A David Luiz.
-Liukin, si apareces mañana en el periódico viéndote así, te mato.
-No va a pasar nada.
-Ves la tempestad y no te hincas. Todo el país se te echará encima si alguien te cacha con el jersey de Tell no Tales.
Carlota no se cubrió y se ató el
cabello mientras se cercioraba de que sus tenis no tuviesen un hoyo o no estuvieran sucios debido a los pisotones que había recibido de parte de los asistentes, demostrando un exquisito porte aun en fachas. Su pantalón de mezclilla era igual de viejo que todo lo demás.
Aquella jornada era calurosa y el ambiente de París no insinuaba cambios cuando el rostro de Edwin Bonheur se hizo ver en la pantalla al lado del árbitro. Carlota se entusiasmó cuando constató que él se había colocado una insignia bordada por ella y le deseó buena suerte, así fuera a distancia. El ambiente aparente en el estadio era de fiesta tellnotelliana y se decía que los espectadores pagaban boletos de 500 € con los revendedores.
-Al menos son mayoría, tapizan con sus banderas todo lo que se les ocurre - notó Tamara, curiosa por saber el desenlace. En la ceremonia de los himnos, la euforia de los sureños opacaba a los teutones más alegres.
-"El líder de goleo es este hombre, Miroslav Klose; por otro lado el portero de Tell no Tales, Edwin Bonheur se ha convertido en la figura. Ambos estrechan manos, son los capitanes y el sorteo favorece al de los guantes" - destacaba un narrador. El equipo alemán parecía imbatible ante el calor.
-Bueno, hay que aceptar que Edwin ha llegado más lejos de lo que imaginó - añadió Tamara. Tell no Tales llevaba tres victorias al hilo, la última había sido una heroica ante Italia.
-Edwin ganará - dijo Carlota cuando comenzó el encuentro. El primer balón tocado por él era un saque de meta después de un tiro nada amenazante.
Los minutos iniciales eran de encierro absoluto en el área alemana y el ataque tellnotelliano lucía pobre, con cambios de juego retrasados y pocas llegadas a medio campo. Los jugadores no
parecían entender qué hacer para abrir la cancha y nadie se atrevía a tirar desde larga distancia.
-Dios, qué aburrido - comentó Tamara y se fue a comprar una paleta helada mientras Carlota parecía ordenar a la pantalla qué debían hacer los tellnotellianos para mínimo estrellar el balón en el poste. Por supuesto, nadie hacia nada.
-Liukin, estás perdiendo el tiempo - dijo la mujer al volver.
-Claro que no, quiero ver que va a hacer Edwin.
-Pues con ese equipo, el ridículo es seguro.
-Lo mismo repetías con Argentina, Argelia e Italia.
-Ay, tú de fútbol no sabes, estás pollita.
-¿Qué?
-Tell no Tales va a perder miserablemente y no me van a alcanzar los pañuelos para tus mocos.
-¡Hey!
-Es una broma, je je.
Tamara en secreto deseaba que Tell no Tales ganara y le divertía más saber que no ocurriría, puesto que aquel conjunto estaba conformado por troncos y petardos de la peor estirpe, vende humos profesionales y un portero fenomenal con tan mala suerte que sabía de su sentencia desde antes de saltar a la cancha y apenas ocultaba que detectaba el escenario derrotista. El primer contragolpe germano encaraba a Klose con Edwin y la atajada era espectacular.
-Nadie marca al tal Schürrle, todos van como idiotas detrás de la pelota.
-¡Al que tienen que cuidar es a Klose!
-Liukin, en serio, calla.
Carlota no entendía por qué debía guardar silencio y se desesperaba ante la nulidad del esquema táctico de Tell no Tales, carente de todo, menos torpeza.
-"¡Klose baja el esférico, Schürrle está solo frente al marco recibe el pase ... ¡Golazo! ¡Golazo de Alemania, pedazo de gol de Schürrle, directo al ángulo! Edwin Bonheur nunca alcanzaría ese balón!"
Carlota realizó una expresión cercana a la de haber recibido un balde de agua fría y desde su sitio observó las tomas del tanto sin pestañear.
-¿Quién demonios deja a los alemanes libres en el área?
-Edwin alentará a sus compañeros, es un gran capitán.
-Alemania con una oportunidad y adiós partido.
-¿Tú crees?
-Bueno, Tell no Tales responderá.
-¿Me estás siguiendo la corriente?
-Liukin, de verdad espero que tu amigo gane.
Tamara sabía que el empate era imposible.
-¡No dejen solo a Edwin! ¡No, no! - gritó Carlota justo antes de que Miroslav Klose aprovechara un rebote y encajara el segundo balón en la portería sureña. La joven no se reponía del asombro cuando el mismo Klose anotaba el tercero después de anticipar a un defensa.
-Es un desastre.
Y la debacle continuó con una triada de goles más.
-¡Edwin, por el amor de dios, esas pelotas eran muy fáciles de detener! - exclamó una decepcionada Carlota que casi lloraba.
-No esperaba que tu amigo perdiera así - confesó Tamara.
-¡Por favor no, otro no! - expresó la joven Liukin segundos previos a contemplar el seis a cero y a Edwin postrado en el césped, escondiendo su cara entre las manos.
-Edwin nunca falla, esto no está pasando.
-Carlota, guarda la calma.
-¿En qué minuto van?
-Treinta y cinco.
-No es cierto, Edwin no pudo haber permitido esto tan rápido...
Un primer tiempo tan pesado, tan malo, una pesadilla, culminaba con el gol de la honra, uno hecho justamente por Edwin Bonheur mientras los defensas alemanes lo dejaban pasar, sin saber si le hacían un favor o lo humillaban más. Miroslav Klose lo reconfortaba después del silbatazo para ir al descanso.
-Carlota ¿estás bien?
-Llévame con papá.
-De acuerdo, pónte el suéter.
-Hace calor.
-El aire se enfría.
-Bien, dámelo.
-¿Necesitas un abrazo?
-Yo no.
Cabizbaja, Carlota Liukin tomó la mano de Tamara y se dirigieron a la casa de Romain Haguenauer en Montmartre, a paso lento, con las calles vacías y muchas banderas colgando de las ventanas. En algunas aceras, escasos niños jugaban fútbol y trataban de imitar los goles de Thierry Henry o los tiros de Zidane de aquella tarde alegre. Tell no Tales era un equipo cansado, nada combativo y sin un ápice de corazón y aunque era de esperarse, el contraste con la Francia victoriosa era demoledor.
Edwin Bonheur podría haber salvado a Tell no Tales de no ser por la actuación espantosa que estaba brindando y que posiblemente sería la causa de que lo sustituyeran o de que le colocaran el último clavo en el ataúd de la eliminación. La prensa le echaría de culpa.
-Carlota, deberías contestar la llamada.
-Házlo y pide que te dejen el recado, gracias.
Tamara respondió y pidió al hablante que esperara un momento.
-Liukin, alguien quiere hablar contigo y no deberías ignorarlo.
-¿Quién es?
La mujer se encogió de hombros, pero Carlota decidió atender el teléfono.
-¿Hola?
-¿Carlota?
-Edwin...
-Perdóname.
-Yo...
-Pensé anoche que ganaría el juego ¿qué ingenuo, no crees? Se me olvidó que era Alemania y que las cosas no podían salir bien.
-Edwin, no te des por vencido, todavía te puedes recuperar.
-Quería ponerte contenta ¿sabes?, le fallé a todos pero mucho más a ti y suena estúpido que te llame ahora para disculparme... No me gusta hacerte llorar y no soporto defraudarte, sólo quería hacerte feliz y que dejaras de sufrir al menos dos horas y ni siquiera eso pude hacer, cuánto lo siento.
-No te culpes.
-Carlota: cuando los héroes se equivocan, es hora de dejarlos de lado. No te acostumbres a la decepción ¿entiendes? Me has apoyado toda tu vida y te fallé en el momento más importante pero también me equivoqué antes y no sólo en una cancha, hasta te arrastré a mis problemas y eso me convierte en un canalla que no merece ni hacerte esta llamada. Lo siento, Carlota, lo siento.
El hombre terminó sin que la joven pudiera despedirse y ésta soltó a llorar, orillando a Tamara a abrazarla, como siempre que sucedía algo grave.
En el segundo tiempo de aquel dantesco partido, los alemanes ni siquieran se esforzaban en hacer algo más que un gol más, conscientes de que Edwin Bonheur había cosechado de nuevo el odio que en Tell no Tales le tenían y que en el estadio se manifestaba con abucheos e insultos, pero Miroslav Klose se detuvo un minuto junto a él e intercambiaron algunas palabras. La actitud de charla no obstante, se mantuvo durante el resto del encuentro y se antojaba reflexiva, como si el delantero alemán buscara un consejo prudente para su colega y de paso, ofrecerle ser su confidente, ya que entre ambos existía una simpatía que no habia podido manifestarse por motivos de distancia y de trabajo.
Esa tarde de junio, el mundo dio una vuelta de tuerca sin advertirlo y la ciudad de París cambió radicalmente su prematura entrada al otoño y su aire gris por renovar el resplandor de la cantera de rosa y el sol más hermoso que se hubiese sentido jamás, dando paso a nuevas flores y delicados perfumes.
Aquella tarde de junio, en medio de una coincidencia extraordinaria y una suerte singular, Miroslav Klose entraba en la vida de Carlota.
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