viernes, 25 de julio de 2014

El paseo de los amantes


Judy Becaud realizaba la limpieza de su local después de que los comensales lo dejaran lleno de basura y viera a Jean contando el dinero de la caja. Al parecer, el mundial de fútbol les dejaba su primera ganancia y cubrirían parte del alquiler.

-"La cerveza atrae más gente que los juegos" - pensó ella, recordando que la gente arrasaba con las bebidas y hasta pagaba por mala comida solo por enfiestarse.

-Jean, voy a sacar la basura ¿podrías ayudarme?
-Yo quito todo, descansa.

Ella sonrió y aseó sus manos antes de asomarse a la calle para ver a la multitud apesadumbrada. La siempre poderosa Alemania acababa con la felicidad de los aficionados, mismos que debían resignarse con una derrota esperada.

-Esta locura se acabó, gracias a Dios - suspiró antes de observar a su izquierda y reconocer al teniente Maizuradze caminando por la acera, solo.

-¿Judy? - dijo él al aproximársele.
-Señor, buenas tardes.
-Pensé que todavía vivía en Tell no Tales.
-Retorné a París... por negocios.

Ella se ruborizó y trató de cubrir la entrada a su café, pero el teniente Maizuradze ya había echado al vistazo al interior y quiso entrar.

-Estamos en remodela... instalación... Eh ¿vamos a inaugurar? - se disculpó la joven por anticipado.
-No sienta apuro, este sitio es muy decente comparado con los restaurantes que me ha tocado ver en Hammersmith. Tomaré una mesa.
-No le recomendaría... ¡Cumberbatch! Necesito café en la mesa diez.

El teniente Maizuradze tomó lugar.

-¿Gusta algo más? ¿Una sopa, un bocadillo? ¡Un emparedado! Iré a preparárselo.
-Judy, no es necesario.
-No diga más, le traeré uno del mejor queso.
-Tranquila.

Maizuradze sujetó la mano de la mujer para no dejarla ir y ella bajó la mirada.

-Disculpe, quiero ser muy atenta.
-¿Ha estado inquieta, verdad?
-¿Se nota?
-No vale la pena ocultarlo.

Judy relajó los hombros y continuó sentada, adoptando una actitud sumisa.

-¿Cómo está?
-No lo he dejado saludar a mi esposo, qué mal educada estoy siendo.
-Él y yo hemos intercambiado la seña, no se preocupe.

El teniente Maizuradze sonrió al buscar los ojos de Judy para calmarla de una vez.

-Me alegra verla.

La mujer devolvió la sonrisa en cuanto Luke Cumberbatch sirvió el café.

-Cuénteme ¿Cómo está? La veo muy distinta.
-¿Usted cree?
-Trabaja mucho, Judy.
-El mes es complicado, estoy agotada y hay gastos.
-¿Por qué dejó Tell no Tales realmente?
-Jean y yo no pudimos sostener la cafetería.
-Parecían muy sólidos.
-Las cosas se han venido complicando.
-¿Arrastran deudas?
-Ay.

Judy miró hacia la calle y después se dio cuenta de que delante de sí estaba colocada una taza con café y dos sándwiches de queso.

-Va por mi cuenta - dijo Maizuradze, ella quería agradecer.

-Judy ¿me permite saber en qué puedo ayudarle?
-Señor, mi marido y yo lo estamos resolviendo, tenemos lo del alquiler.
-Pero tienen más por hacer como pintar, ampliar la cocina, colocar luces, qué se yo. A usted le agrada estar rodeada de cosas bonitas y aquí hay muy pocas.
-Cuando saldemos la renta, Jean y yo pensaremos en lo demás. ¿Gusta otra taza?

La joven no recibió respuesta y resolvió degustar uno de los emparedados para dar por terminada esa parte de la charla. Él la imitó y siguió riendo hacia ella hasta que sostuvo su mano.

-Judy, deseo apoyarla, deme la oportunidad.
-Debo declinar.
-No insista con la negativa, si necesita algo, puedo facilitarle dinero.
-No quiero deberle.
-Su orgullo me sobresalta.
-No guardo tal sentimiento, sólo que es su confianza lo que me gustaría conservar.

El teniente Maizuradze tomó más café antes de detenerse a contemplar un mechón del cabello achocolatado de Judy Becaud y percatarse de una pequeña orzuela disimulada por un suéter gris, pero no quiso ver que los siempre brillantes ojos de la joven lucían pesimistas y sus mejillas habían perdido color. Ella reaccionó levantando el rostro y mirándolo a los ojos, como si suplicara que no la examinara.

-¿Sabe? Hay una proposición que he querido hacerle.
-¿En serio? ¿Cuál?
-No pude decirle en Tell no Tales pero especialmente hoy me agradaría que aceptara.
-¿Qué será?
-Judy ¿quiere dar un paseo?

Ella se sorprendió pero accedió al plan y educadamente se retiró de la mesa para avisar a su marido y peinarse mejor. El teniente Maizuradze por su lado pagó la cuenta y aguardó en la entrada, interesándose fugazmente por un grupo de niños que con su balón se apoderaba de la calle.

-Estoy lista.
-¿Por qué recogió su cabello? Perdone la indiscreción.
-El viento no me ayuda mucho.
-No debería renunciar a su cabello suelto.

Al pisar ambos la banqueta, optaron por encaminarse a la derecha y aprovechar el cruce libre.

-¿A dónde vamos?
-Me acusará de cliché pero acompáñeme a Champs - Elysées.
-¿A la Torre Eiffel?
-Acabo de arrepentirme, prefiero llevarla a dos calles del Louvre.
-Perfecto.
-¿Le parece bien ir a pie?
-Adoro gastar mis zapatos.

Judy se colgó del brazo del teniente Maizuradze y súbitamente contenta, se dedicó a ver a todos lados mientras él, olvidando que la chica era parisina, le relataba la historia de las calles, incluyendo la anécdota de un encuentro fugaz entre Degas y Rodin que podía ser o no verdadera. A ella casi le brotaba comentar que la caminata la complacía y que quería pasar por Versalles aunque tardaran el día entero; los parisinos no les estorbarían el paso por hallarse deprimidos.

-A estas alturas Judy, sólo confío en usted.

Ella contestó con un "gracias" y se detuvo a un lado del Sena, observando hacia Notre Dame.

-¿Me permite contarle lo que me ha ocurrido?
-Claro, soy una tumba.
-Me reconforta, Judy .
-Adelante.
-He venido a esta ciudad para pasar un breve descanso con mi hija.
-¿Válerie?
-Viktoriya.
-No sabía de ella.
-Viktoriya me ha confesado que no quiere volver a Moscú y la ayudaré por supuesto.
-¿Quiere que le haga un favor?
-No de esta clase, Judy
-No entiendo.
-Iba a traer a mi familia para establecernos aquí.
-A ustedes les vendría bien.
-Conversé con mi esposa y no se convenció.
-¿Por qué?
-Descubrió que de principio yo no estaría a su lado y Viktoriya se quedaría junto a los niños. Cecilia y mi hija no se llevan bien pero Anton y Válerie nunca han convivido con su hermana y al preguntarles si estaban dispuestos a recibirla, contestaron que no.
-Qué mal, pensaba que eran muy abiertos a la gente... Qué pena, perdón.
-Pensé lo mismo, Judy, no se sienta incómoda. 
-¿Quiso resolverlo?
-Me encantaría contar con el tiempo pero parto mañana y nadie en casa me contesta las llamadas. Dejo mensajes y no hay respuesta.

El teniente Maizuradze sacó un papel y lo mostró a la joven.

-Válerie me escribió esta canción antes de enojarse conmigo. No tiene mucho que Anton y ella me retiraron la palabra, no sabía que Viktoriya les afecta.
-Lo lamento, señor.
-¿Cree que antes de la guerra pueda dejarlos en paz?
-Si empieza por ahí, tal vez lo escuchen.
-Con mis hijos lo sé, a mi mujer ya no le conmueven las armas. 

Judy no pronunció más al respecto y suprimió la pregunta obligada sobre dónde sería la guerra, conformándose con tocar el hombro del teniente Maizuradze en solidaridad.

-Vamos, le compartiré mis secretos.
-De acuerdo, señor.
-Uno de ellos le encantará.
-Muero por saberlo.

Él la sostuvo de la mano, aun con inocencia y le hizo recorrer un sinfín de aceras antes de alzar la vista y encontrarse con la pirámide de Louvre casi enfrente o ese era el efecto de la luz. El teniente Maizuradze sacó una llave y la posó ante el candado de un edificio viejo, pero bien conservado al interior.

-Le presento la "Torre Méliès", señora Becaud.
-Por mis santos, es asombroso.
-Estilo "belle époque".
-La planta baja parece un salón.
-¿El polvo le molesta?
-No intente quitarlo.
-Judy, mire esta belleza, si lo vendiera sería millonario.
-¿Es suyo?
-No quiero que nadie más que usted sepa que poseo esta propiedad.
-No habla en serio.
-Alguna vez gané algo en el ejército y adquirí esto para disfrutarlo en mi retiro. No lo comenté porque iba a ser un regalo para mi familia y prefiero guardarlo en lugar de perderlo en el divorcio.
-¿Divorcio? 
-Suena tonto después de haberle contado mis desavenencias con Cecilia pero ella tomó esa decisión. Los chicos no saben.

Judy titubeaba entre abrazar al teniente Maizuradze o marcharse pero él sacó una escoba y un par de limpiadores para subir y aparentemente asear el apartamento del primer piso. Desde su posición, Judy notaba que existía una puerta que conducía a la parte trasera del lugar y se admiraba la calle posterior.

-Es hora de enterarla de mi penúltimo secreto.
-Estaba a punto de preguntar cómo es posible que haya más.
-He reservado este vino para una ocasión especial.
-Mi presencia no es un gran suceso.
-Al contrario, venga.

Curiosa, la joven ascendió, quedando muda ante la estancia y un gran dormitorio.

-Tome asiento, lamento que sea en el suelo pero los muebles no son óptimos.
-Es sólo polvo, lo quitaremos en la siguiente visita.
-Judy, iré al grano: No necesita decirme que pasó, con ver su negocio me doy cuenta de que no es feliz.

Ella sostuvo la copa que él había llenado a la mitad.

-No hablemos de mí.
-Usted cuenta conmigo y quiero que salga de ese hoyo, es más, que abandone Montmartre.
-No arruine nuestro paseo.
-¿No anhela algo mejor?
-Oh, basta.
-Ese lugar no la merece, sabe que es cierto.
-Empecé de nuevo.
-Pues de mala manera, por lo menos acceda a un préstamo.
-Le he dicho que no lo deseo.
-No la comprometeré. 
-No dudo de usted pero batallo para sortear a mi casero y ofrecer un menú; no podría devolverle un centavo y ni siquiera sería posible verle sin tener problemas. 
-La comprendo pero no pretendo cobrarle.
-No tengo corazón para tomarle la palabra.

Judy posó su copa en el piso y se despojó del suéter cuando el calor se tornó intenso, dejando ver su vestido azul pastel.

-Este edificio es muy bello, gracias por traerme.
-De nada, puede entrar cuando guste, le encargo la llave.
-No ¿cómo cree?
-Judy, este edificio también le pertenece, es libre de poner su café y ocupar este apartamento.
-Señor, me halaga que me tome en cuenta pero...
-Sin objeciones, son inútiles.
-Es hora de que regrese a casa.
-Escuche: He repartido Méliès entre mis hijos y usted. El primer nivel, el último y la planta baja le pertenecerán Judy, no pregunte el motivo. Hallarla hoy me hizo pensar que es momento de entregarle su parte.
-La rechazo no porque no me parezca amable, sino porque acceder sería lo más incorrecto del mundo.
-Su integridad la convierte en una persona excepcionalmente hermosa, Judy.

Ella sonrió como si acabara de realizar su buena acción del día y abrazó al teniente Maizuradze.

-Buena suerte y cuídese mucho. Le escribiré ¿le gustaría?
-Mañana me dirijo a Moscú, prometo contactarla primero para darle los datos correctos.
-¿Sabe mi dirección?
-La tengo grabada como fotografía.

Ambos se estrecharon por segunda ocasión y él le ayudó a levantar su suéter.

-Iré a despedirlo.
-Mi vuelo es a las ocho... Gracias Judy, gracias por hacerme feliz.

Él le acarició la mejilla y la joven intuyó lo que sucedía en el hogar de los Maizuradze: Cecilia no solicitaba el divorcio por Viktoriya, sino por otra mujer.

-Debemos marcharnos.
-Cuánta razón.
-Lo felicito por esta inversión.
-Ojalá usted decida disfrutarlo.
-¿Por qué pensó en mí?
-Le jours tristes era el sitio perfecto.
-¿En serio?
-Anton solía estar metido con sus amigos ahí, era algo que me causaba tranquilidad.
-¿Sólo por eso?
-También por visitarla, Judy.
-Se lo agradezco.
-¿Lo extraña?
-Demasiado.
-No dé por perdido su sueño.
-Necesito un socio.
-Le ofrezco serlo.
-Abusaría de usted y me remuerde la consciencia que me incluya en su edificio.
-Mujer, lo hago por verle contenta.

Ella permaneció seria en el marco de la puerta que daba al corredor y el teniente Maizuradze se despojó de su gabardina militar.

-Nos vamos - dijo él, cerrando el apartamento una vez que Judy dio un par de pasos y descendieron con calma.

-Es una lástima, no es de noche.
-¿Para qué?
-Me arrodillaría frente a usted.
-¿Qué dice?

El teniente Maizuradze sujetó a Judy del brazo y salieron con rumbo incierto, invitándose mutuamente helado e incitándose a caminar descalzos en el pasto de un parque. En mangas de camisa, él la veía saltando.

-No supe como llegamos.
-¿La Torre Eiffel le parece romántica, Judy?
-Es bonita pero no tiene magia, todos se prometen amor eterno y cosas que nunca van a cumplir justo ahí.
-¿Y un árbol?
-Es más sincero.

Él la apretó por tercera vez.

-La amo, Judy.

La chica tuvo urgencia de desprenderse pero el teniente Maizuradze se apoderó de la situación y la besó antes de que ella respondiera "no". Judy estaba exaltada.

-"Perdónalo, va a la guerra, cuando la gente piensa que volverá para su funeral hace cosas que no siente o son estúpidas... No lo rechaces, lo
lastimarías".

Y tales justificaciones la paralizaban, ocasionando que él equivocara su arrojo con ser correspondido.

-La amo Judy, la amo.

Y ella pensaba en el niño Anton y su pobre madre engañada pero no en terminar con ese episodio.

-"Qué idiota soy, me lo estuvo insinuando toda la tarde; en cuánto me deje le diré que es un imbécil y me marcho... Ay Dios ¡que Jean no sospeche, no sé mentir muy bien!"

Pero su cuerpo iba en sentido contrario y abandonó la rigidez, rodeando la cintura del teniente Maizuradze.

-Judy...
-Esto pasa... De vez en cuando.
-Su marido debe amarla más que yo.
-Señor...
-La amo.

Judy cerró los ojos y se limitó a sentir cada beso que Ilya Maizuradze le obsequiaba con dulzura, intrigada por saber porque él elegía demostrarle esa pasión si tenía que todo que perder.

jueves, 24 de julio de 2014

El mejor de los mundiales


A David Luiz.

Un partido de la selección francesa de fútbol coincidió en el día con el juego de Tell no Tales ante Alemania y Carlota Liukin decidió quedarse a ver el último ante una pantalla gigante de un fan fest en la Plaza de la República, aprovechando que la gente abandonaba el perímetro y los aficionados tellnotellianos eran escasos. Tamara la había vestido con la camiseta nacional francesa, pero la joven portaba debajo la blanca de su lugar de origen y no tuvo pudor de mostrarla, esperando por supuesto, un resultado favorable. Francia había ganado el duelo contra Colombia minutos antes.

-Liukin, si apareces mañana en el periódico viéndote así, te mato.
-No va a pasar nada.
-Ves la tempestad y no te hincas. Todo el país se te echará encima si alguien te cacha con el jersey de Tell no Tales.

Carlota no se cubrió y se ató el
cabello mientras se cercioraba de que sus tenis no tuviesen un hoyo o no estuvieran sucios debido a los pisotones que había recibido de parte de los asistentes, demostrando un exquisito porte aun en fachas. Su pantalón de mezclilla era igual de viejo que todo lo demás.

Aquella jornada era calurosa y el ambiente de París no insinuaba cambios cuando el rostro de Edwin Bonheur se hizo ver en la pantalla al lado del árbitro. Carlota se entusiasmó cuando constató que él se había colocado una insignia bordada por ella y le deseó buena suerte, así fuera a distancia. El ambiente aparente en el estadio era de fiesta tellnotelliana y se decía que los espectadores pagaban boletos de 500 € con los revendedores.

-Al menos son mayoría, tapizan con sus banderas todo lo que se les ocurre - notó Tamara, curiosa por saber el desenlace. En la ceremonia de los himnos, la euforia de los sureños opacaba a los teutones más alegres. 

-"El líder de goleo es este hombre, Miroslav Klose; por otro lado el portero de Tell no Tales, Edwin Bonheur se ha convertido en la figura. Ambos estrechan manos, son los capitanes y el sorteo favorece al de los guantes" - destacaba un narrador. El equipo alemán parecía imbatible ante el calor.

-Bueno, hay que aceptar que Edwin ha llegado más lejos de lo que imaginó - añadió Tamara. Tell no Tales llevaba tres victorias al hilo, la última había sido una heroica ante Italia.

-Edwin ganará - dijo Carlota cuando comenzó el encuentro. El primer balón tocado por él era un saque de meta después de un tiro nada amenazante.

Los minutos iniciales eran de encierro absoluto en el área alemana y el ataque tellnotelliano lucía pobre, con cambios de juego retrasados y pocas llegadas a medio campo. Los jugadores no
parecían entender qué hacer para abrir la cancha y nadie se atrevía a tirar desde larga distancia.

-Dios, qué aburrido - comentó Tamara y se fue a comprar una paleta helada mientras Carlota parecía ordenar a la pantalla qué debían hacer los tellnotellianos para mínimo estrellar el balón en el poste. Por supuesto, nadie hacia nada.

-Liukin, estás perdiendo el tiempo - dijo la mujer al volver.
-Claro que no, quiero ver que va a hacer Edwin.
-Pues con ese equipo, el ridículo es seguro.
-Lo mismo repetías con Argentina, Argelia e Italia.
-Ay, tú de fútbol no sabes, estás pollita.
-¿Qué?
-Tell no Tales va a perder miserablemente y no me van a alcanzar los pañuelos para tus mocos.
-¡Hey!
-Es una broma, je je. 

Tamara en secreto deseaba que Tell no Tales ganara y le divertía más saber que no ocurriría, puesto que aquel conjunto estaba conformado por troncos y petardos de la peor estirpe, vende humos profesionales y un portero fenomenal con tan mala suerte que sabía de su sentencia desde antes de saltar a la cancha y apenas ocultaba que detectaba el escenario derrotista. El primer contragolpe germano encaraba a Klose con Edwin y la atajada era espectacular.

-Nadie marca al tal Schürrle, todos van como idiotas detrás de la pelota.
-¡Al que tienen que cuidar es a Klose! 
-Liukin, en serio, calla.

Carlota no entendía por qué debía guardar silencio y se desesperaba ante la nulidad del esquema táctico de Tell no Tales, carente de todo, menos torpeza.

-"¡Klose baja el esférico, Schürrle está solo frente al marco recibe el pase ... ¡Golazo! ¡Golazo de Alemania, pedazo de gol de Schürrle, directo al ángulo! Edwin Bonheur nunca alcanzaría ese balón!" 

Carlota realizó una expresión cercana a la de haber recibido un balde de agua fría y desde su sitio observó las tomas del tanto sin pestañear.

-¿Quién demonios deja a los alemanes libres en el área? 
-Edwin alentará a sus compañeros, es un gran capitán.
-Alemania con una oportunidad y adiós partido. 
-¿Tú crees? 
-Bueno, Tell no Tales responderá.
-¿Me estás siguiendo la corriente?
-Liukin, de verdad espero que tu amigo gane.

Tamara sabía que el empate era imposible. 

-¡No dejen solo a Edwin! ¡No, no! - gritó Carlota justo antes de que Miroslav Klose aprovechara un rebote y encajara el segundo balón en la portería sureña. La joven no se reponía del asombro cuando el mismo Klose anotaba el tercero después de anticipar a un defensa. 

-Es un desastre.

Y la debacle continuó con una triada de goles más.

-¡Edwin, por el amor de dios, esas pelotas eran muy fáciles de detener! - exclamó una decepcionada Carlota que casi lloraba.

-No esperaba que tu amigo perdiera así - confesó Tamara.
-¡Por favor no, otro no! - expresó la joven Liukin segundos previos a contemplar el seis a cero y a Edwin postrado en el césped, escondiendo su cara entre las manos.

-Edwin nunca falla, esto no está pasando.
-Carlota, guarda la calma.
-¿En qué minuto van?
-Treinta y cinco. 
-No es cierto, Edwin no pudo haber permitido esto tan rápido...

Un primer tiempo tan pesado, tan malo, una pesadilla, culminaba con el gol de la honra, uno hecho justamente por Edwin Bonheur mientras los defensas alemanes lo dejaban pasar, sin saber si le hacían un favor o lo humillaban más. Miroslav Klose lo reconfortaba después del silbatazo para ir al descanso.

-Carlota ¿estás bien? 
-Llévame con papá.
-De acuerdo, pónte el suéter.
-Hace calor.
-El aire se enfría.
-Bien, dámelo.
-¿Necesitas un abrazo?
-Yo no.

Cabizbaja, Carlota Liukin tomó la mano de Tamara y se dirigieron a la casa de Romain Haguenauer en Montmartre, a paso lento, con las calles vacías y muchas banderas colgando de las ventanas. En algunas aceras, escasos niños jugaban fútbol y trataban de imitar los goles de Thierry Henry o los tiros de Zidane de aquella tarde alegre. Tell no Tales era un equipo cansado, nada combativo y sin un ápice de corazón y aunque era de esperarse, el contraste con la Francia victoriosa era demoledor. 

Edwin Bonheur podría haber salvado a Tell no Tales de no ser por la actuación espantosa que estaba brindando y que posiblemente sería la causa de que lo sustituyeran o de que le colocaran el último clavo en el ataúd de la eliminación. La prensa le echaría de culpa.

-Carlota, deberías contestar la llamada.
-Házlo y pide que te dejen el recado, gracias.

Tamara respondió y pidió al hablante que esperara un momento.

-Liukin, alguien quiere hablar contigo y no deberías ignorarlo.
-¿Quién es?

La mujer se encogió de hombros, pero Carlota decidió atender el teléfono.

-¿Hola?
-¿Carlota?
-Edwin... 
-Perdóname.
-Yo...
-Pensé anoche que ganaría el juego ¿qué ingenuo, no crees? Se me olvidó que era Alemania y que las cosas no podían salir bien.
-Edwin, no te des por vencido, todavía te puedes recuperar.
-Quería ponerte contenta ¿sabes?, le fallé a todos pero mucho más a ti y suena estúpido que te llame ahora para disculparme... No me gusta hacerte llorar y no soporto defraudarte, sólo quería hacerte feliz y que dejaras de sufrir al menos dos horas y ni siquiera eso pude hacer, cuánto lo siento.
-No te culpes.
-Carlota: cuando los héroes se equivocan, es hora de dejarlos de lado. No te acostumbres a la decepción ¿entiendes? Me has apoyado toda tu vida y te fallé en el momento más importante pero también me equivoqué antes y no sólo en una cancha, hasta te arrastré a mis problemas y eso me convierte en un canalla que no merece ni hacerte esta llamada. Lo siento, Carlota, lo siento.

El hombre terminó sin que la joven pudiera despedirse y ésta soltó a llorar, orillando a Tamara a abrazarla, como siempre que sucedía algo grave.

En el segundo tiempo de aquel dantesco partido, los alemanes ni siquieran se esforzaban en hacer algo más que un gol más, conscientes de que Edwin Bonheur había cosechado de nuevo el odio que en Tell no Tales le tenían y que en el estadio se manifestaba con abucheos e insultos, pero Miroslav Klose se detuvo un minuto junto a él e intercambiaron algunas palabras. La actitud de charla no obstante, se mantuvo durante el resto del encuentro y se antojaba reflexiva, como si el delantero alemán buscara un consejo prudente para su colega y de paso, ofrecerle ser su confidente, ya que entre ambos existía una simpatía que no habia podido manifestarse por motivos de distancia y de trabajo.

Esa tarde de junio, el mundo dio una vuelta de tuerca sin advertirlo y la ciudad de París cambió radicalmente su prematura entrada al otoño y su aire gris por renovar el resplandor de la cantera de rosa y el sol más hermoso que se hubiese sentido jamás, dando paso a nuevas flores y delicados perfumes. 

Aquella tarde de junio, en medio de una coincidencia extraordinaria y una suerte singular, Miroslav Klose entraba en la vida de Carlota.

 

sábado, 12 de julio de 2014

Sandra y Lleyton



Sandra Izbasa regresó a Tell no Tales en medio de la discreción de una noche templada y junto a sus padres, se trasladaba a un restaurante francés en el barrio Nanterre, en donde la esperaban algunos amigos familiares para una recepción de bienvenida. 

-¿Por qué no puedo ir a dormir? No conozco a nadie - se quejó. La joven leía un ejemplar de la revista "Hola" a la par de los bostezos.

-Pinta tus ojos - le ordenaron. Ella lo hizo de mala gana.

-Me encontré a Zooey en Hammersmith.
-Sandra, no hables de eso - reprendió su madre. 
-Les manda saludos.
-Te quiero amable con la gente, nada de mencionar a tu hermana.
-Preguntarán.
-Di que trabaja en el extranjero.
-¿En qué?
-En una oficina de UNESCO o Cruz Roja, nadie va a averiguar.
-Tienes amigos periodistas, mamá.
-De sociales, no profesionales.

Sandra permaneció callada, con la impresión de que no iba vestida de forma apropiada y dándose cuenta de que su aparente celebridad no le interesaba a nadie.

-Si te piden un discurso, lo das.
-No tengo nada qué decir.
-Exhibe tus medallas.
-Entonces no hablaré mucho.
-Hasta tu hermana era mejor para esto, por Dios.

La joven pensó en aquello. Zooey siempre animaba, quedaba bien, tenía algo qué decir así se tratara de una ridiculez y con el aspecto perfecto conquistaba a todos: era una diva de las fiestas.

-No te apures, Sandra, di lo que consideres necesario y nada más - oyó decir a su padre, mismo que prefería que ella permaneciera como su hija reservada y estudiosa, en vista de que todo le había salido mal con sus hijos mayores. La familia Izbasa invertía fuertes sumas en mantener su imagen de gente honrada pese a los shows mediáticos de Marian y Zooey, mismos que en su mayoría eran de bochorno absoluto.

-¿Te sientes preparada para esta recepción?
-Si, papá ... Supongo.
-Espero que al menos te dejen hablar con tu prometido.

Sandra tragó saliva y releyó la revista, optando por creer que había escuchado mal. En Hammersmith sus compañeras le habían mencionado algo parecido y ella lo había negado, no porque no fuera posible, sino porque la experiencia de Zooey con un marido impuesto le había hecho entender que ella tampoco iba a hacer el esfuerzo de soportar, en su caso, a un hombre viejo.

-Lleyton Eckhart es un caballero centrado, te encantará - mencionó su madre.
-¿Lleyton? Pero ...
-¿Qué ibas a decir?
-Nada.
-Él tiene un brillante futuro, está interesado en que tengas una carrera y esperará el tiempo prudente. Me lo agradecerás.

La chica volteó hacia su padre, mismo que le dirigió una mirada afirmativa, para resignarla.

-Los Eckhart gozan de nuestra confianza; Lleyton es perfecto para ti - remató el hombre y vió a su esposa con complicidad. Sandra no osaba siquiera contestar "no", debido a su tendencia a creer que sus padres no serían capaces de hacerle eso porque ella era diferente, la buena.

-¿Preparada? - inquirió su madre, Sandra asentó.

Cada ocasión que los Izbasa descendían de un vehículo, lo hacían con tal arrogancia que el público curioso olvidaba por segundos que eran los supuestos representantes del pueblo y los aclamaban como celebridades para acribillarlos por la mañana con críticas y sospechas múltiples de uso de dinero público en eventos privados. Consciente de tal circunstancia, Sandra agitaba la mano una vez y agachaba la cabeza ante la pena.

-Te acostumbrarás a la multitud - aseveró su madre - Levanta la cara y haz como si te gustara lo que pasa aquí.

Insegura y por ende titubeante, Sandra giró y sonrió, siendo desconcertada por flashes, que le provocaron la necesidad de cubrirse la cara y entrar corriendo al restaurante al sentirse imposibilitada de soportarlos un minuto más.

-No vuelvas a hacer semejante berrinche, la prensa te está comiendo viva desde ya - sentenció la madre - Lo arreglaremos pero es tu obligación aprender a ser una Izbasa; tu bisabuela de seguro está avergonzada.

Sandra observó a todos lados, con certeza de que le aguardaban más imágenes al ver las caras de los presentes, que aplaudían al contemplarla entrar.

-Bienvenida, campeona del mundo - saludó un presentador poco educado, no obstante la celebración que recibía semejante falta. Ella casi podía experimentar comezón en toda su piel; se preguntó si a eso se referían los que decían de vez en cuando que "tenían urticaria" por cualquier cosa. 

-¿Qué hago? ¿Doy la mano a cada invitado?
-Sólo a los que tengas muy cerca.
-Qué incómodo.
-Disimula.
-Trataré, mamá.

Sandra delataba cierta intención de no continuar caminando y poco después se percató que la gente se fijaba tremendamente en su atuendo. Su blusa blanca ponía en evidencia su inexperiencia y su media coleta le daba el tiro de gracia al revelar su extrema inocencia.

-Gracias a todos por venir - decía a los que estrechaban su mano o asentaba a los que la felicitaban mientras la voz se le distorsionaba y sus ademanes se tornaban torpes. 

-Me impresionó tu performance, tienes un temple admirable - señaló la invitada más pretenciosa. Sandra apenas logró soltarse de su mano.

-Yo... No esperaba... Qué sorpresa, es maravilloso que me dediquen su tiempo... Hay comida y bebida de sobra, sean felices - dijo la chica al pasar al centro del lugar - ¡La orquesta! De seguro la música será agradable ¿por qué no empiezan a tocar? ... ¡Disfruten todo!

Sandra supo que se había equivocado con sólo ver la expresión severa de su madre y la conmiseración de gran parte de la gente que la rodeaba. No transcurrían ni los primeros diez minutos y era el desastre.

-Lo siento, he estado agotada - declaró la chica - Las entrevistas y los fanáticos son importantes para mí.
-No te preocupes, lo entendemos - respondió la invitada pretenciosa. Sandra evitaba en lo posible cubrirse el rostro pero dio la media vuelta hacia un balcón y cerró una puerta tras de sí. Su madre se quedó excusándola e instando a los demás a disfrutar del festejo. La prensa de sociales no sería benévola.

Sin embargo, desde su nuevo lugar, Sandra distaba mucho de sentirse mejor. Por apresurarse, no se había dado cuenta de que no estaba aislada y que la persona a su lado huía de igual manera, pero la reconocía y vacilaba entre ignorarla o ser cortés.

-Tampoco me agrada esta fiesta.
-Regresaré con mis padres.
-Házlo antes de que nos vean o se den cuenta de que me escondí.
-Yo no sé a donde ir.
-Somos dos.
-¿Estás tomando whisky?
-Un trago, nada más.
-Yo desearía no haberte encontrado.
-No voy a casarme contigo, ténlo prometido.
-Menos mal que hay un poco de razón aquí.
-No quiero truncarte la vida, por Dios, esto es estúpido.
-Mis padres me han comprometido contigo y no tengo idea de quien eres.
-Los míos quieren verme como ministro de justicia y no te ofendas pero eres el trampolín.

Sandra miró a la calle con molestia.

-Lleyton, ¿qué vamos a hacer?
-Soy un adulto, hoy dije que no me involucro contigo.
-Gracias.
-Pero nuestros padres insisten; los tuyos aspiran a volverte una futura sucesora en presidencia y los míos están dispuestos a ayudar.
-Se olvidarán de esta locura, yo soy...
-Su mejor hija, eso piensan de ti y por eso buscan tu obediencia.... Al diablo con esto, tu hermana me habría parecido mejor.
-¿Zooey te gusta?
-No pero al menos ella tiene edad para manejarlo.
-¿Yo no?
-Te diré que sucederá si celebramos nuestra boda: te sentirás miserable, odiarás que te toque, me maldecirás y te convertirás en alcohólica.
-El que toma es otro.
-Yo me refugiaría en el trabajo para hacerte poco caso. Estamos predeterminados al fracaso.
-Mi carrera como gimnasta se acabará, mi piel se volverá seca, no podré enamorarme de ningún muchacho, no usaré ropa ajustada, adiós a mis veintes. ¿Qué digo a mis veintes? A mis dieciocho
-¿Te das cuenta de que ésta conversación es un disparate?

Sandra se dio cuenta de que Lleyton estaba en lo cierto y se conformó con mirar el piso de la calle desde su lugar.

-No te asomes, podrías caer.
-En "Hola" dan nuestro matrimonio como un hecho.
-La prensa rosa ha sido muy absurda, me es irritante aparecer como un candidato a ser atrapado por mujeres codiciosas.
-Yo debo leer esa revista, hablan de Zooey a menudo y a veces es la única forma de saber de ella; pero ahora soy yo la que tiene la atención y me asusta.
-Tu padre habla de reelegirse en dos años, supe que te forzarán a formar parte de su imagen pública y que tendrás a varios asesores para ello. 
-¿Y qué hay de ti? ¿Por qué debes estar conmigo?
-Te lo he dicho, para ser ministro más rápido.
-No hablo de eso.
-¿Entonces?
-¿Qué intereses tienen? ¿Nietos?
-En cuánto te gradúes en la universidad. Supe que eres muy inteligente, vas adelantada tres cursos.

Sandra miró a Lleyton y consideró oportuno creerle que no tenía interés en ella y que haría lo posible por evitar un compromiso.

-Házte un favor, enamórate de alguien.
-¿Tú lo has hecho?
-Conocí a una joven.
-¿Ella te quiere?
-Aun no pero es encantadora.
-Me alegra, Lleyton.
-Habrá chicos en la gimnasia que deseen salir contigo.
-No quiero mencionar más palabras sobre gimnasia, se ha vuelto poco agradable.
-¿Puedo saber el motivo? 
-No me agrada que digan que soy excelente. 
-Por algo ganas.
-Olvídalo y ocúpate de evitar que acabemos juntos, yo me las arreglaré para un novio.
-Te suplico que pienses bien lo que haces.
-Me esmero en no equivocarme.
-Tú y yo deberíamos fallar desde ahora.
-Dame un trago.
-Tampoco te apresures.
-Quédate con la chica que te gusta.
-Despreocúpate y ve a conocer a quien quieras.
-¿Si no funciona?
-Siempre hay alguien, despreocúpate. Entra a otro restaurante, ve el fútbol, siempre hay muchachos, funciona.
-Gracias.
-Es verano, diviértete.

Lleyton sonrió y acabó su bebida de un sorbo, pensando en el consejo que acababa de dar. Sandra permaneció observándolo, interrogándose sobre que hubiera pasado con Trankov en Hammersmith de atreverse a hacer algo.

Había sido una tonta.