sábado, 31 de octubre de 2015

El cuento en rojo (Cuento de día de muertos, Carlota y Gustavo.)


-Doctora Diallo, uniforme en rojo - ordenó el jefe de traumatología y ella, envuelta por un presentimiento fatalista, corrió a su dormitorio en busca de Matt Rostov, a quien llevaba toda la mañana sin ver. Mientras se cambiaba, se preguntó por qué esa habitación siempre tenía que estar a oscuras y oculta de los demás; hasta que alcanzó a ver el reflejo de una explosión insignificante.

-Jugaba con un cráneo de gel, perdona - aclaró Matt - Tengo otro de gelatina ¿quieres meterle presión?
-No me gusta que te rías de las cabezas.
-Es humor de cirugía, un día caerás.
-No me gusta interrumpirte pero es día de casos mayores.
-¿Qué tan mayores?
-Me he puesto el atuendo rojo.
-Ah, es una práctica.
-Esto es serio.
-Courtney, toma todo como experiencia, duele menos.
-Estoy intranquila.
-Te entiendo, ese olor a sangre me erizaba hasta las venas.

Courtney se colocó apresuradamente una bata y se frotó los brazos para mitigar un poco el escalofrío que le daba el ver a Matt tan campante, casi indiferente. Ella no concebía siquiera la clase de noticias que vendrían, le daba pavor no poder reaccionar y se sentó en la esquina de la cama a esperar que la llamaran. Discretamente, él también adecuaba sus ropas.

Una vibración turbó a Courtney. Casi juraba que el espejo del fondo se movía e iba a romperse y la silla crujía como si la desbarataran por dentro mientras Matt reanudaba su juego, comprendiendo que no era tan macabro ni banal como parecía. A menudo, ella se tentaba de saber si él había sido neurólogo porque le apasionaba esculpir cerebros con lo que encontrara y solía dar mejores diagnósticos que los encargados de un área a la que casi nadie visitaba. Él en contraste, siempre quería averiguar porque Courtney era tan simpática con los pacientes y le interesaba la pediatría en lugar de la traumatología en donde parecía contar con un talento natural y posibilidades de éxito mayores.

Ambos evitaron mirarse antes de que ella fuera llamada por altavoz y saliera precipitada a la puerta de ingresos, donde un primer herido delataba una gran quemadura en el rostro. Un paramédico le decía que era un accidente de limpieza y que en realidad la imagen era más impresionante que la realidad y que mejor se fuera a la clínica a atender a aquellos que necesitaran atención.

-Es un día con muchas fracturas - recalcó otro colega de Courtney - Los niños se rompen como si fueran de cristal.

Ella entonces procedió a aguardar por otra emergencia, quizás porque tenía ganas de ver un caso imposible: alguna hemorragia fatal, una rotura en el cuello, algo con que ganarse una estrellita y un par de días de aparente descanso como recompensa; tenía deseos de dormir en su cama, abandonada por el ajetreo normal del hospital. Su vestimenta parecía darle un poder ilimitado o de menos, se sentía invencible con semejante tono tan espeluznante aunque Matt alguna vez le aconsejara no sentirse así. En el lugar, se oían los gritos de los futuros pacientes que saturarían pediatría y lo cierto era que todos referían haber estado en fiestas escolares, corriendo en el parque, lanzándose en trineo o de plano, lanzando jitomates podridos en el barrio ruso. Las persecuciones del bote, clandestinas, se disparaban los viernes aunque ahora, a todas horas, muchos veían a los pequeños merodear los mercados y levantar los frutos en mal estado que curiosamente, les dejaban la piel de las manos como porcelana. Uno de esos chicos, por supuesto, era Anton Maizuradze quien, desenfadado, regresaría a la doctora Diallo a la realidad con un simple pero contundente "oiga usted".

-¿Qué quieres?
-Ahora si le di a un cristiano.
-¿Qué pasó?
-Pues nada ... Bueno, conmigo nada, pero creo que le partí el brazo en siete a un tipo que arrastra la "y" cuando habla y le dije que le conseguiría una señorita para que lo atienda.
-Entonces espera que una enfermera te anote y pasarán a tu amigo con el radiólogo.
-Sí, ajá, tiene como media hora que nos registramos y honestamente, ya le cuelga el cacho.
-¿Tiene el brazo muy flojo?
-Como guiñapo.

Anton sonreía como un bebé y Courtney cayó con su gesto, pensando que si lo atendía rápido, llegaría a tiempo para recibir ambulancias de mayor prioridad. Las camillas se encontraban a la izquierda, en un salón con aspecto de campamento de refugiados, en las cuales, decenas de niños se encontraban dando lata y presumiendo unos a otros sus "proezas" o inventando disparatadas historias con sus radiografías en mano. Por alguna razón, casi no había adultos presentes y los pocos que se encontraban eran fácilmente los padres de los niños mimados de Poitiers, mismos que acabarían en las camas de un hospital privado del barrio Nanterre. A esa hora, los encargados del comedor iban pasando con charolas llenas de sándwiches, uno para cada pequeño. Anton tomaba el suyo, congratulándose de reconocer los de crema de avellana y preguntando si habría de crema de cacahuate más tarde.

-¿Quién viene contigo? - intervino Courtney Diallo para no perder más el tiempo.
-Mi buen amigo Justet.
-¿Quién?
-Un uruguasho que conocí en la feria ¿ya fue a la feria?
-Sí... Eh ¿me repetirías el nombre de tu amigo...?
-Todo el rato ha dicho "hola, hablá Gustavo Shustet, estoy en el hospital, marcame luego o te shamo ma' tarde".
-¿Qué le hiciste?
-Andaba en una carrera con mi bicicleta y lo atropellé.
-Buscaré a un doctor, permíteme.
-No sea gallina.
-No seas grosero.
-¿Usted es la doctora, o no?
-Sí.
-Vaya con mi amigo.
-Te puede ayudar otra persona.
-Entonces ¿usted para qué está?

El reclamo del chico Maizuradze era tan seguro como su informal lenguaje y su malos modales, sonrojando a Courtney que adoptaba la docilidad como recurso para no quedar mal parada con él. Gustavo Justet de milagro no perdía la paciencia por encontrarse en medio de la pelea con pelotas de papel que se desarrollaba a su alrededor.

-Amigo Shustet, te conseguí señorita - inició Anton.
-Ay, por Dios.
-¿Ahora qué?
-La conozco.
-Pues ya te la traje y ahora te aguantas.
-No es por eso.
-¿Te gusta?
-Tampoco, tranquilo.... Con todo respeto.
-Ya me hiciste bolas.
-Hola, señorita, disculpe que la traigan así pero de verdad se han tardado en hacerme caso.

La joven respiró hondo y preguntó a Gustavo qué le había ocurrido, confirmando la versión de Anton y de paso, enterándose de que en la camilla de junto, alguien sufría por un cristalazo.

-Al igual que a usted, nos la encontramos y la trajimos.
-De acuerdo, enseguida te llevo con el radiólogo y ... ¿Bérenice?
-Casi la matan con otra bicicleta.

Courtney Diallo deseó haberse resistido cuando levantó la barbilla de Bérenice Mukhin y comprobó que estaba en sus cabales, si eso era posible dada su cotidiana actitud. Según la chica, acababa de dejar a su bebé con la cuidadora cuando un niño pasó a su lado tan cerca que, por resguardarse, se había golpeado en el cristal de la guardería. A esa hora, le habían entregado su tomografía pero ella se sentía cansada y no dormía por miedo de empeorar.

-El neurólogo dice que tienes una pequeña conmoción y que te quedes el fin de semana internada, no es grave, necesitas sutura.
-Quiero ver a mi bebé y a Luiz.
-¿Le aviso que estás aquí?
-Luiz vino conmigo, es que fue a llenar unas formas.
-Revisaré si hay una cama ¿recuerdas como encontraste a Gustavo?
-En la calle, pero no sé contar así que no sabría decirte las cuadras.
-De menos ahí si tenemos certeza.
-¿Qué?
-Bérenice, te buscaré una habitación .... Cuando acabe de coserte la frente, ¿te molesta que el hilo sea negro?
-¿Tienes morado? ¿Lo combinas?
-¿Discúlpame?
-¡Para que diga que estoy a la moda!
-Si hago eso, los niños van a querer que les pongan lo mismo.
-¡Y verde para que sea vea tenebroso!
-Otro médico ya te hubiera enviado a ....

Courtney se abstuvo de decir "psiquiatría" y echó gel a sus manos para asearlas, constatando que en el hospital ni guantes suficientes tenían. El instrumental estaba cerrado y era desechable, pero la calidad era cuestionable y no había modo de aminorar el dolor. Bérenice sin embargo, mordió la manta que portaba y la doctora lo tomó como señal de que aprobaba su intervención. Alrededor, un grupo de niños las miraba como si fueran heroínas y abrían la boca mientras Anton Maizuradze se quejaba de que nunca lo dejaban escoger cada vez que él mismo necesitaba que "lo arreglaran", Gustavo Justet por su lado, no sabía si sentir repulsión o sorpresa, al grado de que olvidaba su propio dolor y alcanzaba a percibir un aire otoñal un tanto frío que compensaba la simple estancia.

-¡Dios mío, pareces ... ! No volveré a suturar a nadie - exclamó Courtney Diallo al ver el resultado. Bérenice parecía tener el dibujo perfecto de unas arterias a punto de reventar.

-¡Está loquísimo! ¡Bérenice si trae onda! - señaló el niño Maizuradze antes de notar que alguien observaba a través del reflejo de la ventana. El sujeto en cuestión portaba uniforme rojo y la escena le daba risa por motivos obvios: traía consigo un cráneo de gel con grietas similares a las de la cortada de la paciente y observaba a Courtney que no ocultaba ciertos deseos de vomitar ya que odiaba, paradójicamente, las bromas o coincidencias con sangre y lo que estuviera relacionado.

-Terminé y .... Gustavo, no puedo atenderlo, me siento mal.
-Ahora la doctora requiere camilla, lo que nos faltaba - concluyó Anton antes de que apareciera, detrás suyo, otro médico conteniendo la carcajada.

-¿Sergei Trankov?
-Matt Rostov, niño.
-¿Del espejo?
-Eres observador.
-Oiga, ¿quién se encarga de mi amigo uruguasho? - Justet demostraba cierto terror contenido ante Rostov - Le partí todo lo que había de brazo.
-En realidad tiene un golpe, en media hora estará como nuevo.
-Pero yo volé, él voló y su codo se dobló al otro lado.
-Su dolor no tiene la mayor importancia ¿no quieres un cráneo de gel?

Anton Maizuradze estaba desconcertado y no quiso ser curioso.

-¿Qué hay contigo, Bérenice? ¿Hay que abrirte los sesos o estás igual que siempre?
-Su tomografía es normal - contestó Courtney con dificultad.
-Bueno, entonces es tiempo de irnos.
-Necesito calmar las náuseas.
-Mírame.
-Matt, por favor.
-Estás enferma, ve a descansar.
-¿Qué? Sólo hice una sutura.
-A un cadáver, no seas tonta.
-¿Qué dices? Bérenice está.... ¡Dios, está convulsionando! ¡Ayúdame Matt! ¡Matt!

Alrededor de Courtney escurría sangre abundante y Matt Rostov aparecía con un corazón en la mano, hinchado y morado, mismo al que cortaba en pedazos ayudado por el escalpelo que siempre guardaba en su bata. Anton se convertía en su asistente y entre los dos, sujetaban a Gustavo, arrancándole el brazo para colocárselo a Bérenice, quien se deshacía a pedazos como muñeca de trapo. Los gritos de desesperación del mutilado perturbaban el ambiente y dramáticamente, fue arrojado hacia un espejo que se hizo añicos después.

-¡Ah! - suspiró Courtney, comprobando que sus ojos se abrían y se ubicaba en su habitación del hospital, con la luz del sol dándole en la cara.
-¿Qué te pasa? - dijo Matt.
-¿Estoy ...? ¿Te dije si me sentía bien?
-Fue un día pesado, tuvimos una cirugía de trasplante, un corazón que envidiaste ¿te acuerdas?
-Ay, ¿eso fue hoy?
-Te mandaron a casa pero te fuiste a emergencias a componerle el brazo a Anton Maizuradze.
-¡Anton! ... Tuve una pesadilla.
-Ese niño te mando un regalo.
-El escalpelo de juguete, ya recordé todo.
-¿Qué te agitó tanto? Te tuve que despertar.
-Soñé con Bérenice y le curé una cortada en forma de carótida esquina con la muerte.
-Interesante, me habría gustado ver eso.
-Pero si te vi.
-¿Qué?
-¿Recuerdas al uruguayo que vimos en la feria?
-¡Gustavo!
-Ese mismo. Le cortaste el brazo.
-¡Qué maravilla!
-Querías implantárselo a Bérenice que parecía descoserse.
-Eso nunca pasó.
-Era muy real. Nunca me había dado asco la sangre.
-Siempre hay una primera vez.
-Lo más perturbador es que luego arrojaste a Gustavo a un espejo.
-Espera, si hice eso.
-¿Qué?
-Encontré su negocio ayer y a él lo mandé a París, lo raro es que lo sepas cuando no te comenté.

Courtney sintió que se erizaba y se levantó de la cama con la sensación de que algo no andaba bien. Si no se hubiera colocado al lado de Matt y menos prestado atención al fondo del reflejo, jamás se habría dado cuenta de que Gustavo Justet sí se encontraba en París, encerrado en una diminuta bodega oscura, clamando auxilio, golpeando una puerta de hierro imposible de abrir por dentro, sin señal telefónica. Por segundos, ella quiso correr como si huyera, pero pronto recordó que la naturaleza del espejo era la de simple tránsito para un mortal de la realidad y ese portal estaba por cerrar.

-No te preocupes, lo van a sacar.

Matt Rostov sonrió genuinamente y Courtney se percató de que él llevaba sangre en la ropa pero también gel. Pronto hizo memoria respecto al disfraz de doctor siniestro que él mismo había improvisado como ensayo para octubre y que provocaba fascinación en los pacientes infantiles que ese día se contaban por decenas y colmaban emergencias a todas horas. También recordó que Bérenice se había presentado por una cortada pequeña y ella misma, Courtney, no había dormido lo suficiente. Sin ganas de enojarse y tranquilizándose, tomó del brazo a su novio.

-Gustavo, perdón, no lo volvemos a hacer - dijo y recargó su cabeza en el hombro de Matt mientras el espejo cerraba, deseando en el fondo no haber contado el sueño. 

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