lunes, 15 de octubre de 2018

Katarina y Maurizio (Primera parte)


Venecia, Italia.

La discusión entre Anna Berton y Susanna Maragaglio continuaba y los Liukin la contemplaban desde el interior de "Il dolce d'oro" mientras comían pastel de gelato de chocolate sin decir nada. Estaban incómodos pero eran buenos espectadores y luego de un enorme rato, Ricardo Liukin resolvió acabar con ello. Maeva se cruzó de brazos pero se entendía que lo apoyaba.

-Ya niñas, sepárense - dijo Ricardo interponiéndose entre Anna y Susanna y las dos callaron enseguida.

-Hay curiosos ¿no sienten pena?
-Siento pena por Susanna.
-Anna...
-¿Qué quieres Riccardo? Mi padre de seguro está furioso ¿Por qué la trajiste?
-Porque me lo pidió. Dijo que no iría con la competencia.
-Tiene prohibido acercarse.
-¿Por qué no me dijiste que la señora Susanna es tu hermana?

Anna no contestó.

-Oigan, entiendo que no soy bienvenida - intervino Susanna.
-Pudo explicarme antes - reclamó Ricardo.
-No creí que mi hermana estaría aquí; yo pensaba ver a mi padre.

La voz de Susanna era apagada pero conciliadora.

-Traeré a tus hijos. No te preocupes por la cuenta - terminó Anna y se introdujo al local a llamar a sus sobrinos disimulando la tensión del ambiente. Afuera, Ricardo y Susanna continuaban con la conversación.

-No pensé que causaría problemas, lo siento tanto.
-Comprendo, señora Maragaglio.
-Ricardo, en serio lo lamento. Quizás me permita invitarle un café.
-No es necesario.
-¿Podría pasar por mi casa más tarde? Quiero compensarlo.
-No se disculpe.
-Es que lo metí en este lío y me gustaría dejar claro que no pretendía importunar
-No se preocupe, no soy agraviado.

Susanna Maragaglio se mordía el labio inferior y rascaba su cabello con la mano izquierda para disimular su vergüenza. Sus niños corrieron hacia ella.

-Díganle adiós a su tía Anna - decía la mujer y miraba a su hermana como si supiera que acabaría con una cachetada si volvía a mencionar cualquier disculpa.

-¿No te despides de mi bebé? - preguntó ingenuamente.
-Sí. Déjame abrazarlo - pidió Anna y besó al pequeño sin evitar mencionar que era una desgracia que se pareciera a Maurizio Maragaglio.

-Eh, basta - pronunció Ricardo Liukin y Susanna recibió de regreso a su hijo para enseguida retirarse con un escueto "ciao" y la cabeza baja. Anna la veía caminar rumbo al embarcadero de San Marco sin intención de detenerla y no le interesó agregar nada. El viejo Berton estaba asomado y Ricardo sentía que había cometido un error.

-No es tu culpa - le murmuró Maeva y él tomó sus manos para centrarse.

-¿Qué habrá pasado?
-Maragaglio... Eso escuché.
-Tienes razón, Maeva.
-Ese hombre se hace querer.
-Es un tipo simpático.
-Jajaja ¿No te agrada, Ricardo?
-Quiso impresionarte.
-No lo consiguió.
-Pero supe que nunca seremos amigos.

Maeva sonrió y besó a Ricardo satisfecha por aquella respuesta antes de que Anna Berton entrara y saliera velozmente de la gelateria.

-Riccardo ¿tienes tiempo?
-¿Qué necesitas, Anna?
-¿Podemos hablar? Esto no puede repetirse.
-De acuerdo.
-En privado.
-Ah... Bien, voy a avisarle a los chicos.
-Maeva, te lo robo.

El señor Liukin tomó un par de minutos para encargarle a Miguel el cuidar de los demás y luego fue con Anna rumbo al vecindario de San Polo, próximo a Mercato Rialto. Cuando la mujer se deprimía, iba a una terraza japonesa por sake. Ricardo pensó que era otra indirecta para obligarlo a decidir sobre escribir un libro de cocina.

-Traigan la selección de sashimi, el platón de sushi especial, el takoyaki con aderazo extra, sake en vaso de madera y dos copas con vino blanco - ordenó Anna apenas le asignaron mesa y tomó asiento en un cojín grande y cómodo sin dejar de tocarse la frente.

-¿Estás bien?
-¡Claro que no, Riccardo!
-No te enojes conmigo.
-¡Llevaste a mi hermana al negocio!
-No sabía... Olvidaste explicarme detalles.
-Es mi culpa ¿En serio te pidió llevarla a la gelateria?
-¿Qué tiene de malo?
-Creí que estaría en el aeropuerto con el idiota de su marido.
-Vinimos de allí.
-¿De verdad?
-Fui a dejar a mi hija para que tome su vuelo a París.
-Susanna dijo que Maurizio viaja hoy.
-Es el escolta de Carlota.
-¿Esa es la misión? ¡Pobre niña!
-¿Hay algo de lo que no me enterado?
-¿Que Maurizio Maragaglio es un idiota?
-Anna, estás molesta y a lo mejor no me incumbe pero me arrastraste aquí.
-¿Qué te digo?
-Lo que está pasando. Mis hijos y yo no teníamos que ver tu pelea.

Ricardo respiró desconcertado y sorbió un poco de agua mineral para calmarse más.

-Discúlpame, es que ese Maragaglio me pone de malas - contestó Anna.
-¿A quién no?
-A Alondra Alonso.
-¿También lo sabes?
-¿Quién te contó?
-Son muy obvios.
-Yo los he visto en Giudecca. Susanna no me cree.
-Tómales una foto.
-He tratado de convencerla de que me acompañe al hotel donde esos dos van después del trabajo.
-¿Tan descarado?
-También lo he visto salir de la casa de esa mujer.
-Creí que era una aventura de oficina.
-Cuatro años no son para una aventura de oficina.

Ricardo exhaló con la boca.

-Tu hermana lo ha de saber.
-No conoces a Susanna y no es la única infidelidad que le sé a ese imbécil.
-¿De veras?
-Cuando eran novios, él iba y venía de Milán y siempre con perfumes de mujeres diferentes en la camisa.
-Entonces así se arreglaron tu hermana y Maragaglio, déjalos en paz.
-No puedo meterme eso en la cabeza.
-Susanna es consciente lo que hace.
-Tiene cuarenta y dos años y sigue pensando en príncipes azules.
-Anna...
-Siempre decía "Maurizio regresará, ya verás".
-No sé cómo lo tomaría si mi hija dijera algo así.
-Mi padre y yo nos cansamos de advertirle a Susanna.
-Dudo que les haga caso.
-¿Sabías que el tipo vino primero por mí? ¡Una hermana no debe recoger lo que la otra tira!
-No lo culpo.
-Gracias pero no me pones de buenas.

La expresión tiburonesca de Anna delataba una pequeña sonrisa por el halago recibido.

-El tal Maragaglio insistió en que tuviéramos una cita y me tenía harta.
-¿Hace cuánto fue eso?
-Veinticinco años.
-Acabas de decirme tu edad.
-No importa, estoy furiosa.
-¿Cómo lo conociste, Anna?
-El cretino me vio en Milán y me siguió durante las vacaciones por Fieles Difuntos. Quiso pasarse de listo en la gelateria.
-¿Qué hizo?
-Pensó que podía impresionar a una chica si escapaban sin pagar.
-Eso es una niñería.
-¡El tipo era un pobre idiota!
-Tranquila.
-Era la primera vez que Maragaglio viajaba sin su abuelo.
-¿Cómo dio con tu hermana?
-Susanna cubría el turno de los martes y él fue a buscarme. En mi defensa, ella sabía que había un zoquete molestando.

Anna Berton no paraba de mirar al exterior y al recibir la comida, se apresuró a probar el salmón junto con una salsa de ciruela.

-No imagino a Maragaglio de joven.
-Se parecía mucho a su primo- dijo la mujer con la comida en la boca.
-Eso explica todo.
-Siempre ha usado lentes. Juro que con más aumento cada que los cambia.
-Eso lo frustra.
-¿Cómo sabes?
-Hoy le costó trabajo leer el itinerario de vuelos cuando llevó a Carlota a la sala de espera.
-Si este imbécil quería una prueba más de que su familia son los Leoncavallo, ahí la tiene.
-¿De qué estás hablando? - preguntó Ricardo Liukin mientras probaba con timidez un poco de sushi con camarón.

-Maragaglio ni siquiera es su apellido. Él es Maurizio Leoncavallo, como el primo - replicó Anna con desdén.
-¿Por qué usaría un nombre diferente?
-Te diría que es para que no lo confundan pero no es cierto.
-No he visto su firma.
-Maragaglio era el apellido del hippie que se casó con su madre.
-¿Es ironía?
-Fue el primer padrastro. El segundo era un carcelero.
-Eso tiene más coherencia.
-Pero el abuelo era una pesadilla. Maragaglio le tenía terror.

El señor Liukin abrió un poco más los ojos y recordó que en la cena familiar de los Leoncavallo prácticamente santificaban al heroico abuelo y el propio Maragaglio dirigía el homenaje.

-El señor era partigiano. Con eso tenía para que su palabra fuera ley - proseguía Anna Berton.
-Los Leoncavallo lo extrañan.
-Porque era espléndido con sus nietos pero con Maragaglio era el demonio.
-¿Por qué?
-El viejo Leoncavallo se creyó eso de que era un héroe de Italia y se volvió muy duro con su familia. Su hija Carolina se escapó porque no lo soportó más.
-Me sorprende escucharlo.
-Que no te engañe el altar en el que pusieron a ese tipo.
-¿Lo conocías, Anna?
-Para mi desgracia.
-¿Era malo?
-El viejo Leoncavallo odiaba a Maragaglio. Le prohibió usar el apellido familiar.
-¿Razón?
-Porque su madre Carolina, era una borracha en Bari y un día fue a botar al niño en casa de los Leoncavallo en Milán.
-No esperaba saber esto.
-La mujer ni siquiera supo quien la embarazó de Maragaglio.

Ricardo Liukin se contuvo de permanecer con la boca abierta y bebió de golpe un trago de sake.

-El abuelo Leoncavallo tuvo que criar al nieto pero todo el tiempo lo llamaba "bastardo" y lo humillaba delante de quien fuera diciéndole que era el hijo de una puta.
-Me cuesta creer lo que me cuentas, Anna.
-Los Leoncavallo son una familia de hombres. El abuelo decidía con quienes se casaban y cuántos hijos iban a tener, qué carrera iban a estudiar o que trabajo iban a conseguir. Imagínate cómo se volvieron con las mujeres cuando Carolina Leoncavallo se descarrió.
-No quiero pensarlo.
-El tipo le dijo a Maragaglio que no merecía ser un Leoncavallo y más de una vez lo negó como nieto. Incluso llegó a golpearlo en público si se presentaba con su apellido real.

Ricardo notó que Anna intentaba no llorar.

-Maragaglio debió cansarse.
-Cuando el viejo Leoncavallo supo que este imbécil tenía sexo con mi hermana, nos armó un escándalo en la gelateria.
-Qué prepotencia.
-Eso no fue lo peor, Riccardo. Maragaglio estaba paralizado de miedo y permitió que insultaran a Susanna llamándola "puta de mierda". Mi padre quiso defenderla y ella no lo dejó.
-¿Es una broma?
-También vimos cómo Leoncavallo la golpeó en el rostro.
-Qué cobardía.
-Susanna no quiso abandonar a Maragaglio y papá la corrió. Luego supimos que se había casado con él y vivían con ese viejo desgraciado en Milán. Fue tan humillante.
-Motivo suficiente para no recibirla más.
-Riccardo, yo sé que matarías a cualquiera que toque a tu hija ¿nos entiendes ahora?
-Susanna no vuelve, entendido.
-Ojalá ella hubiera sido Katarina para que Maragaglio tuviera los pantalones de darle su lugar.
-¿Katarina?

Ricardo Liukin no supo qué sentir cuando oyó aquel nombre y si no se hubiera tratado de la novia de su hijo Miguel, la conversación habría terminado.

-A Katarina le fue terrible con el abuelo también - añadió Anna.
-¿El tipo tuvo tiempo de esconderle el diario o qué?
-Cuando nació esa niña, fue una tragedia. Nunca había visto un bebé tan abandonado ni suplicando.
-¿Suplicando?
-Los Leoncavallo esperaban otro niño y habían comprado cosas para recibirlo. Lo sé por qué Susanna consiguió un cochecito y había encargado ropa en el taller Bassani aquí en Venecia.
-¿Qué les hizo pensar eso?
-Si un Leoncavallo se pone a engendrar, casi seguro saldrán varones.
-Son tan iguales...
-¿Escalofriante, no?
-Parecen calca exacta, hasta Maragaglio.
-El caso es que tenían la fiesta preparada y de repente sale el médico a decir que felicita a la familia por la llegada de una niña.
-No puedo imaginarme el momento.
-El abuelo se puso a maldecir y los padres de Katarina no estaban dispuestos a llevarla con ellos.
-Pero la quieren. La familia le dio un regalo y felicitaciones por su cumpleaños.
-Por favor, Riccardo. No conoces a esa familia de misóginos idiotas.
-No la abandonaron en el hospital.
-Porque el hermano se derritió de amor cuando la vio.
-¿El entrenador de mi hija?
-Ese mismo. Supe que cambiaba los pañales, la bañaba, le daba de comer y la abrazaba mucho pero si él no estaba, Katarina se la pasaba gritando sin que nadie la atendiera.
-No suena creíble, Anna.
-Pregúntale cuando vuelva de París.
-No concibo algo así.
-El abuelo la trataba muy mal. La hacía llorar por todo o jalaba su cabello. También le quitaba los juguetes o le hablaba con groserías.
-¿Nadie le ponía un alto al anciano?
-Katarina tenía miedo y en la escuela no podía pasar un día sin acabar en un rincón deshecha en lágrimas. El único que estaba con ella y la hacía reír era su hermano.
-Eso explica tantas cosas...
-Cuando Katarina cumplió diez años fue horrible.
-¿Qué pasó?
-El hermano le regaló una muñeca y Susanna un peluche de conejo. La niña se puso a jugar a la boda y el abuelo la vio cuando la muñeca le daba un beso al conejo. El viejo cacheteó a Katarina y le destrozó la muñeca.
-No puede ser.
-El hermano enseguida la abrazó pero el tipo ese dijo que la iba a enderezar porque no iba a aceptar a otra puta en su casa.
-¿Ese cobarde no sabía otra palabra?
-Le arrebató el conejo a Katarina con el pretexto de que le iba enseñar respeto por los varones y Maragaglio le reventó la cara por fin.
-Debió ser un gran momento, Anna.
-Maragaglio le dijo al abuelo que nunca volviera a meterse con Katarina y le advirtió a los demás que si le pegaban o se burlaban de ella, correrían con peor suerte.
-Es que...
-Susanna me contó que su marido se sintió muy ofendido porque la familia se refirió a su madre como "la puta" y tuvo pánico de que así empezaran a llamarle a Katarina. El abuelo se rió después del puñetazo y le dijo a Maragaglio que al fin se había vuelto un hombre, tenía el derecho de ser un Leoncavallo y era el nuevo líder de la familia.
-Esta historia me da asco.
-Para consuelo de Katarina y Maragaglio, el viejo se murió al día siguiente y la niña consiguió dos muñecas.
-El final parece guión de Les Luthiers.

Ricardo Liukin lanzó una carcajada contagiosa para luego mirar a Anna y preguntarse por qué le contaría esas cosas. Por supuesto, la mujer continuaba furiosa pero desahogar aquellos secretos parecía sentarle bien y brindó mientras una sensación de ligereza recorría su cuerpo.

-Deberías escribir un libro Riccardo.
-¿De qué serviría?
-Te acabo de dar material.
-Preferiría hacer el recetario.
-Es una lástima. Tienes talento y creo que los Leoncavallo merecen un escarmiento.
-¿Por qué no se los das?
-Porque tengo una hermana y además sospecho que tú sabes algo que yo no.
-No tengo idea.
-Si Maurizio Leoncavallo no fuera el entrenador de tu hija, me dirías qué explica tantas cosas.

Ricardo Liukin optó por seguir la comida sin mencionar cosa alguna y se limitó a pensar qué clase de familia eran los Leoncavallo y si habían fingido que Carlota les simpatizaba el día de la cena. No le daba igual. Por algo Katarina había dicho que su familia "venía de una fábrica" y esos hombres Leoncavallo, tan iguales, tan parecidos a una pintura, daban terror si se observaba con atención. En la imaginación de Ricardo, los diferentes, es decir, Katarina, Maurizio y el propio Maragaglio parecían rogar auxilio si se colocaban junto a ellos.
 

martes, 9 de octubre de 2018

El Trofeo Bompard (Primera parte)


Aunque habría preferido quedarse un rato en la gelateria Il dolce d'Oro o dar un pequeño paseo por Cannaregio, Carlota Liukin navegó por la Laguna di Venezia rumbo a Tessera apenas salió de la escuela. Su padre, sus hermanos, una gran maleta y Maeva Nicholas le acompañaban en aquella travesía al tiempo que Romain Haguenauer aguardaba por ella en el aeropuerto mientras le informaban que la Federación Francesa les tenía un anuncio a su llegada a París.

-¿Estás bien, hija? - preguntó Ricardo Liukin.
-Estoy revisando la lista con la tarea.
-Me parece bien.
-Tendré examen de biología cuando vuelva.
-¿Te dieron tus horarios?
-Maurizio dijo que no los ha recibido pero guardé una hojita con los que me dio Haguenauer.
-Esperemos que sean los mismos.
-Ojalá.
 -Cielo, no quiero locuras.
-¿Cuáles?
-No quiero que te vayas con Guillaume ni con nadie de paseo, no corras persiguiendo a alguien, cero peleas y por favor, si te topas a Trankov o a Joubert, pasa de largo.
-¿A Trankov?
-Quise decir, al señor Safin.
-Marat no es un señor.
-¿Pero entiendes a qué me refiero?
-Voy a verlo a la Copa Davis.
-No quiero que te quedes cerca de él. Te lo pido encarecidamente.

Carlota sabía que no obedecería ningún punto y su padre creía estarla viendo tomando el tour con Marat por Montmartre cuando Maurizio Leoncavallo se quitó los audífonos y tomó la palabra. Hasta ese momento, los Liukin habían olvidado que venían con él.

-Debimos tomar el tren.
-Geronimo nos trae gratis - replicó Ricardo Liukin y ambos notaron que Carlota tomaba muchas fotografías y molestaba a su hermano Andreas con una dona de limón.

-Hizo lo mismo cuando fuimos a Burano - dijo Ricardo.
-¿Nunca está quieta?
-En los viajes jamás.
-¿Debo preocuparme?
-Tienes mucho que aprender, Maurizio.

El puerto de Tessera recibió a los Liukin en medio de una gran actividad y atracaron cerca de un estacionamiento luego de que la capitanía de puerto les asignara lugar junto a un bote aun más grande.

-Grazie, Geronimo! Ti voglio bene! - exclamó Carlota abrazando a su amigo.
-Prego, mi piace aiutarti. Me saludas a Marat cuando lo veas.
-Hecho.
-Buona fortuna! Trae la medalla a casa.
-Haré lo que pueda.
-Buen viaje.

El resto agradecían a Geronimo dándole la mano y en un momento, Maurizio Leoncavallo se apartó un poco para contestar una llamada que parecía ponerlo de buen humor.

-Seguro es Katarina - murmuró Ricardo y optó por adelantarse junto con su hija algunos metros, ambos contentos de que la entrada al aeropuerto fuera tan cercana. Una cantidad inmensa de turistas iban y venían y la fila para el tren se extendía por el lugar. Cada fin de semana se repetía la escena, ocasionando que los carabinieri resguardaran las entradas celosamente para contener tumultos. De acuerdo al boleto de Carlota, la sala de espera de salidas internacionales se hallaba al costado izquierdo y el módulo de documentación se encontraba aun vacío, quizás porque faltaban dos horas para el vuelo y los futuros pasajeros iban llegando poco a poco.

-¿Llevas el pasaporte, la credencial de la federación y tus patines? - preguntó Ricardo.
-Llevo todo, papá.
-¿Los vestidos?
-En la maleta.
-Hará frío en París ¿tienes abrigos suficientes?
-Con paraguas y botas.
-Judy te recibirá en su bistro y estarán tus amigos ¿los llevarás a todos lados contigo, verdad?
-Le prometí a Amy que iríamos de compras.
-Carlota, cuídate.
-Claro que sí, papá.

Ricardo Liukin abrazó a su hija mientras atravesaban la puerta.

-Hazle caso a Maragaglio, por favor.
-No me dejará hacer nada.
-No te separes de él, hija.
-¿Es necesario que vaya?
-Solicitaron asignarte escolta en Francia y con Trankov suelto...
-Papá...
-Maragaglio es tu amigo.
-¿Qué quieres decir?
-Si cometes fechorías, lo más seguro es que él te las cubra y me vean la cara.

Carlota se rió mientras intentaba leer las indicaciones en un gran corredor y veía varias puertas que dirigían a tiendas duty free, cafeterías u oficinas de todo tipo.

-El aeropuerto de Hammersmith es más chico - comentó Andreas al alcanzarlos.
-¿De dónde sale tanta gente? Ni siquiera en el tren fue molesto - se quejó Ricardo y siguiendo unas señales de flecha, dio con una enorme sala de color blanco, custodiada por varios módulos de documentación pertenecientes a diversas aerolíneas y vigilantes estrictos que escudriñaban cada maleta, bolsa y bolsillo con minuciosidad. Sabía que si Carlota atravesaba los filtros, no volvería a abrazarla por días. La sensación de perderla, la que lo recorría cada mañana cuando no lograba identificar algún momento con ella en su niñez, le producía cosquilleo en la espalda y la abrazó fuertemente.

-Por una vez hazme caso, cielo. No des lata - suplicó Ricardo.
-Maragaglio no me dará permiso de ir a ningún lado.
-No hablo de lo que él diga. Carlota, hablo por mí.
-Papá...
-Tuvimos muchas dificultades en París. No quiero que esta vez tengas consecuencias.

La joven estrechó aun más fuerte a su padre y aunque no hacía promesas, iba a intentar meterse en la menor cantidad de problemas posibles. De entrada, Joubert Bessette anhelaba encontrarse con ella y sabía que debía enfrentarlo.

-Iré a cambiarme. No puedo llegar a París con el uniforme del hockey - notó Carlota y Ricardo no le soltó la mano hasta que Maeva Nicholas se les aproximó junto al resto de la familia.

-¿Podrías ayudar a mi hija con su ropa? No es seguro que vaya al tocador con tanta gente aquí.
-Por supuesto, Ricardo. Volveremos pronto - dijo la mujer alegremente y con resistencia, Carlota la siguió hasta una puerta azul próxima. No había nadie dentro.

-¿Le has dicho a papá qué clase de actriz eres? - preguntó Carlota reprochante al encerrarse en uno de los toilet.
-Aun no. Sólo sabe de las otras películas.
-¿Cuándo piensas hacerlo?
-No lo sé, es complicado.

La joven Liukin salió rápidamente con su nuevo atuendo impecable.

-Si le haces daño a mi papá, estás muerta.
-Tu padre es un hombre decente.
-Se merece la verdad sólo por eso.
-¿Entenderá?
-¡Claro que no!
-Ricardo tiene razón. Eres como él.
-No cambies el tema.
-Tampoco tú me entiendes.

Carlota respiró hondo y procedió a levantar su cabello frente a un gran espejo

-Mis hermanos te han visto, mi entrenador te ha visto, Yuko y Tamara te han visto ¡hasta Maragaglio se sabe tus películas!
-Pero Ricardo no y tengo miedo. Así como tú que tienes miedo de no estar con Marat.
-No es lo mismo... ¿Quién te dijo de Marat?
-Quizás pensé en cómo deshacerte de Maragaglio.
-Tengo un plan.
-¿Sabías que no tiene equipo de apoyo?

Carlota volteó hacia Eva.

-¿Será mi guardaespaldas?
-¿Qué esperabas? ¿Un dispositivo de seguridad? No estás en una cinta con Statham, Carlota.
-Maragaglio es súper atento, no te lo quitas de encima.
-Pero hay dos lugares que él no puede controlar.
-¿Cuáles?
-Tu habitación y la pista de hielo.
-¿Qué tienes pensado?
-Tu hermano Andreas me contó que eres rápida y que tienes una amiga llamada Adelina de la que Maragaglio no sabe nada. Tal vez le llamé.
-Adelina es molesta.
-Te organizó una cita con Marat a solas.
-Es sospechoso.
-Marat y tú se verán en Montmartre el lunes a las cinco de la tarde.
-Él me habría avisado.
-Tengo el mensaje de voz.

Eva sacó su celular y enseguida lo extendió a Carlota para que ésta pudiera escuchar los detalles de la cita. Aunque Marat fuera invitado al Trofeo Bompard y pudieran salir en cualquier momento, el burlar a Maragaglio iba a hacerlo mucho más divertido.

-Maeva ¿por qué haces esto?
-Después de la práctica, Adelina pasará por ti al vestidor. Afuera te esperará una motocicleta.
-¿Quién conducirá?
-Tu amigo Guillaume.

Carlota abrió la boca asombrada.

-En serio ¿por qué?
-Porque Andreas y yo no somos tus únicos cómplices en Venecia, chica.

Maeva sonrió mucho y ayudó a Carlota a doblar su ropa de hockey antes de abandonar el tocador y comentarle que sus botines y chaqueta mostaza estaban de moda, así que causaría revuelo en París. Las mallas, la falda sobre las rodillas y una blusa con transparencias, todo en negro, hacían que la joven Liukin luciera como modelo de revista.

-¡Te ves muy bonita, Carlota! - exclamó Shanetta James al verla en el corredor y luego de saludarse con un par de besos en las mejillas, ambas notaron que el grupo estaba completo. Morgan Loussier saludaba a los Liukin amablemente y Yuko Inoue había llegado corriendo a despedirse.

-¡Déjame abarazarte, Carlota! - exclamó Yuko.
-Te voy a extrañar.
-Mantendré nuestra habitación muy limpia.
-Muchas gracias.
-Trankov te ve el martes.
-¿A qué hora?
-A las nueve de la noche, en el jardín de la Torre Mélies.
-¿Dónde es eso?
-Así se llama el edificio donde vive tu amiga Judy.
-Arigato, Yuko san!
-De Maragaglio ni te pereocupes. No podrá entrar al jardín aunque quiera.
-¿Por qué pensamos que es tonto?
-Porque no conoce algunos de tus secretos.

Carlota y Yuko volvieron a apretarse al mismo tiempo que Maurizio Leoncavallo concluía su charla telefónica y no podía ocultar que había escuchado buenas noticias. Todos lo miraban expectantes.

-Me llamaron de Milán porque no pudieron contactar a Karin - comentó.
-¿Es importante? - preguntó Ricardo.
-Es algo que sólo puedo hablar con ella.
-La verás en París.
-Trataré de tranquilizarme.
-Carlota te hará enfadar pronto, seguro.

Los Liukin trataban de adivinar qué clase de avisos pondrían a Leoncavallo feliz cuando sintieron una punzada en la boca del estómago de forma simultánea: Maurizio Maragaglio caminaba hacia ellos de la mano de su esposa y sus tres hijos, formando una imagen familiar muy sana. De no haberse enterado de la aventura de éste con Alondra Alonso, no se habrían cruzado de brazos y menos se hubiesen permitido recibirle con caras largas.

-Señor Liukin, buenas tardes - dijo Maragaglio extendiendo la mano.
-¿Cómo le va? Un gusto con su mujer.
-¿Los he presentado?
-En la cena de la semana pasada.
-Es cierto.
-Un placer verla.
-Mi dispiaccio por este retraso. Había papeles en la oficina que requerían mi firma.
-No se preocupe.
-¿Carlota está lista?

La joven Liukin superó su malestar un momento y abrazó a Maragaglio por saludo además de repetir el gesto con su mujer.

-Te ves preciosa, Carlota- añadió él sin una intención en particular.
-Se lo agradezco.
-Tengo que hablar contigo. Diseñé un plan para tu seguridad y tu padre lo aprobó.
-¿Puede ser más tarde?
-Por supuesto. Lo que sugiero es que te despidas ahora.
-Pero falta mucho.
-Debes documentar tu equipaje, pasar una revisión y encontrarte con Haguenauer en la próxima sala. Son las reglas desde el año pasado.
-No podré hablar con papá.
-Me temo que no.
-No quiero irme.
-Es el protocolo estándar de vuelos internacionales. Despídete.

Ricardo Liukin iba a abrir la boca pero en vez de eso, estrechó a su hija con fuerza. El no querer separársele era evidente y los demás se limitaron a decir adiós, con la lógica excepción de Maragaglio, a quien sus hijos apretaban con mucho cariño y su esposa le permitía tomar en brazos al más pequeño para luego besarle y pedirle que se cuidara. Shanetta y Morgan, creyendo que sobraban, se adelantaron, no obstante, arribara el profesor Scarpa de último momento para despedirse.

-Maestro, no lo esperábamos - dijo Maurizio Leoncavallo y Morgan Loussier miró a su tío con enorme sorpresa.

-Carlota, mucha suerte en París - deseó Scarpa.
-Gracias y prometo entregar mi reporte de los etruscos a mi vuelta - aseguró ella.
-Lo leeré con interés hasta entonces. Diviértete.

Morgan eligió no acercarse e hizo un ademán para indicar que se marchaba mientras su mente ataba cabos. Era obvio que sólo Shanetta y él sabían que Scarpa era el marido de Kati Winkler, así que el ingenuo Maurizio Leoncavallo respiraba tranquilo sin sospechar que su secreto erótico con su hermana había traspasado las paredes de un cuarto de escobas en Salt Lake City.

Al mismo tiempo, Carlota Liukin abrazaba a sus hermanos y cuando llegó el turno de Andreas, no dudó en susurrarle al oído que ya sabía lo que ocurriría durante su viaje.

-Pero no abras la boca, cucaracha. Haz lo que Adelina te diga.
-No me llames cucaracha, Andreas.
-Marat te va a estar esperando en Sacré Coeur, no llegues tarde.
-¿Por qué me ayudas?
-Maragaglio me cae mal.
-En serio.
-Oye cuca, estás enamorada de Marat.
-No estoy enamorada.
-No quiero que el idiota de Joubert te haga llorar y Marat te defendió una vez.
-Joubert me quiere.
-Lo sé, cucaracha.
-Me siento mal.
-Ni siquiera Trankov pudo con Marat.
-¿Qué quieres decir?
-Me lo saludas en París. Adrien y yo queremos cuñado.

Carlota rió mucho y pronto, se dio cuenta de que Miguel no se atrevía a pedir nada.

-Le mandaré besos a Katarina de tu parte.
-Señorita Liukin, no es necesario.
-Le haré un regalo por ti ¡Ella te extraña mucho!
-¿De verdad?
-Te llamó en la madrugada para contarte lo que pasó con su programa corto ¡Katarina te quiere, Miguel!

Maurizio Maragaglio volteó hacia los Liukin al oír mencionar a su prima y decidió, mirando severamente a Miguel Louvier, que era momento de marcharse.

-¡Nos vemos en una semana, papá! - señaló Carlota y su padre le ayudó a llevar su maleta al módulo de documentación. Ninguno quería soltarse.

-Me asusta que regreses a París.
-Estaré bien.
-Carlota, llama cuando llegues y me mantendré al pendiente. Tengo el número de Judy, la madre de tu amigo Anton dijo que irán a recibirte y Maragaglio tiene todo preparado para que vayas al tenis y a tus compromisos sin retrasos.
-Papá, no estés triste.
-Es la primera vez que te vas.
-Me escapé antes.
-Te regresaron al día siguiente, no cuenta.
-¿Era mi otro comodín?
-¿Cuántos crees que te quedan?
-Jajaja... Ninguno.
-Te irá bien en Bompard.
-Gracias.
-Sigues las indicaciones de tu coach.
-Es un trato.
-Toma tus patines.
-Papá, te amo.
-También te amo, Carlota.

Maurizio Maragaglio aguardó a que aquel momento concluyera para sostener los hombros de Carlota y se dirigieron a una fila para pasar una revisión. Ella no dejaba de mirar a su padre y luego de que le devolvieran el bolso con sus botines, atravesó el umbral hacia la sala de espera. Romain Haguenauer la recibió enseguida con un abrazo y Maragaglio le ofreció cortésmente un asiento para exponerle su plan de escolta. Maurizio Leoncavallo continuaba en el exterior y mirando fijamente al señor Liukin, pronunció:

-Mi primo y yo cuidaremos bien de Carlota. Confíe en mí. Lo veremos el próximo domingo - y dio la mano para cerrar el pacto. Acto seguido, pasó el filtro y se reunió con sus estudiantes para iniciar el trabajo.

-Siempre lloro cuando mi esposo se va - confesó Susanna Maragaglio mientras se asomaba como podía para verlo por el cristal - De inmediato se pone a organizar su llegada y lo que hará. Él no descansa aunque tenga tiempo libre.
-¿Qué tan buen vigilante es? - curioseó Ricardo Liukin.
-Es el mejor. Llegó a Intelligenza porque tarde o temprano atrapará a Sergei Trankov. Es muy tenaz y ahora le importa que no le hagan daño a Carlota.
-¿Daño?
-Maurizio sospecha que Trankov intentará acercarse de nuevo. Me alegra que insistiera en ser un guardia personal en esta misión.

A Ricardo no le gustó escuchar aquello a pesar de que se lo habían informado durante la semana y deseó aproximarse a Carlota para advertirle sobre no dar un solo paso en falso.

-Señor Liukin ¿Es cierto que trabaja en "Il dolce d'oro"? - prosiguió Susanna.
-Así es ¿se le ofrece algo?
-Llevaré a los niños por gelati y no quiero pasar con la competencia.
-Tenemos de sabor mantequilla.
-¿Vamos?
-¿En este momento?
-La polizia está por pedirnos que nos marchemos.

La familia Liukin notó que la seguridad del aeropuerto retiraba a los acompañantes del corredor y por suerte para Ricardo, Carlota giró su cabeza al exterior, agitando su mano en un adiós breve y con una sonrisa hermosa y amplia.

-Niños, es hora de irnos - anunció Ricardo y el grupo lo siguió al exterior sin decir palabra; acaso Miguel que anhelaba saber qué tipo de obsequio podría conseguir Carlota y si éste le gustaría a Katarina. En el bote de Geronimo, el grupo se limitaba a comentar de lo terrible del tráfico en viernes y de los cruceros que atracaban en San Marco descaradamente.

Luego de navegar un largo rato, Ricardo Liukin ayudó a Susanna Maragaglio a descender y vio a dos de sus hijos adelantarse a la gelateria. Los demás seguían a los niños pensando que eran traviesos cuando Anna Berton salió furiosa del local. Maeva y Yuko se hicieron a un lado y Susanna sujetó más fuerte a su bebé.

-¿Qué haces aquí? - gritó Anna.
-Vine por gelati para mis hijos.
-¡Sabes que no puedes venir!
-Quiero que los niños vean a su abuelo.
-¡Estás vetada de este negocio! 
-Sólo quiero que nuestro padre vea que sus nietos están bien.
-Atenderemos a los niños pero te vas enseguida.
-Anna, no puedo seguir peleada con ustedes.
-¡Tienes prohibido acercarte!
-Han pasado muchos años.
-¡No puedes volver mientras sigas casada con ese idiota de Maragaglio, Susanna!

Ricardo Liukin se apartó lentamente y resolvió entrar a la gelateria a servirle a los niños algún postre que los mantuviera ocupados mientras Anna y Susanna discutían fuertemente pero dentro, la escena no era mejor.

El viejo Berton había reconocido a sus nietos y reprimiendo su enfado, llenaba unas copas con gelato de chocolate y de stracciatella. Los Liukin optaron por cerrar la boca y seguir la corriente digiriendo sus propias copas mientras Ricardo y Maeva contemplaban a Anna sin entender que ocurría. Todos habrían preferido quedarse en el aeropuerto aunque, considerando el gentío que arribaba a Venecia, era lamentable que nadie hubiera podido acompañar a Carlota a París.

lunes, 1 de octubre de 2018

Esto es Skate America (Primera parte)


Venecia. Viernes, ocho de noviembre de 2002.

Maurizio Maragaglio se despertó poco antes de las cuatro mañana y abandonó su lugar en la cama de Alondra Alonso mientras se preguntaba cuánto tiempo más gozaría de la tolerancia de su esposa o podría engañar a sus hijos sobre su trabajo. Recoger del piso su camisa o colocarse el pantalón luego de una ducha rápida no le resultaba cómodo e hizo el menor ruido para no perturbar el sueño de la pequeña Ariana en el cuarto de junto. La niña se había puesto muy contenta por recibir un hada de peluche de manos de él y la tenía abrazada con una gran sonrisa en el rostro.

-Tengo algo que hacer - dijo Maragaglio antes de que Alondra preguntara por qué se iba y descendió las escaleras sin voltear. Conservó la misma actitud cuando pisó la calle y en medio de la fría madrugada veneciana, caminó por la Fondamenta del Nani del barrio Dorsoduro hasta un bacaro de mala muerte llamado Osteria al Squero, junto al Squero di San Trovaso, es decir, un taller donde se fabricaban góndolas.

-¡Maurizio! No habías venido - saludó alegremente la chica de la barra y él enseguida tomó sitio al lado de un tipo que abría una gran botella de alcohol de hierbas.

-Agente Maragaglio, qué gusto verlo - dijo aquél.
-¿Bebiendo antes del trabajo? ¿No es malo para un buzo?
-Estuve cubriendo doble turno durante Fieles Difuntos, vete al diablo.
-Jajaja, eres el mismo de siempre, Giampiero.
-¿A qué viniste?
-No quiero molestar en casa.

La joven encargada enseguida colocó una cerveza frente a Maragaglio y a petición de éste, cambió el canal de televisión sin chistar.

-Grazie di cuore, bella - agradeció Maragaglio y Giampiero comenzó a reírse antes de proseguir la conversación.

-Oye Maurizio ¿Vas a ver a la Katarina?
-No quise despertar a mis hijos.
-¿Con qué pretexto te saliste de la casa?
-Ni siquiera llegué.
-¿Dónde estabas?
-Por ahí.
-¿Con tu amiga Alondra?
-Tal vez.
-La única ventaja es que esa mujer no puede pedirte explicaciones.

Giampiero decidió ordenar su propia cerveza y luego de darle el trago, le preguntó a Maurizio Maragaglio cómo iba el caso de Elena Martelli.

-No puedo hablar de eso.
-Sé que no tienen evidencia para avanzar.
-He dejado el asunto en manos de la Polizia. Lamento no ser de ayuda, Giampiero.
¿Qué hace Intelligenza entonces?
-Guardamos lo que hay... ¿Aún tomas ese licor que huele igual al perfume que hallamos en la niña?
-Lo dejé. Ahora bebo éste - Giampiero sostuvo su botella y añadió - Es más amargo, deberías probarlo.

Maragaglio sintió la curiosidad y colocó un vaso pequeño frente a su amigo. El aroma de aquél líquido se parecía a la albahaca y al beberlo, el amargor adormecía la lengua y quemaba la garganta.

-Es corriente... Giampiero ¿desde cuándo bebes basura?
-Desde que quiero ser un mal alcohólico.
-¿Para qué?
-Tengo el cerebro de un terminal ¿qué más da?
-Brindemos por eso.

A Giampiero Boccherini le causaba gracia que Maragaglio ingiriera más licor y despreciara un poco la cerveza para recargar los codos sobre la barra mientras prestaba atención a la pantalla. Por la hora, no había comentaristas y un grupo de seis patinadoras sobre hielo salían en medio de los gritos ensordecedores del público que abarrotaba el Madison Square Garden.

-¿Cómo le está yendo a tu prima? - preguntó Giampiero.
-Bien, está de estreno.
-¿De qué?
-Su hermano le cambió una rutina.
-No entiendo.
-No hace falta, Katarina ha entrenado mucho.
-La reconocí el otro día en Santa Croce con Miguel Louvier ¿Son novios, no?
-No me recuerdes a Miguel, por favor.
-Es un buen tipo.
-No le conviene a Katy.
-Tú no le convienes a tu mujer.
-¿Por qué somos amigos?
-Porque no te volteo la cara luego de que me trataste como perro en interrogatorio.
-Giampiero, sabes que el caso de Elena me tenía nervioso. El fiscal Caresi no sabe hacer preguntas.
-¿No fue el que te ayudó cuando se perdió la niña Liukin?
-Cualquiera tiene un buen día.
-¿Esa Liukin entrena con tu prima, verdad?
-¿Quién te contó?
-Las vi juntas en Grigolina.

Maurizio Maragaglio sonrió y posó sus ojos en la pantalla cuando la imagen de Katarina, con su vestido azul oscuro y su pañoleta en el cuello apareció varias ocasiones en los seis minutos de calentamiento en pista y se escuchaba al público eufórico a las menciones de Sasha Cohen y Michelle Kwan.

-¿Todavía es jueves en América? - consultó Giampiero.
-Son las nueve de la noche en Nueva York.
-Katarina no te deja dormir.
-Me molesta que Mauri no haya ido con ella.
-¿Por qué no fuiste en su lugar?
-Tengo trabajo.
-La última vez que te vi feliz fue cuando la trajiste aquí hace ¿seis meses? Pensé que te habías decidido.

Maragaglio miró risueño a Giampiero y luego volvió a atender el evento de patinaje. No sabía quien se hallaba actuando pero no era lo suficientemente buena para dar una sorpresa.

-Quiero que me digas algo, Giampiero ¿Es cierto que Elena Martelli te dijo que se casaría contigo?

Ambos soltaron una sonora carcajada y dieron grandes tragos a sus cervezas para poder acabarlas y concentrarse en el otro licor.

-Esa niña tenía cada disparate.
-No respondes mi pregunta.
-¿Para qué, Maragaglio? ¿Cambia algo?
-Lo supieron en toda la ciudad.
-También te tiró las cartas y descubrió lo que no querías.
-Eso es diferente.
-¿Tu mujer sospecha?
-¿De Alondra? Sí.
-De Katarina.
-¿Quieres que acabemos a trompadas en el canal de Giudecca?
-Nada que no ocurriera antes.

Ambos compartieron un tercer trago de alcohol mientras oían las notas de otra jovencita que parecía tener potencial.

-¿Cómo van las cosas con tu primo? - siguió Giampiero.
-Mauri no me ha dicho si seré su padrino.
-¿Se casa?
-Por fin.
-Cada quien se ahorca como quiere.
-Aunque mandó a su novia a Nueva York y estoy esperando que me digan que se peleó con Katy.
-¿Eso te agradaría?
-No... En realidad, no sé. Karin Lorenz no me simpatiza.
-¿Es una mujer vieja, verdad?
-¿Cómo sabes?
-Tu primo no comparte la costumbre de esconder sus amores.

Maragaglio brindó consigo mismo luego de aquella sentencia y pensó. Se veía estúpido aguardando por Katarina en televisión y no era la primera vez que la chica de la barra y el mismo Giampiero creían lo mismo. Respirando hondo, ajustó un poco sus molestos anteojos, notando que se hallaba enfadado desde hacía días y había anticipado tantas respuestas, que las tenía olvidadas.

-Me estoy volviendo ciego - mencionó.
-Al fin hay algo que mata más rápido que mi cáncer - rió Giampiero.
-Esta miopía no tiene remedio.
-¿Te resignas?
-Mi destino siempre ha sido ver nada.
-Dicen que sin los ojos, uno siente más.
-No tardaré en dejarme los lentes cuando quiera tocar a alguien.
-¡No vale la pena, Maurizio! No haces el amor con la única mujer que quieres.

Sasha Cohen era presentada en televisión y luego de una ronda de licor más, Maurizio Maragaglio debió admitir que era una rival demasiado buena. El público se veía extasiado y con Michelle Kwan en la espera, se preveía que a Katarina Leoncavallo le tocaba el escenario más difícil.

-"5.9, 5.9, 5, 9...... Sasha Cohen, from the United States of America, is in first place" - daban a conocer el sonido local y el gráfico de la pantalla, dejando a Giampiero impresionado.

-¿Quién supera eso?
-Mi Katy.
-Claro... Oye Maragaglio ¿recuerdas que apostamos a que ella ganaría medalla olímpica?
-No.
-Qué extraño. Fue una madrugada como ésta, tú y yo bebimos una botella de vodka sin etiqueta.
-¿Hice tal barbaridad?
-Te pregunté por qué te quedaste en casa en lugar de acompañarla.
-¿Qué contesté?
-Que eras un idiota.
-¿Cuántas veces he dicho lo mismo?
-Tienes cuatro años haciéndolo, perdí la cuenta.
-¿Tanto?

A Maragaglio le sorprendió saberlo y consumió de golpe un par de vasitos de ese alcohol insoportable y cada vez más turbio.

-Nunca te dije que ganaste la apuesta. Te debo un vino de esos caros - concluyó Giampiero y se quedó como hipnotizado mientras Michelle Kwan inducía al público al delirio y el jurado parecía en lágrimas.

-Esto va a ser malo - declaró Maragaglio mientras intentaba negarse que aquel performance le había encantado. Las marcas de Kwan oscilaban entre 5.9 y 6.0, que, por la experiencia de contemplar tantos torneos, indicaban que eran casi inalcanzables.

-Ya va la Katarina - mencionó Giampiero.
-Estoy preocupado - aceptó Maurizio Maragaglio.
-Dile de mi parte que se ve bien.
-Siempre ha sido bonita.

El bar quedaba en silencio y esa frase de "Next skater, representing Italy: 2002 olympic bronze medalist" alegraba mucho a Maragaglio pero oír "Katarina Leoncavallo" llegaba a sonrojarlo un poco. No importaba que el público neoyorquino aplaudiera apenas o que los parroquianos de ese hoyo atendieran el espectáculo porque los obligaba la gentil joven encargada: Katarina se había puesto un coqueto tono de labial rojo y unos elegantes guantes para lucir como una sofisticada parisina. Aquello le hizo recordar a Maragaglio que tenía una misión encomendada a iniciar por la tarde y había cometido el error de no descansar lo suficiente. De cualquier manera, estar en ese bacaro maloliente y oscuro le hacía sentir menos solo.

-Forza Katy, sé que puedes - susurró al escuchar los primeros acordes de una canción que se había aprendido a pesar de no entender una palabra y de que los acordeones le molestaran cuando se desvelaba.

-Oh la là, mademoiselle! - gritó Giampiero.
-Espera, va a saltar el triple flip - triple toe ¡ahí está!
-Maragaglio, no entiendo.
-Cállate.
-Uy, se iba a tropezar.
-¡Cálmate Katy! Vamos por otro salto... Respira, tranquila ¡qué lutz! Mucho mejor que en el torneo pasado.
-¿Te sabes todas esas cosas del patinaje?
-No, sólo las básicas. No conozco el nombre de esas piruetas que está haciendo.

Katarina se percibía muy contenta y lograba que el público aplaudiera o callara conforme se iba desarrollando su coreografía. A Giampiero Boccherini le fascinaba el desplante aquel y acabó cantando junto a Maurizio Maragaglio aun cuando el ejercicio terminaba.

-Viva Katarina! - gritó alguien por ahí mientras se festejaba en el bacaro y Maragaglio brindaba de nuevo en silencio.

-Como que no se ven peleadas tu prima y Karin - señaló Giampiero.
-Ocurrirá ¿vuelves a apostar?
-¿Una pasta en tu casa?
-¿Quieres que mi esposa me asesine?
-¿Y no lo mereces?

Ambos no pudieron contener una nueva risotada y la chica de la barra les retiró las botellas de cerveza y licor para dejarles enfrente un par de copas de vino y algunas croquetas de pollo y mozzarella rebozada con tal de que alargaran su estancia un poco. Maurizio Maragaglio besó a aquella mujer en la mejilla y como siempre, le diría "sei la migliore, bella mia".

-"The marks for Katarina Leoncavallo from Italy are:..." - se escuchó fuerte y claro.

-"5.9, 5.9, 5.9, 5.9, 5.9, 5.8, 5.9, 5.9, 5.9, 5.9" - Hasta el ignorante Giampiero podía saber que la nota técnica no era la mejor de la noche a pesar de ser extraordinaria. Ese descuido de Katarina después de un salto aparentaba tener un pequeño costo.

-"Artistic impression marks are: "6.0, 6.0, 6.0, 5.9, 6.0, 5.8, 6.0, 5.9, 5.9, 5.9. Katarina Leoncavallo from Italy is placing first after the Ladies Short Program. Thank you".

En la Osteria al Squero hubo felicitaciones a Maragaglio y él se apresuró a tomar el vino cuando Giampiero se levantó en medio de ese pequeño festejo para repetir "¡Maurizio, eres un idiota!" pero su voz parecía un amargo reproche. El silencio se hizo en el lugar.

-Eso ya lo sé, Giampiero. Siéntate y déjanos brindar un poco más porque le fue bien a Katy - respondió Maurizio Maragaglio segundos más tarde sin sobresaltarse, creyendo que su amigo estaba ebrio y daba señales de que lo sacaran para llevarlo a casa.

-Llevo cuatro malditos años viéndote beber tus miserias.
-Giampiero ¿estás bien?
-¿Qué se siente ser tan imbécil, Maurizio? - susurró.
-¿Qué se siente ser un alcohólico?
-Me da resaca y ya está ¿pero tú? Sentado ahí, siendo miserable.
-Creí que el miserable eras tú.
-No he perdido veinticinco años de mi vida con una esposa y una amante que me aburren.
-¡No te metas con mi familia!

Maragaglio se levantó enojado.

-Mírate, Maurizio. Tienes mujeres y todavía le coqueteas a la ragazza de esta pocilga - murmuró Giampero sin olvidar la voz baja.
-Vámonos.
-¿Sabes? No pondría un pie aquí para lamentarme por Katarina. Yo estaría alcanzándola en América.
-Cierra la boca y larguémonos.
-¡Vienes aquí desde hace cuatro jodidos años!
-Cierra la boca o lárgate.
-¡La Katarina está en América! ¡Ve por ella!
-¿A qué?
-A decirle que la familia, la amante, los hijos, su estúpido hermano se pueden ir al demonio ¡Que se jodan!
-¡Que te callas!
-Lo que pasa es que eres un cobarde, Maragaglio.
-Repítelo y te reviento antes que el tumor de la cabeza.
-¿Qué? ¿No puedes tomar el vuelo a Nueva York pero piensas en la prima como la mujer que nunca has tenido?
-Eres hombre muerto.
-¡Que se te van los ojos! No paras de mirarle el pecho cuando la tienes de frente.

Maurizio Maragaglio respondió con un fuerte puñetazo y Giampiero se defendió con otro certero golpe. La joven de la barra gritaba asustada mientras la clientela esquivaba a aquel par de bravucones que destrozaban lo que había cerca, al tiempo que el amanecer comenzaba a manifestarse y el ruido de la riña llegaba hasta un grupo de buzos que iniciarían el turno matutino en la Fondamenta del Nani. A las cinco, la Osteria del Squero era su parada obligatoria para enterarse de las novedades acontecidas durante la noche. Giampiero Boccherini, como compañero suyo, contaba con su incondicional lealtad, a costa del aprecio que pudieran sentir por Maurizio Maragaglio. Aunque nadie les contara el motivo de ese pleito o se confundiera con pugna de borrachos, el jefe de aquella cuadrilla ordenó la separación de esos dos amigos y los buzos más jóvenes procedieron, llevándose a cada uno por lados opuestos de la calle.

El frío matinal iba cediendo a la frescura del otoño cuando Maurizio Maragaglio notó que le había tocado la mala suerte de que Miguel Ángel Louvier fuera el encomendado de llevarlo a casa. Tal y como cabría esperar, el chico no le hacía preguntas y se limitaba a contenerle las fuerzas mientras improvisaba un camino para evitar navegar en un canal. En ese instante, en las estaciones de buzos ya se sabía de la pelea y en la de Dorsoduro era Giampiero quien relataba cómo Maragaglio le había destrozado la nariz luego de discutir sobre patinaje. Ni una sola palabra acerca de Katarina Leoncavallo fue dicha y es que, a pesar de detestar su indecisión, Boccherini no era un tipo que traicionara los secretos del único confidente que tenía.

Luego de caminar mucho y de forcejear un larguísimo tramo, Maurizio Maragaglio acabó contemplando a Miguel llamando a la puerta de la familia Leoncavallo en la Calle del Pignater. Previsiblemente, fue Susanna Maragaglio, quien, angustiada pero acostumbrada, abrió la puerta y abrazó a su marido luego de verle las señales de la golpiza.

-¿Qué pasó? - preguntó mientras se contenía de empezar a cuidarlo.
-Un incidente de copas, señora. Nada grave - replicó Miguel.
-¿Con quién?

El joven Louvier iba a decir algo cuando Maragaglio se adelantó y de mala gana lo admitió.

-Con Giampiero ¿con quién más?
-¿Otra vez? - se exaltaba la mujer.
-Bebimos licor corriente. Mucho licor corriente. Lo haremos de nuevo cuando vuelva de la misión y esté tan agotado que lo último que quiera sea venir a mi casa. Dormiré. Me voy a París a las tres.

Maragaglio entró con enorme enfado a su domicilio y azotó la puerta de su recámara sin importar que su esposa y Miguel no dieran crédito a su actitud. Seguía oscuro afuera así que los chismosos se quedarían con la intriga de los gritos.

Por otro lado y recargado justo en la entrada para que nadie pudiera acompañarlo, Maurizio Maragaglio miró su cama, sus cortinas, el escritorio que usaba cuando tenía que revisar algún documento pendiente de la oficina.... Se quitó al fin los lentes, comprobando que a distancias cortas su vista era buena todavía y por primera vez en veinticinco años, unas saladas y frías lágrimas rodaban por su rostro y podía probarlas con su reseca boca. Sufría. Lamentaba. Se culpaba. Se acobardaba. La cobardía causa más dolor que la traición.

Intuyendo que Susanna iba a querer entrar a la habitación, se apartó del umbral y ella, sin estar molesta, le contempló con una sonrisa enorme, una que había permanecido veinticinco años con ellos.

-Fui a ver cómo le iba a Katarina, perdóname - dijo él.
-Lo imaginé. No llegas a casa cuando patina de madrugada ¿Cómo salió?
-Es primera del programa corto, habrá que esperar a mañana.
-Estarás en París y no podrás verla.
-Alisté mi equipaje ayer.
-Te voy a extrañar.
-También yo a ti... Es una semana.
-¿Irás solo?
-No me despegaré de la niña Liukin ni de mi primo.
-Ten cuidado.
-Cuenta con ello.
-¿Vas a descansar?
-Duerme conmigo, Susanna.
-¿Qué?
-¿Quieres hacer el amor?

Susanna Maragaglio miró los ojos de Maurizio, renunció a sus dudas sobre la pelea y se despojó de la bata creyendo que su cuerpo desnudo, a pesar de la cicatriz por una cesárea y sus incontables estrías en las piernas, aun seducía, atraía. Él, sin embargo, era diferente desde la última vez: había perdido algo de peso, sus brazos eran más fuertes, sus canas eran más cortas. Su forma de besar era más prolongada y estremecía a su esposa posando los labios en su cadera, en sus muslos, en sus dedos. Maurizio Maragaglio no quiso colocarse los lentes pero tampoco quería abrir los ojos: En su mente, la mujer extasiada era Katarina Leoncavallo y aquella era una escena hermosa, llena de amor, por encima de la lujuria o el placer.