lunes, 14 de enero de 2019

El Trofeo Bompard (Tercera Parte)


Lunes, 11 de noviembre de 2002. París, Francia.

-¡Lo que tú quieres es que te despidan de una buena vez, idiota! - reclamaba Maurizio Leoncavallo a Morgan Loussier al enterarse de que éste acababa de salir de prisión luego de un pleito de bar. Por aquella razón, ni él ni Shanetta habían entrenado y su horario concluyó en la ausencia.

-¿Cómo saliste de ahí?
-Qué te importa.
-¿Qué demonios hiciste anoche?
-Qué no hice...
-¡No estoy jugando, Morgan!

Alrededor, Carlota Liukin y Shanetta James permanecían a la expectativa, y un poco más alejado, Guillaume Cizeron aguardaba su turno de entrenamiento. En INSEP era imposible evitar los chismes.

-¿Qué pasó con Morgan? - susurró Carlota.
-Le estrelló una botella a alguien - contestó Shanetta.
-¿Esa fue la multa que Marat pagó?
-Creo que abrí la boca.
-¿Por qué Morgan hizo lo que hizo?
-Sabes que él no puede pensar.
-¿Qué?
-Si el jefe se entera, nos va a echar del equipo.
-¿Por qué no lo detuviste?
-Porque me enteré esta mañana. Morgan se fue de fiesta con Marat.
-¿Fiesta con Marat?
-Creí que no te enfadarías.
-¡Estuvimos celebrando porque le fue bien en la Copa Davis y me dijo que se iba a dormir!
-Salieron en la madrugada.
-¡Eso explica porque Marat se veía cansado en el desayuno!
-La policía le habló a Maragaglio.
-Por eso él me volvió a prohibir ir a Montmartre...
-¿Llegarás a tu cita?

Carlota no contestó y prefirió ver a Maurizio Leoncavallo suspirando de consternación por lo inútil que era pedirle explicaciones a Morgan Loussier, mismo que adoptaba la actitud cínica del silencio mientras sus problemas de carácter arrastraban a Shanetta a la crisis y los demás se preguntaban por qué no se abandonaban. Al fondo, Maragaglio parecía recibir una llamada y entonces, Adelina Tuktamysheva se apareció como señal para Carlota de ir al vestidor.

-¡Voy a cambiarme de ropa! - avisó la joven Liukin, recibiendo por respuesta el gesto de aprobación de Maurizio. Guillaume Cizeron pretextaba por su lado que iría a refrescarse un poco en lo que terminaban los reclamos a Morgan y ambos se abstenían de pasar el uno junto al otro para evitar ser descubiertos mientras aprovechaban para atender brevemente a los fans que se habían colado.

-¡Que no te tardes, niña! - le susurró alguien a Carlota y sin poder descubrir de dónde provenía esa voz, la chica dio un par de firmas más y ante la vista de Maragaglio aun, se aproximó a una gran puerta amarilla para introducirse en un espacio que todo el tiempo olía a humedad y cuyos casilleros grises eran inviolables. El vapor de las regaderas indicaba que se habían usado un par de minutos atrás y Carlota recordó que después de asearse, se escaparía por una especie de rendija por la que se podía ver la calle y aunque parte del plan indicaba que estaba floja, ella no escatimaba en sacrificar un pasador o un broche de ser necesario. El atuendo que ella se colocó consistía en un vestido de red durazno claro con cinturón rosa, blazer naranja, botines también rosas y un bolso cartera muy pequeño con motivos étnicos que por alguna razón combinaba. Supuestamente, Shanetta se llevaría sus pertenencias de patinaje y suspiró de alivio al verla entrar.

-¿Qué ocurre?
-Maurizio sigue regañando a Morgan.
-Shanetta ¿por qué lo aguantas?
-Es un gran compañero, no me entiendo con otro.
-Puras tonterías hace.
-A veces él quiere algo y sólo lo consigue.
-No entiendo.
-Morgan quería entrenar con Maurizio como fuera.
-Mandó al hospital a su otro coach.
-Y tú meterás en problemas a Maurizio con su primo.
-Rayos.
-Maragaglio se lo merece, lo sé.
-Me siento culpable.
-Morgan se arrepintió cuando Zimmerman nos echó.
-¿Es un secreto, verdad?
-Ve a tu cita y olvida lo que te dije. Al menos tienes a Marat para hacerte sonreír ¿Sólo son amigos, verdad?
-¡Obvio sí! - aseguró Carlota y Shanetta quitó la rendija, además de ayudarla a salir luego de darse un abrazo. Afuera y muy cerca, Guillaume Cizeron esperaba con su motocicleta y la joven Liukin se colocó un casco antes de abordar. Cerciorándose de que nadie viera, ambos ingresaron al tráfico parisino y Adelina completó el escape saludando al mismísimo Maragaglio afuera del vestidor. Había salido todo tan bien que incluso Shanetta volvía al corredor con las pertenencias de Carlota y se iba sin esperar a Morgan, que contenía sus ganas de reírse frente a un Maurizio Leoncavallo inquisitivo e impaciente.

-Todos hicieron bien su papel... ¿Cuánto te pagaron, pequeña ladronzuela? - le comentaría Maragaglio a Adelina, con los brazos cruzados y sin hacer escándalo.
-¿Me llamaste ladrona?
-Ahora me dirás a dónde fue Carlota porque a Montmartre no creo.
-¿Por qué sabría eso?
-Porque Guillaume aguardó a que tú aparecieras para moverse y Morgan está distrayendo a mi primo... ¿La idea fue tuya?
-Dicen que Morgan fue arrestado.
-Pero no olvidó su parte en esta conspiración.
-¿Usted está ebrio?
-Sé que Carlota fue con Marat, sólo me gustaría tener una idea de dónde se encuentra para ir por ella más tarde - Maragaglio no sonaba molesto y de hecho, le gustaba mucho ese torpe intento de despiste ya que le revelaba lo transparente que podía ser la joven Liukin.

-Usted es un zoquete - replicó Adelina y caminando como si Maragaglio la hubiera ofendido, regresó a las gradas para seguir actuando.

-¡Demonios, Morgan! - exclamaba Maurizio Leoncavallo y así culminaba la discusión más estéril que tendría en la vida, aunque no se atrevía a ser tan estricto como sentía que lo ameritaba.

-Voy con Carlota - le anunció Maragaglio a lo lejos y él se despidió asentando con la cabeza al tiempo que asimilaba que había hecho una escena que se comentaría durante el Trofeo Bompard. Romain Haguenauer estaba allí, así como otros federativos y varios periodistas que habían cubierto el entrenamiento de Carlota Liukin, mirando, cuchicheando entre sí. Maurizio Leoncavallo amaba las entrevistas pero aun no se acostumbraba a ser parte del centro de atención y nunca había aprendido a disimular sus emociones, razón que lo hizo pasar frente a las cámaras con el rostro bajo y suspirando de enfado. Seguramente escribirían que se hallaba bajo mucha presión o que sus compromisos lo abrumaban mientras las expectativas por las medallas crecían.

-¿Alguien ha visto a Carlota? - preguntó en el corredor.
-Se fue con Marat - le contestó el sonriente Maragaglio.
-¿Le diste permiso?
-No pero en un momento sabré a donde se dirigió.
-¿La vas a regañar?
-No tengo humor.
-¿Te esperabas esto?
-Mauri, sé que participaste.
-¿Cómo?
-Déjame actuar como si lo ignorara.... ¿Te ha llamado Katarina?
-Todavía no. Te dije que se la está pasando bien en Nueva York.
-Me inquieta un poco, siempre está pegada al teléfono cuando viaja.
-A lo mejor fue de compras.
-¿Otra vez?

Maurizio Leoncavallo mostró un poco su sonrisa y se introdujo en el vestidor masculino al tiempo que Maragaglio luchaba por disimular su malestar por no tener noticia alguna de Katarina y aunque quería averiguar cualquier cosa, el timbre del celular se lo impedía. Estaba recibiendo el informe de que Carlota Liukin parecía dirigirse a la zona de Champs Elysée y discretamente la seguía la policía parisina, sin suscitarse incidentes.

-Tengo que volver al trabajo - avisó Maragaglio en voz alta, sin importarle si su primo escuchaba y salió de INSEP sólo para darse cuenta de otra cosa: Joubert Bessette acababa de llegar y la prensa lo rodeaba para preguntarle sobre su relación con Carlota Liukin y por qué no la había acompañado a ver el tenis durante el fin de semana. Como el chico llevaba flores, era claro que aun tenía intenciones amistosas y sus respuestas estaban cubiertas de un encanto agradable. Joubert se expresaba muy bien de Carlota e incluso se había dado el tiempo de ver sus rutinas en una repetición del canal deportivo porque confesaba que le había gustado mucho su vestido con rayas rojas. Sobre Marat, Joubert atinaba a declarar que deseaba que se lo presentaran porque se notaba que era un gran amigo de Carlota. Respecto a Venecia, el muchacho no decía nada, excepto por Maurizio Leoncavallo, a quien quería conocer porque de todos los coaches a elegir era el más inusual y de repente, entenderse con una chica tan decidida podía ser difícil. Carlota "le daba dolores de cabeza" a su entrenadora anterior y hubo risas ante tal comentario.

Ante eso, Maragaglio recordó las imágenes del noticiero nacional, con Carlota alentando a Marat a pesar de su bandera y camiseta francesas y el festejo con abrazo y beso en la mejilla cuando este derrotó a Sebastian Grosjean en un dramático partido que definía el pase a la final de la Copa Davis para el equipo ruso. Por alguna razón, la imagen de la joven Liukin siendo levantada en hombros por Yevgeny Kafelnikov para que su rostro apareciera junto al de Marat en la foto de la victoria estaba cautivando a los franceses, junto a aquella en la que la jovencita se marchaba de Bércy rodeando al propio Marat por la cintura y él colocándole el brazo en el hombro izquierdo. La Federación de Deportes sobre Hielo le había llamado la atención a Carlota por la mañana pero como se mencionaba el Trofeo Bompard y en la conferencia de prensa del tenis, la escuadra rusa había invitado al público a agotar las localidades para verla patinar, no había sanciones ni prohibiciones. Esa tarde se colocó la leyenda de "sold out" para la competencia femenil.

-Veinte años en Intelligenza para esto - suspiró Maragaglio y subió a su auto recordando que había insistido en esa misión de guardaespaldas para tener el pretexto que le permitiera acudir a una cita de la que nadie sabía y de paso, poder ver a Katarina Leoncavallo y recorrer París con ella. Había muchas cosas que ansiaba mostrarle.

El tránsito francés no representa un problema cuando se utilizan las calles aledañas a las grandes atracciones y Carlota Liukin lo aprendió cuando Guillaume Cizeron ignoró las advertencias y circuló por el Quai de Bércy. Era cierto que la ruta los llevaría junto al Pont Alexandre III pero era muy larga. Cerca del Pont des Arts, Carlota sentía que quería matar a su amigo.

-Llegaremos - afirmaba Guillaume.
-¿Cuánto falta?
-Te aviso cuando lleguemos al Quai d'Orsay.
-¡Falta una eternidad!
-Puedes irte en el metro.
-Guillaume, no hagas que te golpeé.
-No puedo ir más rápido.
-¡Voy a llegar tarde!
-A Marat no le hará daño esperar.
-Ser impuntual no es mi estilo.
-¿Crees que él llegue a tiempo? ¿Ya viste este atasco?
-¿Por qué París es así?
-Por gente como tú.
-¿Qué insinúas?
-Súper romántica la Torre Eiffel.
-No la conozco.
-La próxima vez puedes citarlo en el cementerio.
-El miércoles vamos a Versalles.
-¿Y mañana?
-Maragaglio no me ha dicho pero creo que hay un evento en el Centre Pompidou.
-¿No te has puesto a pensar que gracias a ti, medio París querrá llenar las calles?
-Eso es ridículo.
-La Copa Davis dice lo contrario.

Carlota se resignaba a pasar gran parte de su tiempo detenida cuando notó que Marat estaba en el vehículo de junto y la veía discutir como si descubriera que algo que le han dicho es cierto. La joven Liukin era impaciente y berrinchuda pero tampoco disimulaba que podía ser odiosa y se sonrojó de exhibirse, sin perder por ello cierto glamour que la mimetizaba con París.

-Bueno, ahora Marat sabe que eres una loca.
-Cállate, Guillaume.
-¿Te vas con él de una vez?
-¿Qué? ¿Debería?
-Es tu cita.

Marat rió desde su lugar y luego de extender su pago, descendió del auto. Guillaume empezó a sentirse apenado y no se explicaba la razón.

-Hola - dijo Marat.
-Hola... Qué coincidencia - respondió Carlota.
-No llegamos a la Torre Eiffel.
-Parece maldición.
-¿No me presentas a tu amigo?
-Oh, claro... Perdón a los dos. Marat, te presento a Guillaume... Guillaume, él es Marat.

Ambos se dieron la mano y Marat quiso preguntar algo pero Guillaume tomó la palabra.

-Oye Carlota ¿en serio es Marat? ¡está guapísimo!
-¡No digas eso, Guillaume!
-¿No hay alguna posibilidad de que sea gay?

Marat sonrió por nervios y agitando la cabeza contestó "no, no".

-Yo te lo quitaba, niña.
-¡Guillaume!
-¿Qué? Sólo digo la verdad. Si tú no lo quieres, Carlota, me quedo con él.

Marat tomaba como juego la conversación y luego de constatar que el tránsito detenido continuaría, miró a Carlota fijamente.

-¿Nos vamos? - le consultó.
-Creo que no veremos la Torre Eiffel.
-Qué lástima.
-¿Y si tomamos un bote? - sugirió ella mirando al río.
-¿Cómo en Venecia?
-¡Nos dejaría en Trocadéro!
-¿De verdad?
-Podríamos cruzar por el Pont de Bir - Hakeim si vemos muy lleno.
-¿No iremos a Ladurée más tarde?
-No tengo idea de cómo llegar.
-Luego lo resolvemos, vámonos.

Carlota descendió de la motocicleta y luego de quitarse el casco, abrazó a Marat.

-¡Merci, Guillaume! - gritó ella.
-¿Irás a entrenar mañana?
-Seguro.
-Bueno, te diviertes con Marat.
-Gracias.
-Más te vale porque te lo robo.
-¡No!

Carlota y Marat se fueron de la mano hasta Pont des Arts, intentando localizar el embarcadero próximo. Como ella nunca había caminado por ahí, sacó su cámara por una foto que luego le mostraría a sus amigos y quizás a su padre. El cielo se hallaba nublado pero no le preocupaba y luego supo que los turistas venían en tropel, por lo que se echó a correr.

-¿Nunca te duelen los pies?
-Casi nunca, Marat.
-Es que con esos tacones parece que vas a caerte.
-Claro que no.
-Mejor mira esto.
-Hay un montón de gente.
-Me refería a los candados.
-¡Ay, es verdad!
-¿Por qué los podrán en el puente?
-Son de parejas.
-¿Qué?
-Mira..."Bernardette et Louis", "Laura et Phillipe", "Jenna et Marc".
-¿Te parece romántico, Carlota?
-¿A ti no?
-No imagino mi nombre.
-¡Pongamos uno!
-¿Perdón?
-¡Es divertido!

Carlota vio pronto un pequeño kiosko y se aproximó a preguntar por un candado en forma de mariposa. Al vendedor le molestaba que la gente colgara objetos en los puentes y faroles junto al río pero al ver a Marat, no vaciló en mentir, alegando que se habían agotado las mariposas y sólo conservaba una muestra.

-Yo quería una - se lamentó Carlota.
-Tengo candados de corazón en muchos tamaños y uno azul con dorado hecho de pedrería.
-Es precioso.
-Si quieres dejarlo en el puente, puedo escribirte los nombres que gustes en un listón.
-¡Quiero poner el mío!
-¿Cómo se llama tu amigo?
-Marat.
-¿Y tu nombre?
-Carlota.
-¡Listo! No olvides tirar la llave al agua para que nada los separe.
-Sólo somos amigos.
-¿Por qué compras esto?

Carlota se rió y luego de pagar 7€, le propuso a Marat tomarse un retrato juntos luego de asegurar su candado en una rejilla del puente. Él leyó la cinta dorada que decía "Marat et Carlota" así como la fecha y la ubicación.

-¿Pasa algo? - inquirió ella
-¿"Marat et Carlota"?
-Es para que seamos amigos siempre.
-¿Quieres que yo tire la llave?
-¡Lo hiciste!

La risueña Carlota estrechó a Marat y luego él capturó una imagen. El candado azul con sus nombres había quedado enmedio.

-Tenemos que apresurarnos si queremos ver algo - recordó Marat y ayudó a Carlota a incorporarse para luego caminar del brazo y conversar. Ninguno de los dos había estado en París realmente y apenas adivinaban que llegarían al barrio de Saint Germain de Prés, con abundantes cafés y músicos callejeros de jazz. Ella habría adorado cantar con alguien y quiso imaginar que hubiera sucedido de lograr un escape exitoso de casa. Marat le decía que ella se habría unido a algún grupo itinerante o danzado como en Venecia por unas monedas. La vida de artista parisina no estaba en el futuro de Carlota.

El embarcadero cercano al Pont des Arts estaba lleno de gente y poco a poco, las peticiones de autógrafos comenzaron a llegar. Carlota y Marat atendían a sus fans mientras se preguntaban cuándo podrían abordar rumbo a Trocadéro e ir por unos macarrones y chocolate caliente parecía una posibilidad más lejana. Improvisar también se antojaba como opción mientras el cielo se volvía más gris.

-¿Nos marchamos? - consultó Marat.
-Al paso que vamos, no lo dudes.
-Yo creo que después de esta foto le decimos a todos que au revoir.
-Nunca conoceré París.
-Somos dos.

Carlota y Marat se burlaron mutuamente de su mala suerte y se fueron separando poco a poco de la fila, creyendo que escaparían de nuevo, pero se equivocaron. Maurizio Leoncavallo se hallaba cerca de ellos, aguardando por un bote para alcanzarlos en Trocadéro.

-Nunca podemos pasear a gusto - comentó la chica entre dientes.
-¿Te persigue la desgracia? - añadió Marat.
-Sólo finge.

Maurizio sabía que había arruinado los planes y dijo:

-Es mejor que me hayan topado a que sea Maragaglio quien los regañe. Marat ¿cuánto tiempo llevan parados aquí?
-Nos duelen las manos con tantas firmas que dimos.
-Estoy igual ¿Champs du Mars o tienen hambre?
-Tenemos hambre... Creo.
-Busquemos Ladurée.

Carlota parecía una niña regañada cuando partió rumbo a la estación del metro, como si fuera a casa y su cita se terminara sin haber empezado tal cual. En el vagón, ella no ocultó que realmente le molestaba sentirse amontonada y bajó en la estación Pont Neuf Rivoli sólo para cambiar de línea e intentar entender qué sucedía a su alrededor.

-Maragaglio me dijo que si estabas sufriendo, te llevara por aquí - le confesó Leoncavallo.
-¿Él?
-No te has escapado.
-¿Cómo supo que no iría a Montmartre?
-Es el mejor agente del mundo.
-¿Está jugando conmigo?
-Algo así.
-Me va a regañar.
-Despreocúpate, nadie le dirá a tu padre.
-Rayos.
-¿Quieres que Ricardo mate a mi primo porque sales con Marat?
-¡No!
-Maragaglio es tu amigo.

Carlota intentó no sentir curiosidad pero pensó que era hipócrita. Maragaglio estaba siendo comprensivo pero a cambio, recibía desacuerdos y una que otra mala cara. Por otro lado, él había molestado a los Liukin por un diamante y perseguía a Sergei Trankov, así que ella se metía en la cabeza que sus hermanos no abrían la boca de que él engañaba a su esposa y quizás era como estar a mano. En realidad, la joven no entendía ni lo que pensaba.

-Llegaremos a la estación George V y caminaremos por Champs Elysée - mencionó Marat luego de ver un mapa y los tres tomaron el tren inmediato, aun con el ánimo bajo. Los transeúntes tenían curiosidad y una nueva e improvisada sesión de firmas se dio mientras las estaciones pasaban una tras otra. Los brazos adoloridos de Maurizio Leoncavallo clamaban por descanso.

-¿La estación que sigue es George V? - preguntó Carlota luego de notar que no había prestado atención. La gente no quería dejarla ir.

-¡Tengo hambre! - suplicó para que la dejaran pasar y corrió cuando el tren abrió las puertas. Marat y Maurizio iban detrás de ella y después de tropezar en las escaleras, casi estrellarse en el cristal de la puerta y evadir admiradores a la salida, se encontraron en la Avenue de Champs - Elysée. Había abundantes árboles, tránsito estresante, tiendas exclusivas y una vista maravillosa. Carlota Liukin, que siempre había querido su propia captura del Arc de Triomphe, realizó una a distancia, contenta de que un poco de sol se dejaba sentir, aunque anunciara que llovería nuevamente. A diferencia de otros lugares, en Champs Elysée se podía caminar con gran espacio, viendo a una que otra celebridad que creía pasar desapercibida, como una mujer rubia, alta, con un enorme abrigo mostaza y botas negras que bajaba un poco sus lentes y decía "Bonsoir, Carlota" para luego seguir con su ruta a alguna joyería.

-¿Me saludó Linda Evangelista? - se impresionaba la joven Liukin y pronto vio a más famosos, todos actuando como si fuera una de ellos.

-Nos falta encontrar a Gérard Depardieu - bromeó Maurizio Leoncavallo y más tardó en mencionarlo que en volverlo realidad porque el actor iba saliendo de una cafetería en la compañía de una hermosa joven que filmaba con él y cuyo nombre era Virginie Ledoyen.

-Bonsoir, petit Carlota! - exclamó Depardieu
-Bonsoir!
-Et bonsoir pour Marat... Nos vemos en Bércy para el Bompard.
-Un grand merci!

Y Virginie susurró un "te veré muy pronto" en el oído de Maurizio Leoncavallo.

-Wow - externó él al reanudarse la caminata. Carlota y Marat carcajeaban por nerviosismo al tiempo que volvían a tomarse del brazo para advertir que la pastelería Ladurée estaba en el lado opuesto de la avenida y Maragaglio también.

-Les dije que mi primo es el mejor agente del mundo - suspiró Maurizio y pasando saliva, los tres atravesaron la avenida como si esperaran una reprimenda. Maragaglio estaba tan desconcertado como ellos.

-¿Ni una foto con monsieur Depardieu? - saludó.
-No quise pedirla - confesó Carlota.
-Habrá tiempo durante Bompard, él ha confirmado su asistencia.
-¿Hablaba en serio?
-¿Qué te dijo?
-Que estaría en Bércy.
-No es el único que tiene intenciones de acudir. Mañana recibiré la lista de invitados especiales y estoy diseñando un plan de guardia.
-¿Habrá policías?
-Te siguen cuando yo no estoy.

Así, Carlota entendió que Maragaglio la había vigilado inclusive desde Venecia, poco antes del vuelo. La posibilidad de que su escolta la siguiera en Helsinki no le agradaba nada pero luego recordó que Maragaglio no sabía de su siguiente competencia y al menos, en el diario L'Equipe no existía mención.

-Noto que traen el estómago vacío. Vamos, que aun hay que ir a la Torre Eiffel.

Carlota y Marat se miraron mutuamente como si acabara de arruinarse lo que quedaba de su cita y aguardaron a que Maragaglio terminara de hablar con el hostess para recibir la bienvenida a "Ladurée Restaurant".

-¡Bienvenida, señorita Carlota! - extendía la mano el gentil empleado.
-Se lo agradezco - correspondía ella.
-Esperemos que pronto pueda conocer nuestro salón de té.
-Estaré encantada.
-Permítame guiarla a nuestro comedor. También nos alegra recibir al joven Marat.

Así, Carlota pasó de un corredor dorado a una habitación de madera, llena de candelabros y espejos, mesas de manteles blancos y copas con bases de plata. Era un sitio inesperadamente pequeño y no era tan cálido ni tan bonito como el salón de té o la panadería que estaba junto y llena de clientes. No obstante, Carlota obtuvo sitio junto a la ventana y pronto supo que Maurizio Leoncavallo y su primo permanecerían en una mesa próxima.

-¿Gustará probar nuestro formule para compartir, mademoiselle? El chef ha preparado sopa minestrone, canelones de pato, empanadillas de cordero y nuestra delicia de frambuesa o mini pastel de chocolate. También contamos con nuestra carta si gusta ordenar algún platillo especial- consultó el hostess.
-El formule me agrada... Marat ¿te parece bien?
-Comeré lo mismo que tú, Carlota - confirmó el joven Safin y el empleado enseguida dio instrucciones a una mesera. Poco después, un par de copas fueron servidas con agua y la joven colocó una servilleta en su regazo. La lluvia cubrió Paris apenas se colocó el primer tiempo.

-Me duelen los 120€ que tengo que pagar - mencionó Maurizio Maragaglio en su asiento. Estaba de espaldas a Carlota y Marat y también del corredor porque no tenía intenciones de ser más invasivo de lo acostumbrado. Maurizio Leoncavallo lo veía intentando disfrutar inútilmente de la sopa.

-He recibido llamadas todo el día. Tuve que doblar los brazos y aceptar que un escuadrón antibombas revise los obsequios que Carlota reciba durante el torneo.
-Es exagerado, Maragaglio.
-Quieren protegerla, está bien.
-¿Le vas a contar?
-El Jefe la policía me comentó que cometieron un error al no ponerle seguridad luego del asesinato de Stéphane Vérlhac.
-¿Este peligro es real?
-No.
-Primero Carlota es famosa y ahora resulta que ningún loco la tiene en la mira.
-Que actualmente no haya preocupaciones no significa que no existen personas que busquen acercarse. Lo digo por Sergei Trankov.
-¿Qué con él?
-He llegado a creer que Carlota Liukin es amiga de Trankov.
-Te urge un descanso.
¿Por qué se tomó la molestia de ir a Venecia por ella y por qué su familia niega que él haya matado a una persona?
-Maragaglio, mejor arregla tu vida y luego inventas historias sobre los demás.

Maurizio Leoncavallo se había exaltado y aunque su primo era suspicaz, podía contar con que ese momento no sospechaba ni perseguía pistas.

-Terminé con mi amante. No deja de molestarme en el celular - admitió Maragaglio con un suspiro, acabándose el minestrone aunque su sabor no le era grato. Maurizio miró a su plato y continuó:

-¿Puedo saber por qué lo hiciste?
-¿Mentirle a mi esposa? - curioseó Maragaglio.
-A todos.
-Me gustaba una mujer.
-¿Por qué rompiste con ella?
-Le pidió a su pareja que se marchara de casa y me propuso vivir juntos antes de cerrar mi oficina.
-¿Hablaste con Susanna?
-¿Crees que ella no sospechaba? Pero estamos bien ahora.
-Me alegra que hayas solucionado tus problemas.
-Me falta resolver los que tengo con Katarina.
-Déjala en paz.
-Tengo que charlar con ella
-¿De qué?
-Voy a disculparme por ser un cretino. Se lo debo.
-Te creeré cuando también le pidas perdón a Miguel.
-Odiaré tener razón cuando confirme que es un farsante.
-Eres un hipócrita.
-Protejo a Katy.
-¿Con qué derecho?

Maragaglio no replicó pero no hacía falta. Bastó con una mirada estricta para dejar establecido que era el miembro de mayor jerarquía de la familia Leoncavallo.

-Katarina no es tu hermana. Moléstala y te parto en dos.
-Mauri, no la conoces.
-Tú eres el que no sabe.
-Tus padres no la quieren y tú te marchaste. Yo no la abandoné.

Maragaglio continuó comiendo en silencio y a momentos volteaba para saber de qué tanto reían Carlota y Marat mientras a Maurizio le pasaba por la mente que su primo estaba en lo cierto. Era imposible odiarlo.

Transcurrió un largo rato cuando el aroma a azúcar inundó el comedor. Carlota Liukin se ponía más contenta de recibir su postre, mismo que empalagó a Marat luego de un par de bocados. La "delicia de frambuesa" no eran más que unos macarrones de sabor frambuesa con crema batida, jarabe de frutos rojos y una salsa de chocolate blanco con radallura de chocolate amargo para decorar junto con unas frambuesas frescas. Maragaglio agradeció inclinarse por el pastel y se precipitó en utilizar una tarjeta de color negro para pagar la cuenta de forma tan discreta, que ni su primo se percataba.

-No volveremos a casa si Carlota no visita la Torre Eiffel.
-¿No es un poco tarde?
-Se lo prometí, Mauri.
-¿A qué hora?
-En el vuelo desde Venecia.
-¿Tiene que ser ahora?
-Hay eventos mañana y la visita a Versalles el miércoles.
-La señora Judy nos va a matar.
-No tardaremos.
-Dime que la veremos de lejos.

Maragaglio echó a reír y le hizo una seña a Marat para marcharse. Carlota confesaba tener ganas de comer más dulce y que tal vez pasaría por un helado en algún momento de la semana. Aquello fue pretexto para que los cuatro iniciaran una alegre conversación sobre aquellas ocasiones en que la joven Liukin los había sorprendido con su gran apetito, resaltando la competencia de malteadas en un tren, la vez que estando en un bacaro de Venecia había devorado un gran plato de polenta con pescado o como pulía una copa dorada que la acreditaba como monstruo come helado y un reconocimiento en cristal por refrendar tan particular victoria al año siguiente.

-Compraré macarrones y luego nos vamos - anunció la chica con gran ánimo y los otros tres la esperaron brevemente al exterior, aprovechando que la lluvia había cesado. Ella presumiría una caja verde pastel con una selección de sabores al interior y suponía que no tendría que invitar por el resto del día.

Caminar por la Avenue de Champs Elysée le sentó bien a todos y a pesar de la hora, los visitantes y los admiradores, pudieron ver el Arc de Triomphe de cerca. Era más de lo que Carlota Liukin había logrado visitar cuando "vivía" en la ciudad y luego de que alguien sacara una bandera francesa, accedió a que la retrataran con ella por unos minutos.

-La Torre Eiffel cierra a las seis - le recordó Maragaglio.
-¿Por dónde llegamos?
-Avenue d'léna.
-¿Me obligarás a subir al metro?
-Marat consiguió un taxi.

Carlota devolvió la bandera enseguida y corrió hacia un coche amarillo que de ser descubierto, haría acreedor de una multa al conductor. La chica se disculpó por ello y se limitó a mirar por la ventanilla, recuperando el asombro por estar en París. En esa avenida, las tiendas de recuerdos, de antigüedades y de pinturas viejas parecían estar hechas de madera y la pequeña Place d'Uruguay era encantadora. La Avenue d'léna no era tan transitada a pesar de llevar al sitio más turístico de la ciudad.

-Cruzamos el Pont d'léna y la señorita Liukin habrá cumplido su sueño de estar en la Torre Eiffel - anunció Maragaglio poco después.

-¡Mira la fuente, Marat! -se entusiasmaba Carlota y se preguntaba si podría subir al carrusel cercano o a una rueda de la fortuna. El taxi se detuvo en una esquina próxima y Carlota corrió por Jardins de Trocadéro sin evitar tomar tantas fotos como fuera posible. Marat y Maurizio también le hacían retratos frente al carrusel al que tal vez volverían en alguna ocasión antes de que ella se quedara de pie, sin habla, contemplando esa Torre Eiffel que era más grande y alta de lo que había imaginado.

-Apresurémonos porque será difícil subir otro día - les recordó Maragaglio y entonces, ella vio su vida pasar. Había crecido con la idea de París, con libros de cuentos, novelas y postales, con un enorme póster que conservaba. En Tell no Tales, París era un sueño parecido al paraíso.

-Creí que vendría con mi mamá - confesó con una lágrima cayendo por su rostro y encaminó sus pasos al pequeño puente, sonriendo, asombrándose, con la mano de Marat que la sujetaba para que ella no flotara. Maragaglio sabía que había hecho lo correcto al descender en Jardins aunque tantos coches y su ruido amenazaran con arruinar el lugar. Era una lástima que no pudieran dar el paseo a pie por las riberas del Sena pero llegar ya era ganancia.

-Podemos entrar por cualquier pilar. Recomiendo el oeste porque no hay fila - sonrió Maragaglio y sacó un pase de color dorado que le ahorraba las revisiones de seguridad y las esperas junto a sus acompañantes. Carlota era más incrédula conforme se acercaba a la torre.

-Gouvernement Mondial? - inquirió un guardia poco después.
-Avec Intelligenza Italiana - se adelantó la joven en contestar.
-Mademoiselle Liukin! Bienvenue a la tour Eiffel. Première visite?
-Oui.
-Yo mismo los llevaré al elevador.
-Muchas gracias.
-¿Intelligenza italiana se encarga de su escolta?
-Dicen que el agente Maragaglio es el mejor del mundo.
-Así es.
-¿Cómo?
-¿Sabe cuántas personas tienen pases dorados? No había visto uno en veinte años.

El guardia hizo que el grupo usara un ascensor de personal y en el primer piso, encontraron a otro oficial.

-Bonsoir mademoiselle, por aquí - extendió su mano y Carlota accedió al buen gesto mientras los demás notaban que sólo ella recibía corteses saludos.

-Nos complace recibir a mademoiselle Liukin en nuestro piso de cristal.
-¡Qué hermoso! - exclamó ella.
-Es una atracción nueva, aun está restringida al público.
-¿Puedo usar mi cámara?
-Todo lo que guste, señorita.
-Marat, quiero muchas fotos contigo.
-Pronto estará abierto nuestro Bar à Champagne en el último nivel para celebraciones ¿Les ofrecemos un brindis? Con nuestro jugo especial de uva para la señorita, naturalmente.
-No es necesario, creo.
-Entendido. Diviértase mucho, mademoiselle.

Carlota volteó entonces hacia el exterior.

-¡Es hermoso! - exclamó emocionada - Nadie me creería que vine aquí.
-No debemos tardar, la señora Judy podría preocuparse - enunciaba Maragaglio sin encanto en su voz. Había estado tantas veces en ese lugar que ni sus cambios lo atraían.
-El atrio allá abajo es tan lindo... ¿A quién se le habrá ocurrido el piso transparente?
-Lo que sea para llenar de gente es bueno.
-¿Por qué está tan serio?
-Carlota, puedo admitir que París ha resultado mejor de lo esperado. Mi prima Katarina llegará pronto y me gustaría que viera estas mismas cosas.

Carlota sonrió y volvió con Marat, que descubría que al lado este había un restaurante y muchas tiendas de regalos. Ambos sólo se limitaban a curiosear desde afuera aunque una florería llamara su atención. Por todos lados encontraban placas dedicadas a Gustave Eiffel y bustos de personajes célebres. En el Salón Gustave Eiffel habría una conferencia literaria al día siguiente y una parte del piso estaba cubierta por una gran manta. Nadie podía pasar por ahí.

-Niños, es hora de subir  - decidió Maragaglio y despreció el ascensor, provocando que Carlota se arrepintiera de portar botines y aunque no se quejaba, comenzaba a sentir como si el calzado se le enterrara en los tobillos y en sus dedos más pequeños. Aun así, la vista seguía siendo bella.

En el segundo nivel, otro guía les aguardaba con un enorme arreglo floral de rosas blancas y Maurizio Leoncavallo se impresionó de que tal detalle proviniera de unos niños admiradores que se hallaban frente al restaurante Jules Verne y que sólo querían un autógrafo a cambio. Para aumentar su sorpresa, las flores eran para él.

-Muchas gracias... No sé si deba aceptarlo. Firmaré todo lo que me den.

Y como atención adicional, Carlota y Marat se aproximaron también, haciendo que los pequeños se pusieran más contentos.

Apartado de la escena e intentando no desesperarse, Maurizio Maragaglio reparó en que pronto darían las seis de la tarde y discretamente había comenzado el cambio de turno entre los guardias de seguridad, mismos que restringían el paso a algunas zonas del monumento para mantener funcionales únicamente a los dos restaurantes, que cerraban sus puertas a medianoche. Los turistas iban desapareciendo poco a poco y las luces a encenderse mientras se establecían las restricciones a las fotos nocturnas. Carlota Liukin supo entonces que debía ser rápida y llegar al último nivel si quería pasar unos minutos en el mirador. Dejando a Maurizio y a Marat discretamente, atendió la seña de Maragaglio y subió al ascensor con él, sin parar de temblar.

-¿Tienes frío?
-Fría me dejó el precio de los macarrones que venden aquí.
-Jajaja, no lo vi.
-Hice bien en comprar en Ladurée y eso que no es barato.
-¿Nerviosa, Carlota?
-Un poco.
-Si te retrasabas, no alcanzábamos a subir.
-Lo olvidé.
-Tengo un primo famoso.
-Lo conozco bien.
-Perdona por seguirte y espiarte.
-Me disculpo por intentar irme.
-Te entiendo pero ¿Marat?
-¿Por qué todo mundo me pregunta?

Maragaglio no descubrió su respuesta y optó por sostener a Carlota de los hombros porque creyó que se desmayaría al descender y a cambio, ella lo estrechó antes de conmoverse por la insuperable vista de París. A diferencia del mirador en el segundo nivel, con sus catalejos opacos y ocupados, con personas impacientes y en ese momento con el personal de limpieza evidenciando el saldo de tanta popularidad, en la cima había calma y una puerta que alguien abrió para ella por el dichoso pase dorado. Casi nadie entraba ahí.

-Carlota ¿estás bien? - consultó Maragaglio.
-Quise ver esto toda mi vida.
-No llores.
-¡Qué pena!
-¿Satisfecha?
-Mi mamá y yo hablábamos de que estaríamos juntas, señalando edificios y mira ¡Sacré Coeur está allá y ese es el Petite Palais!
-¿La extrañas mucho?
-¡No le dije adiós!

Maragaglio volvió a abrazar a Carlota.

-¡Estoy triste en la Torre Eiffel!
-¿Por qué te ríes?
-No lo sé.
-Tu madre desearía que estuvieras alegre.
-Me perdí París con ella.

Maragaglio respiró hondo y retrocedió unos pasos mientras la joven permanecía inmóvil, reconociendo cuántos lugares podía, usando su cámara después como si París fuera a desvanecerse y también perdiera un sueño que poco antes había sido una pesadilla.

-¿Qué sucede? - dijo Maurizio Leoncavallo al lograr subir y reunirse con ellos.
-Ella necesita un minuto - replicó Maragaglio y quizás recordó el fallecimiento de su propia madre como una anécdota de esas que terminan en la nota roja y se olvidan al darle vuelta a la página.

La lluvia comenzaba otra vez y Marat fue quien tuvo el valor de acercarse a Carlota. En la Torre Eiffel se recomendaba no estar en los miradores en caso de tormenta eléctrica y ella se calmó al voltearlo a ver. A Maragaglio le llamaba la atención como a la chica se le iluminaba la cara y no dudaba ni un segundo en tomar de la mano al joven Safin antes de pedirle a todos que se retrataran con París de fondo, antes de que la tormenta empeorara. Maragaglio mismo se hizo cargo de presionar el disparador y de recibir el regaño por aquella regla que se oponía a las imágenes nocturnas.

-Golden pass, Governo Mondiale - le recordó al encargado de piso y éste observó a Carlota sonrojarse por la escena.

-No puedo molestarme con una joven tan linda - diría el hombre - ¿Le gustaría pasar a nuestro Bar à champagne, mademoiselle?
-Les hemos dado tanto trabajo.... - se disculpaba Carlota.
-Nos encantaría que brindara por su visita.

Maragaglio sabía que los empleados querían puntos con el Gobierno Mundial y fingió que accedía. Las reservaciones de celebridades habían bajado mucho desde que el Jules Verne perdiera una estrella Michelín y el Restaurant 58 no consiguiera alguna.

-Seguramente contamos con alguna bebida que sea de su agrado, mademoiselle. Venga por aquí - continuaba el empleado y el grupo fue guiado hasta un pequeño stand delimitado por un par de muros y unas enormes letras de color anaranjado en las que se leía "Bar à champagne". Carlota, Marat y Maurizio se observaron mutuamente con confusión y Maragaglio no se contuvo.

-¿Es todo? Carlota cabe en ese hueco si la doblan y la meten en un bolso.

Los cuatro empezaron a carcajearse por lo absurdo del comentario o por lo malo del chiste en sí y apenas se reponían cuando alguien les extendió unas copas con champagne dorado y brillante y a Carlota un agua carbonatada de pera rosada. Como era momento de brindar, se hicieron otra foto y bebieron como si fuera una fiesta.

-Prueba el champagne, Carlota - invitó Marat y ella tomó un sorbo mientras él hacía lo mismo con la copa de ella y notaba que Maragaglio había comenzado a distraerse. Maurizio por su lado, disfrutaba el momento tanto como podía.

-Tenemos una estación de radio aquí en la torre ¿mademoiselle Liukin gustaría darnos una sorpresa? - le preguntaban a Maragaglio.
-Tal vez luego. Hay una tempestad allá afuera y debo llevarla a casa.
-La tormenta se detendrá hasta mañana.
-Le pediré a la policía que nos ayude a irnos.
-No es seguro salir durante una lluvia como ésta. Contamos con un pararrayos y un sitio caliente para que mademoiselle Liukin no se resfríe.
-Lamento declinar.
-Solicitaré un reporte del tráfico enseguida.

Maragaglio se disponía a dar las gracias cuando la tormenta arreció y un potente rayo impactó en la torre, ocasionando un apagón momentáneo. El grupo se reunió entonces.

-Me informan que la lluvia cesará hasta mañana y no debemos abandonar este lugar por nuestra seguridad - señaló Maragaglio y girando hacia el empleado, consultó:

-Mencionó un lugar para quedarnos ¿de qué se trata?
-Hay un apartamento en el primer piso.
-¿Apartamento?
-Reservado a invitados del Gobierno Mundial.
-No lo somos.
-Tiene un pase dorado así que es invitado, señor.
-El almirante Borsalino me lo dio para casos de emergencia o restricciones.
-Una lluvia de este tipo en París puede inundar la ciudad. A eso le llamo "emergencia".

Maragaglio aceptó desconcertado y la encargada del bar le entregó una botella de champagne a Marat para que la bebiera en su hospedaje. El grupo tomó el ascensor hacia el primer piso y deprisa, los hicieron llegar al salón Gustave Eiffel. Como era vital que los comensales de Restaurant 58 no vieran actividad, las puertas se cerraban enseguida y por un acceso secreto de la pared, un vigilante les hizo pasar al "departamento 58", vetado al público y cubierto con mantas al exterior para hacer creer a los turistas que era un área en restauración mientras se instalaba un sistema de espejos y luces para camuflarlo. El grupo recordaba haber pensado lo mismo al pasar la primera vez.

-Es muy lindo - expresó Carlota al ver las paredes blancas, todas decoradas con pinturas de Kandinsky que se suponía que se hallaban en una exhibición del Centre Pompidou.

-Benvenue, ojalá cumplamos con sus expectativas y comodidades - decía el vigilante.
-Se lo agradezco ¿podría realizar una llamada al almirante Borsalino? - contestó Maragaglio y poco después, le pidió a Carlota dar aviso a Judy Becaud para no preocuparla por no llegar a casa.

-Vuelvo en un momento - anunció Maragaglio y los otros tres comenzaron a reconocer el departamento, descubriendo que poseía un baño con ducha, chimenea, un enorme televisor, una sala con sillones y poltrona café, una cocineta con desayunador, un comedor anaranjado, mini bar y una sola habitación con cama king size y vestidor. El teléfono se hallaba en un módulo aparte y pronto, Maurizio se dio cuenta de que su primo discutía airadamente.

-Pasen buena noche - dijo el guardia y así, el grupo quedó a solas y con una buena vista de Trocádero.

-Maragaglio tiene muchas influencias ¿alguien imagina por qué? - habló Carlota mientras introducía el champagne en el refrigerador y preparaba palomitas de queso en un microondas rojo.

-En su trabajo más vale tener favores que cobrar - intervino Maurizio.
-¿Qué clase de cosas hace?
-Es el mejor agente del mundo.
-¿Qué tan bueno?
-Te sorprendería saber que la ndrangheta lo ha querido asesinar como veinte veces.
-¿Quién?
-La mafia de Milán. Tambien en Al Qaeda lo tienen de enemigo público y Sergei Trankov... ¿Marat sabe de Sergei?
-Sí, no te preocupes.
-Maragaglio tiene un plan. No sé cuál es, pero si Sergei todavía tiene diamantes, deberías avisarle.
-¿Qué te ha dicho?
-¿Has pensado en cómo dejar de llorar?

Carlota pasó saliva y giró su cabeza hacia Maragaglio, que continuaba tenso con su llamada.

-Déjalo para mañana. Puede que Trankov sepa de todo - susurró Maurizio y Carlota apagó las lámparas mientras se acomodaba en un sillón para ver una película con Marat.

Al dar las diez, Maragaglio volvió con el grupo y como traía noticias, encendió la luz. Se notaba la frustración en su rostro.

-Hay inundaciones en Ilé de la Cité y en Saint Martin, también se dio una cerca de aquí.
-¿Muy graves? - curioseó Maurizio.
-Se supone que el agua bajará durante la madrugada ¿Podemos ir a Bércy a las ocho de la mañana? Prefiero tener sol si hay lodo.
-Tenemos una práctica en la pista que prometieron tener lista. No hay problema.
-Estoy molesto, disculpen - se excusó Maragaglio, tomando asiento en la poltrona.
-¿Qué ocurre?
-Es Trankov. Vendió un diamante en la Rue Cambon y escapó de nuevo.

Carlota pasó saliva.

-La incompetencia de la policía francesa es increíble ¿Saben cómo se fue Trankov? Se vistió de traje y entró y salió por la puerta de Harry Winston con un maletín con billetes libres para que los gaste sin preocuparse.
-¿Harry Winston? - intervino Carlota.
-Cobró 35 000€.

Carlota abrió la boca y palideció un poco, queriéndose meter en la cabeza que el martes sería muy ocupado y apenas podría esconder a Trankov si llegaba a presentarse con ella.

-Se nos ocurrirá algo, no te preocupes - le aseguró Maurizio Leoncavallo a la joven.

-Ojalá le hayas dicho que es hora de dormir - Pronunció Maragaglio y Carlota se incorporó para ir a la habitación.

-La dama en la cama y los caballeros en la sala... Hará frío - rió Maurizio al percatarse de que su primo buscaba jugo.

-¿Sólo estás enojado por Trankov?
-Es Katarina.
-¿Sigues con eso, Maragaglio?
-¡Llegó a las seis de la tarde con Karin al aeropuerto y no avisó!
-¿Las dos? No tengo llamadas.
-¡Esa niña quiere matarme de un infarto!
-¿En dónde se quedaron?
-Morgan las recogió y las llevó con la señora Becaud.
-Al menos podrán descansar.
-¿Sabes por qué Katy no se toma la molestia de hablar con nosotros? ¡No ha parado de llamarle a Miguel!
-Es su novio, lo extraña.
-¿No se toma unos minutos para decirnos donde está?
-Maragaglio, déjala en paz.
-Prometió llamarme.
-Tal vez lo olvidó.
-¡Le dejé mensajes!
-Cuando la veas, le preguntas.
-¿Por qué la defiendes tanto?
-¡Porque es mi hermana, no la tuya!

En ese instante, Carlota salió de la habitación y pretextando sed, volvió al refrigerador para sacar el champagne y hacerle una seña a Marat, al tiempo que Maragaglio apagaba las luces.

-¡Carlota, a la cama ya! - gritó Maragaglio y lo vieron salir enfurecido.

-Tiene razón. A descansar, pequeños - dijo Maurizio y Carlota dejó su puerta entrecerrada para esperar por Marat en la madrugada, cuando Maurizio se hallara profundamente dormido. La vista a Jardins de Trocadéro era inigualable.

Por otro lado, Maragaglio, deprimido y frustrado, se encontró insólitamente celoso de su primo y prefirió mantenerse afuera del apartamento para evitar pasar mala noche. Sentía que necesitaba descanso y aprovechó algo de tiempo para hablar con el Comisionado de Policía de París y reclamarle por el nuevo episodio de Trankov que ahora causaba sensación en las noticias. Con Katarina en la ciudad, también trató inútilmente de saber algo sobre ella y no tardó en constatar que rechazaba sus llamadas. Nadie podía verle tan decaído.

París amaneció con un sol cálido y a las seis y media, Maragaglio volvió al interior. Aun llovía pese a todo y su primo descansaba en un sillón, tiritando un poco. Todo parecía normal pero Marat no se hallaba en la sala ni en la cocina, no había luces encendidas en el baño y tampoco estaba mirando hacia la calle.

-No es cierto - enfureció y abrió el dormitorio, hallando la botella de champagne vacía, un vestido durazno colgado en el vestidor y a Carlota y Marat abrazados sobre la cama.

-¡Maldita sea! - explotó Maragaglio y arrojó a Marat hacia la sala, despertando a Maurizio.

-Traigo pijama - se defendió Carlota.
-Vístete y nos vamos.
-Yo...
-No hace falta.
-Maragaglio...
-Sólo haz lo que te digo.
-Nada pasó.
-Me traicionaste, Carlota ¡Debería meter a Marat a prisión!
-¡No!
-¡Quítate de esa puerta!
-No puedo....

Carlota fue donde Marat y Maurizio, que apenas asumía su descuido, se asomó al cuarto y descifró enseguida lo sucedido.

-Maragaglio ¿qué debo hacer?
-Ricardo Liukin nos va a matar.
-Marat se tiene que ir.
-¿Ya para qué?
-¿Qué sugieres?
-Que finjamos que esto no pasó. Si Marat se va, lo van a notar... Cancelaré la visita al Centre Pompidou y las entrevistas de esta tarde. Carlota me va a escuchar.

Maragaglio golpeó su puño contra la pared y volteando hacia la joven Liukin, aspiró hondo.

-Estoy decepcionando - terminó y volvió a irse al exterior. Maurizio Leoncavallo se molestó también pero le ordenó a Marat darse una ducha y vio a Carlota ordenar las sábanas. No tenía idea de cómo castigarla.