sábado, 27 de mayo de 2023

Cuatro años antes


Venecia, Italia. Junio de 1998.

-¿Maragaglio? Hola, quiero preguntarte algo.
-¡Katy, pasa! Bienvenida a la oficina, disculpa que esté tan oscura.
-Me dijiste que trabajabas en un sótano.
-Qué sorpresa.
-¿Qué cosa?
-Tu visita.
-Mis padres me pidieron que te preguntara algo.
-Adelante.
-¿Puedo tomar un curso al aire libre?
-Es una pregunta rara.
-Encontré el anuncio de unas clases de la Universidad...
-Inscríbete.
-¿De verdad?
-Si se trata de la escuela, ni siquiera me preguntes ¿Qué vas a estudiar?
-Es algo de física.
-Me parece excelente ¿Necesitarás algún material o que te lleve?
-Sólo tu permiso.
-Katarina, ni siquiera tenías que consultarme.
-Mis padres me dejarán si dices que sí.
-¿Por qué?
-Es que no conocemos bien la ciudad y ellos quieren saber si es seguro. Es por la mafia.
-No menciones esa palabra.
-Perdón.
-Toma tu curso, no hay ningún problema.
-Grazie, Maragaglio!
-¿Sabes en dónde te darán las clases o cuánto van a durar?
-Será en la Facultad de Ingeniería por ocho semanas.
-¿Cuándo empiezas?
-En septiembre.
-¿No interfiere con tus competencias?
-Con ninguna.
-Oh, excelente ¿Sabes quién será tu maestra?
-Maestro.
-¿Su nombre?
-No me han dicho.
-De acuerdo, te daré dinero para que compres lo de tu curso.
-Necesito otra cosa.
-Pídeme lo que quieras.
-Voy a ir a unas sesiones de entrenamiento extra lo que queda del verano y van a terminar a las siete ¿Puedo ir y venir sola?
-¿No saldrás de Venecia?
-Para nada.
-No me gustaría que estuvieras sola por la noche.
-Pero ¿Sí?
-Mandaré a alguien por ti.
-¡Maragaglio!
-No estaría tranquilo, Katy.
-¡Ay, por favor, me cuidaré mucho!
-Hay turistas.
-¡Iré directo a casa!
-Pero desde Grigolina son veinticinco minutos si no hay tráfico y la parada del vaporetto no es cercana.
-Pero iré cerca de Santa Maria della Salute y los vaporetti están casi enfrente.
-¿Qué vas a practicar?
-Danza.
-¿Estará tu entrenador?
-Sí.
-Vale, te doy permiso.
-Grazie di cuore!
-No puedo decirte que no, Katy.
-¡Iré a preparar mis cosas!
-Está bien, diviértete.
-Nos vemos.

Katarina se despidió con un beso en la mejilla y de tan feliz, casi chocaba de frente con una Marine Lorraine que vaciaba su escritorio con prisa y se iba despidiendo a lágrima viva de sus compañeros. Maragaglio alzó la ceja al verla y cerró su puerta inmediatamente.

Sin embargo, la ignorante Katarina Leoncavallo continuaba su día de forma más entusiasta y sorprendida de haberle podido mentir a Maragaglio sin despertar sospechas. Cuando la chica salió del edificio de Intelligenza, corrió hacia a la parada del vaporetto que debía tomar para llegar a Santa Maria della Salute y recorrer los barrios de Castello, Cannaregio y Santa Croce por fuera. El recorrido tomaba media hora y eso le daba la oportunidad de arreglar sus cosas, entre ellas un bloc de dibujo, un juego de geometría, lápices de diferentes tamaños y colores y hasta un borrador y abundantes plumas. La chica utilizaba su maleta deportiva para no ser descubierta por su familia y poder asistir a unas clases en paz, sin que fueran a recogerla o le estresaran recordándole su pesadillezca experiencia en la educación básica. Por ello, también había preferido recurrir a su primo y saber cuántos cursos más podría tomar cuando se diera la oportunidad.

Santa María della Salute estaba separada de la Piazza di San Marco por medio del Gran Canale y se situaba junto a una escuadra casi perfecta en la que se albergaban dos edificios vecinos y se podían ver Giudecca, la Iglesia de San Giorgio y un atardecer naranja imperdible. Katarina no conocía esas cosas más que en fotos y al descender cerca, se impresionó bastante de que estuviera muy vacío y pudiera caminar a sus anchas. Cuando estuvo frente al templo, no dudó en tomar asiento en la escalinata y aguardar por su curso, mismo que iniciaría en punto de las cuatro.

Pasados unos minutos, un hombre alto, con el cabello entrecano, anteojos y una camisa informal naranja con negro, llegó al lugar. El hombre contempló a la chica como si esta despertara su curiosidad y ella le miró segura de que sería su profesor. 

-Soy Edward Hazlewood, daré una clase aquí ¿Es turista, señorita?
-No... Vine por lo de Pintura Geométrica, me dijeron que sería aquí.
-Es un diplomado universitario para titulación de Arquitectura.
-Yo lo encontré como Extensión Académica, por eso me pude inscribir - replicó ella mostrando el papel que le habían dado en una oficina de la Universidad de Venecia. El hombre lo leyó una y otra vez y descubrió que la joven tenía la razón.

-¡No puede ser! Metí el curso para facilitar algunas graduaciones. La coordinadora de ciencias siempre me hace lo mismo, supongo que trabajaré así. Los cursos de Extensión Académica dan certificados ¿Necesita uno para tener créditos extra, señorita?
-¿De qué está hablando?
-Lo siento, entonces lo quiere como parte de un currículum y es una buena idea... ¿Sabe de geometría, trigonometría y algo de álgebra? ¿Qué edad tiene usted?

Katarina sonreía divertida por la actitud de Hazlewood.

-Tengo dieciséis.
-El curso está pensado para universitarios... Pero no le negaré la clase, por supuesto, si quiere aprender estoy dispuesto a ayudarle ¿Qué le han dicho sus maestros sobre su nivel de matemáticas?
-La última vez me dijeron que era muy bueno.
-Veremos muchas obras de artistas como Mondrian, Kandinsky, Hooper; incluso Rothko y Gris. Trataremos de encontrar perspectivas, replicar los ángulos, intentar relacionarlos con principios geométricos y hacer pinturas propias.
-¿Y el número aureo?
-Claro, he preparado dos lecciones al respecto.
-¡Voy a jugar mucho con mis reglas y compases! - se alegró aún más la joven y Hazlewood se sintió aún más temeroso, sobretodo porque el resto de los estudiantes del curso aun no se aparecían.

-¿Cuál es su nombre, señorita?
-Katarina Leoncavallo, un piacere.
-¿Qué? ¿Es hija del agente Maragaglio?
-Es mi primo ¿Lo conoce?
-Me sorprende.
-¿No le agrada?
-No es eso, es que ya sabe, los agentes de la policía vigilan todo el tiempo.
-Él no sabe que estoy aquí.
-Bien, supongo que sus padres vendrán por usted así que me quedo menos preocupado.
-Tampoco les conté.
-¿Qué cosa?

Hazlewood no decidía entre pedirle a Katarina que volviera a casa o llamar para que Maragaglio se enterara.

-Es que no puedo ir a la escuela y no quiero que me torturen en casa preguntándome por mis lecciones - confesó ella.
-¿Disculpe? ¿Torturar?
-Es que siempre me va mal en los exámenes, aunque estudie mucho.
-Pero ¿Por qué no puede ir a la escuela?
-Porque la última vez intentaron quemarme con ácido.
-¿Quién hizo eso?
-Mis compañeros de grupo en el liceo ¡Yo nunca me metía con ellos!
-¿Tiene miedo?
-Lloré cuando entré a la universidad a apuntarme y llamé a mi entrenador para que me llevara a otro lado.
-¿Entrenador? ¿Usted es deportista?
-Patinadora sobre hielo.
-¿Le va bien?
-Más o menos.
-Hay exámenes de recuperación de cursos.
-Quiero hacerlos, por eso vine aquí. 
-Estudiaremos cosas básicas... Básicas para mí.
-No siento miedo aquí afuera.
-Entiendo que un salón es muy cuadrado.

Katarina sonrió con la última frase y replicó:

-Y aquí la clase es triangular.
-Es cierto.
-Professore ¿Cree que aprenderé algo que me sirva en los exámenes? Es que me apunté a las lecciones de física.
-¿También metieron eso como extensión académica? La coordinadora me odia.
-¿Es nivel universitario?
-Era la intención. Katarina, no se desanime y asista, entenderá todo y por supuesto que le ayudará ¿Su prueba es en febrero, verdad?
-Sí y me gustaría terminar el liceo de una vez.
-¿Quiere ser universitaria?
-Supe que puedo estudiar astronomía y patinar al mismo tiempo, los calendarios de exámenes no se sobreponen.
-¿Le gusta el universo?
-Todos los días espero fotos nuevas del Hubble.
-Yo sería su maestro en varias materias.
-¿De verdad?
-En Astronomía hace falta mucho personal aunque no hay varios alumnos, la mayoría prefiere irse a Ingeniería mecánica o civil.
-¿Por eso puede dar otras clases?
-En realidad lo hago para ayudar a los chicos, muchos tienen dificultades con cálculo y estadística durante sus carreras y ha habido casos donde no saben dividir o restar.
-¿Es una broma?
-Ni siquiera ellos saben cómo lograron llegar a las ingenierías.
-Es que no puedo creerlo.
-Katarina, quiero darle un consejo: No le conozco y me ha contado un par de cosas que debería conversar con alguien en quien pueda confiar.
-¿Lo hice?
-Si no tiene con quien hablar, lleve un diario y procure convivir con más gente, sé que usted podrá congeniar con alguien.
-Lo siento.
-No se preocupe, yo jamás exhibo a mis alumnos y cuando me llegan a comentar algo, me lo callo. Puedo ayudarle académicamente y si no encuentra un amigo aquí afuera, sólo dígamelo. 
-Está bien.
-Prepararé mis acetatos, la clase debe iniciar.

Katarina Leoncavallo asentó confundida y contempló a Hazlewood intentando instalar un caballete al mismo tiempo que advertía que la conversación había parado porque alguien más iba llegando y otras dos voces se aproximaban por igual. En la mente del maestro sin embargo, comenzaba un remolino. El apellido Leoncavallo no le sentaba bien y le remordía la consciencia el conocer a la joven y no poder decírselo, pero ¿Cómo iba a creerle, si sabía de ella por un árbol genealógico encontrado en un libro y completado por una búsqueda de campo que había metido a la familia Hazlewood en problemas? ¿Qué debía hacer con ella? ¿Expulsarla? Su hijo Marco, que había investigado al respecto, no debía saber de la presencia de esa chica, no era positivo tenerla cerca. Se distrajo tanto, que llevó sus cosas al suelo, provocando una silenciosa y un tanto reprimida carcajada en Katarina, misma que acabó escuchando que Edward Hazlewood era demasiado torpe y no sería la única ocasión en que sus alumnos tendrían que auxiliarlo con sus accidentes y desastres. 
 

lunes, 22 de mayo de 2023

Los diamantes de Marine


Berenice Mukhin descansaba en un parque del barrio Corse luego de pasar el día en el supermercado para bebés y lo primero que notó fue que había decoraciones rojas en cada edificio y árbol del lugar. La gente parecía festiva y luego de preguntar, se enteró de que Miss Corse Lorphelin, Marine Lorraine, contraería nupcias en un par de semanas con el corredor de bolsa, explorador y escalador Laurence Ferny. La familia del hombre en cuestión tenía abierta su casa para recibir a quienes quisieran dejar mensajes, regalos o comida para los festejos.

-Una boda en Corse es un acontecimiento - decía Lleyton Eckhart para después reconocer el envío de un tostador en detalle y que en las votaciones de Miss Nouvelle Réunion había sido injusto con Marine.

-¿Entonces te disculpas? - preguntó Berenice.
-Sí, es que no quería quedar mal con un amigo y voté por su hija aunque no me agradara. Hice mal pero al menos Marine se casará el día que planeó.
-¿Te invitaron?
-No, pero debo estar al pendiente de todas formas. El Gobierno Mundial me enviará un agente para investigar unos diamantes y tomando en cuenta que esta boda es de interés, tal vez obtengan algo.
-¿Diamantes?
-Alguien los trafica desde aquí.

Berenice no le dió importancia y Lleyton se rió por ello, deseando tomar el asunto con la misma ligereza. De acuerdo a los reportes que había leído, el agente Maurizio Leoncavallo de Intelligenza Italiana había detectado las exportaciones irregulares y el rastreo lo llevaba hacia Tell no Tales, dados los indicios del posible origen de las piedras. La policía local había inspeccionado las minas del país y descartado cualquier extracción ilegal, aunque ello aumentaba las dudas del gobierno.

-Investigaron el diamante que el señor Ferny le regaló a Marine por su compromiso - comentó Lleyton.
-¿Y qué tal?
-Es legal, comprado en una joyería formal y con papeles de sobra. Aún así, el tal Leoncavallo insiste en que hay otra joya irregular y tiene que hallarla. Al principio creyó que Sergei Trankov era el distribuidor, pero descubrió a otra mafia.
-No entiendo nada.

La mujer bostezó y Lleyton lo encontró gracioso, sobretodo porque sabía que no debía comentar del asunto aquel.

-El Gobierno Mundial puso al almirante Stendhal Trafalgar a cargo de la investigación y esperaba hablar con él, pero no podré. El tal Maragaglio es quien hace el trabajo y con quién trataré de resolver lo que salga.

Bérenice miró sonriente a Lleyton y este último optó por cambiar de tema al verla sorber una bebida con un popote verde fosforescente. Él la imitó enseguida.

-Sabe a medicina - comentó ella.
-Usaron mucho jarabe de coco.
-¿Cuándo habrá comida en la ciudad?
-Pronto darán permiso de cosechar la fruta de las granjas Izbasa.
-Mientes.
-En realidad, se negaron.
-¿Nunca has tenido hambre?
-No.
-El cuerpo duele, Lleyton.

Ambos continuaron mirándose en silencio hasta provocarse un mutuo ataque de risa, apenas interrumpido por el ligero llanto del bebé Scott para reclamar su leche.

-¿Aún tienes fórmula para alimentarlo? - preguntó él intentando contener la risa 
-Tengo dos latas que compré antes del sismo - replicó ella con idéntica energía y luego de probar la mezcla, la dió al niño, mismo que bebió sin rechistar. 

-¿Crees que encontrarás tus diamantes? - retomó ella.
-Nunca he procesado a un traficante de joyas, pero ha de ser emocionante.
-El Gobierno Mundial ha de saber quién los tiene.
-Eso es seguro, pero no investigan por eso.
-¿Entonces?
-Me dijeron que las piedras son extrañas y no han identificado la mina. Los joyeros que las han vendido dicen que son de alta calidad y una pieza puede ofertarse en 5000€ sin pulir porque pesan no sé cuántos quilates y se las están peleando en el mercado. 
-¿Has visto una?
-El almirante Trafalgar me envió una muestra y revisé con un amigo. 
-¿Qué tal?
-Prefiero ser linchado a vender mi alma. Le comuniqué a Maragaglio el precio del diamante y no sé por qué no le sorprendió.
-¿Y qué tiene que ver con Marine?

Lleyton sabía que ya lo había explicado, pero con Berenice no tenía dificultades en repetir una y otra vez cada cosa que ella le pidiera.

-Creíamos que su anillo de compromiso era de una pieza robada y resultó que no.
-Qué lástima, Lleyton.
-¿Te confieso algo?
-Dale.
-El tal Maragaglio sospecha que Marine recibirá la pieza traficada en su anillo de bodas.
-¡Qué emoción!
-Acepto que estoy feliz con esto, nunca me había topado con una intriga y no espero balas, pero sí delincuentes de cuello blanco ¡Al fin voy a llevar a juicio a gente de la bolsa de valores!
-¿Los diamantes están en bolsa?
-Así lavan dinero y bienes.
-Mi papá me habló de eso y dice que la gente juega con el dinero.
-No le llamaría así.
-¿Pero es parecido?
-Con tal de que me entiendas, te diré que sí.
-¿Pero como juegas con un diamante?
-Basta inventarse unos papeles llamados acciones y voilà! Entran en las operaciones interbancarias y de exportaciones. Hay un diamante en especial que todos codician, uno dorado.

Bérenice abrió más los ojos.

-Lo intentaron vender en Italia, pero es tan costoso que ningún joyero quiso adquirirlo. La Interpol lo buscó entre las grandes fortunas y los casinos y no hay rastro de él en ninguna parte. El agente Maragaglio lo detectó en Venecia, pero dice que el vendedor lo retiró de las ofertas y no ha sabido el paradero de nada.
-Tal vez lo encuentren tirado.
-Nadie dejaría descuidado algo tan valioso. 
-Si no pueden deshacerse de él, lo harán.
-No me imagino hurgando en la basura.
-Es más fácil encontrarlo ahí.
-Jajaja, tal vez se halla hundido en uno de los canales y nosotros aquí sufriendo por encontrarlo.

Una nueva risa mutua interrumpió la conversación y le permitió a Lleyton pensar que quizás Marine Lorraine estaba en la mira por sus antecedentes en Intelligenza Italiana. Si alguien conocía las dinámicas de los traficantes era ella y ser beneficiaria de un costoso regalo era una condición muy tentadora, dado el valor de las pólizas de seguros. Tal vez, la mujer había aprovechado la información bancaria con la que trabajaba para triangular una operación que le garantizara la recepción de una joya o había escuchado las noticias y aprovechado los alcances de la institución donde la tenían contratada para asegurarse de cumplirse un capricho. Pero eran planes complicados de llevar a cabo, a menos que tuviera un contacto que también se beneficiara de las transacciones o fuera sólo una intermediaria con un comprador inescrupuloso. Entonces no sería su primera operación anómala.

-Me he divertido mucho en esta cita - exclamó Bérenice.
-Gracias por regalarme un Pacman.
-De nada, Lleyton ¡Aunque me debes ir a los videojuegos!
-Considéralo hecho.
-¿Cuándo te veré?
-La boda me tendrá ocupado así que el sábado me tomaré el día.
-Nos vemos aquí a las doce.
-Es perfecto ¿Te invito a comer después?
-¡Pizza de pistaches!
-¿Crees que encontremos?
-Ay, claro, no hay otra cosa.
-Es cierto.
-Lleyton, gracias.
-¿Por qué?
-Por vernos hoy, la pasé increíble en la tienda.
-De nada 
-Si tienes una aventura con los diamantes, me invitas.
-Ese es trabajo policial y de abogados.
-Pero mira tus manos, te lastimarás si te toca ir al basurero.
-Me cuidaré.

Bérenice y Lleyton volvieron a carcajearse de sus pensamientos y a probar sus bebidas con gestos de desaprobación alegre mientras las decoraciones rojas se volvían más abundantes en el barrio Corse. Marine Lorraine llegaría de París en cualquier momento y según se rumoraba, había encargado su vestido de novia y la joyería que usaría en aquella ciudad.

sábado, 13 de mayo de 2023

Ricardo y los Hazlewood


Jueves, 21 de noviembre de 2002.

Edward Hazlewood no evitó asombrarse al mirar la puerta de la casa Leoncavallo y constatar que un farol iluminaba intermitentemente la calle. El sentimiento no provenía por algo ajeno al continuo desconocimiento y la rutina. La Calle del Pignater era obligatoria para llegar al remolino que se formaba por la noche en una parte cercana del canal y que era lindo de ver cuando el alumbrado público funcionaba. 

-Iré por el vestido... Señor Hazlewood, usted debería acompañarme - mencionó Maragaglio al salir del bote y extender su mano cortésmente para evitar que su improvisado invitado cayera al agua. El hombre respondió al gesto de forma predecible y quedó establecido que Giampiero Boccherini esperaría en el frío.

-Bienvenido y supongo que será la primera de muchas visitas - añadió Maragaglio y abrió con la advertencia de que su familia estaba contagiada de influenza y no harían ruido para evitar algún escándalo. Sin luz, Hazlewood tropezó cuando el otro le dirigió a los escalones, pero nadie se perturbó por el golpe en la madera.

-Perdón.
-No se preocupe, suba y quédese en la segunda puerta a la derecha.
-¿Es la habitación de Katarina? No puedo pasar.
-Señor Hazlewood, no lo haría de todos modos.
-Es que no soy irrespetuoso y si me dicen que no en un lugar, no insisto.

La mezcla de madurez, inocencia y temor de Edward Hazlewood llamaba la atención de Maragaglio, que no podía ocultar que el hombre empezaba a agradarle y se preguntó si Marco Antonioni era heredero de algunas de esas características. En la puerta de Katarina se hallaba la famosa bolsa donde ella guardaba sus cartas, pero a la vista y vacía. A Maragaglio le extrañó.

-Abriré, así que si pudiera abstenerse de ver algo...
-No tenga cuidado.
-Señor Hazlewood, no haga ruido.
-Seguro.

Los dos se miraron apenas y cuando el cuarto se abrió, cada cual siguió el plan como se acordaba.

El espacio donde Katarina Leoncavallo solía dormir tenía paredes blancas y una cama de aspecto antiguo con una mesita circular y una lámpara pequeña en forma de bola de cristal del lado izquierdo. El lugar estaba decorado con varias series de luces, un par de macetas junto al espejo, cortinas también blancas y un clóset de madera de color verde claro que delataba cierto desorden. En la mesa frontal, una computadora portátil, varios lápices y acuarelas se hallaban cerrados. Maragaglio no dudó en alimentar a la mascota de la chica, un sapo viejo y perezoso que moriría cualquier día y había acompañado a la familia por quince años. 

-Bien, busquemos ese vestido. Perdona Katy - dijo Maragaglio y Hazlewood le oyó pese a permanecer al pie de la escalera. 

Abrir el clóset de esa joven mujer era un tanto nostálgico, al punto de sonrojar a Maragaglio con tantos vestidos de colores pasteles. El amarillo era el color predominante, aunque había prendas azules y lilas. El intento de Katarina por lucir más a la moda se notaba también, con vestidos y pantalones de colores oscuros o materiales brillantes, chamarras de cuero, botas, medias y faldas sin utilizar, todo ajustado, sofisticado. 

-Lo que estoy buscando no está aquí - susurró y le dio por hurgar en el baúl que la joven ocultaba bajo su cama. Aunque esperaba hallar peluches, fotos o diarios, le sorprendió que el modelo deseado estuviera junto a una serie de papeles de aspecto viejo y un fuerte aroma a rosas. Katarina era aficionada a la caligrafía y sus pensamientos estaban consignados en estilos exquisitos.

-"No debo sentir esto", "Sólo pienso en él, pero el gondolier es quien me acompaña a casa", "¿Mi amor hará caso?", "Me ha dicho hoy su nombre: Es Marco" - y frases similares se leían mientras Maragaglio se negaba a darle una identidad al "él" del que su prima hablaba. Poco después, encontró otro papel que lo hizo revisar debajo del vestido, tomando en el acto una camisa y una confesión que enunciaba:

-"No sé por qué lo hice. Acabo de estar con Miguel y le he dicho a Maurizio que le quiero... Pero encontré a Marco en la lavandería y le he robado su camisa, la que sé que le gusta. Él no me la pidió de vuelta, gritó que podía quedármela. Creí que me hablaría de una cita y me arrepentí de rechazarle el paseo por el viñedo de Santa Lucrezia el otro día".

Maragaglio comprendió parte de una historia que no le habían contado y pensó que era todo, pero la cajita de sorpresas le dio un extra que no supo cómo tomar. Una nota que no iba con las otras ilusiones.

-"El profesor Hazlewood me ha hecho reír, me hace feliz".

"¿Qué es esto?" Se intrigó Maragaglio mientras prestaba oído para percatarse de que su invitado sería descubierto si no lo sacaba del pasillo. Con sigilo, logró llegar hasta el hombre y lo jaló hacia el interior de la habitación.

-¿Qué pasa? - preguntó Hazlewood.
-Silencio.
-Creo que alguien...
-Por eso, quédese quieto.
-¿Nadie notará la luz?
-No.

Ambos prestaron oído a una pisadas pesadas y una intensa tos que desaparecieron al cabo de unos segundos. Entonces hubo un suspiro de alivio.

-No debería quedarme - expresó Hazlewood al clavar la mirada en el piso.
-Saldremos por la ventana.
-¿No es imprudente?
-Mi tío tiene insomnio.
-¿Vive con él?
-Es el papá de Katarina.
-Si se diera cuenta, sería muy malo.
-Apagaré las luces y nos vamos.
-¿Tiene el vestido?
-No sé si lo apruebo.
-Parece bonito.
-Es de novia.
-¿Ella es de las chicas que guardan algo así para el momento justo?
-Diseña cosas.
-Qué bien.
-Andando.
-¿Ese sapo ha comido?

Hazlewood había tratado de no ver y al final, lo habían vencido las circunstancias. 

-Sí, le di uno de esos insectos que Katarina guarda.
-Es viejo.
-Mi abuelo se lo regaló a mi primo Maurizio y él prefirió dárselo a su hermana. Ella lo quiere, aunque creo que no vivirá otro año.
-Eso es seguro, es muy pasivo.
-Salgamos de aquí.

Ninguno se movió.

-Esa camisa es de Marco - notó Hazlewood.
-¡Ah! Katarina la tenía guardada, voy a ponerla en una caja que está por aquí.
-Me la llevo, si no le molesta.
-Es un regalo para ella.
-Sería un gran detalle si la usaran en la boda.
-Es imposible tomarlo bien.
-Cuántas luces.
-Katarina le tiene miedo a la oscuridad.
-Eso no es cierto.
-¿Qué dice? 
-Me comentó alguna vez que también compró un proyector y cuando tiene insomnio, lo usa.
-Yo no sabía.
-Le gusta formar figuras. El año pasado me mostró un pirata hecho con una serie como las que tiene aquí.
-¿Por qué no me enteré?
-Porque sucedió en mi curso de Física Creativa. A Katarina le apasiona la ciencia, la convencí de hacer sus exámenes y entrar a una facultad.

Maragaglio pegó su espalda a la pared y de repente Hazlewood se volvió un extraño ¿Qué motivaba a Katarina a acercarse al maestro y qué secretos tenía guardados con él?

-¿Qué le contestó?
-¿Katarina? Me pidió ayuda para entrar al salón de la prueba y le dio un colapso nervioso. La llevé al hospital y me pidió no decirle a nadie.
-¿Cuándo fue eso? 
-En febrero, antes de irse a una competencia.
-Pude apoyarla.
-Cuando un alumno siente vergüenza, yo no lo exhibo. El examinador me contó que no era la primera vez que pasaba.

Aparte de la intriga por el momento en que había tenido lugar el acontecimiento, a Maragaglio le costaba aceptar que desconocía más cosas de las que creía y empezó a cuestionarse sobre la verdadera confianza que Katarina declaraba tenerle depositada. Todo ello mientras Hazlewood era presa de otro impulso y le mostraba que ese cuarto escondía un bello mural que sólo se percibía con luz negra. Ese hombre estaba enterado porque la joven le había pedido acompañarla a adquirir los materiales. El diseño era precioso.

-Tengo que preguntar por Marco en el hospital y me he tardado aquí.
-¿Quién es usted?
-Edward Hazlewood ¿Por qué?

Ambos se aproximaron a la ventana mientras la tos de momentos atrás retornaba para recordarles que no era pertinente continuar en la casa. Maragaglio no tuvo dificultades al descender, pero la inexperiencia del otro llevó al suelo a ambos. La nieve de la calle funcionaba como colchón pero a Giampiero Boccherini le dio risa.

-¿Qué? ¿Ahora van a retozar? 
-¡Cállate!
-¿Estás enojado, Maragaglio?
-Giampiero, por favor, tengo dolor de cabeza.
-¿Te sientes mal?
-Haremos un servicio de paquetería.
-No entiendo lo que haces.
-¡Katarina me guarda secretos!
-Jajajaja, todas las mujeres esconden algo.
-Ella me contaba todo ¡Ahora lo hace con él!

Maragaglio señaló a Hazlewood mientras se acomodaban en el bote y la caja con el vestido y la camisa formaba una barrera entre ambos.

-¿Te cambió? ¿Por qué no me sorprende, Marabobo?
-Giampiero, te voy a llevar al otro mundo.
-Tu prima seguirá decidiendo que no te necesita.
-Se suponía que éramos amigos y ahora resulta que mi vigilancia falló y no la conozco.
-¿Todavía te preguntas por qué te perdió la confianza?
-La cuido.
-La espías.
-Ni eso me sale bien.
-Es tu culpa.
-Si le hubiera dado permiso de salir con Marco Antonioni, tal vez habrían terminado para esta fecha.
-Qué atrevimiento frente al señor.
-Cuando Maurizio se entere, es un hecho que los reclamos serán para mí.
-¿Vas a dejar respirar a Katarina o Hazlewood se seguirá encargando de eso?
-¿Disculpa?
-No conozco mujer que no necesite con quien hablar y entre la familia, su hermano y tú, a ella no le quedó alternativa.

Maragaglio no pronunció más y el viaje en la lancha fue menos dramático. Hazlewood, ajeno a los otros dos, imaginaba a su hijo con su camisa puesta y le fue divertido mantenerse firme al opinar que la prenda de color blanco y bordado plateado de rosas, no le agradaba. 

-Marco tardará un poco más en recuperarse, pero le gustará invitarlo a la casa, Maragaglio - fue la única cosa dicha mientras la nevada volvía a desatarse con intensidad. Las ambulancias acuáticas aparecían con cierta frecuencia y en las proximidades al hospital de San Marco della Pietà, los tres hombres observaron a Ricardo Liukin en un traslado. Así fue como entendieron que la cautela no era opcional y vieron cuando el hombre fue recibido para una urgente prueba respiratoria. El médico de guardia gritaba que nadie se fiara de un aspecto saludable y decidieran con cuidado entre utilizar una mascarilla o una cánula. Ricardo recibió una mascarilla y una gran dosis de antiviral mientras reportaban que se había hospedado en un hotel previamente para evitar contagiar a otras personas. Su salud se había comprometido en minutos, durante una revisión.

-¡Dos murieron en el quinto piso! ¡Llévenlo allí! - ordenó otra persona y Ricardo desapareció de la vista inmediatamente.

-No quiero enfermar - temió Maragaglio al recordar sus besos con Katarina y dudar de su salud. Giampiero buscaba donde atracar y Hazlewood sugirió hacerlo por el costado del hospital, donde arribaban algunos doctores, entre ellos, Luc Pelletier. 

El ruido en el área de emergencias de San Marco della Pietà podía tapar el impactante silencio de la cuarentena veneciana. El infierno se presentaba como un lugar lleno de personas inmóviles y la piedad existía apenas para quienes lograran sobrevivir a las horas en observación. Ricardo Liukin atravesaba en camilla un mar de cadáveres futuros, distinguiéndolos de quienes pagarían sus penitencias. La muerte olía a sal y conforme se iba alejando rumbo al elevador, el aire helado se le reveló como un enemigo inadvertido, aunque también le aliviaba la sensación de pánico anterior. Las personas que estarían a salvo seguramente tenían un aroma a yodo y él era parte del grupo, en un arrogante desplante. Por la falta de camas, Ricardo se quedaría en una silla, envidiando en el acto a quienes podían acostarse.

-La enfermera Wendy comenzará a atenderlo - dijo el camillero
-¡No le han hecho el exámen que pidieron! - recordó otra persona y el señor Liukin fue llevado a otra sala sin percatarse de que Maeva y Susanna Maragaglio lo habían reconocido.

Pocos minutos después, era Luc Pelletier quien se aparecía para tomar un improvisado turno sin dejar de demostrar su cansancio. Wendy Bacchini se aproximó para darle informes.

-De Marco Antonioni ¿Qué tenemos?
-Un desmayo, doctor. Su oxígeno bajó a ochenta pero lo estabilizamos.
-¿Qué hicieron?
-Le suministré corticoides y cambié la mascarilla por una cánula nasal.
-¿Usted sola?
-Con el doctor Gatell, es que nadie vino a auxiliarnos.
-¿Por qué no me avisó? Habría llegado antes.
-Llamamos a Urgencias y nos dijeron que mandarían a alguien pero tardaron tanto que...
-¿Cómo está Gatell?
-Dormido, es que se esforzó mucho.
-¡Está enfermo! 
-Disculpe, doctor.
-¿Y Marco?
-En su cama y se niega a estar quieto.
-Pasaré a verlo y le haré algunas preguntas... Vi que traían a un paciente.
-Me dieron sus papeles, le van a realizar un estudio pero no me han dado las formas.
-Arréglelo y me avisa cuando lo tengamos con los demás pacientes.

Pelletier traía consigo un paquete envuelto en un papel blanco frágil y consideró que era buen momento de entregarlo, sobretodo porque poca gente se llevaría una sorpresa anticipada.

-Marco - llamó el médico al atravesar la puerta del dormitorio donde aquel platicaba con una recién levantada Katarina Leoncavallo que conversaba sobre lo sucedido horas atrás. 

-Es que te desvaneciste y aún sigues pálido - se alarmaba ella mientras estrechaba las manos de su novio. La chica había ignorado la petición de no retirarse su mascarilla de oxígeno.

-Con la cánula me siento mejor.
-Marco ¿Qué te dijeron? Wendy me mandó a dormir.
-Nada importante, me cambiaron el tanque de oxígeno.
-Qué susto.
-No te espantes, chica bonita
-Pero ¿Te pasó algo antes? ¿Dolor, mareo...?
-Nada, de verdad.
-Si quieres descansar, podemos casarnos otro día.
-Te lo prometí.
-Puedo esperar unos días más.
-Me quedo acostado hoy para que me veas como nuevo en la boda.
-De acuerdo y no le pones mala cara a las medicinas.
-Dalo por hecho, Katarina.

Ella besó a Marco en la frente, la mejilla izquierda y los labios. Entonces el doctor Pelletier decidió intervenir.

-Niños, el recreo se acabó. Katarina, te lo advertí, en la mañana te colocaré la cánula.
-Perdone, doctor.
-Voy a revisarles la oxigenación antes de que llegue el juez. 
-¿Qué trae en la mano?
-Le entregaré este paquete a Marco... No, mejor a ti. Lo envían Maragaglio y el señor Hazlewood, además de desearles una linda boda.
-¿Es un regalo?
-No, señorita. Ambos creen que es muy importante, vinieron personalmente a dejarlo.
-¿Mi primo?
-Él mismo me lo dio.
-¿Está enojado?
-Lo que lamenta es no presentarse a la firma, pero tenemos una epidemia.
-Creí que se enfadaría.
-Te deseó buena suerte.

Katarina sonrió y enseguida se deshizo de la tapa que se interponía con su curiosidad.

-¡Es tu camisa de rosas! - gritó ella y Marco Antonioni la tomó con cansancio pero feliz. 

-Te la di, Katy.
-Te verás guapo con ella.
-Más guapo, dirás.
-Sí.
-Ahora tengo un atuendo decente ¿Qué te trajeron?
-¡Es mi vestido! Lo usaría en el casamiento de Maurizio.

Ambos se miraron un momento.

-¡Te va a encantar!
-¿Segura?
-Marco ¿No te dijo tu papá que te dediqué unos bocetos?
-No lo mencionó.
-De uno de ellos salió este lindo modelito.

Ella tomó la mejilla del chico.

-Me casaré contigo.
-A mi hermano le encantará tu pastel de chocolate cuando estemos en casa.
-Pero te tengo que cuidar, no prepararé lo que no puedas comer.
-Me conformaré con una cucharadita. 
-¿En serio?
-Katy, te prometo que aceptaré un trabajo de oficina. En la universidad me están ofreciendo un puesto de asesor académico y me garantizan salir temprano.
-¡Eso está muy bien!
-Y te dejaré armar mis legos.
-Tú no los sueltas por nada del mundo.
-Tengo un montón sin abrir, juro que esperé por ti... ¿Me dejas ver tu vestido?
-¿Qué? ¡No!
-¡Sabes que llevaré tu camisa favorita!
-¡Es de mala suerte que te enseñe algo!
-¡No es justo!

Luc Pelletier contemplaba aquella escena con agrado, pero debió interrumpirla porque aún había algo más que avisar.

-Katarina y Marco, entiendo que su romance los haga sentir que no están enfermos pero además de regresar cada quien a dormir, deben saber que Maragaglio está haciendo lo que está en sus manos para que se casen hoy.

La pareja reaccionó con alegría.

-Sugiero que duerman para tener energía en la mañana, yo estaré de guardia - concluyó el doctor y abandonó el sitio con el humor más ligero. Afuera, algunas enfermeras tomaban un descanso y Pelletier no interfirió, consultando personalmente las circulares de tratamiento y anotaciones del propio Gatell que, a falta de personal, había tomado unas horas para atender la ronda del quinto piso.

-Doctor Pelletier, el nuevo paciente está listo - avisó Wendy Bacchini.
-¿Eh? ¿Tan rápido?
-La oxigenación se confirmó en ochenta y siete; los paramédicos tenían la lectura en ochenta.
-¿Cuándo harán algo bien en las ambulancias?
-No sea duro, han trabajado como nosotros.
-Sabe a qué me refiero, Wendy.
-El paciente no es fumador ni tiene padecimientos crónicos, excepto de memoria.
-¿Qué edad tiene?
-Cuarenta y cuatro años.
-No es un anciano.
-Hace poco acudió al hospital de San Salvatore para una consulta neurológica.
-¿Alzheimer prematuro, sífilis, alguna inflamación o registro de traumatismo?
-Nada.
-Tendré que verlo ¿Cómo se llama? 
-Ricardo Liukin.
-¿Dónde va a estar? 
-En el pasillo, junto al fumador de la mascarilla.
-¿Le han proporcionado antiviral?
-Cuando ingresó.
-¿Cómo lo ves físicamente?
-¿Me lo pregunta de verdad? Parece sano.
-¿Otro?
-Él se siente como si no estuviera enfermo.
-Esta influenza es rara.
-Buscaré unas mantas, en un momento vuelvo, doctor.
-Wendy, primero tómese unos minutos y un café.
-Gracias.

Pelletier no lo expresaba, pero se sentía más cómodo con las desconocidas enfermeras provenientes de Vicenza y Verona que con las que cotidianamente convivía. Wendy Bacchini en especial le resultaba eficiente y conservaba un genuino interés por los pacientes.

Intrigado por conocer a Ricardo Liukin, el médico aguardó en su sitio hasta que vio pasar a uno de los camilleros con un vaso de café y luego a un enfermero dirigiéndose dónde sus compañeras.

-¿Dónde está el señor Liukin? - preguntó sin que le oyeran y caminó por el pasillo para descubrir que el susodicho no se encontraba en su lugar.

Al mismo tiempo, el propio Ricardo daba sus pasos hacia el lado contrario, viendo con insólito gesto cínico a Susanna Maragaglio, misma que apenas atinó a saludar con un "hola" breve. El hombre lucía radiante e incluso llevaba su tanque de oxígeno con ligereza al momento de voltear a la habitación donde Katarina Leoncavallo continuaba conversando con Marco Antonioni sobre su boda y lo que harían al ir a casa; ella en especial confesaba que había alquilado un lugar en el hotel Florida pero no pensaba regresar más que a recoger su maleta y pagar la cuenta. 

-Tengo mucha ropa ¿Tendremos espacio en tu casa?
-Puedo guardar mis cosas en un cajón, chica bonita.
-Me vas a acompañar por mis luces, mi proyector, tengo un telescopio por ahí, mis carpetas, mis diseños ¡Y mi sapo te va a encantar, Marco!
-Nunca he tenido un reptil mascota.
-Nos divertiremos mucho.
-Primero arreglaré las cosas con mi cuñado y con Maragaglio creo que no habrá mayores problemas. 
-¿Qué le dirás a Maurizio?
-Que las cosas cambiaron y tendrá que respetarnos. 
-Nos tengo planes después del mundial de patinaje.
-¿Vas a dejar de entrenar?
-No lo sé, patinar me hace llorar. Hablé con un entrenador antes de irme a Nueva York y me aconsejó meditarlo. Quiero ganar una medalla en el mundial esta temporada y luego no tengo idea. El profesor Hazlewood me habló de otra cosa, de recuperar clases y tratar de pasar los cursos que necesite.
-¡Te podría ayudar!
-Pensaba pedírtelo.
-Tenemos mucho qué estudiar ¿Te vas a inscribir para las pruebas de febrero? 
-Ya lo hice.
-¡Es una gran noticia, Katarina!
-Prométeme que me acompañarás y no me permitirás escapar del salón.
-¿Dónde aplicarán los exámenes?
-En el Liceo Artistico en San Marco.
-Este es el plan: Primero nos curaremos, saldremos de aquí y nos instalaremos en la casa. Al día siguiente resolvemos lo de tu familia y lo de Miguel y enseguida estudiamos.
-Hecho.
-Al menos Tennant no tomó tan mal lo nuestro.
-Es que no ha podido.
-¿Sabes algo de los Liukin que pueda ser importante? 
-Saben golpear.
-¿Me llevaré un puñetazo?
-Yo te defiendo, Marco.

Ricardo soltó una risita que atrajo la atención de la pareja.

-No somos tan directos, sólo nos llevamos sorpresas - mencionó el hombre y los otros dos le miraron con cierta conmoción.

-Si no estuviéramos enfermos, ustedes no estarían pensando en un matrimonio que no sé cómo vayan a hacer funcionar... Oye, Katarina, tú jamás mencionaste que el gondolero te importaba.
-Le habrías dicho a Miguel o a mi hermano - respondió ella tratando de no bajar la cabeza.
-Sabes que no - prosiguió Ricardo.
-Tampoco te cae bien Marco.
-Eso no es verdad.
-No te creo.
-¿Estás segura de lo que harás?
-Sí.
-Entonces tendré que asumir mi papel en este asunto ¿No habías dicho que querías continuar?

Katarina no supo por qué había esperado que Ricardo le hablara de Miguel y no de sí mismo.

-Cambié de opinión - declaró ella.
-Pensé que te vería de nuevo.
-Marco siempre me ha hecho ilusión.
-Lo escondiste.
-De ti, tal vez.
-¿Sólo de mí?
-Toda Venecia lo sabe y tú eres casi un recién llegado.
-Te esperaba para nuestra cita de la próxima semana.
-Pero me armé de valor y elegí a Marco.

El señor Liukin no tuvo ganas de discutir el punto mientras una lujuriosa furia le acaloraba el cuerpo. El deseo que sentía por la joven Leoncavallo era imposible de disimular.

-He terminado con tu familia y no tendrás problemas. Adiós, Ricardo - cerró Katarina y el otro sonrió antes de voltear y darse cuenta de que Tennant Lutz seguía la escena con detalle. 

-Esto no es todo, niña ¿No vas a saldar la cuenta con Miguel? - retomó Ricardo y fue Marco quien se levantó.

-Ella concluyó con ustedes ¿Se entendió, señor?
-Que haga conmigo lo que quiera, con mi hijo no.
-Katarina dijo que se acabó. 
-No es tu asunto, niño.
-Se equivoca.
-Baja ese brazo.
-Cualquier cosa que le pase a Katarina, también es mi problema. Ella terminó con los Liukin.

Ricardo trató de esquivar a Marco, pero éste último no tuvo miedo de frenarlo. La mano del joven Antonioni se sostuvo firme en el pecho de su adversario y contrario a cualquier predicción, el señor Liukin tuvo la sensación de que lo estaban poniendo en su lugar y encima, lo habían derrotado. 

-¿Es tu forma de pelear? Es increíble - admitió Ricardo y se dió la media vuelta.

-Marco, ven, debes descansar - se aproximó Katarina para calmar la agitación del muchacho y a cambio recibió un gran abrazo.

-Te prometí que lo arreglaría, chica bonita.
-Lo sé, siéntate y respira ¿Estás bien?
-Un problema menos.
-Perdona.
-Habíamos hablado antes, no hay nada qué disculpar.
-Pero tienes que calmarte.

El joven Hazlewood volvía a su cama cuando Luc Pelletier entró al cuarto.

-¿Qué pasó? ¿Por qué no duermen y por qué un paciente de nuevo ingreso vino a hacer un escándalo y ustedes cooperaron con el espectáculo? - reclamó el médico.
-Mi papá vino a preguntar cómo estamos, nada más - intervino Tennant.
-El señor Liukin llegó con problemas de oxigenación inestable y me importa muy poco que siga moviéndose como si no le pasara algo ¡Les pedí que se durmieran! - gritó Pelletier y Katarina y Marco no tardaron un segundo más en acostarse y cubrirse con sus mantas. El doctor corrió las cortinas de cada cual y apagó las luces con la intención de prenderlas más tarde.

En el pasillo, Ricardo Liukin continuaba en búsqueda de un lugar que considerara apropiado y nadie hizo el esfuerzo en calmarlo. Pelletier prefería hacer otra cosa.

Al exterior del hospital volvía a nevar y los encargados de los ingresos en Urgencias lidiaban con ello tratando de no resbalar y despejando como podían la entrada mientras se gritaban unos a otros sobre qué pacientes habían mandado a tal o cual piso, quienes esperaban pruebas o las ganas que tenían de irse. Maragaglio, Hazlewood y Boccherini observaban todo desde su bote, convenientemente alejados, sin hablarse. Las escenas provocaban miedo ante sus ojos, eran extremas y absurdas, cada vez más inimaginables, pero resistían por la convicción de que al llegar el amanecer iba a ser necesaria su presencia. 

-Pelletier está llamando - murmuró Maragaglio por haber esperado con paciencia. Hazlewood también se sumaba a la expectativa, pero lo demostraba acercándose y mirando el celular.

-Maragaglio aquí ¿Qué ha pasado? ¿Katarina recibió el paquete? ¿Cómo reaccionó?

Giampiero Boccherini trataba de no mofarse de la actitud infantil de su amigo.

-"Katarina estaba feliz y haciendo planes con Marco" - contaba el médico.
-Pero ¿ella opinó algo?
-"Creo que no esperaba la sorpresa pero no pasó algo más; se emocionó por su vestido y no se lo enseñó a nadie".
-¿Eso fue todo?
-"Respecto al detalle, sí".
-¿Y Marco?
-"Se rió mucho, creo que le gustó que le trajeran una camisa. Me inquieta que no descanse pero... ¿El señor Hazlewood sigue ahí?"
-No nos hemos ido.
-"¿Podría charlar con él?"

Maragaglio enseguida le dijo a Hazlewood que hablara y puso el altavoz.

-¿Doctor Pelletier?
-"Me informaron lo del desmayo de Marco y vine a atenderlo. El doctor Alessandro Gattel detuvo la crisis en mi ausencia".
-¿Mi hijo está bien?
-"No se le ha quitado el buen humor... Lo que me alarma es que le cambiaron la mascarilla por una cánula nasal y la oxigenación disminuyó otra vez".
-¿En cuánto está?
-"Ochenta y dos".
-¿Qué procede?
-"Tratar de aumentar ese nivel. El doctor Gatell le aplicó corticoides y funcionó ¿Autoriza su uso?"
-Creí que esa decisión la tomaba mi hijo.
-"Es que hay efectos secundarios".
-Úselos, no hay problema.
-"Le haré a Marco un nuevo electrocardiograma y un nuevo estudio para sus pulmones".
-¿Los hará temprano?
-"Antes de la boda, sí".
-¿Mi hijo está grave?
-"Sospecho que el problema con la oxigenación comenzó antes de la influenza ¿Marco llegaba agitado a casa? ¿Dormía bien?"
-Me decía que estaba cansado y tenía insomnio.
-"¿Alguna vez lo vio respirando con dificultad?"
-No, sólo me habló de un poco de mareo el día que empezó a estornudar.
-"Marco tal vez le estuvo ocultando sus síntomas".
-Me habría dado cuenta.
-"Hablaré nuevamente con él, señor Hazlewood".
-Lo que sea necesario.
-"Se ve pálido".
-¿Cree que mejore?
-"La neumonía no cede pero confío en que el tratamiento funcionará".
-¿Qué cree usted?
-"Que costará un poco más de trabajo pero Marco saldrá adelante. Iniciamos la medicación para disminuir los triglicéridos y con la información que me den los nuevos análisis, podré darle un diagnóstico más exacto. Debemos estar conscientes de que el Síndrome de Marfan permite que el paciente lleve una vida normal, es sólo que en el caso de Marco se ha complicado un poco y hay que trabajar en ello".
-Muy bien, esperaré por los estudios ¿Marco duerme ya?
-"Espero que sí"

Hazlewood no se despidió de Pelletier y Maragaglio decidió continuar con la conversación, aunque recibiera a cambio palabras similares sobre Katarina y su tratamiento. Giampiero Boccherini parecía impresionado de enterarse de que tan enferma se hallaba la joven.

-Pelletier se queda en "veremos" como cada doctor que conozco - se quejó Maragaglio al colgar y Hazlewood asentó, aunque en una actitud más comprensiva hacia quien cuidaba de Marco. 

-¿Cómo que la Katarina está desnutrida? Dale de comer, Maragaglio - expresó Boccherini.
-Es la estúpida dieta que le puso el hermano.
-¿Cuándo le vas a partir la cara al Maurizio?
-Apenas lo vuelva a ver.
-¿Ella se va a reponer?
-No lo sé ¡Soy tan imbécil! ¡Debí llevar a esa niña con otro entrenador o convencerla de quedarse en Canadá!
-¿Seguro no bebiste?
-¿Tienes un cigarrillo?

Boccherini negó con su mano derecha mientras Maragaglio intentaba tranquilizarse. El celular sonó nuevamente y los tres hombres estaban hartos del aparato, conscientes de que no había remedio ajeno a soportarlo.

-¿Por qué no aviento esta cosa al agua? Que se vayan al infierno todos - protestó Maragaglio antes de decidirse a responder. No reconocía quien le llamaba.

-No sé quién seas pero sé breve - dijo de mala gana.
-"¿Hablo con Maurizio Leoncavallo?"
-¿Cuál de los dos?
-"Ah, Maragaglio. Mi padre me sugirió buscarlo".
-¿Quién es usted?
-"Soy Damon Lorraine, hijo del señor Albert Damon Lorraine".
-¡Damon! No te... ¿Todo está bien?
-"Creo que sí".
-Me alegro.
-"Mi papá quiso que lo localizara, es que queremos pedirle un favor".
-¿Pasa algo?
-"Me... Me quedé varado aquí en el aeropuerto, no puedo tomar un vuelo a París y debo ir a la boda de mi hermana Marine".
-¿En dónde estás?
-"En Tessera. Nadie me deja reponer mi boleto o moverme a algún lado".
-¿Estuviste en Venecia?
-"Estudio en el Liceo Artistico di San Marco... Lo que pasa es que estuve con mi banda en San Donà di Piave y quisimos volver cuando nuestro amigo Marco se enfermó. Él se sentía muy cansado, por eso no pudo hacer unos conciertos con nosotros ".
-¿A qué Marco te refieres?
-"Marco Antonioni... Sé que no le cae muy bien a usted".
-¿Cuánto tiempo has estado fuera de Venecia?
-"Como dos semanas".
-Entonces no estás contagiado de influenza... Hablaré enseguida con el director del aeropuerto para que te permitan ir con tu hermana, hiciste bien en buscarme ¿Algo más?
-"No, sólo era... Estoy apenado".
-No te preocupes, Damon. Marine me invitó a la fiesta así que lo mínimo que puedo hacer es conseguir que la acompañes... No me cuelgues, te pondré en espera mientras arreglo el problema.

Maragaglio alejó su teléfono unos minutos para darse un respiro y pensar en una obviedad: Marco Antonioni había ocultado su estado de salud antes de que la influenza le delatara y ahora nadie podía avisarle al señor Hazlewood de que sus expectativas eran irreales.

-Voy a cobrarme una cuenta. Guarden silencio mientras amenazo al idiota que dirige el aeropuerto - ordenó Maragaglio y sus compañeros permanecieron inmóviles en sus asientos, contemplándolo reprimiendo el sarcasmo, agotado y con la voz de un cazador. Tantas cosas tenía el hombre en la mente, que Hazlewood acabó por ofrecerle un cigarro, sintiéndose irónico y decepcionado por recriminarle a su hijo Fabrizio sobre su hábito de consumir tabaco.