martes, 29 de diciembre de 2015

Try: En nuestro aniversario (La esperanza)


Durante la mañana, Carlota Liukin se apartó del cristal que la separaba de Joubert Bessette y pasó a visitar a Judy Becaud que, cansada de llorar, había llamado finalmente a su madre y esperaba su pronto arribo.

-¡Hola! Ven aquí, Carlota ¡démonos un abrazo!
-¿Cómo te sientes?
-Mejor, me dijeron que tal vez me den de alta mañana.
-Qué bien.
-¿Cómo sigue Joubert?
-No he pasado a verlo, Sergei dice que está bastante mal.
-Se recuperará.
-Judy, sólo quiero que sepas que Jean está allá afuera.
-¿De verdad?
-Hablará contigo, ya verás.
-Gracias.
-Iré a cambiarme de ropa y ver como están los demás, vuelvo en un ratito.
-Carlota, gracias.
-¡Te quiero mucho, Judy!
-Igualmente, salúdame a todos y diles que estoy bien.
-Nos vemos.
-Adiós.

Carlota agitó su mano y se retiró con la cabeza baja, volteando a ver a Trankov apenas.

-¿Dónde vas Carlota? - inquirió el general Bessette, que llegaba.
-Me... me tengo que poner un vestido limpio, iré a mi hotel.
-Haré que te lleven.
-No, gracias.
-Es lo menos que puedo ofrecerte, daré instrucciones para que te compren un atuendo de tu gusto.
-No, general.
-Carlota ...
-Señora Bessette, volveré... Todo va a estar bien.

La joven comenzó a llorar de nuevo y Trankov se levantó a estrecharla y susurrarle que se fuera sin preocuparse.

-Le pedí a Miguel Ángel que viniera por mí.
-¿No quieres que te cuide?
-Volveré.
-Mira a todos lados, todo el tiempo.
-No quites los ojos de Joubert.
-Ve tranquila, Carlota.

La joven se colocó un suéter y caminó hacia la recepción, en donde los fotógrafos y los reporteros la abordaban sin que ella les diera una declaración. Al menos había llorado lo suficiente como para que los demás lo notaran y dijeran que estaba invadida de miedo, lo cual no era mentira.

-¡Señorita Carlota! - intervino Miguel al verla, dándole la mano para pisar la banqueta.
-¡Mensajero, quiero ir a casa! - dijo la chica, apretándolo y sacando algunas lagrimillas que le hacían falta - ¿Cómo nos vamos?
-En el trabajo me dieron una bicicleta.
-No te tardes mucho.

Carlota abordó y Miguel la condujo por un París solitario, en donde los escasos transeúntes colocaban velas en las esquinas.

-Fue una noche de locura, no paré de trabajar.
-Miguel...
-Hubo tantas balas y gente que rescatar...
-¡Miguel!
-Perdón, es que no pude llegar.
-¿Dónde?
-Con usted. De verdad, lo lamento tanto.

Carlota no entendía y no insistió porque temía enojarse y descubrir que a Miguel no le pararía la boca con sus palabras acerca de "estar a su servicio". Por supuesto, el otro lo adivinaba con sólo verla por el espejo retrovisor y prefería darle un paseo para calmarla.

-Tomaré un baño y comeré algo ¿no sabes si mi familia está en el hotel?
-Nadie ha ido para allá, han estado buscándola desde el barrio chino hasta Montmartre.
-Nadie en Saint Denis.
-Su tío Gwendal está con Viktoriya, preguntaré si puede pasar a visitarlos.
-¿Qué les pasó?
-Ella se desmayó y tiene la presión baja.
-Gracias, Miguel.
-¿Quiere llevarle un regalo?
-Y uno para Judy... Búscame unos perfumes.
-Hecho.
-Con todo esto, olvidé que día es hoy, no importa.
-Sábado.
-El lunes vuelvo a clases.
-No creo ¿ha podido oír las noticias?
-No.
-El ciclo escolar no iniciará el nueve sino el dieciséis de septiembre.
-¿Nueve?
-Dieciséis.
-No, no, hoy es siete.
-Así es.
-Siete.
-¿Qué pasa?
-Es nuestro aniversario, Joubert y yo cumplimos un año ¡Es nuestro aniversario, nuestro aniversario!

La chica alzó los brazos y prácticamente gritó de alegría.

-¡Miguel, Miguel! Necesito conseguir pastelitos y mucho té ¿podrás...?
-Le consigo lo que quiera pero media ciudad está cerrada.
-Lo haré yo misma ¿llegó mi ropa de la tintorería?
-La recogí ayer como lo pidió.
-¡Ay mensajero, te quiero!
-Gracias, señorita.
-Me conformo con unas galletas, espero que alguien haya decidido trabajar.
-Yo las consigo.
-¿Qué haría sin ti, Miguel? Me esperas.
-¿Busco a su familia?
-Los llamaré, ve por las galletas.
-Enseguida.

Miguel Ángel se detuvo frente al hotel Odessa y Carlota descendió aprisa, perdiendo los tenis en la escalera e ignorando al recepcionista, que le avisaba como podía que su familia estaba preguntando por ella.

-Iré al hospital de Saint Denis.
-¿No va a esperar a nadie?
-¡No! ¡Si alguien me busca, no estoy!

La muchacha ascendió hasta su habitación y constatando la ausencia de compañía, puso a hervir agua y se metió a la ducha, tratando de ignorar la sangre seca que se desprendía de su pelo y de sus manos, así como de sus mejillas. Carlota pensó en por qué se había permitido quedarse con la misma ropa y sin bañarse y por que nadie se lo iba a hacer notar; dándose como respuesta que no lo habían advertido ni Trankov, ni las enfermeras, tampoco la madre de Joubert ni los médicos porque no se apartaban de la sala de espera, salvo el general Bessette que iba y venía a momentos, atendiendo periodistas o sus pendientes y citas impostergables.

Carlota no dudó en arreglarse con ropa formal y recoger su cabello, maquillándose mientras recordaba como Joubert se le declaró. En aquél momento se había creído tan enamorada que...

-Aun te amo, Joubert - pronunció mientras se maquillaba y colocaba algo de té chai en el agua. En su bolso metía servilletas de tela y una tarjeta que alguna vez quiso dar como regalo y olvidó por mudarse. Cuando la bebida estuvo lista, la metió en una canasta  y abandonó el lugar, encontrándose con Miguel más tarde.

-¿Qué trajiste?
-Galletas de canela y un pan de pasas.
-No combinan con el chai.
-Los conseguí en una tienda china.
-Está bien.
-¿Nos vamos?
-¿Me veo bonita?
-Muy hermosa.
-Es por Joubert ¡es nuestro aniversario!

Carlota subió a la bicicleta y Miguel procuraba tener cuidado para no arrugarle el vestido. La atmósfera triste de París era acompañada por un clima fresco y cielo despejado, señales de que el frío aparecería en cuestión de horas y se estacionaría hasta marzo.

-Haré lo posible por Joubert.
-¿Qué? No te escuché.
-Tal vez haya que interceder porque se mejore, confíe en mí, senorita.
-Eres muy amable, Miguel. Reza también por su mamá, por favor.
-Lo que quiera.

Miguel pedaleó tan veloz como fue capaz, ignorando la lejanía de Saint Denis, pretendiendo dejar a Carlota a tiempo para que celebrara cuantas horas le dejaran. Ayudaba mucho el nulo tránsito y se podían ver innumerables papeles tirados en el suelo.

-Diviértase.
-Miguel, recójeme mañana a las diez.
-Por supuesto.
-Nos vemos.
-Cuente conmigo.

La joven abrazó a Miguel porque no pudo evitarlo. Algo en él le inspiraba confianza y pensaba que había hecho demasiado por ella como para darle una recompensa, aunque darle cualquier baratija o un poco de dinero extra no serían suficientes. Carlota se bajaría de la bicicleta con una sonrisa enorme de gratitud y entró al hospital con una gran energía, llamando la atención con su elegante atuendo blanco y sus aretes, que a pesar de ser de fantasía, brillaban como si poseyeran ese fulgor que caracteriza a las verdaderas perlas. La recepcionista no se atrevía a negarle el paso y la gente que la rodeaba, la admiraba como si estuviera a punto de realizar una hazaña formidable.

-Carlota, debiste ir a dormir - le dijo Alena Bessette.
-No soy capaz de perderme este día, Joubert y yo estamos de fiesta.
-No entiendo.
-Es nuestro aniversario ¿cómo dejarlo pasar?

La madre de Joubert tocó el rostro de Carlota y abrió la puerta del cuarto de Joubert, en donde Andrew Bessette parecía haber entrado por consternación.

-¡Carlota! Pasa, finalmente estamos dentro, los doctores creen que Joubert se encuentra en buenas condiciones... No sonó muy bien - inició el general Bessette.
-Traje galletitas ¿gusta una?
-No, pero supongo que te mueres de ganas de platicar con mi hijo.
-Le hará bien una fiesta.
-¿Traigo globos?
-Con una felicitación basta.
-¿Qué celebras?
-¡Es una fiesta de té por mi primer año con Joubert!

Carlota acercó una mesita a la cama del chico y enseguida colocó el pan y el té mientras buscaba en donde poner las galletas y descubría que Miguel había obtenido serpentinas y confeti.

-¡Se ve muy bonito, Joubert! - exclamó cuando adornó el lugar - ¡Cuando abras los ojos te voy a echar confeti en la cara, sé que eso te gusta!

Acto seguido, Carlota abrió una ventana y posó su mirada en París, cuyo cielo se tornaba rosado y se llenaba de cristales de hielo.

-Ojalá pudieras ver esto, es tan hermoso - murmuró y volteó a la sala de espera, viendo a Ricardo Liukin arribar. Ella no pudo contenerse y fue a su encuentro, en medio del llanto.

-¡Te extrañé, papá!
-¡Cielo, no llores, aquí estoy, ya no me iré!
-¡Me asusté mucho, Joubert no despierta!
-Se recuperará, lo verás.
-Queremos tener un día muy feliz.
-¿Por qué?
-Joubert y yo te invitamos, es nuestro aniversario.

Carlota sujetó la mano de su padre y lo condujo donde los Besette, dándole en el acto un vasito de té y una rebanada de pan, insistiendo en el tema de la celebración, clavando la mirada en la ventana para soñar con un paseo de la mano de Joubert.



Desde el blog van los deseos de un gran y feliz año nuevo 2016. Gracias por este 2015.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El cuento de Navidad (La esperanza)

Pour Nathalie, Jean et la petite Jeanne!

Bérenice y Luiz se habían levantado temprano y estaban alegres cuando ella descubrió tres líneas azules que iluminaron su rostro.

-¿Qué pasó?
-Volvió a salir positivo ¡Estamos embarazados!

Ambos se abrazaron y se pusieron a bailar, moviendo la cabeza como si fueran pollos.

-¿Ahora qué sigue?
-Ir a que me revisen, me digan cuánto tiempo tengo ¡y tal vez que día nace!
-Construiré otra cuna.
-Hoy compraré ropa para Scott y aprovecharé para conseguir lo de su hermanito ¡Es día de rebajas! ¿Era hoy?
-Te acompaño.
-¡Elegiremos zapatitos y camisitas, le regalamos a Scott el oso que vimos el otro día y un montón de gorritos!
-Hay que llevar dinero.
-Ahorré mucho, Luiz.
-Que bueno porque yo también.
-Desayunemos.
-¿Le dirás a tu papá?
-Todavía no, quiero traerle un enorme pastel de chocolate para darle la noticia.
-Bueno, pero me voy a esforzar en no estar tan contento.
-¡Bailemos para que se te quite!
-¡Pollo dance con la tropa cool!
-¡Sí! ¡Sacude el bote, el bote, la cabeza, la cabeza, el pollo, el pollo!

El alboroto se extendió al comedor, sitio en el que Roland Mukhin tomaba un té tranquilamente mientras sostenía al pequeño y siempre sonriente Scott.

-¡Mueve el trasero, el trasero, el bote, el bote!
-¿El trasero es el bote, no?
-¡No Luiz! ¡El bote es la cadera! ¡Bailamos, bailamos, el pollo, el pollo, soy un pollo, un pollo!
-¿Ahora qué? - interrumpió el señor Mukhin.
-¡Estamos felices!
-Eso veo pero ¿por qué?
-¡Tenemos ganas de bailar! ¡Pollo, pollo, somos pollos, mueve el bote, la cabeza, cabeza, pollo, el pollo, somos pollos!
-Eh, basta, basta, siéntense y coman calladitos, por favor.
-Papá, déjanos hacerle al pollito.
-Parecen pavos.
-¿Entonces no?
-No.
-Siéntate Luiz, no podemos ser pollos.
-En mi casa temo que no; mejor díganme que harán hoy.
-Ir por ropa para Scott.
-Me parece perfecto, está creciendo muy rápido ¿Se van a tardar?
-Compraremos en oferta, así que no sé.
-Les encargo un bote de crema de avellanas y queso cheddar.
-¡Lo que quieras, papá adorado!
-Me acordé de tu madre, Bérenice, a ella le gustaban esas cosas... Hice hot cakes ¿no se les antojan?

La joven se sintió más feliz y comió entusiasta, mirando el horno de cartón que su madre usaba y que se conservaba en un rincón.

-Scott ama la papilla de maíz con pollo, se acabó el platito.
-¡Esta adoración de chamaco no es remilgoso! Hasta come toronjas en la guardería.
-¿No está chiquito para eso?
-No lo sé ¡pero se pondrá fuerte y bailará como pollo!
-No en mi casa.
-Es el baile del pollo, solo hay que mover la cabeza.
-Basta, ya entendí. Dénse prisa.
-La maletita de Scott está junto a la puerta.
-Bérenice, no te vas sin tomar tu leche.
-De un trago, mira.
-Era una bro... Que Luiz los cuide.
-¡Mi cabeza de palmera es un héroe, no te preocupes, papá!

Luiz se colgó al bebé al frente y junto a Bérenice cruzó el espejo, aliviado por ver que al otro lado había un día soleado.

En la Tell no Tales de la realidad, la gente iba y venía entre tienda y tienda, luciendo enormes bolsas de compras y dirigiéndose a los distintos barrios. Bérenice y Luiz miraban con azoro los aparadores y antes de gastarse el dinero, identificaron una tienda de autoservicio especializada en bebés, decorada como una vieja fábrica de juguetes y había un gran letrero en el que se leía "Balloon de candy". Por su entusiasmo, Bérenice despertó el interés de las vendedoras, mismas que empezaron a vigilarla por creer que robaría mercancía.

-¡Mira, Luiz! Cobijitas de dinosaurios y duendes! ¿Cuál llevamos?
-Me gusta más la de piratas.
-¡Disfrazamos a Scott y le dibujamos la pata de palo!
-Hay que conseguirle el sombrero.
-Compremos otra cobija igual ¡nuestros hijos serán felices porque no pasarán frío!

Las encargadas pensaban que la joven estaba loca.

-¡Pañales de tela!
-Son unitalla.
-¿Qué?
-Son ecológicos, eso dice el empaque.
-¿Eco... qué? ¿Cuántos serán buenos para Scott?
-Hay que pensar en el bebé que viene.
-¿Cuánto cuestan?
-5€ cada uno.
-Nos llevamos dos de cada color... Blanco no.

Ambos seguían de lo más contentos, tratando de elegir lo que fuera útil, pero Bérenice distinguió a las compradoras que sostenían fresas. La mayoría se hallaban encinta, como ella.

-Luiz ¿me consigues un plato de esos?
-Lo han de vender por aquí.
-Con mucha crema batida, por favor.
-Ya vuelvo.
-¡Gracias amorcito!

Luiz se apartó con el bebé y Bérenice continuó empujando su carrito de compras, dando con la sección de "enseres básicos". No tenía idea de que depositar entre cucharillas, vasitos entrenadores y medidores, excepto por un biberón y un termo con simpáticos dibujos. Tan entretenida estaba que al sentir que tocaban su hombro, se volteó prácticamente saltando.

-¡Mira Luiz: Inky, Binky, Pinky y Clyde!
-¿Qué?
-¡Ay perdón! Era usted.
-Qué sorpresa.

Lleyton Eckhart sonreía y ella notaba que él no vestía formal como siempre.

-Dijiste algo de tu termo.
-Ah, Inky, Binky, Pinky y Clyde, de Pacman.
-Parece que te gustan mucho, los traes en la playera.
-Son bonitos.
-¿Cómo has estado?
-Muy bien.
-No te había visto.
-Tampoco lo vi a usted.
-Trabajo mucho.
-Y eso que es policía.
-Soy fiscal, Bérenice, llevo juicios.
-¿Abogado?
-Pongámoslo así.
-¿Qué lo trae por aquí?
-Compro obsequios.
-¡Para su bebé!
-No tengo hijos.
-¿No? ¡Pero parece un hombre serio!  Muy serio.
-No sé que quieres decir pero mi hermana dará a luz pronto y quiero darle algo.
-Luiz y yo vinimos porque Scott necesita mucha ropa.
-¿Qué tal le va en la guardería?
-No me gusta que vaya pero las cuidadoras lo aman.
-¿Por qué?
-Todas dicen que es muy tierno.
-Entiendo.
-Oiga ¿cree que debería escoger cositas de recién nacido o juntar las de Scott? Es que no sé si comprar toallitas chicas.
-Los niños crecen rápido, mejor reúne lo que ya no uses.
-¿Si me sale una niña?
-¿Perdón?
-Si lo de Scott no me sirve ¿qué voy a hacer?
-Regalarlo.
-Meteré todo a una caja y gritaré "ropa de bebé, escójala gratis".
-Je, muero por verlo.
-¿Morir?
-Es un decir.

Bérenice se encogió de hombros y comenzó a curiosear al hallar platitos.

-¿Qué tan rápido crecerá Scott?
-Habrá aumentado de talla estos días.
-¿Pronto se volverá un hombre?
-No alcanzo a contestarte, no tengo hijos para saberlo.
-Bueno, entonces le llevaré todo de Pacman.
-¿Por qué te gusta Pacman?
-Se parece a mí porque come y come.
-¿Tienes buen apetito?
-¿Ape... qué? Ja ja soy Pacman.

Bérenice elegía más cosas y Lleyton sólo la seguía.

-¿Un triturador manual o un descorazonador?
-Yo uso licuadora y cuchillo.
-Eso tiene lógica.
-Usted va a ser tío, tiene que llevar juguetes y malcriar al chamaco.
-No creo que a mi hermana le guste.
-Ni a mí pero el tío Kovac se la pasa regalandole pelotas a Scott.
-¿Kovac?
-Un amigo.

Lleyton enmudeció momentáneamente, deseando haber oído equivocadamente.

-Oiga, no compre eso.
-¿Qué dijiste? Perdón, es para hacer perlas de fruta.
-Los bebés no las comen.
-Tienes razón, eres muy lista, Bérenice.
-Siempre se me va la olla.
-Usas el sentido común.
-Me conformo con que Scott y su hermanito no salgan como yo.
-¿Qué dijiste?
-He soñado que los dos estudian y se ganan el Nobeli.
-Nóbel.
-Eso.
-¿Un Nóbel? Va a ser difícil.
-Serán dos, uno para Scott y el otro para ... ¡Lo llamaré Bashir! ¡Si es niña será Jeanette!
-¿Estás embarazada? ¿Otra vez?
-Sí.

Lleyton por poco se quedaba petrificado a pesar de no tener motivos. Durante el mes y por su trabajo, ni siquiera había pensado en ella.

-¿Es del Bob Patiño, verdad?
-¿Pati qué?
-Bob...
-¡Mi Bob! Mi cabeza de palmera y yo celebraremos con un gran pastel.
-¿No es muy pronto?
-¿Para qué?
-Estuviste en el hospital.
-Ya pasó.
-Pero estuviste muy mal.
-Me cuidaré mucho ¡mi bebé será el más fuerte del mundo!

Bérenice sonrió más y fue al área de juguetes, tomando los peluches de piratas más suaves mientras Lleyton la contemplaba con la resignación de haberla conocido muy tarde. De todas formas se contentaba por saberla feliz.

-Señor ¿no va a escoger un muñeco? Será el primer juguete de su sobrino.
-Bérenice, mucha suerte.
-¿Dónde va?
-Olvidé unos jabones.
-¿Jabones?
-Me los pidieron.
-Al menos nos saludamos.
-Sí, por fin.
-¿Lo veré en la cantina?
-Prometo pasar de vez en cuando.
-Lo cuidaré de Evan.
-Gracias, nos ... Luego.
-Adiós.

Bérenice suspiró al irse Lleyton y se detuvo frente a un gran árbol que decoraba la tienda y que estaba rodeado por una fuente. Era un área de descanso que todo el año conservaba un aspecto invernal y que cada septiembre lucía más verde que de costumbre.

-Aquí estás, no había fresas - dijo Luiz al encontrarla.
-Será otro día.
-Te traje un licuado.
-¡Yummy, licuado! ¡De calabaza, gracias!
-¿Cansada?
-No pero mira ¡escogí muchos piratas!
-Scott será un capitán del barco de peluches.
-Su hermano lo acompañará en sus aventuras.
-En contra del cocodrilo Drake.
-Jajajaja.
-Luego se dormirán a media batalla.
-Ay, Luiz, es el segundo bebé.
-La tropa cool será más cool.
-Me conformo con que sean más inteligentes que yo.
-Lo lograremos.

Bérenice se recargó en el hombro de Luiz y pensó en sus niños, emocionada por su buena suerte.

-"Deseo que mis chamacos estudien como el señor Lleyton y si no, que salgan a su padre, Luiz es el mejor chico del mundo" - concluyó. Cada que Bérenice deseaba algo, el ambiente se llenaba de un fino olor a caramelo.

Feliz navidad y buenos deseos, diviértanse mucho en estas fiestas.


domingo, 20 de diciembre de 2015

Try: Una inesperada presencia (La esperanza)


-"¿'Príncipe Joubert Bessette? ¿Se están burlando o por qué lo van a publicar así?
-Es que el joven no ocupa un rango todavía.
-Se tiene que leer 'Príncipe Joubert de Mónaco', esto es serio y quiero fotos de la entrada de su madre a visitarlo. Ella está por llegar, no quiero errores.
-Falta que nos pida la portada.
-¡Excelente! Dénmela.
-Pero haremos un homenaje a las víctimas.
-Joubert casi muere por estos locos, nadie se va a molestar si lo vuelven mártir.
-No podemos acceder a su petición.
-¿Pero pueden recibir mis cheques cada mes? Arréglenlo.
-No hemos mandado a imprenta, cambiaremos lo que pide.
-Así me gusta, avísenme cuando esté listo, adiós."

Tal era la llamada entre Andrew Bessette y el editor de la revista "Hola", quien a menudo accedía a cualquier capricho con tal de llevar a su bolsillo generosas cantidades y uno que otro favor que cobrar cuando una celebridad lo metía en problemas. Desde hacía dos meses, el general Bessette no escatimaba en gastos para aumentar la popularidad de su hijo y de paso la suya, que disminuía un poco luego de causar escándalo en Hammersmith y aparecer en "Hola" era tan provechoso que hasta en la tragedia ambas partes habían negociado; nada raro en el mundo de los socialités.
Por supuesto, Andrew Bessette se hallaba en el hospital de Saint Denis y sólo necesitaba la llamada que le indicara que podía salir de su escondite.

-Sigue llorando Carlotita, te verás preciosa en las fotos - murmuró después de ver a la jovencita conversando con Trankov, pensando en cómo explotar esa angustia - Mon Charlotte ¿por qué siempre estás con el ánimo perfecto para ahorrarme trabajo? Te haré muy famosa, mon princesse, muy famosa.

A Andrew Bessette le fascinaba ver a cualquier niña de porte elegante y comenzaba a preferir aquellas que le recordasen a Carlota Liukin, así lo molestara Adelina Tuktamysheva cuando se le atravesaba en el camino, diciéndole que "cada vez eres más descarado al tirar tu baba".

-No tengo remedio - siguió él al oír la voz de una tal Córalie que, enterándose en las noticias de que Joubert estaba grave, había acudido a verlo.

-Hola, soy Andrew Bessette ¿tú...?
-Córalie Pokora... ¡Deme su autógrafo por favor!
-Con todo placer.
-Ay, pero... Lo siento ¿Cómo está Joubert?
-Delicado, necesitará transfusiones pero lo declararon estable y Carlota Liukin lo cuida así que estoy tranquilo.
-¿Carlota?
-No me digas ¿viniste a ligarte a mi hijo?
-Él es un amigo.
-Claro y yo soy James Bond.
-Es muy guapo, se parece a usted, suegro.
-El molde original está mejor ¿no crees?
-Ah...
-Te daré lo que quieras si me sigues cuando te diga.
-¿Quién se cree?
-Dinero, joyas, ser una celebridad; eres bonita, puedo ayudarte con Joubert.
-¿De verdad?
-Carlota es aburrida y tú ... Sé obediente, espérame.

La chica desconfiaba un poco pero se quedó en la penumbra mientras el general Bessette contestaba otra llamada y se iba a la sala de espera. Adelina Tuktamysheva se le aparecía junto, con risa cínica.

-Al menos sácale dinero.
-¿Tú quién eres?
-Soy nadie, pero tú eres Córalie y eres muy tonta. A los hombres como Bessette hay que hincharlos de ego y ni sueñes con que te acercará a Joubert a cambio.
-Vete.
-Despierta idiota, te esfumas en este momento o bien, pónte el precio muy alto porque no querrás que se termine y quedarte con el recuerdo de la diversión solamente.
-¿De qué me hablas?
-¿Por qué crees que Andrew te pidió que lo esperes? Tú le resultas una más, no te creas tan especial.
-Adiós.
-Piensa, te dará de todo y aprovéchalo porque las morenas no le gustan... Excepto yo. Además, por algo te quedas aquí y no corres por Joubert.

Córalie pensó en acercarse a la sala de espera con el general Bessette para contradecir a Adelina, pero el tipo se aproximaba a su vez a Carlota Liukin para estrecharle la mano y darle un abrazo mientras le agradecía haber auxiliado a Joubert.

-Fuiste muy valiente - dijo Bessette en voz alta - No alcanzo a agradecerte, Carlota, de verdad gracias por traer a mi hijo.

La joven Liukin no decía cosa alguna, quizás porque se había impresionado con la actuación de un hombre que estaba más ocupado en voltear a la puerta.

-¿Cuándo viene tu familia?
-Mi tío Joachim le llamó a los demás, no sé donde se metió.
-Te acompañaré en lo que vienen por ti ¿quieres algo? - Bessette giró hacia las enfermeras - Tráiganle un abrigo y un chocolate caliente - y volviendo a Carlota - ¿Te gusta con bombones, corazón?
-No se moleste.
-Claro que sí, que te pongan lunetas también.

Las atenciones eran halagadas por los presentes, que comentaban sobre el "acto de heroísmo" de Carlota Liukin al sostener a Joubert hasta la puerta del hospital y su entereza, ignorando deliberadamente que había llegado en ambulancia.

-Necesitas ropa, unos zapatos bonitos, ¿te presto mi teléfono? Llama a tu padre.
-No es necesario, señor Bessette.
-Carlota, entiéndeme, estoy en deuda.

La joven Liukin no atinaba a contestar y dio un sorbo a su chocolate cuando se reflejaron varios flashes y se oyó mucho bullicio. El general Bessette se levantó a prisa y fue donde los periodistas, quienes no eran claros con sus preguntas y apenas se habían detenido en la puerta de madera que separaba la sala de espera de la recepción.

-Baja la cabeza, Sergei - sugirió Carlota al guerrillero cuando este tomó asiento a su lado.
-¿Quién habrá venido?
-No alcanzo a ver... Ay, me tomaron una foto.
-Bien.
-La luz me lastima.
-Empezó el circo.
-Menos te podrás ir.
-No pienso hacerlo.
-Si te reconocen...
-Lutz me tapa.
-¿Por qué habrá tantas cámaras?
-Se supone que Joubert y tú son "famosos".
-A diario publican que me amenazaron de secuestro.
-¿Y es cierto?
-¿Y si el tiroteo fue por mí?
-Prometo averiguarlo, aún así dudo que lo hayan hecho para llamar tu atención o asustarte.

Carlota y Sergei fijaron su vista al frente, omitiendo atender la reacción de un sorprendido Tennant Lutz que se apartaba como si el mar acabara de abrirse. Los flashes eran más intensos cuando dejaron de verse de golpe, ya que la entrada era asegurada para evitar a los curiosos y ciertas exclamaciones de admiración quebrantaban el ambiente trágico alrededor. Carlota sólo giró su cabeza cuando alguien comentó que "a Joubert Bessette lo rodean las hadas".

-¡Dios! Sergei, no te imaginas ...
-¿Qué pasa?
-Conocemos a esa mujer.
-¿Cuál?

Ataviada totalmente de blanco y con una enorme estola del mismo color, una mujer, delgada y preocupada, caminó por la estancia con los ojos humedecidos y el rostro ligeramente inclinado hacia abajo. Su vestido y sus guantes indicaban que venía de alguna fiesta y sus joyas, de diamantes pequeños y muy brillantes le resaltaban. Al pasar junto a Carlota y Trankov, les miró con una sonrisa pequeña y siguió hacia el cristal de la habitación de Joubert, llorando al instante. Andrew Bessette la sostuvo.

-¡Es Alena Makarova! - hizo notar Carlota y el guerrillero eligió el silencio.

-Alena, todo estará bien - señalaba el general Bessette - Lo importante es que atendieron a nuestro hijo a tiempo; Carlota Liukin lo salvó, ¿no quieres saludarla?
-Quiero abrazar a mi niño.
-No se puede todavía, hablaré con el director para que podamos estar cuanto deseemos.
-Andrew ¿por qué ahora? ¡Al fin seríamos una familia!
-No te alteres, estás convaleciente, ven aquí, descansa.
-¿Dónde está Carlota?
-Atrás de ti.
-¡Gracias! ¡Muchas gracias angelito!

Carlota no supo como responder y Trankov la miró de sobra confundido.

-No esperaba a la madre de Joubert.
-Tampoco que fuera ella.
-¿Por qué trabajaba en ese club de hielo?
-Me dio, nos dio una clase, Sergei.
-¿No se supone que está enferma?
-Tenía cáncer, Joubert me contó.

La mujer se levantó de su sitio y se plantó frente a Carlota.

-Hemos vuelto a vernos, señorita Liukin.
-Señora...
-Alena, por favor.
-A Joubert le hará bien que usted le hable.
-Gracias por ayudar a mi hijo y Trankov, gracias por venir.
-Alena, nosotros...
-No digas más, Carlota, dame tu mano, vamos con Joubert.

Carlota Liukin accedió y se colocó de nueva cuenta de frente al cristal, contagiándose de las lágrimas de Alena, quien olvidaba su cansancio y problemas para mantenerse de pie, así sus ojos terminaran entrecerrándose y se quitara los zapatos para no perder de vista al indefenso Joubert.

Por su cuenta, el general Bessette se abstenía de aproximarse a su esposa y en un descuido, retornó con Córalie Pokora, misma que se iba enterando que no le darían el paso con Joubert.

-¡Dijiste que estaría cerca de él! - reprochó.
-No por ahora.
-Entonces no hay trato.
-Como quieras, pero luego no te arrepientas.
-¡Idiota!
-Miau.
-¡Atrás!
-Córalie, me gusta tu piel tostada, tu boca, para ser morena no te digo que no.
-No me toques.
-Oye, mírate y mira a Carlota Liukin ¿crees que los Bessette la cambiaríamos por... bueno, tú? No eres elegante, no tienes personalidad, careces de talento y tu gracia es vulgar.
-Carlota es aburrida.
-Pero refinada y dotada de un aura que la pone por encima de los mortales. Tú aspiras a despertar simpatía pero las virtudes no son lo tuyo.
-Adiós, imbécil.
-¡Hey! No me hagas perseguirte.
-¡Eres asqueroso!
-Caerás.
-Cretino.
-¿No te resistes, verdad?
-Eres muy sexy.
-Vámonos.
-Pero tu esposa...
-Córalie, no hagas preguntas y mantén el secreto.
-¿Me darás lo que me plazca?
-¿Cómo qué?
-Quiero ser modelo.
-Concedido.
-Y joyas, fiestas, un yate...
-Me vas a costar.
-¿Como sé que cumplirás?
-Escucha.

Andrew sacó su celular y contactó nuevamente al editor de "Hola". Córalie en cambio, contempló a Carlota Liukin y dándose cuenta de que no tendría otra oportunidad, decidió acceder a los deseos del general Bessette.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Try: El momento de Sergei Trankov (París, La esperanza)


Belle  semaine et joyeux anniversaire Fabian!

-Cumber ¿qué quieres?
-Sergei, balearon a tu amigo.
-¿Quién y cuando?
-Estamos en el restaurante "I cipollini", acaba de pasar, tu amigo Bessette está grave.
-¿Qué?
-Se lo llevaron al hospital Saint Denis.
-¿Qué pasó?
-Unos tipos se pusieron a disparar a todo mundo pero empezaron con Bessette; estábamos comiendo, Carlota Liukin ...
-¿La hirieron?
-No, pero también fue a que la atendieran.
-¿Estás bien, Cumber?
-Uno de mis hermanos necesita un doctor, lo llevaré a Bércy.
-Iré a Saint Denis, cuídate Cumber.
-No salgas sin tu arma, adiós.

Sergei Trankov saltó del sofá y se plantó enseguida una chaqueta. Lubov sabía que él no volvería en días.

-Joubert está en el hospital.
-¿Cómo crees?
-Hubo un tiroteo, no sé más.
-¡Pobre chico!
-No abras la puerta y espera mi llamada.
-¿Dónde vas?
-A Saint Denis.
-No tardes en darme noticias.
-Nos vemos, Lubov.
-Cuídate, Sergei.

El guerrillero tomó el rostro de su mujer y la besó largamente, sorprendiéndola y conmoviéndola por lo inesperado del gesto. Él se alejó enseguida.

París era prácticamente un desierto en el distrito XIII y los cuerpos de emergencia tenían tomada la ciudad junto con la policía. Sergei intentaba camuflarse con los soldados que iban llegando pero acabó por irse a través de los techos, constatando que el tiroteo aun no terminaba y se aproximaba a Bércy.

-Cumber, corre a Saint Denis - Avisó por celular y luego llamó a Adelina, quién tardó en contestar.

-Sé que no te importa pero inicia el protocolo Magnussen.
-¿Qué cosa?
-Que llames a Thorm Magnussen.
-Ah, ¿qué le digo?
-"Protocolo", sabrá qué hacer.
-¿Todo está bien, amado líder?
-Mientras dure, Thorm será el jefe, a mí no me fastidien.
-¿Qué va a hacer, amado líder?
-Es mi asunto, Adelina.

Sergei terminó la llamada y abandonó el teléfono antes de seguir saltando hacia el norte y toparse con Tennant Lutz, que sacaba su motocicleta de un callejón.

-¡A Saint Denis! - le gritó y el chico aguardó a que descendiera.
-¿Has sabido algo?
-Vamos.

El guerrillero parecía tan serio que Tennant pensó que contenía el enojo. Los alrededores de Saint Denis, de acuerdo a los murmullos de la poca gente que encontraban, era un caos en el que nadie distinguía entre heridos y gente que buscaba informes, mucho tránsito adyacente y ambulancias que no cesaban de llegar. Fue entonces que Sergei se fingió lastimado.

-¿Crees que funcione?
-Lutz, cállate.

Ambos continuaron hasta el hospital y un retén ocasionó que justificaran su arribo.

-Es mi amigo, le dieron un tiro en el estómago, por favor, déjenme pasar, no pudieron admitirlo en Bércy - pretextó Tennant y como Sergei se doblaba, los oficiales les dieron la oportunidad de cruzar.

-Iré con Joubert, tú te vas a buscar a Carlota Liukin y más te vale no echarlo a perder.
-¿Cómo vamos a entrar?
-Pasando de largo.

Trankov estaba enojado y pronto descendió de la motocicleta para mezclarse entre las personas que entraban y salían del hospital. Tennant lo alcanzó como pudo y los dos terminaron en la sala de espera, viendo como a Joubert Bessette lo rodeaba parte del personal en una habitación en la que ningún otro paciente podía estar presente. Ambos alcanzaron a ver a Judy Becaud llorando cerca.

-Sergei ¿qué vas a hacer?
-Dejar que todos se vayan.
-Nos van a descubrir.
-No.

Sergei Trankov se acercó lo que le pareció prudente y Carlota Liukin lo reconoció desde su asiento. Verlo de pie la hizo salir del efecto del sedante.

-Matt...
-Sergei, siempre dime Sergei.

Ella volteó de nuevo hacia Joubert y no tardó en contemplar al guerrillero colándose al cuarto, ocultándose detrás de los médicos y una planta hasta que salieron y la puerta se cerró firmemente. Desde el exterior, cualquiera podía saber que Sergei tomaba asiento y comenzaba su llanto al abrazar a su amigo. Carlota no tardó en colocarse frente al cristal aunque no escuchara ninguna palabra e imaginaba que Sergei se disculpaba por algo. Aquello se volvió cierto minutos después, al leer en los labios de su guerrillero que lamentaba haberla besado y no alejarse a tiempo para evitar lo de Vérlhac. Le confesaba a Joubert de sus momentos con ella en ausencia, de ser su cómplice cuando le pidió ir a Notre Dame para encontrarse con Guillaume y sobretodo, de lo ocurrido en Hammersmith y en el cumpleaños después de la pelea con Bérenice. De todo eso, Sergei se sentía culpable y lamentaba no tener valor para decirlo antes ni tenerlo cuando Joubert despertara. Luego vinieron otras anécdotas que Carlota no alcanzó a entender pero le conmovía que estuvieran juntos, recordando que se conocían desde mucho antes de imaginar que ella entraría en sus vidas.

-¡Lutz, ven acá! - exclamó Sergei al salir y sujetó al muchacho violentamente.

-¿Dónde estabas cuando pasó todo esto?
¡Te dije que cuidaras a mis amigos, idiota!
-Sergei, yo no creí....
-¡Te preparé para evitar peligros y Joubert se va a morir por tu culpa, imbécil!
-¡Sergei, déjalo ya! - intervino Carlota - ¡Tennant estaba salvando a los que se quedaron en "I cipollini"! ¡Los tipos se fueron porque él desarmó a uno de ellos! ¡Déjalo en paz! - Acercándose al guerrillero pronunció - Y nunca, nunca te atrevas a decir que Joubert va a morir ¡Nunca! - Acto seguido, la chica golpeó a Trankov en el rostro y se quedó frente al cristal, llorando por ver a Joubert tan frágil.

-Perdona, Lutz - susurró el guerrillero y eligió estar de pie junto a Carlota.

-No vuelvas a... - Siguió ella.
-Perdón, es que Joubert está muy grave.
-¿Despertará?
-Necesita una transfusión y su padre se negó dos veces.
-¡Por Dios! ¿En qué está pensando?
-No te preocupes, si las cosas empeoran, le donaré lo que tengo.
-¿Por qué Joubert?
-No lo sé.
-¡Siempre sabes algo!
-Hoy no.

Era tan remota la posibilidad de que Sergei Trankov derramara lágrimas alguna vez, que la chica lo abrazó fuertemente y besó su frente para confortarlo.

-Carlota, debemos hablar.
-Me siento muy mal.
-¿Le contarás a Joubert?
-¿Qué?
-Lo que hicimos en el departamento de Cumber, lo que ha pasado entre nosotros, lo tuyo con Guillaume...
-Lo lastimaría mucho, con esto tiene bastante.
-Soy tan cobarde...
-No recordará nada de lo que dijiste cuando despierte.
-¿Fue lo que te ocurrió?
-Sólo me acuerdo de tu voz, de los demás no hay nada.
-Es horrible volver al mundo.
-Joubert estaba junto a mí, toda la sangre me cayó encima.
-Carlota...
-Quiero mucho a Joubert, no lo puedo perder.
-No lo perderemos, no pasará.
-No crees en tus palabras.

La joven volvió a su asiento y estrechó sus patines para distraerse; Tennant le contaría a Sergei que había estado en una pista de hielo antes de ocurrírsele ir a "La maison rouge". El guerrillero se colocó junto a ella.

-Soy amigo de Joubert desde que era niño.
-Él habla de ti.
-¿Bien?
-Eres su mejor amigo.
-Joubert también es así contigo.
-¿De verdad?
-Según él, eres una gran chica.
-Sabemos que no.
-Al menos lo aceptas, brujita.
-No empieces, imbécil.
-No da risa.
-Estoy muy asustada.

Sergei giró para darse cuenta de que Carlota no había cambiado su ropa y la sangre seca también tocaba su rostro, así como su cabello, que parecía tener mechones rojos.

-Pude ser yo.
-No, Sergei.
-Cuando me detuvieron en Moscú, creí que me degollarían, sobretodo porque amenazaste a Putin.
-Me dijo que te llevarían a Cobbs.
-Comentó que llenaría un tarro con mi sangre y te lo enviaría o me desmambraría para luego darme de regalo en tu puerta.
-¿En serio?
-Me salvaste.
-A Joubert, tal vez no.

Sergei enjugó las lágrimas de Carlota y le devolvió el beso en la cabeza antes de apretar su mano.

-Eres un amor imposible.
-A veces no sé que siento por ti.
-¿Me quieres un poco?
-No habría pasado el dos de agosto contigo, solos.
-Perdón por ver Hey Arnold!
-Ja, ja,  la siesta me gustó.
-¿Aun sueñas conmigo?
-Dormir me tranquiliza desde hace días.
-Es un alivio, no te resbalas más frente a mí.
-Si quiero que patines, sólo tengo que pedírtelo.
-He anhelado regresar el tiempo para que se repita el desfile y el día que fuimos con Makarova con tal de que estés conmigo en el hielo o ir al baile.
-Carlota, es tiempo de olvidarme.
-Temía que lo dijeras.
-Házlo por Joubert, porque lo amarás un día y ...
-Siempre serás tú.

Sergei Trankov guardó silencio y miró a la jovencita con una expresión de agrado, aunque ninguno de los dos detenía sus lágrimas. Se incorporaron pasados unos segundos y se situaron frente al cristal que los apartaba de Joubert, habiendo decidido Carlota que el guerrillero permanecería a su lado, sin sospechar que él tenía un equipaje preparado para marcharse a donde ella deseara.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Try: La parte de Judy. (París, La esperanza)

  
Tessa Virtue y Scott Moir / Foto cortesía de tumblr.com

Hospital Saint Denis, medianoche.

Llegó septiembre justo en el minuto que Judy Becaud luchaba por no terminar su embarazo y la enfermera, por no perderle a ella, le sostenía la mano. En la sala de espera, la única persona que se había presentado hasta ese momento era una Carlota Liukin que impactada por verse cubierta de sangre, estaba bajo los efectos de un sedante que la mantenía sentada y con los ojos fijos en Joubert Bessette, que era atendido en el cuarto de al lado después de salir del quirófano. Andrew Bessette no había autorizado la transfusión que el chico requería.

-¿Creen que pueda hablar con la policía?
-La pobre niña apenas puede con su alma porque llegó casi muerta del susto, no ha llamado ni a su casa.
-¿Qué hay de la mujer que venía con ella?
-Tampoco ha venido nadie y eso que espera un bebé; de menos, esa si alcanzó a avisarle al marido.

Las enfermeras comentaban cualquier cosa y una hizo notar que Judy se había maquillado para no delatar un moretón al lado de la boca que nada tenía que ver con los otros que le había provocado el tirador de La maison rouge.

-Otra a la que le pegan, no sé por qué nos sorprende.
-Ay queridas, es que aquí viene a parar cada sufrida.
-Y de ellas vivimos, así que mejor a trabajar, ya veremos que gañán es el que le tocó a esta tonta.

Carlota poco pudo hacer por reaccionar, excepto voltear a ver a Judy, que ya lucía el mencionado golpe y le daba una apariencia de tristeza permanente.

-Va a terminar por no sentir nada - remató otra enfermera cuando Judy gritó desesperada y llorosa, preguntando si su esposo iba en camino.

Horas antes, calle Bruyère, Montmartre.

-Jean, buenos días.

Judy Becaud acababa de despertar y saludaba a su marido normalmente, así este le ignorara y fuera a desayunar solo, sin voltearla a ver. Él llevaba algunos días enojado y cualquier pretexto era bueno para comenzar a gritar o desatar una discusión, así que ella intentó levantarse para al menos servirle el café, pero se sintió tan cansada que no pudo hacerlo. Su presión estaba un poco baja.

-¿Qué, te vas a quedar ahí? - le preguntó Jean pasado el mediodía.
-Perdón, no estoy bien.
-Ah, mira, levántate ¿quieres? ¿No vas a trabajar? ¿Lo hago todo solo...?
-Ya voy, dame un minuto.
-Ojalá estuvieras enferma.
-¿Qué dices?
-¿Por qué no te dio gripe o gastritis? Estás insoportable.
-¡Jean!
-Ah, no me hables porque vas a empezar a llorar con eso de que estás embarazada y a mí ni me interesa.
-No iba a decir nada.
-¿Cuándo te deshaces del problema?
-¿Qué?
- Ningún niño cabe en la casa.
-No me digas eso.
-Oye, acordamos que cero hijos y no vas a criar ese que esperas.
-No estoy de ánimos para pelear contigo.
-No peleamos, nos recordamos las reglas.
-Necesito estar tranquila.
-Iré buscando orfanatos.
-No.
-Judy, en serio, con dar en adopción te irá mejor.
-Es nuestro bebé.
-Tuyo, porque yo paso.
-Pero estamos juntos.
-Querida, o tú o el niño porque no hay espacio para dos, suponiendo que no vayas con tu madre a rogarle que te acepte con todo y regalo.
-No hagas esto.
-Me casé contigo con la condición de no salirme con estas cosas, si no te parece, ahí está la puerta y mandaré tu maleta a donde quieras.

Judy tocó su vientre y las lágrimas le brotaron en automático, incrédula por las palabras de Jean, mismas que se reiteraban y se antojaban más agresivas. Él ahora se metía con el asunto del dinero y le reprochaba ser una egoísta que sabiendo lo perjudicial de un embarazo en sus circunstancias, se negaba a  renunciar y generaba más y más gastos.

-¡Basta, basta! - estalló ella, levantándose - ¡Déjame en paz, si estoy embarazada es por tu culpa!
-¡No tomaste las malditas pastillas!
-¡No se me pegó la gana y tú nunca te cuidaste!
-¿Qué pensaste? ¿"Ya embauqué a este idiota"? ¡Desházte de tu caprichito o ve pensando en que te largas!
-¡No me voy a mudar!
-¡Te me vas a abortar ahorita!
-¡A mi no me truenas los dedos!
-¡Me urge!
-¡Vete al demonio, Jean! ¡Tendré al bebé!
-¡Fuera de mi casa!
-¡Esto ni siquiera es tuyo!
-¡Pero pago la renta con mi dinero!
-¡Ese dinero es mío, yo me mato cocinando para que sigas siendo un inútil!
-¡Tan inútil pero a la hora de pedir regalos y mantenerte era tu "marido adorado"! ¿Ya se te olvidó que te di de tragar cuando te recogí de la calle y que te pagué tus cositas porque llegaste sin nada?
-¡Vivía con mi madre y la dejé por ti!
-No tenías ni trabajo y yo te di uno, hasta te quité lo corriente; yo te hice y te puse las reglas que aceptaste así que lárgate.
-¡Eres un desgraciado!
-Cállate.
-A nadie le importan tus libros, ni siquiera puedes recuperarlos y eres un imbécil ¡No eres quien para cerrarme la boca, no eres nadie! ¡No eres nadie!

Jean respondió jalándole el cabello, cacheteándola y arrojándola violentamente al suelo en varias ocasiones, con toda la intención de hacerle daño al bebé. Luego se marchó.

Cuando Judy se incorporó, anochecía en París. Ella no quería mirarse al espejo, pero se atrevió a alzar la cara, dándose cuenta de que del lado izquierdo tenía una inflamación que se pondría roja y en el resto del cuerpo sentía mucho dolor, como si además, le hubiesen dado una paliza. Convencida de que debía irse, se maquilló para disimular todo, prefiriendo dar una apariencia de afición al color excesivo a la sola insinuación de un golpe y se vistió y peinó aprisa, abandonando su casa antes de que alguien la buscara.

En lugar de pedir ayuda a su madre o denunciar a su marido, Judy caminó largamente hasta el distrito XI, colocándose un enorme suéter cuando vio en sus brazos las primeras huellas de próximos moretones y buscó refugio para no llorar más y lidiar después con ello. Así llegó Judy a "La maison rouge", pidió una mesa exterior y se dedicó a devorar spaghetti, esto hasta ser reconocida por Carlota Liukin y acercarse para seguir dismulando.

Hospital Saint Denis, 2:00 am.

Judy se negaba a rendirse cuando Jean Becaud apareció en la sala de espera, ansioso por recibir la noticia del aborto. Lejos de cumplirse la expectativa, la mujer se calmó al verlo y minutos más tarde sus signos volvieron a la normalidad.

-La tendremos en observación pero el embrión está bien - concluyó el médico que la atendía - Cuidado con el estrés.

Judy asentó y mejor preguntó por el paciente de al lado, Joubert.

-Le indujeron un coma.
-Hace meses, Carlota tuvo uno también.
-Se invirtieron los papeles.
-¡Por lo menos esos dos se quieren, es tan injusto que pasen por esto otra vez!
-Descanse.
-Si mi esposo me quisiera, yo no habría ido a "La maison rouge" ni esperaría a su hijo.
-Descanse, no piense en eso.
-El chico que me iba a matar se compadeció de mí ¿por qué Jean no puede hacerlo?
-No se altere, le pondré un calmante.
-¡No! ¡Vea a mi esposo que ni siquiera se acerca! Él quiere saber que su hijo pudo morir, a mí ya no me quiere.
-Por favor, guarde la cordura.
-¡Jean, no quiero estar sola, haré lo que pidas pero ven, te perdono todo! ¡Jean ven conmigo, no me sueltes nunca!

Carlota Liukin, aun con el efecto de su sedante, giró sus ojos hacia Jean Becaud, que indiferente, se alejó para no oír los ruegos de Judy, que entraba en crisis de nuevo y amenazaba con colapsar de la angustia mientras sus moretones comenzaban a notarse por todo su cuerpo. Nadie volvería a advertir siquiera que un terrorista había sido mucho más sensible con ella y quiénes la veían, tomaban el conveniente atajo de pensar que gritaba por la impresión de un tiroteo sin precedentes.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Try (París, primer cuento de la serie navideña "La esperanza")



"El Hotel de Ville ha inaugurado una pista de hielo al aire libre como novedad para los parisinos y los turistas. Aunque la entrada es libre, los visitantes distinguidos no se han hecho esperar y de manera sorpresiva y para beneplácito de curiosos y admiradores, los primeros han sido la estrella del patinaje artístico internacional Carlota Liukin y el músico de rock y socialité Joubert Bessette.

-'Es muy agradable estar aquí, Joubert y yo hemos venido para convivir con la gente y mantener los patines ocupados'.

Con un despliegue de técnica en piruetas y saltos dobles, Carlota ha maravillado a los presentes y ha dejado claro sus aptitudes para la competencia.

-'Apoyarla es grandioso, Carlota es talentosa, me encanta verla, el hielo le sienta bien'.

Y los rumores sobre una posible renuncia a torneos próximos no han hecho eco esta noche. Los admiradores únicamente esperan ver a Carlota Liukin en el Trophée Éric Bompard en noviembre.

-'Estaré lista, es una promesa'

En el Hotel de Ville ha caído la noche y el glamour del hielo ha brillado doblemente. Carlota Liukin y Joubert Bessette se deslizan con gracia".

-Salimos muy rápido en televisión, creí que el reportaje era mañana - comentó Carlota al verlo en la espera por un lugar en un bistro llamado "I cippolini"  junto a Joubert, quien aun no se acostumbraba a la atención que recibía. No pasó mucho tiempo antes de que un admirador los abordara.

-Mademoiselle Liukin, monsieur Bessette ¿me regalarían un autógrafo?
-Sí, ¿cómo te llamas? - replicó la jovencita.
-Hugo Maizuradze.
-¿Qué?

En aquél instante, Luke Cumberbatch susurraría al oído del fan que no fuera idiota y cambiara su nombre, en vista de que Carlota era amiga de su hermano Anton.

-Hugo Griezmann, perdón.
-Un placer.
-A mi hermanos también les agradan.Él es Cumber y él Maxim.
-Gracias, pasen una linda noche.

Los desconocidos se apartaron y Joubert tuvo la ocurrencia de abandonar la fila en vista de que el restaurante de junto, "La maison rouge" estaba más vacío. Carlota leía el menú y decidió que estaba de ánimos para comer pescado.

-Lo sirven con uvas, eso me gusta.
-Y no esperaremos tanto.
-Gracias, Joubert.

Ambos estaban a punto de tomar una mesa al exterior del local cuando ella reconoció a su tío Joachim que pasaba de largo y a Judy Becaud que comía spaghetti ansiosamente. Llamó a ambos, sólo que Judy sí cambió de sitio.

-¡Hola!
-Qué lindo verlos, creí que cenaría sola.
-Pero estamos juntos.
-Casi termino, lo bueno es que pedí otro plato.
-Joubert y yo ordenamos el atún con ensalada.
-Este restaurante es muy bueno, venía aquí desde chiquita.
-¿Y Jean?
-Jean se quedó en casa, no estaba de ánimos.

Carlota y Judy platicaban un poco mientras el mesero traía sus órdenes y Joubert advertía que Joachim se quedaba por ahí. La velada podía ser como cualquier otra, de no ser porque Viktoriya Maizuradze y Gwendal se encontraban igualmente afuera del bistro de enfrente y desde allí saludaban, alegres por la coincidencia. En algún negocio habían puesto música y se escuchaba por toda la calle, como una fiesta.

-Gwendal pasa mucho tiempo con su novia - comentó Judy, apresurándose a tomar bocado y sonreír después.
-Vika en Hammersmith no se le despegó y la verdad está super linda, es la primera vez que le conozco a Gwendal una chica que sí me cae bien.
-La que trabajaba en Vogue era odiosa.
-Bérenice Mukhin era peor.
-¿Esa quién es?
-Una chica que me cae terrible, sólo eso.
-Gwendal tiene un gusto extraño de vez en cuando.

Joubert escuchaba de lo más entretenido, creyendo que a ellas les gustaba criticar y que era mejor dejarlas. Alrededor, los comensales que reconocían a Carlota comentaban lo bonita que era y Hugo Griezmann con sus hermanos obtenía una mesa también en "I cipollini" lo suficientemente próxima como para que cualquiera creyera que la acompañaban.

-Al parecer no estaremos cenando solos nunca - comentó la joven Liukin discretamente a su chico y tomaba un poco de agua mineral cuando se percibió un sonido que muchos identificaron como pirotecnia.

-No creo que haya sido - añadió Luke Cumberbatch y el tío de Carlota, compartiendo la sospecha, fue donde ella.

-Es muy insistente, vámonos - ordenó Joachim.
-Le haremos caso, señor - contestó Judy y justo terminaba la frase cuando un comensal se levantó y directamente, le disparó a Joubert Bessette en el cuello. Los tiros a los presentes comenzaron enseguida, con agresores que se descubrían entre los transeúntes y otros corrían desde calles aledañas, sin hacer distinciones ni mirar a nadie. En los alrededores, se desataba la estampida.

-¡Joubert! - gritaba Carlota mientras un aparente silencio breve llegaba y su tío la escondía detrás de una mesa caída en vista de que no había otro refugio. Al interior de "I cipollini" se alcanzaba a observar a un hombre armado que buscaba sobrevivientes y en "La Maison Rouge" nadie osaba moverse debido a que el tirador de Joubert, bastante más aterrado, sostenía una kálashnikov y apuntaba al azar sin atreverse a disparar. El tipo, de forma un tanto involuntaria, tenía a una petrificada Judy Becaud como rehén.

-¡Todos cállense o la mato! - insistía y esperaba por su compañero - ¡Maldición, esto era rápido!... ¡No me miren la cara!

Y Judy comenzaba a llorar de sólo ver el cuadro. Hugo, Cumber y Maxim estaban el piso, uno de ellos herido en el brazo y el propio Cumber los cubría como podía; en otro extremo, descubría a Javier y Adrien Liukin ocultándose entre unos cadáveres y Andreas Liukin huía a la estación del metro próxima junto con otros que lograban pasar inadvertidos. Gwendal, que tenía la posibilidad de irse con él, no lo hizo porque Viktoriya sangraba un poco y se había desmayado.

-¡Dile a la niña estúpida esa que cierre la boca o te mato! - sentenció el atacante a Judy.
-Carlota, cálmate, no digas nada.
-¡Díselo en serio!
-¡Carlota, cállate!... No me mates.
-¡Qué te haga caso o te mueres, maldita!
-¡Carlota, cállate! ¿No sabes cerrar tu maldita boca? ¡Cállate, Carlota, eres una maldita urraca!

Joachim tapó la boca de su sobrina, complaciendo al tirador.

-¡Ahora quiero que...! - siguió el tirador.
-Niño, vete - murmuró Judy.
-¡No me hables!
-Si dejas esto ahora, diré que no te conozco, que no eras tú, me creerán, por favor, no me hagas daño.
-¡No me digas nada!

El chico perdió un poco el control, golpeó a Judy en el rostro un par de veces y le colocó su arma en la cabeza.

-¡No!
-¡Te vas a morir, maldita!
-¡Por favor, no!
-¡Cállate loca!
-¡No lo hagas! ¡Estoy embarazada!

El joven la sujetó con fuerza y estuvo a punto de disparar pero su compañero salió de "I cipollini" y la mirada de Judy, tan verde y suplicante, le despertó una pequeña compasión a la que cedió para irse.

-No me siento bien - anunció Judy previo a caer con la mirada extraviada y las personas reaccionaban para llamar a emergencias o a casa. Las sirenas de las asistencias médicas saturaban los oídos en el distrito XI pero un grito espeluznante, rabioso y lleno de dolor y desesperación cubrió a la ciudad de París entera, paralizando a los habitantes cada vez que se repetía.

En el suelo, rodeada de hielo y brillantes, con los ojos llenos de lágrimas cortantes, Carlota Liukin sostenía en su regazo al joven Bessette, que cada vez más palido y débil sostenía su mano con el horror atravesado en su rostro. La ropa de ella, pulcra hasta ese instante, se teñía de rojo y de su cabello escurría el mismo color mientras de sus manos pendía la vida de él, que se negaba a soltarla.

-¡Joubert! - gritaba Carlota, conmoviendo a los testigos incapaces de aproximársele - ¡Joubert! - se angustiaba, intentando acordarse de los primeros auxilios, de cualquier cosa - ¡Joubert! - insistió, paralizando todo, hasta los latidos que volvían una y otra vez en quienes lograban sentirlos - ¡Joubert! - iniciaba y terminaba, perdiendo su propio aliento cada vez, helándose con sus propios cristales, que también acumulaban sangre dándole el aspecto de una fuente -¡Joubert, Joubert! - pronunciaba de forma casi infinita - ¡Joubert! ¡Joubert!

domingo, 15 de noviembre de 2015

Try (París)


Bern, Suiza, 7:00 am

Joubert Bessette había visitado los hospitales de la ciudad y aquello lo llevó hasta la recepción del modesto St. Hope, lugar en el que tenían la consideración de verificar sus registros. Llovía ligero.

-Joubert.
-¡Trankov! ¿Te vería más tarde?
-Olvida lo que haces, regresamos a casa.
-No he comprado el pasaje.
-Tu madre no está aquí.
-¿Cómo supiste?
-Habla con tu padre.

Sergei Trankov miró al otro lado y el chico captó que era en serio.

-¿Mi mamá está muy grave?
-Te veo en la estación en una hora.
-Oye ¿Cómo sigue todo en París?
-Más o menos, no salgo mucho.
-¿Qué hay de Verlhac?
-Nada tuve que ver, lo prometo.
-¿Carlota ha estado bien?
-Más calmada, no te preocupes.

El guerrillero se alejó en cuanto notó que una enfermera caminaba en dirección a Joubert Bessette y enseguida fue a aguardar por el tren, dado que el hangar se hallaba cercano y el mal tiempo arreciaba. Hambriento y en vela, Trankov alcanzaba a sentirse poco menos que hipócrita, dándose cuenta de que sus engaños le caerían sobre la cabeza y serían suficientes para perder a los pocos amigos que le restaban.
Especialmente Joubert le angustiaba porque compartían una historia, porque se involucraba y confiaba más en él que en otra persona e inclusive, era un amigo más importante que Alban Anissina o Jean Becaud.

El dilema de revelarle o no lo que giraba en torno a Carlota Liukin era casi un juego comparado con decir "lo siento, a tu madre le importabas mucho" y quebrarlo para siempre. Ni siquiera Andrew Bessette ahogado en alcohol se atrevía y nadie tomaría la responsabilidad por la noticia, así que Trankov dejaría pasar unos días más.

Las aguas se estaban tranquilizando en París y había que aprovecharlas antes de que se agitaran por cualquier razón.

París, día siguiente, 5:00 pm

Carlota Liukin salía de una práctica y atravesaba el puente de Bércy mientras Guillaume Cizeron caminaba a su lado. A momentos se miraban, cuando los curiosos les solicitaban autógrafos o fotos, pero entre los dos sólo era posible el silencio, evitando cualquier roce, reprimiendo los suspiros.

Al cabo de un rato, ambos tomaban rumbos separados y Guillaume coincidió de frente con Joubert y Trankov, quienes no lo tomaron en cuenta, pero lo alentaban extrañamente a seguirlos. La joven Liukin en cambio, nada advertía y al dar vuelta a la izquierda, observó el reflejo de Trankov, razón que la empujó a retocar su brillo labial y revisar que su cabello no estuviese lleno de estática. El guerrillero, sin embargo, se apartó y ella giró emocionada, siendo sorprendida por un feliz Joubert al que le hacía falta un regalo o un mejor atuendo, pero Carlota acabó por recibirlo con un enorme abrazo y tomándole las manos.

-¡Te extrañé, Joubert!
-¿Cómo estás?
-Cuéntame ¿cómo te fue en Suiza?
-¡Mi madre está en París!
-¡Tienes que ir con ella!
-La veré mañana.
-¡Qué buena noticia, Joubert! Pasen mucho tiempo juntos.
-¿La saludo de tu parte?
-Claro que sí, pero hay que escogerle un detalle.
-¿Qué propones?
-No puede ser cualquier cosa, una pulsera le gustará.
-Podría hacerle una.
-Cómprala.
-Pero estaría mejor darle algo hecho por mí.
-Le obsequiarás algo bonito de alguna tienda.
-Me quiero esforzar.
-Podemos pasar por unos cristales, cerca del Hotel de Ville hay una distribuidora.
-Preferiría tejerla.
-Tengo unos hilos y listones, le diseñaré una especial.
-Sólo pienso en bolitas.
-¡Le pondremos mariposas y flores! ¡O una de lunas y estrellas!
-Se notaría que no se me ocurrió, creo que la haré como pueda.
-Puedo armarla rápido.
-Pero esto es personal.

Carlota cerró la boca y asentó, mirando a Joubert con un poco de sonrojo.

-Sé que quieres ayudar.
-Perdona, me emocioné.
-¿Me compañarías a dársela?
-¡Claro que sí!
-Gracias Carlota, te amo.

Ella se desconcertó pero apretó al chico contra sí, experimentando una suerte de felicidad instantánea que se disipaba ante la imposibilidad de contestar, máxime que Trankov atestiguaba a idéntica distancia que Guillaume con el rostro confuso; no obstante, el abrazo se prolongara lo necesario para que Joubert terminara tocándole el cabello y fuera correspondido con un beso en la mejilla.

-Guillaume, tú y yo sabemos que Carlota eligió - comentó el guerrillero a su distancia, comprobando que ella se iba.
-Desde antes de que hablara con nosotros, ese era el resultado.
-Hasta hace un minuto, pensaba que tu amor era una tontería, pero la dejas marchar, felicitaciones.
-Es increíble que Carlota sienta algo bonito por ti.
-Eres más noble que yo, Guillaume. Lo que sí es increíble es que ustedes terminen así.
-Es un acuerdo que nos hace felices desde el principio.
-¿Cuál es la razón?
-Trankov, eres muy atractivo, ¿te habían dicho?

El guerrillero sonrió y comprendió la situación de Guillaume sin necesidad de explicaciones, al fin y al cabo, no era relevante.

-¿Vamos tras ellos?
-No.
-¿Sientes celos?
-Tampoco.
-Unos pocos de mi parte, gracias por preguntar.
-Oye Guillaume, no te alteres. Ni en mil años me podría enamorar de tu chica.

La risa de Trankov nunca había sido tan sincera, a pesar de que Carlota a menudo lo ponía en aprietos y le provocaba dudas. Viendo a Joubert partir, se dio cuenta de que cada quien iría por su lado.

El camino que Carlota Liukin y Joubert Bessette tomaron, los llevaba a una mercería y a una dulcería que les recordaba Bonbons Carousel y después de hacerse de una dotación de goma de mascar, tomaron asiento en el pasto de un parque vecino al Hotel de Ville. La joven sacaba las cuentas de plástico y los listones para repartirlos y él intentaba imaginarse como unirlos para que la pulsera resultante fuera bonita.

-¡Le haremos a tu mamá una pulsera para el otoño! Hay mucho anaranjado y amarillo, lo matizamos con café oscuro y cuentas doradas - sugirió Carlota cuando descubrió a Joubert combinando verde con morado y cuentas rosadas - o le hacemos una amarilla con rosa y le ponemos flores ¡se verá hermosa!
-¿Qué tiene de malo la mía?
-Que no combina.
-Quiero algo original.
-Déjame elegirte los colores.
-Carlota, perdón, pero dijimos que esto depende de mí.
-Pero no se ve linda.
-Entonces haré una y tú otra
-¡Se me ocurrió darle una de cristal! ¡Tu mamá se verá maravillosamente contenta y hermosa!

Joubert se sintió apreciado y por lapsos, mejor contemplaba a Carlota en lugar de tejer su pulsera. Comúnmente, él se preguntaba por qué se habían encontrado, por qué ella había entrado en su vida y por qué siempre que la tenía en mente, varias melodías nacían en su guitarra o en un theremin que por causa del azar sonaba muy bello cuando ella posaba sus manos y vibraba el aire.

-¡Acabé la primera! ¿No quieres....?
-Dejemos esto un momento, deseo hablar contigo.
-Adelante.
-Es que hemos pasado por muchas cosas.
-Créeme, agradezco que no hayas estado aquí.
-¿Me cuentas?
-Sueño a diario con Verlhac.
-No llores.
-La psicóloga de INSEP dice que si lo platico mucho, lo voy a entender.
-Sergei...
-No fue él, estoy tan segura que tengo la tentación de gritar para que no lo culpen más.
-¿De verdad?
-Cuando testifiqué, tuve que jurar que no sabía pero Sergei me había dicho la verdad ¡Desearía hacer algo por él!

Joubert consoló a Carlota y besó su frente, con certeza de que, a pesar de todo, las cosas entre los dos iban bien.

-Prefiero que me digas qué pasó en Suiza.
-Nada importante.
-Estabas triste.
-Este mes ha sido para olvidar.
-Pero nuestro baile fue bonito.
-Le contaré a mamá.
-Prometo acompañarte a verla.
 
Carlota recargó su cabeza en el hombro de Joubert, como si fuera recíproca. Él no hablaría de sus sueños, razón por la que sus murmullos eran simples y olvidables. Ella pensaba más bien en su propio remordimiento, mismo que compensaba siendo comprensiva y generosa.  

En un mes repleto de paranoia, volver a ver a Joubert era una gran noticia y contar con su cercanía le brindaba a Carlota una seguridad invaluable. El siempre estaba allí, ante cualquier circunstancia y ella se limitaba a darle las gracias, aunque ahora él fuera quien necesitaba de ella y no sabía corresponderle sin pasar por alto sus momentos con Guillaume y con Trankov, inequívocos de una traición imperdonable ya que Joubert confiaba ciegamente en ella.

-¿Quieres patinar en el Hotel de Ville? Han instalado una pista como si estuviéramos en Nueva York.
-Ha de ser hermoso, Joubert.
-Estamos muy cerca.
-Vamos.

Carlota sacó sus botines en medio del arrepentimiento por lo que había hecho en ausencia de él, aunque Joubert tomaba cualquier lagrimilla como si fuera de alegría.

-¡Joubert no te vayas otra vez! - exclamó ella abrazándolo y dándole un beso en los labios - Me hiciste falta, ¡perdón por no llamarte más!

Carlota continuó actuando como si fuera ponerse más contenta y dio los primeros pasos hacia el Hotel de Ville, tomando la mano de Joubert.

Una lluvia de hojas cubrió el camino, el cielo se abrió y el otoño anunció su fugaz paso por París como el final de un ciclo, uno en el que Carlota y Joubert estarían unidos, que su prueba duraría por un tiempo más.

domingo, 8 de noviembre de 2015

La historia de un padre


En el quartier Latin existía una boutique llamada "Le chic baby" y aunque era diminuta, atraía gente que gustaba de los bordados hechos a mano y la ropa duradera a bajo costo, con el plus de que podía devolverse o cambiarse sin objeciones. La dueña remendaba o ajustaba cada prenda para colocarla de nuevo en el mostrador. "Le chic baby" era propiedad de Amélie Floost, madre de Judy Becaud y por realizar varias costuras, le pidió a esta última que se hiciera cargo de los compradores el fin de semana.

"Imposible viajar por Argentina estos días sin beber vino" leía la joven en lo que esperaba por clientes y soñaba con los maravillosos cruceros que se reseñaban en su revista de travesías.

-Si tuvieras dinero, te habrías ido.
-Hay un barco que va once días de Venecia a Roma y otro de Estambul a Lisboa ¿te imaginas qué bonito sería tomarlos?
-Sería bonito que no te distrajeras y fueras por tus hermanitos al parque.

Judy obedeció, pero volvió a atender el artículo sobre las vinotecas argentinas solamente porque se acordaba de la tanguería Ayre y de que cerca de la boutique había un expendio, "La guarda", cuya descripción asemejaba bastante a la del cronista.

-Mamá ¿puedo llevar a mis hermanitos a comer un asado?
-No tienes con que invitarlos.
-Tienes razón.
-Y tu marido que es un inútil, menos.
-Mamá...
-Mejor cuéntame del casero.
-Estamos bien, cubrimos casi todo el alquiler.
-¿Cómo van los gastos?
-Jean me compró un vestido nuevo y reparó unas lámparas, tal vez reabramos el café.
-O bien podrías trabajar aquí.
-Si todo falla, lo prometo.

Aunque Amélie Floost sonrió, la verdad era que pensaba que Judy arruinaba su vida y no conseguía convencerla ni evidenciando sus torpezas, como abandonar la universidad.

-Ve al parque y no tardes, te tengo que pagar por estos días.
-Déjalo así, me gusta ayudarte.
Judy, un consejo: cobra siempre... Trae a los niños, es hora del rosario.

La joven se colocó un suéter y salió para cruzar la calle y hallar a su hermana intercambiando sus muñecas y a su hermano guardando sus canicas. Verlos le hizo recordar sus otrora cotidianos paseos a Notre Dame, costumbre familar perdida debido a la complicada economía ya que las parisinas se negaban a tener hijos. En unos meses, todas desfilarían por "Le chic baby".

-¿Te vas a quedar hoy? - le preguntaba su hermanita.
-Tengo que volver a casa pero rezaremos juntos.
-No me gusta el rosario.
-Pero es bueno, Dios lo escucha y ayuda a los enfermos y los indigentes, guía a los inmigrantes y procura que la gente sea buena.
-¿Dios hace caso?
-Hace lo que considera justo.

La niña sostenía a Judy de la mano quien se sentía muy feliz, así volteara a "La guarda", recordando que nunca le habían permitido acercarse y el dueño solía evadirla. Al entrar con sus hermanos a "Le chic baby", echó un último vistazo y se preguntó si era momento de ir a la vinoteca si los minutos le daban la oportunidad.

Sin embargo y durante sus plegarias, pensó en ir de una vez. No era porque le atrajera o adquiriera algo para salir del paso. Judy tenía un motivo que de vez en cuando le ilusionaba y ¿acaso no era un buen pretexto usar la revista?

Cuando su madre acabó con su rito, llamó a Judy aparte y le entregó su pago, suplicándole además que no se lo mostrara a Jean o le comentara al respecto. La oferta de trabajo continuaba en pie y servía para que las dos convivieran más con los pequeños.

-Te responderé pronto - aseveró la joven al marcharse, asegurándose de que la puerta cerrara totalmente y nadie la siguiera. El corazón le palpitaba rápido y corrió hacia la puerta de cristal de un edificio gris, en donde no distinguía compradores o curiosos. Revisando sus pertenencias, sacó el artículo sobre Buenos Aires y exhaló profundo antes de entrar.

En "La Guarda" existía un orden admirable: la tienda estaba climatizada, los vinos se catalogaban por procedencia, antigüedad y variedad y en el mostrador se exhibían coquetos accesorios como sacacorchos o portabotellas. Judy se alcanzó a dar cuenta de que los empleados eran sommerlier muy competentes y uno de ellos se aprestaba a atenderla.

-Buenas tardes, busco un poco de ayuda. Leí sobre las vinotecas de Argentina y pensé que este sitio es parecido.

El sommelier revisó las páginas que le extendían mientras ella creía que hacía el ridículo. Afortunadamente, no era el caso e inició la exposición.

-"La Guarda" es una vinoteca con cincuenta años de antigüedad, contamos con trescientas etiquetas y el local es único en París ¿Busca algún vino en especial?
-¿Cuáles son sus novedades?
-Precisamente de Argentina llegaron el "Vicente Vargas Videla", un malbec con mucho cuerpo y que se guarda nueve años, el "Cinco Tierras Merlot 2002" de la bodega Banfi es un "inconseguible", tanto que le cuesta más de 280€ si lo manda traer importado sin contar impuestos; la alternativa es un "Black River 2000", descontinuado pero aquí lo paga a 30€ porque es una mezcla de cabernet franc y cabernet sauvignon de la bodega Humberto Canale y producido en Mendoza. Hay otros como "Yacochuya 2001" que se lo recomiendan en Alvear y en París y en todas partes, "Ricardo Santos 2002" y algunas botellas de la colección de Nicolás Catena como "Catena Zapata 1993" pero ese cuesta arriba de los 500€ porque es de la mejor cosecha en veinte años.

Judy Becaud escuchaba fascinada y trataba de olfatear lo más que podía, siendo atraída por el "Stradivarius 2002" tipo oporto y el "Colonia Liebres Bonarda" un vino joven con aroma a rosas, mismo que, según ella, envidiaría un chef como Fernando Trocca en su cava. El sommelier supo que la joven era una entendida que continuaba revisando el sitio y descubriendo rarezas, como exclusivas botellas del Delobel de Isabelle Shepard, que de tan caras casi las escondían.

-Llevaré un malbec, el Ópalo malbec y un Ópalo Cabernet, es todo.
-¿Ópalo? Qué observadora.

El sommelier se consagró a sacar la cuenta poco antes de descubrir que Judy tenía más preguntas y no se marcharía después de saldar.

-"Brunello de Montalcino 1999" es nuestra importación preferida, de 378€ y el "Sangiovese" cuesta 100€.
-Gracias pero llevo lo suficiente... Por curiosidad y tal vez por convertirme en clienta ¿Podría decirme quién es el dueño?
-El señor Jacques Ligier ¿Necesita hablar con él o desea conocerlo? Se encuentra en el piso siguiente en donde contamos con un restaurante mendocino, servimos únicamente tablas de jamón, quesos y aceitunas, postres y de vez en cuando fondues.
-Sólo busco al senor Ligier.
-Con placer la guío, adelante.

El sommerlier amablemente la llevó por una escalera hacia un modesto primer piso con numerosas mesas y una barra amplia de madera oscura. Los vinos llegaban a través de una puerta secreta para que los comensales los disfrutaran y siempre había más gente ahí que en la tienda.

-Señor Ligier, una clienta nueva ha solicitado que los presentemos.
-¿Clienta? ¿Algo conoce?
-Es una entendida.
-¿Ha elegido botellas?
-Los dos Ópalo que casi nadie descubre.
-Entonces le invitaré una copa de mi "Partida especial"
-Tempranillo y malbec no combinan bien el ahumado de jabalí. Es mejor cualquier cabernet sauvignon o en su defecto un merlot, pero sería muy dulce - respondió Judy y Jacques Ligier volteó finalmente, impactándola por sus ojos verdes y su piel aperlada, además de ser argentino y poseer un acento similar al de Amélie Floost cuando se ponía nerviosa. De milagro, la chica no tiró el bolso y el desconcertado Ligier le daba un asiento junto a sí, ordenando que trajeran una tabla de quesos y jamón serrano.

-Bienvenida.
-Gracias.
-¿Qué la ha traído?
-Un artículo que leí, no era sobre este negocio pero si de varios parecidos.
-¿Sos hija de Amélie? La ropa de bebés de repente se vende mucho y supe que busca ayuda. No te veía desde hace un tiempo.
-A veces la visito.
-¿Cómo está?
-Bien, con mis hermanitos.
-Lamento lo de tu padre, me enteré.
-Raymond Floost era mi padrastro.
-Ah, el padrastro; de todas formas lo siento.
-He venido a hablar con usted.
-¿No gustás algo de jamón? Es casi hora de la cena.
-No, gracias.
-Pero lucís tan flaquita, andá toma lo que quieras que te invito yo.

Por conseguir la conversación, Judy llevó a su boca un cuadrito de queso de oveja, sin dejar atrás la sensación de mariposas en el estómago.

-¿Tu madre te prohibía pasar? No le gustaba ni que nos miraras.
-Usted no le cae bien, puede ser.
-Imaginate que alguna vez le ofrecí un trabajo, eras una muchachita de brazos.
-¿Por qué lo rechazó?
-Porque se rodeó de monjas y cada quien educa pibes como puede. Apostaría a que vos ha recibido una educación muy religiosa.
-Voy a misa de diario, por las mañanas.
-No estuve de acuerdo en que te metiera esas ideas, por eso me retiró la palabra.
-Creí que habían tenido otro problema.
-¿Te comentó algo?
-Nunca lo ha hecho.
-Al parecer no le importé mucho, de lo contrario contaría horrores.
-No explica por qué usted evitaba caminar cerca de mí.
-Por respeto a tu madre.
-No comprendo.
-Ella dijo "alejate" y por lo visto, no fue mucha la distancia.

Jacques Ligier ingirió algo de jamón y Judy lo imitó con una ligera sonrisa.

-Entonces ¿sobre qué venís a preguntar?
-Mi interés es conocerlo, señor.
-¿Para qué? No poseo encanto y si no es de vinos, no tengo cultura.
-Tampoco busco en usted otra cosa que no sean respuestas.
-Entonces nada tengo, todo lo he dicho.
-Pero algo ha de saber de mí, aunque sea un poco.
-No te sé nada.
-¿En serio?
-No sé que querés decir.
-Que nos parecemos.

Ligier atisbó a Judy curioso, identificado la idéntica tonalidad del iris y de la piel, pero negó con la cabeza.

-¿Así que es al padre al que venís a buscar? Una entendida me ha engañado.
-Suelo andar con rodeos pero usted podría ser quien me gustaría que fuera.
-Vos nunca necesitó de un papá.
-Uno de mis sueños es conocerlo.
-Seguí en el camino, que ese hombre no se halla ni cerca.

Judy creyó que Ligier se enfadaba y no insistió, motivo por el que quedó en silencio, inhibida de irse aunque le enviara un mensaje a su marido para que fuera por ella. Después escuchó como se ordenaba un poco más de jabalí y le colocaron el plato enfrente con raciones de queso de cabra y una copa de vino.

-Este es un "Miroa Cabernet Sauvignon Roble", amigable, fresco ¿no te parecé maravilloso? Es una botella barata, con 9€ te llevás algo aceptable, a la altura de varios "incunables" que a veces no son los mejores para acompañar la comida, la cava está revestida de las rocas correctas, todo evoluciona como debe.
-¿Qué me podría decir sobre mi padre?
-Era un amigo mío, de esos que van a Saint Tropez en verano, éramos jóvenes, pero no le vi de nuevo y no supe de donde era. Si me preguntás, tu madre no quería compromisos y él menos.
-Pero ¿ella nunca quiso contactarlo?
-Si no te ha tocado el tema, lo mejor es que no le revuelva más el mar.

La joven asentó, resistiéndose a creer que Ligier no era su padre y no lo expresaba para no tirar todo por la borda. Sin menos pena, se dedicó a comer pero no a beber y hasta se animó a pedir la carta, optando por los ravioles salteados con jitomate y albahaca. El gusto de Judy por la mantequilla se exacerbaba en días recientes y alabó la preparación del plato, señalando que a su esposo le encantaban las pastas y lo convencería de comer en "La Guarda" pronto. Aun pensaba en su conversación con Ligier cuando su celular vibró y lo revisó enseguida.

-¡Ricardo Liukin me mandó un mensaje! ¡Yay! - declaró en voz alta porque era su hábito cuando esperaba noticias y le agradaban.
-¿Ricardo Liukin?
-Es un amigo, señor Ligier.
-Entonces ¿por qué entraste aquí?
-¿Disculpe?
-Busque y busque y deberías preguntar en ese teléfono.

Judy no entendió la indirecta y mejor colocó dinero en la barra, conteniéndose de llorar por la pena que le daba el equivocarse. Aficionada a nunca hacer drama, revisaba el reloj para saber a qué hora llegaría Jean y ningún comensal se percataba de su actitud intranquila. Ligier le avisaría varios minutos después que su marido le aguardaba y le agradecía su visita, aunque fuera por un asunto atípico y resultara en una desilusión que se esperaba, no fuera muy grande. Ella no se despidió y abandonó el lugar del brazo de Jean, precipitándose en subir al auto y quedando en silencio, suspirando y enrojeciendo.

-Vine a buscar a mi padre y no está ahí dentro - declaró cuando pudo controlarse.
-¿Por qué hiciste eso?
-Siempre he querido saber quien es, por un momento pensé que todo el tiempo lo había tenido cerca.
-¿Interesa mucho ese tema?
-Antes de esta mañana casi podía vivir sin él.
-¿Por qué?
-Jean, tú y yo tenemos noticias.
-¿Buenas?
-Las confirmé esta mañana pero te quería preparar la sorpresa y creo que mejor te digo de una vez.
-¿Qué ocurre?
-No tengo anemia ni nada.
-Qué alivio.
-Nada malo, más bien, el médico quiere revisarme cada mes.
-¡Vaya! Pero estás sana.
-Estoy embarazada, Jean -ella reaccionó llorando finalmente - Cumplí dos meses.
-¡Te dije que no quería hijos!
-¿Por qué no te cuidaste también?
-¿Cuándo dejaste las pastillas?
-Jean...
-¡Te conozco! ¿Cuándo?
-En abril.
-¿Razón?
-Sueño con ser madre de unos niños contigo, me animé.
-¡Suficiente tengo con David!
-¡Le harían muy feliz unos hermanitos!
-¡Cállate ya!

Judy se espantó y se cubrió la cara mientras Jean le gritaba que debía pensar en deshacerse del bebé, en vista de que sólo ocasionaba problemas.

-¡El dinero no alcanza y te pones a tener niños! ¡Eres estúpida Judy! - terminó él. La joven lagrimeaba sin cesar y quiso tomarlo de la mano para calmarlo, recibiendo su rechazo en respuesta. Jean Becaud salió del vehículo y de azotar la puerta, pateó un cesto de basura violentamente, activando una alarma cercana. Judy le suplicó que se fueran para no ganarse más dificultades.


*Las etiquetas de vino señaladas son reales, provenientes de Argentina y producidas entre 1999 y 2002 (con excepción de Ópalo Cabernet y Ópalo Malbec de 2003) por las bodegas Humberto Canale, Banfi, Argiano, Cepas Andinas, Familia Arizu, Chandon, Altos Las hormigas, Doña Paula y Bianchi, además de la colección Nicolás Catena. Se incluyen a continuación los enlaces con información pertinente sobre el lenguaje utilizado:

Glosario básico del cuento (variedades de uvas)
Diccionario del vino
Significado de sommelier o sumiller
Definición de vinoteca (el término "enoteca" también es correcto)

*Cuento escrito con ayuda del artículo "Las vinotecas de Argentina", año 2005, Revista Travesías, número 42, págs. 77 a 81, de la autoría de Carolina Reymúndez

sábado, 31 de octubre de 2015

El cuento en rojo (Cuento de día de muertos, Carlota y Gustavo.)


-Doctora Diallo, uniforme en rojo - ordenó el jefe de traumatología y ella, envuelta por un presentimiento fatalista, corrió a su dormitorio en busca de Matt Rostov, a quien llevaba toda la mañana sin ver. Mientras se cambiaba, se preguntó por qué esa habitación siempre tenía que estar a oscuras y oculta de los demás; hasta que alcanzó a ver el reflejo de una explosión insignificante.

-Jugaba con un cráneo de gel, perdona - aclaró Matt - Tengo otro de gelatina ¿quieres meterle presión?
-No me gusta que te rías de las cabezas.
-Es humor de cirugía, un día caerás.
-No me gusta interrumpirte pero es día de casos mayores.
-¿Qué tan mayores?
-Me he puesto el atuendo rojo.
-Ah, es una práctica.
-Esto es serio.
-Courtney, toma todo como experiencia, duele menos.
-Estoy intranquila.
-Te entiendo, ese olor a sangre me erizaba hasta las venas.

Courtney se colocó apresuradamente una bata y se frotó los brazos para mitigar un poco el escalofrío que le daba el ver a Matt tan campante, casi indiferente. Ella no concebía siquiera la clase de noticias que vendrían, le daba pavor no poder reaccionar y se sentó en la esquina de la cama a esperar que la llamaran. Discretamente, él también adecuaba sus ropas.

Una vibración turbó a Courtney. Casi juraba que el espejo del fondo se movía e iba a romperse y la silla crujía como si la desbarataran por dentro mientras Matt reanudaba su juego, comprendiendo que no era tan macabro ni banal como parecía. A menudo, ella se tentaba de saber si él había sido neurólogo porque le apasionaba esculpir cerebros con lo que encontrara y solía dar mejores diagnósticos que los encargados de un área a la que casi nadie visitaba. Él en contraste, siempre quería averiguar porque Courtney era tan simpática con los pacientes y le interesaba la pediatría en lugar de la traumatología en donde parecía contar con un talento natural y posibilidades de éxito mayores.

Ambos evitaron mirarse antes de que ella fuera llamada por altavoz y saliera precipitada a la puerta de ingresos, donde un primer herido delataba una gran quemadura en el rostro. Un paramédico le decía que era un accidente de limpieza y que en realidad la imagen era más impresionante que la realidad y que mejor se fuera a la clínica a atender a aquellos que necesitaran atención.

-Es un día con muchas fracturas - recalcó otro colega de Courtney - Los niños se rompen como si fueran de cristal.

Ella entonces procedió a aguardar por otra emergencia, quizás porque tenía ganas de ver un caso imposible: alguna hemorragia fatal, una rotura en el cuello, algo con que ganarse una estrellita y un par de días de aparente descanso como recompensa; tenía deseos de dormir en su cama, abandonada por el ajetreo normal del hospital. Su vestimenta parecía darle un poder ilimitado o de menos, se sentía invencible con semejante tono tan espeluznante aunque Matt alguna vez le aconsejara no sentirse así. En el lugar, se oían los gritos de los futuros pacientes que saturarían pediatría y lo cierto era que todos referían haber estado en fiestas escolares, corriendo en el parque, lanzándose en trineo o de plano, lanzando jitomates podridos en el barrio ruso. Las persecuciones del bote, clandestinas, se disparaban los viernes aunque ahora, a todas horas, muchos veían a los pequeños merodear los mercados y levantar los frutos en mal estado que curiosamente, les dejaban la piel de las manos como porcelana. Uno de esos chicos, por supuesto, era Anton Maizuradze quien, desenfadado, regresaría a la doctora Diallo a la realidad con un simple pero contundente "oiga usted".

-¿Qué quieres?
-Ahora si le di a un cristiano.
-¿Qué pasó?
-Pues nada ... Bueno, conmigo nada, pero creo que le partí el brazo en siete a un tipo que arrastra la "y" cuando habla y le dije que le conseguiría una señorita para que lo atienda.
-Entonces espera que una enfermera te anote y pasarán a tu amigo con el radiólogo.
-Sí, ajá, tiene como media hora que nos registramos y honestamente, ya le cuelga el cacho.
-¿Tiene el brazo muy flojo?
-Como guiñapo.

Anton sonreía como un bebé y Courtney cayó con su gesto, pensando que si lo atendía rápido, llegaría a tiempo para recibir ambulancias de mayor prioridad. Las camillas se encontraban a la izquierda, en un salón con aspecto de campamento de refugiados, en las cuales, decenas de niños se encontraban dando lata y presumiendo unos a otros sus "proezas" o inventando disparatadas historias con sus radiografías en mano. Por alguna razón, casi no había adultos presentes y los pocos que se encontraban eran fácilmente los padres de los niños mimados de Poitiers, mismos que acabarían en las camas de un hospital privado del barrio Nanterre. A esa hora, los encargados del comedor iban pasando con charolas llenas de sándwiches, uno para cada pequeño. Anton tomaba el suyo, congratulándose de reconocer los de crema de avellana y preguntando si habría de crema de cacahuate más tarde.

-¿Quién viene contigo? - intervino Courtney Diallo para no perder más el tiempo.
-Mi buen amigo Justet.
-¿Quién?
-Un uruguasho que conocí en la feria ¿ya fue a la feria?
-Sí... Eh ¿me repetirías el nombre de tu amigo...?
-Todo el rato ha dicho "hola, hablá Gustavo Shustet, estoy en el hospital, marcame luego o te shamo ma' tarde".
-¿Qué le hiciste?
-Andaba en una carrera con mi bicicleta y lo atropellé.
-Buscaré a un doctor, permíteme.
-No sea gallina.
-No seas grosero.
-¿Usted es la doctora, o no?
-Sí.
-Vaya con mi amigo.
-Te puede ayudar otra persona.
-Entonces ¿usted para qué está?

El reclamo del chico Maizuradze era tan seguro como su informal lenguaje y su malos modales, sonrojando a Courtney que adoptaba la docilidad como recurso para no quedar mal parada con él. Gustavo Justet de milagro no perdía la paciencia por encontrarse en medio de la pelea con pelotas de papel que se desarrollaba a su alrededor.

-Amigo Shustet, te conseguí señorita - inició Anton.
-Ay, por Dios.
-¿Ahora qué?
-La conozco.
-Pues ya te la traje y ahora te aguantas.
-No es por eso.
-¿Te gusta?
-Tampoco, tranquilo.... Con todo respeto.
-Ya me hiciste bolas.
-Hola, señorita, disculpe que la traigan así pero de verdad se han tardado en hacerme caso.

La joven respiró hondo y preguntó a Gustavo qué le había ocurrido, confirmando la versión de Anton y de paso, enterándose de que en la camilla de junto, alguien sufría por un cristalazo.

-Al igual que a usted, nos la encontramos y la trajimos.
-De acuerdo, enseguida te llevo con el radiólogo y ... ¿Bérenice?
-Casi la matan con otra bicicleta.

Courtney Diallo deseó haberse resistido cuando levantó la barbilla de Bérenice Mukhin y comprobó que estaba en sus cabales, si eso era posible dada su cotidiana actitud. Según la chica, acababa de dejar a su bebé con la cuidadora cuando un niño pasó a su lado tan cerca que, por resguardarse, se había golpeado en el cristal de la guardería. A esa hora, le habían entregado su tomografía pero ella se sentía cansada y no dormía por miedo de empeorar.

-El neurólogo dice que tienes una pequeña conmoción y que te quedes el fin de semana internada, no es grave, necesitas sutura.
-Quiero ver a mi bebé y a Luiz.
-¿Le aviso que estás aquí?
-Luiz vino conmigo, es que fue a llenar unas formas.
-Revisaré si hay una cama ¿recuerdas como encontraste a Gustavo?
-En la calle, pero no sé contar así que no sabría decirte las cuadras.
-De menos ahí si tenemos certeza.
-¿Qué?
-Bérenice, te buscaré una habitación .... Cuando acabe de coserte la frente, ¿te molesta que el hilo sea negro?
-¿Tienes morado? ¿Lo combinas?
-¿Discúlpame?
-¡Para que diga que estoy a la moda!
-Si hago eso, los niños van a querer que les pongan lo mismo.
-¡Y verde para que sea vea tenebroso!
-Otro médico ya te hubiera enviado a ....

Courtney se abstuvo de decir "psiquiatría" y echó gel a sus manos para asearlas, constatando que en el hospital ni guantes suficientes tenían. El instrumental estaba cerrado y era desechable, pero la calidad era cuestionable y no había modo de aminorar el dolor. Bérenice sin embargo, mordió la manta que portaba y la doctora lo tomó como señal de que aprobaba su intervención. Alrededor, un grupo de niños las miraba como si fueran heroínas y abrían la boca mientras Anton Maizuradze se quejaba de que nunca lo dejaban escoger cada vez que él mismo necesitaba que "lo arreglaran", Gustavo Justet por su lado, no sabía si sentir repulsión o sorpresa, al grado de que olvidaba su propio dolor y alcanzaba a percibir un aire otoñal un tanto frío que compensaba la simple estancia.

-¡Dios mío, pareces ... ! No volveré a suturar a nadie - exclamó Courtney Diallo al ver el resultado. Bérenice parecía tener el dibujo perfecto de unas arterias a punto de reventar.

-¡Está loquísimo! ¡Bérenice si trae onda! - señaló el niño Maizuradze antes de notar que alguien observaba a través del reflejo de la ventana. El sujeto en cuestión portaba uniforme rojo y la escena le daba risa por motivos obvios: traía consigo un cráneo de gel con grietas similares a las de la cortada de la paciente y observaba a Courtney que no ocultaba ciertos deseos de vomitar ya que odiaba, paradójicamente, las bromas o coincidencias con sangre y lo que estuviera relacionado.

-Terminé y .... Gustavo, no puedo atenderlo, me siento mal.
-Ahora la doctora requiere camilla, lo que nos faltaba - concluyó Anton antes de que apareciera, detrás suyo, otro médico conteniendo la carcajada.

-¿Sergei Trankov?
-Matt Rostov, niño.
-¿Del espejo?
-Eres observador.
-Oiga, ¿quién se encarga de mi amigo uruguasho? - Justet demostraba cierto terror contenido ante Rostov - Le partí todo lo que había de brazo.
-En realidad tiene un golpe, en media hora estará como nuevo.
-Pero yo volé, él voló y su codo se dobló al otro lado.
-Su dolor no tiene la mayor importancia ¿no quieres un cráneo de gel?

Anton Maizuradze estaba desconcertado y no quiso ser curioso.

-¿Qué hay contigo, Bérenice? ¿Hay que abrirte los sesos o estás igual que siempre?
-Su tomografía es normal - contestó Courtney con dificultad.
-Bueno, entonces es tiempo de irnos.
-Necesito calmar las náuseas.
-Mírame.
-Matt, por favor.
-Estás enferma, ve a descansar.
-¿Qué? Sólo hice una sutura.
-A un cadáver, no seas tonta.
-¿Qué dices? Bérenice está.... ¡Dios, está convulsionando! ¡Ayúdame Matt! ¡Matt!

Alrededor de Courtney escurría sangre abundante y Matt Rostov aparecía con un corazón en la mano, hinchado y morado, mismo al que cortaba en pedazos ayudado por el escalpelo que siempre guardaba en su bata. Anton se convertía en su asistente y entre los dos, sujetaban a Gustavo, arrancándole el brazo para colocárselo a Bérenice, quien se deshacía a pedazos como muñeca de trapo. Los gritos de desesperación del mutilado perturbaban el ambiente y dramáticamente, fue arrojado hacia un espejo que se hizo añicos después.

-¡Ah! - suspiró Courtney, comprobando que sus ojos se abrían y se ubicaba en su habitación del hospital, con la luz del sol dándole en la cara.
-¿Qué te pasa? - dijo Matt.
-¿Estoy ...? ¿Te dije si me sentía bien?
-Fue un día pesado, tuvimos una cirugía de trasplante, un corazón que envidiaste ¿te acuerdas?
-Ay, ¿eso fue hoy?
-Te mandaron a casa pero te fuiste a emergencias a componerle el brazo a Anton Maizuradze.
-¡Anton! ... Tuve una pesadilla.
-Ese niño te mando un regalo.
-El escalpelo de juguete, ya recordé todo.
-¿Qué te agitó tanto? Te tuve que despertar.
-Soñé con Bérenice y le curé una cortada en forma de carótida esquina con la muerte.
-Interesante, me habría gustado ver eso.
-Pero si te vi.
-¿Qué?
-¿Recuerdas al uruguayo que vimos en la feria?
-¡Gustavo!
-Ese mismo. Le cortaste el brazo.
-¡Qué maravilla!
-Querías implantárselo a Bérenice que parecía descoserse.
-Eso nunca pasó.
-Era muy real. Nunca me había dado asco la sangre.
-Siempre hay una primera vez.
-Lo más perturbador es que luego arrojaste a Gustavo a un espejo.
-Espera, si hice eso.
-¿Qué?
-Encontré su negocio ayer y a él lo mandé a París, lo raro es que lo sepas cuando no te comenté.

Courtney sintió que se erizaba y se levantó de la cama con la sensación de que algo no andaba bien. Si no se hubiera colocado al lado de Matt y menos prestado atención al fondo del reflejo, jamás se habría dado cuenta de que Gustavo Justet sí se encontraba en París, encerrado en una diminuta bodega oscura, clamando auxilio, golpeando una puerta de hierro imposible de abrir por dentro, sin señal telefónica. Por segundos, ella quiso correr como si huyera, pero pronto recordó que la naturaleza del espejo era la de simple tránsito para un mortal de la realidad y ese portal estaba por cerrar.

-No te preocupes, lo van a sacar.

Matt Rostov sonrió genuinamente y Courtney se percató de que él llevaba sangre en la ropa pero también gel. Pronto hizo memoria respecto al disfraz de doctor siniestro que él mismo había improvisado como ensayo para octubre y que provocaba fascinación en los pacientes infantiles que ese día se contaban por decenas y colmaban emergencias a todas horas. También recordó que Bérenice se había presentado por una cortada pequeña y ella misma, Courtney, no había dormido lo suficiente. Sin ganas de enojarse y tranquilizándose, tomó del brazo a su novio.

-Gustavo, perdón, no lo volvemos a hacer - dijo y recargó su cabeza en el hombro de Matt mientras el espejo cerraba, deseando en el fondo no haber contado el sueño.