lunes, 31 de julio de 2017

El descanso en Burano (Primera parte)


El retorno al Hotel Florida por la noche fue muy extraño. Se repetía el desfile de vaporetti y de lanchas pequeñas, las luces estaban prendidas por todos lados y no había forma de concentrarse en los pensamientos propios. Los Liukin aprendieron que los italianos hablan mucho y apoyados por remarcados gestos que para el extranjero común podían ser amenazantes sin serlo, que varios gritan para llamar la atención en las discusiones amistosas y que las riñas resultaban serles extrañas si sucedían por una mujer. Los oídos ya les dolían.

-Dicen que Santa Croce es un barrio silencioso - dijo Ricardo cuando el bote dio la vuelta en Cannaregio y Carlota le preguntó si se instalarían ahí. Él no lo tenía claro.

Su charla era una de las tantas que se perdían ante el escándalo cuando repararon en algo: Habían pasado seis días luego de abandonar París ¿Cuántas personas podían decirlo? De volver a Tell no Tales aquello sería como una hazaña y de presumir los viajes a Mónaco y Venecia seguramente la gente se acercaría para trabar amistad. Los Liukin entendieron desde sus asientos que su país natal era muy chico y que no habían visto el mundo; ni siquiera Ricardo de joven o cuando supo de la casa en Capri. Irse de Venecia iba a ser una cobardía y de repente, él sacó un mapa.

-Niños, invitados y Yuko, no nos queda dinero, estamos en una ciudad cara e iniciarán sus clases el lunes. Estoy buscando un alquiler pero los más baratos están en Cannaregio y no tienen baño, el día de hoy volví a olvidar sus nombres y cuando pagué la cuenta del café le pedí prestado a Marat ¿Les parece mandar todo al diablo e irnos a la isla Burano a pasar el fin de semana? Está aquí mismo pero hay menos gente y por 60€ nos podemos hospedar en un hotel de dos estrellas con piscina.

Carlota miró a su padre con asombro.

-Hay peces, chicas, restaurantes caros y encajes bordados ¿Qué dicen?
-Si voy a ser pobre, que sea con estilo - añadió Andreas y los demás entendieron que pasara lo que pasara, harían ese pequeño viaje. No habría escalas ni en Murano ni en Torcello, nada de comprar souvenirs ni bocadillos y se abstendrían al máximo de hacer otra cosa que no fuera caminar o tirarse al sol. Burano era una isla cercana, a cuarenta minutos desde la Fondamenta Nove y sin salir de la laguna de Venecia. Tres días con sus noches y el lunes el colegio se admiraría de la puntualidad de Carlota. Era un plan simple y perfecto.

-¿Le diste dinero a papá? - susurró Carlota al oído de Marat pero con el bullicio, la respuesta fue inaudible.

Día siguiente, 9:00 am.

Ricardo batalló pero logró que el dueño del hotel Florida entendiera que los Liukin pasarían tres días en Burano y que regresarían a las mismas habitaciones que de todas formas habían sido apartadas y pagadas por anticipado; por tanto quedarían cerradas y no devolverían las llaves. Si no fuera por Carlota, aquella petición habría sido rechazada como la de pintar de nuevo las paredes en los pasillos. En realidad, los Liukin no adivinaban que gran parte de su suerte se debía a que ella despertaba las reverencias y el instinto protector de casi todo el mundo; por tanto, se desvivían en hacerle cualquier favor sin exigirle retribución.

-De menos tienen sitio de regreso - le dijo Marat a la joven y ambos salieron a la calle a preguntar por la línea del vaporetto que los llevaría a Burano. Tennant Lutz los seguía por detrás mientras bebía un jugo y constataba que mientras en París su facha era demasiado formal, en Italia era trendy y para aumentar el encanto se colocó gafas de sol. Las chicas querían acercársele y las volteaba a ver con un poco de arrogancia con tal de mantenerlas cautivas mientras pensaba que si Marat no estuviera tan concentrado en la joven Liukin, seguramente le robaría la atención. Bueno, lo había hecho con la única chica que le interesaba pero de todas formas no duraría. Marat se iría el lunes también.

-Espérennos - gritó Ricardo y aquellos tres vieron a Adrien aferrado a Yuko y Andreas y Miguel yendo a medio bostezar. Había que caminar por Calle Priuli Ai Cavaletti y luego atravesar el Ponte degli Scalzi pero era viernes y los viernes los cruceros atracaban en Giudecca y San Marco a las siete, y los trenes y ferrys desde Italia continental iban arribando.

-¿Otra vez? - preguntó Carlota al ver repleto y guió a los demás por Rio Terá Lista de Spagna, que poco a poco se iba llenando de turistas. Al menos pudo conocer la calle al fin y pasar a una pasticceria a comprar el desayuno para todos. El vendedor incluso le advertía llevar boccate a Burano.

-Parece que la comida es bastante más cara allá- dijo Marat cuando ella repartía panes a los demás y siguieron su camino por la Salizada San Geremia. De no ser por ese camino, los Liukin habrían sufrido para llegar a cualquier lado y poco después, se toparon con Geronimo, el chico del bote del otro día.

-Amici! - gritó éste.
-Ciao, come stai? - Respondió Marat.
-Tutto bene, ché state facendo?
-Vamos a Burano, queremos tomar el vaporetto.
-¿Por qué no piden que los lleve?
-No, no queremos molestarte, no cabemos.
-Pero ¿qué dices? ¡Somos amigos!
-Creo que me niego.
-Voy a Torcello por unos estampados, Burano me queda de paso, tengo combustible suficiente.

Los Liukin no supieron responder hasta que Adrien saltó a la lancha y se puso a jugar con su cubo de rubik. Se necesitaba fuerza sobrehumana para sacarlo de ahí y a pesar de que su padre trató, el niño se encaprichó con el lugar.

-Nos iremos en vaporetto, gracias por el ofrecimiento - señaló Ricardo y le pidió ayuda a Andreas para persuadir al hermano.

-El vaporetto cobra 12€ por persona, yo sólo pediría 30 por llevarlos - prosiguió Geronimo y el semblante de todos cambió enseguida. Era demasiado bueno para ser verdad pero Carlota y Marat ya habían estado en aquella lancha y era muy espaciosa; sobraría lugar pese a llevar casi una decena de personas con cierto equipaje y Tennant y Miguel abordaron enseguida, pagando entre los dos el traslado.

-¿Es en serio? - preguntó Ricardo y se convenció a regañadientes, situándose sin desearlo junto a Yuko y lejos de Carlota y Marat que no paraban de hablar con el tal Geronimo.

-¿Siempere hace lo que quieren los niños? - preguntó Yuko.
-Ellos mandan en mi casa desde que me acuerdo - contestó de mala gana y suplicó porque el vehículo no volcara.

Los Liukin partieron desde el Canale di Cannaregio hacia el Gran Canale y se introdujeron al Rio de Noale, en donde se veían edificios de ladrillos naranjas y un sinnúmero de balcones. A Ricardo le sorprendía que desde la lancha, Venecia se viera mucho más hermosa y el Palazzo Gottardi más cautivante de lo que era a pie.

Poco después se adentraron en el Canale Della Misericordia y el Porto di Venezia los recibió con la escalofriante escena de los cruceros que se aproximaban a los atracadores más populares de la ciudad. Ningún barco había chocado contra el puerto en siglos pero los colosales cruceros habían estado a punto de hacerlo la semana pasada según contaba un Geronimo que entonces prefirió tomar la Laguna di Venezia por la ruta de los vaporetti en la cercana Fondamenta Nove para sentirse más seguro. Era peor en Giudecca de todas formas y ni los vaporetti se metían en el puerto de Lido porque la salida al mar Adriático era peligrosa, con una corriente que sólo resistía otro embarcación de tamaño monstruoso.

-Esta parte es más tranquila - aseguró Geronimo y Carlota pudo constatar que le gustaba ver la ciudad desde afuera, con las cúpulas rojas que desde adentro no eran tan fáciles de encontrar. La misma sensación que había experimentado en el tren la invadía ahora desde la lancha y no paraba de señalar las construcciones con entusiasmo.

A los diez minutos, la isla Murano estaba muy cerca. Era como una hermana muy pequeña de Venecia, bastante parecida y con olor a quemado. En aquél lugar se elaboraba la cristalería más fina del mundo y el renombrado taller de Lavinia Swire tenía su sede en el centro. Geronimo contaba que no era más que una bodega grande que trabajaba bajo pedido y que los hoteles se peleaban por los escasos lotes de venta libre que salían en diciembre. No existía lugar en Venecia que no contara mínimo con un jarrón de tan notable marca ni familia que no obtuviera el suyo de regalo. Carlota comentó entonces que tenía unos aretes de cisne con tal firma y vio pasar Murano sin interesarse más puesto que volvería pronto.

Burano estaba treinta minutos adelante y se podían ver algunas islas en el camino que curiosamente no formaban parte de la administración veneciana y la Italia continental que era muy tentadora desde la distancia. Jessolo estaba a media hora yendo al este y Padua y Verona a noventa minutos al oeste, Milán a dos horas y Turín a tres; Trieste a cuatro. Geronimo les iba sugiriendo alternativas para viajar barato y algunos consejos sobre Burano: No comer en marisquerías, no comprar encajes bordados baratos, nunca alquilar habitaciones individuales en los hoteles y abstenerse de tomar paseos en góndola por los pequeños canales de la isla. Si una calle estaba solitaria, aprovechar para visitarla y evitar salir de noche si no estaban cerca del centro. En Venecia había rumores crecientes de que la mafia negociaba en Burano así que la gente común se encerraba y nunca se asomaba y en los hoteles la cena se servía en los patios para evitar problemas en los balcones. Sobraba decir que los negocios cerraban temprano y que no convenía entablar conversaciones con los lugareños.

-Sigue siendo un agradable lugar - dijo el mismo Geronimo y recalcó que era una zona libre de cruceros y no tenía playa porque todo estaba rodeado de rocas o muelles.

Los Liukin se repartían el protector solar cuando divisaron lo que era Burano. Era un lugar pequeño y desde lejos se percibía un fuerte olor a pintura mezclado con sal. Conforme se iban acercando, más reparaban en que la gente pintaba sus casas y muchos gatos aguardaban en las orillas, curiosos de los visitantes y cariñosos con los pescadores, que les proveían de camarones y restos de pescado. Como tenían que rodear la isla para llegar a la Fondamenta dei Squeri, vieron a varios felinos esconderse entre las esquinas después de comer, como si fuesen una guardia secreta lista para atacar en cualquier momento.

-¿La alarma de la ciudad es un simple "miau"? - confesó Tennant estar pensando cuando el bote desaceleró y atracó suavemente en el muelle. El capitán del puerto se acercó a Geronimo para registrar su llegada y verificar su permiso y poco después, los Liukin descendían en un lugar muy cercano a la parada del vaporetto. Ricardo sólo atinó a sacar su mapa para buscar el hotel.

-Debemos ir a la calle Galuppi y buscar un letrero del Hotel Mazzini ¿Alguien entiende cómo llegar?
-Creo que yo - contestó Marat - Debemos llegar a la esquina de la Calle II dei Squeri, caminar hasta la Fondamenta San Mauro e ir a la izquierda.
-¿Nos vamos por esa calle tan larga?
-Cuidándonos de no entrar en Babuini.
-¡Sigan a Marat! Si nos perdemos ya saben a quien culpar.

Los Liukin se rieron un poco y caminaron por una calle muy agradable, con piso de piedra y varias fachadas coloridas. Como el olor advirtiera desde la laguna, los buranelli estaban arreglando sus casas y cada familia escogía algún color al azar para su fachada. No tardó Carlota en notar que la habían salpicado un poco con pinturas verde, roja y morado y a Marat también mientras veían a Geronimo pasar con bastante cautela. En la parte de arriba se distinguían muy bien los tendederos y en una mañana de mala suerte, el turista podía encontrarse con que la ropa estaba mojada, no obstante, ese día era una afortunada excepción en la que de todas formas las molestias al pasar eran muchas. La gente tropezaba con los Liukin y no era afable, ni siquiera para pedir disculpas y los niños sin ningún pudor los tocaban para apartarlos. Pronto la marca de una mano en color rosa decoró el vestido con rayas verdes de Carlota y el rostro de su padre exhibía gotas amarillas.

-Benvenuti a Burano ... - susurró Marat con desgano y continuaron su ruta hacia una parte donde un grupo de ancianas tejían encajes que luego se usarían para decorar mesas. Ahí nadie pintaba pared alguna y la joven Liukin paró en seco. Aquellas mujeres usaban grandes bloques de hilo blanco sin otro apoyo y sus puntos eran tan refinados que tardaban días en completar pequeños manteles o servilletas. Las menos, utilizaban moldes pequeños para diseñar cuellos de blusas y Carlota se sentó junto a estas, tomando sin permiso algo de hilo y utilizando su propia aguja para improvisar algunas flores que tal vez colocaría luego en alguna bolsa. Por supuesto, imitaba a aquellas mujeres y estas le prestaron atención al notar que era muy rápida y no cometía errores; incluso comentaban que tenía "técnica de monja" y se preguntaban quien le había enseñado. En Burano, los encajes bordados se vendían en la Piazza Baldassarre Galuppi y Geronimo comentó que justo se dirigía allí y que se separaría en la Fondamenta San Mauro para poder llegar a tiempo al taller donde había pedido unas telas estampadas seis meses atrás. Aprovechando para dar unos últimos consejos: pedir el risotto di gò por ser platillo típico, consumir vino de la casa y nunca ir a los restaurantes que requirieran reservación, Tennant replicaría a Geronimo que contando con él, los demás comerían adecuadamente y no caerían en las trampas recurrentes que varios lugares solían aplicarle a los fuereños. Todos prestaban atención de aquella charla que concluyó cuando las ancianas aplaudieron a Carlota por su diseño y una de ellas le regalaría un gran carrete de hilo como halago adicional. Luego, los Liukin hallaron la esquina y la Fondamenta de San Mauro, siendo guiados al Hotel Mazzini en la calle siguiente.

-Me aparto aquí - señaló Geronimo y los demás lo despidieron con bastante gratitud, más Carlota y Marat que lo habían abrazado y dado la mano. La recepcionista alcanzó a ver aquello y enseguida recibió a los Liukin con enorme cortesía convencida de que, si se topaban de nuevo al muchacho de las telas, hablarían bien de ella. Esa chica llevaba enamorada tres años de él.

-Buongiorno, benvenuti al Hotel Mazzini, posso auitarli?
-Necessitiamo una abitazione doppia e due tripli per tre notti con doccia.
-Per questo, sono 60€ per notte.
-540€?
-Ma questa non e stagione turistica, avete fortuna, 50€ abitazione per notte.

Marat tradujo al señor Liukin y este de inmediato decidió tomar el alojamiento. Aunque aparecía en la guía turística, el encantador Hotel Mazzini era poco frecuentado y su piscina estaba siempre sola, así que los chicos se retaron a ocuparla primero. Carlota en cambio, reconoció el cuarto que compartiría con Yuko y luego de cambiar su ropa, salió a la calle, dispuesta a dar la excursión a la isla.

-Marat ¿vienes? - preguntó al hallarlo mirando al canal.
-¿Dónde vas?
-A caminar, esta vez traje zapatos.
-¿No tienes que pedir permiso?
-Tenemos que hablar.
-¿De qué?
-¿Es cierto que le prestaste dinero a papá?
-Carlota, no te preocupes, tu padre nunca me pediría nada.
-¿Por qué dijo que lo ayudaste con la cuenta del café?
-Es que Andreas no ha devuelto el dinero...
-¿Andreas qué?
-Nada.
-¿Él tiene nuestro dinero?
-Carlota, creo que es mejor que tu padre lo arregle.
-Pero todo lo que ganó en el casino...
-Mejor quédate tranquila.

Marat sonrió y Carlota prefirió confiar un poco en él, creyendo que tenía razón. De todas formas, se alegraba de que en Mónaco le hubieran devuelto su mesada y recuperando un poco el ánimo, comenzó a caminar, atravesando por un puente la Fondamenta San Mauro. El día era largo y había muchas casitas coloridas por recorrer.

viernes, 21 de julio de 2017

El extraño caso de la niña con las cartas del Tarot


A Elena Martelli le gustaba cantar y le atraía el Tarot. Los espíritus decían que ella misma había predicho su muerte en cuanto aprendió a descifrarlo; su propia madre maldecía aquellas cartas mientras el forense se llevaba el cuerpo para la necropsia y no tardó Italia entera en conmocionarse cuando la noticia apareció como principal del programa matutino nacional a las siete de la mañana. "Gran tragedia a Venezia" se le llamó y al menos por ese día, los canales y el puerto de Giudecca se cerraron a la navegación.

Los Liukin se quedaron varados en el barrio de San Marco y por la ansiedad, encerrados en un café de los escasos que abrieron ese día. Llevaban varias tazas de chocolate caliente y raciones de pan de naranja cuando entró al local una niña idéntica a la desafortunada Elena. Pero no era ella evidentemente, si no la hermana dos años menor, a la que aun no le habían avisado. La acompañaban sus amigas, mismas que fingían calma al tomar una mesa para desayunar lo mismo que los Liukin. Al menos Carlota sintió un gran alivio cuando le llevaron un trozo de pastel de pistache; fácil suponer que era para no sentirse más triste.

-Mangeremo tutte - Pronunciaba imperativa la chiquilla y la encargada de la caja soltó a llorar en silencio, creyendo que sabía lo que pasaría cuando Lionetta Martelli se enterara del destino de Elena. No era la única en pensarlo.

-No sé ustedes pero se me fue el apetito - declaró Tennant y se limitó a beber el resto de su chocolate para luego salir de ahí y sacar el cigarrillo que le sobraba en lugar de salir corriendo. Si alguien detestaba ver a los familiares de los difuntos era él y luego de sospecharlo, desechó la idea de que conocía al culpable. Ninguno de los singulares Lutz podía ser; les asqueaban los niños.

Dentro del café, no obstante, sucedía algo más interesante. Lionetta Martelli había sacado el Tarot de su hermana y pretendía "leer" el futuro de quien se dejara, así sus compañeras no estuvieran de acuerdo. Los comensales mejor le seguían el juego y cuando fue el turno de Miguel, éste se opuso y la niña le contestó que de todas formas existía un "candado" que le impedía revelarle lo que le esperaba. Claro que Miguel no le entendió y los Liukin menos, ni siquiera Marat intentaba traducir media palabra.

-Sò già! Leggerò il tarocco per lei - anunció la pequeña y se colocó junto a Carlota, haciéndole la seña de que eligiera una carta.

-Házle caso - sugirió Ricardo.
-Sugiero que no - intervino Miguel pero la joven, por lástima, accedió.

-Espera, también escogeré una - dijo Marat y luego entre los dos sacaron una tercera.

-Lei ha il "Mondo" - siguió Lionetta Martelli - Si aspetta un gran succeso nel futuro, un trasloco forse? O sei arrivata ad un buon posto.
-¿Qué me dijo? - preguntó intrigada Carlota.
-Qué tendrás éxito o una mudanza... Algo así.
-¿Otra?
-Perdona, no entiendo todo.
-No importa, gracias Marat.

La niña sonrió y luego se dedicó a interpretar la elección de él.

-La Forza! è buona, augura forza fisica e successo.
-La risposta era molto facile.
-Ma predice anche amore.
-Amore? No, no.
-Perchè, non sei innamorato?
-No!
-Come vuole, ma uguale ti manca una lettera.

Marat hizo el gesto de que no podría sorprenderlo y de que se tomaba a juego eso del Tarot. Antes le habían descifrado la mano, leído el café y tirado las runas sin acertar en cosa alguna e improvisando "visiones".

-Voi sceglievate questa lettera -continuó la pequeña.
-No comprendo, Marat.
-Que escogimos esa carta entre los dos.
-A lo mejor nos sale algo bonito.
-De acuerdo, que la muestre.

Lionetta volteó la carta entonces y se echó a reír.

-¿Qué le pasa?
-No tengo idea.
-¿Qué significa la carta?
-Déjame ver, Carlota.
-¿Será buena?
-Está tan gastada que no alcanzo a leer.

La niñita los miró curiosa.

-È la lettera degli innamorati! Siete innamorati?
-¿Qué? A lo que dijo, es no - reaccionó Carlota
-Sei innamorata di lui? - señalando a Marat.
-¡No! A eso supongo que también le digo que no.

El señor Liukin iba a pedir que aquello se detuviera pero Lionetta prefirió continuar conversando con Marat.

-Sei innamorato di lei?
-No, è una ragazzina.
-Ambidue avete scelto gli innamorati.
-Coincidenza.
-L'amore sta nel suo destino.
-Non lo credo, noi siamo amici, c'è una differenza di sei anni.
-Non ci sono incidenti nel tarocco.

Lionetta Martelli se encogió de hombros e intentó que Ricardo Liukin hiciera una tirada completa con bastante éxito.

Al mismo tiempo, Carlota y Marat se miraron mutuamente y compartían el pastel.

-¿Qué tanto te decía de tu carta?
-Que me irá bien.
-¿Y de la última?
-Una tontería.
-¡Ay no! Cuéntame.
-No vale la pena, Carlota.
-¿Qué te avisó?
-El Tarot es fantasía.
-¿Por qué tomaste una carta?
-Diversión.
-¿Te habló de una novia?
-¡No! ¿Cómo crees?
-Oí que dijo "amore".
-No pienso tener una relación ahora.
-¿O lo del amor era para mi?
-¡Deja de pensar en eso!
-Es que sería increíble saber mi futuro.
-Después reclamarías por enterarte de algo que no te guste.

Carlota asentó como si quisiera contestar "buen punto" y enseguida vio a Lionetta Martelli con pena porque parecía tan contenta y entusiasta como porrista de un colegio. Sobre el Tarot, bueno, Marat oía que la hermana le había enseñado y las predicciones de Elena solían cumplirse con frecuencia.

En un momento dado, Lionetta salió del local al advertir a Tennant en la puerta. Los Liukin se asomaron desde sus sitios como pudieron y por una razón, comenzaron a reírse, quizás porque el joven había intentado esquivar a la niña de manera evidente.

Afuera hacía algo de calor cuando Lionetta se colocó frente a Tennant. Este no fue muy afable.

-¿No te han dicho que no te acerques a gente que fuma, niña?
-Prende una.
-No creo en eso.
-Perché non scegli una?
-No, grazie.
-Come vorrei ma credo che tu hai la curiosità.

Tennant apagó su tabaco e ingresó a local nuevamente. Había empalidecido y reanudó las tazas de chocolate enseguida, sin mencionar palabra. Para él no se lidiaba con circunstancia peor que la gente en luto y Lionetta Martelli, de ser una buena tarotista, seguramente se habría soltado a llorar de preguntarle a las cartas sobre Elena y en lugar de lanzar advertencias adivinatorias sin sentido, estaría tan deshecha como su madre. La niña se quedó al exterior un buen rato arreglando su baraja y regresó para al fin ponerse a desayunar.

viernes, 14 de julio de 2017

Un relato con Cumber


Bar de Colette, Rue de Gay Lussac, París.

Luke Cumberbatch entró y la chica de la barra lo recibió con deseos de arrojarle el tarro que traía en la mano... O eso imaginó porque en realidad, ella le aventó un par de vasos que se quebraron al chocar contra la puerta y la dueña del local alcanzaba a gritar "tú pagarás por eso".

-Con todo gusto - replicó la muchacha que no tardó en colocar una cerveza frente a Cumber de mala gana. Este le dio un sorbo aunque se negó a tomar asiento.

-Al fin te dignas venir.
-¿Pasó algo?
-¡El niño ha estado enfermo!
-¿Ya se curó?
-¡Maldito imbécil!

La joven recogió los vasos de otros clientes y los depositó en el fregadero, con la intención de lavarlos un poco más tarde y observó a Cumber de forma inquisidora.

-Traje unas cosas.
-¿Crees que con unos pañales es suficiente?
-También hay fórmula.
-Ni siquiera es la correcta.
-Creí que sí.
-¿Dónde estabas?
-Consiguiendo trabajo.
-¿En serio? ¿Tanto tiempo?
-Me dieron uno de cocinero.
-No seas cínico.
-De verdad, búscame en la Rue de Poinsettia.
-Tú eres quién debería estar a diario con nosotros.
-Lo sé, Khady.
-¿Por qué no es así?
-Entiéndeme yo... No me siento bien con esto.
-Esto no es de que sientas, Cumber, es de que te hagas cargo de una jodida vez.

Él atinó a beber la cerveza y prender un cigarrillo, mientras miraba el piso.

-No puedes fumar aquí.
-¿Qué?
-Pusimos el letrero por el niño.
-Perdón, no lo recordé.

Ni siquiera Khady creyó que él hubiera olvidado algo; había omitido el aviso y por supuesto, lo seguiría haciendo una y otra vez sin cansarse o hasta recibir un puñetazo; pero ella no tenía las ganas de propinárselo y menos la fuerza. Silenciosamente, optó por recoger los trozos de vidrio y miró a Cumber sin esperar que él dijera algo inteligente o cuando menos bonito. Esa etapa había terminado y ahora, con un hijo en común, él no podía ofrecer más. Correctamente intuía ella que él dormía con otras mujeres, gastaba su dinero en libros y casi seguro en botellas de vino, conformándose con aparecer un momento y dar por lo menos una bolsa con algo necesario de vez en cuando. Lo había aceptado con esas condiciones, no eran amantes ni amigos y él no iba a madurar ni cambiar por nadie.

-Vengo de estar con mi padre.
-¿Te dio remordimiento y por eso viniste?
-Iré al bautizo de Dušan.
-Saint Chapelle el sábado a las once.
-¿Puedo traer un regalo?
-Un peluche estaría muy bien.
-¿Puedo cargar al niño?
-Supongo, dame un momento.

Khady dejó sus guantes sobre el lavabo detrás de la barra y tomó a su bebé de la carriola, depositándolo en brazos de Cumber.

-Es lindo.
-Tiene tu cara.
-Tu piel.
-Te dije que Dušan no podía ser pálido.
-¿Te irás a Tell no Tales?
-Mi madre dice que estaré mejor allí, que están contratando.
-¿Te llevarás ...?
-¡Ay Cumber! Es obvio.
-Pero estás en París.
-No tengo tanto dinero para poder seguir aquí y además, mi hermana se casó y se va a mudar, creo.
-¿Courtney?
-¿De ella si te acuerdas?
-¿La doctora?
-Considero hacerlo por Dušan ¿estamos?
-¿Cada cuándo podría visitarlos?
-Cuando quieras o te acuerdes.
-¿Cuánto necesitas para mudarte?
-¿Quieres que me vaya?
-¿Quién te entiende?
-Te estoy diciendo que me llevo al bebé y hablas de dinero.
-¿Entonces, qué quieres?
-Un "voy a hacerme cargo" sería lo mínimo... No te pido que nos visites pero al menos ayúdame a mantenerlo, hay que pagar biberones, ropa, los traslados a la guardería, comida, jabón y si lo necesitas, hasta recibos te doy.
-Lo que me quieres decir es que te apoye más con Dušan y mejor te vas por las ramas. Con razón terminamos.

Khady mejor evitó recordarle a Cumber su reacción al saber que ella estaba embarazada y continuó aseando el local.

-¿Cómo están tus hermanos?
-Hugo no sé, Max va de regreso a Japón y los otros engendros, tampoco sé
-¿Y tú hermana?
-Vengo de estar con ella.
-Esa si es una sorpresa, Cumber.
-Estábamos con mi padre.
-¿No se pelearon?
-No pero espero que se le quite pronto su interés en una chica.
-¿Sigue de enamoradizo?
-Nunca aprende.
-Ya veo de donde sacaste todos tus defectos.

La joven volteó a ver a Cumber y él se quedó callado, quizás por recordar que la había deseado demasiado, al punto de intentar quedarse a su lado. El desinterés sin embargo, llegó poco después del sexo y ella lo echó de casa. Luego vino la espera del bebé como punto final.

Él estaba por proponer llevarse al pequeño esa tarde a caminar cuando Svante entró en escena. El chico traía una despensa entera y frente a Cumber, besó a Khady en los labios. Esos dos se habían emparejado en el transcurso del embarazo y aunque no vivían juntos, Svante era el que cuidaba al pequeño Dušan cuando acababa el horario de guardería.

Cumber había omitido ese recuerdo y le incomodaba que su hermano tomara en serio su relación con Khady. El dinero que Svante ganaba en el cabaret y en la calle de seguro se invertía en el bebé y hasta en el bautizo seguramente diría que era el padre del niño.

-Creo que mejor me marcho.
-¿Tan rápido?
-Te veo el sábado, Khady.
-Invita a tu padre.
-Se va mañana.
-Al menos quiero saludarlo.
-¿No quieres sorprenderlo?
-Estaría bien que viera a Dušan.
-No le he comentado de él.
-¿Qué?
-Eso, que no le dicho del niño.
-¿Me mentiste?
-¿De qué?
-¡Juraste que sabía!
-Nunca lo mencioné, yo no tengo intenciones de presentárselo.
-¡Desgraciado infeliz!
-Haré bien en irme.
-¡Eres una basura, Cumber!
-Luego vengo.
-¡No te vayas, imbécil! ¡Cumber!

Luke Cumberbatch atravesó la puerta del Bar de Colette bastante abrumado. Se preguntó la razón de haber dejado a Dušan en brazos de Svante cuándo este llegó y luego se fue a su apartamento, sin darle más importancia al asunto.

martes, 11 de julio de 2017

La ciudad del espíritu sonriente


Venecia, Italia.

Eran las tres de la mañana y la ciudad no olía a sal ni a la fauna de los muelles; se desprendía más bien un aroma a caramelo en medio de una apacible y poco espesa oscuridad en la que la guardia nocturna realizaba sus recorridos en los canales. Curiosamente, sólo había una panadería abierta en Cannaregio y de ahí se desprendía tan amable olor que relajaba a los que si podían pernoctar. Varias ventanas estaban abiertas.

Justo salía de aquel local un joven perteneciente a la Guardia Marítima cuando, a contraluz, vio claramente algo flotando y no era una bolsa de basura o alguna desafortunada mascota perdida. Tampoco era una boya de las que se habían desprendido durante una inundación o una pelota de plástico olvidada. Un poco asustado, prendió su literna e iluminó el agua, encontrando enseguida que se trataba de un cuerpo en una corriente que lo arrastraba a gran velocidad. Sin dudarlo, llamó enseguida refuerzos.

3:20 am

Hanno trovato la ragazzina, hanno trovato la ragazzina! - gritaba un vigilante de Cannaregio y agitaba una campanilla, cuyo repicar se tornaba insoportable. Tan efectivo era que los Liukin se levantaron enseguida cuando aquél llevó la noticia frente al hotel Florida.

-¿Qué pasa? - preguntó Carlota al salir al pasillo.
-Voy a preguntar, intenten dormir de nuevo - señaló Ricardo y Miguel fue detrás, haciendo la seña de que se quedaran ahí.

-"Han encontrado a la niña" - susurró Marat y Carlota lo miró enseguida, comprendiendo extrañamente que debía cubrirse con algo porque la humedad perdonaba menos que el viento.

-Creo que hay que ir - dijo Ricardo al volver.
-¿A dónde? - preguntó Tennant.
-No sé pero gente de toda la ciudad se está reuniendo, el vaporetto nos lleva.

Ricardo procedió enseguida a colocarse un suéter y lo imitaron los demás, con excepción de Marat que aguardó a una Carlota que se aparecía con el cabello sujeto, blusa negra y su abrigo rojo, segura de que se trataba de un asunto muy grande.

-No creo que a esta hora las noticias sean buenas.
-¿Por lo de la niña?
-Porque todavía es de noche.

Ambos bajaron a la recepción y esperaron a los demás unos escasos minutos, coincidiendo con que el dueño del hotel también acudía a tan inesperada cita. Los Liukin, en suspenso, se dejaron llevar hasta el embarcadero adyacente al Ponte Degli Scalzi y un vaporetto, a toda prisa se dirigió al barrio de San Marco.

Cuando algo inusual sucedía en la ciudad, los habitantes se trasladaban hasta el sitio indicado, como si sus rutinas fueran a trastorcarse sin remedio. La madrugada parecía un desfile de embarcaciones y las orillas del Gran Canale concentraban a una muchedumbre que portaba velas, lámparas y cualquier cosa que sirviera para ver lo más posible mientras el alumbrado público se concentraba en un punto muy cercano al Ponte Rialto, en dirección al Fondaco dei Tedeschi.

El vaporetto con los Liukin atracó demasiado cerca de la escena y pronto, un oficial habló con la tripulación del mismo. Por sus reacciones, Ricardo supo enseguida que el asunto era grave y descendió con cautela, sin calcular como siempre que sus hijos serían mucho más curiosos y se meterían entre la multitud, intentando adivinar que era lo que no podía sacar el equipo forense del canal. El cuerpo se había hundido y aquello daba paso a las especulaciones: Si en realidad era un tesoro o el turista suicida de hacía un mes; una falsa alarma o un maniquí; todo había pasado antes y no se descartaba una broma.

-¿Estás bien Carlota? - preguntó Marat sin una razón en especial cuando ella logró colarse a la segunda fila pero no recibió respuesta y como los demás, quedaron en silencio, expectantes.

Ho bisogno di aiuto per tirare fuori la ragazzina dal canal! - exclamó un buzo aproximándose al borde y enseguida, otro compañero se sumergió con él, tardando ambos en el objetivo.

-Una ragazzina, é terribile - murmuraba la muchedumbre y Ricardo atinó a voltear hacia los empleados del servicio de vaporetti, cuyas caras se dirigían a un punto más distante y opuesto al agua. De pronto llegó con ellos otro hombre al que no podían darle razón y una mujer que guardaba demasiado sus cabales al tiempo que un chico, del que se adivinaba, era hijo de tal matrimonio, se arrojaba al agua para ayudar y era expulsado en el acto.

-Sei sicuro, Vittorio? - oyó Marat decir al muchacho.
-Abbracia tua madre - replicaba el buzo y el chico salió de prisa, sin poder pronunciar más.

La espera se volvía eterna y se entendía la resistencia por no revelar totalmente lo que ocurría a pesar de que los buzos no mentían al asegurar que no lograban zafar el cadáver de una red que lo mantenía atrapado junto a un montón de desperdicios, inclusive un forense determinó sumergirse dada la tardanza y poco a poco, las luces se fueron apagando.

Transcurrieron unas horas entre el hallazgo y el primer viso de sol entre el cielo azul oscuro cuando uno de los buzos logró romper la red y ocultar hábilmente el rostro del cuerpo a la muchedumbre. En donde estaban los Liukin no se lograba distinguir que era lo que verificaba el forense y Carlota y Marat dieron unos pasos al frente, él sosteniéndola por los hombros para quitarle el abrigo. Pronto se les unió Miguel, que a diferencia de los mortales, había constatado ya la presencia de un ángel de la muerte frente al agua que se negaba a desvelar lo que su gran capa negra ocultaba a los espíritus etéreos. Por otro lado, esa multitud infinita de fantasmas miraba todo desde la orilla del barrio de San Polo, con la misma angustia latente de los vivos. Aquellos atormentados desde el primer segundo tenían claro que el ángel de la muerte no auguraba la libertad de alguno de ellos y era probable que el séquito recibiera un escarmiento por el morbo que le daban las tragedias. Para Miguel, no ignorar a tales condenados le era una tarea difícil; más de uno, si no fuera por las cadenas que ataban sus manos y pies y que el ángel de la muerte no quería retirar, sería arrojado al infierno o peor, al abismo del tormento eterno, en donde ni el diablo quería caer. Una de esas infelices, una fantasma barroca de amplia peluca y absurdo vestido esperaba ver si aparecía el espíritu de la pequeña para adoptarla en el acto porque siempre había querido tener en sus brazos una niña rubia.

-Haz lo que tengas que hacer pero no permitas que se vaya con ellos - ordenó Miguel a su colega y este sonrió apenas, sin poder pronunciar palabra. De hecho un ángel de la muerte siempre tendrá prohibido hablar así sienta que se quema por completo.

-¿Qué pasa? - preguntó Carlota a Marat luego de creer que Miguel hablaba solo.
-Tienen que sacar el cuerpo del agua ya lo retuvieron mucho.
-¿Por qué no quieren?

Marat guardó silencio y enseguida, se retiró el cadáver del canal, depositándolo en el suelo. Entonces, la mujer que estaba con los empleados del vaporetto intentó aproximarse pese a que la policía no se lo permitía y su hijo quedó atónito al distinguir el rostro de la niña ahogada. La mujer, al verlo, hizo acopio de gran coraje y forcejeando consiguió llegar hasta el cuerpo, con su marido tratando de contenerla.

No! ¡Elena no! - gritó la mujer y enseguida sostuvo a la pequeña, como si la reconfortara para que durmiera.

Amore mio, amore mio! - exclamó como si fuera a enloquecer y las personas a su alrededor se alejaron, contemplando la ciudad entera la desgracia de la familia Martelli.

-Creo que nos vamos - dijo Ricardo a Tennant y este enseguida fue por Andreas y Adrien. La mujer de junto soltó a llorar también y pronto él supo que era Yuko Inoue, misma que igual se quería marchar.

-No imagino lo que siente aquella madre - comentó ella.
-No la culpo si comete una imprudencia.
-¿Por qué una niña?
-Sería un desafortunado accidente.
-Espere ¿Usted no sabe?
-¿Qué no sé?
-Esta niña se perdió hace dos días, cuando llegamos.

Ricardo terminó por lamentar más lo acontecido y se enteró de la anécdota completa: Elena Martelli tenía once años, estudiaba en la primaria "Alberto Manzi" del barrio Cannaregio y el día de los hechos había acudido con su madre, una guía de turistas a la Piazza di San Marco y luego con su hermano, un trabajador del servicio de vaporetti que la había recogido para llevarla a casa y la dejó en la Fondamenta de Cannaregio, con dirección a la Calle del Forno, en dónde los Martelli vivían con los abuelos de la niña luego de que su padre, un antiguo cajero de banco perdiera su empleo poco tiempo atrás. Justo al dar las tres de la tarde, el abuelo preguntó por teléfono si habían enviado a Elena o ésta se hallaba con una amiga y comenzaron a buscarla de inmediato, sin que hubiera testigos de su desaparición. Se suponía que la pequeña portaba uniforme escolar y estaba peinada con trenza.

Sin embargo, lo que Venecia comprobaba era que la niña lucía muy diferente. Su pelo estaba recogido y su vestuario era negro, con una falda de flecos y medias. Sus aretes parecían de diamantes y en la mano portaba un anillo ostentoso, con una piedra verde y perlas. Por tales adornos, mucha gente creyó adivinar que la víctima había experimentado una canallada indecible y de pronto, Carlota Liukin reparó en algo: Elena Martelli tenía una marcada sonrisa en los labios, una que parecía de enorme felicidad.

-¿Por qué se ríe? - le expresó a Marat y él también quedó boquiabierto. En ese instante, Carlota no resistió y apartó la cara, siendo estrechada por él mismo y colocándole su abrigo en el acto.

-Vámonos - sugirió Miguel y los tres retrocedieron hasta hallar a Ricardo consolando a Yuko.

Mientras tanto, en el borde, el ángel de la muerte descubrió su capa. Decidido a cumplir con lo que Miguel le había ordenado, soltó al fantasma de Elena Martelli con una cadena irrompible y pesada en los pies, asignándole un sitio junto a una gran roca que se distinguía en el Gran Canale y advitiéndole que nunca se acercara a espíritu alguno hasta que él determinara que podía llevársela de ahí. Solamente Miguel Ángel entendió algo fundamental a distancia: Si el cadáver de un niño sonríe es por un alivio profundo y para Elena Martelli fue piadoso ser ahogada; casi podía imaginarla en el momento de dejar de respirar, con su verdugo queriendo hacerle más daño en lugar de aquel bien, así el precio para ella fuese renunciar al firme abrazo de su madre, cuyos gritos de "amore mio!" rompían el corazón.

viernes, 7 de julio de 2017

Gwendal, te amo (Segunda parte)


París, Francia.

Judy Becaud no tardó mucho en hallar los papeles del departamento en la Rue de Poinsettia firmados a su nombre y discutió fuertemente con su marido por más de una noche. Mientras Jean le echaba en cara la copa de vino que ella había compartido con el teniente Maizuradze, ella le reprochaba el haber abusado de su confianza y su agresividad, sus gritos y su desinterés. En medio, el tema del embarazo los mantenía tensos y Judy ese día lloró mucho al saber que en lugar de comprar artículos para un bebé, tendría que hacerlo para dos.

Resignada a que necesitaba más espacio y que no se podía dar el lujo de costear un alquiler, accedió a regañadientes a cambiar de residencia y mientras veía a Cumber tirar a un charco la caja con su ropa, no tardó en divisar al teniente Maizuradze aproximándose.

-¡Señora Becaud, me alegra verla! - inició él.
-Gracias, también me agrada recibirle.
-Qué bueno que haya decidido cambiarse ¿Cómo va su embarazo?
-Tendré gemelos.
-Felicidades.
-Creí que se iría a Rusia.
-Todavía no, primero volví por el favor que me pidió.
-No era necesario que lo cumpliera, fue un impulso que tuve el otro día.
-Le dije que los laboratorios rusos son muy rápidos cuando pagan favores.
-No sé si estoy lista.
-Conseguir la muestra fue difícil pero Viktoriya me ayudó.
-Eso pasa.
-Perdone por el escepticismo que le expresé en mi carta.
-Por algo la tuvo ¿Quiere un poco de té?
-Estaré encantado.

El teniente Maizuradze saludó a Cumber y le susurró que permaneciera en el arco de la puerta y mantuviera alejados a David y Amy, que jugaban con una cuerda en la banqueta.

-Señora Becaud ¿Desea hablar en privado o quiere un apoyo?
-Llamaré a Jean, no me atrevo a saber nada sola.
-Entiendo, vaya.

Respirando hondo, Judy buscó a su marido en la planta baja y justo lo halló en dónde tenían planteado instalar la cocina, bebiendo algo de whisky.

-¿Tu amante vino a vernos?
-¡No seas grosero!
-¿A qué vino?
-El teniente Maizuradze trajo el ADN que le pedí.
-¿Eres su hija perdida?
-¡Claro que no!
-Qué lástima.
-¡Jean!
-¿Por qué insistes con el tipo de la vinoteca?
-Porque tiene cabello café y ojos verdes.
-La verdad ¿Importa quién es tu padre?
-Sólo quiero saber quien es, no me voy a acercar, lo prometo.
-Tomaré algo más fuerte, vamos.

Jean sacó una botella de ginebra y ambos se reunieron con el teniente Maizuradze en el primer piso, donde los Becaud ya habían aseado.

-Es excelente que estén amueblando.
-Judy se encarga de eso, yo he intentado abrir los demás apartamentos - Contestó Jean Becaud con evidente recelo hacia el señor Maizuradze y los tres tomaron asiento frente a una pequeña mesa que luego quedaría en la terraza.

-¿Cómo le fue en el funeral de su hermano? - inició Judy
-Supongo que bien, mis sobrinos estaban tristes pero deben arreglar varios papeles cuánto antes.
-Lo siento mucho.
-Algo así no es muy inesperado.
-De todas formas, usted ha venido a hablar de otra cosa - intervino Jean.
-Es cierto. Judy, en el laboratorio me dijeron que una de las muestras no corresponde a Jacques Ligier.
-¿No?
-Es todo lo que sé.
-Ábralo.
-¿Segura?
-¿Qué puede pasar?

Judy sujetó la mano de su marido y respiró hondo, como si supiera el resultado y no le costara mucho entenderlo. El teniente Maizuradze en cambio, desdobló el sobre y su rostro de sorpresa dio paso a una sensación de incomodidad poco experimentada, más cercana a la conveniencia de mentir, no obstante, la pasara por alto.

-Jacques Ligier .... Su ADN no corresponde, no es su padre, señora Becaud.
-Es increíble.
-Lo sé, Viktoriya me contó que tiene ojos verdes como usted.
-Supongo que sólo fue una coincidencia.
-¿Qué hay de la otra muestra? - intervino Jean.
-Nada, es un cabello de golden retriever- se apresuró Maizuradze.
-Ligier no tiene mascotas - siguió Judy.
-Imagino que fue una transferencia accidental, en el aire hay muchas cosas.
-Es cierto, el otro día me cayó una telaraña en el brazo.
-Lamento que no hallara a su padre, Judy.
-No se preocupe, sólo me quité esa duda.
-No se desanime.
-Nada de eso, voy por unas servilletas.

Judy se levantó y fue de nuevo a la cocina, en donde creía que había puesto toda clase de accesorios, más que nada, para pensar. Desde el inicio sabía que Ligier no era su padre: no tenía el carácter ni el tipo y mucho menos el interés, tampoco un aire agresivo ni la negación de un irresponsable. Luego de suspirar decepcionada, tomó el par de servilletas y volvió con los otros dos, que tomaban un trago mientras hablaban de ella.

-No se preocupe, Jean, su mujer lo quiere.
-¿En serio? Entonces ¿por qué le dio este departamento y le regala cosas?
-Es como mi hija.
-Qué generoso.
-Mis hijos pueden venir cuándo lo deseen también, dividí el edificio entre ellos, está muy claro.
-Si Judy fuera su hija, no bebería vino con ella.
-Comprendo el reclamo, acepto que una copa es incriminatoria.
-¿También sus intenciones?
-La señora Becaud es intachable, es como la hermana mayor de Viktoriya.
-No pretenda engañarme.
-No lo hago, simplemente su esposa es una dama y entre hombres sabemos que esa una palabra mayor.

Jean Becaud calló un momento y bebió de golpe su ginebra para luego servir más.

-Sólo estaba esperando una confirmación - añadió.
-¿Le inquieta su mujer?
-Es demasiado perfecta.
-No parece convencerlo.
-Seré honesto, Maizuradze: Es tan inocente que asusta.
-¿Por qué?
-Es capaz de creer que un perro se coló en una prueba importante.

Judy prefirió quedarse quieta y escondida en la pared, viendo hacia abajo. Cumber vigilaba la entrada principal y no se veía a los niños por ninguna parte.

-No he mentido, Jean - prosiguió la conversación.
-¿Me mostraría el sobre entonces?
-Temo que no es suyo.
-Tampoco piensa dárselo a Judy.
-Porque no es importante.
-Pero lo guarda en el bolsillo del abrigo.
-Es para arrojarlo en otro lugar.
-¿De quién era la muestra?
-Mía no.
-¿Cuál es el problema?
-Que no es su asunto, Jean.
-Pero Judy es quien me quiso aquí.
-De todas formas no puedo decir nada en su ausencia.
-¿Insinúa que la otra muestra es de alguien más?
-No, de hecho es nada.

A Judy le asaltó una ligera incertidumbre y por un momento lo del golden retriever le pareció absurdo ¿Ilya Maizuradze le habría mentido? ¿Por qué? Y sobretodo ¿cómo había caído ella en semejante engaño de niños ingenuos? Pero su carácter bondadoso le ganó y concluyó que no debía hacer preguntas.

-He traído las servilletas - anunció sonriente y volvió a tomar asiento. Jean se abstuvo de voltearla a ver para no hacer un gesto de pena ajena.

-¿Le ha gustado el té, señor Maizuradze? - dijo ella.
-Por supuesto, usted lo hizo.
-Fue mi esposo.
-¿En serio? Es magnífico.
-El pastel si es mío.
-Judy, siento mucho no haber encontrado lo que buscaba.
-Está bien, de todas formas le debo mi agradecimiento por intentarlo.

Jean se dio cuenta de que el teniente Maizuradze quería ser lo más galante posible y Judy procuraba no mirarlo mucho, quizás porque no sabía como esquivarlo.

-Supongo que también tiene prisa, teniente.
-Es cierto, Jean. Señora Judy, yo creo que le fallo con el pastel.
-No es un problema, tal vez lo coma Cumber.

Judy Becaud abrazó al teniente Maizuradze en franca gratitud y Jean extendió su brazo para despedirse.

-Fue un placer visitarlos, disfruten su nueva casa.
-Claro que lo haremos.
-Eso espero sinceramente. Me voy a Moscú pasado mañana, cuídense mucho. Suerte en el parto y éxito con su nuevo café.
-Gracias, también le deseamos lo mejor.
-Con su permiso.
-Adelante.

El teniente Maizuradze contempló a Judy Becaud una vez más y se marchó, arrastrando a Cumber sin aviso previo. Los Becaud en cambio, llamaron a los niños para acabar con el bizcocho y de paso, ponerlos a ordenar sus pertenencias y ayudar con la limpieza.

Mientras tanto, en la calle, Cumber preguntaba a su padre por qué la urgencia de llevarlo y sobretodo, si necesitaba un favor. El teniente Maizuradze no le habló hasta llegar al bar de la siguiente calle y ordenar un whisky al tiempo que sacaba el sobre con los análisis de Judy. El otro creyó correctamente que le haría algún comentario o había una duda y se colocó al lado, ordenando una cerveza y colocando su bufanda sobre sus rodillas.

-¿Qué tan curiosa es Judy Becaud?
-Bastante menos que mi jefe, no hurga ni en el celular ajeno.
-¿Ni en sus notas?
-En eso menos.
-Amén.
-¿En qué le mentiste?
-¿Cómo te das cuenta?
-Te delatas solo, papá ¿Qué le dijiste a Judy?
-Que un perro se interpuso en su muestra de ADN.
-¿Ligier es su padre?
-¿Sabes algo de eso?
-Me entero de todo.
-Ese tipo no tiene que ver con ella, pero me devolvieron estos cabellos en el laboratorio - el señor Maizuradze sacó de otro bolsillo un pequeño tubo - Ligier también usa cabello largo.
-Son de colores distintos ¿Cómo no te diste cuenta?
-Viktoriya me los entregó de prisa.
-¿Se lo pediste a ella?
-Al tal Ligier le encantan las chicas rusas.
-¿Por qué no se cortará el pelo?
-Se ve ridículo.
-¿Lo conoces?
-De vista.
-No dijiste nada de la segunda muestra.
-Odio tu memoria y que seas un chismoso.
-Es involuntario.
-No te exaltes, lo sé.
-¿Qué salió mal?
-¿Tú que crees?
-Lo imagino pero no lo quiero decir.

El teniente Maizuradze acabó su whisky y ordenó enseguida otra cerveza para acompañar a Cumber.

-Leí que ese residuo si es compatible con ella.
-¿Qué tanto?
-¡Ea! ¿Por qué abres eso?
-Tentación.
-¿Nunca respetas?
-Es que los cabellos son del idiota de Gwendal.
-¿Qué dijiste?
-Vika le cortó un rizo el otro día y lo trae de prendedor.
-¿Disculpa?
-Vika está cucu.
-¿Cómo sabes que son de él?
-Te apuesto que ella los puso.
-¿Por qué?
-¿No te das cuenta? Viktoriya está muerta de celos por culpa de Judy.
-A ver, a ver ¿de qué me perdí?
-Gwendal le contó que intentó tener algo con la señora Becaud y no se dio.
-¿Y cómo te enteraste?
-Estaba en el hospital.
-Ese Gwendal es un imbécil.
-Un imbécil por el que por poco mi jefe se queda sin esposa.
-¿De qué estás hablando?
-¿Sabías que Gwendal y Judy eran amigos?
-Llegué a verlos platicar en una reunión con los Liukin en la que arrestaron a Anton por patear una cámara.
-No supe muchos detalles pero creo que ella se enamoró de él.
-¿Estás seguro?
-Cálmate.
-¡Ese idiota es novio de mi hija!
-Pero él no tiene más interés en la señora Becaud.
-¿Cómo?
-Cometió el error de acostarse con otra y a raíz de eso dejó de verla; luego conoció a Vika y lo demás ya lo sabes.

El teniente Maizuradze bebió parte de la cerveza y recargó los codos sobre la barra.

-¿Vika quiso hacer una maldad con la prueba?
-Creo que sí, papá. Un cabello te lo paso, cuatro son intencionales.
-Pero son de Gwendal.
-Mejor que te diga Viktoriya, yo pienso que son de ese cretino porque son bastante largos ¿Ligier tiene ricitos?

El teniente Maizuradze dejó el pago sobre la barra y le hizo la seña a Cumber de acompañarlo. El otro acabó con su bebida de golpe y se colocó la bufanda, pasando a ser un espectador que de antemano se abstenía de sus eternas burlas. Aunque lo anhelaba, no podía comprender a Vika ¿Qué ganaba con meterse en la prueba de Judy? ¿Cómo reaccionaría Gwendal de llegar a saberlo?

El séptimo distrito de París no estaba lejos del Louvre y se llegaba bien a pie. De acuerdo a un papelito que tenía Ilya Maizuradze, Viktoriya se había mudado a una casita en la Rue de Solferino y la podía encontrar por la tarde, sin necesidad de avisarle de una visita.

-Cumber, te quedas en la puerta.
-Estoy de acuerdo.
-No le menciones a Judy ni media palabra.
-Ni que fuera Válerie.
-¡Eh!
-Perdón.
-Cumber, cierra la maldita boca por una vez.
-¿Qué hago con Gwendal si se aparece?
-Lo que quieras.
-De acuerdo.

Ambos cruzaron el Pont Alexandre III y atravesaron Quai de Anatole France para caminar derecho por la larga calle Solferino. El Palacio de la Legión de Honor no estaba lejos de la pequeña reja que separaba el jardín de la casa de Vika de la banqueta.

-Está abierto - advirtió Cumber.
-Supongo que no le preocupa que alguien la vea.
-Me quedo aquí.
-No fumes.
-¿Tú lo dices?

Cumber encendió un cigarrillo y su padre, arrepintiéndose un poco de llevarlo, entró, constatando que también la puerta del interior tampoco tenía seguro.

Al interior, todo lucía pequeño. El fregadero era lo primero que se topaba y no había forma de esquivar la cocina. Lo siguiente era la sala y al fondo, se distinguía un gran librero en donde Vika ordenaba sus ejemplares y los juntaba con los de Gwendal, que también estaba allí.

-No van a caber tus discos ¿qué hacemos?
-Los dejamos en la caja.
-Bueno, pero hay que quitarlos del piso... A propósito ¿no tienes hambre, Gwendal? Haré unos sándwiches.
-El mío con arúgula.
-Y mostaza.
-Entonces me toca ir por las bebidas.
-Me compras una de esas que le gustaban a Carlota.
-¿La de mango?
-Esa.
-Ya vuelvo amor.... Buenas tardes, señor - reaccionó Gwendal con desconcierto y Viktoriya giró, como si le hubiesen descubierto en medio de una fechoría.

-Hola, papá - comenzó ella.
-Pónte un pantalón, Vika. Te espero afuera.
-Lo siento, voy.
-Gwendal, le sugiero mantener la ropa en su lugar. Con su permiso.

El teniente Maizuradze salió de la casa y al igual que Cumber, se recargó sobre la reja. Vika apareció poco después.

-¿Cómo estás, papá?
-Bien.
-Perdona por...
-¿No interrumpo algo con Gwendal?
-No, sólo estábamos arreglando unas cosas.
-¿Tienes un minuto?
-Sí ¡Gwen...!
-Shhhh.
-¿Por qué?
-Es importante.
-¿Qué tan?
-¿Tienes tiempo para caminar un poco?
-¿Qué hace Cumber aquí?
-Descubrió esto.
-¿Son los cabellos que me pediste?
-Tienes algo que explicarme.
-Bueno, vámonos.

Vika cerró la reja y fue delante de aquellos dos hasta un pequeño parque en medio de la lluvia de hojas que se secaban por el otoño. Cumber se dedicó a terminar con un par de cigarrillos mientras se apoyaba en un árbol y decidió también iniciar el interrogatorio puesto que su padre no se animaba del todo.

-¿Pasó algo raro hace no sé cuánto cuando mi padre te pidió obtener ADN de Jacques Ligier?
-Tú no me hables.
-No me vengas con berrinches y contesta.
-Es que a ti no te importa.
-Me metieron en esto así que canta.
-¿Qué?
-¡Qué digas algo!
-Es que fui con Ligier y no fue muy complicado hacerle la plática. Se la pasó invitándome copas y hasta bailamos dos o tres veces pero me quiso besar.
-¿Fuiste sola?
-Gwendal me esperó afuera.
-¿Le explicaste a qué ibas?
-Que necesitaba tres pelos de la calva de Ligier para una misión de papá pero no me creyó.
-Yo tampoco te tomaría en serio.
-Luego le dije que mi papá sacaría un ADN urgente.
-¿Le explicaste más?
-No.
-¿Ni siquiera porque era de Judy?
-Gwendal sabe.
-¿Qué?
-Judy se lo comentó a Gwendal en el hospital. En realidad, no pude mentirle desde el principio y no se me separa éstos días.
-¿Dejaste que ese idiota tocara las muestras?
-Sí.

Viktoriya supuso que le traían noticias no muy gratas y se llevó la mano izquierda al rostro, bajando la cabeza a continuación.

-Vika, no creo que te vaya a caer muy bien esto - continuó el teniente Maizuradze.
-¿Qué resultó?
-Bueno, Ligier no es el padre de Judy Becaud.
-¿Qué? Tienen el cabello chocolate.
-¿Todavía te sorprende?
-La verdad ya no.
-Gwendal contaminó la prueba y separaron sus cabellos de los de Ligier.
-¿Qué pasó?
-No llores por favor.
-Es que Gwendal metió unos que le corté y no te quise decir.
-¿Por qué lo hizo?
-Porque la mamá de Judy se parece a una amiga de los Liukin.
-¡Pudiste advertirme!
-Gwendal me pidió guardar el secreto, conoció a esa mujer cuando Judy y yo estábamos internadas.
-¿Cómo vamos a explicar esto?
-Espera ¿Gwendal si es hermano de Judy?

Cumber sufrió un ataque de tos enseguida y el teniente Maizuradze miró a Viktoriya como si hubiese adivinado.

-¿Gwendal te dijo qué le despertó la sospecha?
-Que era muy extraño que los Liukin conocieran a esa mujer.
-¿Nada más?
-Y que Judy se parece a su abuela Lía.
-Nunca me han dicho de ella.
-Entonces ¿son familia?
-Entérate.

Vika recibió el sobre y lo leyó rápidamente.

-¿Se equivocaron?
-Hicieron el examen más de una vez.
-Los laboratorios no son rápidos.
-Cobra un favor y verás.
-Es que no es posible ¿Quién es el padre de Judy?
-¿Qué le vas a decir a Gwendal?
-Papá ¿cómo crees que lo tome?
-Yo creo que muy mal.
-Con mucho asco - añadió Cumber.
-Vika, no creo que Gwendal esté listo para saber esto.
-Te conviene no recordarle el tema.
-Papá.... - continuó Viktoriya - ¿Qué le voy a decir?
-Que para el resultado faltan unos meses - remató Cumber y el teniente Maizuradze sacó un tabaco para tranquilizarse.

-Creo que da más náuseas tener sexo con la hija de un hermano que con la misma hermana.
-¡Eres asqueroso Cumber!
-Piénsalo Viktoriya... Bueno, en mi caso aplica.
-Me voy a vomitar en tu cara.
-Gwendal es el que va a vomitar, júralo.
-¡Dejen esa conversación ya! - gritó Ilya Maizuradze - Ahora hay que olvidarnos de esto y más les vale mantener la lengua en su lugar.

Vika se sentó junto a su padre un momento y luego se fue sin mediar palabra. El teniente Maizuradze la imitó y Cumber permaneció un momento mirando el montón de hojas que caían a sus pies. No tardó luego en apagar su tabaco, colocarse la bufanda y hacer escala en un supermercado. La chica de la barra en un bar de la Rue Gay Lussac lo recibiría con deseos de arrojarle el tarro que tenía en la mano.