viernes, 26 de febrero de 2021

Las pestes también se van (Katarina y Ricardo)

Venecia, Italia. 17 de noviembre de 2002.

El hotel Messner es igual a otros tantos: No hay mucho qué hacer cuando se es huésped. Y cuando se es Ricardo Liukin, menos. Él prácticamente se sentía mejor por la mañana, lo suficiente para levantarse unos minutos mientras Miguel dormía a causa del antiviral. La lluvia era fuerte en la ciudad, de acuerdo al noticiero local las funerarias se estaban llenando y la sirena que anunciaba la emergencia general sonaba cada hora, siendo muy molesta.

-Tengo frío - comentó el señor Liukin y se puso a leer el periódico del día anterior, pensando que mucha gente había sido feliz hasta la tarde, cuando el contagio se disparó. Era domingo y no parecía que algo nuevo pasaría, pero consultar los anuncios clasificados siempre es buena idea y luego de encontrarse con opciones de plomería y carpintería tan útiles cuando se vive en Venecia, Ricardo Liukin se topó con una oferta que le interesó inmediatamente: La vacante de sous chef del restaurante Terrazza Danieli en el hotel Danieli en Castello. Se ofrecía un sueldo decente a condición de contar con experiencia mínima de cinco años y era imprescindible tener alguna especialidad en gastronomía mediterránea para competir.

-Mi memoria es bastante mala - dijo Ricardo para sí mismo, visualizando la entrevista y los peros que le pondrían antes de decirle que sí. También pensó en lo que sucedería si dejaba la gelateria "Il Dolce d'oro", en la reacción de Anna Berton, en lo que diría su familia y en si tendría tiempo para sí mismo porque Italia no era Tell no Tales y aún debía estudiar para conocer mejor la comida veneciana.

El sueño comenzaba a tomar forma y parte de ello era la recepción de una llamada desde el hospital San Marco Della Pietà. Ricardo optó por apartarse con tal de que Miguel no le escuchara cuando le hablaran de Katarina Leoncavallo.

-Ciao, soy Ricardo Liukin... Me da gusto hablar con usted, doctor Gatell... Sigo cansado pero no tengo congestión y hace rato dejé de estornudar... ¿Hay alguna novedad? Tengo tres pacientes y luego hablaré con mis hijos para saber cómo están... ¿Tennant no tiene fiebre? Perfecto ¿De Maeva no le han dicho?... ¿Igual que ayer? Voy a tener una preocupación... Disculpe ¿Qué puede decirme de Katarina? ¿Amaneció mejor? ¿Cuándo sale de Terapia Intensiva? Oí que pudo comer.

El señor Liukin se limitaba a enterarse que Katarina estaba por desayunar pero seguía muy débil y con su temperatura corporal apenas más baja que el día anterior, su saturación de oxígeno había registrado un ligero aumento y su humor parecía haber cambiado a uno más entusiasta. Un poco de color volvía a sus mejillas.

-No deje de informarme, por favor - solicitó un par de veces y el doctor Gatell afirmaba que lo haría mientras durara su turno. Habría una llamada a mediodía y otra en punto de las cuatro; quizás algo extraordinario ameritaría no respetar los horarios.

-Otra sirena. Que rápido llegamos al infierno - pensó Ricardo al abandonar su celular y volver a recostarse para seguir imaginando el nuevo empleo. La Terrazza Danieli era un restaurante costoso ubicado en un hotel de cinco estrellas, con buena presencia de clientes especiales y una carta más o menos ambiciosa. Se decía que los venecianos tenían que darse una oportunidad en la vida para regalarse una cena en ese lugar y la vista a la laguna era maravillosa. Pero era claro que, como otras tantas cosas de gran reputación, la fama no le impresionaba a Ricardo Liukin y seguramente, a su refinado y secreto olfato tampoco. Llegando a la postulación se daría cuenta si estaba equivocado o si su ambición se había esfumado junto con varios recuerdos. Aun tenía la sensación decepcionante de su visita al restaurante Gentile Bellini y deseaba probar que podía hacer cosas mejores. Por otro lado, la cuenta de hospedaje en el hotel Florida le daba para pensar que podía costearse alguna renta y llevaba días buscando algún departamento pequeño que no le hiciera sufrir tanto. Tal vez, el salario en la Terrazza Danieli no se haría ceniza.

Cuando la lluvia se transformó en tormenta, los gritos de los buzos y empleados del vaporetti se oyeron por toda la ciudad. Era inseguro permanecer cerca de la Laguna y la estación de buzos de la Fondamenta San Marco debió ser evacuada mientras el vendaval y la marea entraban a la plaza principal para iniciar con la inundación de Venecia y acarrear dificultades extra en el traslado de pacientes con influenza. Pronto, la planta baja del hotel Messner se llenó de agua y entonces el día se convirtió en una dificultad colectiva indeseable. El sistema de bombeo en los hospitales no sería suficiente y las brigadas de buzos debían concentrarse en ello para paliar las circunstancias lo mejor posible. Ricardo se alegró de que Miguel estuviera a salvo.

Al mismo tiempo, pero en el hospital San Marco Della Pietà, Katarina Leoncavallo percibía el sonido agresivo del viento como un murmullo hermoso. Tenía frío y se le notó en los ojos luego de que una enfermera le ayudara a colocarse una nueva bata blanca y cambiara su manta gris por una verde más cómoda. Le habían llevado un desayuno normal aunque le dijeron que estaba obligada a terminarse el pan tostado. Su mascarilla de oxígeno había sido sustituida por un tanque personal y se preguntaba si estaba mejorando luego de pasar un terrorífico primer día con influenza.

-"¿Por qué Juulia salió en horas de aquí?" - se preguntó mientras bebía un jugo y leía las anotaciones que habían colocado sobre la cabecera.

-¡No soy una paciente molesta! - gritó luego de saber que la habían catalogado como tal y del enojo, el doctor Gatell la contempló devorando un trozo de queso y salsa de tomate.

-Les dije que eres muy agradable - rió él en saludo.
-Me he portado bien.
-Claro que sí.
-No se burle.
-Katarina, no creo que te ayude este berrinche.
-¡No estoy haciendo puchero!
-Te ves con fuerza, ayer parecía que te ibas a romper.
-Está helando.
-Llueve mucho.
-¿Nos vamos a inundar, doctor?
-Estamos con el agua en el cuello.
-Miguel ha de estar trabajando.
-¿Quién?
-Mi novio.
-Ah, ese chico. Olvídalo, se enfermó.
-¿Influenza? Lo contagié.
-No creo, la infección tarda de dos días a una semana para manifestarse.
-¿Y Ricardo?
-Lo envié a casa
-¡Van a matarme!
-Katarina, no creo que estén de ánimos.
-Prometí terminar con Miguel.
-Harías bien.
-¿Por qué mintió por mí, doctor?
-Porque eres mi paciente.
-Sólo eso.
-Hagas lo que hagas, Ricardo y Miguel pelearán. No vuelvas a meterte con algún suegro en el futuro.
-¿Por qué me siento mal?
-¿Remordimiento?

Katarina no respondió y su mente quedó en blanco varios segundos. El doctor Gatell asumió que ella no hablaría más y resolvió revisarle sus signos vitales cuando volviera a recostarse. La tranquilidad quería retornar pero poco después ingresaron un par de enfermeras con el semblante entusiasta y cuchicheando sobre un paciente del quinto piso que tenía fascinadas a las mujeres del hospital.

-"Tommy sigue internado ¿Tan mal la estará pasando?" - se preguntó la joven Leoncavallo con ironía y levantó su ceja izquierda al escuchar que el tipo le había dado su teléfono a un par de chicas y le prometía un casting en Las Vegas a otra.

-"Si supieran para qué las quiere, dejarían de reírse como idiotas" - se dijo Katarina al terminar con su desayuno y pensó en cuánto deseaba encontrarse con ese hombre para saber por qué la había buscado a pesar de su riña neoyorkina. Quizás existían fantasías mutuas y a ella le sedujo pensar en el encuentro frustrado del club de strippers, en la adrenalina de excitarse en público y de rozar los músculos de semejante hombre atractivo. Pero supo luego que aquello sería muy distinto si se concretaba; que de llegar a quitarse la ropa, el tal Tommy Gunn no tomaría una larga pausa para deslumbrarse.

-"¡Rayos, estar con Ricardo se sintió tan bien!" - se reafirmó a sí misma y la culpa se le reflejó en el rostro. Por un momento, imaginó que Maurizio Leoncavallo se enteraba y Maragaglio estallaba. También creyó ver a Miguel confrontando a Ricardo con incredulidad; se imaginaba a los cuatro hombres peleando por ella pero decepcionando mínimo a tres o tal vez cuatro porque estaba segura de que alguien le diría a Marat Safin y este la rechazaría mucho más que antes. Las acciones recientes de Katarina Leoncavallo estaban marcadas por los celos y el despecho pero también por desesperación y vanidad y creyó sentir los ojos de Ricardo sobre su cuerpo antes de decirle que por el bien de todos, no volvería a verla.

-¡Me equivoqué! Debí dejar todo como estaba - le contó al doctor Gatell.
-Tampoco eras feliz.
-Pero no habría hecho tantas tonterías ¡Estoy enfadada!
-¿Con qué?
-¡Odio a Carlota Liukin! ¡Me quita a mi hermano, mi familia la adora, tiene un padre que la quiere, se quedó con Marat y Maragaglio me dejó por ella! 
-A veces creo que exageras.
-Marat me gusta mucho ¿Por qué no tuve oportunidad? 
-Herir a Carlota Liukin no te sentará bien.
-No puedo quedarme quieta.
-Eres más afortunada de lo que crees, a Ricardo y a Maragaglio les importas y aunque hayas hecho las cosas mal, alguno de ellos no te abandonará.

Alessandro Gatell consideró sonar a un romántico personaje secundario y se limitó a realizar notas sin detenerse a pensar por algo. El hospital estaba saturado y debía atender a muchas personas sin poder omitir el papeleo para lidiar con los burócratas y los sindicalistas. Muchos contagios de influenza se estaban registrando en la policía y en Intelligenza Italiana así que cabía desear que al menos los cuerpos de rescate, buzos, bomberos y la guardia marítima no se vieran tan afectados.

-Katarina, si sigues mejorando voy a pedir que te trasladen mañana al quinto piso. La fiebre es la que no se te quita, así que mandé a hacerte análisis, termina de comer y descansa - anunció Gatell al terminar de llenar unas formas. En ese instante hizo más frío.

-¿Análisis de qué? - preguntó Katarina.
-Orina y sangre. Quiero estar seguro de que tenemos un sólo problema y no dos o tres.
-¿Algo me va a doler?
-La nariz.
-Gracias, doctor.
-No me gustó tu sarcasmo.
-Lo siento.
-Es broma, Katy.

Gatell sonrió y su paciente se sonrojó por alguna razón, desconcertándolo un poco y motivándolo a verificar el estado de otros enfermos.

Mientras avanzaba el día, tanto en el hotel Messner como el hospital sucedían algunas cosas llamativas. La primera tenía que ver con los tanques de oxígeno agotados, que se habían almacenado meses atrás sin planear que llegarían a requerirse. La otra era la inquietud creciente entre los contagiados sobre la insólita fuerza de su enfermedad y cómo les devolvía y les quitaba la energía con violencia. Los delirios eran los peores tormentos y tanto Ricardo como Katarina temían experimentarlos porque sus consciencias distaban de ser inocentes. En un momento dado, ambos empleaban todo su esfuerzo en no dormir y cada uno en su lugar tenía certeza de la angustia del otro, aunque Ricardo no se sentía culpable sino cínico, como un buen patán de juventud que jamás se había ido.

Katarina en su cama sí sentía que iba a terminar confesando su fechoría apenas se recuperara y Miguel estuviera de frente. Su primer noviazgo había durado lo mismo que una pastilla de menta en la boca y todo por tonta. Había planeado ser feliz con él, desbordar todo su amor, hornearle pasteles, derramar miel, aferrarse. Tommy Gunn había sido un accidente pero Marat Safin la había devastado entre deseo y enojo incontenible y Ricardo Liukin había encendido la mecha de su pasión más corporal. Ella deseaba poner orden a sus sentimientos y recordó que Maragaglio era el otro gran culpable de su explosiva lujuria, el más ruin de los hombres en ese caos imparable. El que más la hacía sentir estúpida, rechazada y humillada, el que la había ilusionado con saciar su curiosidad sexual utilizando un beso y había huído asustado al comprobar que ella lo tomaba en serio ¿Por qué le daba tantas vueltas a ese asunto si sabía perfectamente que Marat y Maragaglio la tenían exaltada? Y de pensar que Carlota compartía un helado con su lindo tenista y sus confidencias con su precioso cuidador, sentía el ardor en el estómago. Suficiente había tenido con perder la dedicación de su hermano un mes antes. Pero ahora era tan diferente, con su cuerpo pidiendo a gritos sentir a un hombre excitado. Entonces, Katarina entendió que había infligido un golpe durísimo a Carlota Liukin en réplica sin siquiera notarlo. Y suspiró por Ricardo, por lo que le había hecho sentir, por hacerla sonreír, por provocar que olvidara sus desórdenes para concentrarse en ser sólo ella con él. 

Ricardo Liukin era igual de íntimo al respecto. Él entendía mejor la magnitud de su traición, lo que implicaba al interior de su familia. No lo lamentaba pero prefería el silencio a los gritos. Katarina Leoncavallo lo había tomado por sorpresa, le había dado la oportunidad de disfrutar su atracción secreta, de ser en la cama el tipo de hombre que había anhelado siempre, un salvaje que se topaba con una mujer que lo trataba con la misma intensidad para luego volver a ser un humano en los momentos de calma. La quería de nuevo para él y no pensaba en detenerse por nadie. Katarina representaba su sueño más profundo de pasión y cuerpo, su revancha consigo mismo luego de su letargo por viudez, la prueba de que aún seguía vivo y era ardoroso. De ahí el cinismo, su reencuentro con la parte más oscura de su personalidad: El ser malo con tal de vivir. 

-"¡Me estoy volviendo loco!" - exclamó internamente, mientras Katarina expresaba algo similar a su distancia.