martes, 9 de noviembre de 2021

Las pestes también se van (Katrina y su amante o I want it that way)


París, Francia. Martes, 19 de septiembre de 2002.

-Le envié al profesor Scarpa mi reporte sobre los etruscos y terminé su examen ¡Me puso a intercambiar e-mails con límite de tiempo! - se quejaba Carlota Liukin luego de enviar una última respuesta para cumplir con sus pendientes escolares y no haber podido hablar con su padre debido a ello. 

-No hagas drama, el señor Liukin sigue al teléfono.
-¿Por qué no me avisaste?
-Carlota, empezaste a hacer berrinche.
-¡Ay, Maragaglio! Era fácil pasarme la llamada.

Maragaglio entregó el auricular con un gesto de irritación y luego entró en su habitación con la intención de no escuchar a nadie. Sin embargo, la joven Katrina parecía muy apurada y se había puesto un vestido lavanda, además de unos aretes, discreto maquillaje y labial rosa.

-¿Dónde vas?
-¿Lo olvidaste, cariño? ¡Tengo una cita con mi novio!
-¿Antes de ir a Helsinki?
-Me diste permiso.
-¿No estabas en huelga?
-¡Tengo mi maleta preparada!
-Eh... Katrina, tengo que decirte algo.
-¡No tengo tiempo, corazón!
-Yo no me quedaré en Finlandia, es todo.
-¿No iremos?
-Mi esposa acaba de llamar y es urgente.
-¿Qué pasó?
-Se enfermó y tengo que volver.
-Estás ¿preocupado? 
-Sí, le pedí que buscara ayuda y yo volveré a Venecia.
-Ay, cariño...
-Llegaremos a Helsinki, me reportaré con mis superiores y volaré a Milán para tomar el tren... Katrina, te prometí el viaje a Finlandia. Te quedarás allá.
-¿Qué?... Corazón, yo entiendo.
-Quiero te diviertas, estarás bien.
-No debo aceptar.
-No pienso defraudarte, ve.
-Maragaglio, no.
-Dejé mis tarjetas en tu bolso. 
-¡Sácalas!
-¿No aceptarás mi regalo?
-Es demasiado, tú no estarás.
-Sigues contratada.
-No puedes obligarme.
-Es cierto, pero no creo que quieras volver tan pronto a Les Halles.

Katrina se quedó callada un minuto, detestando a Maragaglio por comportarse como un cretino otra vez. Él permanecía con lo brazos cruzados, recargado en la pared, delatando cierta angustia.

-¿No irías a ver a tu novio con un vestido amarillo?
-Lo manchaste, cariño.
-No lo recuerdo ¿Con qué?
-Con semen, corazón. Marine te pone como animal.
-Perdóname por el descuido.
-No vuelvas a agarrar mis cosas.
-Katrina, suerte con tu chico.
-¿Hablas en serio?
-¿Tienes unos minutos?
-¿Para qué?
-Quítate la ropa.

La joven no accedió y luego de tomar su bolso rojo, abandonó esas cuatro paredes para toparse con un insólito día soleado desde la ventana del pasillo. Carlota Liukin y su amiga Amy parecían listas igualmente para salir.

-¿Dónde vas? - preguntó Amy al verla.
-Tengo una cita en un parque aquí cerca.
-Te llevamos, nosotras vamos a comprar unos guantes y dulces.
-¿De verdad?
-Primero vamos por un spaghetti a la pâtisserie Lemand ¿Quieres acompañarnos?
-¡Puedo comprar un panecillo para mi novio! ¡Vamos!

Katrina tomó de las manos a ambas chicas y las hizo correr hacia la calle mientras Maragaglio determinaba seguirlas de forma no discreta. Aunque esperaba poca conversación entre ellas, el hombre se sorprendió al poco tiempo que las tres estuvieran interesadas en el examen de Carlota y en lo mucho que había tenido que leer para que el profesor Scarpa no le diera una baja nota. Ellas parecían tener deseos de dormir.

-El vuelo sale al mediodía - bostezó la joven Liukin.
-¿Qué hora es? - consultó Amy.
-Casi las nueve - concluyó Katrina antes de cruzar por una calle pequeña y pensar que había salido precipitada. Al menos, la mirada inquisitiva de Judy Becaud no la perseguía y contrario al cálculo, Carlota y Amy abandonaban su actitud difícil con ella.

-Oye, Katrina ¿No te enojaste por lo del vestido de ayer, verdad? 
-Fue un accidente, Carlota.
-Al final Marine no compró ni lo que le gustó.
-Algo me contaron.
-¿Maragaglio no te dijo?
-Mencionó que el señor Damon prefirió no llevarse el regalo y ella le hizo caso.
-Qué lástima, la chica se veía bonita.
-Arruiné la cita, el tío Enzo me odia.
-Claro que no, Katrina.
-No viste su cara cuando Marine se fue.

Carlota y Amy se miraron entre sí antes de cambiar de tema abruptamente. Como Katrina no entendía de patines, sólo decía que se había divertido en el Trofeo Bompard y que nunca había puesto un pie en el hielo más que para correr cuando se congelaban las calles de París.

-Pero te veías tan bonita, Carlota, que me dan ganas de conseguir unos patines - rió la joven nerviosa antes de mirar el reflejo de Maragaglio en un cristal y darse cuenta de estaba menos molesta. 

La pâtisserie Lemand se situaba junto a un pequeño jardín cercano a Les Marais y daba servicio desde las seis de la mañana. Era un sitio frecuentado por turistas pero a veces, los vecinos le visitaban por sus novedosos platos de spaghetti vegetarianos, mismos que acaparaban las órdenes desde el horario de desayuno. Para Carlota Liukin era todavía una novedad aunque Amy le aseguraba que no se trataba de algo tan especial y el encanto estaba en los quesos de tofu.

-Me quedaría a desayunar si mi novio no me estuviera esperando - admitió Katrina al asombrarse con las vitrinas. Macarrones, pralinés, bizcochos, galletas y sándwiches parecían adornar el lugar y el mostrador de productos de panadería era un mueble tan viejo como encantador y bien conservado. No tardó la chica en pedir un par de vasos con chocolate y un gran pan con chispas de caramelo que olía a mantequilla y ron.

-¡Tengo que dejarlas! Mi hombre llegará pronto - gritó Katrina y abandonó el lugar con prisa. Carlota y Amy no sabían si aquello les daba emoción pero la felicidad de esa joven las ponía de buen humor poco antes de tomar una mesa y ordenar jugo de tomate para acompañar sus pastas.

Mientras Katrina buscaba alguna banca junto a un árbol que le pareciera bonito en ese jardín aledaño, Maragaglio le observaba apenas a unos metros, oculto tras un semáforo en la acera. El viento movía las hojas secas del suelo y la joven no se daba cuenta de su espía al retocar su labial y mirar por un espejo si su cabello lucía arreglado. Estaba tan nerviosa que sus labios se secaban y una molesta sensación de escalofrío aumentaba su expectativa. Como ella aún no podía lucir sus zapatos nuevos sin sentir que le lastimaban los pies, se arrepintió de haber tenido prisa y decidió aguardar a que fuera su novio quien decidiera donde tomar asiento al llegar. Sin querer saber del reloj, Katrina poco a poco fue sintiendo que los minutos eran eternos.

Maragaglio trataba de no tener en mente a su esposa al tratar de adivinar quién sería el dichoso enamorado de su amante. Veía pasar mensajeros, barrenderos, tempraneros turistas perdidos, jóvenes buscando empleo y finalmente, un policía que parecía conocer a Katrina y le saludaba sin abandonar su ronda de vigilancia. Aquel hombre se había acostado con ella alguna vez, eso era fácil de adivinar. O tal vez a Maragaglio le gustaba crear películas en su mente con casi cada mujer atractiva que se cruzaba en su camino, aunque se sorprendió al descubrir al muchacho correcto apenas el oficial se marchó. Con un uniforme color acero, cabeza rapada y piel oscura, el novio de Katrina se hacía apodar "Zezz" pero su nombre era Oumarou y tal como ella había contado, se dedicaba al transporte de mercancías de distintos tipos. El chico acababa de regresar de Marsella y en las manos traía diferentes regalos para la joven como un collar de pequeñas piedras rojas, unos aretes de perlas de fantasía, una cajita de dulces y unas conchas de mar de color durazno. A Katrina le fascinaban esa clase de cosas y decía en voz muy alta que se haría unos broches para verse como una sirena. Aunque se mostraba feliz por verla, Oumarou casi no hablaba y miraba su reloj con insistencia.

-¡Te compré un pan y te conseguí un bling bling en una tienda muy bonita! ¡Era lo que querías, corazón! - declaraba ella y Maragaglio se cruzó de brazos a su distancia.

-Yo vine rápido porque me pidieron llevar una carga de mariscos a Colmar - dijo el joven cuando Katrina se disponía a mostrarle su celular como le había prometido unos días antes.

-¿No te vas a quedar? 
-No preciosa, hay que trabajar.
-¿Cuándo regresas?
-No lo sé, tal vez tome otra carga y me vaya a Bélgica. Es buen dinero.
-Zezz, casi no te veo.
-Estoy ahorrando, mi bonita.
-Te esperé.
-Pedí permiso para estar aquí pero no me da más tiempo.
-Corazón...
-¿Te está yendo bien con el cliente, verdad?
-Compré este vestido sola.
-Si él paga, aprovecha. Hay que juntar dinero, lo sabes.
-Pensé que tendríamos la mañana para estar juntos.
-Perdona. Vamos a trabajar.
-Zezz...
-Dime.
-Te amo mucho.

Katrina abrazó a su novio brevemente y él hizo un ademán de despedida sin pronunciar palabra. Maragaglio se limitó a ver a la joven tomar asiento en una piedra.

-Ni siquiera probó el pan - dijo ella, llevándolo a su boca con resignación, pensando en lo que el chico le había dicho. Tenían algún dinero en común, pero era escaso para vivir juntos y aún más insignificante para pagarle al mafioso que la mantenía en la calle soportando hombres sucios y crueles. Oumarou y ella debían esforzarse mucho, aunque les costara el tiempo.

-Maragaglio, creí que estabas con las niñas - dijo ella cuando aquel se le colocó de sorpresa al lado y empezó a acariciar su cabello delicadamente ante la mirada de cualquiera.

-Quería conocer a tu amor.
-¿Te burlas?
-No, es sólo que él tenía prisa por irse desde antes de llegar.
-Cállate.
-Como gustes... Katrina ¿Vas a decirme qué pasa?
-Estaba tan emocionada.
-Lo siento.
-Nunca puedo estar con él ¿Siempre será así? 
-Quizás ese chico es tímido.
-A veces pasan semanas sin verlo.
-¿Te llama?
-Me ha dicho que me extraña cuando me deja recados.
-¿Por qué no le mencionas que deseas estar más tiempo a su lado? 
-Él dice que debemos ahorrar mucho.
-¿Qué están planeando?
-Deshacernos de mi padrote y comprar un departamento pequeño donde se pueda.
-Ese novio debe quererte bastante.
-Maragaglio ¿Puedo preguntarte algo?
-Adelante.
-¿Por qué me elegiste? Es que a ti nada te hace falta, corazón.
-Nunca estoy con una mujer que no me interese.
-Mentiroso.
-Si no te encontrara intrigante, me habría ido luego de nuestra noche en el hotel de Les Halles.
-¿Te recuerdo a Katarina? 
-¿No conversábamos de ti?
-Es que cada vez que hablas de tu esposa, yo me pregunto si alguna vez podré estar con mi novio todos los días y recibirlo en casa sin la curiosidad de averiguar dónde estuvo.
-Susanna sí se interesa en eso.
-Me has dicho que jamás te lo menciona.
-Todas piensan en dónde estará su hombre. Incluso ella que no es celosa lo hace.
-¿Por qué la engañas?
-Porque las mujeres me encantan.
-¿Nada más?
-No es simple. Siempre me han atraído personas con algo distinto a lo que ofrecen otras que ya conozco. Algunas son dulces, otras se vuelven muy eróticas, están las que quieren experimentar y las que me retan porque soy un sinvergüenza.
-¿Yo qué soy?
-Katrina, tú me dejas ser libre.
-No entiendo.
-Eso es algo nuevo, por eso me gustas mucho.
-¿No estás buscando a Katarina en mí?
-Al principio sí... No me mires con esa cara, es que contigo no tengo que cuidar mis palabras ni medir lo que hago, aunque me regañes o estés en una protesta.
-Eso es injusto.
-Me encanta que me digas que no, que te resistas a veces.
-Menos comprendo.
-La libertad que me das no es gratis, Katrina. Eres una mujer con quien puedo estar y hablar y tan diferente a lo que esperaba que si fuera por mí, no saldría de la cama en semanas.
-Tú sólo buscas acostarte.
-Los que más me agrada es que te pegues a mi espalda cuando estoy leyendo algo.
-¿Por qué?
-Porque lo disfruto más. Aunque digas que estoy pagando, ninguna mujer antes descifró lo que estaba en mi cabeza.
-¿Sexo, vejez, vino y más sexo?
-No.
-Maragaglio, deberías ser feliz.
-Así es.
-¿Por qué no lo eres?
-Lo mismo me cuestiono a diario.

Katrina suspiró con decepción y dio una mordida enorme a su bizcocho, ocasionando que Maragaglio se riera por la forma en que las mejillas de esta se abultaban.

-Pareces una ardilla, jajajaja.
-¡No te burles, Maragaglio!
-¡No hables con la boca llena!... Te ves bonita.
-¿Lo dices sinceramente?
-¿Por qué sospechas?
-Te conozco bien, cariño.

Maragaglio tomó de la cintura a la joven y besó su sien.

-Nunca tratas a nadie así, corazón.
-Voy a extrañarte.
-No.
-Iré a Venecia... No te veré Katrina y no diré adiós. Ve a Helsinki por mí, por favor.
-¿Es tu regalo?
-No lo vi así.
-Eso es nuevo, ningún cliente me da cosas.
-No vuelvas a Les Halles o a Les Marais.
-Dile eso a mi padrote, cariño. Buena suerte.
-¿Te refieres al idiota de Marian Izbasa?
-Yo hablaba de otra persona.
-La próxima vez que la policía de París te moleste, no dudes en llamar a Sergei Trankov.
-¿Qué dices?
-Me encargué de la mafia, Katrina. 
-Maragaglio ¿A quién mataste?
-¿Necesitas saberlo?
-¿Qué hiciste?
-No me interesa que te ofendas, pero tuve que dar dinero por ti.
-¿Qué?
-A partir de hoy, me enteraré de cualquier cosa que te pase. Vendré cada que pueda, te visitaré y veremos qué se nos ocurre después.
-¿Qué harás conmigo?
-Llenarte de besos.

La chica no sabía qué sentir ni cómo reaccionar, sólo tenía la certeza de que era la amante de Maragaglio como lo había sido Marine, como cualquier otra. Mismo estatus, mismos regalos, escaso tiempo para tenerlo consigo y le asustaba la idea de acabar enloquecida por él.

-Eres libre, Katrina.
-Si lo fuera, no me pedirías nada.
-¿Qué hay de malo en desear que sólo seas para mí?
-Que estoy enamorada de otro hombre.
-Puedo vivir así.
-Amo a Zezz.
-Soy casado.
-Tú no amas a tu esposa.
-Amo a mi familia, Katrina.
-No te entiendo.
-¿Por qué me miras como enamorada entonces? No me molesta pero es raro.
-Eres el peor de los clientes que he conocido.
-¿Estás enojada?
-¡No quiero ser una más! 
-Me estoy quedando contigo pero no puedo ofrecerte un cuento de hadas o ser tu novio.
-Eres malo.
-Eres la mujer con la que engaño a Susanna. 
-Eso lo sé.
-No dejaré a mi familia.
-¿Para qué me propones esto?
-Para ser tu amante. No conozco otra forma de hacerte feliz.

La joven se asombró de cuán canalla, ventajoso y cobarde podía ser Maragaglio una vez que depositaba su confianza en una mujer. Más le sorprendía que supiera mantenerla atenta y no rechazara las nuevas reglas aunque fuera lo correcto. Sus fuerzas eran insuficientes para odiarlo pero aún bastaban para no rendirse ante él y sabía que ese rasgo era el que más lo atraía. Por otro lado, el consejo de Zezz de aprovechar el dinero de Maragaglio al máximo le rondaba la cabeza. Si ser su mujer escondida iba a asegurarle recibir costosos detalles, una tarjeta de crédito que no tenía que pagar, una cantidad  mensual puntual y un lugar donde vivir, cerrar el trato sin perder más tiempo era aceptable. Tenía permitido seguir al lado de su hombre y este también gozaría de los beneficios en algún momento ¿Pero ella era capaz de vivir de esa manera, con migajas del amor de un Maragaglio insatisfecho? Porque en la cama era fácil divertirse con él, pero fuera de ella ¿algo podía florecer? ¿Dormiría con la consciencia tranquila estando con su novio, a la espera de juntar ese monto que les haría cumplir sus sueños? ¿Zezz aceptaría esa situación?

-Maragaglio, no me lastimes y tampoco me contagies algo.
-De acuerdo.
-¿En Finlandia nos separamos, verdad?
-Procuraré verte lo más pronto posible.
-No me hagas esperar tanto.
-Tengo la intención de estar para ti.

El hombre besó a la joven largamente y Katrina acabó mirándolo, nuevamente, de forma similar al de una mujer sintiendo amor. Era involuntario pero también cómodo, aunque ambas partes tenían claro que sus sentimientos no eran de enamoramiento, por muy íntimos que fueran entre sí.

-Hay que ir por las niñas - recordó él.
-Han de estar comiendo spaghetti de calabaza.
-¿Qué cosa? Spaghetti con calabazas, dirás.
-Eso dice el menú de la cafetería.
-Yo pensaba que únicamente en América cocinaban pseudoitaliano.
-Jajaja, no deja de ser comida.

Katrina y Maragaglio se levantaron y colgados del brazo, caminaron hacia la pâtisserie Lemand, en donde Carlota Liukin y su amiga Amy degustaban un pay de nueces con chocolate caliente. Sus platos de pasta falsa seguían sobre la mesa y parecía que les había gustado, puesto que no había rastro alguno de salsa o tofu. 

-¿Podemos sentarnos con ustedes? - preguntó Katrina.
-Ay, claro ¿Cómo te fue con tu novio? - siguió Amy.
-Consiguió que le encargaran llevar unas cosas a Bélgica y fue muy lindo en verme antes de irse.
-Fue una cita corta.
-¡Sí! Pero lo vi y le di un besote a mi corazón ¡Me trajo obsequios!
-El collar rojo es bonito.
-Le pedí caracolas y si las trajo.
-¿Qué harás con tantas?
-Unos broches ¡Mi novio es lindo!
-Qué tierno, seguro es perfecto.

Carlota y Amy comenzaron a idealizar al desconocido muchacho mientras Maragaglio guardaba silencio sobre el cortante episodio y Katrina pedía un capuchino con pistaches para desviar la atención hablando del menú de Lemand. Aunque los cuatro se divertían, el celular de Maragaglio sonó y él tuvo que apartarse para responder. Las chicas guardaron silencio y pronto repararon en que las noticias eran malas.

-Ay, no ¡La señora Susanna está con tanque de oxígeno! ¿Cómo se contagió? - se lamentó Carlota.
-Ha de ser una gripe mutante - dijo Amy.
-A Katarina le pusieron una mascarilla y sigue sin poder respirar.

Pero Maragaglio no se contuvo cuando le mencionaron a Marco Antonioni y la falta de espacio para reubicarlo, así como su creciente interacción con Katarina Leoncavallo, misma que se consideraba en el hospital "algo de jóvenes" que le hacía bien a ambos.

-Carlota, tú conoces a Maragaglio mejor que yo - comentó Katrina.
-¿En serio?
-¿Es así de celoso?
-Con Katarina nada más. Es que siempre la cuida.
-Da miedo.

El silencio retornó y las tres se quedaron contemplando a Maragaglio, mismo que entre su esposa y su prima, reflejaba una preocupación nunca vista. Katrina se aferraba a pensar que él no buscaría la manera de hacerla su amante sin derecho a estar con Zezz o disfrazarla de las dos mujeres importantes de su vida.