domingo, 20 de abril de 2014

Fe


Tessa Virtue y Scott Moir / Foto: Natasha Ponarina ©


París, junio 2002.

Jean y Judy Becaud se instalaron en un edificio viejo de Montmartre y con dificultad, lograron revivir Le jours tristes con un par de mesas y una cocina rudimentaria. Con escasa clientela y un marido poco cooperativo, ella intentaba mantenerse optimista y procuraba no dejarse ver en la calle, ya que su madre no sabía que había vuelto. 

Otro de los dolores de cabeza, tenía que ver con el dinero. El matrimonio Becaud estaba muy endeudado y las discusiones eran la nueva rutina. Él a diario reclamaba que ella gastaba mucho y ella decía que él no quería soltar un solo centavo para hacerle mejoras a su local, el mismo que de tan oscuro parecía covacha. La joven, tan acostumbrada a las flores no podía ni comprar un ramo en la esquina para decorar y las lámparas eran un asunto pendiente ya que siempre estaban caras. Judy meditaba sobre aquello especialmente: necesitaba un socio y rápido, pero lo único que tenía era a un empleado desesperante, un tal Luke Cumberbatch que supuestamente era un buen cocinero pero era desordenado y acostumbraba llegar tarde, además de ser un conocido fracasado en el vecindario.

-"No debí hacerle este favor" - concluía la triste Judy cada vez que Luke arruinaba una orden o espantaba a los aventurados comensales. Ese día en especial, era el peor de todos, con amenaza de clausura por deficiencias en el servicio incluida y encima, el veredicto contable: números rojos.

-¿Qué voy a hacer? ¿Cerrar mañana? No tenemos nada - repetía la pobre a punto del llanto y planeando un nuevo ajuste financiero, aunque implicara reducir los insumos y aplazar de nuevo la compra de un horno que sirviera.

-Se acabó, se terminó lo del café, un apartamento bonito, el cableado nuevo y todo - comentó a su marido por la noche antes de ponerse a llorar y oírlo a él decir que estaba cansado de sus lágrimas. Si ella estaba desesperada, él también, o más: "Tú no perdiste los derechos sobre tus libros ni te embargaron tus cosas, tú no perdiste nada" alegaba Jean con insistencia y con el añadido de que no se quejara, que todavía podían conseguirse unos empleos. Él había preguntado por el de vendedor de zapatos en la acera de enfrente y a ella le recomendó tomar el de ayudante en el bar de al lado. Judy se hallaba incrédula. "Le pediré un préstamo a mamá" sugirió pero Jean respondió: "Claro, ya vas a llorar con tu madre, estás viendo que no podemos pagar ni el sueldo del inútil que contrataste y ahora vas a las faldas a ver que recibes... Como si no nos fueran a cobrar eso también".

La joven se acostó dándole la espalda a su esposo, con el estómago revuelto por el nerviosismo y por tragarse la angustia cada que llegaba un recibo o el recordatorio de que aun no cubrían el anticipo del alquiler. El casero no los echaba por mera pena y porque los creía recién casados.

-Jean, tengo la solución, despediré a Luke - comentó por la madrugada, cuando Jean no la escucharía por ningún motivo y podría levantarse de la cama sin ser víctima de las impertinencias de él, sólo para hallar en el buzón el requerimiento de pago de luz y descubrir que del dinero guardado en una cajita no sobraba ni un céntimo. 

Ante tal panorama, Judy haría lo que acostumbraba cada vez que sucumbía a la desesperanza: salir de casa y resolver su situación con una visita familiar. A sus hermanitos les daría gusto verla y su madre le daría una cantidad para sortear los gastos inmediatos, no importaba si como consecuencia tuviera que ayudarle con las costuras en su negocio de ropa para bebés o trabajar de gratis en ese almacén. Jean podría tragarse su orgullo y aceptar que la ayuda les venía bien, así tuviera que visitar a la suegra cerca del Quartier Latin cada semana, pero al caminar por la escalera que llevaba al café, la muchacha entendió que lo que había perdido en Tell no Tales era más que un hogar.

Se imaginó el antiguo Le jours tristes con sus paredes color amarillo pastel, su hermoso mostrador con cupcakes en la parte inferior, la pequeña caja al lado y la barra al fondo, las macetas en las orillas y los cuadros en las columnas. El nuevo Le jours tristes no podía ser así de chiquito, ni de familiar.

El nuevo Le jours tristes no sería encantador ni amigable, ni cercano ni entrañable como el original; sino distante y hasta descuidado, tanto que hasta Luke Cumberbatch encontrara su cabida... Y nada de su marido otra vez, el hombre estaría demasiado ocupado tratando de recuperar su trabajo que no se tomaría la molestia de agarrar el menú y rediseñarlo. 

-Como siempre, tienes razón, Jean - se recriminó, como al recordar cada reproche de su madre y su maestro favorito, cual mantra para aceptar que aquellos dos bien podían tener razón en que Judy no aspiraba a un matrimonio funcional. Sentada en un escalón, la joven de dio cuenta de deseaba ver a los muchos o pocos amigos que había hecho en Tell no Tales, a Tamara su leal confidente y por extraño que pareciera, a Ricardo Liukin recogiendo a su hija Carlota y regañando a Joubert, Anton, David y Amy por quedarse riendo y platicando hasta pasada la medianoche. 

-Amor ¿Qué haces fuera de la cama? - dijo Jean en una de sus rarísimas madrugadas de insomnio.
-No vi el recibo de luz ayer.
-¿De cuánto es?
-20€
-Ni eso tenemos.
-Me quedaba a oscuras si no compraba velas.
-¿El casero volvió a llamar?
-Le urge que le demos algo, lo que sea.
-En la semana resolveré eso.
-¿Ah sí? ¿Cómo?
-Empeñaré uno de mis premios.
-¿Cuál?
-El del Círculo de Críticos de Tell no Tales. Creo que con 1200€ nos dejarán vivir aquí unos tres meses haciendo la finta de que habrá otro día con suerte.
-¿Tenemos cosas inútiles?
-Pocas, nada con mucho valor.
-Estaba pensando...
-¿Qué cosa?
-Vender el anillo que me diste en Navidad.
-Si tú crees que sirve, adelante.

Judy volteó a ver a su esposo sin dar crédito. Se suponía que aquella sortija era un obsequio de aniversario, significaba algo especial.

-Ay no, vas a hacer tu puchero como en la mañana.
-¡Me regalaste esto, Jean!
-¿Quién te entiende? Me acabas de decir que quieres vender ese anillo.
-¿También me vas a pedir que me deshaga de mis pulseras y de mis aretes? ¡Hasta los que traigo puestos fueron obsequios tuyos!
-Judy, esta no es época para encoger el corazón y no creer que hay que desprenderse de ciertos objetos que pueden ayudarnos a salir del hoyo.
-¡Tú me metiste en esto!
-¿Para qué me sigues?
-No sé por que no peleaste por nuestro café en Tell no Tales.
-Me vas a salir con que tú no diste por vencida; señorita, le aviso que usted se escapó conmigo.
-¡Todo por tu gran bocota!
-Mi gran pluma.
-Gran pluma, gran pluma mi trasero.
-Tenía una obligación con mis lectores.
-No eres periodista, Jean.
-Esa nota es oro.
-¿Por qué no la vendes a un diario si es tan importante?
-Nadie me cree, Judy. Me jodieron ¿entiendes?
-Todos tienen la culpa, menos tú.
-¿Podrías creer en mí? ¿No lo ves? Si estamos en este hueco frío es porque dije la verdad ¿Por qué no lo entiendes? ¿Por qué no puedo llegar a casa después de buscar trabajo y que mi mujer me mire sin pensar que es hora de hacer la maleta porque esto no da para más? ¿Quieres irte con tu madre, Judy? Está bien, esto no es del todo tu culpa, pero sabías que las cosas serían difíciles. ¿Tú crees que no me frustra saber que nadie se toma la molestia de probar lo que cocinas cada mañana? ¿Que no me da impotencia ver que el horno se descompuso y que la despensa se vació? Cada que llega una nueva cuenta brinco de la ansiedad de que tal vez no llegaremos al próximo mes ¡Y aún así confío en que lograremos terminar con este bache, que tú vas a ser feliz otra vez ...!

Judy Becaud miró de nuevo a su alrededor. Todo lucía tan ajeno y tan malo y Jean, a pesar de todo, estaba demostrando que al final del día, le daba por tomarla en cuenta.  

-Encontraremos al socio que tanto quieres, Judy, no podemos costear las reparaciones.
-¿Tú piensas que alguien se va animar?
-Debe haber un loco o una loca en París.
-Vamos Jean, hay que dormir y calmarnos, planearemos algo por el desayuno.
-Tomemos el día, visitemos a tu madre.
-¿Estás seguro?
-La amas, la extrañas y te da buenos consejos, además me odia, así que ¿por qué no?

Judy sonrió y abrazó a Jean antes de que ambos fueran a la cama a descansar, como les hacía falta. Fiel a su costumbre, ella no cerró los ojos sin antes hacer sus oraciones, agradeciendo a Dios, en quien creía, que al fin su marido hiciera un poco de lado el orgullo y se inclinara por un segundo de fe.

lunes, 14 de abril de 2014

El interrogatorio sobre Carlota


Sergei Trankov hacía lo posible por conservar el rostro inexpresivo y la postura rígida en la sala de interrogatorios para ejercer como defensa el silencio y suprimía cualquier signo de frío o dolor para resistir la luz ámbar que le alumbraba la cara ya que por ser el estímulo más insignificante era el más riesgoso. Los golpes en la espalda, el cuerpo mojado y los azotes contra la mesa eran males menores y se metía en la cabeza que entre más insistieran en hacerlo hablar, más lejana sería la probabilidad de que lo enviasen a Cobbs.

-"No me importa ser electrocutado, no voy a morir" - pensó desafiante. Los oficiales habían fracasado al intentar sofocarle una hora antes y aquello lo hacía sonreír en sus adentros para irritación de Vladimir Putin, que entre más creativo se mostraba con sus torturas, menos disposición recibía del prisionero.

-Pregúntenle sobre vodka, a lo mejor de eso si nos platica.
-Está asustado, no tarda en cantar.
-Entonces pónganle a su padre enfrente ¿para qué lo tenemos aquí? si él lo entregó, que él lo interrogue- aconsejó un cansado novato. Putin por poco aplaudía.

-Traigan a Fabian Weymouth - se ordenó. Sergei Trankov alcanzó a escuchar aquello justo cuando se enteraba que su tiempo límite de siete horas aún distaba de cumplirse.

-No voy a pasar la prueba - musitó apenas lo suficiente para que Putin volteara a verlo desde su lugar sin malicia.

-Eres admirable, Trankov - le comentó. 

En Moscú, la nieve arreciaba y comenzaba a enterrar las banquetas con determinación. En la habitación, el guerrillero finalmente abandonaba la creencia de hallarse en el sótano, eligiendo pensar que lo habían metido en el primer piso, regalándole la vista a la calle como esperanza.

-El señor Weymouth aceptó hacerse cargo, pero quiere que lo dejemos solo, señor presidente - avisó el novato.
-¿Quién se ha creído?
-Es mi padre - respondió Sergei muy severo y Putin le estrelló la cabeza contra la mesa.

-Si que eres duro, Trankov... No vuelvas a contestarme como si fuera un tonto.

Putin se apresuró a salir y en la puerta, estrechó la mano de un hombre de cabello cano y ojos caídos.

-Todo suyo.
-Gracias, ¿me da la llave? Voy a quitarle las esposas a mi hijo.
-¿Por qué?
-¿De qué sirve llevarlo resfriado a Cobbs? Además, a él se le trata por las buenas. 

Putin no concedió el permiso y el hombre atravesó el umbral como si fuese propietario del edificio para encontrarse a Sergei.

-Matthiah, levanta la cara.

El rebelde se sorprendió de ver a su padre porque esperaba que esa presencia fuera una broma, un invento.

-¿Qué? ¿Pensabas que nadie más viajaba por el tiempo? Das vergüenza.

Fabian Weymouth se colocó detrás del guerrillero y lo desató.

-Ahora ponte esto, no quiero que te enfermes.

Sergei tomó una playera y una chaqueta.

-También la gorra.
-Me congelaba.
-Mírate muchacho, ¿dónde te hiciste ese tatuaje? ¿es un hurón, eh?
-Fue en Marsella.
-¿2002 o mil novecientos y tantos? 
-1908, me lo hizo un empleado del astillero.
-Vulgar pillo.
-¿Cómo aprendiste a sacar esposas?
-Las legiones en África dejan buenas habilidades.
-¿Cómo me encontraste? 
-El viejo del muelle me forzó a venir.
-¿Por qué hiciste que me trajeran aquí?
-Porque un hombre necesita recibir palizas cuando es como tú. Estás vuelto un guiñapo, siéntate.

Sergei acató sin chistar.

-¿Cómo vas de un tiempo a otro?
-No lo sé, padre, en serio no lo sé.
-Mentira.
-¡De qué te sirve!
-Matthiah, no te corresponde gritar.
-Absténte de llamarme Matthiah.
-Sergei Trankov no es mi hijo, tú sí.
-Que importa.
-¡Insolente! No eres el hombre que eduqué.

Fabian Weymouth tomó a Sergei por la espalda.

-Es una lástima que tomes el papel de lo que esa niña te convirtió.

El guerrillero no sabía qué contestar.

-Viniste a salvar una época que no es la tuya.
-¿Queda alternativa? 
-¡Regresar a casa!
-¿A qué volvería?
-A construir el futuro.
-Pues está hecho, no tengo a qué ir contigo. 
-¿Abandonarás a Alban, a tu prima y a tu madre? 
-Dile a mamá que la quiero.
-Matthiah, te he liberado de la carga familiar y de los negocios para que seas tú mismo pero has hecho una caricatura aborrecible. Tienes a varias mujeres sufriendo por seguir a una niña caprichosa que se dedica a manipularte ¿Por qué le dejaste tu destino a la tal Carlota? 

Sergei continuaba con su silencio al respecto.

-Tienes sangre seca en la frente, límpiate.
-Gracias por el pañuelo.
-No te entiendo, siempre fuiste un patán y estabas a gusto. A veces quisiera que no hubieras dejado la vida disipada, hasta te habría soportado más escándalos con cortesanas caras antes que esto.
-¿No eras tú el que suplicaba que yo cambiara?
-¡Vuelve a verte, Mattiah! Las cicatrices, las arrugas, el miedo ¡Ese no eres tú!
-¡Intento ser un buen hombre!
-¿Cuánto más hay que repetírtelo? ¡Eres el títere que Carlota Liukin desea que seas! ¡Un hombre debe proteger a una mujer, no a una niña! 
-¡Carlota ya no es una niña!
-¡Pero tampoco es una mujer! ¡Ella es un monstruo! 
-¡Carlota es sólo una chica que no alcanzo a entender!

Fabian Weymouth propinó un puñetazo a Sergei, más por incredulidad que por la genuina convicción de hacerlo por enojo. 

-¿Cuándo la conociste?
-El año pasado, en el parque De Gaulle.
-No hablo de ese encuentro, hijo.
-Entonces ¿de cuál? 
-De la primera vez que la soñaste.
-Nunca me la he topado así.
-¡Mientes! ¡Todas tus amantes se han quejado de oírte confundirlas con ese nombre de Carlota! 
-¡Carlota es sólo una jovencita que salvé de un enfrentamiento en el parque! 
-¿Y tus sueños? ¿Y tus pesadillas? ¿Y tus viajes? ¿No se supone que esa niñita te ordena cómo vivir? 
-Carlota Liukin me desagrada.
-Qué falsedad.
-No puedo rendirle pleitesía como ella le exige a todos los que la conocen y admiran.
-Pero no eres capaz de negarte a salvarla de sí misma ¿Por eso te has hecho su guardaespaldas?
-No caigo tan bajo.
-Porque estás hundido.
-No me volví un guerrillero por protegerla, es el futuro de Tell no Tales el que pende de un hilo y es mi responsabilidad cuidar lo que construí.
-¿Por qué estás aquí y no allá?

Trankov agachó la cabeza. No tenía motivos para responder, estaba indefenso.

-Le revelaste al teniente Ilya Maizuradze que no valía la pena luchar por esa ciudad ¿Podrías contarme qué cambió?
-¿Quién te enteró de esa charla?
-Yo fui a seguirte... Voy a disculparme con ese buen hombre, lo han culpado de tenderte una trampa.
-Afortunadamente, le creo más a él que a ti.
-No empecemos una discusión más personal, que tengo otros reproches igual de serios.
-A los cuáles no les aguarda una respuesta que no te haya dado antes.
-De todos los problemas que has tenido, de este no puedo sacarte.
-La cárcel y la pena de muerte son consecuencias lógicas.
-No es el tema que me atañe.
-¿Entonces? 
-Carlota y Tell no Tales.
-Insistes en un caso perdido y otro más rescatable.
-¿Cuándo comenzaste a soñar con ella? 
-No digas más, mejor interrógame como lo haría Vladimir Putin, es más conveniente.
-He anhelado que entiendas que hacerle caso a ese monstruo de muchacha no está bien.
-Deja de llamarla monstruo.
-¿Cómo quieres que la nombre?
-Como te ingenies, pero no monstruo.
-Mattiah, debes deshacerte de ella y no cooperas conmigo.
-Carlota no va a parar, lo sabes.
-Es importante que me digas en qué segundo iniciaron tus sueños, porque principalmente por ella es que estás aquí.

Trankov no concedía ni un poco de verdad a su padre, no la suya. Carlota era un problema que sentía que debía arreglar solo y ahorrarle a los demás la frustrante tarea de pensar en ella; pero el pudor también lo enmudecía. Algo tan íntimo, como un instante dormido, era abrumador de desahogar.

-¿Lía sabe con quién has soñado?
-¿Lía?
-No soy tan inocente, noto que has pasado noches a su lado.
-No le he contado que Carlota es su bisnieta.
-¿Algo que le hayas explicado?
-Que me encuentro con ella; Lía la vio una vez.
-¿Por qué no te abandonó?
-Porque le dije la verdad, ya no quiero acercarme a Carlota, me aterra y al mismo tiempo deseo tanto...
-¿Qué cosa?
-Carlota Liukin es la única que existe en mi mente cada noche.
-Mattiah, esto es inconcebible ¡Deja de decir idioteces!
-¡Si te contara mis delirios, no me alcanzarían las horas para que entendieras!
-¿Qué te ha provocado esa niña? 

Sergei Trankov se incorporó y se recargó frente al cristal de la sala. Con lentitud, depositó las manos en los bolsillos de su pantalón y después de hurgar en ellos, sacó un collar con dije de plata en forma de corazón, recordando que Carlota Liukin se lo había dado a guardar y por alguna circunstancia, no lo devolvió.

-¿Qué te hace creer que Carlota no está rezando por mí? - señaló de pronto - ¿Que no llora o que no se preocupa?
Es cierto, no sé cómo voy de una época a otra y cómo esa chica maneja mi vida, pero conozco muy bien mi misión.

Trankov apretó el dije con su puño y al descubrirlo de nuevo, deslizó su pulgar sobre él, abriéndolo y deslumbrándose por lo que guardaba.

-"Cuenta conmigo, Carlota" - pensó.

-¿Que traes en la mano?
-Algo que me pertenece, padre.

Sergei Trankov cerró el corazón y dando la media vuelta, lo mostró a Fabian Weymouth y después a Vladimir Putin.

-¡Me juraron que lo habían revisado! - gritó Putin, Sergei sonrió espontáneamente.

-Suelta eso, hijo - clamó el señor Weymouth.
-¿Conoces esta joya?
-¡Es el Corazón del mar! ¡El del Zar! ¡El que robó el pirata!
-¡Oye, Putin! ¿Te interesa? - cuestionó Sergei de frente al cristal polarizado de la sala. 
-¡Estás loco Mattiah! - exclamó su padre.
-Mattiah Weymouth debe hacerse a un lado, papá; seré Sergei Trankov hasta que esto termine y volveré a mi tiempo y a casa, me dio gusto hablar contigo.

La puerta del lugar se abrió al momento en que Sergei se colgó el dije, permitiéndole salir al pasillo.

-Siempre te convendrá mantenerme vivo, Putin.
-Tienes tres minutos, vete por el oeste.
-¿Tiene coartada?
-Miles.

Sergei rió más y se consagró a correr velozmente.

-"Sergei Trankov se escapa, no le disparen y no lo detengan, repito: no lo detengan" - oían los militares y los policías del edificio por radio. La niebla blanca era ya tan densa que el guerrillero era prácticamente invisible, haciéndole ganar cierta carrera a las manecillas cuando llegó al enorme patio oeste. Se registraban sus pisadas en los micrófonos pero nadie podía localizarlo. Al llegar a un enrejado, Sergei sacó un balín rostov de un bolsillo, lo arrojó y destruyó barricadas y explosivos alrededor, dejando atrás definitivamente el lugar con mucha seguridad. La ciudad de Moscú se encontraba a diez kilómetros a pie. 

Sergei Trankov determinó caminar al lado de la carretera una vez que estuvo alejado, reflexionando sobre el golpe de suerte que acababa de experimentar, encontrando un teléfono amarillo a la orilla de un retorno. No le quedaba claro si era de mañana o el atardecer prolongaba su duración, pero había mucha luz y esa niebla espesa se transformaba en nieve. 

El guerrillero intuía que era oportuno protegerse en la cabina y dejar que la tormenta siguiera su curso. No poseía nada para cambiar su aspecto y no ser reconocido, tampoco un abrigador suéter debajo, pero ambas desventajas lo tenían sin cuidado mientras contemplaba tentadoramente el auricular. 

-Cuánto miedo sentí - expresó al asimilar la situación, hallarse con la frente sobre las rodillas y los ojos repletos de insólito llanto, así como un temblor en las manos. Él supo que la próxima ocasión sería capturado por el Gobierno Mundial y nadie saldría a postergar su momento final.

Aun se imaginaba como lo recibiría Lubov y a qué rumbo tendrían que marchar, cuando optó por resistirse y no usar el teléfono, pero al hacerlo, alguien golpeó la puerta de la cabina.

-¿Carlota? 

Una figura ataviada en rojo, la mismísima niña del abrigo rojo, lo miraba a través del cristal y se desintegraba en medio de una lluvia de diamantes. 

-"Habla con ella" - sugirió la figurilla antes de desvanecerse por completo. Trankov se puso de pie y descolgó, pero recordaba un solo número y era el más apropiado.

-"¿Hola?" - respondió una voz triste.
-Carlota Liukin, sé que eres tú.

Hubo un silencio que duró apenas. Sergei reconocía los pasos de Carlota al apartarse de los demás y la escuchó llorar de alivio y emoción.

-No es necesario que pronuncies nada, Carlota. Estoy vivo y estoy bien... Voy a Moscú y quizás no deje rastro más tarde.

Sergei Trankov percibía la respiración de la joven.

-Puede ser la última vez que logre localizarte y decirte "hey, todo será mejor desde hoy", o sea la primera de muchas; pero nunca podré darte las gracias como ahora. Yo te debo mi vida.

Él estrelló su mano izquierda en el cristal. 

-Carlota Liukin, soy tu guerrillero y pelearé por ti, a eso vine hasta este rincón. Aunque no puedo corresponderte, honraré el amor que me has dado y será un gran aliciente verte feliz. Un día, al final de este camino, cuando me toque el turno de ir de vuelta a mi hogar, sabrás que mi dedicación a ti es verdadera y que nunca te olvidaré. 
Anhelo que al llegar ese concluyente instante, todo entre nosotros se haya saldado. Crece, cambia, madura, prueba y vive, lo mereces, ¡tienes estos años para intentar y levantarte! Si nos volvemos a ver, será el lugar y nuestra oportunidad
¡Te deseo un futuro "te amo, Carlota Liukin"!

Él cortó la llamada y abandonó la cabina decididamente para retomar la ruta hacia Moscú. Al otro lado del auricular, Carlota Liukin lloraba de alegría, desconociendo que su dije de plata había rescatado a Sergei Trankov.

martes, 1 de abril de 2014

Entre Bérenice y Maddie


Tell no Tales:

-Buen discurso sobre la detención de Sergei Trankov, fue muy convincente fiscal Eckhart.
-Me limité a explicar el procedimiento ¿alguien ha logrado contactar a la embajada rusa?
-Seguimos en eso.
-Oficial, quiero que Trankov sea custodiado por la Marina, que alguien consiga una orden, cualquier juez accederá.
-¿Algo más?
-¿Cómo va la revisión de expedientes?
-Maddie Mozer se ha negado a entregar los que faltan, dice que lo hará cuando le devolvamos el resto.
-No puede ser, debemos acabar a más tardar el jueves, si no tenemos los archivos listos a cualquier hora nos llegará un diluvio de reclamos por el desorden. Yo lo arreglo, alguien sírvame café y póngalo en mi escritorio. 

Lleyton Eckhart presionó el botón del elevador mientras se cubría la cara con la mano izquierda para simular estrés de forma efectiva y prepararse para una nueva y pesada jornada.

-No es necesario buscarme, me cambiaron de lugar - le avisó una mujer que salía del ascensor - Mejor haz algo con ese aspecto ¿estás enfermo Eckhart?
-¿Perdón?.. Me distraje, Maddie ¿me harías el gran favor de enviar lo que ordené?
-Sígueme, mi lugar está cerca de la escalera.

Lleyton y Maddie cruzaron el tercer piso y ella abrió una bodega. El aguardó a que la mujer se colocara en su puesto detrás de un cristal y le invitara a tomar asiento.

-¿Te gusta? Tengo luz natural.
-¿Cuándo trasladaron el archivo para acá?
-Tres meses.
-¿Qué?
-Tú estuviste de acuerdo, Lleyton, hasta me felicitaste.
-No me acuerdo.
-Nunca prestas atención... ¿Lleyton? Hey, atiéndeme, no tengo tu tiempo ¡Lleyton!
-Lo siento, lo siento, no dormí.
-Se nota, luces pésimo, qué ojeras y ¡dios! ¿te bañaste?
-Sí ¿no parece? ¿huelo mal?
-No, pero... ¿tienes resaca? 
-¡Por supuesto que no! 
-Lleyton, fui tu esposa, te conozco y ¿qué rayos tomaste? ¿Fue whisky, verdad? Lleyton, responde... ¡Ea, mírame y responde! 
-¿Dijiste algo?
-Ya... Mmh ¿Quién es la chica? 
-Qué absurdo, mejor sepulta mi oficina con todas esas cajas y me avisas cuando hayas acabado.
-Lleyton, no te daré un documento más... ¡Ay, no! ¿Otra vez? ¡Hombre, tu asunto está aquí enfrente!
-Discúlpame, me siento cansado.
-No te creo, jamás ignoras el trabajo.
-¡Me embriagué, de acuerdo! Bueno no, pero el whisky no ayuda.
-Lo sabía ¿a qué se debió el milagro?
-¿Cuál?
-El de tomar unos tragos ¿ser el fiscal general ya te hizo efecto? 
-Pasé unas noches terribles, me... 
-¿Lleyton?
-Qué hermosa...
-¡Ah, lo sabía! ¡Es una mujer!
-¡No!
-Acabas de decir "qué hermosa" y eso aplica con chicas ¿de quién se trata?
-Mira Bére... ¡Maddie! Tenemos mucho que hacer.
-¡Me confundes con ella! Ya dime ¿cómo es?
-Maddie, sólo quiero ocuparme del desastre en los archivos y es lunes.
-¿Te reconoces, Lleyton? Te emborrachaste por una mujer, ja ja ja.
-¡Claro que no!
-Es inútil, te pusiste en evidencia con tanta distracción.
-¡No me gusta ninguna mujer o muchacha!
-¿Es Sandra Izbasa?
-Ella no cuenta como mujer.
-¡Aw! A Lleyton Eckhart le gusta una bella donna; me alegra que recuerde que es humano. 
-Deja ese cuento.
-Vamos, Lleyton, no habías suspirado por nadie en años.
-Maddie, no entrometo mi vida personal con mis colegas.
-Otra vez pones tu barrera.
-Me parece correcto separar mi intimidad de la oficina y ya he dicho bastante.
-Sigues siendo el mismo tipo con el que estuve casada. 
-Mira, Maddie, no es que no confíe en ti, es que debo resolver esto por mi
lado.
-¿En serio te inquieta esta desconocida? ¡Qué lindo, Lleyton! 
-Pues no es tan bonito, tengo que arrestarla.
-¡No! ¿Es una bandolera? ¿Te convertirás en su Clyde?
-No te rías.
-Es que me cuesta creerlo ¿es una ladrona? ¿viuda negra? ¿prostituta?
-Mesera.
-Eso no es un delito.
-Ella es una infractora.
-Dime su nombre.
-No te confiaré algo así.
-¿En qué restaurante trabaja? 
-No la encontré en un lugar de esos.
-No se me ocurre otra cosa... ¿un club nudista?
-¿Por qué entraría a un negocio así?
-Cierto, eres muy aburrido.
-¡Mujer! 
-Nunca vas a un estadio, te choca el parque, no sales ni por un helado y te gusta comer en Poitiers porque algo bueno debías tener.
-Fui a otro sitio el sábado.
-Je, detalles. ¿El sábado, en serio?
-Por la mañana y por coincidencia me encontré a la chica, no avisé a los oficiales y terminé regresando por ella en la noche. Quedé como estúpido.
-Si no le avisaste a la policía es porque te... ¿Qué pasa Lleyton? ¿Te gustó mucho?
-Si trajera a esa chica a esta jefatura, me darían una condecoración enseguida.
-¿En serio?
-Cuando me acerqué a ella, me volví un idiota, corrí y no paré de beber whisky por todo el Panorámico.
-Ahora sí tengo la boca abierta.
-Quise ver cuáles cantinas debo clausurar y ella estaba justo en esa.
-¿Cuál? 
-¿Y si me confundí y ella es una persona muy diferente?
-¿En dónde la viste?
-¿Recuerdas que me desagrada el salkau?
-¡La cantina de Don Weymouth! 
-La chica me atendió, hasta bebí esa cosa para darme valor.
-¿Tomaste salkau? ¡Ja ja ja! 
-Me porté como una gallina sin cabeza.
-Ay, Lleyton, esa mujer te atrae bastante.
-¿Por qué no la detuve?
-¿Quieres que te ayude?
-Deseo saber quién es, qué hace, de dónde viene, qué le interesa o si se acuerda de mí.
-Eso es fácil, yo puedo preguntarle.
-Gracias.
-Ven, resolvamos esto.

Maddie agarró su bolso y obligó a Lleyton a ir detrás, huyendo por la escalera. El pobre hombre no podía resistirse al paso de ella.

-¿Qué planeas? - le preguntó en la calle. 
-Tranquilo, Lleyton, voy a ayudarte.
-¿A qué? 
-A hacer tu trabajo.
-¿Estás loca, Maddie?
-El demente eres tú, te gusta una criminal.
-Con todo respeto pero yo no debería venir.
-Todo lo que debes conocer de la mesera se obtiene sencillamente.

Lleyton y Maddie se trasladaron al Panorámico por metro mientras ella se reía a momentos y le daba por creer que él finalmente llegaba a una especie de tope con su devoción por el trabajo. Cuando arribaron a la estación, era tal el pánico de Eckhart que su acompañante comenzó a tratarlo como pequeño.

-Mira, Lleyton, tú te quedas aquí a esperarme y yo me encargo de hablar con la chica. Si te mueves, te las verás conmigo.
-Pero tengo que verla.
-Estás hiperventilando, no hay motivo.
-Regresa tan pronto como puedas.
-¡Venga, mi niño! Je, je, no puedo creer que estoy resolviéndote un aprieto. Dame algo de tiempo. 

Maddie abandonó el solitario andén en
medio de un ataque de risa y llegó a ese escenario peatonal que era la zona de bares. Asomándose por el mirador, se percató de que la probabilidad de que Eckhart no exagerara se reducía a una y si no visitaba la taberna ya, nunca podría comprender qué acontecía con exactitud. 

Tomando las cosas con escepticismo, Maddie giró hacia el local de los Weymouth y le bastó colocarse en el marco de la puerta para enterarse de lo primordial: La dichosa mesera no era la alucinación etílica de un workaholic, sino un personaje notable por su chispeante personalidad.

-¿Bérenice Mukhin? ¿Aquí? - habló para sí al tiempo que la aludida soltaba unas lagrimillas encima del periódico por Sergei Trankov y las intercalaba con la toma de órdenes de los pocos presentes. Para evitar que sospecharan de su vigilancia, Maddie escogió una mesa y se limitó a recibir su turno.

-Buenos días, señorita.
-Te digo hola.
-¿Se le ofrece desayuno?
-¿Cuál es el menú? 
-Estofado de vegetales.
-Prefiero beber algo ¿hay salkau?
-Los sabores de hoy son guanábana, manzana y avellanas.
-Dame un vaso de avellanas.
-Claro.

Bérenice fue directo a cumplir el pedido y Maddie la vio llorar.

-Aquí tiene.
-¿Puedo saber que te pasa?
-Capturaron a Sergei Trankov y eso me pone muy triste.
-¿Eres una de sus admiradoras?
-Es mi héroe.
-Qué mainstream.
-¿Main... qué?
-¿A quién no le gusta Sergei? digo.
-A las que tienen mal gusto.
-Ahora que lo dices, concuerdo.
-¿Supo que lo atraparon? Pero escapará, confío en él.
-Si tú lo dices.

Bérenice pudo continuar conversando si su jefe no le hubiese puesto a limpiar la barra de inmediato. Para Maddie, aquello era inentendible: estaba frente a una chica buscada por las autoridades y a nadie le interesaba delatarla, al contrario. 

-Lleyton, estás frito - murmuró cuando la contempló mejor. Hasta al exhibir su risa fingida delante de los pescadores, Bérenice lucía natural y su labial rojo destacaba por entero sus rasgos.

-No le cobré el vaso, son 25c - dijo la mesera al darse cuenta de que Maddie tomaba gratis.
-Por supuesto, te doy el dinero.
-En un momento le devuelvo el cambio.

Maddie, que aun consideraba que Bérenice Mukhin era mujer normal, se llevó una rotunda sorpresa cuando aquella demostró que su memoria era deficiente ya que había olvidado servir dos o tres tragos. A lo mejor era por novatez, igual de resaltable que su comportamiento divertido, pero Maddie también constató que Bérenice no sabía de números y era Don Weymouth quien realizaba las cuentas por ella con tal de que la clientela no se quejara por la entrega errónea de cantidades sobrantes.

-Sus monedas, señorita.
-Gracias, oye mujer ¿te sentarías un momento conmigo?
-¿Por qué no?
-¿Haces lo mismo a diario?
-¿Qué cosa?
-Estar con la gente en su mesa.
-Si ellos lo piden, sí. Yo los complazco en lo que buscan.
-¿Hablamos de la cantina todavía?
-Sí, afuera no me llevo con nadie, don jefe me despediría si se me llego a poner de acuerdo con alguien para vernos lejos de aquí.
-¿Cuánto tiempo llevas trabajando?
-Desde el viernes, lo sé porque le pusieron carita feliz al calendario y yo siempre marco así ese día.
-¿Recuerdas a todos tus clientes?
-Si no se hacen notar, se me olvidan sus caras después de cobrar.
-Es que, he venido aquí antes y eres la novedad.
-Dicen que les caigo muy bien.
-¿Te vas a acordar de mi rostro?
-Tal vez, lo más seguro es que no.
-Es que te quiero preguntar algo.
-¿Qué?
-¿Recuerdas a Lleyton Eckhart?
-¿Quién es?
-El nuevo fiscal general de Tell no Tales, estuvo el sábado bebiendo salkau, tú le atendiste.
-No sé nada.
-¿Me dices la verdad? Él ha salido en el periódico.
-Sí, perdón.
-Así está bien.
-¡Chica, saca la basura! - mandó Don Weymouth al instante, Bérenice se incorporó enérgicamente y sujetó con dificultad dos enormes bolsas hasta el contenedor de la banqueta. Acto seguido, la joven corrió a asearse las manos y a instalarse en la barra, a esperar parroquianos. Como se aburría pronto, ella depositaba un poco de dinero en la rocola y bailaba merengue o las canciones de Michel Teló, recibiendo aplausos de los pescadores y propinas extra. Para Maddie, contemplar a esa mujer era desconcertante.

-¡Chica, deja la fiesta! ¡Ve al mercado!
-¿Qué le traigo, jefe?
-Manda a pedir cuatro cajas de zarzamoras para mañana, te doy dinero exacto.
-¿A quién le digo?
-Al señor que viste de anaranjado, no hay manera de fallar, de todas formas anoté en el sobre por si se te olvida.
-Allá voy, jefe.
-Toma, te compras algo.
-Muchas gracias, ¿usted querrá un antojo?
-Entrega bien el encargo al señor de anaranjado ¡anaranjado!
-¡Lo veo luego!

Bérenice salió y Maddie oyó decir con los pescadores que la chica tenía una retención tan mala, que era milagroso que no se equivocara frecuentemente al servir mesas. De hecho, le daban propinas mayores a lo que estilaban para evitarle el bochorno de contar y más de uno sabía que Bérenice no leía ni las letras grandes, aunque a la clientela le agradaba tenerla ahí dentro por ser bonita y no considerar los piropos subidos de tono como acoso. 

-Pues qué caballerosos - susurró Maddie antes de contar cinco minutos y ver a Bérenice de regreso.

-¿Pudiste dejar el encargo?
-Me dieron el recibo, jefe.
-Menos mal, mejor te felicito ¿Qué comes?
-¡Una pop-tart de chocolate! Me la vendió la señora de los dulces, ¡siempre quise probar una!
-Me alegra chica, vuelves a tus labores cuando hayas terminado con tu ...
-¡Pop-tart!
-Esa cosa... Evan llega a las once y media y te quiero bien arreglada porque en esta cantina somos decentes y vamos a misa de diario como Dios manda. 
-Lo que me ordene, jefe. 
-Que por la Santa Trinidad no nos han cerrado y hay que dar las gracias.
-Así es, como rápido.

Para Maddie, tal escena fue suficiente para marcharse discretamente, con conclusiones no halagadoras. Al pisar la calle, se sentía más que incómoda.

-¡Lleyton! ¡Te dije que esperaras en la estación! - gritó y cruzó la acera.

-Tenía que verla.
-¡También compraste una estúpida pop-tart!
-Maddie, me estoy volviendo loco, la seguí por el mercado, no me controlo mucho, ¿hay algo mal?
-Ella no se acuerda de ti el sábado ¿contento?
-¿Qué? ¡Hice el ridículo enfrente de ella!
-Lleyton, ni siquiera podrías llevarla a declarar ante el juez si se te quita la locura de que esta mujer te atrae como animal. 
-¿Sí es Bérenice?
-Sin falla, pero no es conveniente acercarte a ella.
-¿Qué supiste?
-No es competente para ningún proceso penal y un estudiante con una semana de derecho es capaz de demostrarlo. Lleyton, esta mujer no sabe leer, ni de números o en qué día vive a menos que le ponga carita feliz al calendario o algo así entendí. Si trabaja en esta cantina es porque todos prácticamente se masturban pensando en ella y si le piden algo, Don Weymouth se tira a orar para que no la riegue.
-¿Quieres decir que ella es tonta?
-Ignorante, tonta y olvidadiza. Tengo que reconocerle que anda con buena actitud y tiene ganas de trabajar, a lo mejor tiene un poco de talento pero ... Ay, Lleyton, lo lamento.
-¿Tiene novio?
-No lo investigué, pero le gusta Sergei Trankov y no la culpo ¿a quién no?
-Maddie, ¿debo olvidarme de este asunto porque ella no es muy lista?
-Tienes que librarte de este cuento porque si ella no aprendió lo elemental, menos como es tu cara. 
-Maddie, no me has dado un motivo para olvidarme de ella.
-¿Qué sea una pandillera no te basta?
-Dijiste que no es consciente de muchas cosas.
-Lleyton, hasta la gente más cabeza de chorlito de este mundo sabría quien eres, si ella no ¿qué te hace pensar que si te presentas de nuevo en el local, recordará que te vio antes?

Lleyton no contestó.

-Vámonos, en la jefatura hay cosas importantes que hacer.

Él siguió a Maddie unos escasos metros, reflexivo. Le costaba creer que la efervescente Bérenice Mukhin no fuera capaz de reconocerlo al menos en la portada del diario o que lo sucedido el sábado le pasara inadvertido, pero la voz optimista de Bérenice se esparcía por la calle, forzándolo a voltear y descubrir que estaba detrás de él.

-¡Señor! ¡Qué bueno que lo veo! Me preocupé mucho por usted.
-¿Tú me estás diciendo...?
-Es que usted bebió tanto salkau y lo vi tan mal que quise alcanzarlo en la calle pero no lo encontré.
-¿Entonces, me recuerdas? 
-Perdónenos por lo del sábado ¿pero se siente bien?
-Sí, yo...
-¡La señorita lo conoce!
-Ella es Maddie, soy Lleyton y tú... 
-¡Bérenice! 
-Voy a encontrarte en la cantina siempre.
-Eso espero, que bien que no le paso nada malo. Buen día.
-Igualmente... ¿Cómo me reconociste?
-Es que voy a la tienda y lo vi pasar.
-Gracias por tu consideración.
-Les dejo, acabo de olvidar qué debo comprar pero aquí dice. Adiós.
-Adiós, Bérenice.

Lleyton Eckhart sonrió y hasta abrazó a Maddie porque Bérenice se le había acercado.

-¡Ella me conoce!
-Lleyton, calma.
-¡Y decías que no!
-No parecía, ¿estamos?
-¿Qué voy a hacer? Maddie, guarda el secreto.
-No me metas en tus cosas... Más.
-Gracias.
-Lleyton, te aconsejo que no la busques.
-Sé que no debo.
-¿Ahora qué sigue?
-¿Quieres compartir una pop-tart?

Maddie aceptó pero no perdió detalle de Bérenice, que abandonaba un expendio de materias primas con dos botellas de pulpa de vainilla. Lleyton Eckhart miró a la mujer con felicidad.