domingo, 23 de junio de 2019

Antes del tren a casa

Kaetlyn Osmond/Foto cortesía de Yahoo

Montecarlo, Mónaco. Jueves, 14 de noviembre de 2002.

Al mediodía y luego de tentarse con la escala, Katarina Leoncavallo decidió pasar un día de playa en Mónaco. El sol aun no se había ocultado en esa pequeña parte de Europa y las nevadas y el frío otoñales se sentirían hasta la siguiente semana. Fue curioso notar como un balneario tan sofisticado registraba una insignificante afluencia de turistas y la joven supo que tendría todo el espacio del mundo para pensar. Lo primero que hizo al salir de la estación de tren, fue tomar un taxi hasta Monaco Ville para hospedarse en la casa de una familia que vendía licor de granada. Sólo dar la inusual referencia de un cliente, Tennant Lutz, hizo que la aceptaran y pronto, se cambió de ropa y llamó a Miguel Louvier para avisarle que la esperara a la tarde siguiente, pidiéndole que no le dijera a nadie. Tan vital era esa promesa, que partió hacia la costa al pronunciar él que no tenía de qué preocuparse.

-Vuelvo al anochecer - avisó Katarina a sus anfitriones y caminó cuesta abajo, sin detenerse, buscando los centros comerciales para hacer unas compras y preguntar por la "Cala de los pescadores", una especie de playa secreta, en donde, en lugar de arena, había rocas planas y gravilla, además de que se podía descansar a la sombra. Como ella no conocía Mónaco, ni siquiera supo que había atravesado de la parte vieja de la ciudad a Montecarlo, el distrito del glamour. Con tantas boutiques y dinero en efectivo, la chica entró en una enorme plaza con grandes fuentes y luego de adquirir unos lentes oscuros a la John Lennon, le pareció reconocer a sus padres delante de una perfumería. Sonriendo por fin, se les aproximó con un abrazo por saludo.

-Eres tú, Katarina. Qué sorpresa - exclamó su madre.
-Pensé que estaban en Venecia.
-Como te creíamos en París, vinimos a pasar unos días de descanso.
-¡Los extrañé mucho!

Katarina volvió a apretarlos y sus ganas de estar con ellos se hicieron notorias.

-¿Dónde ibas? - preguntó su padre
-Busco una playa ¿vienen?... Bueno, también quiero comprar duty free.
-Katarina, tenemos planes.
-Pero papá, nos acabamos de encontrar ¿Les da gusto verme?

La joven sabía que podían decirle que no, pero sus padres se miraron mutuamente y resignados, la invitaron a tomar un café. Ella reaccionó apretando a su madre y luego tomándola de la mano para caminar a su lado. Ambos le preguntaron sobre la bebida que iba a pedir y ella respondió con la cara colorada, recibiendo un "nunca cambias" de su padre, como si fuera un reproche.

Para Cristina y Federico Leoncavallo era incómodo estar con su propia hija. Desde la concepción la habían sentido tan extraña, invasora y les confirmaba cada día que tenerle compasión en el hospital y llevarla a casa era el gran error de sus vidas. Katarina no los arruinaba per se, sólo que había llegado en un mal momento y para colmo, no era el segundo hijo que soñaron ni una niña tranquila al menos. Katarina siempre necesitaba algo, se metía en problemas y sufría por pequeñeces o porque sus primos nunca le hacían caso. Los desesperaba que aun al crecer, ella siguiera demandando atención y amor y llorando si algo le salía mal.

-Fue mucho cariño, Katarina. Por favor, camina bien y compórtate - pidió Cristina.
-Sí, mamá.
-¿Comes galletas todavía?
-No pero si tu quieres...
-Sólo será un té para ti.
-Quería un frapuccino con chocolate y chispas de colores.
-A tu edad no sé si eso es inmaduro. Katarina ¿algún día vas a tomar algo sin dulces?

La chica no supo qué decir y luego de mirar al suelo un momento, volteó hacia su padre y por alguna razón relacionada con quererlo mucho, lo apretó fuertemente. Federico Leoncavallo la dejó permanecer así varios minutos, incluso en la fila de la cafetería, aunque luego le ordenara buscar lugares para los tres y le preguntara la razón de salir a la calle con bikini y una gran falda de estampado de palmeras verde neón. Katarina contestó cualquier cosa y apartó un gran sillón con una enorme sonrisa, decidiendo que estaría junto a su padre.

-Ténle paciencia - dijo Cristina a su marido y enseguida fue con su hija, que acomodaba servilletas en una mesita y acercaba un bote con sobres de crema.

-Sé que a papá le gusta le gusta tomar su café junto a ti - mencionó la chica.
-Qué observadora.
-Es una lástima que Mauri no esté.
-Tu hermano al fin encontró una patinadora con la que vale la pena estar ocupado.
-Carlota Liukin es muy talentosa, mamá. Si la vieras en un entrenamiento...
-Esa niña es lo mejor que le pudo pasar a Maurizio. Contigo parecía estancado.

Katarina dejó de sonreír y se quedó callada, creyendo que no había mala intención de por medio. A Cristina Leoncavallo le sorprendió aquella reacción tan serena y lo hizo notar a su esposo cuando les llevó las bebidas. La chica tomó su té y luego de darle un gran sorbo, se sujetó el cabello, como siempre que probaba algo.

-Es la misma de todos los días - reiteró él y Cristina entonces respiró hondo. Para Katarina, en cambio, fue una novedad estar en medio de ellos cuando su padre le pidió cambiar lugares y aun más cuando ambos le compartieron de sus cafés . Ella se hallaba tan sonrojada otra vez...

-¿Qué playa viniste a ver? - preguntó Cristina.
-La "Cala de los pescadores" - respondió Katarina.
-¿Aparece en la guía turística?
-No. Miguel me habló de ella y dice que es solitaria.
-¿Él estuvo ahí?
-No, pero su amigo Marat sí.
-¿Marat? ¿No es el novio de Carlota Liukin?
-Eso dicen pero no es verdad.
-¿Te consta?
-Los vi, mamá.
-¿No lo dirás porque él te interesa?
-Marat es guapo pero no mi tipo.
-¿Te rechazó?
-No hablamos.
-No me extraña, a veces asustas a la gente pero no te das cuenta.
-No lo espanté, mamá.
-Por algo no te prestó atención.

Katarina no añadió más y se dedicó a su té, sosteniendo su vaso con ambas manos.

-Le comentaba a Katarina que sentía a su hermano un poco estancado hasta que llegó Carlota Liukin - prosiguió su madre.
-Pensaba lo mismo. Hablé con él sobre el gusto que me dio que recibiera a una alumna nueva y se pusiera a trabajar en algo diferente - agregó Federico Leoncavallo.
-Veremos el programa corto de Carlota esta noche.
-Supongo que Katarina se esforzará esta vez y el próximo año se marchará de casa.
-Brian Orser le llamó a Maurizio para decirle que aun está interesado en entrenarla y aceptaron ponerse de acuerdo.

Katarina Leoncavallo palideció enseguida y miró a sus padres con tal desconcierto, que ellos supieron que su hija ni siquiera había imaginado media noticia.

-¿Ma.. Maurizio habló..bló con Orser? - tartamudeó la joven.
-Tienen planes para que vayas a Toronto. Deberías hacerle caso a tu hermano y cambiar de entrenador.
-¡Mamá!
-Tú no necesitas a Maurizio. Si quieres dejar de estar a la sombra de las patinadoras que te ponen enfrente, no te opongas y haz lo que Orser te aconseje. En Canadá tal vez madures - continuó su padre. Katarina dejó su vaso en la mesita del frente, confundida.

-¿Por qué Maurizio me haría eso?
-Para que crezcas.
-¿Crecer? ¿A qué te refieres, papá?
-Te rezagaste y comenzaste a rezagarlo a él. Es hora de separarse.
-¡Pero me cambió la forma de entrenar y la rutina libre!
-No es suficiente, Katarina ¿Lo que hiciste en Skate America no te dice algo? Afecta más la calidad del trabajo de tu hermano que el tuyo y supongo que no quieres perjudicarlo.
-¡Soy incapaz!
-No se diga más, te vas con Orser.

Katarina no pudo evitarlo y con lágrimas exclamó:

-¿Y si no quiero mudarme?
-También hay un coach en Oberstdorf que puede hacerse cargo.
-¡Maurizio me conoce bien!
-¡Lo estás arrastrando a tu mediocridad!
-¿Por qué me dices eso, papá?
-Porque tu hermano quiere avanzar y tú no lo dejas desde que lo hiciste regresar de Moscú por tus caprichos.
-¿Cuáles?
-Los de hacerlo tu entrenador a fuerza y obligarlo a aceptar el trabajo en la pista de Venecia.
-Él necesitaba dinero, papá.
-Katarina, tú sabías que tu hermano no tenía mucho talento pero entrenando en Rusia había mejorado y ganaba ¿Qué pasó cuando se quedó contigo? ¿Recuerdas la vergüenza en Salt Lake? Todo eso es culpa tuya.
-Los dos ganamos medallas, papá.
-Tu madre y yo podíamos ayudar a Maurizio. Te pedimos que no te metieras y en cambio, lo presionaste ¿Te hizo feliz verlo fracasar?
-No.
-Estás desacreditando su esfuerzo esta temporada con tus pésimas actuaciones. Déjalo progresar con Carlota Liukin y tú márchate con Orser para ver si logras algo que valga la pena.

Katarina abrazó fuerte su bolsa y se quedó lagrimeando en silencio, aunque a la vista de los clientes del local.

-Me tienes cansada con tus lloriqueos - señaló Cristina Leoncavallo.
-Perdona, mamá.
-Por un momento pensé que habías aprendido a controlarte.
-Lo siento mucho.
-Está bien, supongo que escuchar la verdad pone a cualquiera de nervios.
-No sabía que pensaban eso de nosotros.
-Es lo que creemos de ti, Katarina. Maurizio siempre ha sido un buen hijo pero veo que no ha sido un ejemplo suficiente para ti.

La chica no podía creer lo que su madre le había dicho ¿Maurizio no era suficiente? ¿Cómo era posible si patinaba por influencia de él, lo obedecía en todo momento y seguía gran parte de sus pasos? ¿Nunca se había notado su admiración por los sacrificios de Maurizio ni su felicidad por las medallas que obtenía? ¿Qué había de la emoción porque él había vuelto a casa? Katarina amaba tanto a su hermano, que las palabras de sus padres le dolían mucho.

-¿Cuándo dejas de hacer esta escena? - reprochó Federico Leoncavallo.
-Dame un minuto, papá.
-Katarina, tú crees que tienes las mejores intenciones pero no te das cuenta de que haces cosas malas. Sé que Maurizio puede comprender lo que le hiciste pero a tu madre y a mí nos decepcionaste. Te llevamos a la pista de hielo porque pensamos que te haría bien pero es tiempo de que busques otra cosa. Tienes habilidades pero es muy diferente a poseer talento y nunca lo hemos visto. No sabes interpretar, no puedes bailar, saltas bien pero no puedes girar y verte elegante. No aprendiste nada.
-Trabajo mucho, papá.
-Pero no se te da. Aun eres joven, dedícate a algo más ¿Ese tal Tommy Gunn te ofreció un empleo? Llamó a la casa el martes y te dejó el recado de que desea verte porque tiene una propuesta para ti en una filmación. Si no quieres ir con Orser a Canadá, tal vez en Las Vegas te vaya bien.

Katarina se sorprendió y pensó que sus padres no tenían idea de la clase de hombre que era Tommy Gunn y el tipo de trabajo para el que la quería. Más le desconcertaba que después de pelearse con él en un bar de Nueva York, aun tuviera ganas de encontrarla.

-Lo mejor es que me vaya - atinó a decir.
-Katarina, créeme que pensamos en lo mejor para ti - añadió Cristina Leoncavallo.
-Nunca parece.

La chica se levantó ante la total indiferencia de sus padres y salió de la cafetería para buscar una tienda de pantalones de mezclilla y poder encerrarse en uno de los vestidores con tal de acabar de derramar su tristeza mientras pretextaba que su talla no era tres sino cinco. Aquel truco le había funcionado antes y trabajaría a su favor esta vez.

Katarina Leoncavallo salió un par de horas más tarde del centro comercial y luego de abordar otro taxi hacia Roquebrune, bajó por una peligrosa pendiente de roca y tierra hasta una especie de cueva pequeña que protegía una orilla del mar poco azulada. La "Cala de los pescadores" estaba cerrada al público pero su vigilancia nula y que los turistas no la conocían, la volvieron irresistible y la joven llegó a recostarse enseguida en una enorme piedra plana contra la que el agua chocaba y la salpicaba. Era un sitio fresco y agradable, donde era imposible broncearse y donde se resguardaba un nadador que, al ver su privacidad acabada, optó por marcharse sin saludar siquiera a la involuntaria impertinente. Katarina se disculpó pero era como quedarse callada o no ser vista. Así se quedó sola.

A diferencia de Carlota Liukin u otra protagonista de esta esta historia, la joven Leoncavallo no tenía algún príncipe azul que fuera a su rescate. Nadie se desvivía por ella ni corría a visitarla e incluso, los desconocidos se alejaban sin disimular. Pensó en qué podía haber ocasionado ese rechazo sin buscarlo; desde chica había sufrido por no poder ser querida por los demás y porque otros no tenían tiempo para ella. Recordó a su hermano cuando la dejaba sola en la pista del club Ágora Milano y ese adiós en el aeropuerto porque Maurizio había hallado un futuro en Moscú. También pasó por su mente la despedida de Maragaglio porque abandonaba la enorme casa familiar por un mejor puesto de trabajo en Venecia y cómo aguardaba por sus llamadas y por el cartero para al fin hablar con alguien o recibir algún paquete con chucherías o discos que no le hacían sentir tan sola. Katarina Leoncavallo se dio cuenta entonces de que cuatro años atrás había decidido cambiar Ágora por unas góndolas porque su primo estaría allí, dedicándole tiempo, mimos, abrazos y charlas con chocolate. De repente, el rechazo en esa cabina fotográfica del día anterior cobraba sentido y ella se sintió culpable de haber enfurecido tanto, de ignorar el celular, de irse de París sin avisarle a Maragaglio.

En esa playa, Katarina tuvo la sensación de que se hallaba enamorada del hombre equivocado. Esa comezón había iniciado desde el torneo en Murano pero nunca con la certeza de esa tarde y después de sentarse para mojar sus pies, reflexionó sobre otras cosas que aparentaban confirmarlo: Su inesperado pero intenso deseo por Tommy Gunn; su secreto gusto por Morgan Loussier y su anatomía perfecta, la galanura dulce de Miguel, el ansia y el apetito por Marat... ¿La insospechada atracción que en ella se producía por Maragaglio al verlo reaccionar celoso de Tommy Gunn y del mismo Marat? Su cabeza no paraba de dar vueltas y los recuerdos de haber sido besada con pasión en Nueva York y en la cabina parecían encenderla otra vez.

-¿Qué me está pasando? - se preguntó en voz alta y se introdujo al mar para calmarse pero entre más nadaba, más sentía ahogarse y volvió a la roca para respirar y tomar algún dulce para calmar su mareo. Todo andaba terriblemente consigo misma y la voz interna que parecía ser su consciencia, la molestaba con su "infidelidad" a Maurizio Leoncavallo, reprochándole su poca resistencia a las tentaciones y al desfile de atracciones que le saturaban la cabeza y rompían el monopolio que su hermano había construido por años. Incluso, aquella consciencia le regañaba por sustituir la tortura del reclamo de sus padres por las ganas de pensar en Maragaglio y el significado de lo sucedido en París, así como de haber anhelado el querer aprovechar esa oportunidad de estar con él para cometer la locura de la que tenía antojo.

-¿Qué ocurre conmigo? Mi hermano Maurizio me importa mucho - pronunció al dejar de llorar y luego de contemplar el atardecer monegasco un instante, se marchó con sus lentes puestos. Aun su malestar le recordaba que no había comido bien pero no sucumbió al ansia y recordó que antes de irse de París, había robado las llaves del apartamento de Marat y una identificación con su dirección, decidiendo en el acto que encontraría un edificio cercano al Hotel de París y se metería a husmear. El descontrol era placentero para Katarina Leoncavallo y luego de abordar un tercer taxi para retornar a Montecarlo, se detuvo en una calle llena de flores, paparazzi, joyerías, mensajeros que no descansaban y mayordomos encargados de recibir los envíos y la tintorería de sus patrones, mismos que siempre estaban ausentes de casa. El edificio que ella buscaba presentaba una escena similar y el vigilante estaba ocupado ayudando a uno de los trabajadores, por lo que la chica se coló y apresuró para tomar el ascensor al séptimo piso. El treceavo apartamento estaba solitario y Katarina Leoncavallo se introdujo, asegurando la puerta mientras se llevaba la sorpresa de que el espacio estaba lleno de luz. Un gran ventanal, una chimenea, la enorme alfombra de la sala y varias pinturas daban un aspecto tan limpio, tan masculino. A Marat Safin le gustaban mucho los espacios que parecían listos para recibir a una familia pero la fragancia que se desprendía de cada rincón seducía a Katarina y comprendió que todo estaba impregnado de él.

A un lado de la entrada se veía el correo desordenado y ella lo levantó para curiosear con los remitentes, revisó igualmente el directorio telefónico, una agenda, descubrió varios mensajes en la contestadora e incluso leyó los ejemplares de la revista a la que él se hallaba suscrito, aprendiendo de su afición por la pesca. A Katarina ni siquiera le extrañó que él tuviera algunos artículos de patinaje artístico apartados para leerlos alguna vez pero si le maravilló un hermoso retrato a carboncillo, cercano a la chimenea, que imponía en la decoración y que la llevó a besarlo como si Marat fuera a sentirlo.

-Eres el hombre más hermoso que he visto - confesó Katarina para sí misma antes de percatarse de un pequeño detalle: Carlota Liukin también estaba presente en ese departamento y no de forma sutil. No sólo aparecía en la firma del retrato, también en una foto en la dichosa recaudación de fondos en la que había estado con él, otra en una fiesta de espuma y una especie de collage con ambos en varios sitios de Venecia. Esos momentos se hallaban situados en la mesita de centro, a un lado del ventanal y junto al umbral de la habitación principal.

-Carlota no está contigo como yo podría si me dejaras - suspiró la joven Leoncavallo y eligió ser curiosa en el refrigerador, sin hallar algo más excepcional que un paquete de chocolates y algo de cerveza rusa; acaso unas botellitas de una bebida de uva que los Liukin tomaban a menudo. Katarina sacó los chocolates y degustó un ramen instantáneo sin importarle que fuera un regalo de los fans coreanos de Marat. Él no se daría cuenta.

Después de llenarse el estómago mirando Mónaco desde el ventanal, la chica notó que le atraía el cuarto donde dormía ese hombre. Aun respirando esa esencia varonil, ella atravesó la puerta hacia un refugio verde oscuro, con clóset de madera achocolatada, una alfombra café y una cama grande, firme, con sábanas del mismo color que las paredes. El baño tenía mosaicos verde azules y grifos dorados y Katarina se desnudó para darse una ducha. A Marat le gustaba el agua tibia, algo que se delataba por ser lo que caía de la regadera y ella lo encontró agradable, así como el jabón negro con el aroma a sándalo menos agresivo del mundo. Por alguna razón, eso no borraba la fina fragancia natural de ese chico, mezcla de testosterona con violetas y ella sentía que parte de eso se le quedaba en el cuerpo como si la vistiera una exquisita seda.

Sin recuperarse de esa gratificante experiencia, Katarina secó su desnudez y tomó varias prendas de Marat, colocándolas en la cama sin parar de reír. En la mesita de junto, había otra foto de él con Carlota Liukin en un restaurante de sushi y cualquiera podía percatarse de que era una imagen muy querida, así que Katarina la volteó mientras imaginaba que ella sería quien se tomaría más fotografías con ese hombre en algún futuro y decorarían el apartamento por siempre.

El celular de Katarina Leoncavallo llevaba sonando un rato y luego de revisarlo, al fin respondió. Del otro lado sonaban risas.

-Mauri ¿estás acompañado? Pon el altavoz, quiero saludar - dijo ella con una gran sonrisa.
-"Katy quiere hablar con todos" - anunciaba Maurizio Leoncavallo alegremente y se percibían las voces de Shanetta James y Morgan Loussier, así como algunos otros patinadores.

-Hermanito ¿hay algo que quieras decirme? - preguntó Katarina con un tono de voz engreído pero expectante. Él se rió un poco.

-"Tenemos mucho trabajo, Carlota patina hoy pero hubo junta de entrenadores y no pude estar en las prácticas oficiales con los chicos".
-¿Hablaste con otros coaches, Mauri?
-"Es necesario, Katy".
-¿Con Orser?
-"A él lo vi en NHK".
-¿Hablaron de mí?.... ¡No quites el altavoz!
-"Katy..."
-¡Sé de tu plan para que me vaya de Venecia, maldita rata!
-"¿De qué hablas?"
-¡Mis padres me contaron todo! ¡Quieres deshacerte de mí cuando acabe la temporada y negociaste mi mudanza a Canadá!
-"Katy no creas...."
-¡Piérdete, desgraciado traidor!

Katarina apagó el celular enseguida y una sonora carcajada la dominó los siguientes minutos, permitiéndose recordar que continuaba desnuda y la ropa de Marat sobre el colchón era tentadora de sentir. Pasó algo de tiempo antes de abandonar su ánimo divertido y besó las almohadas, las camisas y las sábanas, como si una persona estuviera ahí.

Katarina Leoncavallo pasó el ocaso y parte de la noche frotando cada tela en su piel, imaginando las manos, los besos, el cuerpo de Marat amándola, quemándola, embriagándola con su esencia. Y es que la pasión sexual, una fuerza tan reprimida en el corazón de esta mujer, amenazaba con reventar, con expandirse, con lascerar. Estaba a punto de ebullición. Esa pasión, aunada a las eternas tristeza, desamor y soledad de su alma, ocasionaba la desesperación de Katarina Leoncavallo por ser correspondida, amada, protegida y deseada; por ser lo más importante del mundo para alguien. Y en esa cama y con esa ropa deslizándose por su silueta, Marat Safin se convertía en el sueño fugaz, en su hombre.

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