sábado, 31 de octubre de 2015

El cuento en rojo (Cuento de día de muertos, Carlota y Gustavo.)


-Doctora Diallo, uniforme en rojo - ordenó el jefe de traumatología y ella, envuelta por un presentimiento fatalista, corrió a su dormitorio en busca de Matt Rostov, a quien llevaba toda la mañana sin ver. Mientras se cambiaba, se preguntó por qué esa habitación siempre tenía que estar a oscuras y oculta de los demás; hasta que alcanzó a ver el reflejo de una explosión insignificante.

-Jugaba con un cráneo de gel, perdona - aclaró Matt - Tengo otro de gelatina ¿quieres meterle presión?
-No me gusta que te rías de las cabezas.
-Es humor de cirugía, un día caerás.
-No me gusta interrumpirte pero es día de casos mayores.
-¿Qué tan mayores?
-Me he puesto el atuendo rojo.
-Ah, es una práctica.
-Esto es serio.
-Courtney, toma todo como experiencia, duele menos.
-Estoy intranquila.
-Te entiendo, ese olor a sangre me erizaba hasta las venas.

Courtney se colocó apresuradamente una bata y se frotó los brazos para mitigar un poco el escalofrío que le daba el ver a Matt tan campante, casi indiferente. Ella no concebía siquiera la clase de noticias que vendrían, le daba pavor no poder reaccionar y se sentó en la esquina de la cama a esperar que la llamaran. Discretamente, él también adecuaba sus ropas.

Una vibración turbó a Courtney. Casi juraba que el espejo del fondo se movía e iba a romperse y la silla crujía como si la desbarataran por dentro mientras Matt reanudaba su juego, comprendiendo que no era tan macabro ni banal como parecía. A menudo, ella se tentaba de saber si él había sido neurólogo porque le apasionaba esculpir cerebros con lo que encontrara y solía dar mejores diagnósticos que los encargados de un área a la que casi nadie visitaba. Él en contraste, siempre quería averiguar porque Courtney era tan simpática con los pacientes y le interesaba la pediatría en lugar de la traumatología en donde parecía contar con un talento natural y posibilidades de éxito mayores.

Ambos evitaron mirarse antes de que ella fuera llamada por altavoz y saliera precipitada a la puerta de ingresos, donde un primer herido delataba una gran quemadura en el rostro. Un paramédico le decía que era un accidente de limpieza y que en realidad la imagen era más impresionante que la realidad y que mejor se fuera a la clínica a atender a aquellos que necesitaran atención.

-Es un día con muchas fracturas - recalcó otro colega de Courtney - Los niños se rompen como si fueran de cristal.

Ella entonces procedió a aguardar por otra emergencia, quizás porque tenía ganas de ver un caso imposible: alguna hemorragia fatal, una rotura en el cuello, algo con que ganarse una estrellita y un par de días de aparente descanso como recompensa; tenía deseos de dormir en su cama, abandonada por el ajetreo normal del hospital. Su vestimenta parecía darle un poder ilimitado o de menos, se sentía invencible con semejante tono tan espeluznante aunque Matt alguna vez le aconsejara no sentirse así. En el lugar, se oían los gritos de los futuros pacientes que saturarían pediatría y lo cierto era que todos referían haber estado en fiestas escolares, corriendo en el parque, lanzándose en trineo o de plano, lanzando jitomates podridos en el barrio ruso. Las persecuciones del bote, clandestinas, se disparaban los viernes aunque ahora, a todas horas, muchos veían a los pequeños merodear los mercados y levantar los frutos en mal estado que curiosamente, les dejaban la piel de las manos como porcelana. Uno de esos chicos, por supuesto, era Anton Maizuradze quien, desenfadado, regresaría a la doctora Diallo a la realidad con un simple pero contundente "oiga usted".

-¿Qué quieres?
-Ahora si le di a un cristiano.
-¿Qué pasó?
-Pues nada ... Bueno, conmigo nada, pero creo que le partí el brazo en siete a un tipo que arrastra la "y" cuando habla y le dije que le conseguiría una señorita para que lo atienda.
-Entonces espera que una enfermera te anote y pasarán a tu amigo con el radiólogo.
-Sí, ajá, tiene como media hora que nos registramos y honestamente, ya le cuelga el cacho.
-¿Tiene el brazo muy flojo?
-Como guiñapo.

Anton sonreía como un bebé y Courtney cayó con su gesto, pensando que si lo atendía rápido, llegaría a tiempo para recibir ambulancias de mayor prioridad. Las camillas se encontraban a la izquierda, en un salón con aspecto de campamento de refugiados, en las cuales, decenas de niños se encontraban dando lata y presumiendo unos a otros sus "proezas" o inventando disparatadas historias con sus radiografías en mano. Por alguna razón, casi no había adultos presentes y los pocos que se encontraban eran fácilmente los padres de los niños mimados de Poitiers, mismos que acabarían en las camas de un hospital privado del barrio Nanterre. A esa hora, los encargados del comedor iban pasando con charolas llenas de sándwiches, uno para cada pequeño. Anton tomaba el suyo, congratulándose de reconocer los de crema de avellana y preguntando si habría de crema de cacahuate más tarde.

-¿Quién viene contigo? - intervino Courtney Diallo para no perder más el tiempo.
-Mi buen amigo Justet.
-¿Quién?
-Un uruguasho que conocí en la feria ¿ya fue a la feria?
-Sí... Eh ¿me repetirías el nombre de tu amigo...?
-Todo el rato ha dicho "hola, hablá Gustavo Shustet, estoy en el hospital, marcame luego o te shamo ma' tarde".
-¿Qué le hiciste?
-Andaba en una carrera con mi bicicleta y lo atropellé.
-Buscaré a un doctor, permíteme.
-No sea gallina.
-No seas grosero.
-¿Usted es la doctora, o no?
-Sí.
-Vaya con mi amigo.
-Te puede ayudar otra persona.
-Entonces ¿usted para qué está?

El reclamo del chico Maizuradze era tan seguro como su informal lenguaje y su malos modales, sonrojando a Courtney que adoptaba la docilidad como recurso para no quedar mal parada con él. Gustavo Justet de milagro no perdía la paciencia por encontrarse en medio de la pelea con pelotas de papel que se desarrollaba a su alrededor.

-Amigo Shustet, te conseguí señorita - inició Anton.
-Ay, por Dios.
-¿Ahora qué?
-La conozco.
-Pues ya te la traje y ahora te aguantas.
-No es por eso.
-¿Te gusta?
-Tampoco, tranquilo.... Con todo respeto.
-Ya me hiciste bolas.
-Hola, señorita, disculpe que la traigan así pero de verdad se han tardado en hacerme caso.

La joven respiró hondo y preguntó a Gustavo qué le había ocurrido, confirmando la versión de Anton y de paso, enterándose de que en la camilla de junto, alguien sufría por un cristalazo.

-Al igual que a usted, nos la encontramos y la trajimos.
-De acuerdo, enseguida te llevo con el radiólogo y ... ¿Bérenice?
-Casi la matan con otra bicicleta.

Courtney Diallo deseó haberse resistido cuando levantó la barbilla de Bérenice Mukhin y comprobó que estaba en sus cabales, si eso era posible dada su cotidiana actitud. Según la chica, acababa de dejar a su bebé con la cuidadora cuando un niño pasó a su lado tan cerca que, por resguardarse, se había golpeado en el cristal de la guardería. A esa hora, le habían entregado su tomografía pero ella se sentía cansada y no dormía por miedo de empeorar.

-El neurólogo dice que tienes una pequeña conmoción y que te quedes el fin de semana internada, no es grave, necesitas sutura.
-Quiero ver a mi bebé y a Luiz.
-¿Le aviso que estás aquí?
-Luiz vino conmigo, es que fue a llenar unas formas.
-Revisaré si hay una cama ¿recuerdas como encontraste a Gustavo?
-En la calle, pero no sé contar así que no sabría decirte las cuadras.
-De menos ahí si tenemos certeza.
-¿Qué?
-Bérenice, te buscaré una habitación .... Cuando acabe de coserte la frente, ¿te molesta que el hilo sea negro?
-¿Tienes morado? ¿Lo combinas?
-¿Discúlpame?
-¡Para que diga que estoy a la moda!
-Si hago eso, los niños van a querer que les pongan lo mismo.
-¡Y verde para que sea vea tenebroso!
-Otro médico ya te hubiera enviado a ....

Courtney se abstuvo de decir "psiquiatría" y echó gel a sus manos para asearlas, constatando que en el hospital ni guantes suficientes tenían. El instrumental estaba cerrado y era desechable, pero la calidad era cuestionable y no había modo de aminorar el dolor. Bérenice sin embargo, mordió la manta que portaba y la doctora lo tomó como señal de que aprobaba su intervención. Alrededor, un grupo de niños las miraba como si fueran heroínas y abrían la boca mientras Anton Maizuradze se quejaba de que nunca lo dejaban escoger cada vez que él mismo necesitaba que "lo arreglaran", Gustavo Justet por su lado, no sabía si sentir repulsión o sorpresa, al grado de que olvidaba su propio dolor y alcanzaba a percibir un aire otoñal un tanto frío que compensaba la simple estancia.

-¡Dios mío, pareces ... ! No volveré a suturar a nadie - exclamó Courtney Diallo al ver el resultado. Bérenice parecía tener el dibujo perfecto de unas arterias a punto de reventar.

-¡Está loquísimo! ¡Bérenice si trae onda! - señaló el niño Maizuradze antes de notar que alguien observaba a través del reflejo de la ventana. El sujeto en cuestión portaba uniforme rojo y la escena le daba risa por motivos obvios: traía consigo un cráneo de gel con grietas similares a las de la cortada de la paciente y observaba a Courtney que no ocultaba ciertos deseos de vomitar ya que odiaba, paradójicamente, las bromas o coincidencias con sangre y lo que estuviera relacionado.

-Terminé y .... Gustavo, no puedo atenderlo, me siento mal.
-Ahora la doctora requiere camilla, lo que nos faltaba - concluyó Anton antes de que apareciera, detrás suyo, otro médico conteniendo la carcajada.

-¿Sergei Trankov?
-Matt Rostov, niño.
-¿Del espejo?
-Eres observador.
-Oiga, ¿quién se encarga de mi amigo uruguasho? - Justet demostraba cierto terror contenido ante Rostov - Le partí todo lo que había de brazo.
-En realidad tiene un golpe, en media hora estará como nuevo.
-Pero yo volé, él voló y su codo se dobló al otro lado.
-Su dolor no tiene la mayor importancia ¿no quieres un cráneo de gel?

Anton Maizuradze estaba desconcertado y no quiso ser curioso.

-¿Qué hay contigo, Bérenice? ¿Hay que abrirte los sesos o estás igual que siempre?
-Su tomografía es normal - contestó Courtney con dificultad.
-Bueno, entonces es tiempo de irnos.
-Necesito calmar las náuseas.
-Mírame.
-Matt, por favor.
-Estás enferma, ve a descansar.
-¿Qué? Sólo hice una sutura.
-A un cadáver, no seas tonta.
-¿Qué dices? Bérenice está.... ¡Dios, está convulsionando! ¡Ayúdame Matt! ¡Matt!

Alrededor de Courtney escurría sangre abundante y Matt Rostov aparecía con un corazón en la mano, hinchado y morado, mismo al que cortaba en pedazos ayudado por el escalpelo que siempre guardaba en su bata. Anton se convertía en su asistente y entre los dos, sujetaban a Gustavo, arrancándole el brazo para colocárselo a Bérenice, quien se deshacía a pedazos como muñeca de trapo. Los gritos de desesperación del mutilado perturbaban el ambiente y dramáticamente, fue arrojado hacia un espejo que se hizo añicos después.

-¡Ah! - suspiró Courtney, comprobando que sus ojos se abrían y se ubicaba en su habitación del hospital, con la luz del sol dándole en la cara.
-¿Qué te pasa? - dijo Matt.
-¿Estoy ...? ¿Te dije si me sentía bien?
-Fue un día pesado, tuvimos una cirugía de trasplante, un corazón que envidiaste ¿te acuerdas?
-Ay, ¿eso fue hoy?
-Te mandaron a casa pero te fuiste a emergencias a componerle el brazo a Anton Maizuradze.
-¡Anton! ... Tuve una pesadilla.
-Ese niño te mando un regalo.
-El escalpelo de juguete, ya recordé todo.
-¿Qué te agitó tanto? Te tuve que despertar.
-Soñé con Bérenice y le curé una cortada en forma de carótida esquina con la muerte.
-Interesante, me habría gustado ver eso.
-Pero si te vi.
-¿Qué?
-¿Recuerdas al uruguayo que vimos en la feria?
-¡Gustavo!
-Ese mismo. Le cortaste el brazo.
-¡Qué maravilla!
-Querías implantárselo a Bérenice que parecía descoserse.
-Eso nunca pasó.
-Era muy real. Nunca me había dado asco la sangre.
-Siempre hay una primera vez.
-Lo más perturbador es que luego arrojaste a Gustavo a un espejo.
-Espera, si hice eso.
-¿Qué?
-Encontré su negocio ayer y a él lo mandé a París, lo raro es que lo sepas cuando no te comenté.

Courtney sintió que se erizaba y se levantó de la cama con la sensación de que algo no andaba bien. Si no se hubiera colocado al lado de Matt y menos prestado atención al fondo del reflejo, jamás se habría dado cuenta de que Gustavo Justet sí se encontraba en París, encerrado en una diminuta bodega oscura, clamando auxilio, golpeando una puerta de hierro imposible de abrir por dentro, sin señal telefónica. Por segundos, ella quiso correr como si huyera, pero pronto recordó que la naturaleza del espejo era la de simple tránsito para un mortal de la realidad y ese portal estaba por cerrar.

-No te preocupes, lo van a sacar.

Matt Rostov sonrió genuinamente y Courtney se percató de que él llevaba sangre en la ropa pero también gel. Pronto hizo memoria respecto al disfraz de doctor siniestro que él mismo había improvisado como ensayo para octubre y que provocaba fascinación en los pacientes infantiles que ese día se contaban por decenas y colmaban emergencias a todas horas. También recordó que Bérenice se había presentado por una cortada pequeña y ella misma, Courtney, no había dormido lo suficiente. Sin ganas de enojarse y tranquilizándose, tomó del brazo a su novio.

-Gustavo, perdón, no lo volvemos a hacer - dijo y recargó su cabeza en el hombro de Matt mientras el espejo cerraba, deseando en el fondo no haber contado el sueño. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Lo que sucede al vernos (Carlota y Gustavo, París)



El domingo era el día muerto en el Panorámico y Kovac quedó de ir por Bérenice para visitar de nueva cuenta la feria. Con treinta minutos de retraso, él ni siquiera pensaba en irse y no le iba a preguntar nada; algo tenía la chica que estaba dispuesto a esperarla.

Pasada la hora, él optó por mirar a todas partes, dándose cuenta de que no vendría sola y librándose de descubrir el momento preciso en el que ella cruzó el reflejo que estaba a sus espaldas.

-¡Kovac, Kovac! - exclamó ella - ¡Espera! y él giró para verla contento de que lo llamara y de que trajera a su bebé, aunque dos personas más le hacían compañía.

-¡Disculpa Kovac, se me pegaron las sábanas horrible y me quité el almohadazo!
-No te preocupes.
-¿Pensaste que te dejaba plantado? Qué pena.
-No, de hecho, todo bien.
-¡Te tengo que presentar!
-Con gusto.
-Saluda a Scott primero.
-Hola ¿listo para otro día con tu tío Kovac?
-Pero no eres su tío.
-Es un decir, Bérenice.
-Oh, es que no entendí otra vez, pero no importa, ven.

Bérenice posó su mano en la espalda de Kovac y lo llevó donde Luiz y Roland Mukhin lo observaban con justo desconcierto.

-Mira, él es Luiz, mi novio y mejor conocido como "cabeza de palmera" y él... Kovac, te presento a mi padre.

Para Kovac fue imposible no notar un cambio en la actitud de Bérenice y extendió su mano hacia un hombre en silla de ruedas que arrugaba las comisuras de sus párpados pero lo saludaba con adecuados modales.

-Roland Mukhin, mucho gusto.
-Kovac, igualmente.
-Bérenice ha mencionado que lo conoce desde hace unas semanas.
-Nos hemos vuelto excelentes amigos.
-Espero que pase lo mismo con Luiz, es un gran chico.
-Un placer.

Al quedar Bérenice en silencio, Kovac entendió el papel que le era asignado y no le agradaba para nada. Quizás, los otros tres lo relegaban sin mala intención pero en medio quedaba la posibilidad de memorizar sus aspectos y aprender sus gestos para no sentirse aislado nuevamente. Había cierta extravagancia en el padre y el novio de Bérenice y el último con su cabello crespo y ese involuntario (y tal vez desafortunado) parecido a Bob Patiño, contrarrestaba un poco la sensación de lástima que despertaban.

-¿Qué vamos a hacer? - consultó el señor Mukhin con un tono más jovial - Mi hija me contó que hay muchas cosas interesantes.
-¡Comeremos chopan! - le respondió una Bérenice infantil - ¡Y pasaremos a ver a los brasileños!
-Me encantaría conocer la opinión del señor Kovac.
-Lo cierto es que encuentra un sinfín de gente allí - respondió el interpelado con inhibición - ¿Lo ayudo con su silla?
-Puedo solo - remató el señor Mukhin, observando al mismo tiempo a Luiz, quien acaparaba la atención de Bérenice y tomaba al bebé Scott en brazos.

-Si necesita...
-Señor Kovac ¿cuál es su intención?
-Ninguna.
-Bérenice no está disponible.
-Le di la impresión equivocada.
Me cuesta creerle, mi hija nunca ha tenido amigos.

Kovac enmudeció y caminó desanimado varias cuadras, pensando que tenía derecho de irse pero no lo hacía porque sentía un poco de vergüenza. Con los Mukhin era complicado mantener una opinión durante varios segundos.

-¿Me dejan cargar a mi nieto? - preguntó Roland Mukhin y Luiz se lo entregó de inmediato, ayudándole con la silla de ruedas en consecuencia, pero de manera alegre. Bérenice por su parte, volvió con su amigo.

-Gracias por invitarnos.
-Cuando quieras.
-¿Estás bien? Porque si te sientes mal, traje agua y una manta... Bueno, la manta de Scott, pero igual te la doy.
-No hay cuidado.
-Oye, te prometo no huir de nadie.
-No me molestaría.
-No querrás correr con mi padre.

Kovac arrugó un poco los ojos, como si ella le hubiera hecho gracia.

-¿Será que podremos ver mejor los stands?
-¿Los qué?
-Si nos acercaremos a lo que hay.
-Supongo que sí.
-¿Puedo preguntarte algo?
-¿Qué pasa?
-¿Crees que tu padre se relaje?
-Papá es así siempre.
-Es que no le agradé.
-Lo finge... Con Luiz no, pero le caes bien.

Kovac miró de nuevo a Roland Mukhin y se encogió de hombros, creyendo que era normal que algunas personas fingieran maldad, pero no lo pensaba por ese hombre sino por Bérenice y la clara ingenuidad de Luiz.

-Señor Kovac ¿hay posibilidad de encontrar miel de calidad? - preguntó el propio señor Mukhin.
-Los polacos han de tener.
-¿Tiene planeado pasar por ahí?
-Queremos conocer algo de África.
-Bérenice ¿por qué nunca le has preguntado a Courtney? Ella les hablaría de Senegal.
-El otro día la encontramos.
-¿La saludó, señor Kovac?
-Bérenice sí, yo no tengo el placer.
-Es una lástima, les vendría bien conocerla mejor.

Kovac optó por no tomar personal esa hostilidad y se volcó en hacer preguntas sobre Scott, por tontas que fueran. Luis le respondía la mayoría y hasta le decía que estaba bien que se convirtiera en "tío".

-¡Si les agradas! - le mencionó Bérenice como remate, pero sonaba tan convincente que le devolvió la sonrisa.

-Podemos comenzar donde terminamos.
-¡En el chopan!
-Choripán.
-Como se diga.
-¿La apuesta sigue en pie?
-¿Cuál?
-Que no habrá algo mejor.
-Ah, eso.
-De todas formas no creo que pierdas.

Kovac guiñó el ojo y ella se desconcertó un poco, a pesar de que seguía sin ser coqueteo y para evitar malinterpretarlo, tomó a su bebé y estrechó la mano de Luiz hasta arribar a la feria.

En la plaza, el acceso a cualquier punto de venta era prácticamente imposible y las chicas se empeñaban en hacer grandes filas para tomarse fotografías con los expositores que consideraban más atractivos. Uno de ellos era Mark Masliah y al reconocerlo, Bérenice y Kovac cambiaron de dirección, quedando frente a la zona africana. Luiz y Roland no se dieron cuenta.

-¿Así que esto es un festival?
-Si, papá.
-"Nigeria" me interesa, vamos.

De no ser por la silla de ruedas de Roland Mukhin y el pequeño Scott, los otros tres jamás se hubiesen acercado a nada debido al limitado espacio para caminar.

-Señor Kovac ¿me recomendaría el vino sudafricano?
-En lo personal no.
-¿Le gustan las artesanías de Kenia?
-Tengo un jarrón pero los adornos no me atraen.
-¿Compraría un manto saharaui?
-No sabría donde meterlo.
-¿Marruecos le es atractivo?
-Las roscas de manzana son excelentes.
-¿Las argelinas son bonitas?
-Preparan un gran té.
-¿Ha ido a Egipto?
-Una vez, es muy bello.
-¿Qué noticias tiene de Angola?
-Hablan portugués.
-¿Y de Costa de Marfil?
-Admiro su francés.
-Si conociera mejor a Bérenice ¿sabría que puesto evitar?
-El de couscous.
-El de joyería, señor Kovac.
-No habrá mayor problema.
-Para ser "su amigo" es usted un ingenuo mentiroso.

Kovac no supo reaccionar y había perdido a Bérenice de vista, razón por la que no tenía manera de disimular su intranquilidad.

-Por lo menos he aprendido algo de usted, señor Kovac: Tiene la manía de nunca preguntar.
-Será malo.
-Depende de usted. Ayúdeme a encontrar a mi hija.


Roland Mukhin observaba detenidamente y aprovechaba para realizar sus compras, como amuletos de madera o libros. A Kovac le impresionaba comprobar que Bérenice había heredado su facilidad de palabra y talante amistoso de su padre, paradoja interesante tratándose de un hombre mucho más introvertido y solitario, que atraía por un extraño carisma que sin duda estaba atado a esa silla de ruedas que parecía muy original pese a no tener nada diferente. Al menos, así ocurría con las mujeres de los stands de Camerún y Túnez que platicaban con él.

-Señor Kovac, relájese un poco.
-Estoy bien.
-Bérenice se escapó.
-No me sorprendería.
-A usted le gusta mi hija ¿verdad? Por eso la ha invitado.
-No, para nada, ella es mi amiga, la conocí en su trabajo.
-Le daré tiempo Kovac, mucho tiempo.

El señor Mukhin pidió enseguida ver otras cosas y paró ante un grupo de senegaleses que le invitaban a adquirir discos de Sheik Lo, pero localizó a Bérenice en el lugar, eligiendo cruces de acero y anillos para llevar a casa como si fueran dulces. Luiz ya lucía, gracias a ella, una especie de camafeo de fantasía y un brazalete con motivos tropicales.

-¡Papá te voy a regalar una medalla! ¡Escoge la más bonita!
-Prefiero que se la obsequies a tu amigo.
-¡Pero no le gusta nada de esto! Si tuviera dinero, le compraba un coche.

Bérenice continuaba despreocupadamente con lo suyo mientras su padre concluía que ella sabía qué clase de hombre era Kovac.

-¡Mira papá! Espero que te guste mucho - señaló ella, colgando del cuello de Roland la dichosa medalla con un motivo ¿místico? pero no importaba debido a su belleza. Kovac por su parte proseguía con su observación de los Mukhin, constatando que no les hacía falta nada. Luiz jugaba a los gestos con su pequeño, Bérenice abrazaba a ambos y hacía partícipe al abuelo para transmitir su alegría. Era muy confuso porque algo no cuadraba y sabía qué pero.... encajaba.

Al cabo de un rato, los Mukhin retomaban el paseo porque la sección africana les absorbía el tiempo aunque al paso hallaran expositores de todas partes ofertando cualquier clase de productos como tabaco con betel o palestinas.

-¿Hay otra cosa que quieran pasar a ver? - preguntó Luiz.
-¡A los brasileños! - respondió Bérenice. A ese punto, Kovac actuaba como rémora, no obstante intentaran integrarlo a la plática, que corría en torno a lo caótico del evento y a lo gracioso que se veía Scott con un par de soles dibujados en sus mejillas. La música estaba a volumen alto y Bérenice y Luiz se realizaban tatuajes de henna.

-¡Pedí que me pusieran tu nombre en bengalí, amor!
-¿Qué es eso?
-No sé pero igual es lindo.
-El mío dice: "Bérenice, Scott y Luiz, la tropa cool".
-"La tropa cool" ¡Me encanta! Pero no lo puedo leer.
-Porque está en árabe.
-¿Arab...? Aw, se ve hermoso ¡te quiero mucho, Luiz! ¡Papá, hazte un tatuaje!
-Al señor Kovac le vendría bien - agregó Roland Mukhin y Bérenice tomó a su amigo del brazo para persuadirlo, aunque este último estaba seguro de que no deseaba plasmarse nada y disimulaba un poco lo contrario. En tanto, la chica sintió que le tocaban el hombro y volteó asustada, pero era Gustavo Justet quien saludaba.

-¡Ya iba por chopan!
-Choripán.
-Eso, perdón.
-Estaba dándome un descanso para conocer algo por acá.
-Iré con los brasileños.
-Está difícil el paso.
-Creí que te estarías yendo a París.
-¿A qué te referís con que vaya?
-¡Gustavo! ¿No es el novio que se te fue a Francia, hija? - intervino Roland Mukhin.
-Papá, no estamos en el espejo.
-Es sólo que "La Rambla" funciona mejor en París ¿por qué no acomodaste esta pieza en primer lugar? Gustavo, si fuera usted ya estaría tomando el siguiente vuelo, el destino no está aquí.

Bérenice bajó la cabeza y se marchó con el sonrojo, mismo que le duró bastante y la obligó a adelantarse a la sección latinoamericana de la feria, rezando porque la venta uruguaya estuviera lejos de la brasileña. Apenas comenzaba a interesarse en unas artesanías peruanas cuando su bebé reclamó atención y le tomaba cuando se topó a Courtney y Matt. Estuvieron a nada de ignorarse, de no ser porque Luiz y Kovac aparecieron.

-Hola, no esperábamos encontrarlos, Bérenice nos habla de ustedes - dijo Kovac.
-Qué sorpresa - replicó Courtney.
-Qué bueno coincidir.

Courtney guardó silencio y Matt decidió ser cortés.

-Vinimos a comer algo antes de volver al hospital, allá adelante sirven ¿cómo se llama? es una sopa panameña, es fufu y nacatamales en el stand de junto; venden ron, es singular.
-Nosotros queremos pasar con los brasileños.
-Courtney y yo intentaremos conocer a los iraníes, nos dijeron que está más vacío.
-Más tarde daremos una vuelta.
-Bueno, adiós.
-Nos vemos.

Courtney dio la media vuelta y Matt la imitó sin chistar, al mismo tiempo que Bérenice fingía no concederles atención con la elección de un suéter gris para su pequeño e ingiriendo improvisadamente un ceviche rosa.

-Tu amiga me cayó bien - le comentó Luiz.
-¿Cuál?
-Courtney, aunque estaba seria.
-No es mi amiga.... ¡prueba esto!
-Qué fresco.
-¿Estamos cerca de Brasil?
-Parece que sí, déjame leer... Aquí al lado está Venezuela, Paraguay y sí, Brasil.
-Visitémoslos de una vez.
-¿Sin tu papá?
-Lo trae Kovac.
-Pero...
-¡Arepas, más chopan y voilá! Brasil.

Bérenice había jalado a Luiz hasta una especie de carpa lounge en la que sonaba música de Bebel Gilberto. Los vendedores entregaban publicidad de abarroterías, exposiciones y restaurantes, exhibían instrumentos musicales y servían picanhas, caipirinhas y cervezas; otros ofertaban discos a 5€ y la chica se dirigió a ellos, solicitándoles todo lo que tuvieran de Michel Teló, batucada y axé.

-¿Por qué no te llevas algo de Tom Jobim? Parece que suena mejor - sugirió Luiz y Bérenice, evidenciando por enésima vez su ignorancia, le hizo caso bajo la voz de "tú si conoces, yo ni sé por qué escucho lo que no entiendo" y movía su cabeza al ritmo de la bossa nova del fondo, animándose luego a probarse playeras con la bandera brasileña estampada. Tan distraída se hallaba que no se percató de que Kovac la había visto ya y que fuera del stand, un grupo de chicos jugaba fútbol, de no ser por el balonazo que recibió su pobre "cabeza de palmera" y que provocó el llanto del pequeño Scott.

-¡Hey, discúlpense! - exigió Kovac pero Luiz sacudió su cabello y pateó el esférico suavemente.

-¡Enséñales como se juega, amor! - reaccionó Bérenice y el muchacho retiró sus sandalias en señal de reto; la gente comenzó a rodearlo y Roland Mukhin pidió que tuviera prudencia para no asustar más al pobre Scott.

-¡Dales su merecido, la "tropa cool" te apoya! ¡Kovac, ayúdalo! - continuó la joven al depositar a su bebé en brazos del abuelo y ponerse a aplaudir como siempre que se entusiasmaba. El propio Kovac no deseaba ensuciar su camisa pero en el fondo, le importaba congeniar con la familia Mukhin y prefirió contagiarse de las ganas de participar. Le parecía que con tal gesto se convertiría en su amigo oficialmente y no tendría que conformarse con saludar a Bérenice detrás de la barra del lugar en el que trabajaba.

-¿Sabes que hacer con el balón, Luiz?
-¿Nunca has oído del famoso "Bob"?
-¿Es tu apodo?
-Bérenice es la única que me llama "cabeza de palmera" ¿Tienes algún sobrenombre?
-Nadie me ha puesto alguno.
-Entonces aprende y gánatelo.

Luiz y Kovac observaron la señal de inicio del cotejo y el primero se dedicaba a observar con los brazos cruzados las primeras acciones, quizás porque le iba a resultar fácil hacerse del esférico. Por lo pronto, simulaba participar como defensa, dejando que su compañero hiciera lo que podía pero Kovac poseía talento y quienes lo reconocían a toda costa le tomaban fotos.

-¡Venga Kovac, lo haces muy bien! - alentaba Bérenice, maravillada porque no era la que más gritaba y porque pensaba más en Luiz, que después de un bostezo se aproximó a un jugador y le despojó del balón para simplemente marcar en la portería. La chica Mukhin se le echó en brazos para festejar.

-¡Anota más goles, amor! ¡Por la "tropa cool"!

Luiz sonrió y se animó a participar más, recibiendo una pequeña queja de Kovac por descuidar su área, pero los dos se entendían bien con los pases y no tardaron en anotar. "Bob" se lucía y disparaba con mucha fuerza, Bérenice no escatimaba en plantarle besos a cada instante; con Kovac era mucho menos efusiva.

-¿Verdad que los dos hacen un gran equipo? - le comentó la muchacha a su padre al retomar su sitio.
-Sobretodo "equipo".
-¿Te imaginas si lleváramos a Kovac al espejo? ¡Mi adorado Luiz nunca perdería un juego!
-No se te vaya a ocurrir.
-¡Nos estamos haciendo amigos!
-¡Bérenice, basta! ¡Tú y to sabemos que nunca has tenido amigos, que nunca los tendrás y que el señor Kovac merece que lo dejes en paz!

Bérenice lo tomó como si la hubieran fulminado y discretamente se retiró, desubicándose enseguida. Aunado a que no sabía leer, había dejado a su pequeño de lado y experimentaba miedo por no tener a donde ir. Entre colores, música y desorden, dio pasos en falso, giró una y otra vez, se sentó en el piso y cuando se perdió completamente, soltó a llorar sin que nadie reparara en ella. En el fondo, lo que le dolía era pensar en lo que sentía desde hacía días respecto a su padre, otrora noble y cariñoso pero que llevaba meses sin voltearla a ver, que no le recibía los abrazos, que le rechazaba alegando que ambos debían ocuparse de sus propios asuntos. Ni siquiera la dejaba llevarlo en su silla y no le aceptaba ni el café.

La reflexión sin embargo, no llegó. Bérenice se daba cuenta de que no tenía en su poder un balín rostov y si deseaba cruzar al espejo, tendría que pedírselo a Matt, pero él, por orgulloso quizás se negaría o actuaría como si no existiera. Aunque podía estar sufriendo antes de tiempo, la chica se levantó para volver con su familia, se integró a la multitud y calmadamente revisó por los rincones, cruzando su mirada miel con la de tono avellana de un hombre no enigmático pero que conocía. Él la sujetó de la mano y la condujo al stand uruguayo.

-¡Hola! Ahora te puedo saludar bien.
-Bienvenida ¿te sirvo café o querés un postre?
-No, no, estuve aquí la primera vez que vine de visita.
-¿Buscas algo?
-Pensaba irme pero no sé como.
-¿Perdida?
-Un poco.
-¿Vos no sos de esta ciudad?
-Más o menos.
-¡Ánimo, Bérenice!
-Estaré bien.
-Que hablás muy curioso.
-¿Mmh?
-Que me acuerdo de lo que dijiste de La Rambla.
-Oh, lo de París.
-¿Por qué?
-Es que esta pieza... ¡Te irá mejor!
-¿Qué significá lo de las piezas?
-Es como el lugar correcto, allá tendrás más éxito.
-Que para venir hasta acá puse Uruguay de cabeza.
-Pero ¿No irás con Carlota?
-Respecto a eso...
-¿Qué pasa?
-¿Quién es? ¿Por qué insistís?
-¿No la conoces?
-Una foto por ahí, la verdad es que no me ha interesado.
-¡Pero ella significa mucho para ti!
-Ni siquiera me acuerdo de su rostro.
-Pero la verás en París, serás su vecino.
-Dale con lo de París, que no voy.
-¿Por qué?
-Cuesta mucho esfuerzo dejar la tierra de uno y luego resulta que venís a decirme de primera que me vaya porque algo tengo que ver con una extraña después de que me confundís con un tipo que andaba contigo.
-Es que si no acomodo tu pieza, todo va a colapsar.
-¿Qué es eso de la pieza?
-Tu lugar, eso le entendí a Matt.
-Sólo porque vos me cae bien no te miro raro.
-Si tan sólo la vieras; así conocí a mi novio, el que se parece a ti.
-¿De qué me hablas?
-Es que ella te encantaría por lo bonita que es, irías corriendo a buscarla.
-Vale, vale, que no es posible.
-¡Con Carlota todo puede pasar!

Gustavo ya no quiso continuar con una conversación que no tenía sentido y dejó que Bérenice hurgara en el stand, no por considerar que se llevaría alguna taza o un alfajor, pero cuando ésta pasó detrás de la parrilla, fue atraída por un plato que nadie tocaba.

-¿Qué son?
-Uruguayos no.
-¡Son de carne! Menos mal.
-Lo trajeron unos expositores, no sé cuáles, nadie me dice.
-Estoy segura de haber probado unos en el espejo.
-¿Espejo?
-¿No te molesta si los como?
-No que va, de todas formas no tengo hambre.

Bérenice no dudó más y procedió a morder una especie de "pan" de maíz -así lo identificó por no tener idea- que sostenía una carne guisada teñida de rojo, acompañada de piña y que sabía un poco a picante gracias a una salsa verde que ella no tardó en asegurar que era de aguacate.

-¡Perdí la apuesta!
-¿Cuál?
-¿Tienes chopan?
-Choripán ¿Cuántos necesitas?
-Mi novio, mi papá, mi amigo Kovac, mi bebé no come.... Al rato querré uno ¿son tres?
-Cuatro.
-¿Por favor? ¡Esta cosa es buenísima! Lástima, no sé el nombre.
-Bérenice, esos son tacos - intervino Kovac que la había estado buscando al acabar el juego.
-¡Chico, aquí estás!
-Traje a Luiz y a tu papá.
-Papá...
-¿Así que viniste a convencer a Gustavo de mudarse? - añadió Roland Mukhin.
-No sé por qué me dicen que lo haga, en Tell no Tales llevo un año y el negocio está funcionando ya - señaló Gustavo Justet - Son 4€.
-Es una lástima, juraría que Carlota Liukin era su destino.

Bérenice y Gustavo se miraron unos segundos, ella apenada, él incómodo. Si se volvían a encontrar habría un sinsentido y ella se imaginaba que acabaría por hartarlo. Algún plan habría sobre la marcha.

-Creo que nos vamos - sugirió Kovac al notar lo embarazoso de la escena y tomó del brazo a la joven, misma que no podía apartar sus ojos del confundido vendedor. Momentos más tarde, el stand uruguayo se quedó vacío y Courtney y Matt pasaron por ahí con la intención de adquirir mate barato. La sensación del fuera de lugar continuaba en el ambiente.

-Una bolsa de kilo está en 5€, se me terminaron las de tres - atendió Gustavo.
-No necesitamos tanto... ¡Matt! ¡Matt! ¿Matt? Perdone, cuando se distrae...
-No me estoy distrayendo Courtney, es sólo que él...
-¿Tiene que ver con el espejo?
-Él no, pero no debería estar aquí.
-¿Por?
-Courtney, recuérdame explicarte lo de las piezas.
-Claro, perdón mi risa, es que suena fantástico y tan de ciencia ficción.
-Carlota.
-¿Qué?

Matt se dirigió al expositor que a esas alturas no sabía si reír ni llorar.

-¿Nunca te han dicho de Carlota, verdad?
-¡Vale, que esto me cansa! Terminen la broma.
-Entonces sí sabes a que me refiero.
-¡Dale con su Carlota, mejor aléjense!
-Con todo placer pero por cualquier cosa, es ella.

Matt Rostov le extendió a Gustavo una propaganda de la embajada francesa, idéntica a la que Mark Masliah había tirado la vez anterior. Bérenice tenía razón respecto a lo enganchante del aspecto de la chica.

-Suerte con La Rambla en París - siguió Matt - Cuidado con involucrarte mucho, tu pieza es decisiva.

Courtney Diallo escuchaba con fascinación y pagó el mate sin esperar el cambio, yéndose con Matt sin atreverse a preguntar ni comentar nada.

-Me vas a ayudar.
-¿A qué?
-A equilibrar el universo.
-No veas Dr. Who.
-Encontremos el restaurante de Gustavo en esta ciudad y llevémoslo a París.
-¿Cómo?
-¿Quieres conocer el espejo?

Courtney abrió la boca asombrada y besó a Matt cuando su entusiasmo lo permitió. Él por su lado, no era tan demostrativo, pero estaba aliviado. El resto dependía de Carlota Liukin.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Un hombre llamado Thorm


Carolina Kostner / Foto cortesía de Rai Sport 2

Hesparren, Francia.

Tamara le mostró a Ricardo cómo elegir una manzana, podar los árboles y ubicar posibles plagas en lugar de redundar sobre las maquinaciones de Andreas, no obstante, existiera cierta tensión que los mantenía cercanos y les evitaba, paradójicamente, mirarse la cara.

Fue después de las recolecta cuando regresaron con Anne Didier y se toparon con que, en lugar de la cena, les retiraban sus pertenencias y las colocaban cerca de la entrada.

-¿Por qué tocas mis cosas? - protestó Tamara.
-Perdona, es que olvide por completo que tendremos un huésped.
-¿Quién?
-Un chico de Suecia que tu padre encontró en internet. Nos mandó un mail agradeciéndonos el asilo por tres días.
-¿Le dieron mi cuarto? ¿Dónde voy a dormir?
-En el sofá, no te apures.
-¿Y Ricardo?
-Afuera hay una hamaca grande y cómoda.
-¿Quieres que se le suban las ratas?
-Ricardo, no se inquiete, casi nunca pasa.
-¡Casi nunca! Ese es el punto, mamá.
-Ay, Tamara, exageras.
-¿Cuánto tiempo va a durar?
-Mencioné que tres días.
-¿Cuándo llega esa molestia?
-Tu padre no tarda, no querrá llenar el jeep de tierra.
-A mí me recibió con esa reliquia llena de lodo.
-Fue una emergencia, perdónalo.
-Irse por el camino largo no es de urgencia.
-De todas formas hay que recibir bien a las visitas, arregla la mesa. Ricardo ¿gusta ayudarme a bajar los platos de la alacena?

Tamara y Ricardo obedecieron, no sin sentir cierta desconsideración por el aviso. Aunque era la joven la que se hallaba furiosa y le chocaba la idea de comportarse afablemente con quien iba a adueñarse de su cama y le pediría algo por hallarse inconforme.

-¡Hija, cámbiate esa playera! - pidió Anne Didier al advertir que la playera de Tamara tenía marcas de tierra.
-¿Dónde me voy a quitar la que traigo?
-En tu recámara pero rápido.
-¿Otra cosa?
-Péinate.
-¿Qué quieres que haga?
-Quítate el pelo de la cara ¡pero ya!
-Voy, voy, no tardo.

Tamara procedió a complacer a su madre, percatándose de que habían cambiado las sábanas y el cuarto no olía a la humedad de siempre. Las herramientas de la huerta tampoco se hallaban ahí. Al borde de enojarse más, la joven cepilló su cabello y se despojó del calzado, dispuesta a portarse indiferente con el invitado. Se tardó lo necesario para oír una llave, la voz de su padre, el saludo de Ricardo y una bienvenida, todo viable de arruinar y nadie podría reclamarle.

Tamara volvió al exterior, topándose al instante con la sonrisa de su madre.

-Ven, te quiero presentar.
-Mamá, no se va a quedar y no lo voy a ver.
-Es un chico amable.
-No lo habías visto.
-No enchueques la boca.
-Me acabas de correr de mi cuarto.
-Derecha y bonita, deja esos zapatos.
-¡No!

Pero Tamara ingresó a la sala y por la fuerte impresión soltó lo que traía, echó los hombros hacia atrás y levantó su rostro.

-Ella es mi hija, él es Thorm Magnussen - externó Anne Didier y el invitado extendió su mano, Tamara la estrechó apenas - Se quedará tres días pero adelantó su llegada.
-Encontré un tren en Gijón hacia Hendaye y lo aproveché, disculpen por no prevenirlos con más tiempo.
-No te sientas mal, Thorm, qué bueno que estás aquí. Tamara, muéstrale su habitación.
-¿Yo? - preguntó la aludida con desconcierto.
-Disculpa, Thorm, ella es un poco tímida.
-No me incomoda - replicó él.
-Ven - agregó Tamara, segura de que sus mejillas estaban sonrosadas. El chico la siguió en silencio aunque su equipaje pesaba demasiado.

-Aquí dormirás - dijo ella al abrir.
-Se ve muy bien, ¿hay mosquitos?
-Por el calor.
-¿Aire acondicionado?
-No existe.
-Pasaré la noche sudando.
-En Hesparren hace frío.
-Ya entendí, me congelaría de madrugada, ¿teléfono?
-En la cocina y hay un baño aquí, no tienes que salir.
-Me gusta, todo bien.

Thorn se reflejo en un espejo y Tamara aprovechó para contemplarlo detenidamente: cabello café, ojos azules, piel tan pálida como la leche disimulada por un disparejo bronceado y un discreto piercing en la nariz, labios pequeños, nariz recta pero de tamaño apropiado y barba tipo candado, corta y definida.

-Gracias por recibirme.
-De nada.
-¿Hay un horario?
-Mis padres tienen uno.
-¿Cómo va?
-El desayuno a las seis y media, trabajo en la huerta desde las ocho, se come a las tres, el resto de la tarde limpian la casa, cena a las nueve y duermen a las once.
-¿Y tú?
-Me levanto como ellos pero trabajo en el pueblo.
-¿Qué haces?
-Estoy en un club de patinaje.
-Supongo que no pasas tiempo por aquí.
-En la tarde recojo manzanas.
-¿Me dejarías ver cómo lo haces?
-¡Cuando quieras!
-Hecho.

Tamara abandonó el cuarto sin pensar en nada y dócilmente ayudó a su madre a servir la cena, asegurándose de que Thorm recibiera un lugar frente a ella. El huésped agradecía la hospitalidad puesto que venía agotado y un poco hambriento.

-Imagina que es tu casa - comentó Anne Didier cuando Thorm tomó una cuchara. Aunque Tamara creía que su actitud la delataba, la verdad era que adoptaba su posición más seria, inhibiendo a Ricardo y a quien quisiera platicarle algo, pero también daba oportunidad a que Thorm explicara que hacía en Hesparren y cuánto tiempo llevaba de viaje, enterándose de que él veraneaba después de dos años trabajando como profesor de español en Estocolmo. Conforme la cena avanzaba y el vino hacía efecto, Tamara contemplaba más al inquilino, de quien recibía una que otra sonrisa, pero ninguna intencionada, sino más bien mostrando simpatía inicial.

El resto de la velada fue una tortura para la chica, que miraba las puertas e imaginaba que Thorm las atravesaría en cualquier momento. Finalmente, la inquietud la llevaría a pasar la noche afuera, sin ver en ningún momento a nadie más y soportando el frío, mientras su mente divagaba en lo que acababa de ocurrir.

Como siempre ocurre en los pueblos pequeños, el canto del gallo despierta a todos y con la familia Didier, esa regla era inquebrantable. Tamara entró de nuevo a casa a las seis para vestirse y lavarse la cara, sin atender a su madre que llevaba café.

-No pegaste ojo.
-El sofá es cómodo.
-No te enfades tan temprano.
-¿Viste si dejé mis botines en la mochila?
-Yo los metí.
-Gracias.
-¿Tienes que dar clase tan temprano?
-Termino a las doce.
-Creí que ayudarías a Thorm a recorrer el valle.
-No me lo pidió.
-En ese caso, ponte un suéter y come algo.
-Voy tarde.
-No me desprecies la taza.
-Me llevo un plátano ¿en paz?
-Ay, de acuerdo, adiós.

Tamara acabó de colocarse un suéter rosa y salió deprisa por su bicicleta. Ajustaba un pedal cuando notó que Thorm también se iba.

-Hola.
-¿Dónde...? Hola.
-Veré la pesca de merluza.
-Debiste levantarte antes.
-Me gusta ver como llega la carga.
-No habrá nada, ayer mis padres sacaron tilapia.
-Entonces me meteré a nadar.
-Diviértete.
-¿Qué harás hoy?
-Atender a mi grupo, son niños pequeños.
-Suerte.
-Adiós Thorm.
-Nos vemos.

Tamara se marchó sin mirar atrás, pensando que ir a la playa con él sería más divertido que ir a la pista y una de las razones era que podía servir de guía a Saint Jean de Luz o alguna orilla menos concurrida; pero Christophe Simmond iba a despedirse cualquier día y la dejaría a cargo, así que tampoco quería perdérselo.

Imaginar como es el día de alguien más puede agriar las cosas y le sucedió a Tamara durante la mañana. Con el fin del verano, hordas de mochileros se presentaban en el Pays Basque y era fácil que Thorm conociera a alguien con quien pasarla bien sin necesidad de preguntar a los Didier por su granja. A las once, aquella sospecha se concretó cuando su madre la llamó para avisarle que el huésped no llegaría ni a la cena por ser invitado a una fiesta de Biarritz. La joven respondió que no le importaba pero lo sabía y después de colgar apresuradamente, enfureció al punto de que cualquiera sentía temor de equivocarse frente a ella. Más tarde y con el pretexto de que le ayudaría con las manzanas, Ricardo Liukin fue por ella y no recibió más que un frío saludo y una actitud funeraria.

La segunda jornada con el visitante fue peor. Tamara tropezaba con todo, perdía sus pertenencias y miraba el reloj con nerviosismo, además de resistirse a probar bocado porque su garganta se cerraba. A cualquier intento de hablar se detenía y salir a cubrir su turno significaba voltear a todos lados con la esperanza de hallar a Thorm por ahí, aunque fuera confundiéndolo.

En esa tarde, Tamara pasó por los viñedos, descubriendo al visitante en medio de un brindis. Era fácil deducir que había pasado las horas recorriendo el valle y no figuraba si demoraría más, colocándola en la indecisión de acercársele o no. Thorn en cambio la distinguió enseguida e intentó alzar su brazo para llamarla, pero ella montó su bicicleta.

Por un instante, la chica sólo pensó en la mirada de él, tan seria y propia de un hombre que se concentraba en un punto fijo, con un azul no muy profundo sino cristalino. Ella se intimidaba y aunque lo había escuchado por un minuto, recordaba su voz como si lo tuviera al lado.

-¡Hey, aguarda! - susurró él cuando imprevistamente la alcanzó y continuó sonriendo amigablemente - Dijiste que me mostrarías como trabajas.
-¿En serio?
-Si no te hubiera visto, no sabría cuando empiezas.
-No te veía desde ayer.
-Conocí un bar en Biarritz y anduve de fiesta con amigos nuevos, ellos me trajeron a las granjas y al castillo.
-¿Te quedaron ganas de cortar manzanas?
-No creo que sea predecible.
-Muy de vez en cuando.
-¿Cómo hoy?
-No lo sé pero tendrás que hacerme caso, no es tan fácil.

Tamara se dio cuenta de que Thorm llevaba igualmente una bicicleta y parecía muy dispuesto, tanto que ya iba a su lado. De todas formas no esperaba contar con su entera atención y él tenía una impresión rígida pero no mala de ella; más bien correspondiente a la de una persona que se encontraría en el metro a diario. Aunque no se dirigieron la palabra el resto del trayecto, se trató de un recorrido agradable, en el cual, él conoció un sendero repleto de árboles enormes.

-¿Por qué tu familia no siembra vid? - preguntó él al llegar a la granja.
-Mis padres dicen que la gente prefiere comer a beber.
-¿Venden las manzanas?
-Como sidra en navidad, la prensadora y la botella trabajan solas.
-¿Vives aquí?
-Temporalmente, no planeo quedarme.
-¿Buscas algo en el pueblo?
-No me atrae vivir en el campo.

Ella acomodó su bicicleta en el granero y el chico la imitó, pensando que era la rutina diaria. Más tarde lavaron sus manos y supieron que Anne Didier no se encontraba pero había dejado un cocido listo para servir.

-¿Tienes hambre, Thorm?
-Un poco, no desayuné.
-Siéntate, mi mamá preparó morcilla con lentejas y unos pimientos.

Como si fuera dócil, Tamara arregló la mesa y volvió a quedarse frente a él, que se maravillaba con el olor.

-Ricardo y mi padre regresarán luego, fueron a Bayonne por mostazas; no sé por qué no te llevarían.
-Les dije que no.
-Eso me da tiempo de mostrarte que hago aquí, estar quieto no te caería mal.

Thorm rió y ella sonrojó intensamente pero sin dejar de contemplarlo durante la comida, prácticamente hipnotizada. Sus ademanes transmitían cierta ternura pero él los confundía con timidez, como cualquiera que la hubiera observado.

-Thorm, ven - pidió ella repentinamente y el joven se incorporó mientras comentaba que la sazón de Anne Didier era estupenda - Ayúdame con unas ramas que no alcanzo, te diré de cuáles se toman cosas ¿Sabes usar tijeras?
-Sólo he regado plantas.
-Sostendré el sesto.

Con la cabeza baja, la chica guió al invitado hacia el jardín, impresionándole a éste el tamaño de los manzanos alrededor. Para ese instante, a Tamara volvió a paralizársele la voz e intentaba esconderlo sin éxito, aunque Thorm, convencido de su timidez, comenzó a entender qué sucedía. (Continuará)

viernes, 9 de octubre de 2015

La cita con Kovac (Carlota y Gustavo)


Con dedicatoria a mi estimado Gustavo Justet, gracias por tus atenciones y amabilidad.

El inicio de la Feria Gastronómica Internacional de Tell no Tales significó bares vacíos en el Panorámico y por ende, Evan Weymouth se aburría, dándole la tentación de cerrar su local e irse de parranda al centro a "comer árabe" en vista de que no tendría otra oportunidad en al menos, un año. Justo eso le comentaba a Bérenice Mukhin cuando Kovac se encontró con un cartero en la entrada y después de darle el consabido autógrafo, entró con un sobre en la mano, diciendo sonriente:

-Mensaje para la señorita Bérenice y espero que después de leerlo, acepte acompañarme.
-¿Qué es?
-Me pidieron que te lo diera.
-Gracias, chico.
-¿No lo vas a leer?
-En casa ... ¿Un trago?
-Hoy paso, es que vengo a pedirle un permiso a tu jefe.
-A pequeño jefe porque don jefe no está.
-En ese caso.... Evan ¿me permites llevar a Bérenice de paseo?

El joven Weymouth atinó a creer que Kovac supiera su nombre y como le era usual, le surgió la duda de por qué el interés en su empleada aunque la respuesta no fuera descabellada.

-¿A dónde la invitas?
-A la feria del centro.
-También quiero ir.
-Te puedo dejar allá.
-Bérenice no ha dicho si acepta o no.
-¿Dónde fue?
-Acá arriba por su bebé, es que no quiso llevarlo a la guardería.
-No hay problema.

Poco después, Bérenice apareció con su pequeño Scott al frente.

-¿Cuándo nos vamos? - preguntó.
-No te he dado permiso - replico Evan.
-Pero no te vas a negar porque quieres una cosa arab... arabo... ara, como se llame.
-¿Para eso sí tienes memoria, verdad?
-¿Sí o no?
-Debes quedarte a cerrar.
-¡Nos vemos, pequeño jefe!

Bérenice tomó a Kovac del brazo y se alejó corriendo, como si creyera que había realizado una travesura. 

-La próxima vez, avísame que vamos de fuga.
-¡Pero ese es el chiste!
-Al menos me sirvió el ejercicio.
-¡Pero adoro caminar! ¡Anda, anda, mi bebé prefiere sentir el aire puro!

La joven abrazó a Kovac y tomó camino a la avenida Gardel, puesto que era la más cercana al centro. Los repartidores de volantes gritaban para llamar la atención y otros colgaban carteles para la promoción de la feria.

Mucha gente sentía curiosidad por lo que se ofrecía y el tránsito se volvió pesado, sin embargo, la atmósfera era tan festiva que Bérenice comenzaba a dar unos pasos y comentaba que quería conocer de todo, fingir que sabía inglés y practicar las palabras que sacaba de las canciones de Michel Teló. Kovac la contemplaba sin ningún motivo especial de principio. De hecho, aquella cita se le había ocurrido por mero impulso, seguro de que cualquiera de sus amigos declinaría por trabajo. Otro aspecto notable era que el niño Scott demostraba una alegría poco vista para tener escasos meses de edad. Sonrisas e intentos de juntar sus palmas ocasionaban que su madre le celebrara esos pequeños logros con besos en su cabecita y añadía que Kovac terminaría muerto de envidia.

-No puedo sentir celos de un bebé.
-¿Quién habló de celos?
-Son similares a la envidia.
-Claro que no.
-Son lo mismo.
-El que no entiende la diferencia eres tú y si dije envidia es porque Scott es chiquito y adorable, por eso lo mimo tanto.
-¿Si yo fuera un niño, me tratarías igual?
-Pero eres un grandulón y me caes muy bien, aunque no sé por qué no llamé a mi adorado Luiz.
-¿Tu novio?
-Y papá de mi amor de chamaco pero bueno, luego le contaré cómo la pasamos.

Bérenice volvió a sostenerse del brazo de su amigo y recorrieron el tramo de Gardel que les faltaba antes de atravesar unas calles del barrio ruso para comprobar como desde la culminante avenida Piaf se visualizaba la plaza principal repleta de stands, escenarios y una creciente muchedumbre.

-Huele delicioso - expresó la joven.
-Exploremos, a lo mejor encontramos algo que nos agrade.

Ambos se emocionaron al instante, esperaron la luz roja del semáforo y se adentraron en la explanada, según él, para guiarse. Había cuatro columnas de acero indicando como se distribuían los puestos de comida.

-A las izquierda los asiáticos y a la derecha los africanos y sudamericanos, los europeos al frente y el resto en las esquinas ¿dónde deseas comenzar, Bérenice?
-¡Quiero ver a los chinos!
-Tus deseos son órdenes y pide lo que quieres, me haré cargo.
-¿Deveras?
-Con confianza, soy un caballero.

Ella aplaudió en agradecimiento y jaló a Kovac a la sección asiática, intentando identificar entre los filipinos, los tailandeses y los japoneses. Bérenice juraba que todos se veían iguales e inclinaba la cabeza para saludarlos, ocasionando que su amigo empezara a reírse.

-¡Quiero un rollo de plátano y arroz frito! ¡Y mira ese gorro! Scott se ve precioso.
-Parece monje taoísta.
-¿Ta... qué? No importa, me llevo eso.

En el stand de Laos, la ropa para bebé lucía interesante pero a Kovac le resultaba curioso ver a Scott con un adorno en su cabeza y a su madre presumiéndolo después de acabar con su comida. Poco más tarde, Bérenice lo sorprendía devorando curry de pollo y pan al vapor, sin sospechar que ella poseía un apetito inacabable.

-¡Gatos de plástico!
-¿Quieres uno?
-¡El verde!
-De acuerdo pero ¿te gusta tanto China? No se puede pasar.
-¿Aquí están los chinos?
-Si tenemos paciencia, tal vez entremos.

Pero ella se alborotó un poco y cuando Kovac consiguió verle de nuevo, estaba con la gente enviada por la embajada y rasgaba sus ojos para simpatizarles.

-Vámonos - dijo él después de saltar una de las mesas con mercancía.
-Pero les agrado.
-No los vayas a ofender, toma una chuchería y adiós.
-Mi gato.
-Lleva el póster de acá y té.
-¿La regué?
-¿Perdón?
-¿Me porté mal?
-Digamos que no... aún.
-No entiendo nada pero bueno - y dirigiéndose a los expositores con un enorme abrazo, ella prometió regresar.

Kovac logró sacarla de ahí mientras constataba que de seguir en esa sección, no tardarían en reconocerlo. De todas formas, Bérenice enfocaba su atención en la venta de productos de Corea del Sur y en unos helados con forma particular.

-¡Compremos churros!
-Son barquillos.
-¡Como churros!
-No me gusta el helado.
-Mmh, de acuerdo.

Eso no significó que él no se lo invitara a la joven y prosiguieron su camino por la "zona europea". Kovac sentía que se sonrojaba cuando Bérenice denostaba un poco de ignorancia: "¿Suecia no es Suiza?" "¿Cómo que Yugoslavia no existe?" "¿Son de Malta los perros malteses?". Aquello pintaba para ponerse crítico al escuchar que la joven hablaba con la boca llena, aunque él la disculpaba porque nunca había reído sin descanso.

-¡Ahí está tu doctora, Scott! - gritó ella al reconocer a Courtney Diallo frente a la venta rusa.
-¿Quieres saludarla? - preguntó Kovac.
-Ay, claro - mordiendo su helado - Oye ¡qué rico churro!
-Es un barquillo coreano.
-¡Pero parece churro! ¡Por eso qué rico churro!

Courtney la miró y Bérenice la saludaba a su distancia, comprobando que iba acompañada, pero se distrajo pronto para admirar una rebanada de pastel que un cocinero cubría con abundante chocolate fundido y lo partía con generosidad.

-Ya no está - suspiró la chica al echar de nuevo el vistazo y conocer que Courtney no se hallaba.

En medio del creciente gentío, no separarse de Kovac se convertía en una dificultad y ambos fueron a parar al stand de Israel aunque en extremos opuestos. Él lograba introducirse involuntariamente y Bérenice en cambio, permanecía afuera y suplicaba entre empellones que la gente tuviera consideración de Scott, pero no por eso se abstenía de terminar con su helado y chacharear. Un chico le aseguraba que podía atenderla.

-Mark Masliah, a tus órdenes.
-Gracias, gracias ¡qué lindos aretes! ¿Crees que se me verían...? ¿No eras tú el que estaba con Courtney?
-¿Perdón?
-Courtney, la doctora de mi niño ... Bueno, lo atendió una vez.
-Era yo.
-Qué bien, ojalá la hubiera saludado.
-Anda por aquí, me presentó a su novio Matt.
-¿Matt? ¿Dónde fueron?
-No vi.
-No puedo dejar que se quedé con él.
-¿Qué?
-Nada, adiós.
-Oye, me eres conocida.
-A nadie me parezco.
-¿Bérenice Mukhin?
-Me confundes.
-El Gobierno Mundial te busca.
-Yo no soy yo... Ay, dios.

Bérenice se dio a la carrera para perder a Mark y por lo mismo, no se percató de que Kovac también la perseguía. Para su suerte, el último era más veloz y la sujetó en un atestado stand francés.

-Toma lo que quieras y disimula.
-¡Perfume!
-No voltees, ¿puedo saber qué hiciste?
-¡Nada! ¡La pandilla Rostova nunca sirvió para nada, eso decía Matt!
-¿Quién es Matt?
-Mi novio, el doctor.
-Se fue el peligro.
-Menos mal.... ¡Un chico francés!

A Kovac entonces, le tocó la escena en la que Bérenice saludaba a un vendedor, le preguntaba su nombre y lo besaba enseguida.

-¡Después de cumplir mi sueño, me voy! - remataba la chica y arrastraba a su amigo, descubriendo que Mark la había esperado. La huída duró bastante pero lo extravió en la sección latinoamericana.

-Tengo sed.
-Discúlpame.
-Te acabo de ayudar a ¿escapar?
-¿Te pagaré?
-En serio ¿qué pasa contigo?
-Ni idea.. No, no sé. Pobre Scott, está cansadito.
-Tienen mate de coca, creo que necesito uno; ¿agua de frutas para tu niño?
-Está bien.

Bérenice aguardó a Kovac y éste trajo consigo un par de vasos.

-¿A qué te referías con lo del sueño?
-¿Eh?
-Con el francés.
-A que nunca había besado a un francés ¡y se llama Thomas!
-Tiene sentido.
-¿Me dirías por qué me invitaste?
-Me eres simpática.
-Es que si lo soy.
-Comes mucho.
-Siempre tengo hambre.
-Comprendo.
-Todo parece tan delicioso.
-¿Quieres algo?
-¿Qué dice allí? Cho... pan... panri... ¿qué?
-Choripán.
-Suena bien.
-¿Quieres el de Argentina o probamos un uruguayo?
-Por lo raro del nombre, uru... uruayo.. urud.. eso.
-¡Dos choripanes, por favor!

Los dos se acercaron a una parrilla y no perdieron el tiempo en probar.

-¡Es lo más rico de la feria!
-No hemos ido con los africanos.
-Te apuesto otro de estos a que no hay algo más sabroso.
-Te tomo la palabra, Bérenice.
-Ay, qué lindo.
-¿Ahora qué?

Kovac apenas concebía que ella se dirigiera al expositor.

-Pero qué carita tan interesante tiene el hombre de acá ¿Cómo te llamas?
-Gustavo Justet ¿y tú?
-¡Bérenice Mukhin!
-Gusto en conocerte.
-¡Me está encantando el chopa, chopan... esto.
-Te lo agradezco ¿querrás mi tarjeta?
-Lo que te voy a preguntar es extraño pero ¿conoces a Carlota Liukin?
-¿A quién?
-Te pareces a un novio que tuve, entonces ¡tú debes ir a París! ¡Ve por Carlota!
-No sé qué contestar.
-¡La Rambla* existe en París y Carlota vive allá! ¡Recuerda, Carlota!
-Vaya, qué ...
-¡Kovac, larguémonos de aquí!

El vendedor se quedaba en ascuas y sus clientes salían huyendo nuevamente de Mark Masliah, a quien no tenía el gusto de conocer. Mark dejaba caer una gran cantidad de volantes que le habían dado los colegas de la feria y Gustavo levantó por coincidencia una publicidad de la embajada francesa: "La plus belle" anunciaba y mostraba una fotografía de Carlota Liukin con su medalla europea. El otro lado la presentaba como una gran estrella.

Gustavo lo creyó curioso pero Mark volvió a levantar su desastre.

-¿Dejé algo?
-Este papel.
-Perdón, es que esta chica...
-¿Te pasó algo?
-No, Bérenice andaba platicando ¿contigo?
-Ella fue muy amable.
-Quería conocerla pero no me lo permitió.
-La verás por acá más tarde, esperemos.
-Me encantaría, suerte.
-Suerte.

Por su lado y fuera de la plaza, Bérenice y Kovac por poco reventaban de risa. Se notaban agotados y se sentaron en una banqueta.

-Vaya día.
-Me entretuve mucho.
-Esa era la intención.
-Te agradezco todo.
-Si quieres, podemos visitar lo que nos faltó el domingo.
-Acepto.
-Mira, Scott está contento.
-Se va a dormir.
-Por cierto, te guardé esto Bérenice.
-¡Pastel de chocolate!
-Es que casi te quedas pegada a los exhibidores de Bélgica y no te lo pude dar antes.
-Qué dulce.
-¿Lo dices por el pastel?

Bérenice comió su rebanada en silencio, no sin convidarla a Kovac. Este supo que no era mala idea salir con ella.

-Por cierto ¿guardaste el sobre que te di?
-Claro, lo veré más tarde.
-Me preocupaba que lo hubieras perdido.
-¿Por qué?
-Lo vi a contraluz.
-¿Qué es?
-Te enterarás cuando estés sola.

Bérenice y Kovac se encogieron de hombros, dando por concluida su cita. Ella se quedó con ganas de ver el stand de Brasil.

*Se trata de un sitio real y súper recomendable, lo atiende mi querido Gustavo Justet a quien le reitero mis agradecimientos y aprecio.
La Rambla, parrilla y pizzería uruguaya, Ometusco s/n casi esquina con Avenida Baja California, colonia Condesa, D.F. De las dos de la tarde en adelante. 


martes, 6 de octubre de 2015

Antes de Courtney, Coeur (Primer episodio de la serie "Carlota y Gustavo")


Dedicado a Mark Masliah.

Matt Rostov regresó al hospital después del funeral de Elijah Maizuradze y se ocupó de tomar una siesta en el dormitorio que compartía con Courtney desde hacía poco. Ésta última sólo sonrió al verlo y le escribió una nota para recordarle que habían quedado de ir a casa juntos y que tal vez pasaría al supermercado por un par de cosas. Silenciosamente, le dejó igualmente una manzana.

Courtney Diallo tomaba una tarde libre y pensaba que la había elegido en un gran momento, puesto que podía caminar sin importarle que el barrio Láncry le quedara lejos. De vez en vez, se detenía ante los puestos de fruta y consciente de que la ocasión lo ameritaba, intentó hallar una pastelería donde vendieran tartas de pera. Mientras se animaba a adquirir una, creyó distinguir a alguien conocido pero no prestó atención y apresuró el paso para evitar tropezarse, pero a segunda vista reaccionó sosteniendo con mayor fuerza su bolso y abandonó la calle por la que iba.

-¡Coeur, Coeur!* creyó escuchar luego, orillándose a detenerse y notar que la seguía una repartidora de volantes, anunciándole que en el centro había un festival gastronómico. A la pregunta sobre si era la responsable de llamarla, la desconocida respondió que no.

Courtney retomó sus pasos y por curiosidad  se dirigió al festival para averiguar de qué se trataba, topándose con la novedad de que los transeúntes la señalaban para decir "mira, ¡es una mujer negra!" y comenzaban a rodearla para finalmente preguntarle en la plaza de dónde venía.

-De Senegal, en África - se le escapó y gracias a eso la trataban con el interés de lo exótico y como si su país fuera totalmente tropical - En la radio se oye mucha salsa, la tapioca nos vuelve locos, eh... Hay mangos por todo el país, creo; hay mar, desiertos, bosques, se usa la ropa ligera ¿qué dije?
-¿Animales?
-Serpientes.
-Wow ¿escuelas?
-Cada ciudad tiene muchas, yo me gradué como doctora.
-¿Por qué no se puso un vestido típico?
-No tengo.
-¿Por qué su ropa no es como la de los africanos de los documentales?
-Porque Dakar es una ciudad como cualquier otra.

La gente parecía admirarse de Courtney a pesar de que aparentaba describir Senegal y no les había dicho nada que no se consiguiera o utilizara en Tell no Tales. De todas formas, el impacto fue mermando debido a las mercancías y ella finalmente se extravió, perdiendo el interés a pesar de que la rodeaban olores agradables que atraían incautos y el stand ruso, de tan estrafalario, albergaba al público mayoritario. Justo pasaba por ahí cuando la voz retornaba con el insistente "Coeur, Coeur" y aunque ella volteaba, la multitud prácticamente la cegaba con sus banderines.

-¡Coeur! ¿Cómo estás? - preguntó el chico que se plantó frente a ella - ¿Me permites decirte "hola"? Qué sorpresa.
-Ho... hola, no esperaba encontrarte aquí.
-¿Eres expositora?
-¿Perdón? Yo pasaba.
-¿Vienes de vacaciones?
-Vivo aquí.
-¿En serio? Yo vengo por parte de la embajada de Israel.
-¿Vendes cosas?
-¿Quieres ver?
-Iba a casa.
-Comprendo ... ¿Podríamos vernos luego?
-Invité a alguien a cenar.
-Vaya.. Si tienes tiempo, estaré aquí durante el fin de semana. Serviremos shawarma de pavo, recuerdo que era tu favorito.
-Puede ser, depende de mi empleo, nos vemos.
-¿En qué trabajas?
-Soy doctora, en urgencias, en el hospital.
-Podría visitarte, estoy cerca.
-Ojalá no surja la necesidad.
-Espera ¿quieres tomarte una foto conmigo? No sé si nos encontraremos en otro evento.
-Si funciona, habrá más.
-Te lo agradezco, Coeur... Courtney.
-Adiós Mark.

Ambos se dieron un beso en la mejilla y giraron por sentido contrario, pero un grito evitó que se separaran.

-¡Qué rico churro!
-Es un barquillo coreano.
-¡Pero parece churro! ¡Por eso qué rico churro!

Courtney miró con ingrata impresión a Bérenice Mukhin que se dirigía a ella no sin antes detenerse en los stands para probar todo lo que se le antojaba y jalaba a su acompañante.

-¡Kovac! - exclamó Mark al punto de reanudar la conversación.
-¿Qué hace con esa mujer?
-¿La reconoces?
-Se llama Bérenice ... ¡Cielos, hasta trajo a su bebé!
-Aprovecharé para llevarlos a mi stand.
-¡No les hables! Bueno, a ella no.
-¿Qué te ocurre?
-Nada, olvídalo.

La mujer resolvió marcharse pero sintió un par de manos en sus hombros y vio atrás.

-¡Matt!
-¿Y esa cara?
-¿Cómo supiste...?
-El espejo.
-Cierto, no sé como funciona.
-Mmh, Bérenice tiene una cita.
-No la mires.
-Iba a decir que nos fuéramos.
-Debo despedirme.
-¿De quién?

Courtney dio un paso al frente y tímida, habló de nuevo.

-Mark...
-¿Qué pasa?
-Me voy ahora.
-De acuerdo, mi invitación sigue.
-Gracias, trataré de venir.
-Oye, si quieres podemos coincidir luego.
-No lo creo.
-¿Estás ocupada?
-Te presento a Mattiah Rostov, compañero de trabajo.
-Mark Masliah, mucho gusto.
-También es mi novio.
-Felicitaciones.
-Las recibimos, eh... Adiós Mark, suerte.
-Adiós a los dos... Adiós Courtney.

Matt y Courtney se tomaron de la mano y se perdieron entre el gentío, evitando en lo posible retroceder.

-Me preparé para casarme con Mark - contó ella para ser sincera - Se canceló porque éramos unos niños. Él se fue a estudiar no se qué y yo no tenía nada qué hacer así que me apunté en la universidad, fin de la historia.
-No pregunté.
-Aprendí labores domésticas y una vez celebré Shaná Tová**.
-¿Labores domésticas? Mi Courtney no hace eso.
-Sentí que pude amarlo mucho.
-A Bérenice le ilusionaron un montón de cosas y nunca entendió que yo sólo quería estar a su lado.
-Cuando nos encontramos, estabas loco por ella y pensaba que alguna vez la convertirías en tu esposa, pero hoy...
-¿Es el pasado?
-Dime.
-Sí, pero contéstame ¿Mark es un recuerdo?
-Sí.
-¿Qué nos rondó por la cabeza?
-¿Crees que nos podría pasar?
-No lo sabemos pero me alegra que seamos tú y yo.
-Tú y yo es mejor.

Courtney Diallo y Matt Rostov se fundieron en un abrazo lleno de cariño, no obstante, él se diera cuenta de que Bérenice revoloteaba por ahí de nueva cuenta, pero con su amigo Kovac.

Matt fue invadido por una ligera nostalgia, pero no así de la añoranza. Estaba enamorado de nueva cuenta, pero de Courtney, aunque eligió parafrasearla para concluir.

-Bérenice fue todo lo que tuve en el espejo, siempre sentí que pude amarla mucho - y acto seguido, besó a su chica - Courtney, prefiero nuestro presente.

Ambos marcharon felices, al festival volverían muy pronto.

*Corazón.
**Año nuevo judío

sábado, 3 de octubre de 2015

El golpe del final (Cuento breve)


Hubo peleas, desacuerdos, lágrimas y un poco de aferramiento pero el resultado fue el mismo. Elijah Maizuradze falleció al quinto día de volver con Bérenice Mukhin y ésta última se conmocionó al extremo de permanecer recostada junto a él. Desde el espejo, Matt Rostov observaba aquello y se colocaba la bata del hospital, pero no era hipócrita. Su alegría se trasminaba y la chica se molestó.

-¡Déjanos en paz!
-No he hecho nada.
-¿Por qué no vas y le dices a todos que esto terminó?
-No me perdería la fiesta.
-¡Sé bueno por favor, mi esposo ha muerto!

Matt no osó preguntar la verdadera razón de aquella tristeza, aunque en el fondo no entendiera lo que ella sentía por Elijah y que impedía cualquier lógica. Bérenice por su parte, estaba segura de que nadie le creería que había sido capaz de perdonarlo.

Mientras ella intentaba pasarse la angustia y se preguntaba como pagaría el funeral, recordó que había un problema: Alguien debía avisar a Viktorette, la hija de Elijah, quien guardaba un rencor increíble y nunca se distinguía por ser amable tratándose de él.

-Lo haré - pronunció Bérenice y se incorporó, anunciándole primero a Evan Weymouth que podía estar tranquilo, que nadie comentaría que había hospedado a un cadáver. Los atavíos negros de la mujer sólo resaltaban el color violáceo de sus ojeras.

En su sitio, Matt Rostov determinó que era banal asegurarse de la muerte y sintió la curiosidad de informar a Viktorette. Tenía la ventaja de que se hallaba a escasas cuadras del edificio donde ella vivía y tal vez estaría preparado para cualquier situación, menos para ver a madrastra e hijastra no destrozarse muy a su pesar. Rostov tenía un lado retorcido que no afloraba a menudo pero delataba sus verdaderas intenciones si se daba cuerda, no en balde su frialdad para obtener fines como la resurrección de Bérenice Mukhin.

Cabe destacar que el ambiente en el espejo continuaba siendo inhóspito y el joven doctor se paseaba en la calle sin padecerlo, riendo con cabal gusto de recordar como Elijah lo menospreciaba y desplazaba con tal de apartarlo del camino que de todas formas terminaba en una partida que el propio Rostov había perdido y que derivaba en que sería, por siempre, un amante de Bérenice disfrazado de novio. Uno persistente por cierto.

Decidido a por lo menos participar en el entierro, Matt pulsó el timbre del departamento ocho en un portón de madera vieja, recibiendo la oportunidad de anunciarse.

-Viktorette ¿podemos hablar?
-Rápido.
-No me dejarás fuera.
-No, pero te irás rápido.
-No lo creo.
-¿Por qué la risa?
-Lo siento, es que para mí es algo bueno.

La chica le permitió el paso y él ascendió con rapidez los escalones, dándose oportunidad de ser más o menos bien recibido con pan y chocolate caliente en una especie de habitación con escasa luz. Viktorette no lo detestaba en realidad.

-Sin rodeos ¿qué quieres, Rostov?
-Es tu padre, sólo se murió.
-¿Mi papá?
-Puedes ir a comprobar que ya está en el infierno.
-¿Por qué nadie me dijo que estaba enfermo?
-Porque fue hace como quince minutos.
-¿Dónde estaba?
-Con su esposa al otro lado del espejo.
-¿Qué tenía?
-No respiraba.
-¿Podrías dejar de reírte?
-Lo siento, es que me alegra tanto.
-¡Respeta a mi padre! - clamó Viktorette, propinando a Rostov una cachetada y echándose a llorar al instante.
-Estarás bien.
-Me hubiera gustado decirle que lo quiero - comentó arrepentida de no hacerlo.
-Te llevaré al otro lado.
-¿Por qué fue allí?
-Buscó a Bérenice, su último deseo fue estar con ella.
-¿Por qué conmigo, no?
-Viktorette, es hora de aceptar que a tu padre de repente le importaba más su mujer que a tú.
-¡Infeliz!
-¿Qué? A mi también me abandonaron por él.
-¡Pero siempre te encontré en la cama con su esposa!
-¡Tu padre nunca volvió!
-¡Lo hizo cuando le conté!
-Y no lo maté porque Bérenice suplicó, así que nada tienes que reclamar.
-No te burles de mí.
-Ella cuidó de tu padre, vete enterando.
-Mejor ve a brindar con ella.
-Está igual de triste que tú.
-Mentira.
-Sabemos que después de todo, esos dos sí se querían.
-Vete al infierno.
-No lo planeo.
-Iré por los papeles, tengo que entregarle a Bérenice su parte.
-¿Parte de qué?
-¡No sé por qué no la odio!

Viktorette reprimió su deseo de estar sola y se colocó un abrigo antes de sacar de un estante un sobre amarillo. Cabizbaja, salió con Rostov poco después y ambos buscaron un espejo grande, aunque a ella no le agradara ninguno.

-No tienes todo el día, niña.
-¿Me dejas llorar en paz?
-¿Nunca visitaste a tu padre y ahora haces puchero?
-¡Sabías que lo busqué por todas partes y nunca supe dónde verlo!
-En una fosa, todo mundo lo sabe.
-¿Cuál de todas?
-Ah... Bueno, es que olvidé esa ubicación a propósito.
-Canalla.
-Pero ahora sabes donde encontrarlo.
-¿Quién me ayudará a enterrarlo?
-Alguien que no lo odie.
-Quiero que te largues en cuánto me despida de él.
-Concedido.
-¿Cómo lo vamos a sacar del otro lado?
-Sólo sígueme.

Matt Rostov jaló a la chica hacia un ventanal y la obligó a atravesarlo le gustara o no lo que veía. Del otro lado, la Tell no Tales de la realidad presumía su tiempo soleado y los niños que pasaban no ocultaban curiosidad por Viktorette debido a sus ojos inusualmente grandes, acentuados por el afán de abrir su sobre y depositar una carta en el buzón de enfrente con la prisa y el nerviosismo que le suponía su luto y su espanto de no conocer nada afuera de su mundo. A la esquina siguiente se hallaba el Panorámico y el volumen de la música la confundió un poco ya que no alcanzaba a entender ninguna palabra y menos se atrevía a preguntar que se festejaba cuando distinguió baile y tragos que olían fuertemente a ginebra y tequila. La joven en un momento dado sintió lástima por la gente que bebía y se deshizo de su abrigo para cobijar a una desmayada. Matt Rostov miraba a todos con asco.

-Entra.
-Este lugar se ve peor que todos.
-Lo es.
-No quiero pasar.
-Adiós Viktorette.
-¡No! Es sólo que me parece increíble que mi padre se haya permitido estar aquí.

La entrada a la cantina de la familia Weymouth sólo conducía a una especie de cubo con madera vieja. Esa impresión inhibía a una Viktorette que pensaba en echarse a llorar mientras decidía si saludar a Bérenice Mukhin apenas se apareciera era lo que deseaba hacer. Nadie le prestaba atención cuando se le ocurrió ignorar la barra y saltar hacia la escalera que conducía a un muy bien delimitado dormitorio que transmitía una sensación atroz de vejez en sus rincones.

-Ahí está tu padre.
-¡Dios mío!
-¿No pensaste que te mentía, verdad?
-Ayúdame a llevarlo.
-¿No esperarás a Bérenice?
-¿Dónde habrá ido?
-¿Me lo preguntas?
-Siempre la encuentras.
-Aviso: No es mi novia.
-Puedo organizar el funeral pero no puedo cargar a mi padre, qué ironía.
-Tampoco tienes comida, ni vestido ni ... Bueno ¿perdiste todo?
-Dejaré este sobre aquí, Bérenice sabrá que hacer.
-¿Qué fue lo que dejaste en el correo?
-La parte que hereda ella.
-¿Y qué le darás ahora?
-¿Sabes? Mejor me quedo con esto, sé que no lo va a leer porque no sabe. Si algún día le hablas, sólo dale las gracias de mi parte.
-¿Gracias?
-No comprenderás nunca... Rostov, llevemos a mi padre.

Matt sostuvo el cuerpo de Elijah Maizuradze y con silencio, cruzó hacia el espejo aprovechando que el de aquél cuarto era más o menos discreto. Viktorette sin embargo, contempló el lecho una vez más, lo suficiente para que Bérenice regresara y se diera cuenta de que no estaba siquiera invitada al entierro. No obstante, las dos se dieron un abrazo. Nada tenían que reclamarse y así, de forma seca y sin explicaciones, se despedían, como los días malos que se relatan de esta forma.