jueves, 28 de junio de 2012

Cuarto paréntesis (Espacio para la recepción de comentarios del lector)


Treinta y tres cuentos divididos entre cuatro series  ("Las luces de la fiesta, "Gwendal, te amo", "Las historias de amor nunca terminan" y "París") y relatos regulares conforman la tercera etapa del blog, mismo que por cuestiones creativas entra en un receso de cara a los cambios e ideas nuevas que necesitará la historia para continuar.

Estimado lector, uno de los aspectos más importantes es definitivamente su opinión, algo que no recibe crítica no puede avanzar y agradezco de antemano el interés por dejar algunas impresiones de vez en cuando.

Ahora, me gustaría realizar un pequeño sondeo:

¿Cuál es su personaje favorito y cuál los enfada? ¿Qué cuento es el que más los enoja? ¿Y el que los alegra?

Los dejo con la canción que mejor define este período. Muchísimas gracias por su atención, el tercer telón ha caído.

miércoles, 27 de junio de 2012

La disculpa (Cuento alterno y fin de temporada)



A Elías Leonardo, columnista de Fútbol Sapiens 

Tamara corría por el barrio ruso con la esperanza de encontrarse a Carlota y fue alcanzada por una repentina lluvia que le obligó a refugiarse en una cafetería, pero mucha gente tuvo la misma idea y la chica que atendía acabó advirtiendo que más valía que ordenaran o tendrían que marcharse. Como empezó a helar, Didier buscó en sus bolsillos hallando unas monedas, miró la tabla de precios y descubrió que 2€ eran insuficientes para adquirir un simple café o un insípido té de manzanilla; una galleta de vainilla excedía también el presupuesto y los baratos prianikis se habían agotado. Suspirando, se hizo a la idea de correr hasta el biombo de otro local y aprovechar mejor su dinero haciendo una llamada para saber si alguien sabía que pasaba con la joven Liukin. 

-Toma, ya puedes disimular.

Tamara giró su cabeza hacia la izquierda y observó a Joachim Alejandriy extendiéndole un vaso.

-¿Qué es?
-Café turco, 5€.
-Mmh, gracias.

Ella dió un sorbo, pero no pudo evitar la mueca.

-Qué mal sabor.
-El café de Tell no Tales nunca se ha distinguido por ser bueno y el unicel no ayuda.
-¿Tú que tomas?
-Cerveza.
-En vaso de cristal, por lo menos me hubieras ordenado algo en taza.
-Te quejarías porque no estaría caliente.
-Tal vez esto sabría menos ácido.
-Sí se notaría la gran diferencia ¿Qué te trajo por aquí? 
-Buscaba a tu sobrina. La perdí de vista un momento y no aparece.
-Seguramente se escapó, nos hemos cansado de decirle que esa costumbre es peligrosa.
-¿Ha pasado antes?
-¿No te habías dado cuenta? 
-Jamás ocurrió algo parecido.
-Más bien, no te lo había hecho. Cada que se deprime, Carlota se va por ahí hasta que se le pasa.

Tamara volvió a saborear aquella bebida desagradable y permaneció de pie observando la lluvia. Joachim en cambio, admiraba a la mujer y no tardó en quitarse el abrigo y colocárselo a ella.

-No tengo frío.
-Debería, no tarda mucho en nevar.
-Parece mentira que suceda en verano. Con más razón debo apresurarme.
-Todavía hay tiempo, el tren sale a las nueve.
-¿Ricardo te avisó?
-En realidad compré mi boleto con anticipación y después supe algo de que mis sobrinos se mudan pero no soy muy cercano a la familia así que sólo es una coincidencia.

Él sonrió con ironía inentendible y ella pretextó que necesitaba ir al tocador, abandonando el vaso y dejando el gabán en una silla para no comprometerse a quedarse con el tipo un instante más. Pretendiendo perderle de vista, Tamara trató de confundirse entre los desconocidos y dirigirse a la entrada pero oír su nombre con insistencia le cambió los planes. Aunque presentía que se pondría de malas, echó un vistazo atrás.

-Ven Didier, mi mesa está muy escondida.

Ella desconfió pero se acercó. Ingo Carroll no era precisamente la clase de persona con quién le placía toparse.

-Creí que se había terminado lo tuyo con Alejandriy.

Sentándose, ella se apresuró a responder.

-Lo encontré apenas, tiene meses que no lo veía.
-Entre ustedes existe mucha confianza.
-¿Qué dices?
-Nadie presta su suéter o regala café sin intención y nadie los acepta sin imaginarse porqué. 
-Te equivocas, él no me interesa.
-En Salt Lake me quedó claro que Joachim Alejandriy te gusta.
-Su bravuconería lo arruina todo. Desde olímpicos no le dirigí la palabra y me telefoneó con insistencia pero tampoco respondí.
-¿Porqué no te tomas un tiempo y le explicas que no te agrada?
-Al buen entendedor pocas palabras, Joachim es uno de ellos.

Carroll mordió su panecillo y añadió:

-Ese Alejandriy es más terco que inteligente.

Tamara atisbó a Carroll con disgusto porque hablaba con la boca llena. Intuía que lo hacía a propósito y buscaba desesperarla. Esa táctica a esas alturas resultaba infantil pero efectiva.

-¿Cómo van las rodillas, Didier? 

La mujer frunció el ceño.

-Mejor dime que te encanta fastidiar.
-No he preguntado algo ofensivo.
-De hecho sí. De antemano sabes que mis rótulas no sirven.
-Ha pasado mucho tiempo ¿No has considerado operarte?
-¿Otra vez? Prefiero que sanen solas.
-Desgastándote como ahora no creo que suceda pronto.
-¿Con desgaste hablas de hacer mi trabajo?
-Quiero decir que haces demasiados ejercicios cuando crees que nadie te ve.
-Si no practico mis saltos jamás volverán a salirme bien.
-Todavía no estás lista.

Carroll bebió su café y acto seguido, ordenó un trozo de pay de maíz. Tamara supo que lo pedía por ella.

-Sigues los malos hábitos que te inculcó tu abuela. Hasta controlas lo que Liukin come y la pobre pasa hambre en tus narices sin quejarse.
-Carlota no se guarda las cosas, si algo estuviera mal, me lo contaría.
-Sé que Haguenauer le entrega un chocolate todos los días después de la práctica y la tal Judy le lleva sándwiches de queso con tocino dos veces a la semana. 
-¡Esas calorías le van a hacer daño!
-De ninguna manera. Esa niña las necesita.
-No forman parte de una buena dieta. Carlota debe ser ligera para realizar las piruetas y las extensiones. Si sube de peso se verá tosca.
-En realidad, se verá mejor.
-La dieta de mi abuela funciona a largo plazo.
-Con todo respeto pero qué detestable era esa mujer.

Tamara se cruzó de brazos y miró a la nada.

-No creo que comer solamente ensalada verde sea lo más saludable del mundo.
-Mi niña también ingiere cereales y algo de pollo.
-Apuesto a que mides sus raciones.
-Por supuesto.
-Alguna vez dije que no te alimentabas bien ¿Recuerdas? Hace seis años me preguntaste si podías entrenar conmigo porque tu abuela no iba a montarte unas rutinas y todo por un bote de crema de avellanas que conseguiste a escondidas. 
-A veces llevo a Carlota por un helado.
-No es excusa. Eres tan parecida a esa anciana...
-¡No vuelvas a compararme con ella!
-¿Cómo no? Eres igual de reticente a que te digan verdades.
-Mi abuela era una maldita bruja descorazonada, yo todavía soy buena.

El hombre posó su mano en el hombro de ella fraternalmente.

-Ojalá eso hubieras creído hace cuatro años.

Ella bajó la mirada, aceptando la respuesta como argumento cierto y se encongió de hombros.

-Lo único que sigo preguntándome es porqué pediste mi ayuda y la despreciaste pese a que hice de ti una campeona del mundo.
-No te abandoné, Carroll, fue al revés.
-¿Segura? Yo te daba una indicación y enseguida tu abuela intervenía. De sobra sabemos a quién le hacías caso.
-A ti, por eso gane problemas.
-Tu atención duró un año, al siguiente me ignoraste. 
-Querías que me perdiera las olimpiadas.
-Tus programas no me gustaban, no eran ganadores.
-¡Trabajé cada maldita hora con la coreógrafa que me mandaste y tú mismo aprobaste los saltos y las coreografías!
-Los primerizos eran una belleza pero las "modificaciones" los echaron a perder. Tu abuela comenzó a alterar los planes y te supliqué varias veces que no la siguieras porque boicoteaba el trabajo. Te advertí que no podrías con la velocidad de tu programa libre y que te estabas forzando para preparar los saltos porque eran muy inmediatos. Terminabas un axel y enseguida corrías para realizar un salchow. Aún no comprendo cómo fue posible que ganaras unos europeos así. Te vi cansada durante la temporada y muy desanimada. No estabas preparada para Nagano ni física ni mentalmente por eso deseaba que omitieras el viaje, que después en el mundial estarías mejor. Eras muy inmadura para percatarte de que no era tu turno de ganar. 
-Mi turno nunca llegó.
-De poder continuar, Tamara, te aseguro que ese momento habría llegado en Salt Lake.

Ella tomó aire por la boca.

-Fue mi culpa no cumplir mi sueño.
-Al fin escucho de ti algo sensato.
-Pero me dejaste.
-Asumí que por quedarte con tu abuela, no me necesitabas. No tenía sentido que fueras a Estados Unidos a buscarme y al final sólo ocuparas un espacio de entrenamiento y yo fuera tu instructor de nombre.
-Qué estúpida.
-¿Sabes cuál es la tragedia? Eres más arrojada, perseverante e independiente ahora que el cuerpo no te responde. Ese carácter de campeona lo tienes cuando es un hecho que no volverás a patinar. 
-Me niego a aceptar eso, el hielo es lo único que tengo.
-Sacrificio, algo que te faltaba.
-Si logro realizar mis giros, me daré por satisfecha.
-¿Sabes que aplaudo? Que eres más tenaz que tu alumna. Carlota Liukin es una virtuosa que no necesita realizar grandes esfuerzos, es incluso más talentosa que cualquier chica que yo haya entrenado en treinta años, pero le falta ambición y critico que no le estés enseñando lo que aprendiste cuando te volviste ciega y te lesionaste de esa forma tan aparatosa.
-Increíble todo lo que ocasionó una caída en mí.
-Cuando dejaste de gritar en el hospital, te convertiste en una mujer muy fuerte.
-Nunca te he pedido perdón, Carroll
-No espero tu disculpa. Estamos a mano desde el momento en que demostraste que nunca te rindes.
-Que te vaya bien.
-Suerte.
-Tengo algo mejor que eso.
-Entonces sorpréndeme.

Tamara volvió con Joachim sólo para despedirse. Estaba empapada al momento de llegar con los Liukin y no le importaba. Por dentro se encontraba triste, recriminándose por estar enferma e imposibilitada de recuperar sus antiguas habilidades. Recordaba que odiaba escuchar a Ingo Carroll por su franqueza bien intencionada y le daban ganas de irse, razón por la que se adelantó y arribó al ferrocarril a las siete con Carlota y Joubert. En la espera, un muchacho corrió hacia ellas con una valija y el rostro sonriente.

-¡Zhenya! ¿Qué te trae por aquí?
-¡Dejé a Oleg Mishin! ¡Quiero probar algo nuevo! ¡Me voy contigo, Tamara!
-¿Eres idiota?
-¡Uno enamorado!
-Es en serio ¿Le haces al idiota? ¡Dejar a Mishin es algo más que idiota! ¡Sólo en un botarate cabe tal idea! 
-Lo hice por ti.
-¡Pero no me interesas Zhenya! 
-Creí que podíamos estar juntos.
-¡Lo que pretendes nunca va a suceder! ¡Nunca! ¡Déjame en paz y regresa con tu entrenador! ¡Entiéndelo, estoy harta de tus coqueteos, de que te aparezcas para ayudarme, de que actúes como si te apreciara! ¡Sólo aléjate!

Carlota miró a Zhenya, mismo que no sabía si sería incapaz de llorar como cuando era niño. Tamara por su parte, le preguntó a un oficial si podía abordar el tren que aguardaba en el andén y al recibir una afirmación, tomó del brazo a la joven Liukin y le avisó que esperarían a Ricardo y los demás en Hammersmith. Joubert agarró la maleta que su novia llevaba y una vez que vió a Didier dentro, giró hacia el herido hombre que aún no reparaba en los mirones.

-¿Vas a subir?

Zhenya no reaccionaba. El boletero anunció que en cinco minutos partían.

domingo, 10 de junio de 2012

El penúltimo adiós


Convertida en una trabajadora alegre y anónima, Zooey Isbaza pasaba los días sin novedades hasta que un mediodía se le ocurrió echar un vistazo a la revista que una clienta tenía sobre su mesa. El rostro de la joven estaba en la portada que citaba:

"Zooe Isbaza se confiesa en exclusiva: Sí tuvo un romance con Sergei Trankov"

Intrigada por saber de una entrevista que nunca otorgó, tomó el impreso impulsivamente y procedió a hojearlo ante la mirada furiosa de la comensal que le exigía devolverla. Las páginas estaban repletas de los más íntimos secretos de Zooey detallados con fechas, lugares y situaciones que ella jamás le había contado a nadie. Con la boca abierta, observó también las fotografías y las reproducciones fieles de cartas y recados de ambos. Al llegar a la parte dónde ella "revelaba" lo más erótico de su relación, sintió una fuerte agitación y sufrió un desmayo. En ese instante, los presentes la reconocieron. En la ciudad de Hammersmith, los Isbaza no eran muy famosos, por ello la muchacha pasó inadvertida unos meses y decididos a tener sus cinco minutos frente a las cámaras, los comensales llamaron a urgencias y a los reporteros de farándula.

En Tell no Tales, la noticia del desvanecimiento llegó con velocidad impresionante y el ejemplar número cincuenta de la revista mensual "Realeza" fue tan solicitado que debió reimprimirse con urgencia. En el puente de Amodio, aquello desató una discusión inusualmente intensa y duradera entre Lubov y Sergei, escuchándose por todo el parque como ella arrojaba platos al guerrillero, mismo que aparentemente esquivaba los proyectiles sin lograrlo del todo.

En el apartamento Liukin, Tamara Didier leía impresionada el ejemplar que Gwendal había conseguido de milagro y se preguntaba porqué Carlota también tenía interés en aquél escándalo. Considerando que no era adecuado que la niña tuviera acceso al artículo, le pidió a Adrien triturar el pasquín inmediatamente y como al niño le daba igual, accionó su cortadora de papel casera y personal.

-Basura, basura y más basura es lo que le venden a la gente aquí ¿A quién rayos le importa lo que hagan los demás?
-Yo quería saber.
-La curiosidad por la vida ajena no es buena, Carlota.
-Sergei es mi amigo.
-Y también mío, lo que no me da derecho a meterme en su intimidad.
-Pero abriste ..
-Lo sé y aparte de que no encontré algo que me involucre, me arrepiento.

La niña Liukin por dentro se molestó mucho. Ahora entendía porqué había soñado que estaba enojada con Sergei. Seguramente, el tipo había cometido alguna estupidez.

-¿Ya terminaste de meter tu ropa a la maleta?
-Sí, Tamara.
-Me parece perfecto, salgamos.

Ambas miraron el reloj, percatándose de que aún era temprano. En la calle, el asunto de Trankov quedó en aparente segundo plano y hablaron sobre los itinerarios de tren y de avión ya que Carlota no había realizado viajes largos y desconocía si sufría de vértigo o de pánico. En la farmacia, Didier compró calmantes ligeros y calcetines especiales, indicándole a la pequeña que debía colocárselos ya que le evitarían problemas de circulación, asimismo, le recomendó comer ligero y meter varios libros en su bolso de mano para no aburrirse.

-Veremos a Judy en el tren así que tal vez puedas platicarle cosas cursis y comer pasteles .. De sólo pensarlo se me revuelve el estómago ¡Carlota!

La niña no le prestaba atención por estar ocupada hojeando Realeza; la chica de al lado se la había prestado y como la joven Liukin era veloz para asimilar cualquier texto, regresó inmediatamente la revista.

-¡Sergei es un reverendo imbécil! Él tan inocente diciéndome - Carlota profirió con voz grave, en plena parodia masculina - "Es falso lo que dicen de mí, yo no soy el príncipe encantador"... ¡Vaya trozo de idiota! ¡Qué se vaya al diablo!
-¡Niña, te dije que no leyeras eso!
-Me iba enterar, te gustara o no Tamara.
-Baja tu tono. No estás con tus amiguitos o tus hermanitos que te toleran todo.
-¡No eres mi mamá!
-No me importa. A mí me vas a respetar porque soy tu entrenadora. Qué te quede claro que no te permito gritarme y mucho menos que trates de rebasar mis límites. Tampoco quiero que se te olvide que soy la persona que te cuida así que ve preparando una gran disculpa.

Carlota giró soberbiamente hacia la acera disponiéndose a cruzarla, pero un sonido provocó que Tamara la hiciera retroceder. Un trineo pasó a escasos centímetros de ellas a gran velocidad; poco después apareció otro coche, bastante más lento y con problemas en las ruedas. Anton manejaba con dificultad.

-¿Qué sucede Maizuradze? - preguntó Tamara.
-¡Una carrera!

Ambas vieron cuando el chico a los pocos metros salió de su troika* y derrapó cuesta abajo.

-¡Santo cielo! ¿Estás bien?
-Soy de hule.
-¡Déjate de tonterías!
-Ya me voy.
-¿Ahora qué quieres hacer?
-Si no termino me van a decir gallina.
-Por mí que te llamen abuela de los pollos ¡Levántate y quédate tranquilo!
-¡Abuela! ¡Esa es buena! ¡Jajajaja!
-Maizuradze, Maizuradze ¿Contra quién corrías?
-El señor Jouberto.
-¡¿Cómo es posible?! Mejor hagámonos a un lado, ahí vienen otros locos.

Con mayor rapidez que Joubert, Edwin y Gwendal descendían en su propia competencia y gritaban sabiendo que cualquiera podía ganar al momento de tomar la curva hacia la calle Ponsero. Tamara comenzó a gritar "¡Mériguet!" y fue detrás de él. Carlota no entendía nada y de colofón, Anton le dijo:

-¿Te subes?

Ella no accedió y se dirigió a pie. Eva De Vanny, sólo por molestar, abrazaba a Joubert por saludo ya que sabía que alguno de los presentes se lo diría a la novia de su amigo.

-¡Hola, chico A! - señaló Eva al ver a Anton.
-¿Qué onda?
-Vine a tirarme con ustedes pero mi querubín perdió mi carrito.
-¿Sigues con Evan?
-¡A mí me gustan los muchachos, no los pequeñitos!

La joven jugueteaba con el pelo de Anton y el niño volteaba para ver si la chica Liukin se aparecía pero al notar su tardanza, Tamara y Gwendal decidieron ir a buscarla. Burlonamente, Eva se dirigió a Joubert:

-¿A dónde fue tu cabbage patch? ¿A jugar con nenucos?
-Déjala en paz.
-No te pongas así, es una broma.
-Estoy cansado de tus groserías.

El joven Bessette fue detrás de Tamara, quizá creyendo que encontraría a Carlota inmediatamente pero no fue así. Pronto se dió cuenta de que la pequeña no se hallaba cerca y apresuró el paso.

Aún en Ponsero, el chico Maizuradze se cruzó de brazos y Edwin le observaba con aburrimiento. Sabiendo que Carlota era predecible en sus depresiones, el hombre se percató de que podía ir por ella y el mozalbete ni siquiera repararía en su ausencia, a pesar de quedarse con la irritante compañía de Eva. Cerca de ahí, Sergei Trankov visiblemente molesto pero al fin libre, decidió apartarse de la ciudad unas cuantas horas antes del anochecer, tomando camino hacia el bosque.

Carlota Liukin se refugió en los cerezos y golpeaba su cabeza contra un tronco mientras intentaba explicarse porqué Edwin y Joubert se conocían e irremediablemente arribaba a la conclusión de que se trataba del "buen tipo" que vivía en el dúplex. Gracias a esto, ella comenzó a arrepentirse de insistir con el anuncio, de presentir que la oferta tendría éxito y de haber salido corriendo por no resistir la impresión. Algo andaba mal y no era precisamente su ánimo volátil del día.

-Hola.

La niña se recargó en sus rodillas y ocultó su rostro. La voz de Edwin le era cautivadora aún y sabía que si lo miraba nuevamente con el suéter gris y la camisa verde limón no iba a contenerse y le abrazaría con insistencia.

-¿Qué pasa?
-Se suponía que estábamos en ley del hielo.
-Tienes razón.
-Tu esposa me odia y si se entera de que nos saludamos se van a pelear.
-Yo te saludé, tú a mí, no.
-Como si lo hubiera hecho.
-Además, Carmen y yo no somos nada.
-¿Te cortó?
-Al revés.
-¿El bebé?
-Lo perdimos.

El hombre suspiró y agregó:

-Fue lo mejor, nadie merece a padres que no se soportan.
-¿Cómo te sientes?
-Puse muchas ilusiones pero no me siento triste como en los primeros días, sólo un poco decepcionado porque al final el único que perdió fui yo. Carmen ahora tiene un contrato con Cavalli y a mí me corrieron de Juventus, pagaré el divorcio y despedí a mi agente. Fracasé.
-¿Buscarás un empleo?
-Los Blackhawkes me han recibido.
-Me alegro por ti.
-¿Es cierto que hoy te mudas?
-Joubert te comentó.
-Porque me deja el apartamento.
-Mi entrenadora cree que es tiempo y me he emocionado.
-Europa es lindo.
-Y podremos cumplir nuestro acuerdo.

Carlota continuaba negándose a girar su cabeza mientras sintiera que él la atisbaba y arrancó una florecilla blanca.

-Me voy si eso quieres.
-No, quédate. Mejor será si regreso con mi padre. Que te vaya bien.
-Aguarda, Carlota
-¿Qué sucede?
-Se te ha caído un arete.

La niña tocó sus orejas, comprobando que Edwin no la engañaba. Fácilmente habría renunciado a recuperar el pendiente pero se trataba de un obsequio de Sergei y a pesar de saberse disgustada con él, no anhelaba perder lo que le había entregado sinceramente.

-Dámelo, por favor.
-¿Pasa algo?
-No, es sólo que llevo prisa.

Edwin la tomó de la mano. Carlota, sin más voluntad, giró sobre sí y lo estrechó con desesperación, sabiendo que era incorrecto. El aire presentaba una fragancia masculina, dulce y fuerte y ella, a punto de perder sus cabales, arrebató el arete y se fue corriendo. Aquella escena, por coincidencia fue contemplada por un Sergei que ahora entendía porque la niña era tan coqueta, explosiva y en ocasiones, desenfrenadamente tierna.

-Ay Lotte, sí que sabes meterte en aprietos - susurró el guerrillero que cambió su ruta y siguió a la chica por la ladera que daba al valle y después por la entrada de la ciudad.

La chica Liukin se percibía más enojada que antes y no se disculpaba si tropezaba con alguien. Lucía torpe, frágil, con el rostro cubierto de polen y sintiéndose miserable. En los últimos metros camino a su apartamento, Anton alcanzó a verla e intentó hablarle pero ella lo aventó y continuó hasta su enredadera, subiendo con dificultad, aferrándose a llegar a su habitación. Sergei incorporó al chico Maizuradze y sin más, corrió a la planta.

Al ver su habitación vacía y comprobar que los muebles ya no se encontraban, Carlota rompió en llanto  y con la mirada fija a la pared se repetía "tonta, tonta" y de sólo pensar en Edwin aquello se convirtió en "estúpida, estúpida"; Trankov entró como si se tratara de una emergencia.

-¡¿A qué vienes?! - gritó la pequeña cuando Sergei la apretó para controlarla, a lo que ella reaccionó propinándole un fuerte puñetazo y echándolo. Peocupado por no escuchar lo que ocurría dentro, el rebelde golpeó la puerta hasta cansarse. Dentro, la niña no atinaba a recuperar la cordura y arrepentida por haber maltratado al hombre, abrió su puerta.

-Te ves mal.
-Me defraudaste.
-¿Por? ¿La revista, cierto?
-¡No te basta con Lubov y con Lía! ¡No sabes amar a nadie, Matt!
-¡Y tú reclamas! ¿Quién era el sujeto del bosque?
-¿Me espiaste?
-Fue casualidad, pero me permito advertir nuevamente que eres una chiquilla jugando a ser adulta y eso es peligroso.
-¡De mí no sabes nada! ¡Edwin es un amigo que quiero mucho!
-¿Tanto lo aprecias que huyes de él? ¿Qué pasó entre ustedes?
-¡Nada!

Sergei la miró a la cara.

-¿Te enamoraste?
-No, una niña como yo nunca se fija en un viejo.
-Mientes.
-¡No sigas!
-Suponía que ocultabas algo pero no estaba seguro. Es obvio, amas a ese hombre.
-¡Basta!
-Él es la razón por la que odias tener trece años.
-¡Vete!
-No te preocupes, sólo te pido que recapacites sobre quién eres porque parece que jamás lo has hecho.

El guerrillero salió del apartamento. Anton se encontraba en la banqueta, esperando noticias de lo que ocurría. Sergei le dijo que Carlota se había deprimido por el viaje y que le dejara descansar un poco. Ambos se enfilaron al barrio ruso y al llegar al semáforo, el chico Maizuradze distinguió a Edwin dirigiéndose al portón con un ramo de violetas, presionó un botón y desapareció poco después. Como Trankov era de sobra desconfiado, le sugirió al pequeño ir a ver y aprovechando sus habilidades de paramilitar y de vago respectivamente, violaron el cerrojo y ascendieron sigilosamente.

Carlota continuaba lagrimeando cuando algo sonó. Los demás acostumbraban tocar pero Edwin siempre había tenido la cortesía de respetar el timbre y no insistir en la entrada. Dudosa fue a atenderle.

-Sólo quiero darte el ramo.
-Gracias, es lindo.
-¿Quieres que haga algo por ti?
-Sí.
-¿Qué necesitas?
-¿Podrías darme un abrazo?

Él accedió en actitud de franco consuelo y Carlota procedió a encontrarse en el rostro de él, dándose cuenta de que no había nada, que siendo joven o no, Edwin jamás sería para ella, no obstante el amor que sintiera. Él de todas formas sólo la contemplaría como una criatura delicada y nunca como una mujer, lo cual dolía en extremo y la obligaba a no querer separársele nunca.

-Debo irme, chiquita.
-Por favor, no.
-Tienes muchas cosas qué arreglar.
-Me quedé sin pendientes.
-Seguramente te saldrán otros, así son los viajes.
-Edwin, estoy sola.
-Llamaré al alguien para que te acompañe.
-Mejor tú.
-Ricardo no tardará en llegar.
-Entonces acércate.

Edwin vaciló un poco pero aún consideraba a Carlota una buena niña. Feliz por tenerle tan cerca, ella le besó el cuello y la boca tímidamente. Él la separó. En aquél instante, Javier atravesó su puerta mientras Edwin exclamaba:

-Disculpa, Carlota ¡Lo siento!
-¡No te vayas!
-Perdón, no fue mi intención ¡Te juro que lo siento! ¡Lo siento mucho!

El ángel corrió a la salida. Sergei Trankov estuvo a punto de seguirlo pero olvidó la discreción y optó por saltar los escalones y llegar dónde la pequeña.

-¿Te encontráis bien? - inquirió Javier.
-No fue nada.
-¿Porqué el hombre se disculpaba?
-Porque es intachable.

Anton y Sergei se aproximaron con cautela y cuando ella les miró, sonrió sin esconder que estaba destrozada. Las campanas sonaron en punto de las doce. Carlota había concluido, sin felicidad, su infancia.

*Troika: sinónimo de trineo.