sábado, 23 de octubre de 2021

Las pestes también se van (Edward Hazlewood y sus hijos)

Rodrigo Amarante, Fabrizio Moretti y Binki Schapiro con su proyecto 
"Little Joy" (2008)

Venecia, Italia. Martes, 19 de noviembre de 2002.

La cuarentena veneciana al fin había surtido su efecto y ni un alma caminaba por las calles salvo los aventurados que requerían de productos de las farmacias. La mitad de los habitantes estaba contagiada de influenza y a la otra le faltaba poco para estarlo o esa era la impresión de quienes se dedicaban a cuidar a sus parientes enfermos. Los hospitales registraban números de ocupación preocupantes y los presentadores de televisión se preguntaban qué rayos pasaba en la ciudad para que los últimos meses sólo tuvieran malas noticias. La superstición indicaba que la muerte de una niña era una señal peligrosa y Elena Martelli había sido el preludio al suicidio masivo y ahora a la agresiva epidemia. Venecia pagaba caro el precio de haberse descuidado.

-La gente piensa disparates, déjalos - decía Edward Hazlewood a su hijo Fabrizio antes de entrar a pedir informes. La sala de urgencias había sido despejada apenas y por fin los recepcionistas podían hacer su trabajo sin dificultades.

-Professore! ¡Marco se ha hecho novio de la Katarina! - anunciaban con bombo y platillo y el señor Hazlewood no pudo evitar sonreír al acercarse. La poca gente alrededor también reaccionaba con felicidad y sorpresa.

-¡Ahora falta Fabrizio con Carlota Liukin! - gritó otra persona antes de que el mismo Hazlewood, tímido y casi torpe pidiera que le informaran como seguía Marco Antonioni. Fabrizio Antonioni procuraba estar atento.

-Marco va bien con el oxígeno, tal vez lo lleven a un ala regular mañana - contestó alguien más antes de darle un papel con los detalles del tratamiento del chico. En él se leía que el doctor Pelletier le haría un estudio para revisar su corazón.

-Le he pedido a Marco que deje el trabajo de gondolier. Espero que cuando se recupere decida hacerme caso - continuó Hazlewood.

-A Marco le gusta, déjalo divertirse - replicó Fabrizio.
-No quiero que se extralimite. Lo hemos pasado mal antes.

Ambos dudaban entre permanecer en el lugar o simplemente irse cuando oyeron la queja de una chica muy ruidosa que no paraba de chocar sus bolígrafos como juego. Maurizio Maragaglio no había sido muy amable al preguntar por el estado de salud de su esposa y continuaba exigiendo que Marco Antonioni fuera retirado del lado de Katarina Leoncavallo.

-¿Ese hombre no se cansa de fastidiarnos? - gritó Fabrizio.
-Cálmate.
-¡Hay que defendernos, papá! 
-¿Qué puede hacer si se fue de la ciudad? 
-Fue a buscar a Marco varias veces y siempre nos amenaza.
-¿Crees que no sé cómo actuar? Que Maragaglio venga si quiere, con ustedes no va a meterse.

A Fabrizio Antonioni se le fueron las palabras y los presentes se preguntaban que podía hacer un hombre tan frágil y delicado como Edward Hazlewood si además era distraído y un asustadizo conocido. 

-¡Carlota Liukin no tiene un padre loco! - exclamó alguien más para levantarles el ánimo y el joven Fabrizio no pudo aguantar ni el sonrojo ni la carcajada. A Ricardo Liukin lo había visto de lejos más de una vez y parecía un hombre amable con sus hijos, además de que se sabía que entre Maragaglio y él la relación no era buena y se la pasaban poniéndose en su lugar a cada instante.

-¿Qué te ha dicho Marco desde la primera vez? Que Liukin y Maragaglio son hermanos. No confíes en él - aconsejó el señor Hazlewood al decidir volver a casa.

-¡Pero Carlota es muy bonita! - remató el muchacho y su padre no evitó sentirse feliz por él. Al fin y al cabo, aún existía cierta inocencia en el amor adolescente y sabía que ni Marco ni Fabrizio eran malas personas.

-Deseo que esto te haga dejar de fumar - dijo Hazlewood rotundo y su hijo se echó a reír porque había estado a punto de sacar un cigarrillo al advertir que se dirigían a la salida. Afuera seguía el panorama solitario y lluvioso que alimentaba la curiosidad por saber qué ocurría en la calle. 

Edward Hazlewood e hijos eran vecinos del barrio de San Polo y su puerta quedaba enfrente de la perteneciente a la familia Berton, así que era común enterarse de los nuevos acontecimientos en el eterno conflicto con Maragaglio y por supuesto, se mantenían al pendiente del señor Berton. Fabrizio a veces hacía las compras de ese hombre cuando ninguna de sus hijas podía hacerse cargo y al momento de llegar a su casa luego de caminar un largo tramo, se toparon con Anna Berton inútilmente lidiando con una chapa que no podía ajustar.

-Yo la ayudo - saludó Fabrizio y enseguida se dedicó a evidenciar cuáles piezas estaban mal puestas y que ocasionaba que aquella familia recibiera regaños de la policía por no quedarse al interior de su hogar.

-Necesitan cambiar todo, la chapa se va a romper - advirtió el chico.
-¿Justo ahora? Nadie puede venir - dijo el señor Berton al asomarse.
-Papá puede armarles una y traerla en una hora.
-El señor Hazlewood tiene mucho trabajo seguramente.

Fabrizio iba a decir que no pero fue interrumpido por la pregunta "¿Cómo sigue Marco?" al intervenir Anna Berton.

-Mañana sale de Terapia Intensiva.
-Me alegra mucho por ustedes.
-Mi hermano no ha de estar preocupado.
-¿Es por lo de Katarina, verdad?
-¿Lo saben, señora Berton?
-Comparte lugar con ella, Maragaglio está furioso.
-Tanto alboroto para que la Katarina terminara de novia con Marco de todos modos.
-¿Novia? ¿Esos dos se decidieron?
-De algo les sirve estar enfermos.
-Dicen que ella está muy mal.
-Ver a Marco le hace bien.
-¿Miguel Liukin lo sabe? 
-Supongo que sí, los chismes son rápidos.

Anna Berton no replicó a eso pero el señor Hazlewood notó lo que sucedía.

-Ricardo Liukin es su amigo ¿verdad, señora?
-Señor Hazlewood, no se agite por eso.
-De alguna manera el tema llegará a mi clase. 
-¿Por qué lo dice?
-Andreas Liukin toma mi optativa de astronomía.
-No sabía.
-Venecia sigue siendo un lugar pequeño.

Ella sonrió y recordó que conocía más a los Liukin que a sus propios vecinos. Si Katarina antes les causaba enojo, con lo de Marco acabarían por odiarla. 

-Arreglé su puerta pero no olvide contratar a un cerrajero, señor Berton - advirtió Fabrizio Antonioni luego de probar la llave que correspondía con éxito. Su padre lo miraba aliviado de que pudiera paliar el problema sin hacerse el gracioso.

-Fabrizio ¿Cómo vas con los Stocks? - siguió Anna.
-¿Los Stocks? Eh, no toco con ellos.
-Creí que sí.
-Les ayudé mientras encontraban baterista. Marco es el que está en el grupo.
-¿Tu hermano?
-Es el que escribe las canciones y canta con Jules.
-¿Jules? 
-El vocalista.
-Entiendo... Con razón Katarina no podía ir a los conciertos.
-Maragaglio va a verlos al Bacaro Risorto y al club 451 de Castello.
-¿En serio?
-Sabemos que va a vigilar a Marco pero le gusta la música. Se aprendió todas las canciones.
-Es un hipócrita.
-El otro día fue al concierto que di con mi propia banda.
-¿Tienes una, Fabrizio?
-Se llama Shy et Joy. Cuando pase la epidemia quizás toquemos en el 451. Está invitada, señora Berton.
-Muchas gracias.
-Que esté bien.
-Igualmente.

Fabrizio Antonioni dio la media vuelta y su padre se quedó parado sin saber cómo decir adiós, al grado de tener que sostenerlo del brazo izquierdo para llevarlo al interior de su hogar. Los Berton estaban acostumbrados a verlo actuar de esa forma y no mencionaron palabra hasta que los vecinos cerraron su entrada.

-Siempre siento pena por el señor Hazlewood, papá - comentó Anna.
-Quién sabe qué le habrá pasado en Inglaterra. 
-Ha sido tímido todo el tiempo.
-Al menos tiene hijos con paciencia.

La señora Berton resolvió entrar a casa pero continuaba inquieta. Entre la llamada de Maragaglio y las novedades con el vecino, no estaba tan segura de qué asuntos le competían o si debía estar al pendiente de todo. Entonces se sorprendió de no haberle platicado a los Antonioni sobre la enfermedad de Susanna. Así habrían sabido que incluso la familia Leoncavallo había tenido conocimiento de Katarina y Marco desde el primer momento.

Cuando anocheció en Venecia, el cielo se despejó y la lluvia dio paso a una noche fresca con viento agradable. Como casi todos los días desde que habían llegado a la ciudad, Edward Hazlewood subía a su techo y se dedicaba a mirar las estrellas mientras escapaba el sonido de una batería con la que Fabrizio ensayaba con insistencia. El chico paraba cerca de la medianoche y le recordaba a su padre que debía dormir para ir a trabajar al día siguiente midiendo los niveles de agua de los canales grandes y la Laguna di Venezia, preparar su clase para la universidad o tratar de perfeccionar algunos inventos que llevaban años sin poder ser terminados. El ayuntamiento de la ciudad valoraba las estimaciones de Hazlewood para conceder permisos de navegación y este a cambio podía pasar jornadas tranquilas viendo los atardeceres desde el Canal San Marco.

Anna Berton, sin embargo, quiso curiosear por su ventana y descubrió al señor Hazlewood dibujando mientras lo iluminaba una vieja lámpara de aceite. Como jamás lo había visto hacerlo, se quedó cautiva un largo rato, preguntándose si las noticias sobre Marco Antonioni eran tan positivas.

-Ricardo Liukin te llama - avisó el viejo Berton y ella se apresuró a contestar desde su lugar.

-¿Cómo sigues?... Me alegra ¿Sólo te queda el dolor?... Bueno, una influenza no es cualquier cosa... Susanna se la ha pasado dormida este día, ojalá eso le ayude... Maragaglio no regresará pero ya sabía que no contábamos con él... ¿Cómo? ¿Tomó un vuelo?... ¿Por qué te avisó y a mí no?... Claro que discutimos, es un imbécil... ¿Desobedeció a los mandos de Intelligenza? ¿Sabes si viene solo?... Eh, por nada, es que estoy acostumbrada a que tenga alguna amante... ¿Te habló de mí?... Es que creí que lo acompañaba una mujer que le decía "cariño"... ¿También la oíste? ¿Qué hace ahí metida?... ¿De "prensa"? Lo dudo pero supongo que no podemos tener otra explicación... Pues en mi barrio casi todos se contagiaron así que sabré más de lo que necesito ¿Cómo siguen Tennant y Maeva?... Al menos Susanna y tu novia podrán platicar... Pobre Tennant, la ha de estar pasando mal con las agujas... ¿Cuáles rumores?... ¡Toda la ciudad habla de Marco y Katarina!... ¿Vas a seguir enojado o dejarás que Miguel arregle el asunto?... Marco Antonioni le hace la ronda a Katarina desde que la conoce... Estoy contigo pero no voy a negar que me lo esperaba... Oye, si vas a estar hablando de esa niña mejor cuelga y vete a dormir luego de hacer tu berrinche... Házlo frente al espejo si quieres pero no entiendo por qué estás tan furioso... Si se lo hicieran a uno de mis hijos sólo le diría a la chica que se fuera ¿Qué más?... Lo sé, Ricardo... Maragaglio está más que enterado, en Intelligenza de seguro le pasaron el chisme... ¿Para qué quieres saber dónde vive Marco Antonioni? ¿Hablar con él? ¿De qué? ¡No se te vaya a ocurrir reclamarle!... ¡Ricardo Liukin, en serio, no vayas a cometer una estupidez!... ¿Qué te pasa? ¡No, no sé dónde vive!... ¿Qué demonios te importa, Ricardo? ¡Deja a Marco en paz!... ¡Tú no sabes cuánto peleó ese chico por ella! ¿Crees que los Leoncavallo están felices por esto?... ¿Te controlas, por favor?... ¡Ay, Ricardo! ¡Métete con Marco y te doy una cachetada!

Los gritos de Anna se oían en la desierta calle y Fabrizio Antonioni fue donde su padre, quien prestaba atención con desconcierto y una mirada de ansiedad. Ellos se vieron el uno al otro antes de contemplar a la vecina de nuevo, no sin conversar.

-¿Te consta que Ricardo Liukin no está loco? - habló Edward Hazlewood a su distancia.
-No parece un mal tipo.
-Fabrizio ¿De verdad te gusta Carlota? Mira, te puedes fijar en cualquier otra chica y ahorrarte peleas.
-No seas miedoso, papá.
-No lo digo por eso sino porque me interesa que no te rompan la boca.
-No creo que lo hagan.
-Andreas Liukin eligió mi clase para sus créditos extra.
-¿Y eso qué?
-Sabe golpear.
-¿Cómo sabes? 
-Lo pedí jugar con un saco para hacer una medición.

Fabrizio rió un poco pero debía conceder que los Liukin tenían el aspecto de busca pleitos y no existía razón para creer que no honrarían tal característica. Por algo, el orgulloso agente Maragaglio se había topado con pared.

-No te preocupes, papá. No vendrán a reclamar por la Katarina - aseguró el chico.
-Los Leoncavallo son quienes me inquietan.
-¿Tienes un plan, verdad?
-Con Maragaglio, sí.
-Más que suficiente.
-Marco es muy decente en no decirle a la novia que su hermano Maurizio viene a retarnos cada que se le da la gana.
-Le hablará algún día.
-Es mejor no suponer sobre lo que no ha ocurrido, Fabrizio. Pensaré en algo.
-Te defenderemos, papá... ¿Qué dibujas?
-A Katarina le gustan las lilas así que hago un paisaje con muchas lilas.
-¿Te contó Marco?
-Ella misma.
-¿Cuándo?
-Tomó el curso de Pintura Geométrica.
-No me habías dicho.
-Marco la cuidaba camino a su casa, yo sólo me sorprendía de verla ahí.
-¿Hablabas con ella?
-No ¿Qué le iba a decir? Me limitaba a dar el tema y la mujer a veces tenía inquietudes.
-¿Katarina es lista?
-La encuentro a menudo en la biblioteca.
-Marco también.
-Cuando venga a casa, le regalaré esto.
-¿Te cae bien, papá?
-¿A ti no?
-A veces me asusta.
-Igual a mí pero debemos acostumbrarnos a verla. Marco ha de estar muy feliz.
-Katarina es hermosa ¿Quién no estaría contento?
-Demasiado bella, Fabrizio... Tan bella.

Edward Hazlewood notó que estaba por distraerse de nuevo y se ocupó de inmediato en acabar con su dibujo. Fabrizio en cambio, se sentaba mirando a la calle, tratando de oír qué cosas comentaba Anna Berton, sin éxito.

Los Antonioni parecían tan débiles, Fabrizio el único con personalidad, que Venecia no les daba ni un céntimo antes de esa noche. La ciudad sabía que Katarina Leoncavallo estaba desafiando a su hermano por sobre toda la gente, que tantas tardes con Marco Antonioni desde su góndola cuidándola no habían sido en vano. Antes de la llegada de los Liukin, la historia de Katarina y Marco llevaba un sinnúmero de capítulos inacabados, de ella aferrándose al enamoramiento de un Maurizio Leoncavallo distante; de Marco notando cómo la joven le tenía reprimido interés; Venecia atestiguando cómo ambos se mantenían separados y los Leoncavallo los hacían infelices.

Los apostadores habían perdido en esta ocasión. Pero Edward Hazlewood, menos sonriente, menos triunfante, temía enfrentarse a cualquiera más que antes ¿Qué plan seguiría si en realidad no tenía formulado alguno? Incluso pensaba que el asunto no debía implicar grandes dramas pero no tenía la certeza. Katarina y Marco irían a la casa una vez recuperados y lo mejor era esperarlos mientras los demás gritaran, reclamaran o se resignaran.