera la notó. ¿Cómo iba a hacerlo? Si aparentemente Matt Rostov había comenzado a coquetear con ella y los demás doctores habían dejado de existir en automático. O quien sabe, tal vez guardaba un rencor personal o.... Mejor no saber, preferible concebir que Matt se había ganado la indiferencia, que no volvería a tomarlo en cuenta aunque se tentara.

Pero a Courtney le brincaba el hecho de que no había entregado su corazón, que no sentía nada que implicara algo, que no conocía a Matt Rostov lo suficiente para sufrir porque no estaba herida en realidad, que ninguno estaba obligado a continuar o resucitar siquiera el intento de amistad que tuvieron, que no poseían deudas entre sí. De reflexionar con claridad, lo cierto era que nunca pasó nada y que esa misma nada resultaba conveniente.

-¡Doctora Diallo! - le llamaban por ahí, pero ninguna persona era Matt y mucho menos era interesante lo que le pedían o le comentaban. Pero la noche era así cuando terminaba su turno y recordaba dejar su uniforme en el vestidor para que la chica de limpieza lo lavara y le añadiera suavizante floral. Las otras chicas se ocupaban de sus teléfonos y de quejarse del trabajo cuando ella tomaba un baño y mientras las demás presumían de sus planes, Courtney apenas imaginaba lo que su madre preparaba por cena y el nuevo pretexto del por que no tenía pretensiones de salir a disfrutar lo que fuera. Incluso, en la puerta del hospital algunos se despedían sin incluirla en la conversación.

-"Qué día... Y mi primo no ha llegado, que bien" - caviló al tomar su bicicleta y preguntarse por que no sabía usarla antes de tomar camino y marcharse con la cabeza baja, soñando de nuevo con que a Matt Rostov se le ocurriría alcanzarla, pero dando la vuelta, se percató de que él se colocaba en la banqueta próxima, pero no se movía.

 Aparentemente la relación había terminado antes de empezar.