domingo, 5 de marzo de 2023

Las pestes también se van: Edward Hazlewood

Mike Hazlewood en 1973. Créditos de la imagen a quien correspondan.

Jueves, 21 de noviembre de 2002. Venecia Italia.

Luego de la conversación con Maragaglio, Edward Hazlewood pasó parte de la noche en su azotea cubriendo sus macetas y removiendo la nieve de los extremos, obligándose a pensar en las evaluaciones de final del semestre y en lo que haría con Andreas Liukin al acordarse de que tomaba su clase de Astronomía Básica. Si Dios existía, tenía un humor irónico y un tanto peligroso y Hazlewood se preguntó si la vida en Venecia era una espantosa coincidencia y por qué no se había marchado al toparse con Katarina Leoncavallo en el curso de Pintura Geométrica. 

-¡Fabrizio, dime que cenaremos temprano! - exclamó y volvió al interior cobrando consciencia del frío y de que su ropa estaba empapada, haciendo inevitable un cambio. Hazlewood se aparecería en el comedor con una pijama de lana.

-¿A qué vino Maragaglio? - preguntó Fabrizio con enorme molestia. Su padre tomó asiento y contestó mirando la silla vacía de su hijo mayor.

-El trabajo de Marco no existe, se siente como si no hubiera hecho un esfuerzo.
-No te entiendo.
-Qué bendición.
-¡Papá!
-No me asustes, Fabrizio, no estoy para más sobresaltos.
-¿Qué quería el idiota ese?
-Nada importante, sólo avisarme de Marco y su boda.
-¿Cómo que no es importante?
-Lo dije mal.
-¿Entonces porque olía a quemado?
-No lo sé.
-Eres malo mintiendo.
-Tengo que pensar, Marco traerá a Katarina a casa y no he considerado quitar el desorden de la sala o recoger los papeles de la estancia.
-Son libros y cosas de la universidad, si no estuvieran regados, tú nunca los encontrarías.
-Pero no está bien, quizás debería darme vergüenza ser tan desordenado.
-Papá, no lo eres.
-Debo acostumbrarme a no dejar las cosas fuera de mi escritorio.
-¿Crees que Marco se case?
-Está feliz, quizás incrédulo o dirá que no iba a esperar más.
-¿No estás de acuerdo?
-La verdad, no. Las cosas van mal, debería hacer otra cosa.
-¿Cuándo cambiaste de opinión?
-No me malinterpretes, me da gusto que tu hermano cumpla sus sueños pero no ahora.
-¿Por qué está enfermo?
-Podría salir del hospital y controlar lo de su corazón primero.
-¿Estás enojado?
-¡Se va a casar con Katarina! ¿Crees que me pone muy feliz?

Fabrizio miró a su padre intranquilo y nervioso y supuso que estar con Maragaglio lo había asustado bastante. Inútilmente trató de averiguar la razón al insistirle, pero aquel permaneció callado, melancólico y angustiado mientras contemplaba un plato de verduras cocidas con el gesto infantil de alguien a quien no le gustan.

-Algún día me voy a enterar - sentenció Fabrizio y procedió a tomar de un vaso con leche mientras sostenía el tan prometido último cigarrillo encendido dentro de casa. Aquella dualidad acabó ocasionando que Hazlewood se riera cuando le atrajo el olor del tabaco.

-¿No has visto "La naranja mecánica"? ¿Estás seguro, Fabrizio?
-Prometí verla con mi hermano.
-¡Jajajaja! 
-¿Qué?
-¡Jajajajajaja!
-¿Qué pasa? 
-¡Lo siento, es que no puedo! ¡Jajajajaja!... Hay cosas que me alegra que aún no entiendas, es todo.
-Si seguimos con los misterios, te podrás seguir riendo de mí.
-Oye, he pensado que quizás podríamos mudarnos en verano.
-¿A dónde? 
-A algún lugar en el mar.
-¿Qué tiene de malo Venecia? 
-Que cada día está más caro. Y hay pueblos cerca de Nápoles donde con 30€ llevaríamos la despensa completa para una semana y media.
-Acabo de iniciar el liceo.
-Podrías completarlo en otro lado.
-¿Y mi banda? 
-Formas otra.
-¿Por qué?
-Bueno, Marco necesita el nivel del mar y algo más tranquilo.
-Estamos bien.
-De todas formas es una idea, cambiaré de opinión mañana tal vez o no vuelva a suceder. Olvida eso.

Hazlewood no quería una confrontación y se quedó comiendo de mala gana, seguro de que Fabrizio había elegido el platillo perfecto para vengarse por lo ocurrido momentos atrás. Aún así, prestó atención y percibió la voz del propio Maragaglio en la calle, sintiendo que debía averiguar qué tramaba. A toda prisa bebió su té y se precipitó hacia la puerta, prohibiéndole a su hijo salir en el acto y asegurando la puerta.

-¡Maragaglio! ¿Qué hace? - saludó Hazlewood, dándose cuenta de que todavía nevaba y su pijama de lana era un escudo endeble. El otro se irritó enseguida.

-¿Quiere que el MI6 nos vea? 
-No juegue con eso.
-No sea imprudente, Hazlewood.
-Es que... Los canales son peligrosos cuando se congelan.
-Voy a entregar el vestido de novia de Katarina al hospital, pero debo pasar primero a mi casa.
-¿No dijo que no la dejaría cerca de nosotros?
-Ni yo entiendo lo que hago.

Maragaglio se sentó sobre la nieve y comenzó a reírse antes de caer en llanto. Hazlewood se ubicó a su lado enseguida.

-Katarina no estaría casándose si yo hubiera sido valiente en París - confesó Maragaglio.
-Entonces ¿Es cierto que se enamoró de ella?
-¿Perdone?
-Marco lo notó y me lo contó... Aunque es una confusión.
-No tengo que hablar con usted.
-Ciertamente, pero yo no estoy ebrio.

Maragaglio entendió que Hazlewood criticaba a Giampiero Boccherini y en lugar de darle un puñetazo, lo miró con más tristeza.

-Ni siquiera sé que siento.
-A veces nos involucramos tanto con alguien que pensamos que nos atrae - expresó Hazlewood.
-¿Cree que no amo a Katy?
-Al contrario, sé que lo hace, por eso lo digo.
-¡La amo!
-Pero no como usted cree.

En lugar de calmarse, Maragaglio derramó más lágrimas.

-Aunque desconozco por qué hablo, de amor sé muy poco - admitió Hazlewood y luego de su arranque, regresó a su nerviosismo de siempre. Maragaglio notaría que aquel pasaba frío, pero lo supuso voluntario.

-Katarina tiene un vestido blanco en su cuarto, según ella lo iba a usar para la boda de su hermano.
-Piense mejor lo que hace.
-Prefiero no.
-No soy capaz de irrumpir en el hospital.
-Tampoco yo.
-Soy muy cobarde, Maragaglio. Mis hijos estaban tan ilusionados con estar aquí, que no reuní fuerzas para irnos.
-¿Quiere que le diga algo? Le sobran agallas para perderlo todo y muchas más para no correr. Hazlewood ¿se da cuenta de que le puede costar la vida? 
-No lo había pensado, me voy.
-Debe saber que en estos años no había visto a Katarina admirando a alguien más que no fuera su hermano Maurizio, hasta que se topó con usted.
-¿Conmigo?
-Ella no puede entrar a una escuela sin que le dé un ataque nervioso y de pronto dijo que había encontrado un anuncio sobre un curso de pintura al aire libre. No sé si le sirva, pero es el único maestro del que se expresa con amabilidad, que no le causa pesadillas o la aterra. Cada que toma una clase, ella no puede evitar estar contenta.

Hazlewood se sorprendió y se quedó pensando. Tenía que responder, aunque no estaba seguro de resolver algo en el camino.

-¿He logrado algo bueno?
-¿Le da miedo, Hazlewood?
-Un poco, sí. No se ofenda, es que Katarina me pone muy tenso, hace preguntas y a veces no le hace falta la explicación.
-¿Qué quiere decir?
-Que es muy lista.
-¿La respeta?
-¿Qué tiene de raro?
-No mido lo que digo. Esta ciudad está llena de idiotas que la tratan mal.

El señor Hazlewood observaba a Maragaglio con tensión.

-Maragaglio ¿No ha pensado en que tal vez usted confunde un amor fraternal con uno de hombre a mujer? - se atrevió a pronunciar.
-Jamás, estoy seguro - replicó el otro con la rapidez de alguien que no aguardaba por la observación. Era algo nuevo y permitió que Hazlewood continuara.

-Cuando se ha visto a alguien crecer, los sentimientos suelen ser engañosos ¿Usted cuida de esa mujer?
-Toda mi vida lo he hecho, pero nunca ha sido como mi hija.
-No tiene que ser de esa forma.
-¿Qué sabe usted?
-Nada, es que me guío por lo que Marco me confía. Ser tan devoto nunca indica estar enamorado.
-¿Qué podría ser? 
-La protección misma o ya sabe, ser ese adulto que hizo falta. 
-No estoy confundido.
-Es un punto de vista. 

Maragaglio comprendió que Hazlewood al fin se despedía y lo vio atravesar la puerta de su casa, tiritando de frío. Aunque permaneció en la calle un momento más, buscar el vestido blanco dejó de ser urgente y optó por volver con sus hijos para hacerlos dormir.

Fabrizio Antonioni recibió a su padre con un té caliente y una manta, haciéndolo tomar asiento en la sala. Su gesto seguía siendo de enojo.

-¿Te le declaraste?
-No, Fab.
-¿Por qué saliste corriendo tras él?
-Quise saber algo.
-Ah, pensé que te gustaba.
-Maragaglio es lindo, no es mi tipo.
-Claro.
-Hablamos de Katarina.
-¿Se pusieron de acuerdo para echar a perder la boda?
-Más bien lo dejé pensando.
-¿En qué?
-¿Puedo confiarte un secreto en su lugar?

Hazlewood le contó a Fabrizio algo que escondía afanosamente y ya no le cabía en el cuerpo. El chico quedó boquiabierto y no supo qué hacer, salvo quedarse callado aunque no le parecía correcto ser cómplice. Se aclaraban detalles, pero no dejaba de ser incómodo.

-Iré a dormir.
-Adiós, Fab.

Hazlewood perdió el sueño y luego de tirar un par de libros por accidente, se puso a pensar de nuevo en lo que creía correcto. Tenía que huir de Venecia y el falsificador de Sussex se quedaría con lo poco que le quedaba para ofrecer. Su telescopio, sus aparatos de medición, algunos prototipos de inventos, una esclava de plata que no valía tanto y una cuenta de banco con apenas fondos eran sacrificables. Cualquier lugar para comenzar era bueno, aunque Hazlewood reconocía ser un inútil fuera del campo académico.

Muy en el fondo, el tipo tenía otro tema en mente y le asaltó a final de cuentas. Si lo dicho por Maragaglio era en serio ¿Por qué no había notado que Katarina Leoncavallo le tenía gran estima? Eso explicaba que tomara sus cursos y se atreviera a regalarle una cajita de mazapanes con jalea al término de una clase, episodio que Marco ignoraba. Sintiéndose con la obligación, Hazlewood retomó en el acto su dibujo de las lilas en el campo para terminarlo de una vez y dárselo a la joven cuando volviera a verla. Le interesaba tanto que quedara bien, que ignoró el reloj, sin notar que la noche era relativamente joven todavía. Afuera, la nevada parecía no tener final, aunque era reconfortante saberlo porque significaba que el viernes sería un día más silencioso. 

Fabrizio Antonioni espiaba a su padre desde la escalera y sin ningún esfuerzo se contuvo del sobresalto cerca de las once, cuando el teléfono sonó. El señor Hazlewood se incorporó y manchó su atuendo con pintura lila en el acto, sin darle importancia al tomar el auricular.
 
-Buonanotte, aquí Hazlewood.
-"Ay, me alivia que sea usted".
-¿Quién habla?
-"Soy Wendy Bacchini ¿Me recuerda?"
-"¡Señorita! La recuerdo bien"
-"Señor ¡Marco está muy mal!"
-¿Qué? ¿De parte de quién llama, Wendy?
-"¡Del hospital San Marco Della Pietà! ¡Marco se desmayó cuando pasé a hacer mi ronda, tuve que llamar de emergencia al doctor Pelletier a su casa!"
-¿Cómo está mi hijo?
-"Reaccionó, pero su oxigenación volvió a bajar".
-Voy enseguida.
-"¡Marco me pidió que no le avisara!"
-Hizo bien, Wendy... ¿Y Katarina? 
-"Duerme desde temprano".
-¿No se levantó con el alboroto?
-"¡Sí, pero tuve que inyectarle un calmante!"
-De acuerdo, cuando esté ahí le avisaré.

Hazlewood colgó enseguida y luego de tomar un abrigo del perchero junto a la puerta, salió sin dudar un segundo en tocar a la puerta de la familia Berton. Detrás de él, Fabrizio resolvió acompañarlo.

-¿Maragaglio? - preguntó el hombre cuando Anna Berton abrió y el otro se apareció de inmediato. 

-¡Vaya por el vestido ahora!
-¿Qué pasa? - preguntó Anna.
-¡Maragaglio, apresúrese!

Anna Berton se quedó sin respuesta y miró a sus vecinos y a su cuñado partir con enorme prisa. Intuyendo que sucedía algo grave, la mujer fue detrás.

-¿Puedo preguntar? - curioseó Maragaglio en la esquina de la calle mientras buscaba una ruta para irse. El grupo le contagiaba el desconcierto y comprendió que algo se había salido de control.

-¿Se podrá adelantar la boda? - le preguntó Hazlewood.
-¿No me dio un consejo hace rato?
-Maragaglio ¿quiere olvidarlo? 
-¿Ese cambio es por Marco?
-Si mi hijo va a ser feliz, que sea de una vez. 
-¿Hay algo que deba saber?
-Él tiene Marfan.

Maragaglio recordó lo que el doctor Pelletier le había informado al respecto.

-Nos dividiremos, yo iré por las cosas de Katy mientras usted y su hijo van con Marco... Pero no podemos, el MI6 lo podría encontrar ¿Le importa si lo dejo seguro en el hospital y luego me ocupo de lo que tengo qué hacer? 
-Lo que sea, pero quiero llegar pronto.
-Creo que puedo llamar a alguien de confianza. Caminen por aquí.

Maragaglio tomó su celular y luego de aparentemente discutir con una persona, consiguió que le enviaran una lancha sin hacer más preguntas. Momentos más tarde, el conductor lo saludó de mala gana, aunque fue cortés con Anna Berton y le ofreció enseguida un asiento cómodo.

-¿Nosotros nos podemos caer a los canales o qué? - reprochó Maragaglio antes de volver a reírse. El conductor resultaba ser Giampiero Boccherini y contrario al pronóstico, se hallaba en sus cinco sentidos. La señora Berton se dio cuenta de que su cuñado había aprovechado para hacerle una mala jugada.

-¿Dónde vamos, Anna? - preguntó Giampiero.
-Al hospital de San Marco en Dorsoduro - contestó ella con los brazos cruzados y la voz de un infantil berrinche. El señor Hazlewood hacía gala de su despiste constante y no dudó en situarse entre la mujer y Giampiero, pese a que su conversación había comenzado. El joven Fabrizio se quedó en la parte de atrás y Maragaglio se situaba junto a su mejor amigo.

-¿No eras enemigo mortal del gondolier? - curioseó Giampiero.
-Vete al diablo - contestó el propio Maragaglio.
-¿Aceptaste al yerno? Jajaja.
-Te voy a romper la boca.
-No sería la única vez.

Los otros tres se miraron entre sí.

-Anna ¿Cómo está Gabriele? ¿Puedo visitarlo? Le compré unos juguetes.
-¡Ni se te ocurra poner un pie en mi casa! - replicó la mujer.
-Tengo derecho de ver a mi hijo.
-¡No tiene tus apellidos!
-El viejo Berton no se va a enojar.
-Mi papá no se equivocó contigo.
-Te casaste con el tipo que le caía bien.
-Tampoco metas a mi esposo.
-¿Sabe lo del niño?
-No tiene por qué.
-Le dijiste que es suyo y no te voy a perdonar.
-Giampiero, resultaste un borracho.
-Tú me querías.
-Pero tú a mí no ¡Te casaste con tu vecina sin avisar!
-Lo hice porque no te decidías.
-¡Te dije que quería tener una carrera!
-Tu padre me echó y tú le hiciste caso.
-¡Desgraciado!
-Pensé que volverías cuando me divorcié.
-Ni loca dejo a mi marido.
-¿Para qué me avisaste de tu embarazo? 
-Debías saberlo.
-¿Para qué?
-Mínimo para que te dé vergüenza algo.

Maragaglio no soportó más y explotó en carcajadas.

-¿Y tú de que te ríes, maldito infeliz? - reclamó Anna.
-¿Quién se mete con Giampiero?
-Era mi novio de secundaria ¿Cómo iba a saber que se volvería un...? 
-Por algo se acuestan.
-¡Este tipo no me ha vuelto a tocar en ocho años!
-Y no creo que quiera.
-¡Eres un hijo de puta, Maragaglio! 
-Pero no tengo niños con mis amantes.

En ese instante, Edward Hazlewood se percató de que estorbaba, pero Anna Berton no dudaba en utilizarlo como un escudo humano. Maragaglio continuó su frenesí en silencio, con alguna carcajada discreta por ahí, felicitándose a sí mismo por conservar la habilidad de molestar con éxito a quien le colmara la paciencia.

-¿Qué se siente tener hijos sanos y que los problemas sólo sean de pareja? Porque no lo sé - murmuró Hazlewood cuando se emprendió camino y el silencio de Venecia se hizo sentir con su pesimismo y su aire funerario. Maragaglio y Anna se quedaron sin palabras.

-Marco estará bien, papá - respondió el joven Fabrizio.
-Siempre me pregunto si dejarlo ser feliz es lo correcto.
-¿Por qué?
-En la crisis anterior supe que tu hermano debía renunciar al trabajo y en lugar de eso, lo solapé.
-Él no te iba a hacer caso.
-A veces hay que imponerse, aunque los hijos sean adultos y crean que saben lo que hacen.
-¿Cómo lo habrías hecho?
-No soy fuerte, no puedo gritar y no sirvo para golpear.
-No es tu culpa.
-Me siento responsable.

Hazlewood respiró hondo.

-Fabrizio ¿Has hablado con tu madre? 
-Hace rato.
-¿Le contaste de la boda de tu hermano con Katarina?
-Va a venir pero no me dijo cuando llega.
-¿Tu hermana dijo algo?
-Que Marco le mencionó un resfriado pero no que era serio.
-Es increíble celebrar un matrimonio en estas circunstancias.

Giampiero Boccherini abrió más los ojos y no evitó mirar a Maragaglio para enterarse de aquello.

-Cambié de parecer - mencionó el mismo Maragaglio con los brazos cruzados y los demás le prestaron atención.

-¿Quién te dio trago? - curioseó Giampiero.
-No he bebido.
-¿Y por qué la Katarina de buenas a primeras se casa?
-Está enamorada de Marco Antonioni ¿Crees que pude hacer algo?
-¿Hablaste con ella?
-¿De qué? No te digo lo que pasó porque no entiendo qué hice.
-¿Ella sabe?
-Quedé como idiota.
-¿Se rió de ti?
-Ojalá fuera eso.
-¿Qué vas a hacer? 
-Le doy permiso de irse y me sorprende actuar como una persona coherente.
-No te conozco.
-Han cambiado algunas cosas, luego te pongo al tanto.
-Te invitaré unos tragos.

Maragaglio asentó pero Anna Berton no se contuvo.

-¡Deja de ser un borracho, Giampiero, por el amor de tu madre!
-¿Cuál es tu problema, mujer?
-¡Te estás ahogando en alcohol!
-Es para lo único que soy bueno.
-¡Te vas a morir con el hígado destrozado!
-El tumor cerebral me revienta más fácil.
-¿No te has operado?
-Los médicos no me lo van a sacar, dicen que no se puede.
-¿Te vas a morir de cáncer?
-Ni para eso sirvo, tengo la cosa encapsulada.

Un "wow" proveniente de Edward Hazlewood y su súbito gesto de curiosidad infantil provocaron que la atención se desviara.

-¿Cómo puede ser funcional? - preguntó el hombre.
-Si usted no sabe, yo tampoco.
-Oiga Giampiero, si un día decide hacer testamento ¿Me podría heredar su cerebro en un frasco con formol? 
-Voy a estar bien muerto, haga lo que quiera.
-Pero establezca un papel formal.
-Mi última voluntad es que usted se lo robe ¿Cómo dijo que se llama?
-Edward Hazlewood.
-Maragaglio lo ayudará.
-Gracias. 

Hazlewood esbozó una sonrisa y prosiguió.

-Nadie ha contestado mi pregunta de todos modos.
-¿Cuál era? Disculpe - intervino Maragaglio.
-No importa, ustedes tienen temas qué discutir.

Anna y Maragaglio se miraron mutuamente con algo de pena por su mala educación y Fabrizio Antonioni permanecía quieto ante la cascada de revelaciones que sabía que no podía contarle a nadie. De pronto, el chico pensó en la aparente complicidad entre su padre y su hermano, confundiéndose más y percatándose de que el mundo adulto carecía de inocencia no por experiencia, sino por las cosas que se callaban y las acciones que se escondían hasta el momento de recordarlas para controlarse y mantener una frágil paz.

-Papá ¿Todo va a estar en orden?
-Sí, Fabrizio, te lo prometo - remató Hazlewood y los demás se limitaron a quejarse del frío.

Los canales vacíos eran una bendición por las noches, pero cuando nieva en Venecia se obliga a la lentitud. Si bien, el hospital no era lejano, la visibilidad era limitada y el agua amenazaba con congelarse lo suficiente para que algunos bloques de hielo se hicieran más grandes y flotaran como si les costara unirse. 

-El invierno será crudo, he previsto que habrá canales no transitables y algunas tuberías deberán sustituirse- mencionó Hazlewood mientras miraba las marcas de agua en varias paredes. Nadie intervino para curiosear pero sí para advertir que fuera del hospital había mucha gente. En su mayoría, enfermos.

-Por fin puedo ver de qué emergencia me han estado hablando. Es horrible - mencionó Maragaglio.
-No debemos acercarnos - advirtió Hazlewood.
-¿Qué hacemos?
-Ir por el vestido y buscar la forma de entregarlo. 
-Estoy de acuerdo.
-También necesitamos papel.
-¿Para qué?
-¿No tiene una felicitación qué escribir?
-¿No tiene algo en qué...?

Maragaglio no fue capaz de terminar su pregunta, dándose cuenta de que Hazlewood demostraba su asustadizo talante con humildad, sin buscar provocaciones. En pocas palabras, el hombre era bueno y su lado malo era pequeño, en un caso insólito de respeto ganado sólo por existir.

-Giampiero, da la vuelta - dijo Maragaglio.
-¿Estás seguro?
-Iremos a mi casa pero hay que dejar a Anna y al señor Hazlewood primero.
-A mí no, yo voy con ustedes - intervino Hazlewood y acto seguido, le pidió a su hijo Fabrizio acompañar a la señora Berton hasta su puerta. Maragaglio comprendió entonces que la posible boda de Katarina y Marco era un asunto bastante personal y Edward Hazlewood estaba afectado por ello.

-¿Qué tan enfermo está su hijo? - preguntó imprudente.
-El marfan con Marco no está siendo amable.
-¿Por eso es importante?
-Sólo quiero que sea feliz ¡Al diablo todo!

Giampiero Boccherini creyó que Maragaglio había sentido compasión impulsiva por un moribundo y aquello no era más que una táctica para la seducción futura de Katarina, dando igual si el objetivo era ser un hombre escondido o un romance inocultable tras una puerta.

-Eres un miserable - comentó Giampiero cuando Maragaglio sacó un caramelo que después introdujo a su boca, impidiendo su respuesta.

La nieve que se depositaba sobre los rincones de Venecia se fue volviendo pesada, formando montículos desordenados que dificultarían su remoción por la mañana y a Edward Hazlewood le dio por imaginar que Katarina y Marco estaban deseosos de esculpir su propio muñeco de nieve luego de mirar a la ventana y ambicionar salir de la hospitalización con la salud suficiente para hacerlo. En un momento dado, el hombre notó que había trabajadores del Ayuntamiento y buzos atando embarcaciones a toda prisa, pero Maragaglio le haría la seña de que se encontraban seguros. 

-Fabrizio, no me esperes despierto - ordenó Hazlewood a su hijo menor y aquel lo contradijo amistosamente, obteniendo que su padre le alborotara los rizos con melancolía. Anna Berton les observaba con pena y en algún momento, su mirada se encontró con la de Giampiero Boccherini, ante lo cual guardó más silencio para ocultar que se había desilusionado de él.

-Quienes vayan a casa, que tengan buena noche - se despidió Maragaglio al retornar al punto de partida y Fabrizio auxilió a la señora Berton, quién dijo secamente adiós y envió un beso al aire. Hazlewood y Boccherini esperaron a que Anna y Fabrizio entraran a sus respectivos domicilios.

-Me van a explicar que se traen ¿verdad? - curioseó Giampiero luego de encender el motor y los otros dos ocuparon sus lugares para no caer.

-Te dije que luego te explico.
-Maragaglio, no seas ridículo.
-El señor Hazlewood tiene razón, es todo.
-¿En qué?
-¿No has pensado que tal vez estoy confundido?
-Siempre has sido un estúpido.
-Lo digo como hombre serio.
-Por favor.
-Te lo estoy confiando como mi amigo.
-Oh, entiendo.
-Hoy platiqué con él.
-No seas maleducado, no lo señales.
-Perdón, es que trato de ser... Giampiero ¿Cabe la posibilidad de que no esté enamorado de Katarina?
-Oiga, Hazlewood ¿Él está sobrio?
-No te distraigas, óyeme bien ¿Qué pasaría si en realidad amo tanto a esa mujer que estoy malinterpretando mis sentimientos?
-Maragaglio ¿De qué estás hablando?
-Tal vez la quiero como mi prima y mi interés es protegerla y que todo le salga bien.
-¿Es sobre ti amando a una mujer sin deseos de quitarle la ropa?
-Eso pasó en París.
-Espera ¿qué? ¿Tenías todo para hacerle el amor a la Katarina y no pudiste?
-Hasta la tapé con mi suéter.
-¡Jajajajajaja! ¿Te pusiste nervioso?
-Sentí que la estaba traicionando así que me fui, la dejé sola.
-¿La sedujiste?
-Ella fue la que se quitó la ropa, yo no le propuse ni le insinué. Juro que supe que no debía tocarla, me dio remordimiento y me sentí canalla... Preferí conocer a alguien más, se llama Katrina y le pago un departamento en París.

Giampiero se detuvo a la mitad de un canal rumbo a la Calle del Pignater y luego de hacer contacto visual con Maragaglio para una conversación gestual que confirmaba la historia, volteó hacia Hazlewood, mismo que tenía los ojos y la boca más abiertos de lo normal y los miraba como si tuviera algo qué agregar.

-Tengo razón, su amor por Katarina es fraternal, señor Leoncavallo - pronunció Hazlewood antes de mirar sus zapatos como si sus palabras fueran malas. 

-Pero cuando la Katarina llegó a Venecia, tú te la pasabas tirándote a Marine - prosiguió Giampiero.
-Piensa, quizás al principio me impresioné y con Marine me desahogaba - siguió Maragaglio.
-Cómo olvidarlo, si lo hacían hasta en mi casa.
-Pasó el tiempo y me enredé con Alondra, me volví fan de Katy, empecé a beber mis miserias e ignoraba a Marco Antonioni porque me era insignificante.
-¿Qué tratas de decirme?
-Sabía que mi prima me necesitaba, que era bueno ser su amigo, pero el señor Hazlewood me ha abierto los ojos.
-¿Y el deseo sexual qué?
-Katarina es mi familia, por eso soy incapaz.
-No entiendo.
-Es la primera vez que trato a una mujer como su protector y me preocupa genuinamente porque nunca he estado enamorado de ella. Katarina significa mucho para mí, pero lo que siento por ella es afecto, amor de primos, urgencia de guiarla... Pero soy tan animal, tan imbécil y tan macho casanova, que no sé tratar a una mujer sin pensar en cama. Katarina me confundía y me hizo soñar, pensar y llorar porque antes de hoy, no sabía que la amo de una manera diferente. Tú y yo ni siquiera lo planteamos porque nunca fui un hombre de familia con otra persona que no fuera mi esposa.

Giampiero deseo tener un licor en la mano para que la sorpresa se le convirtiera en algo normal.

-No nos peleamos en el bar por un amor de primos.
-¿Y si lo fuera?
-Deja de divagar, Maragaglio. Hazlewood te dice esas cosas para favorecer a su hijo.
-¿Por qué no me acosté con Katarina en París? 
-¡Porque estás enamorado, idiota! Si la poseyeras, sería como cualquier otra mujer y tú no deseas convertirla en tu amante.

Hazlewood dijo "no" involuntariamente y los otros dos giraron hacia él. 

-Antes de que me gane el miedo, yo declaro que ambos están equivocados y el señor Maragaglio debería dejar a su prima en paz - el hombre resolvió regresar a su actividad de contemplar su calzado y Giampiero Boccherini al fin estuvo de acuerdo con algo.

-Entonces sigo haciendo lo que estaba planeando. Vamos por el vestido - dijo Maragaglio.
-Primero nos calmamos y evito golpearte - admitió Giampiero antes de sacar una lata de bebida de manzana y acabar con el contenido en cinco sorbos. Era inverosímil que esos tres hombres compartieran el mismo espacio sin matarse entre sí, sin intentar al menos arrojarse el uno al otro al canal para sufrir con el agua helada. Hazlewood aprendió que la amistad podía ser ruda y que estaba frente a tipos conscientes de qué clase de bestias eran y qué lugar ocupaba él en aquella escena. Maragaglio y Giampiero nunca habían tenido un motivo para reflexionar, ni un moderador sugerente de alternativas al que no se atrevieran a destrozar por echarles en cara que no eran brillantes.

-Deseo decirle a Katarina que la amo - susurró Maragaglio a Hazlewood.
-Dígale la verdad.
-¿Sobre qué?
-¿Por qué me pide un consejo?
-Me puso a pensar.
-Con las mujeres soy malo.
-Yo no solía serlo.

Se suscitó el silencio y la nevada cesó, dejando sólo un viento helado que mantuvo a los tres inmóviles casi, mirando cada cual a la dirección que le parecía sensata. Salvo Giampiero, sus compañeros se hallaban pensando en mil palabras distintas aunque Edward Hazlewood decidió no compartir la respuesta que la situación ameritaba. En secreto y ayudado por una pluma y un papelito que decoraban el desorden de la lancha, escribió lo que le salía del corazón, sin imaginar el impacto de su frase al releerla una y otra vez en esa quietud:

"Katarina: Sólo importas tú".