viernes, 31 de diciembre de 2021

Las pestes también se van (Susanna y Maeva)


Miércoles, 20 de noviembre de 2002. Venecia, Italia.

San Marco Della Pietà era un hospital más o menos grande para la ciudad de Venecia y junto al de Cannaregio, uno de los que más pacientes atendían durante la súbita emergencia que habia clausurado la ciudad. La influenza causaba estragos tanto en Lido como en Santa Croce, se extendía por todo San Marco y Castello, saturaba Dorsoduro y obligaba a instalar carpas de atención para evaluar a pacientes de cuadros moderados. De acuerdo a las noticias, la cuarentena obligatoria había ocasionado protestas y destrozos en algunos puntos pero al final, la policía se había impuesto y la vigilancia parecía ser eficiente. La poca gente que pudo salir a la calle a partir del día miércoles, se encontró con una ciudad cuyo espíritu se detenía para mostrar la escalofriante inmovilidad en la incertidumbre. 

Esa sensación invadía también a los contagiados en donde fuera que estuviesen y en el quinto piso del hospital San Marco, se mezclaba con cierta claustrofobia inducida. El hacinamiento había obligado al personal a proporcionar incómodos sofá-camas a los pacientes y Susanna Maragaglio se hallaba en uno de ellos, creyendo que estorbaba en el pasillo. Desde su lugar contemplaba a Maeva Nicholas con un aspecto cansado y una tos que le impedía levantarse de la cama la mayor parte del tiempo y en la habitación de junto, Tennant Lutz sufría de enorme dolor. A esa hora, no podía siquiera separarse a los hombres de las mujeres y un par de enfermeras debía atenderlos a todos. 

-Llamó el señor Maragaglio para avisar que llegará a la ciudad en cualquier momento- anunció una de ellas y Susanna sonrió porque sabía que su marido se haría cargo de todo inmediatamente. 

-Aposté que vendría - murmuró tierna y fue entonces que alguien la asistió cubriéndola con una manta.

-Usted tiene suerte - comentó la persona que tenía junto.
-¿Por qué?
-Nadie creyó que Maragaglio dejaría el trabajo.
-La familia es primero para él.
-Es que dicen que es muy comprometido.
-Lo está demostrando.

La persona desconocida no añadió algo a la conversación y Susanna se aferró a su manta mientras observaba a otro paciente tomar lugar a su derecha. A ella no le sorprendió que Alessandro Gatell estuviera enfermo pero sí que se tomara el tiempo de pedir informes sobre las personas que había alcanzado a atender antes del golpe de la influenza.

-¿Todavía pregunta por Katarina? ¿No debería descansar?
-Señora Maragaglio, no dejo de ser médico.
-¿Le dijeron algo?
-Que su oxigenación se está estabilizando y que podrían retirarla de Terapia Intensiva.
-Esa es una gran noticia, me angustiaba mucho.
-Van a subirla a algún piso junto con Marco Antonioni.
-¿El gondolero? ¿También él se ha puesto mal?
-Se ha hecho novio de Katarina, no creo que los metan al mismo lugar.
-¿Novios?
-Creí que debería enterarse.
-Maragaglio se enojará.
-No creo que esté al tanto.
-Me siento contenta por ellos; esperaron mucho.
-Susanna ¿A usted no le molesta?
-Al contrario ¡Katarina quiere a ese chico!

Alessandro Gatell sonrió con Susanna y ella se frotó los brazos al acomodarse de nuevo. Aunque el sol se asomaba tímidamente, aún hacía mucho frío, provocando que cualquiera tiritara y deseara que volviera a ser verano. El olor del hospital era desagradable y así, se entendió que las enfermedades provocaban rechazo desde el olfato. 

-Hablé con Maragaglio un par de veces - añadió Gatell.
-¿Qué le dijo?
-Solamente que cuidáramos de la señorita Leoncavallo.
-Es que la quiere como su hija.
-¿Le digo algo y no se ofende, Susanna?
-¿Por qué?
-Ah... La última vez que me comuniqué con él, del otro lado de la línea se oía a una mujer llamándole "cariño".
-Jajajaja, no fue a Maragaglio.
-¿Segura?
-También la escuché, esa chica anda rondando a Maurizio.
-¿Al hermano de Katarina?
-Hago preguntas.

Alessandro Gatell se quedó sin palabras y comprobó que Susanna Maragaglio honraba su fama de ingenua. Podían hacerle saber cualquier cantidad de habladurías y hechos sobre su esposo, pero ella seguiría defendiéndolo o negando y en el mejor de los casos, mirando divertida al chismoso que se atreviera a mencionarle cualquier cosa.

Era temprano y el horario de desayuno se cumplía con retraso cuando Gatell decidió retomar la palabra. Ella enseguida volteó a verlo.

-Suspendieron la procesión de la Festa della Salute.
-Es una lástima.
-Maragaglio había entregado un protocolo a los hospitales por si atendíamos ladrones. Creo que no fue necesario.
-Él trabaja mucho.
-Susanna ¿Tienen tiempo para ustedes?
-Claro ¿Por qué la pregunta?
-¿En serio?
-Siempre encuentra la forma.
-¿Llega tarde a casa?
-Me casé con un policía y lo mismo pasaría si se dedicara a ser médico, como usted.

Gatell no añadió más, haciendo que Susanna pensara que le había cerrado la boca sin mucho esfuerzo. La mujer prefería concentrarse en Maeva Nicholas, que fuera de las cámaras exhibía sus grandes ojeras, además de alzar la voz enronquecida

-Susanna, no te rías de mí - reclamaba aquella luego de recibir un plato de sopa de pollo.
-Lo siento, es que tienes el cabello enredado.
-Voy a matarte por eso.
-Estaré como tú muy pronto; tal vez mañana.
-¿Te lastima estar con estos tubos?
-Sólo es una cánula nasal.
-Me sangró la nariz ayer, creí que me darían una mascarilla. 
-No es más cómoda.

Susanna continuaba riendo y Gatell no sabía si contagiarse de esa inusual alegría que cambiaba la atmósfera gris de ese piso oscuro.

-Maeva luce muy graciosa, perdón - comentó ella.
-¿Son amigas? - preguntó Gatell.
-Nos caemos bien, nos conocimos en una cena en mi casa.
-¿Usted la invitó?
-Fue mi sobrino, Maurizio.
-¿El hermano de Katarina?
-Claro que sí.
-Ella lo quiere mucho.
-Están peleados ahora.
-Algo escuché, señora Susanna.
-Katarina la ha pasado mal en los entrenamientos y su hermano le montó una rutina que no le gusta.
-Debe ser incómodo.
-Aunque no creo que a Maurizio se le pase el disgusto porque Marco Antonioni ahora es su cuñado.
-Juraba que ella nunca le haría caso a ese chico.
-Es imposible no ser feliz por Katarina.

Maeva Nicholas se intrigaba por lo que alcanzaba a escuchar y se preguntaba qué pasaría con Miguel Louvier y si se hallaba enterado de los hechos para entonces.

-Oye, Susanna ¿Ese tal Marco es el gondolero que sigue a Katarina? Lo he visto muchas veces - intervino la mujer.
-Ese mismo y se dice gondolier.
-Es que me habían contado que Katarina lo rechazaba.
-A mi prima siempre le ha encantado; lo que ocurre es que el hermano y los papás no la dejaban en paz.
-Susanna ¿Tú estás de acuerdo con esa relación?
-¡Ellos serán felices!
-¿Qué hay de Miguel?
-Ay, Maeva ¿Crees que esté enojado? No sé qué decirte.
-¡Ni siquiera te interesa!
-Sé que lo que hizo Katarina no está bien.
-¿Y?
-Marco Antonioni es muy importante para ella y entiendo por qué las cosas tuvieron que suceder así. Ella se disculpará, créeme.
-Claro, disculparse. Traicionar a Miguel es cualquier cosa.

Susanna no replicó, pero se sintió mal por su felicidad mientras Alessandro Gatell miraba a las dos mujeres con incomodidad y sonrisa forzada. 

-Deberían calmarse - sugirió el hombre creyendo que sería atacado.
-Es mejor que Katarina tenga ese lío a seguir soportando a su hermano ¿No cree? - comentó la señora Maragaglio en voz baja. Gatell se notó sorprendido y no añadió más, quizás pensando que sabía el sentido de esas palabras. Comprendía que los Leoncavallo no supieran actuar, pero la actitud de Katarina indicaba que la represión no estaba tan dirigida a impedir que se expresara un amor tan indebido mientras no existiera intimidad. Entonces entendió que el asunto de Marco Antonioni era una cuestión de celos enfermizos y de poder; que dados los hechos, los Leoncavallo se empeñaban en mantener a Katarina infeliz para poder controlarla. Lo desconcertante era que no parecía existir motivo para ello y la doble moral de esa familia con la joven era para dejar a cualquiera boquiabierto. 

-Katarina se irá a Toronto el próximo año y si Marco la acompaña, será muy bueno para ella ¿Sabe cómo me di cuenta de que están enamorados? - prosiguió Susanna.
-¿Porque él la sigue con su góndola?
-¡A ella le gusta que la defiendan! Cada que alguien le hace una grosería, Marco se aparece y arregla el problema. 
-¿Qué?
-Creí que lo sabría, doctor Gatell.
-No estoy al tanto.
-Los chismes vuelan.

Susanna Maragaglio recibió en aquel momento su desayuno y luego de fortarse los brazos para conservar en calor, intentó comer sopa de pollo mientras sostenía su mascarilla con la mano izquierda. Para Gatell, verla resultó de interés porque no esperaba una actitud tan ligera ni optimista. En contraste, Maeva Nicholas apenas podía moverse y todo parecía ocasionarle asco, así que intentaba no prestar olfato a lo que fuera. Al mismo tiempo, se daban informes que se limitaban a hablar de los familiares que aguardaban en la cuarentena y el nombre de Ricardo Liukin salía a colación al explicar que se hallaba al pendiente de tres pacientes y lo furioso que se hallaba desde que habían cometido la imprudencia de contarle sobre el nuevo novio de la joven Leoncavallo. Lo comparaban con Maragaglio y su explosiva reacción; incluso había quien aseguraba que a ambos hombres parecía preocuparles más la compañía y el estado de salud de Katarina que sus pacientes enfermos. 

-No sabía que Ricardo había traído a Katy a este hospital - dijo Maeva.
-Es que ella lo llamó - le respondió Alessandro Gatell.
-¿A él? 
-Es que nadie le hizo caso al teléfono; incluso intenté avisar en su casa cuando ingresó pero no respondieron.
-¡Pero Susanna siempre está ahí!

La señora Maragaglio negó con la cabeza y explicó que había estado con sus niños en una pijamada, que tal vez por eso Ricardo había tenido que ayudar a la joven Leoncavallo.

-¿Por qué no le ayudó su nuevo novio, entonces? - remató Maeva sin atar cabos, pese a recordar que Ricardo se había ausentado desde el viernes. Era tal su enojo, que la mujer miraba a Susanna reprochante.

-Perdona, Maeva - se disculpaba aquella.
-¡Es que no te entiendo!
-¿Qué te pasa?
-¡No lo sé! ¡Estoy molesta contigo y debería ser con Katarina! 
-Te enfermaste, por eso te pones así.
-¡Me irrita que seas feliz y que Miguel te dé igual! Susanna, se supone que te agradaba ese chico y que estuviera con tu prima, luego descubro que prefieres al gondolero y Ricardo está con Miguel pero trajo a esa chica y ¡no te comprendo! ¡Todo se hizo mal!
-Estoy viendo un berrinche de una mujer de cuarenta años.
-¡Treinta y cinco!
-¿Cuál es el punto, Maeva?
-Que no esperaba que fueras así. Con razón Maragaglio puede serte infiel y tú andar campante.
-¿Disculpa? 
-Lo siento, es que estimo a los hijos de Ricardo y lo que hace Katarina no me gusta.
-A nadie le agrada, es sólo que Marco la hace feliz y al fin tienen su oportunidad ¡Y no vuelvas a hablar sobre Maragaglio de esa forma! Me debes una gran disculpa.

Susanna se cruzó de brazos y abandonó su sopa un momento, así Gatell entendió que le hablaría con voz más baja.

-¿Usted quiso avisar sobre Katarina y nadie estuvo? 
-Eso no importa, señora Maragaglio.
-¿A qué hora fue?
-Como a las cuatro de la mañana, yo atendí a la paciente antes.
-¿El sábado, verdad?
-¿Por qué? 
-Es que no estuve, lo lamento tanto.
-El señor Liukin acompañaba a Katarina; ella le había hablado porque nadie respondía.
-Menos mal.
-Él se encontró a Miguel y a sus hijos aquí. 
-¿Encontró?
-Es que no le habían dicho que estaban enfermos.
-Ya entendí... Ricardo debe estar enojado y es natural.
-Katarina sabrá mejor que hace.
-Doctor ¿Ella no le contó que hacía con Ricardo antes de internarse?
-No encuentro sentido a su pregunta, señora.
-¿Puedo confiárselo como médico?
-No puedo decir nada sobre mis pacientes.
-Haga de cuenta que usted me atiende.
-¿Qué quiere?
-El viernes recibí un mensaje del Hotel Grand Lido antes de irme a la pijamada de mis hijos y supe que Maragaglio ha estado espiando a Katarina ¿También lo hace aquí?
-Mi colega, el doctor Pelletier, me comentó que le exige detalles usando su rango en Intelligenza.
-Entonces lo sabe...
-¿Qué cosa?
-Sólo que Ricardo ayudó a nuestra prima.
-Qué bien.

Tanto Susanna como Gatell disimularon que conocían lo sucedido entre Katarina y Ricardo y miraron a Maeva luchando contra el asco una vez más. El sabor de la sopa de pollo era terrible y no ayudaba a calmar a esa mujer.

jueves, 23 de diciembre de 2021

Las pestes también se van (El cuento de Navidad)


Martes, 19 de noviembre de 2002. 

Despedirse de Judy Becaud en el aeropuerto fue algo complicado para Maurizio Maragaglio. La mujer le miraba severa y triste, aún negándole la palabra, intentando evitarlo. Curioso resultaba que con Katrina fuera mucho más afable y sonriente que en días previos; que incluso le preguntara si al volver a París la vería de nuevo. Sobraba decir que con Carlota Liukin y Maurizio Leoncavallo la vibra había sido más afectuosa y sonriente. Incluso al recibir el llamado para abordar, los abrazos se habían concentrado en todos, menos en Maragaglio. Al interior del avión se podía reflexionar sobre todo eso mientras se veía a los pasajeros tiritar y cubrirse con espesas chamarras.

-¿Qué hay con el boleto? ¿Conseguiste uno para Milán? - preguntaba la misma Katrina al tomar ingenuamente su asiento y sujetar su cinturón de seguridad inmediatamente.
-Tendré que pasar la noche en Helsinki.
-¿De verdad? 
-Mi superior me libera mañana de esta misión.
-¿Cómo está tu esposa?
-El médico dice que bien, que el oxígeno parece funcionar. Ojalá pudiera ir hoy mismo.
-¿Por qué debes tomar este avión?
-No lo sé, Katrina. A veces recibo órdenes que no entiendo.

Ella miró al piso como si sintiera pena y él sonrió por la forma en que la chica demostraba que era la primera ocasión que salía de su ciudad. 

-No me gusta que Maurizio se siente solo - dijo Maragaglio antes de atraer a Katrina y besarla largamente. Él disfrutaba mucho sentir como su piel fría iba calentándose y el aliento de Katrina tan cálido y dulce.

-Cariño ¿Estás tan excitado?
-Katrina, prométeme algo.
-¿Qué cosa?
-Me recordarás que Carlota y Marat están juntos y yo debo poner más atención.
-Ay, corazón ¡Estarán bien! Míralos, sólo platican.
-Con ellos nunca estoy seguro.
-Sólo están enamorados.
-Nada más, algo sencillo.
-Maragaglio, déjalos en paz.
-Lo dices porque no se burlan de ti.
-Quédate quieto y verás que se portan bien.

Maragaglio optó por hacer caso a las palabras de Katrina y luego de rodearla con su brazo derecho, le explicó lo que ocurriría cuando el avión iniciara el trayecto. Era tan evidente que ella padecía frío, que abrazar a ese hombre era lo único que le quedaba para no sentir que su cuerpo se entumecía. A pesar del sol, a París llegaría pronto una gran tormenta de nieve.

En la fila de junto pero un par de lugares atrás, Maurizio Leoncavallo se encontraba con la novedad de que viajaría solo y agradecía haber conseguido un par de guantes nuevos para soportar el ambiente mientras intentaba no pensar en su hermana. Esa mañana había llamado para preguntar cómo evolucionaba, si por fin abandonaba Terapia Intensiva y si podía respirar sin auxilio. Ninguna de las tres respuestas había sido positiva y saber que el temido encuentro entre Katarina y Marco Antonioni llevaba a éstos aceleradamente a un romance, lo mantenía triste y con enorme rabia ¿Acaso ella había intentado olvidarse de su lazo amoroso, de sus sentimientos mutuos? ¿Marco en verdad la había enamorado desde hacía tantas tardes? ¿Era un error aconsejarle partir de París en lugar de tocar su mejilla para retenerla? De todas formas, la influenza habría aparecido y en lugar de ir a Helsinki, el grupo iba a estar grave en un hospital por el contagio. Maurizio se sentía furioso consigo mismo y en mente tenía un gran regalo como disculpa, aunque no era claro por qué debía ser. Por otro lado, experimentaba fuertes celos por Katrina, obligándose a contenerse de imaginarla desnuda y aceptando ser sólo para él. No conocía los términos del arreglo con Maragaglio, pero viéndola con su gran abrigo y un moño enorme, quiso ser él quien la llenara de de detalles y deshacerse de una vez de la tormentosa angustia de desear su cuerpo y fingir que era el de su hermana.

-Carlota ¿Estás segura de querer hacer el programa de Chopin en Helsinki? Creo que deberíamos entrenarlo más - dijo para evitar obsesionarse. 

-Saldrá bien, no te fijes - replicó la chica Liukin sin abandonar su lugar ni mirarlo, demostrando que estaba más atenta a un regalo que Marat no quería desenvolver, pero aparentaba ser atractivo y cómodo. El patrocinador que Carlota había conseguido en el Trofeo Bompard enviaba tal caja que cabía en cualquier bolsillo y que sin duda, le sería más útil al joven Safin cuando quisiera estar solo.

-¡Ábrelo, ábrelo! ¡De seguro es lindo! - insistía Carlota mientras se oían los saludos del capitán del vuelo y su copiloto. El trayecto duraría tres horas y de acuerdo a las indicaciones, ningún pasajero tenía permitido estar fuera de su asiento durante el despegue. Marat trataba de escuchar algo mientras le ganaba la risa y observaba a Maragaglio estrechando a Katrina para calmarla. Los primeros sonidos de la nave podían provocar una expectativa poco grata en viajeros primerizos.

Las sobrecargos sin embargo, no paraban de mirar a Maragaglio para intentar coquetear con él. Era lo mismo cada vez y contrario a lo esperado, a él le hartaba lidiar con ello, anduviera solo o irritado como en aquel momento. Carlota y Marat parecían adivinarlo en medio de su algarabía, ajustándose los cinturones de seguridad y tomados de la mano previo a continuar con la expectativa de una sorpresa que no se descubriría. Con tanto tiempo de vuelo por delante, sabiamente podían esperar por un sándwich de queso mediocre y un jugo azucarado con aquel incómodo cuadro ante sus ojos. Nada que no hubieran pasado antes con la propia Katrina, a quien trataban con naturalidad a pesar de que su presencia lastimaba a una Susanna Maragaglio ignorante al respecto. 

Cierto temor de fiesta flotaba en el aire y conforme se aproximaba la hora de dejar tierra, los gritos de niños y el ruido de sus juguetes saturaba los oídos de cualquiera. A Carlota le encantaba cooperar agitando sus pies, mismos que se adornaban de cascabeles pegados a su calzado y también movía su pulsera de madera en la mano derecha, provocando que Marat se divirtiera más. Las pláticas ajenas añadían bullicio y Maurizio Leoncavallo suplicaba inútilmente porque le dejaran en paz al tiempo que abrazaba una manta y recordaba a su novia Juulia Töivonen, a su ex Karin Lorenz, a Jyri Cassavettes, a cualquiera que lo hubiera amado con tal de compararlas, de añorar volverse loco porque nadie igualaba a su hermana Katarina y su irresistible olor a miel y tímidos pero encendidos besos. Odiaba estar encerrado en ese avión, pero hallaba tiempo de pensar y ahora que tenía a Carlota Liukin y a Maragaglio delante suyo, rogó porque ese vuelo terminase de una vez. El avión tomaba pista y era detestable enterarse que apenas se permitiera, Maragaglio llamaría a Venecia, a su cuñada Anna, porque su esposa era demasiado importante para él.