viernes, 7 de enero de 2022

Caminar juntos (Cuento por la Navidad Ortodoxa)


Tell no Tales, miércoles 20 de noviembre de 2002.

Lleyton Eckhart había pasado días enteros revisando documentos y consultando especialistas por lo ocurrido en el canal Saint Michel, razón que lo motivó a tomar un paseo cuando pudo concretar un expediente preliminar para la demanda. Hacía mucho calor al llegar a la playa cercana al cementerio, pero al levantar la vista se dio cuenta de que la familia Mukhin estaba haciendo picnic sobre una de las tumbas. Bèrenice y Luiz parecían comer empanadas y ella gritaba entusiasta "¡Son de carne! ¡Son de carne!".

-Bèrenice ¿Tú quieres que toda la ciudad venga a pelear con nosotros? ¡La gente todavía no tiene comida suficiente! - regañaba Micaela Mukhin y la chica demostraba su gesto de pena mientras masticaba como una niña. Roland Mukhin, menos ocupado en aquel reproche, notó la presencia de Lleyton Eckhart y lo hizo saber.

-Bèrenice, vino tu amigo.
-¿Quién, Marat?
-El tal Lleyton.
-¿Dónde está?
-Asómate.
-¿Qué hace ahí? 
-¿Por qué no lo invitas?
-¿Qué? No creo que venga.
-Llámalo.
-Mejor voy por él.
-¡Oye, termina el bocado prime...! ¡Estás embarazada, ten cuidado!

La mujer bajó la cuesta y casi corriendo, se acercó a Lleyton, sosteniéndolo del brazo para detenerse. Luiz sólo asomaba su cabeza sin curiosidad desde la distancia.

-¡Hola, señor Lleyton! 
-¡Bèrenice, cálmate!
-¡Perdón! Es que lo invito a comer.
-¿Qué?
-¿Quiere empanadas? Son de carne.
-¿De qué? 
-Tiene hambre.
-¿Cómo sabes?
-A veces Claudia habla de usted.
-¿La señorita Muriedas?
-Dice que siempre que consigue algo, lo regala. Venga, un poco de comida no le caerá mal.

Ella sonrió inocentemente y él la siguió al sostener su mano, sin evitar mirarla.

-¿Qué tal su novia, señor?
-Tú siempre tan parlanchina.
-¿Rompieron?
-No.
-¿Entonces? Supe que no la ve.
-Ella está ayudando en las caballerizas de la campiña, es normal que sólo podamos estar juntos en la noche y siempre la dejo en su casa.
-¿Le gustan los caballos?
-Dan mucho trabajo y no tengo tiempo.
-Qué lástima.
-¿Qué has hecho?
-¿Yo? Ayer cerramos la cantina, no tenemos suficiente salkau, ni vino, ni pistaches... No hay qué servir.
-Los ebrios deben estar enojados.
-Don jefe y pequeño jefe fueron a un molino para ver si pueden conseguir sémola. Se nos acabó hasta la sopa de pan.
-Son días difíciles para todos.
-En casa no la pasamos tan mal y puedo invitarlo, Lleyton.

Ella lo guió hacia el grupo luego de jalarlo de la mano. La tumba donde se apoyaba una gran canasta estaba cubierta de decoraciones de papel morado y un curioso retrato en blanco y negro era abrazado por Micaela Mukhin. A Lleyton Eckhart le costaba no sentirse incómodo por ello al aproximarse y ver a Luiz con su actitud tan ligera le alimentaba ciertos celos que pretendía ocultar.

-Dénle al señor Eckhart una empanada y algo de beber, que no piense que somos descorteses - saludaba Roland Mikhin y su hija obedecía inmediatamente con una gran sonrisa. El invitado no sabía qué hacer, salvo preguntas.

-¿Cómo consiguieron la carne? Creí que nadie tenía en la ciudad - preguntó Lleyton.
-La pedimos a un carnicero en Vichy - contestó Roland.
-¿Fueron al pueblo?
-Luiz lo hizo. Afortunadamente le vendieron cuánto quiso y nos trajo botes de pistaches y mermelada de arándanos.
-¿Pistaches?
-¿No le gusta el pan de pistache, señor Eckhart?
-Me sorprende que hayan podido comprar algo.
-No todo el país sufre desabasto ¿Cuándo van a arreglar el de aquí? 
-Pronto, el Ministro de Economía se encarga de eso.
-Los pistaches de los árboles se están agotando.
-Bueno, al menos se liberó la fruta que Industrias Izbasa cosecharía este otoño. 

Roland miraba a Lleyton como si este mintiera, pero eligió conservar la paz del picnic al notar que Bérenice y Luiz se reían de un chiste malo y su esposa miraba al mar sin abandonar la ingesta de empanadas. 

-Señor Eckhart, tenga confianza y coma - prosiguió.
-Me cuesta trabajo.
-¿Todo bien con la consciencia?
-Uno cree en sus amigos.
-Siempre van a fallar.
-Lo aprendo tarde.

Bèrenice volteó a ver a ambos hombres y Lleyton finalmente se animó a dar un bocado sin evitar sentir que su estómago descansaba de la dieta de café diluido de la última semana. Tampoco había dormido bien y sus grandes ojeras delataban igualmente sus ojos irritados y sus brazos cansados.

-¿A usted le gustan las cerezas? - preguntó Micaela Mukhin de repente y Lleyton supo que le estaban integrando a una conversación familiar.

-Hace mucho que no las como.
-¿Y las grosellas?
-He olvidado su sabor.
-Se nota que usted es un hombre poco alegre.
-¿Por qué?
-Le gustarían los sabores dulces.
-Eh, debo confesar que me gustan los plátanos con pétalos de rosas.
-¿Los que venden en Láncry?
-¿Los ha probado, señora Mukhin?
-Tuve que hacerlo.
-Intenté hacer unos y creo que no funcionó.
-Muéstrenos sus manos.
-Aquí están.
-Se nota que nunca cocina.
-No suelo estar en casa.
-Se parece a nosotros, sólo que aprendimos a hacer la cena porque nos gusta comer juntos.

Lleyton se rió casual y terminó su primera empanada antes de recibir un vaso con agua mineral e intuir que no debía preguntar por la persona de la foto cuya cara parecía la de un pequeño duende. También reparó en que Bèrenice hallaba los segundos para mirarlo dulcemente mientras disfrutaba de una empanada de grosella de un tamaño particularmente pequeño. Así entendió que podía hablar con ella sin llamar la atención central y sin que intervinieran Luiz o los Mukhin para establecer una contención; sin importar que Roland Mukhin reconocía la atracción mutua entre su hija y aquel improvisado invitado sin meterse en el asunto.

-Tenías razón con elegir el peluche de pirata para mi sobrino, combina bien con su cuna y los regalos que le dieron de recién nacido. Gracias, Bèrenice.
-¡De nada, señor Lleyton!
-Incluso mandé poner detalles en la pared de su habitación y le instalé un timón.
-¿Se ve bonito?
-Podrá jugar bien cuando crezca un poco.
-Usted va a ser un súper tío.
-Más me vale.
-¡Nos veremos en el parque cuando nazca mi bebé!
-Los niños podrían ser amigos.
-¡Tendrían su banda pirata y nos veríamos mucho!

Ambos se rieron sin darse cuenta de que habían hecho su primer plan juntos e incluso brindaban al respecto. Parecía que tendrían numerosas citas en un futuro un tanto próximo y eso era razón para continuar con la dinámica de verse de vez en vez por el momento. No importaba que Luiz mencionara que también podrían jugar a la pelota con los niños u organizar una parrillada como la del otro día.

-¡Bèrenice! ¿Cómo sigue tu nariz? No he preguntado - continuó Lleyton.
-¿Por qué lo dice?
-Te di un balonazo.
-¡Ay, fue hace mucho! Jajajaja.
-Sangraste ese día.
-Pero no fue nada.
-Aun sigo apenado.
-Estoy bien.
-Te debo un helado.
-¡Uno de manzana!
-Prometo regalarte un bote cuando vuelva el abasto.
-Es un trato.
-Promesa, más bien.

A Lleyton Eckhart le sorprendía mencionar algo así y prefirió tomar más agua para callarse de una vez. Ella lo imitó.

-Parece que lloverá, el viento se está haciendo más frío - notó Micaela Mukhin y los demás voltearon a verla.

-Tendrás que ponerte un abrigo para trabajar mañana.
-Roland ¿Te quedarás en casa, verdad?
-Con esta silla, qué remedio.
-No me acompañarías a caminar por ahí en mi hora libre.
-No faltaría a algo tan importante.
-He pensado que tal vez dar un paseo nos hace falta.
-No hemos estado solos en un tiempo.
-¡Me pondré un vestido rosa!
-Y yo corbata.

Los Mukhin parecían felices y Luiz agregó que prepararía una sopa de calabaza para esperarlos en casa. Bèrenice entonces le alborotó más el cabello y él empezó a reírse.

-Que se diviertan mucho - remató Lleyton y los demás se sonrieron con él, como si olvidaran que seguían en el cementerio. Al poco rato, estaban todos ingiriendo las empanadas que quedaban en absoluto silencio, pero con miradas que delataban una enorme alegría por estar ahí. 

-¿Podríamos hablar? - susurró Lleyton a Bèrenice en voz baja en cuanto la canasta se vació. Ella aguardó a terminar su bocado para aceptar y enseguida, él propuso verse en el supermercado de productos de bebés de la otra vez, frente al pino de su área de descanso.

-¿Qué querrás decirme? - curioseó la joven.
-Lo averiguaremos.
-Lleyton...
-¿Berenice?
-Nada, mejor en nuestra cita.
-¿Segura?
-Caminaremos mientras compro chucherías y llevaré a Scott para escogerle un overol y una gorra. Espérame al mediodía.
-Ahí estaré.

El picnic siguió cuando Roland se abrió otra botella de agua mineral y Micaela Mukhin colocó el retrato blanco y negro sobre la tumba donde tomaba asiento. La plática familiar se reanudaba y resultaba tan divertida, que a nadie le interesaba cuánto se prolongara. Los Mukhin parecían tener una conversación interminable e incluso Luiz, que había permanecido expectante, era capaz de provocar risas con sólo abrir la boca, sin mucho esfuerzo en contar cualquier anécdota reciente al lado de Bèrenice.