viernes, 31 de octubre de 2014

El doctor Frank (Cuento de día de muertos. El árbol de la vida).


Nathalie, Fabian: I adored the whole EX program, it made me wrote this...

Revolución del espejo, año indefinido:

-¿Hay algo qué hacer?
-Le he dado todos los medicamentos y no me queda más que una dosis de salvarsan. 
-¿Por lo menos Bérenice responde al tratamiento?
-Llegamos tarde.
-¡No, no, no!
-Quiso responder pero está paralizada, va a pasar lo peor.
-Matt, no la puedes dejar morir.
-No hay más, señor Mukhin. Es hora de despedirse.

Matt Rostov abandonó su bata y sus guantes en un cesto de basura, lavó sus manos y su rostro y cayó rendido ante el sofá mientras se abstenía de mirar hacia la habitación de su paciente, misma que cerraba los ojos lentamente.

-Hay que dejarla descansar - murmuró como espectador de una agonía que le demostraba su fracaso.

-Podría no despertar.
-Empeorará si no duerme.
-No quiero arriesgarme a que muera, Matt.
-Dele un día más de vida, señor Mukhin.

Matt Rostov escondió la cara entre sus rodillas y soltó su angustia a manera de lágrimas rabiosas para evitar quebrar su instrumental por impotencia. Afuera y cual fúnebre coincidencia, el cielo se volvía negro.

-Debo contar con más arsénico en mi gabinete, si doblo la dosis, ella podría sobrevivir en lo que consigo penicilina... Penicilina, alguien debe venderla o esconderla. 

Aterrorizado, el joven médico se incorporó, regresando a la cama donde yacía Bérenice únicamente para abrir una ampolleta e inyectarle lo que restaba de antibiótico.

-¿Qué haces, Matt?
-Gano tiempo.
-La vas a envenenar.
-No me queda más remedio que arriesgarla, necesito ir a mi consultorio y ver si encuentro al menos un paliativo, no creo que el bombardeo haya acabado con todo.
-¿Y si no hay?
-¡Bérenice no puede morir mientras yo la cuide! ¡No así! Iré por más salvarsan, ella resistirá y más tarde le traeré la medicina que la cure.
-¿Qué haré? Estaré solo.
-Tranquilizarse y revisar que ella respire. No tardaré pero anoté como reanimarla si hace falta, confíe en mí señor Mukhin.

Matt miró a todos lados y consideró oportuno abandonar su estetoscopio como señal de que regresaría. Ningún doctor en Tell no Tales acostumbraba abandonar tal objeto por una superstición de sobrevivencia, pero dadas las circunstancias, era más seguro salir a la calle haciéndose pasar por un habitante común y corriente en vez de ser capturado por las fuerzas gubernamentales u opositoras y verse obligado a sanarlos, no obstante toparse con otros civiles y atender a sus heridos era más peligroso. Algunos médicos perdían la vida en motines organizados por los pacientes o quedaban mutilados. 

-Llévate el revólver - sugirió Roland Mukhin, pero Matt Rostov lo despreció, eligiendo en su lugar un cuchillo discreto y una ampolleta de morfina para librarse del dolor en caso de ser lastimado. Sin abrigo, el joven hombre salió con premura, dificultándosele la visión al descender la escalera. En la banqueta apenas lograba identificar lo que tenía más cerca y temerario, se encaminó hacia su antiguo dispensario en una avenida lejana, cercana a una colina. La gente corría para refugiarse y algunos estallidos a las afueras de la ciudad sonaban como si se realizaran en las próximas esquinas.

-¡Doctor Rostov! - exclamó una voz a la mitad del trayecto.
-¿Anissina, estás demente?
-Te estaba buscando.
-Si es para una brigada o para el hospital, olvídalo.
-Supe que estabas trabajando con arsénico, ¿todavía te interesa?
-¿Quién te dijo?
-Te vieron tomarlo de mi consultorio, ¿estás atendiendo a los sifilíticos?
-Claro que no.
-Supongo que estás tratándote.
-No me quites el tiempo.
-Es que me sobra el salvarsan.

Matt Rostov dejó de adelantar su paso.

-¿Cuánta?
-Para regalar, ¿qué tan grave es tu "diagnóstico"?
-Sífilis terciaria con parálisis y probable retraso mental que no he querido hacer notar.
-¿Te queda tiempo?
-Esta noche es generosa.
-Rostov, sabes que es un caso perdido.
-Por favor, tengo que retrasar el deceso lo más posible.
-¿Intentaste con mercurio?
-Fabriqué pastillas hasta con el de mi termómetro.
-¿Bismuto?
-Lo agoté.
-¿Yoduros?
-¿Por quién me tomas?
-Deduzco que probaste hasta las sulfamidas sin resultado.
-Si no encuentro penicilina, se acabó.
-La epidemia nos rebasó, Rostov.
-Si pudieras darme todas las dosis, yo te pagaría con lo que fuera.
-¿Cuál es tu intención?
-¡La maldita sífilis está acabando con!.... Por Dios, no quiero que muera.
-Rostov...
-¡Sin la penicilina, no puedo trabajar! 
-¿En qué fase detectaste la enfermedad?
-Secundaria, las sulfamidas daban buenas señales al principio.
-¿En qué momento cesaron los buenos resultados?
-A los once días de la medicación.
-¿Cuándo contrajo la bacteria?
-Dos meses.
-Es una cepa muy agresiva.
-Es la que tienen la mayoría de los enfermos, nunca la habíamos enfrentado.
-¿Buscaste ayuda?
-Varias ocasiones.
-¿Por qué no hablaste conmigo?
-Porque estás envenenando a los pacientes.
-El arsénico tampoco es inocente.
-Pero lo utilizo como último recurso. Anissina, entiéndeme.
-Lo primero que debes saber es que no hay penicilina.... Pero rescaté una píldora.
-Ayúdame.
-Instalé un depósito clandestino, por si acaso.
-¿Acaso qué?
-Los médicos contagiados de lo que se te ocurra por dar servicio no van a tardar y tú ni siquiera te has hecho una prueba para estar seguro de que sigues sano.
-No he tenido contacto con las úlceras.
-Pero apuesto a que has besado a tu "diagnóstico".
-Más que besos al encontrarla.
-Ven acá, tengo el equipo para el análisis.

Anissina y Rostov atravesaron la acera y un umbral de hierro oxidado que pese a su estado, parecía haber resistido algunos ataques de bayonetas y una bomba casera. Detrás, el edificio que se revelaba parecía un laberinto de escaleras y ambos tomaron una de las que daban hacia el norte, deteniéndose en un octavo piso.

-En tres semanas deberé repetirte los análisis si sale negativo.
-También estudié medicina.
-Pero no métodos de laboratorio, he desarrollado un sistema parecido al de detección del VIH.
-¿La prueba rápida?
-Es muy exacta, pasa.
-Se parece a mi sala de consulta.
-La parte de atrás es la estrella.
-¿Es una morgue?
-¿Te acuerdas de nuestra teoría? Busco un cadáver pero la guerra no deja buenos cuerpos.
-Anissina, discúlpame pero probamos que no sirve.
-No insistimos lo suficiente pero hallaré el modo. 
-No te respaldaré.
-No importa. Flexiona un brazo, esto tardará una eternidad y cuento con un piso fuerte cuando te desmayes.
-No eres gracioso.
-No estoy a un paso de morir.
-Te contagiaré en mi necropsia.
-Tu sentido del humor es equivalente.

Matt Rostov sonrió apenas.

-¿Sabes que no siento dolor con las agujas?
-Es que estás pensando en la chica.
-¿Te puedo encargar sus cuidados mientras obtengo más penicilina?
-Soy enemigo de la reanimación.
-Anissina, tengo que mantenerla viva, se lo prometí a su padre.
-Rostov, nosotros no podemos asegurar ni nuestra existencia.
-Es la única persona que ese hombre tiene y tú sabes que también la última que me queda.
-¿Cómo pudiste hacer eso?
-La perdí una vez.

El doctor Anissina terminó de extraer la muestra que necesitaba y Rostov procuró tener cuidado de no moverse mucho mientras su mirada recorría una serie de cables en el techo.

-Lo que ves es la conexión del estimulador cardíaco.
-Utiliza mucha energía.
-Mencioné que sigo trabajando en nuestra teoría.
-¿No quemarías al paciente?
-He mejorado el regulador, ahora son cargas pequeñas.
-Al menos no desechaste el desfibrilador tradicional.
-He practicado mucho con las transfusiones, por cierto.
-Tomaste mi idea.
-Una sangre sana puede aliviar enfermedades, tuvo sentido con los ratones.
-Sin antibióticos no tiene caso.
-¿Quieres ver el quirófano?
-Dame el salvarsan.
-Tu prueba no tarda mucho; oye, no uses más medicamento si no es necesario.
-Usaré hasta que la rescate.
-¿Le quieres provocar gangrena?
-O ceguera con tal de que su sistema quede libre.
-Rostov, no sabes lo que dices.

Con creciente interés, Matt Rostov trataba de observar a través de una cortina de color claro más detalles de la sala de operaciones, satisfecho de que su colega mantuviera el sitio como un refugio.

-Detrás de ti hay una caja con tratamiento para cuatro noches. Ten cuidado.
-¿La penicilina?
-Desde luego, fracciona la pastilla lo más que puedas.
-Si tuviera una emergencia, ¿me auxiliarías?
-Te ofrezco hacer una visita y darte un comentario pero si las cosas son insalvables, me retiro.
-Es justo.
-Te aconsejo no aferrarte, Rostov. 
-¿Hay opción?

Ambos quedaron en silencio, a la espera de un resultado negativo casi previsible. 

-Si te importa continuar con nuestras ideas, ven cuando quieras.
-Anissina, te prometo ver que haces.

Matt Rostov no obstante, elegía tomar las ampolletas y las ocultaba debajo de su playera y en los bolsillos, hurgaba en otros rincones y pronto se convenció de que Anissina no era capaz de engañarlo. 

-Rostov, por favor no vuelvas a tener contacto con las llagas de tu novia, saliste negativo .... ya lo sabías.

Anissina y Rostov abandonaron el laboratorio sin dirigirse la palabra. Por los pasillos, varias personas corrían y algunos demostraban hallarse enfermos, aunque no del todo desafortunados porque en el contrabando se ofertaban sulfamidas.

-¿No te interesa preguntar cómo están?
-Sólo quiero a una persona sanando.
-Antes te desvivías por los demás.
-Nunca más.

A lo largo del trayecto, Matt Rostov miró con cierto desprecio a cada persona que pasaba cerca, quizás recordando los tiempos en que regalaba medicamentos indiscriminadamente a quien los requiriera. Una parte de sí, aun deseaba entregar parte de lo que llevaba consigo, pero su experiencia le indicaba que sería inútil, viendo como se compartían las dosis y no la sanación.

-Es por aquí, disculpa haberte hecho venir.
-Rostov, lo que sientes no es esperanza.

Ambos se introdujeron al edificio donde vivían los Mukhin y sin hacer ruido, pasaron a su departamento, había mucho silencio.

-Señor Mukhin, volví con un compañero ¿cómo sigue...? ¿señor? 
-Rostov, nadie contesta, eso no es bueno.

Alarmados, se aproximaron a la habitación en la que Bérenice yacía grave instantes previos, contemplado que Roland Mukhin la abrazaba. La mujer parecía tener las arterias exaltadas.

-¡No! - gritó Matt Rostov avocándose a reanimarla enseguida.
-No hay qué hacer, ¡Retrocede! - ordenó Anissina. 
-¡No pasa nada Bérenice, yo lo arreglo!
-¡No seas terco, Rostov!
-¿Tu padre presionó fuerte? Revisaré tus costillas, no sentirás nada; conseguí la penicilina, ¿no te alegra? 
-¡Sufrió vasodilatación! ¡Está muerta! 
-¿Verdad que sólo es un shock? Anissina, tenemos tiempo.
-Matt, ¿cuánto salvarsan usaste? 
-Bérenice, estás asustada pero te juro que saldremos de esto, ¡mi estetoscopio! ¿dónde lo dejé?
-¡Basta! ¡Rostov, la envenenaste!

Matt Rostov agitó a Bérenice Mukhin e intentó rescatarla de nuevo, pero sin resultado. Reflejándose en los ojos de la chica por última vez, comprendió que era hora de declararla perdida.

-Señor Mukhin, ya terminó.
-Lo sentimos - añadió Anissina.
-Fallé, Dios ¿por qué?
-Rostov...
-Pero no he perdido la batalla.
-¿Qué quieres decir?
-Mi tratamiento no rinde resultados pero si otro médico la interna, tal vez el esquema sea nuevo.
-Matt, detente.
-Ella no debe morir en mi ausencia, por eso soporta tanto dolor.
-Señor Mukhin, usted sabe que mi compañero está equivocado, lamento que lo esté haciendo sufrir innecesariamente.
-¡Mientes! - gritó Matt - Bérenice ha vuelto a dormir, es tiempo de cambiar lo que he hecho, ¡sólo quiero tiempo! un minuto más, uno...

Matt Rostov ahogó su voz y lloró como un chiquillo. Incrédulo por lo que acontecía, levantó el cadáver para negarse a convencerse de que era un caso perdido.

-¿Dónde vas? 
-Hay que parar la dilatación, seguro guardaste algo para esto, Anissina.
-¡Rostov, esa mujer murió!
-Querías un cuerpo ¿no? Tienes este, está invadido por arsénico pero si mi hipótesis es correcta, hay que estimular los nervios y el corazón al mismo tiempo.
-¿Qué demonios?
-Ella se ha cansado, prometo que estará bien.

Ante un impresionado Roland Mukhin, Matt Rostov estrujó a Bérenice y se dirigió al exterior, Alban Anissina iba detrás, dispuesto a derribarlo.

-Ayúdenme - suplicó una joven que los reconoció en la banqueta - Mi abuela tiene una tos muy fuerte.
-¿Estás sana?
-No me he contagiado.

Rostov sacó el cuchillo y sin contemplaciones, lo enterró en la garganta de la desconocida.

-También tengo la sangre y los órganos, Anissina préstame tu laboratorio o te mato.

El otro sujetó el segundo cuerpo, experimentando adrenalina en el acto. 

-Bérenice, te sentirás mejor cuando despiertes - murmuró Matt Rostov, conteniendo el remordimiento - Anissina, mantén con buena temperatura a nuestra "voluntaria".
-¡No puedo creer lo que has hecho! 
-Desgarraré la femoral de Bérenice, pero quiero que hagas un torniquete en la otra paciente para que no pierda más sangre.
-¡Estoy sujetando a alguien que se está ahogando!
-Ella también va a vivir, ninguna perderá nada.
-¡Por ...!

Matt Rostov tomó de nuevo el filo y lo clavó en una de las piernas de su novia, contemplando luego como la sangre emergía en un violento borbotón.

-¡Estás alterando a la voluntaria, idiota! - exclamó Alban Anissina.
-Adelántate y sédala, explícale el procedimiento y dile que no se espante.
-No estoy seguro.
-Las dos funcionarán en un mismo cuerpo, Anissina, es nuestra oportunidad.

Obediente a un impulso, Alban Anissina arrastró a la mujer que desfallecía hasta su apartamento mientras Matt besaba los cabellos de Bérenice y el río de sangre iba cuesta abajo.

-Te lo juro, superaremos esto - pronunció poco antes de dar nuevos pasos - La sífilis se fue por la coladera - y la sujetó con mayor fuerza, notando que su peso era insignificante y su piel tan descolorida, que casi parecía un fantasma. Él prefirió fijarse en los ojos de la mujer, mismos que daban la impresión de que se cerrarían en cualquier instante.

-No te rindas Bérenice - repetía y se alentó a correr hasta el refugio de Alban Anissina, confundiéndose en más de una ocasión con el lugar o escalera que debía tomar.

-¡Por acá! - exclamó su amigo y Matt Rostov se precipitó en ascender, casi cayendo cuando entró al consultorio.

-¿Por qué la voluntaria está viva?
-No tengo una gran anestesia, acuesta a Bérenice a su lado.
-¿Paraste la hemorragia?
-Completamente, la chica ya sabe el procedimiento y cómo terminaremos.
-Perfecto, me asearé.
-Toma una bata cuando termines.

Rostov se dirigió al lavamanos sin dejar de mirar a la joven llorosa que utilizaría en una operación arriesgada, misma que no podía moverse a pesar de que el sedante era poco efectivo y suplicaba porque le permitieran marcharse.

-No te preocupes, haré que no te duela. Piensa en que ayudarás a alguien que necesita de ti - dijo él a manera de inútil consuelo - La chica que está allí se llama Bérenice, ¿la conoces? - la desconocida lo negó con un gesto sutil - Supongo que te gustan los cuentos de hadas, éste es uno.

Con la cabeza baja, Matt se acercó a Bérenice, pero se dirigió a la donante.

-Ella es la mujer que amo, deseo protegerla, no voy a renunciar a no tenerla, ella haría lo mismo por mí.... Si un hombre tomara una vida para que tú siguieras ¿te gustaría? ¿No? Pero si fuera para asegurar la existencia de las dos, ¿estarías de acuerdo? ¿Sabes qué es amar a un hombre? - de nuevo hubo una negación - Entonces lo sabrás gracias a mí, si deposito tu vida en ella, las dos me tendrían, a ti también te amaría.

Pero la aterrada joven tomó la palabra:

-¿Cómo podría amarte si vas a matarme?
-Porque lo sentirías en las entrañas.
-Pero no en mi piel, tampoco podría verte, ni siquiera te pensaría.
-Lo harás, gracias a ella.
-No sería yo.
-Las dos formarán una sola persona.
-¿Si acepto, te quedarías conmigo?
-Es una promesa.
-No quiero morir.
-Tu sangre, tu corazón, todo tu ser, formarán a Bérenice; respirarás a través de ella, serás feliz. La vida está en tus órganos.

La joven se soltó a llorar, pero oía a Matt Rostov hablando al cadáver, besándolo; de reojo contempló un abrazo y cómo él susurraba inaudibles palabras que se antojaban emotivas.

-¿Si te dijera que te entrego mi cuerpo, me harías tuya? 
-Mía por siempre.
-¿Y me hablarías como a ella?
-Con más amor.
-¿Funcionará?
-Ni dudarlo.
-¿Si no resulta?
-Te amaría por permitirme intentar salvar a la mujer que más he amado en el mundo.
-¿Serías tan incondicional?
-En carne y sangre, como lo que te suplico ahora.
-No quiero un sedante.
-No mereces sentir dolor.
-Quiero sentir tu forma de amar, doctor Rostov.

Ella miró hacia el techo, quedando tranquila, tomando la mano de Bérenice para comenzar a unirse a ella, ignorando los estímulos que la habrían hecho correr de no recibir la convicción de la sobrevivencia.

-Anissina, voy a suturar la arteria de Bérenice; tú extraerás la sangre de nuestra paciente a través de la femoral. Házlo rápido para que no lo note.

El otro hombre no tardó en realizar un procedimiento siniestramente simple como colocar una gran aguja y contemplar como la sangre se depositaba paulatinamente en recipientes de vidrio a falta de más equipo. Por su lado, Rostov tomaba un bisturí, procurando causar heridas pequeñas en su amada, revisando con rapidez qué partes podrían estar colapsadas.

-Hay una lesión cardíaca, no la sufrirás más - señalaba con dulzura y removía aquél órgano mientras su cuerpo temblaba - También tus pulmones te molestaban, perdóname por no evitar este daño... ¡Tú hígado! Lo volví inservible, por eso te envenené con la última medicina, lo hice sin querer.

Y con cada disculpa, la desconocida sonreía; con cada órgano que Matt Rostov mencionaba como necesario, derramaba una lágrima y fuera por el mareo que el desangramiento le causaba o las alucinaciones correspondientes a su agonía, creyó encontrarse en medio de un hermoso sueño.

-Seré amada - comentó como últimas palabras, dirigiendo su mirada al médico que habría de obsequiarle una existencia nueva.

-Rostov, la tenemos.
-Enfría las donaciones de la voluntaria, ya acabé con Bérenice.

Limpiándose de nuevo y cambiando sus guantes, Matt Rostov procedió a realizar una operación larguísima, pidiendo ayuda para conectar los nervios, las arterias, las venas y supervisar que cada parte quedara adecuadamente implantada. Nada se desperdiciaba, no se cometían errores y por momentos, Bérenice parecía registrar ligeros espasmos, a pesar de que se suponía que no había un sólo rastro de actividad en su organismo. Una cátedra de cirugía que cualquier persona habría anhelado ver.

-Rostov, mentiría si digo que no admiro tu destreza.
-Colocar los pulmones me ha llevado más tiempo, ¿cuánto llevo trabajando?
-No creerías cuánto café hemos gastado.
-Trae el corazón, es lo que me falta.

Lo que para Anissina significaban un par de noches, para Rostov era como si hubiese estado en un procedimiento de cualquier otro día, excepto cuando tuvo en sus manos el corazón.

-Bérenice, aquí estoy. Vivirás, amor, yo lo arreglo.

Alban Anissina consideró retornar a su escepticismo anterior y se dió cuenta, por un ataque de escrúpulos, que había participado en algo incorrecto. Su entusiasmo científico se iba diluyendo, quizás por que la locura de Matt Rostov había costado el sádico fallecimiento de una persona inocente con promesas falsas involucradas.

-Hay que irrigar su sistema, Anissina dame la sangre por favor y prepara tu estimulador.

El otro no respondió.

-¿Qué pasa?
-La voluntaria, se llamaba Zahia.
-De acuerdo.
-Zahia, vecina de Bérenice ¿No recuerdas quién era?
-No la conocía.
-Era la chica que te horneaba galletas cuando visitabas a sus abuelos.
-Alban, estamos en medio de una intervención, cualquier dilema moral se puede meter afuera de esta sala.
-¡Zahia te...! Tú le gustabas, toma la sangre.

Matt Rostov introdujo una aguja en un brazo de Bérenice y en el otro sulfamidas, sólo para asegurarse de que ningún rastro de sífilis quedara en el cuerpo, no obstante tuviera que revisar los huesos después. 

-¿Qué harás para conseguir inmunosupresores, Rostov?
-Las tropas del Gobierno Mundial tienen de todo, algo se me ocurrirá para robarles.
-No puede estar sin tomarlos.
-Por eso tú me darás los que guardas al lado de las vendas.
-Rostov, me niego a hablarte después de esto.
-Si resulta, te daré crédito.
-No llegaste al extremo por Bérenice Mukhin.

Hubo un silencio durante la transfusión y Alban Anissina, alterado y arrepentido, salió a tomar aire.

-Nos ha dejado solos, mucho mejor - dijo Matt - Falta poco, Bérenice, vas a sonreír muy pronto.

Sin perder un sólo instante, él dio un pequeño masaje al corazón y después de un minuto, encendió el artefacto que resolvería la situación, no sin antes atar a Bérenice para colocarle una serie de agujas en la cabeza y los pies, una en la espina y algunas más en los dedos. Por otro lado, las paletas de estimulación asemejaban una gran pinza y progresivamente, Matt Rostov fue añadiendo voltaje a intervalos. 

-Amor, responde por favor - mencionaba cada vez con voz más trémula, advirtiendo mayor frecuencia en los espasmos, pero sin ritmo cardíaco.

-Bérenice, estamos peleando, continuemos... Mujer, vamos.

Pero no hubo respuesta, excepto una expulsión de sangre por la boca que manchó la bata de Matt Rostov.

-¡No, Bérenice! - gritó tan fuerte, que Alban Anissina regresó.

-Retírate, Rostov.
-¿Es un sangrado estomacal, verdad?
-Su nariz se rompió.
-¿Qué?
-Controlado, fue un asunto pequeño.
-Debo continuar.
-¡La estás lastimando!
-¡No está viva!
-¡Claro que no, ríndete!

Pero el cuerpo se incorporó y vomitó de nuevo.

-¡No he cerrado!
-Yo lo haré, Rostov.

Matt tomó un papel de espectador pasivo, mientras Anissina suturaba lo mejor que podía. 

-¿Matt? - murmuró la voz débil del cuerpo.
-¿Qué demon...?
-¿Qué hago aquí?
-¡Amor! - intervino Matt.
-¿Qué hago aquí?
-Anissina, lo conseguimos... ¡La resucitamos! ¡Anissina!

Pero la euforia duró un segundo, Bérenice entró en paro cuando el último punto cerró su incisión en el pecho.

-¡Necesitamos carga!
-¡Ya basta Matt! ¡Déjala ir!
-¡Estamos tan cerca!
-¡Ya sabemos que es posible rescatar a alguien, ya basta!
-¡Anissina, por Dios! ¡Amo a esta mujer, ella debe estar viva! ¡Bérenice!

Matt Rostov arrojó a Anissina fuera y dio choques a la mujer una y otra vez, no obstante le ocasionara fracturas en las costillas y golpes en la espalda.

-¡Por qué, Bérenice, por qué! ¿Por qué nunca pudimos estar juntos?  ¡Por qué hago todo por ti y nunca es suficiente!- lloró Matt Rostov ante la mirada conmiserativa de Alban Anissina, que titubeaba entre insistir con la resucitación o consolar a su colega, que comenzaba a aferrarse al pecho de ella, rogando por un latido.

-Rostov, esto acabó, no hay que hacer.
-¿Qué he hecho?
-Lo necesario, piensa eso.
-¡Maté por ella, Alban! ¡Maté!
-Fui tú cómplice y diré que te metí la idea si nos descubren.
-Qué desastre, los abuelos de Zahia estarán muy solos, el señor Mukhin sufrirá más de lo que imaginé, yo... 

Renunciando a estrujar el cadáver, Matt se despojó de su bata y por no perder la razón comenzó a limpiar el lugar, hasta que un crujido, proveniente del estimulador, lo hizo retornar a la cama. 

-Bérenice, disculpa por dejar esto cerca de ti - clamó débilmente cuando notó que una serie de espasmos nuevos agitaban el cuerpo de la mujer con mayor violencia, hasta que está pareció despertar y tomar un respiro.

-¡Matt! ¡Matt! 
-Aquí, aquí, véme... ¡Anissina!
-La boca me sabe a sangre.
-No tiene importancia.
-¿Por qué el aire no entra a mi nariz?
-Se fracturó mi amor, lo corregiré enseguida.
-¿Qué hago aquí?
-Vinimos con Alban Anissina, él ...
-¡Alban! ¿Él me curó? Me siento mejor.
-Fue Matt - intervino un sorprendido Anissina - Él se esforzó en encontrar tu medicina, yo la tenía nada más.
-¿Qué le pasó a esa chica?
-Un acci ...Murió y usamos sus órganos en el hospital, lo que pasa es que no la pudimos atender allá porque no había camillas.
-¿Qué es un órgano?
-¿Perdón?
-Anissina, dejémosla descansar.
-Tengo hambre.
-Bérenice, dénos un minuto.
-Sí, doctor.

Matt y Alban se apartaron hacia un rincón, cansados y hasta cierto punto, estupefactos.

-¿Cuánto tiempo crees que viva?
-No he tomado el pulso.
-Sé sincero, Rostov.
-Juzgo que no mucho.
-No puedes pasarte la vida reanimándola ni inyectándole epinefrina, ella vasodilató antes de morir la primera ocasión.
-Será manual.
-Está lastimada.
-Temo que si duerme, no despertará.
-¿Por qué decidiste cambiar y terminar el experimento?
-Bérenice es casi todo para mí, el resto es mi vida para acompañarla.
-Sin asumir el personaje de príncipe, dime la causa real.
-Alban; tú conoces esta clase de amor, también llegarías tan lejos o más que yo.
-¿Estás tan desesperado?
-Perderla no es un miedo, Alban. No morir con ella, es algo que no soportaré.
-Entiendo, guardé algo que debes usar.

En ese mismo espacio, Alban Anissina poseía un cajón nada llamativo, diminuto, en el que apenas cabían unos dedos, pero del cual sacó dos frutos blancos.

-Matt... No, no quiero que hagas preguntas, pero dale una a tu mujer y la otra la debes comer sin tardanza.
-¿Qué son?
-No sé cómo se llaman, las tomé de un jardín.
-¿Tienen alguna función médica?
-Si Bérenice ingiere una, la sífilis, el rechazo a los órganos, las fracturas y los dolores se quitarán, sus uñas crecerán, no tendrá secuelas por el veneno y recuperará su energía; tú la seguirás y ambos estarán bien.
-¿Por qué?
-Habrá consecuencias.
-¿Cuáles?
-Ambos vivirán, eso es seguro; pero no siempre va a ser agradable, ni normal.
-La vida no es fácil.
-Exacto y un día se hartarán de ella, Matt ¿no es preferible tener unos minutos juntos que resulten muy buenos, que una eternidad amarga? 
-Le prometí la vida, debo cumplir.
-Si comen la mitad, permanecerán jóvenes el resto de su existencia; si comen todo, no van a conocer la muerte.
-Estaré con ella, será la fruta completa.
-Prepárate, porque hay efectos irreversibles.
-Puedo con todo.
-Bérenice tiene retraso mental, uno ligero, será permanente.
-No es grave, no se notará.
-No recuperará su tono de piel y no tendrá hijos. Siempre que lo intente, abortará.
-Lo superaremos.
-Tú también verás que te pones algo pálido y los dos tendrán hambre para siempre. 
-¿Algo más?
-No se enfermarán si esa era la duda. 
-Confío en ti.
-Este es el punto en el que crees tener la vida en tus manos, Rostov; el amor en cambio, podría no durar lo mismo.  

Matt Rostov tomó las frutas y fue dónde Bérenice, que confesaba sentirse mareada. Su pulso era lento.

-Come esto, te hará bien.
-Siento frío.
-La sábana te servirá.
-Este durazno es muy jugoso.
-No es un durazno.
-Tienes otro.
-Bérenice, mira mi mordida.
-¿Competencia?
-Todo, de un bocado.
-Me ganaste antes de empezar.
-Prueba que podías vencerme.
-Me lo pasé más rápido.
-Bérenice, a partir de hoy no me separaré más de ti. 
-¿Irás a casa conmigo?
-Me quedaré hasta el fin del mundo.

Bérenice Mukhin y Matt Rostov se abrazaron y sonrieron mutuamente, conscientes de que una calamidad había terminado. La advertencia sobre la eternidad ni siquiera se tomaba en serio.

lunes, 20 de octubre de 2014

El príncipe Joubert


Carlota Liukin había sido operada del oído y permanecía en su cama mientras las niñas a su alrededor la miraban curiosas, contando las veces que releía Paris Match y se detenía en las fotografías donde aparecía junto a Joubert Bessette. Muchas aguardaban el momento en que ella comenzara a dibujar corazones.

-Tal vez nos pida una pluma rosa - dijo una, recibiendo a cambio una mirada de Carlota, que aparentaba estar feliz.

-¿Alguna sabe por qué se peinó hoy? - murmuró otra.
-¡Porque la visitará su novio! 
-¡Qué lindo!
-Y dicen que la llevará de paseo.
-Pero no puede salir.
-Eso dijeron en la televisión.

"Pero no iré a ningún lado" pensaba Carlota antes de cambiar de página y contemplar de nuevo una imagen grande, en la que Joubert lucía muy sonriente y ella se reflejaba en sus ojos. La joven suspiraba por una razón que le era ajena.

-¡Él estará aquí! - exclamaban las chiquillas emocionadas por ser testigos de aquél encuentro que prometía emular el final de un cuento de hadas, uno para el que Carlota parecía preparada al portar un vestido debajo de su bata de convaleciente y unas sandalias cómodas. El maquillaje en sus párpados y el brillo labial sin duda impondrían moda si una cámara la captaba y todo apuntaba a que su médico accedería a un momento breve en el corredor para que ella se ahorrase ciertas miradas nerviosas en esa habitación en donde seguían hurtándole los dulces o enfureciéndola de vez en vez con la excesiva atención que le prestaban a todo lo que se le ocurría.

-¡Ya viene! - avisó la pequeña que vigilaba la puerta al distinguir la figura de Joubert registrándose en el pasillo próximo. Carlota se despojaba de su bata para dejar ver su atuendo azul cielo y un pequeño brillante en su collar más discreto.

-¡Está guapísimo y trae una chaqueta negra! ¡Carlota, te vas a morir cuando lo veas!

La chica carcajeó ante tal expresión, considerándola un chiste ¿con qué podía sorprenderla Joubert Bessette si su idea de lucir bien consistía en ponerse la primera playera que encontrase y acomodaba su cabello con los dedos? Más en contra: ¿Por qué estaba segura de que él sería tan descuidado? La costumbre tal vez.

-¡Carlota, retócate el rubor! - se oyó, pero ella no atendió el consejo y se sentó en una pequeña silla con cuidado de no inclinar su cabeza a ningún lado. Los murmullos no le molestaban. 

-Ah, cuando sea grande, mi novio será como Joubert - le dijo la niña más entusiasmada. Alrededor, algunas colocaban corazones de papel.

-¡Está en la puerta! - gritó otra cuando vio al chico enfrente de sí, mostrando una gran sonrisa. Carlota apenas giró su cabeza, comprobando que ya conocía el atuendo entero. Ella le había halagado la chaqueta al conocerlo y ahora le rebotaba en la cabeza el hecho de que ambos se habían vestido exactamente igual al día en que se conocieron.

-Hola, Joubert.
-¡Carlota! ¿Cómo estás? ¿Te sientes bien?
-No he tenido mareos.
-Entonces te daré un gran beso.

El joven se aproximó a la mejilla de Carlota y ella fue recíproca, aunque le sujetó el rostro para verlo bien.

-¡Qué romántico! - declararon las chiquillas. A Joubert le dio un poco de gusto.

-¿Quiénes son ellas? ¿Tus nuevas amigas?
-Admiradoras, no les hagas muchas caso.
-¿Por qué? Hola, niñas.
-¡Joubert! 
-Oh, perdón.
-No te rías.
-Estás celosa.
-¡Obvio, no! 
-Pero te estoy viendo.
-Ja ja, el celoso debería ser otro.
-¿Ah sí? ¿Por?
-He conocido enfermeros guapos y unos doctores apuestos estos días.
-Mentira.
-¿Puedes probar lo contrario?
-Claro que sí, a ti te han atendido muchas mujeres.
-¿Quién te dijo?
-¿Ves? Tenía razón.
-Bueno, pero tú de seguro eres más atractivo que todos los que vienen aquí.
-Merci, mademoiselle.
-Je je je.
-Traje algo especial, para los dos - mirando a una caja que él había colocado sobre la cama.
-Uh ¿qué es?
-Es que hemos pasado tanto tiempo en hospitales este año que, no sé, creí que nos caería bien tomarnos un tiempo .... ¡para un pastel, voilá!
-¡Gracias!
-Abre la caja, yo traigo esta mesa de acá.
-Es muy lindo de tu parte, Joubert.
-Es de nuestro sabor favorito.
-¿Chocolate con menta?
-Chocolate amargo con fresas.
-Ah... Ese me encanta... - y con un susurro inaudible añadió- Me encanta poco.
-No traje té.
-No importa, hay jugo de manzana.
-Tenemos suerte.
-Algo, gracias Joubert.

Carlota extendió su mano y él entendió que debía apretarla fugazmente.

-Te serviré una gran rebanada.
-Mmm quiero probar ya.
-Cuando salgas ¿crees que podríamos ir a conocer la ciudad?
-Eso es seguro.
-Hace mucho que no estamos juntos.
-Joubert, cuando caí en coma, todos iban a verme ¿es cierto que tú nunca faltaste?
-Ni un sólo día.
-¿Por qué ahora sólo me has visitado esta vez?
-Tu padre me prohibió verte.
-¿Cuándo?
-Al internarte.
-Supongo que entraste a escondidas.
-Gwendal me cedió parte de su turno.
-Recuérdame darle un abrazo.
-Hablando de abrazos, quiero decirte desde hace días que te extraño.

Ella enmudeció y se reservó una respuesta.

-Pero falta poco para que te recuperes y nos la pasemos bien, estamos en París.
-Me dijeron que debo guardar reposo.
-No me importa esperar.
-Pasará más tiempo antes de que pueda correr y hacer todas las cosas que me gustan.
-Soy paciente, verás que valdrá la pena.

Carlota miró a Joubert como si quisiera pretextar algo más, pero decidió exhalar profundamente para pasar a otro tema.

-Este pastel si está rico.
-Lo compré en Les Halles.
-Recuérdame pasar por otro en tu cumpleaños.
-Mejor en el tuyo, es más cercano.
-Tengo planes para ese día.
-¿Cuáles?
-Quiero ir a un baile, habrá uno en el salón La Seine.

Joubert pasó saliva, un poco desconcertado por el deseo de Carlota.

-Pero no te puedes mover en tres meses, creo.
-No quiero bailar, sólo ir.
-¿Por qué?
-Te verías muy guapo y yo usaría un vestido muy elegante.
-¿Cómo supiste del salón?
-En el periódico, por reservar cobran 50€.
-¿Baile de verano?
-La orquesta tocará valses y habrá papas fritas, se inspiraron en las fiestas de Napoleón.
-¿Quieres que rente un traje?
-¡Uno de príncipe, como si fueras heredero de Rusia!

Carlota se imaginaba en un gran vestido y con una tiara dorada.

-Entonces iremos.
-Te verás muy apuesto, Joubert.
-Copiaré el número ¿Cuántos boletos quieres?
-Sólo el tuyo y el mío.
-¿Segura?
-Mi cumpleaños me ronda mucho la cabeza, sólo voy a compartirlo contigo en una fiesta sencilla, con muchas flores y un paseo por el río.
-¿Por qué no invitarás a alguien más?
-Sinceramente, no lo sé.

Carlota volvió a llevar bocado a su boca mientras el chico rellenaba su vaso con jugo y le ofrecía una servilleta.

-Joubert, quiero disculparme - dijo la joven.
-¿Por qué harías eso?
-No he ido a ninguno de tus conciertos y no te he dicho nada de tu demo.
-Has estado ocupada y el año te está resultando difícil, te tienes que recuperar de muchas cosas.
-No, Joubert. Lo que quiero decir es que debí oír el disco y mentí cuando dije que me gustaba tu proyecto. Pensé que si te decía la verdad, te enojarías mucho.
-¿Lo guardaste? 
-Lo olvidé en Hammersmith, perdón.
-¿Tú qué?
-Me di cuenta en el avión, no lo metí porque llevaba prisa.
-¡Te hice la copia hace meses! ¡Me hiciste creer que lo escuchaste!
-No fue por maldad.
Alguien puede robarme la música! Había compuesto esas canciones para... 

Joubert giró su cabeza hacia la puerta.

-Carlota ¿Alguna vez te hice algo? - preguntó al volverse.
-Nada, jamás.
-¿Qué está pasando? De un día para otro cambiaste, casi no me hablas y ahora siento que me rechazas ¿dije algo malo? ¿olvidé una fecha, quieres que sea más detallista o te molesté sin darme cuenta? Carlota ¿todo está bien y me estoy equivocando? 

Carlota Liukin recargó su vaso sobre la mesa y bajó la vista con extrañeza: ¿Joubert Bessette consideraba que el problema era él? ¿Cómo se le metía tal cosa en la mente si para cualquiera sería evidente que ella era la causante? 

-Joubert, perdí tu disco y lo lamento, no fue a propósito, ni para ponerte mal. Fue mi descuido, perdona.

La chica tenía expresión triste.

-Al menos grabé muchas veces.
-Joubert...
-Es increíble que me hayas mentido y con algo que es tan importante para mí.

El muchacho se levantó con rapidez y se colocó la chaqueta sin más; Carlota en cambio decía "Joubert, espera".

-Carlota, quiero estar solo, luego hablamos. 

Joubert abandonó la habitación y Carlota fue por él, topándose pronto con un grupo de jovencitas que lo reconocían y detenían para obtener su autógrafo. Muchas se presentaban y otras juraban haberlo visto en un show case de un club en Le Marais.

-Tu música es impresionante - señaló una chica de cabello oscuro y piel bronceada que le coqueteaba abiertamente - Compré tu demo y no paro de cantar.
-¿En serio? 
-Eres muy talentoso.
-¿Eso opinas? Gracias.
-¿Harás otro set?
-Estaré repartiendo publicidad en unos días.
-¡Ojalá pueda ir a verte!
-¿Cómo te llamas?
-Córalie, Córalie Pokora.
-Si quieres dame tu número y te marco para avisarte del concierto.
-¿De veras? ¿Harías eso?
-Sí.
-¡Ah qué emoción! Voy a invitar a mis amigas.
-Me parece bien, lleva a muchas personas.
-¿Cantarás "Merci, Lotte"?
-Es mi favorita.
-También la mía porque es muy romántica y tu cóver de "She's a rainbow" suena genial ¿Te inspiraste en Carlota, verdad?
-Las canciones eran para ella, pero si a ti te agradan, puedes dedicárselas a quien gustes.
-¡Gracias por todo! - se despedía Córalie con un efusivo abrazo y aprovechaba el momento para demostrarle a Carlota que le gustaba su novio y no tendría ninguna dificultad en ser más cariñosa, aun en sus narices.

-Eso es todo, Córalie. Nos vemos en el concierto, te aviso.
-Adiós, Joubert.

Córalie lanzó un beso al aire y Carlota se cruzó de brazos mientras Joubert la contemplaba celosa. Tan fuerte era la presencia de la "admiradora" que la joven Liukin se dio la media vuelta y retornó a su cama, no sin correr la cortina para que nadie la viera llorar.



miércoles, 8 de octubre de 2014

También Adelina


Foto cortesía de www.tumblr.com/liza-tuktamysheva

Boulevard Bercy, 18:00 horas. 

-¿He llegado puntual?
-Nunca has fallado.
-He hecho lo que me has pedido, detuve una pelea en Belén.
-Lo sé, pero no te he llamado para eso.
-¿Hice algo mal?
-No, pero debo reconocer que eres el ángel que más trabaja y tengo un encargo para ti.
-¿Cuál?
-Esta jovencita necesita quien la cuide, confío en ti.
-Lo haré ¿Actúo como guardián?
-Estarás más cerca, esta será tu única ocupación por ahora.
-¿Cómo debo presentarme?
-Te las ingeniarás, te sugiero iniciar ya.
-De inmediato.
-Ten cuidado.
-¿Hay algo?
-No te enamores, no toleraré otro desastre.
-Es una orden para mí.
-Te mandaré llamar de vez en cuando. Vete.


Boulevard Bércy 18:45 horas.  

-Carlota es una noña - externó Adelina al visitar a la chica en el hospital y ver cómo se desvivía por unos muffins y un paquete de lunetas de menta con chocolate, al grado de reñir con los niños y hacer llorar a las pequeñas que le disputaban esos tesoros.

-¿Apenas te das cuenta? - dijo Tamara.
-Tiene edad mental de cinco años.
-La consienten mucho, por eso es medio inútil.
-¡Tú expresándote así! Genial.
-Estoy drogada.
-¡No! Ni se te nota, te ves firme en tu guardia, lúcida, fuerte... No ya en serio ¿Qué te metiste?
-Lo necesario para estar despierta, ahora largo.
-Oye, me hubieras pedido la cocaína y te la habría dado.
-Ay Adelina, por Dios, me la hubieras cobrado como si fuera no sé, joyas.
-Ja ja, ¿quién te dio el polvito?
-Los residentes de oncología.
-¿Tan pesado es pasar la noche aquí?
-Es una tortura, casi me vuelvo loca. Operarán a Carlota mañana para arreglarle el oído y luego son tres meses de reposo casi total y seis sin patinar.
-Si no quieres ser enfermera, sólo dilo.
-Sabes que el señor Ricardo necesita toda mi ayuda.
-¿Por lo de la memoria, no?
-Y porque hay muchos hombres en su familia, así que ya me jodí.
-Si necesitas algo fuerte, avísame, siempre lo encontraré en mi bolsa.
-¿Dónde compras las drogas?
-¡En cada lugar de París! Para evitarme problemas, pago en efectivo.
-¿Y cómo obtienes dinero?
-Se lo robé a Andrew Bessette, por si no te habías enterado.
-¡Sabía que eras tú! Debí denunciarte.
-La coca no te sienta bien, estás gritando.
-No aguanto más a Carlota Liukin, quiero mandarla al diablo.
-¿A qué hora te cambian?
-No tengo idea.
-Escápate.
-¿Qué?
-A Carlota ni le interesa que estés aquí.
-Su padre me mata.
-Cómo quieras, te veo en INSEP.
-¿Perdón?
-La diversión está conmigo y me la llevo, bye.

Tamara veía a Adelina en actitud misteriosa y después de ver como Carlota se levantaba de la cama para perseguir a quien le había arrebatado sus muffins, concluyó que no tenía sentido perder su tiempo en vigilarla.

-¡Adelina, espérame!
-¿No que no venías?
-Llamo a Haguenauer, digo que me intoxiqué con un sándwich y no puedo salir del baño.
-Mejor ni avises.
-Ricardo se va a enojar.
-¿Interesa?
-Sinceramente, no.
-Pasamos a INSEP y luego a un bar ¿te parece?
-Eres una niña ¿cómo rayos vas a pasar?
-Tengo conocidos, vamos.

Tamara bostezó y siguió a Adelina como si ésta fuera su compañera constante de parranda; aunque en el fondo desaprobara todo lo que hacía, prefiriendo que la chica se portara igual que Carlota y no como una idiota a sus escasos catorce años.

-No creo que me dejen entrar.
-¿Dónde?
-INSEP, por lo de mi problema con el doping.
-Las prácticas de hockey están abiertas al público.
-No sabía que te gustara ver a los chicos.
-¿Hay otra razón para ir?
-¿Tienen jugadores de treinta años?
-¿El entrenador cuenta?
-¿Es guapo?
-Se parece a Matthew McConaughey.
-Demonios, yo pensaba que me iba a entretener.
-Tamara, me sorprendes, ni dopada se te quita lo quisquillosa.
-Perdóname por no ser hipócrita con mis exigencias.
-Al paso que vas, cualquiera será bueno para ti.
-Cuando se me pase la dosis ya verás.

Ambas dejaron el hospital atrás para caminar por el boulevard mientras la niña revisaba sus pertenencias y retocaba su labial para preguntar después si su rostro se veía natural.

-Pues más o menos.
-Entonces tengo que quitarme el rubor.
-Te conocí con máscara de payaso ¿desde cuándo te importa no ponértela?
-Qué graciosa.
-Te ves bien, ya para.
-Tú eres la que necesita un poco de rímel.
-No tengo ganas de arreglarme.
-Allá tú, el maestro de hockey está muy lindo.
-En los sueños más estúpidos de cualquiera.
-Eres más amarga que el vinagre pero así te gusta vivir; yo tengo gente que ver y si lo arruinas te mato.
-Adelina, por favor, quedarte en la baba por un chico no cuenta como visita.
-¿Tú que sabes? Mejor pasemos y te quedas sentada sin decirme nada.
-Sólo te digo que me aburro.
-Mira la hora, el equipo de hockey ya casi termina.

Adelina se adelantó y se coló a las gradas de una de las pistas de hielo del centro deportivo al tiempo que sacaba unos patines y se los ponía con velocidad, en un afán por adelantarse a un grupo de jovencitas que admiraban a los jugadores.

-¿Qué haces niña?
-Oye Tamara, no me distraigas.
-¿Qué viniste a hacer?
-¡A ahuyentar a las mosquitas muertas!
-¿Tú qué?
-¿Ves al chico de uniforme negro?
-¿Cuál?
-El número 19.
-¿Ese que se ve muy feliz con las muchachas que se le acercan?
-¿Segura que la payasa no eres tú?
-Je, púdrete.
-Cualquier día.
-En lo que eso sucede ¿qué pasa con ese tipo? ¿te gusta o cómo?
-Es mi novio.
-Tiene el letrero en la frente, se ve clarísimo... Por favor.
-Casi se lo pongo el otro día, ¿doy la finta de que fui a entrenar?
-¿Hablas en serio?
-Es que le dije que soy patinadora.
-¿Por qué?
-Porque él juega hockey, es obvio.
-Los de hockey odian a las patinadoras.
-En la prehistoria en la que viviste eso era normal, ahora nos aman.
-¿Nos? Las aman, querrás decir.
-Como sea, ese chico es mío, tú puedes hacer como que vienes a observar.
-Si quisiera, le diría lo vil y farsante que eres.
-Pero no lo vas a hacer, au revoir.

Tamara cruzó sus brazos y vio como Adelina descendía hasta el hielo con paso apresurado.

-¡Rayos! ¿No puedes platicar con nadie? - le gritó la niña - ¡En la fila de atrás hay un chico que siempre viene! ¡Miguel Ángel te presento a Tamara, Tamara, él es Miguel Ángel!

La mujer se quedó callada y la chiquilla comenzó a deslizarse por la pista, haciendo señas. Fue tanta la insistencia, que Tamara volteó, contemplando al tal Miguel Ángel y saludándolo con la mano.

-Es guapo - pensó ella antes de ubicar de nuevo a Adelina, quien pronunciaba un "hola" prolongado y entusiasta al que el jugador de hockey respondía con un gran abrazo.

-Él es Nikolay Gorshkov, delantero del PSG - exclamó Miguel Ángel.
-Tiene muchas admiradoras.
-Pero Adelina es su novia.
-¿Cómo? ¿Adelina, la niña que estaba....? Embustera.
-Digamos que ella fue la menos empalagosa.
-¿Cuándo atrapó a ese chico que yo no me enteré?
-No lo atrapó, él pasó varios días tratando de convencerla.
-¿Cómo sabes?
-Cada que fracaso en un casting, lo único que se me ocurre es pasar aquí la tarde.
-¿Te va mal muy a menudo, verdad?
-A lo mejor debería pedir una oportunidad en el teatro.
-¿Tú conoces a Adelina?
-De vista, al igual que al equipo.
-¿Y cómo supo ella tu nombre?
-De tanto encontrarme; oye ¿puedo sentarme junto a ti?
-Adelante.

Tamara sonrió ante el hombre.

-¿Eres español?
-Como mi padre.
-¿De dónde eres?
-Madrileño como el foie gras.
-Por lo que me dijiste, asumo que eres actor.
-Uno que en la escuela interpretó a Shakespeare y en la vida real salió de extra en un comercial de jabón.
-¿Por qué visitas al equipo?
-Me relaja verlos y es una buena forma de no perderme los juegos de la temporada.
-¿Tienes amigos aquí?
-Gorshkov.
-Buena estrategia.
-¿Y tú? ¿Cómo pasas el día?
-Entreno a una patinadora.
-Se nota que no es Adelina.
-Afortunadamente.
-¿Eres algo de ella? ¿Su prima, una hermana?
-Sólo nos conocemos, por la patinadora.
-¿Por qué la acompañas hoy?
-Por diversión; iremos a un bar y me intriga ver con qué tontería sale.
-¿Bar? No creo que haya problemas.
-Es una niña.
-Acá atrás hay un restaurante que es como familiar y se llama "Bar's diner"
-¿Qué?
-Sirven un banana split que te mueres.
-Si me lo hubieras dicho ayer... No te creo.
-Si quieres te acompaño para que lo veas tú misma.
-No nos conocemos.
-Tampoco sé quien es Adelina y tú no conoces a Nikolay.
-Buen punto ¿seremos chaperones?
-Mmh, sí.

Miguel Ángel rió y miró hacia Adelina, que abrazaba insistentemente a su chico.

-¡Niña, hora de ir a otro lado! - externó Tamara con semejante escena y se levantó para ir por la chiquilla, misma que captaba el mensaje y se dirigía a ella.

-¿No me dejas otro ratito?
-¿Igual lo vas a llevar al "bar", no?
-No es un bar.
-Lo sé, pero se la pasarán mejor en otro lado.
-Está bien, voy por él.
-Luego hablamos, por cierto.

La chica asentó con mucha alegría y fue donde Nikolay Gorshkov para jalarlo del jersey y sacarlo de ahí inmediatamente.

-Ella es Tamara, él es Nikolay, nos vamos porque si no, no podremos comer en ningún lugar.

Tamara parpadeó con un poco de fuerza y vio como Adelina y su novio maltrataban sus cuchillas y enredaban las agujetas de sus botines cuando los introducían en una pequeña maleta, seguramente llevados por la prisa.

-No se olviden de mí - dijo Miguel Ángel.
-¿Conseguiste una cita, Tamara? Bien hecho - respondió Adelina; el sonrojo de la mujer era apenas perceptible y mantuvo su mirada baja al abandonar el recinto, sin abrir la boca y siguiendo a los otros tres por el boulevard sin interesarse en el camino, contemplando sus zapatos y experimentando un fuerte dolor en los talones, resultado de pasar una larga noche de pie.

-"Carlota se merece esto" - creyó - "Ella no cuidaría de mí; no lo hizo en el tren" - y poco después dejó la mente en blanco, como siempre que era incapaz de evitar sentir que hacía mal. Ni siquiera advirtió que doblaba la esquina y se formaba en una fila breve para que le asignaran un lugar en un restaurante que más bien era una cafetería.

-Hey, ¿estás bien?
-¿Miguel?... Estoy... Me perdí ¿qué?
-Ya casi entramos.
-Ah, qué novedad.
-Relájate, sólo es una hamburguesa.

Tamara abrió más los ojos y se impresionó cuando el hombre le cedió el paso y le ayudó cortésmente a tomar asiento cuando consiguieron entrar.

-Si quieres, podemos pedir que nos cambien.
-Aquí estoy perfecta.
-El menú está escrito sobre la mesa y si gustas, yo invito.
-Apenas te conozco, me haré cargo de mi cuenta.
-¿Y la de ellos?
-Adelina pagará su parte, no te apures.
-Vaya que eres tímida.

La mujer reaccionó clavando la vista en el menú, ignorando a sus acompañantes hasta el arribo del mesero. La música campirana era estridente.

-¿Qué ordenarán?
-Dos hamburguesas con doble queso, mucha cebolla rostizada, extra tocino y salsa cremosa de champiñones, dos órdenes de papas fritas y dos malteadas de vainilla con crema dulce y chocolate blanco - pidió Adelina mientras abrazaba a su novio.
-Un filete con gorgonzola y un flan con coco - añadió Miguel.
-Yo sólo quiero una ensalada de aceitunas con lechuga sangría y agua mineral - pronunció Tamara con rapidez.
-Tamara ¿Es todo? - preguntó Adelina para hacerle notar que estaba fuera de lugar.
-Pueden ponerle atún encima .... Rayos.

El mesero titubeaba con anotar la orden.

-Ustedes ganan, ¡quiero un filete en su jugo! pero la cama de ensalada no es opcional y tampoco el agua mineral.
-Enseguida.

Mientras les traían la comida, la mujer se tensaba más y estrechaba sus propias manos con fuerza para evitar dirigirse a alguien o asomarse a la parte baja del local, en donde otros comensales parecían andar de fiesta.

-Sus bebidas - anunció otra empleada y Tamara no tardó en dar un gran sorbo a la suya antes de mirar a la puerta.

-Creo que alguien tenía sed - bromeó Adelina.
-No mucha, es que me cansé.
-No nos vayas a contar tu día con Carlota porque te asesino.
-Jamás lo mencionaría.
-Habla con Miguel, el pobre anda muy callado.

La mujer volvió a sonrosarse y se cruzó de brazos, delatando la ansiedad en la cara volteando hacia cualquier lado.

-Sus platillos - dijo el mesero, sorprendido de que todos se alegrarán menos Tamara, que mordía sus labios como si su apetito se hubiese ido con sólo ver un filete de buen color.

-Bon apetite - expresó Miguel Ángel con naturalidad y los chicos lo tomaron como permiso para jugar con su comida mientras la mujer cortaba todo en pequeños cuadrados y apenas lo probaba.

-Espero que te guste la sazón, este es mi sitio favorito - le comentó él. Ella no respondió.

-No te quise incomodar.
-No es personal.
-Lo siento.
-Creo que yo me marcho.

Tamara se levantó y se fue a la calle sin más, provocando que Adelina tuviera que disculparse y retirarse, diciéndole a su chico que podía comerse lo que las dos habían dejado. Afuera, se percibía algo de calor.

-¡Tamara, Tamara! - llamó la niña, corriendo casi para alcanzarla - ¿Qué te pasa? ¡Trataste horrible a Miguel Ángel!
-¿Desperdicio comida y tu única preocupación es un tipo que ni me va ni me viene?
-Es un súper galanazo y tú .... ¡Él es lo más lindo que has tenido enfrente!
-¿Un actor? Qué gran cosa.
-¡Es un buen hombre, merecía que por lo menos lo miraras más!
-¡No le agradé, Adelina!
-¿Cómo le vas a caer bien si lo trataste como trapo sucio?
-¡De todas formas no iba a querer una segunda cita! Me deshice de él antes del portazo en la cara.
-¿Eh?... Honestamente ¿cuándo fue la última vez que tuviste sexo?
-¿Por qué te contaría semejante cosa?
-Porque es obvio que ya se te olvidó cómo atraer a un hombre.
-Claro que no, hasta los tíos de Carlota se pelearían por mí.
-¿Ese par de espantosos gañanes? Por tu bien, dime cuando dejaste de dormir con alguien.
-No es necesario.
-No desperdiciaste a Miguel Ángel por nada.
-He aprendido que sujetos como él no son para mí ¿satisfecha?
-¿Qué te hizo creer eso?
-Miguel Ángel ha de tener muchas chicas detrás de él y es carismático; esos siempre son problemáticos.
-¿Qué novios tuviste?
-Gwendal ... Y supongo que el otro idiota cuenta.
-¿El ciclista?
-No hay más.
-Demonios, estás en el hoyo ¿Cuánto llevas sin novio?
-¿No es obvio? Cuatro años.
-¿Has salido con chicos por lo menos?
-¿Gwendal, hace unos meses?
-No te pases.
-Tu amigo o lo que sea, Miguel, si me agradó pero nunca atraigo a hombres cómo él.
-¿No se te ocurrió que podía ser diferente?
-Él ni siquiera me volteó a ver porque me notara, lo hizo cuando nos presentaste a gritos, eso no es una buena señal.
-Si te esforzabas un poquito de seguro funcionaba.
-Se habría aburrido conmigo, no hablo mucho y no me gustan los desempleados o los que ganan poco; discúlpame con tu amigo si lo ves.
-Tamara ¿tú piensas que antes de Nikolay tuve otro novio?
-¿Eso a qué viene?
-A que no tengo idea de qué se trata y aún así quise probar. Ya no trabajo en la calle, tampoco robo o hago idioteces y le mentí con lo de los patines para que no creyera que soy como sus fans intensas.
-De las drogas mejor ni hablamos.
-Ese no es el punto. Tamara ¡tengo novio! ¿Entiendes lo que quiero decir?
-No.
-¿Eres tonta o qué? Si alguien debería temblar por lo que es, soy yo y en cambio tú lloriqueas: ¡Ay, soy fea! ¡Ay, no sé que hacer, no atraigo a Miguel Ángel porque no quiero! ¡Por Dios, Tamara! ¿Así te llamas adulta? ¡Tu actitud apesta pero que seas una idiota me enfurece!
-¿Terminaste?
 -Creo que fue todo.
-Entonces no me hables de Miguel Ángel, ni de novios ni de nada. Si tú conseguiste que alguien no te considere la embustera que eres, te felicito y no te voy a delatar porque no es mi asunto, pero déjame en paz.
-¿Dónde vas?
-A terminar mi turno con Carlota.
-¡La odias!
-Pero me comprometí con su padre a ayudar así que no tengo opción, adiós.

Tamara atravesó el boulevard nuevamente. En el hospital sin embargo, se topó con Ricardo Liukin, quien de pie en la sala de Pediatría lucía descompuesto.

-¿Dónde estaba? - preguntó al verla.
-Salí a respirar un momento.
-¿Tanto tiempo? ¡Me contactaron de emergencia!
-¿Qué pasó?
-¡Eso debería saberlo usted! ¡Carlota se cayó por andar corriendo y no se podía levantar! ¡Van a operarle el oído urgentemente porque se le ocurrió pelearse por unos muffins y usted ¿dónde se metió? A respirar en lugar de detenerla.

Tamara eligió estallar.

-¡No tengo la maldita culpa de que Carlota sea una imbécil! ¡Si ella no se cuida yo no voy a hacer nada y si quería tanto los méndigos panecitos los hubiera pedido desde su cama! ¡No tengo ninguna razón para seguir aquí aguantando a la irrespetuosa de su hija y menos cuidándola porque es una idiota! ¡No soy su madre y si tantas atenciones requiere, entonces cuídela usted!

La mujer se dio la media vuelta y salió a la calle a tranquilizarse, mientras algunos médicos se sentaban en el suelo a descansar. Con sólo escucharlos, le dieron ganas de volver con Ricardo y disculparse; con la certeza de que las cosas con él se arreglarían solas.