Martes, 19 de noviembre de 2002.
Despedirse de Judy Becaud en el aeropuerto fue algo complicado para Maurizio Maragaglio. La mujer le miraba severa y triste, aún negándole la palabra, intentando evitarlo. Curioso resultaba que con Katrina fuera mucho más afable y sonriente que en días previos; que incluso le preguntara si al volver a París la vería de nuevo. Sobraba decir que con Carlota Liukin y Maurizio Leoncavallo la vibra había sido más afectuosa y sonriente. Incluso al recibir el llamado para abordar, los abrazos se habían concentrado en todos, menos en Maragaglio. Al interior del avión se podía reflexionar sobre todo eso mientras se veía a los pasajeros tiritar y cubrirse con espesas chamarras.
-¿Qué hay con el boleto? ¿Conseguiste uno para Milán? - preguntaba la misma Katrina al tomar ingenuamente su asiento y sujetar su cinturón de seguridad inmediatamente.
-Tendré que pasar la noche en Helsinki.
-¿De verdad?
-Mi superior me libera mañana de esta misión.
-¿Cómo está tu esposa?
-El médico dice que bien, que el oxígeno parece funcionar. Ojalá pudiera ir hoy mismo.
-¿Por qué debes tomar este avión?
-No lo sé, Katrina. A veces recibo órdenes que no entiendo.
Ella miró al piso como si sintiera pena y él sonrió por la forma en que la chica demostraba que era la primera ocasión que salía de su ciudad.
-No me gusta que Maurizio se siente solo - dijo Maragaglio antes de atraer a Katrina y besarla largamente. Él disfrutaba mucho sentir como su piel fría iba calentándose y el aliento de Katrina tan cálido y dulce.
-Cariño ¿Estás tan excitado?
-Katrina, prométeme algo.
-¿Qué cosa?
-Me recordarás que Carlota y Marat están juntos y yo debo poner más atención.
-Ay, corazón ¡Estarán bien! Míralos, sólo platican.
-Con ellos nunca estoy seguro.
-Sólo están enamorados.
-Nada más, algo sencillo.
-Maragaglio, déjalos en paz.
-Lo dices porque no se burlan de ti.
-Quédate quieto y verás que se portan bien.
Maragaglio optó por hacer caso a las palabras de Katrina y luego de rodearla con su brazo derecho, le explicó lo que ocurriría cuando el avión iniciara el trayecto. Era tan evidente que ella padecía frío, que abrazar a ese hombre era lo único que le quedaba para no sentir que su cuerpo se entumecía. A pesar del sol, a París llegaría pronto una gran tormenta de nieve.
En la fila de junto pero un par de lugares atrás, Maurizio Leoncavallo se encontraba con la novedad de que viajaría solo y agradecía haber conseguido un par de guantes nuevos para soportar el ambiente mientras intentaba no pensar en su hermana. Esa mañana había llamado para preguntar cómo evolucionaba, si por fin abandonaba Terapia Intensiva y si podía respirar sin auxilio. Ninguna de las tres respuestas había sido positiva y saber que el temido encuentro entre Katarina y Marco Antonioni llevaba a éstos aceleradamente a un romance, lo mantenía triste y con enorme rabia ¿Acaso ella había intentado olvidarse de su lazo amoroso, de sus sentimientos mutuos? ¿Marco en verdad la había enamorado desde hacía tantas tardes? ¿Era un error aconsejarle partir de París en lugar de tocar su mejilla para retenerla? De todas formas, la influenza habría aparecido y en lugar de ir a Helsinki, el grupo iba a estar grave en un hospital por el contagio. Maurizio se sentía furioso consigo mismo y en mente tenía un gran regalo como disculpa, aunque no era claro por qué debía ser. Por otro lado, experimentaba fuertes celos por Katrina, obligándose a contenerse de imaginarla desnuda y aceptando ser sólo para él. No conocía los términos del arreglo con Maragaglio, pero viéndola con su gran abrigo y un moño enorme, quiso ser él quien la llenara de de detalles y deshacerse de una vez de la tormentosa angustia de desear su cuerpo y fingir que era el de su hermana.
-Carlota ¿Estás segura de querer hacer el programa de Chopin en Helsinki? Creo que deberíamos entrenarlo más - dijo para evitar obsesionarse.
-Saldrá bien, no te fijes - replicó la chica Liukin sin abandonar su lugar ni mirarlo, demostrando que estaba más atenta a un regalo que Marat no quería desenvolver, pero aparentaba ser atractivo y cómodo. El patrocinador que Carlota había conseguido en el Trofeo Bompard enviaba tal caja que cabía en cualquier bolsillo y que sin duda, le sería más útil al joven Safin cuando quisiera estar solo.
-¡Ábrelo, ábrelo! ¡De seguro es lindo! - insistía Carlota mientras se oían los saludos del capitán del vuelo y su copiloto. El trayecto duraría tres horas y de acuerdo a las indicaciones, ningún pasajero tenía permitido estar fuera de su asiento durante el despegue. Marat trataba de escuchar algo mientras le ganaba la risa y observaba a Maragaglio estrechando a Katrina para calmarla. Los primeros sonidos de la nave podían provocar una expectativa poco grata en viajeros primerizos.
Las sobrecargos sin embargo, no paraban de mirar a Maragaglio para intentar coquetear con él. Era lo mismo cada vez y contrario a lo esperado, a él le hartaba lidiar con ello, anduviera solo o irritado como en aquel momento. Carlota y Marat parecían adivinarlo en medio de su algarabía, ajustándose los cinturones de seguridad y tomados de la mano previo a continuar con la expectativa de una sorpresa que no se descubriría. Con tanto tiempo de vuelo por delante, sabiamente podían esperar por un sándwich de queso mediocre y un jugo azucarado con aquel incómodo cuadro ante sus ojos. Nada que no hubieran pasado antes con la propia Katrina, a quien trataban con naturalidad a pesar de que su presencia lastimaba a una Susanna Maragaglio ignorante al respecto.
Cierto temor de fiesta flotaba en el aire y conforme se aproximaba la hora de dejar tierra, los gritos de niños y el ruido de sus juguetes saturaba los oídos de cualquiera. A Carlota le encantaba cooperar agitando sus pies, mismos que se adornaban de cascabeles pegados a su calzado y también movía su pulsera de madera en la mano derecha, provocando que Marat se divirtiera más. Las pláticas ajenas añadían bullicio y Maurizio Leoncavallo suplicaba inútilmente porque le dejaran en paz al tiempo que abrazaba una manta y recordaba a su novia Juulia Töivonen, a su ex Karin Lorenz, a Jyri Cassavettes, a cualquiera que lo hubiera amado con tal de compararlas, de añorar volverse loco porque nadie igualaba a su hermana Katarina y su irresistible olor a miel y tímidos pero encendidos besos. Odiaba estar encerrado en ese avión, pero hallaba tiempo de pensar y ahora que tenía a Carlota Liukin y a Maragaglio delante suyo, rogó porque ese vuelo terminase de una vez. El avión tomaba pista y era detestable enterarse que apenas se permitiera, Maragaglio llamaría a Venecia, a su cuñada Anna, porque su esposa era demasiado importante para él.
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