lunes, 12 de julio de 2021

Las pestes también se van (Llega el amor)

Venecia, Italia. Martes, 19 de noviembre de 2002.

Al abrir los ojos y descubrir que se habían quedado dormidos hasta pasado el mediodía, Katarina Leoncavallo se dio tiempo de contemplar a Marco Antonioni muy de cerca y descubrir que sus ojeras no desaparecían aunque hubiera descansado apropiadamente. El chico también tenía una pequeña marca de acné en la mejilla izquierda que podía distinguirse apenas por la mascarilla de oxígeno y alguno que otro cabello achocolatado se escondía entre el tono cenizo de su cabello rubio. Aún con los ojos cerrados, él exhibía una sonrisa un poco rara y grande que parecía resaltarle aquello que podía resultar poco atractivo de su físico como sus cejas despobladas y sus dientes pequeños. Pero a Katarina le agradaban esos rasgos, encontrándoles encanto al pensar en el habitual gesto serio de Marco. La piel alrededor de su mascarilla resultaba tan suave, que la joven se impresionó de no despertarlo luego de tocarle. 

-Me quedé sin desayunar otra vez - rió ella mientras el refugio que le daba el pecho de ese hombre le aliviaba el frío sin esfuerzo y los brazos rodeándole la cintura la hacían sentir especial. 

-No deja de llover - dijo ella antes de mirar los signos vitales de Marco y ver al doctor Pelletier anotándolos mientras tiritaba.

-Marco saldrá de aquí y lo pondremos en un piso con poca gente. Si tú sigues mejorando, el jueves o el viernes también te permitiré ir a una parte normal del hospital.
-Gracias.
-Katarina ¿Te doy un consejo?
-¿Sí?
-No desprecies a este muchacho.

Pelletier retomó sus papeles como si no hubiera hablado y Katarina posó su mirada en Marco por otro instante. En la mente tenía el momento en que había discutido con su hermano Maurizio porque no acudirían juntos a Skate America y casi estaba segura de que el joven Antonioni la había visto llorar por ello, pero también poniéndose contenta por el "premio" de ir a París sin saber aún que sería una farsa.

-¿Cómo has sabido tanto de mí? - murmuró Katarina antes de respirar profundamente y sentirse mejor. Habían pasado tantas cosas y era apenas su cuarto día internada, así que pensó que prefería el dolor de huesos, el cansancio y la garganta irritada a terminar sofocada otra vez. Pero ahora, la sensación de quitarse un peso de encima le llamaba la atención, aunque le revelara su debilidad. Había sacrificado hasta la salud por una persona que ahora estaba olvidando.

-Tienes la piel de gallina - susurró Marco mientras despertaba.
-No tengo frío - sonrió ella.
-Entonces yo lo provoqué.
-¿Te crees tan especial?
-¿Tú no?

Katarina y Marco se apretaron el uno contra el otro y él retiró un segundo su mascarilla para besar la sien de esa mujer con el sonrojo por delante.

-Eres mi novia.
-Novia.
-¿Es un sí?
-¿Siempres eres así?
-Sólo contigo, chica bonita.
-Jajaja.
-Estaremos bien, lo prometo.

Katarina Leoncavallo aún no se percataba de que su tan soñado príncipe valiente estaba frente a ella, pero Marco Antonioni sabía que lo era y no necesitaba colocarse una careta para demostrarlo. 

-¿Me dejas besarte?
-¿Quieres que te dé un almohadazo?
-No te atreverías, Katarina.
-¿Tan seguro eres?
-Me quieres.
-Sabes que no.
-Sabes que sí.
-¡Que no!
-¡Que sí! ¡Me adoras, chica bonita! Pero te besaré cuando me aceptes, lo prometo.
-¿Y si no pasa?
-Te daré besitos en la frente.
-Jajajaja.
-¿Te gusta mi idea, Katarina?
-¡No lo sé!
-¿Estás nerviosa?
-Tengo mucho que resolver.
-Estamos aquí y al fin pudimos hablar.
-No puedo responderte, Marco.
-Respetaré si piensas decidir que no.
-Esto ha sido muy rápido.
-Iré lento.
-Siento vergüenza.

Marco acarició el brazo izquierdo de la joven.

-No te preocupes, Katarina. 
-¿Qué haremos con Ricardo y con mi hermano si me quedo contigo ahora? ¿Y si estamos juntos sólo porque nos enfermamos?
-Lo sabremos afuera.
-¿Qué voy a explicarle a Miguel? Tampoco quiero pensar en Maragaglio, no deseo verlo.
-Te lo he dicho, yo lo arreglo.

Ella no quiso ahondar en el tema pero creyó capaz al chico de poner a todos en su lugar, al igual que a los turistas ebrios que trataban de abordarlo en épocas de fiesta. Katarina Leoncavallo había contemplado a Marco Antonioni defendiéndose más de una vez y también imponiendo el respeto entre quienes pasaban de ella o la maltrataban en la ciudad. El mismo Marco se había encargado del problema en la cafetería del Mercado de Rialto el viernes, pero al estar con Ricardo, Katarina ni siquiera le había agradecido y los gondoleros le habían dado molestas palmadas condescendientes en la espalda. 

-¿Cómo te sientes? - preguntó él.
-¿Sentirme?
-¿Te quité el frío?
-Sí.
-Primer problema solucionado.
-¡Ay, Marco!
-Quiero hacerte reír.
-Me duele todo el cuerpo.
-Nos duele todo el cuerpo.
-Me causa no se qué ver tanto cable estirado ¿No te lastimas?
-No, Katarina... ¿Te preocupas por mí?
-Es que ... Nada más ten cuidado cuando tengas que regresar a tu cama.
-El doctor Pelletier me ordenó cuidarte.
-No se refería a esto, jajajaja.
-Tu sonrisa es lindísima, Katarina.
-No desvíes el tema.
-¿Por qué no?
-Esto es veloz.
-He esperado cuatro años.
-Maurizio me pregunta diario si tú me gustas. Me gritó una vez y no le he dicho a nadie.
-¿Lo hizo por mí?
-"¿Por qué le coqueteas a ese gondolero idiota?"
-Se dice gondolier... ¿Qué le contestaste?
-Que me saludas diario y me agradas.
-Te fascino.
-Jajaja ¡Estás poniéndome roja!
-No me equivoqué, tú me quieres.
-No me atreví a hablarte mucho. 
-Katarina bonita, yo me di cuenta.
-¿Qué?
-He notado que sientes algo por mí.
-Ay, Marco.
-¿Estoy en lo correcto?
-Aguardaste mucho.
-Porque me estás dando un sí.
-Eres muy confiado.
-Eres mi novia. 

El chico miró a Katarina Leoncavallo fijamente y luego le posó los labios en la frente.

-¡No te quites la mascarilla!
-Valió la pena.
-¡Marco! ¡Tienes que respirar con esa cosa!
-Un segundo no me hace daño.
-No vuelvas a hacerlo.
-Pero te quiero dar más besos.
-Cuando te quiten esa máscara entonces sí... Ay ¿soy yo o hace más frío?
-Mi labor está fallando.
-Tus brazos son muy tibios.
-Katarina, tienes una piel muy suave.
-Gracias.
-Me volviste loco sin tener que tocarte antes.
-¡Me vas a provocar una fiebre de la pena!
-¿Pena de qué?

A la joven le ganó la risa mientras sus escalofríos la ponían a tiritar y su rostro de interés se transformaba en uno de angustia.

-No te preocupes, se te quitará cuando comas.
-¿Y si no?
-Voy a frotarte mucho la espalda, Katarina.
-Gracias.
-Llueve demasiado ¿No crees?
-¿Estás asustado?
-No dejaré que te enfríes.

Marco suspiró hondo y entonces, Katarina Leoncavallo fue quien quién le estrechó más fuerte sin dejar de mirarlo. La pareja parecía estar cómoda, pero ella tuvo un anhelo en aquel segundo y sin pensar, retiró su mascarilla de oxígeno y también la de él, besándolo en el acto. Los labios del joven Antonioni fueron sorprendidos por ese hermoso gesto y entonces acarició la mejilla izquierda y el contorno del cuello de esa mujer, sabiéndola junto a él luego de tanto tiempo.

El sonido de las gotas cayendo y chocando era la melodía que felicitaba a Katarina y Marco y ambos volvieron a cubrir sus rostros no sólo para respirar, también para esconder el sonrojo mutuo y poder reírse por el nerviosismo de darse una oportunidad.

No existía instante más romántico que ese, ni dos amantes tan diferentes en la habitación. No había ruido adicional, tampoco otras personas tan repuestas. Sólo la imparable lluvia y su testimonio del beso, del romance naciente, de una mujer y un hombre que habían tenido el amor enfrente pero que al fin llegaba a sus vidas y que para ella era el anhelo convertido en algo tangible, en su príncipe de los cuentos, el valiente, el que la cuidaba camino a casa, el que nunca se había ido. Marco Antonioni, el gondolier, el que le demostraba a Katarina Leoncavallo que el verdadero amor llegaba a tiempo, a pesar de anunciarse, sin dejar de soñar.

domingo, 4 de julio de 2021

Las pestes también se van (Juntos)

Venecia, Martes 19 de noviembre de 2002.

La madrugada en el hospital era silenciosa, trágica y fría. "L'acqua alta" o la inundación de la ciudad había empeorado y por las paredes escalaba un aire que ponía con piel de gallina a Katarina Leoncavallo, quien sabía que faltaba poco para que no resistiera más y pidiera clemencia con tal de que una cobija afelpada la cubriera hasta el cuello. 

-Perdona por... quitarte esta- se disculpaba Marco Antonioni luego de ajustarse la mascarilla de oxígeno.
-Sé que te cuidan por el Marfan.
-Pero no pueden tenerte... sufriendo. Te cedo mi manta.
-La necesitas más que yo.
-Pero tú podrías... morir de frío.
-¡No digas eso!

La joven continuaba asustada y llorando por tantos fallecimientos en aquel lugar, que apenas había notado que el chico frotaba de vez en vez su antebrazo para darle un poco de ánimos. El hecho de poder hablar era resaltable, dado que el resto de los pacientes sólo podía emitir quejidos y los intubados parecían ahogarse cada vez.

-Te hace mal quedarte así.
-Marco, tú estás bien... No me des nada.
-Estás temblando.
-Tomaré tu mano.
-Estás helada.
-Mira, si me muevo un poco... Se me quita.

Marco prefirió soltarla y desdoblar su descomunal cobija, misma que alcanzaba la cama de Katarina y podía taparla sin problemas. Del esfuerzo, el chico terminó respirando por la boca.

-Te pedí que no lo hicieras.
-Ahora...estamos cubiertos los dos.
-Tendrás frío.
-Katy... No puedo verte sufrir.
-Pero tu corazón...
-Todavía no tengo sesenta años... Ahora estarás bien, chica bonita.

La joven Leoncavallo apenas sonrió, sin darse cuenta de que por una vez, el príncipe valiente había aparecido para auxiliarla. Marco Antonioni siempre se había preguntado la razón de que la gente evadiera las necesidades de esa mujer y le dio curiosidad saber el motivo de que en San Marco Della Pietà existiera una manta tan grande que se podía compartir. Katarina se recostaba sobre su lado derecho y mientras la tela se pegaba a su silueta, la dulzura de su rostro agradecido hizo que él se sintiera reconfortado.

-Funcionó - susurró la enfermera que los atendía al verlos desde su escritorio.
-¿Quién ordenó ponerlos juntos? - preguntó un compañero.
-El doctor Pelletier.
-¿Para qué?
-Calmar a la loca de la Leoncavallo.
-Aleluya entonces.
-No sé de dónde sacaron la cobija que traen esos dos pero al menos ya no tengo que oír a esa mujer quejándose.

Aunque en Terapia Intensiva casi nadie logra escuchar lo que el personal expresa, Marco Antonioni podía intuirlo con gran exactitud. Le sorprendía tanto el rechazo hacia Katarina como la extrema admiración; aún más que alguna vez lo hubiera asustado con tanta belleza. Había que poseer agallas para tratar con ella y percatarse de que reaccionaba con sobresalto porque no esperaba ni atención ni cortesía.

-Te vi tomar el vaporetto el viernes - dijo él cuando la enfermera dejó de verlos.
-Fui a Lido con un amigo - contestó Katarina.
-A Ricardo Liukin le gustas.
-Lo sé.
-Te sigue con la mirada cada... que estás cerca de él. Miguel debe creer que los está vigilando.
-¿Cómo sabes eso, Marco?
-Me interesas, te lo he dicho.
-Metiche.
-¿Te molesto?
-No... Es que... Ricardo y yo...
-Son amantes.
-¿Perdón?
-Le atraes tanto que quizás puede ocultarlo de los demás, pero no de mí... Cuando a un hombre le interesa una mujer, también quiere conocer... a sus rivales.
-¿Qué sabes tú?
-El señor Liukin debe sentir envidia de mí.
-Estamos enfermos, mejor duérmete.
-¿Quieres ser mi novia, Katarina? 
-Marco ¿todavía quieres caerme bien?
-Al menos lo intento.
-¿Insistes mucho?
-Si quieres te dejo por la paz.
-Te vas a sofocar.
-Contigo revivo.
-Jajaja... No debería... reír.
-Si te sigo haciendo feliz... saldremos casados de este hospital.
-¡Ay, Marco!... Te haces ilusiones.
-Olvídate de Ricardo, la diversión está aquí.
-¡Qué presumido!
-La verdad, sí.

De esa forma, Katarina Leoncavallo comprendió que le gustaban los hombres directos, los que no vacilaban con su intención. Tomar la iniciativa no era lo suyo, aunque lo disfrutara igualmente y pudiera jugar con ello.

-¿Dejaste de sentir frío?
-Sí, gracias chico.
-No creo que sólo seas una mujer hermosa.
-¿Qué quieres decir?
-Sé que eres lista, te he encontrado en la biblioteca muchas veces.
-Me encantan los cosmonautas y el fracaso de la misión "Venera" me pone triste.
-¿Eres admiradora de la carrera espacial?
-Creo que los soviéticos la ganaron.
-Eso es debatible.
-¡Todos quisiéramos ser Yuri Gagarin!
-¿Por qué no Neil Armstrong?
-¡Porque Yuri llegó al espacio primero!
-John Glenn viajó dos veces y en una ya era abuelo.
-Rayos.

Con sorpresa de ambos, el coqueteo se transformó en una conversación sobre ecuaciones, materiales, radiación, proyectos espaciales concurrentes y un evento en San Marco con telescopios al que, por acudir a Skate America, Katarina había faltado. 

-Me gusta lo que a ti te encanta, chica bonita.
-Ay, Marco...
-¿Qué?
-Quise ser buena en la escuela y nunca pude.
-Yo no lo deseaba y me gradué.
-¿Qué estudiaste?
-Soy arqueólogo.
-¿Y qué haces de gondolero?
-Se dice "gondolier", Katarina.
-Es lo mismo.
-A veces olvido que no eres veneciana ¿Por qué dejaste Milán?
-Maragaglio me habló de una pista de hielo.
-¿Sólo viniste por eso?
-No tenía con quién hablar.
-Supongo que confías en tu primo.
-Ahora no.
-¿Se pelearon?
-¿Por qué te lo contaría, Marco?

La joven procuró cerrar la boca con tal de evitar  ponerse a lagrimear por un gran rato. Un sabor salado se percibía en sus labios y esa era su señal de que se sentía humillada.

-Si Maragaglio te puso triste, yo lo arreglo - replicó él antes de que el silencio retornara y ambos volvieran a darse la mano. Bajo la manta, la incomodidad se había ido y dejaban de ser unos desconocidos.

Katarina cerró sus ojos para intentar dormir pero notó que Marco estaba enterado de más cosas de las que aparentaba y eso, si bien no la volvía vulnerable, si la mostraba transparente e incapaz de mentir.

-Maragaglio y Ricardo me besaron pero sólo uno me correspondió - contó ella. Sus pestañas largas continuaban unidas y su pelo desarreglado brillaba un poco.

-Chica bonita ¿es Ricardo el que te espera cuando salgas de esto?
-Es lo que no sé.
-¿Y tú lo quieres?
-Me gusta, me hace sentir tan... Quemada.
-¿Qué? 
-Algo como fuego.
-¿Adrenalina?
-También.
-A Miguel no le va a gustar.
-¡Ay, no me digas! Debo cortar con él.
-¿Crees que los mate?
-¡Marco!
-Yo estaría muy triste si fuera él y enojado, con rabia, sed de venganza y esas cosas.
-¿Lo traicioné horrible?
-Ricardo es su padre.
-¿Soy una mala persona?
-Katarina, prefiero verte discutiendo con ellos a que lo hagas con Maragaglio y con tu hermano.
-No quiero hablar con ninguno.
-Es que Maragaglio está enamorado de ti y Maurizio te hace llorar. Yo no podría soportarlos si fuera tú.
-¿Maragaglio qué?
-Creí que lo habías notado.
-No... ¿Cómo lo sabes tú?
-Lo dice cada que se emborracha.
-¿Le has oído?
-Es el único que te ama de esos cuatro.
-¿El único?
-Si no sintiera algo sincero por ti, se habría aprovechado del beso que le diste.
-No entiendo.
-Me importas mucho, Katarina. Sé quién te ama y quién no y también sé del lío en el que te has metido. Lo único que lamento es que quisiera defenderte de tu hermano y ponerle el límite que no has podido.
-¿Sabes qué debo hacer?
-Tanto me interesas que me di cuenta de que piensas en alguien más porque cuando te frustras, tu cabeza da mil vueltas. Te diría que hacer, pero prefiero que tú decidas porque...

Marco Antonioni guardó silencio. 

-En Nueva York conocí a un tipo con el que me quise acostar; me volví loca y él me dijo algo tan horrible que acabé golpeándolo... Pero en París estuve más ¡desesperada!
-Tranquila, estoy aquí.
-Maragaglio me rechazó cuando estaba dispuesta a entregarme a él ¡Soy tan idiota!... Pero conocí a Marat y él ni siquiera volteó a mirarme. Yo sentí algo bonito cuando lo vi que quise ser suya y él eligió a Carlota Liukin.
-¿Sentir cómo?
-Todos se molestaron porque me fijé en él y en serio quería gustarle ¡He hecho todo mal!
-Katarina...
-No me había dado cuenta de cuanto me hirió lo de Marat.
-Mujer, mírame.
-Marco...
-¿Qué importa más? ¿Esas personas o salir sana de aquí?
-¿Por qué me preguntas eso?
-Porque no quiero que te sientas peor. 
-Ay ¡Te he contado mis cosas!
-No te angusties, Katarina bonita.
-No te conozco.
-Pero yo a ti sí. 
-¿Cómo es posible?
-Nunca me has dejado defenderte.

Marco sonrió fijando sus ojos en el techo y Katarina le miró largamente, pensando que quizás eran amigos y no lo había valorado lo suficiente. Él la cuidaba camino a casa, la saludaba cuando tenía un mal entrenamiento y sin falta le deseaba suerte cada que viajaba por una competencia. 

-Me dijiste que ir a Nueva York era una mala idea.
-No estaríamos en esta habitación.
-Marco ¿Qué me está pasando?
-¿Qué crees tú?
-Qué tengo interés en el sexo.
-No soy el hombre con el que acuestas cuando te sientes mal o sola.
-¡No he pensado en ti para eso! Jajaja.
-Pues no, yo te hago feliz.
-Qué engreído, jajaja.
-Katarina, yo creo que estás asustada.
-¿De qué?
-Estás creciendo.
-¿Crecer?
-No eres la misma.
-¿Me cambió el viaje a Nueva York?
-Yo creo que te cansaste de correr detrás de Maurizio.
-¿Mi hermano?
-Te enamora. Me di cuenta por tus miradas, tus abrazos, tu voz cuando está contigo y lo mucho que suspiras frente a él.
-¿Tanto te fijas en mí? 
-Quiero reventarlo cada vez que lo observo dándote ilusiones... Porque sabes que juega ¿verdad? No mereces... que Maurizio te trate de esa manera.
-No te esfuerces más, necesitas respirar.
-Hermosa chica, yo puedo arreglarlo.
-¿Cómo?
-Estamos juntos, déjamelo a mí.

Marco sostuvo con mayor convicción la mano de Katarina y ella volvió a cerrar sus párpados antes de respirar hondo.

Por la mañana, el joven fue quien despertó a la señorita Leoncavallo para la primera revisión médica del día. El desayuno llegaría después y la pareja se encontraba hambrienta, aunque él se hallaba de humor más alegre.

-Buongiorno, supongo que la señorita no me conoce. Soy Luc Pelletier, su médico a cargo en sustitución de mi colega Alessandro Gatell. Katarina Leoncavallo ¿cierto? Me dijeron las enfermeras que ustedes dos pueden hablar. Marco, me preocupa tu escoliosis, habrá que atenderla cuando te recuperes y tu corazón parece estar bien, tu oxigenación está en noventa y tres, mejoró bastante desde que llegaste... Katarina, estás en noventa, me inquieta que estés oscilando entre valores de noventa y ochenta y ocho. Al menos no estás en ochenta y tres como al inicio. El resto de tus indicadores está bien, es alentador que no tengas fiebre, Gatell me alcanzó a comentar que ese era el problema principal ¿Alguno de los dos ha tenido náuseas?

Katarina y Marco negaron con la cabeza. 

-Eso es excelente ¿Cómo pasaron la noche?
-Mal, dormí poco - contestó ella.
-Creí que Marco te pondría cansada.
-No.
-A veces es parlanchín.

Pelletier parecía agradable.

-Intento conquistarla pero es obstinada - comentó Marco.
-Sólo no lo admitas o te van a poner en otro lado.
-Gracias por el consejo, doctor.
-Alcanzo a leer que los dos están comiendo bien. Katarina, tienes bajo peso, pediré que te den una dieta sin restricciones y con mucha pasta. Marco, te aseguras de que ella se termine todo. Los estaré revisando... ¿Están compartiendo cobija? 

El médico estaba por preguntar la razón cuando Katarina se intrigó por lo que le había dicho.

-No dejo de sentir frío.
-¿Desde cuándo?
-Un mes.
-Eso es mucho.
-Doctor, me hicieron un examen de sangre y Gatell me iba a decir cómo salió.
-Creo que lo tengo aquí. Katarina, tienes anemia y ese frío que experimentas también podría ser por tu poca talla. No es normal que midas un metro con sesenta y peses poco.
-Estuve comiendo chatarra en Nueva York.
-¿Haz tenido ansiedad por consumir grasa?
-Bajé unos kilos porque no podía saltar bien; soy patinadora sobre hielo, no puedo aumentar tanto. En Nueva York comí lo que no debía porque tenía mucha hambre, en París me compraron un bizcocho con un vaso de chocolate y en Mónaco no pude más y me terminé un ramen de cajita. Aquí en Venecia probé algo de atún y bebí vino antes de venir a este hospital.
-¿Sueles comer?
-Tomo una barra de cereal en la mañana y a veces un chocolate caliente. Como mucha ensalada y en la noche sólo té.
-¿Es todo?
-Siempre tengo agua para calmarme.
-¿No te duele el estómago cuando rompes la dieta?
-No.
-Eso es perfecto, Marco te va a ayudar.
-Me acabo todo lo que me sirven aquí.
-Pediré que te den postre. Descansen.
-¿Estoy mal?
-No voy a mentirte Katarina, Gatell pidió que te hicieran un examen para saber si tu calcificación es buena.
-¿Por qué no me dijo?
-Tal vez lo haría hoy. Procura descansar, el desayuno llegará pronto. Marco, cuídala, lo necesita.

Katarina no supo por qué, pero rompió a llorar en el momento que Pelletier se alejó.

-Calma, chica bonita.
-Marco ¿qué haces?
-Aquí estoy.
-¡Te vas a lastimar!
-Los cables son largos.

Ante la vista de las enfermeras, los pacientes, el propio Pelletier y el encargado de la limpieza, Marco Antonioni se levantó y con una fortaleza imprudente pero impresionante, se recostó junto a Katarina Leoncavallo, obsequiándole en el acto un abrazo lleno de afecto y protección, de fuerza y de un sentimiento que rebasaba lo que ella había conocido antes.

-¡No sabía que estaba tan enferma! - admitió la joven.
-Lo corregiremos. Te daré de comer en la boca si es necesario.
-¡Marco, no tienes que hacer esto!
-Estamos juntos, chica bonita.
-No te entiendo.
-Yo lo arreglo.

Katarina entonces enredó sus brazos en el cuerpo de Marco y la serenidad poco a poco fue llegando. El sonido de la lluvia se percibía en cada rincón y fue arrullando a la pareja hasta sumergirla en un sueño profundo y reparador. A pesar de las mascarillas de oxígeno, los medidores de pulso, el ruido de las máquinas y la incomodidad de la enfermedad, aquella escena era luminosa y llena de esperanza. El doctor Pelletier no resolvía regresar al orden y parecía ser la decisión correcta.

A partir de ese instante, Katarina Leoncavallo y Marco Antonioni no se separarían en el hospital San Marco Della Pietà.