lunes, 18 de noviembre de 2019

Katarina no es la misma

Kaetlyn Osmond y Trennt Michaud/ Foto cortesía de tumblr.

Venecia, Italia. Viernes, 15 de noviembre de 2002. 12:00 p.m.

En la estación de Santa Lucía había cierta expectativa cuando el tren rápido desde Mónaco hacía su aparición y la razón principal era la baja afluencia de turistas. Katarina Leoncavallo lo constató ese viernes, cuando al descender encontró a Miguel Ángel Louvier en el andén sin tener que atravesar un mar de rostros. Él la recibía con los abrazos abiertos.

-Te extrañé, Katy - dijo el chico en su oído.
-Yo también pensé en ti.
-¿Estás llorando?
-No o sí, sólo quería regresar.
-¿La pasaste mal en París?
-Es un lugar muy hermoso.
-¿Qué pasó en Mónaco ayer?
-Me divertí porque fui a la playa que me recomendaste.
-¿Te gustó?
-¿Me ves diferente, Miguel?
-No.
-Me corté el cabello.
-¿Tú...? Ay, lo siento.
-Lo hice en Nueva York.
-Me gusta.
-¿De verdad?
-Katy, eres preciosa.

Miguel no se contuvo un segundo más y besó los labios de Katarina, misma que le correspondió sin dejar sus lágrimas cesar.

-¿Qué tienes?
-Nada, es sólo que me emociono por todo.
-Te vi en Skate America y me puse feliz por tu medalla, Katy.
-Gracias, creí que no la ganaría.
-Eres un cisne muy bello.

Ella pensó que su novio estaba siendo amable y tal vez le preguntaría más tarde sobre lo que había pasado al otro lado del mundo. Estando a punto de intentar sonreír, la joven supo que no estaban solos.

-¿Trajiste a tu papá, Miguel?
-Oh, yo le pedí venir. Es que tengo que volver al trabajo, sólo me dieron permiso de venir a recibirte.
-¿Tienes que ir con los buzos ahora?
-Perdona, Katarina.
-No te preocupes, Miguel.
-Papá te llevará a casa.
-¿De verdad?... Buenas tardes, señor Liukin.

Ricardo Liukin se hallaba frente a ellos, con su camisa de mangas hasta el codo, como si hubiera pasado la mañana cocinando.

-Buenas tardes, señorita Leoncavallo. Felicitaciones por su medalla en Skate America.
-Se lo agradezco.
-Miguel pasó algunas noches en vela para poder apoyarla. Sus compañeros no dejan de molestarlo por eso.
-Lo siento tanto.
-No se preocupe. Mi hijo sabe que están celosos.

Katarina sonrió ante tal broma y Ricardo se sorprendió de que entendiera la mala ironía. Miguel en cambio, estaba satisfecho de que al fin hubiera cierto agrado mutuo luego de casi dos semanas de escuchar a su familia calificar a su novia como "bruja" y "araña" cada que preguntaba si había recibido algún recado desde Nueva York.

-Mis compañeros me esperan en Castello. Perdón si me voy a prisa - agregó el chico, besando a Katarina.

-¿No te molesta, papá?
-Ve tranquilo, Miguel.
-Muchas gracias.

Ricardo vio al feliz muchacho alejarse, volteando por su bella novia en el andén lo más que se pudiera hasta llegar al corredor y acelerar su paso para llegar al trabajo. Los buzos de Venecia revisaban los puentes para darles mantenimiento y como buen aprendiz, Miguel tenía que tomar notas, ayudar a sacar desperdicios y levantar señales azules o rojas para indicarle a los conductores de vaporetti, lanchas y acqua taxis si su paso era seguro, debían disminuir la velocidad o alejarse.

-Miguel ha estado cubriendo doble turno. Parece que le asignarán a un equipo pronto - señaló Ricardo.
-Me contó que le faltan unos meses de entrenamiento básico - contestó Katarina.
-No lo sé. Un día lo mandan a Castello y al otro en Giudecca y mañana quien sabe pero le han dicho que tal vez se quede con el grupo de Dorsoduro porque al líder del sector le cae bien.

Ella sonrió apenas y él tomó su maleta para tener la cortesía de ayudarla.

-Iremos a la Calle del Pignater, ¿cierto?
-Señor Liukin ¿cuánto cuesta una habitación en el hotel Florida?
-¿Sencilla o doble?
-Una con ducha.
-Eso depende del dueño, a mí me cobra 20€ la noche y donde duermen Carlota y Yuko es más caro.
-¿Podríamos preguntar?
-Claro.
-Es que no quiero volver a casa.

Ricardo no curioseó en los motivos.

-¿Cree que me dejen estar con Miguel?
-Bueno, ambos pagarían un cuarto doble ¿han hablado de eso?
-Pensé en darle una sorpresa.
-Deberían ponerse de acuerdo porque él comparte gastos con Tennant.
-Entonces alquilaré algo y tal vez lo convenza de mudarse conmigo.
-¿No crees que vas muy rápido?
-Iré por mis cosas más tarde.

La joven sonaba tan determinada que Ricardo se hizo a la idea de verla a diario en los pasillos del hotel y pasando más tiempo con la familia Liukin del que desearía. A pesar de todo, prefería tener en mente que añadiría un plato extra en la cena familiar y tal vez Katarina llegaría a caerle bien si la conocía mejor. Él odiaba sentir lástima por ella.

Desde la charla con Anna Berton sobre Maragaglio y el secreto que Maeva le había compartido sobre él, Ricardo Liukin consideraba apartarse de la familia Leoncavallo tanto como fuera posible. No le gustaba su historia, ni su parecido físico, mucho menos la actitud de orgullosa superioridad que aquel clan tomaba escudándose en la memoria del repelente pero heroico abuelo partigiano. Cierto era que Maurizio Leoncavallo contaba con su estima, aunque no era suficiente para tolerar a los demás y con Katarina tampoco era alentador.

-Supongo que estuvo con Carlota en París, señorita - comentó Ricardo rumbo a la salida.
-Entrenamos juntas en Bércy.
-¿Algo más?
-Me presento a sus amigos.
-Es una sorpresa verle aquí. Supe que usted planeaba estar en Francia con su hermano.
-Su cumpleaños es mañana.
-Eso lo hace más raro. Creí que no se lo perdería.
-Me dan ganas de viajar otra vez para felicitarlo.

"¿Por qué no lo hace?" deseó saber él pero se contuvo con tal de recibir más información. La noche anterior se había enterado de una pelea entre la joven y su hermano y eso era intrigante per se. Todo el tiempo eran tan cariñosos entre sí, que algo excepcional tenía que ocurrir y tal vez era de importancia.

-Carlota le ha comprado un obsequio a Maurizio. No me dijo qué es - prosiguió Ricardo.
-Es una pluma fuente.
-¿Usted la vio?
-Ella no es muy discreta. Bueno, mi hermano no imagina nada. Carlota elige bonitas envolturas azules.
-Mi hija es así.
-¿La vio patinar ayer?
-Por supuesto, Katarina.
-En el entrenamiento fue más hermoso.
-¿De verdad?
-Maurizio estaba tan feliz por eso...

La tristeza de Katarina Leoncavallo al respecto le ocasionaba ir con la cabeza baja y no mover los labios. Ricardo lo tomaba como una pista valiosa y aquello lo orilló a caminar lentamente por la Fondamenta de Cannaregio rumbo a la cercana Calle Priuli Ai Cavaletti. La chica lo seguía dócilmente y se sorprendía de la facilidad para hallar el hotel Florida con su fachada color rojo ladrillo. Tal y como Maurizio había dicho, existía un único balcón que pertenecía a la habitación de Carlota Liukin y Katarina se imaginó la escena donde él contemplaba a aquella niña hacia lo alto para preguntar por su padre. Seguro había sido en una noche estrellada.

-Hay habitaciones en los pisos tres y cuatro. Deseo que encuentre lo que busca - se despedía Ricardo aunque enseguida reparara en que estaba siendo de golpe un grosero - Olvídelo, Katarina. Hallaremos un lugar decente - se disculpó y luego de cederle el paso, él mismo preguntó al recepcionista si estaba disponible la habitación doble del número once en el segundo piso. Ella no tenía idea de qué decir cuando Ricardo preguntaba por detalles como la vista a la calle, si el baño era completo o las camas eran individuales. Katarina sólo estaba interesada en el precio de 30€ por noche y en descansar antes de ir a la casa familiar a sacar sus cosas.

-Señorita, esta es su llave - indicó el recepcionista y la llevó enseguida delante de una puerta de madera clara cuyos números de cobre se habían caído recientemente. Ella de inmediato corrió las cortinas y abrió la ventana, distinguiendo enseguida el local de bebidas de enfrente y un pequeño nido sobre un poste. El cuarto era mejor de lo que ella buscaba.

-Hay desayuno de cortesía y el hotel cierra a las dos de la mañana - siguió el empleado.
-Entiendo ¿Abren temprano?
-A las seis.
-Es perfecto.
-La dejo, señorita.

Katarina agradeció con una sonrisa y vio al hombrecillo irse sin olvidar dejarle unas mentas de cortesía en la mesita junto a la entrada. Ricardo en cambio, no daba la media vuelta por consultarle si necesitaba alguna otra cosa.

-Descuide, estoy bien, señor Liukin.
-Revisaré los focos por usted.
-Oh, gracias.
-El principal funciona bien ¿Le molesta si veo el del tocador?
-No.
-Está en orden y los apagadores no se traban... Hay un tapón en el lavabo ¿Quiere que lo arregle, señorita?
-¿Tapón?
-Hubo huéspedes hasta ayer y no creo que hayan reportado el problema. Iré por la herramienta y ajustaré los grifos de la regadera por si acaso... ¿Quiere sustituir las sábanas?
-¿Es necesario?
-Créame que sí.
-Le pediré al chico del servicio que lo haga.
-Mejor las metemos en una bolsa y las llevamos a la lavandería. Le aseguro que no se darán cuenta, Katarina.
-Le haré caso, señor Liukin.
-Bienvenida al hotel.

Ella sonrió apenas y dobló las sábanas, dedicándose luego a verificar si el armario tenía espacio suficiente o había polillas.

-No me tardo ¿Todo está bien? - pronunció Ricardo al entrar nuevamente.
-Sí... ¿Le ayudo?
-No es nada, descanse.

Katarina Leoncavallo optó por recargarse en la puerta del baño y supo que un trozo de esponja causaba que el agua tardara en fluir en el lavabo. La ducha por otro lado, estaba cubierta por un poco de sarro aunque frotar con algún cepillo de limpieza sería suficiente y el retrete funcionaba sin novedad.

-Muchas gracias, señor Liukin.
-De nada, señorita. Si desea algo, estoy en la habitación ocho.
-¿Cómo puedo agradecerle?
-Katarina, estamos a mano.
-¡No! ¿Cómo es eso?
-La quise auxiliar, somos vecinos. Cuando llegue Miguel, le avisaré.
-Lo estoy molestando.
-Tengo una idea.
-¿Cuál?
-¿Le parece bien si la llevo a la lavandería y me platica sobre Carlota? Es que no me fío mucho de Maragaglio y se la pasa diciéndome que todo va bien.
-Maragaglio es un idiota.
-¿Qué? Perdón pero ¿pasa algo con él?
-¡Nada!.. He estado llorando todo este tiempo, creo que son mis hormonas.
-La dejo sola y me disculpo...
-¡No se disculpe! ¡Me fue horrible en París y en Mónaco estuvo igual y no sé por qué lo estoy diciendo si a usted ni le importa!
-Katarina, yo me voy si es lo que necesita.

La joven asentó y vio al suelo.

-¡Señor Liukin! ¿Podría despejarme una duda?
-¿Yo?
-Es que algo me ocurrió en París.
-No sé si sirva un consejo mío.
-¿Por qué rechazaría a una mujer?
-¿Rechazar?... La primera razón es que a lo mejor no me gusta.
-Pero ¿si usted la besara primero?
-Katarina, seré indiscreto ¿De qué estamos hablando?
-De que alguien me besó y después me dejó sola en una cabina fotográfica en París.
-¿Engañaste a Miguel?
-El hombre no me quiso ¿Aun es malo?

Ricardo deseaba enfadarse pero le llamó la atención que alguien despertara en Katarina angustia y llanto. Confundido aún, se le aproximó y ambos tomaron asiento sobre la alfombra.

-¿Es por eso que has estado llorando? - prosiguió él.
-En parte sí.
-¿Qué hiciste en París?
-Entrené con mi hermanito y fuimos al Centre Pompidou.
-La verdad, Katarina.
-Eso pasó.
-Lo otro ¿Quién te besó y por qué?
-"Él" y yo estábamos peleando y me metió a la cabina para calmarnos.
-¿Por qué reñían?
-Ay, señor Liukin, me va a matar.
-¿Por?
-"Él" y yo discutíamos por Marat Safin. Es que casi pierdo el control, creo.

Escasos motivos podían dejar a Ricardo boquiabierto como semejante revelación de que aquella joven mujer tenía ojos para un hombre distinto a su hermano. De tan inesperado, cierta imagen que tenía le cambió de golpe.

-¿Qué hay con Marat?
-Me gusta mucho pero yo no le agrado.
-¿En serio, Katarina?
-No pude disimular frente a nadie y sé que todos se enfadaron.
-Ese Marat es un ciego pero no comprendo ¿por qué se enojaron con usted?
-Porque piensan que Carlota y él son novios.
-¿Eso es verdad?
-No pero es tan obvio que se atraen...
-¿Pasan mucho tiempo juntos en París?
-Marat se aparecía cuando el entrenamiento se terminaba ¿Carlota le dijo que se hospedaron en la Torre Eiffel?
-Maragaglio me contó que sólo eran él y su primo.
-No entiendo porque Marat se fija en ella si no pueden estar juntos. Yo ni siquiera pude gritar de la emoción que me daba verlo y estar tan cerca. Nunca había visto un hombre más hermoso.
-¿Gritar?
-También me sonrojaba.
-¿Esto tiene que ver con el hombre de la cabina?
-Sí porque "él" se molestó cuando le confesé lo de Marat.
-¿Celoso?
-Soy muy tonta para estas cosas.

Ricardo comprendió que Katarina no hablaría más y que muchas imágenes pasaban por su cabeza. Estaba tan furioso al mismo tiempo que no quiso verla y rezó en silencio porque Miguel regresara tarde para poder hablar con él a solas. Por otro lado, ni Andreas ni Adrien habían vuelto al hotel y supuso correctamente que tendría que ir enseguida a Mercato Rialto para alcanzar alguna botella de vino y un par de verduras para preparar los canapés que serviría en la noche mientras veía a Carlota en televisión y pensaba en esa inaceptable cercanía de Marat Safin por la que debía reprenderla sin sucumbir a otra discusión que le haría olvidarlo.

Ricardo Liukin salió del hotel Florida para abordar el vaporetto en la abarrotada estación de San Geremia y se percató de que llevaba en las manos las sábanas de Katarina. Aunque lo correcto era devolverlas, él eligió dejarlas en la lavandería de la esquina e indicar en dónde debían ser entregadas más tarde, en otro despliegue de cortesía que detestaba. O tal vez no, porque el veneno se riega de cualquier forma.

En Venecia no hay peor contratiempo que un viernes y Ricardo comprobó que ir a pie era la única forma de llegar a su destino, aunque atravesar puentes fuera un fastidio en el Canal de Cannaregio. Mercato Rialto era otra pesadilla con los turistas adquiriendo bebidas y comida, alimentando gaviotas o estorbando en los pasillos pero aun podía caminarse en la callejuela de atrás y el señor Liukin se apresuró en elegir cebollas y papas, además de aprovechar para ver a lo lejos a Tennant, quien ordenaba unas cajas en la bodega de la tienda de ultramarinos donde lo habían contratado. Aunque los locatarios hablaran a gritos, se lograba distinguir la voz del joven aquel mientras mencionaba que los calamares en aceite eran sus preferidos para salir del paso cuando se organizaba una fiesta.

-Nunca cambies, niño - suspiró Ricardo y entró al mercado únicamente para evitar que el sol le diera en la cara. Parte de lo que lamentaba de llegar tarde, era que el olor a ingredientes frescos se confundía con el aroma de lociones baratas y grasa. Afortunadamente, sobrevivía el café recién tostado y él se aproximó a su local consentido luego de tentarse con un espresso y la vista hacia el Gran Canale aunque los gondoleros estuvieran estacionados y a la espera de viajeros que no se embriagaran en las banquetas.

Ricardo creía que había visto de todo en Venecia, incluyendo a los mafiosos negociando en voz alta, cuando una escena más cotidiana le probó que se quejaba por ser feliz.

-¿Qué hace Katarina aquí? - se intrigó mientras ella trataba de llamar la atención de algún empleado en la barra de la cafetería con un boletito que indicaba su turno. Aunque pareciera inaudito, nadie la veía y los clientes de la fila la ignoraban y se apoderaban del espacio. Resignada, dejó de batallar y dio sus pasos hacia la derecha, topándose al señor Liukin.

-Ahora sé donde no volver a comprar una bebida - dijo él.
-Quise alcanzarlo porque se llevó las sábanas.
-¿No quieres hablar de esto?
-¿De la ensalada que no me vendieron?
-¿Estás bien?
-¿Podemos irnos?
-Si quieres hablar...
-Tengo hambre.

Ella tomó camino al embarcadero de Rialto y Ricardo no tuvo reparo en emparejarla.

-¿Irás a tu habitación?
-No, señor Liukin.
-¿Te dejo sola?
-¿Por qué la gente finge que no existo?
-Es descortesía, señorita.
-Me ha pasado muchas veces, incluso yendo con mi hermano por una dona.
-No lo tomes tan a pecho.
-Es que usted siempre se da cuenta de mí en la gelateria.
-Porque eres novia de mi hijo.
-¿Y si no lo fuera?
-Igual te notaría, eres compañera de Carlota y hermana de su coach.

Katarina decidió no agregar nada pero Ricardo la observó frustrarse en silencio.

-Te prestaría atención sólo por acercarte, mujer.
-Gracias.
-Los demás actúan como idiotas.
-¿Usted no?
-Katarina, eres bonita. La gente tal vez se sienta intimidada por eso.
-¿Bonita?
-Lo pienso desde que te conozco.
-No lo creería.
-¿Dónde está tu confianza?
-Oh, yo... ¿Me sonrojé?
-Algo. Vamos a comer al Fondaco dei Tedeschi ¿te parece?
-Ay, señor Liukin ¿no lo molesto?
-No, de hecho ¿quieres hablar conmigo?
-¿De qué?.. ¿Es por lo de París?
-Si gustas.
-¿Le va a decir a Miguel?
-No, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Me vas a contar lo de la cabina ¿cómo llegaste ahí? Además, me hiciste una pregunta que debo contestar.
-¿Cuál?
-Si lo que hiciste es malo.

Katarina miró al otro lado y luego a Ricardo con cierta vergüenza.

-Haguenauer le informó a Maurizio que tenía que marchar a Versailles con Carlota y ni siquiera lo mencionó para invitarme.
-¿Por qué hablas así, mujer?
-¿Cómo?
-¿"Informó" y "marchar"? ¿En serio?
-Es que usted es tan formal, señor.
-¿Formal yo? ¿De dónde?

Ricardo rió un poco y contagió a la chica.

-¿Te parece si caminamos rumbo a Ponte Rialto? Dudo que alguien nos cruce en bote - sentenció él.
-Adelante, amo caminar ¿le ayudo con algo?

Él no pronunció palabra y la tomó del brazo.

-No te separes de mí.
-Claro que no, señor Liukin.
-Llámame Ricardo, por favor.
-¿Por qué?
-Es más personal.
-¿No cree que es demasiada confianza?
-Katarina, quiero entender por qué lloras tanto.
-¿Estoy...?
-Sí.
-¡Diablos!
-Nos quedamos en que tu hermano no te llevó a Versailles.
-Entonces me quedé con "él".
-Ese tal "él" ¿qué hacía allí?
-Cuidar a Carlota.
-¿Y por qué no fue a Versailles?
-No lo sé pero quería pasar la tarde con Maurizio y con "él".
-¿Ese hombre es un muchacho francés, verdad?
-¿Qué?
-Dime que es un desconocido.
-¡Ese hombre es un idiota!

Ricardo cubrió a Katarina para que no la vieran sollozar.

-¡Fuimos por un pan, le dije que él no es como mi hermano, caminamos y me empezó a hacer muchas preguntas! ¡Me enojé y me persiguió hasta que me metió a una cabina!
-¿Te explicó por qué lo hizo?
-¡Sólo recuerdo que me investigó y en Nueva York me mandó seguir!
-¿Está loco?
-¡Supo todo lo que hice antes de llegar a París!
-No preguntaré.
-"Él" me obligó a sentarme y luego dijo que soy muy importante, me abrazó y me besó.
-Ay, Katarina...
-Le pedí seguir y se fue.
-¿Tú qué?
-Me gustó y quería repetir pero "él" dijo que no.
-¿Te dio un motivo?
-Que es un imbécil.
-No dudes de eso.
-Después lo vi salir y yo no sabía qué hacer así que me puse a jugar con las cosas que estaban en ese cubo. Yo estaba muy sorprendida y cuando me aburrí, "él" volvió y le propuse tomarnos fotos.
-¿Sólo fotos?
-Lo besé otra vez.
-No, no, no.
-Me quité la ropa.

Ella se soltó de Ricardo y entonces, éste imaginó a Maurizio Maragaglio cautivado, presa de la excitación y temblando en deseo ardiente ¿Realmente había sido capaz de poseer a Katarina Leoncavallo un momento más tarde, con ventaja tal? ¿Acaso había rechazado a esa mujer al consumir sus ganas?

-Iremos de vuelta al hotel, señorita.
-Perdón por esto.
-No hay problema.
-¡"Él" no me pudo decir algo y me cubrió con su suéter! ¡Sólo se marchó y yo me sentí tan avergonzada!

Ricardo Liukin volvió a quedar perplejo. El panorama era distinto y Maragaglio había tomado la decisión correcta, aunque la forma tal vez no había sido apropiada. Era comprensible que Katarina se viera vulnerable pero, como hombre, tuvo claro algo que ella comprendería algún día: Su primo la amaba profundamente. Maragaglio la había cuidado un poco, se había dado cuenta de que estar en la cabina parisina no era la manera oportuna, de que no era tiempo ni lugar. O tal vez, para Maragaglio era mejor conservar su amor intacto, platónico, aun costándole una gran indiferencia.

-Calma, Katarina. Créeme si te digo que ese hombre no se aprovechó de ti.
-Me rechazó.
-Quizás "él" no supo qué hacer.
-¿Y si no le gusto?
-Eso es imposible, Katarina ¡Eres muy hermosa!
-Gracias.
-Sé que para ese hombre también eres bastante bella.
-¿En serio?
-No es fácil negarse contigo.

Katarina se sonrojó un poco y bajó la mirada. Ricardo decidió abrigarla con su chaleco y abordar el vaporetto próximo con rumbo a Giudecca. Ella fue dócil para acompañarlo, agradecida de que no volvieran a casa y de que el señor Liukin se esforzara en que nadie se diera cuenta de las lagrimillas que le escurrían en las mejillas y que cada vez eran más ligeras y pausadas. Katarina Leoncavallo no recordaba haber tomado ese camino antes. El Gran Canale era mucho más grande y hermoso al abandonar Ponte Rialto sin banquetas ni estaciones de gondoleros, sin gente ni atascos. La Fondamenta Dorsoduro se distinguía luego de algunos kilómetros y ella creyó reconocer a un par de buzos marcando con naranja algunos pilares de madera que por alguna razón se hallaban en el agua. Se preguntó si Miguel estaba ocupado en algo similar o todavía lo tenían sosteniendo señales de navegación en alguna fondamenta de Castello mientras le regañaban por no ser rápido para cambiarlas cuando era necesario.

-Me han dicho que sin los buzos, Venecia no estaría de pie - comentó con una pequeña sonrisa.
-Miguel lo menciona en el desayuno cuando estamos juntos - respondió Ricardo.
-Consiguió un buen trabajo.
-No tengo idea de cómo lo logró.
-¿Por qué?
-Bueno, Miguel parecía un poco retraído cuando estábamos en París y sólo era el chico de los mensajes. Me enojaba con él por no separarse de Carlota.
-¿De ella?
-Así es, Katarina. Pensaba que mi hija le gustaba y traté mal al muchacho.
-No lo sabía.
-Afortunadamente, Miguel salió muy serio y lo demuestra siempre. A veces creo que es el único adulto aquí.

Ricardo había olvidado su enfado por un momento y conforme el bote se iba aproximando a la isla de Giudecca, la legión de turistas fue desalentando a la joven.

-No te preocupes, sé a dónde ir - prosiguió él.
-¿Dónde?
-¿Aun tienes hambre?

Katarina afirmó mientras su teléfono sonaba y deliberadamente rechazaba las llamadas ante la mirada del señor Liukin, mismo que no ocultaba su desconcierto. Desde el hotel se había repetido la escena.

-Mi hermano - mencionó ella.
-Entiendo.
-Nos hemos peleado y no quiero hablarle.
-Me parece bien.
-Maurizio negoció con Brian Orser para que me vaya a Canadá cuando se acabe la temporada y nunca me dijo.
-¿Negociar?
-No sé los detalles pero Orser contestó que sí.
-Usaste una palabra muy fuerte.
-Mis padres me contaron todo. Al parecer, mi hermanito lleva tiempo planeándolo.
-¡Eso no se hace!

El exabrupto de Ricardo Liukin fue como una revelación para Katarina Leoncavallo. Ella conocía bien a su familia, sabía que a excepción de Maragaglio, nadie se opondría a que se marchara y la forzarían a hacerlo, pero ahora, alguien le expresaba que bajo esas condiciones no estaba bien y se interesó por el por qué.

-Maurizio tiene buenas intenciones, señor Liukin.
-Debió charlar contigo sobre lo que pensaba.
-No es la primera vez que Orser pretende que me mude a Toronto. Una vez conversó con mi anterior entrenador y con mis padres pero me quedé allá como tres meses.
-Poco tiempo.
-Mi hermano no tenía trabajo así que lo contraté ¿Imagina cuánto me llevó convencerlo?
-¿El patinaje no le dejaba ingresos?
-Se había quedado sin patrocinador y la federación no le asignaba un sueldo porque todavía no tenía medallas.
-Hiciste algo bueno por él.
-Nunca lo abandonaría.
-Con mayor razón...
-¿Qué?
-Él tuvo que hablarte. Katarina ¿no crees que mereces consideración al respecto?
-Le reclamé por teléfono y lo llamé "rata".
-¿Quieres ir a Toronto? Es algo que debes responderle cuando vuelva de París.

Ricardo Liukin respiró profundamente por un segundo. Recordaba que alguna vez, Maurizio Leoncavallo le había comentado que iba a separarse de su hermana por estar ocupado con sus alumnos nuevos y con sus planes de ser papá. También había mencionado la culpa por dejarla a los doce años, por lo poco que admitía conocer a Katarina y por la visita de una amiga cuya conversación le había desatado un ataque de náuseas. La frase "no toqué a mi hermana, lo juro" llegó enseguida y Ricardo se intrigó por saber a qué rayos se refería porque ahora estaba seguro de dos cosas: Maurizio obligaría a su hermana a marcharse drásticamente. Y la otra, que estaba siendo hipócrita con Katarina al sugerirle que le faltaban al respeto. Aunque esto último fuera cierto, el señor Liukin creía estar más de acuerdo con el joven Leoncavallo, así que tal vez deseaba ver una futura pugna mientras le sugería a uno que decirle al otro... Hasta que la chica le agradeció por aclararle las cosas con un abrazo.

-De nada, mujer, yo... Quiero ayudar.
-¿No le dirá a nadie?
-No, nunca ¡para nada!
-Señor Liukin, no esperé que usted me escucharía.
-Puedes confiar en mí, Katarina.

Ella le dio enseguida un beso en la mejilla y le estrechó por la cintura.

-Comeremos ensalada de cangrejo ¿te apetece? - prosiguió él, evasivo.
-Mejor unos rollos de salmón y atún.
-Es una buena idea.
-Conozco un lugar muy lindo para hacer picnic.
-Katarina, nos vamos a llenar de arena.
-Lo siento.
-No importa, acepto.

Katarina sonrió y cuando el vaporetto atracó en Lido, ambos se dirigieron a una especie de pequeño bar cercano con decoraciones de cristal. Había mucha gente, pero no lo notaron al ordenar comida para llevar. Lido es, después de San Marco, el lugar más turístico de Venecia y Giudecca parece más bien un enorme resort como tantos otros en cualquier país, pero las dunas cercanas a la playa San Nicolò siempre se quedan solitarias por una razón y Katarina y Ricardo optaron por caminar ahí. Ella se despojó de los zapatos y enseguida se echó arena húmeda en los pies, además de enjuagarse una y otra vez.

-¿Siempre juegas de esa forma?
-Sí, señor Liukin.
-Ricardo es más amable.
-Ricardo, inténtelo. Le prometo que es divertido.
-Te haré caso.

Él se quitó los zapatos y luego de imitar a Katarina, se acordó de la respuesta pendiente desde el hotel Florida, así que decidió darla de una vez.

-Diremos que lo de París cuenta y le fuiste infiel a Miguel. Niña, besaste a otro hombre y te quitaste la ropa.
-¿Debo terminar con mi novio?
-¿Te hablo como padre del chico o sólo te doy un consejo?
-¡El consejo!
-Rompe con Miguel antes de que me enfurezca... Y de paso, aléjate de Maragaglio porque tiene una esposa y tres hijos. Él tomó su decisión en el cubo y te libró de problemas.
-¿Maragaglio?
-¿No es el tal "él"? Lo supe cuando dijiste que cuidaba a Carlota.
-Puede ser un policía francés.
-Discutieron de forma personal sobre ti.
-¿Mucho?
-Katarina, por encima de todo, él es tu primo y esa es razón suficiente para saber que lo que pasó está muy mal.
-¿Por qué me besaría?
-¿No te das cuenta?
-¿De qué?
-Es simple: Él se equivocó y aunque no actuó como tal vez yo lo habría hecho, tuvo la decencia de no lastimarte.
-Sentí horrible cuando me dejó.
-Eso es normal, Katy. Estabas desnuda, esperando que Maragaglio te tocara y te tratara bien pero ¿has pensado por qué te desvestiste? ¿Habías considerado hacerlo frente a él? ¿Por qué lo elegiste? Si no lo sabes, entonces que quede claro que a tu primo le importas bastante.

Katarina no supo qué palabras eran oportunas y bajó la cabeza, además de llorar de nuevo.

-Perdona ¿mi voz es ruda? - Ricardo se quedó en silencio y luego de recorrer algunos metros, eligió asiento en una duna que el mar no había deshecho. Katarina en cambio, abría su bolsa de papel y se precipitaba en devorar un rollo de alga nori con atún.

-Tranquila, niña, te puedes ahogar.
-Estaba hambrienta.
-El bocado es más grande que tu boca.
-¿Quieres acompañarme?
-¿Te doy bebida para que te sea más ligero?

Con gestos infantiles, Katarina Leoncavallo sacó una botella y Ricardo Liukin se encargó de descorcharla al mismo tiempo que descubría que no tenía copas ni vasos. Ella no tuvo reparo en tomar directamente.

-Alla salute...
-Mi dispiaccio, Ricardo.
-El vino blanco no es mi favorito.
-¿Pruebas un poco?
-Katy, yo no bebo eso.
-Está rico.
-Come sin prisa.
-¡Ricardo!
-¿Qué?
-Gracias.

Katarina continuó derramando su llanto mientras saboreaba más atún pero no sentía desesperación como antes.

-Ten cuidado, mancharás tu vestido - advirtió el señor Liukin antes de animarse a tomar su propia comida y dar un enorme trago al vino.

-Este alcohol es veneno.
-Jajajajaja, a mí me parece bueno.
-Tienes un gusto raro, mujer.
-¿Es malo?
-No.
-He estado pensando.
-¿En qué?
-Me gusta el alcohol corriente, la comida mala y el olor a tabaco.
-A la mayoría, Katy.
-¿De verdad?
-Eso creo.
-No me sentiré especial.
-Eres preciosa, con eso basta.
-Gracias otra vez.
-¿Te sonrojas a menudo?
-¡Me encanta que me digas bonita!
-¿No te halagan diario?
-Miguel y... Maragaglio.
-¿Nadie más?
-Hay un cristalero en Murano también.
-¿El gondolero no?
-¿Cuál?
-Miguel contó que hay un muchacho que se desvive por verte pasar en Cannaregio.
-Lo he recordado.
-¿Ves? No soy el único que nota lo bella que eres.
-Pero sí el que más me sorprende.

Katarina enjugó sus lágrimas y se percató de que Ricardo Liukin respiraba tan cerca de su cabello que no podía adivinar si ambos habían estado así por tanto tiempo.

-Ricardo ¿le han dicho que usted hace que la gente se sienta mejor?
-Mi esposa cuando tenía.
-¿Qué le ocurrió?
-Murió por una falla cardíaca mientras Carlota participaba en un torneo.
-Lo lamento tanto.
-Nos estábamos divorciando aunque yo no lo deseaba.
-¿Qué pasó después?
-Mi duelo fue solitario y no lo pude sobrellevar. Los dos primeros meses colapsé y luché para que mis hijos no se dieran cuenta. Me volví evasivo, salía cada noche a divertirme. Reaccioné cuando los niños tuvieron un accidente en la cocina. Me dolió más ser descuidado y olvidar que Andreas, Carlota y Adrien van a sufrir por esto toda su vida. Era su madre, ellos la adoran.
-¡Es tan injusto!
-Maurizio y tú aun tienen a sus padres juntos.
-Habría preferido tener una madre que me durara poco pero me amara.
-¡No sabes lo que dices! Soy huérfano de nacimiento y siempre necesité una mamá.
-Mis padres no me quieren, Ricardo. Dejaban que el abuelo me golpeara, nunca me han regalado cosas bonitas, no me llevaban sopa a la cama cuando me enfermaba y sólo me hablan para obligarme a dejar la casa. Cuando era niña los escuché por casualidad y en lugar de llamarme por mi nombre, decían "nuestro estorbo de hija".
-Es inaudito.
-Me lo gritaron en la escuela una vez porque reprobé un examen y mis compañeros me molestaron gritándome "¡estorbo, quítate! ¡dame tu dinero, estorbo! ¡eres una tonta, estorbo!" mientras robaban mis cosas o me tiraban.
-Eso es perverso.
-Sólo tenía a mi hermanito y a mi primo ¡No podría vivir sin Maurizio!
-¿Y sin Maragaglio?
-No lo sé.

Ricardo le dio un beso al cabello de Katarina y ella le regaló uno en la frente. Parecía no pasar a mayores cuando él se inclinó al oído de ella, murmurando algo que quedaría entre ambos. La chica cerró los ojos y una serie de caricias en sus mejillas la prepararon para que la boca de Ricardo Liukin le conociera los labios. El deja vú por Maragaglio la asustó enseguida.

-Katarina, nadie sabe que me atraes mucho.
-¿Quién lo sospecharía?
-Eso me molesta tanto.
-¿Qué?
-No debemos.
-¿Y ya?
-No te enojes.
-Los hombres me besan y se van.
-Eso no es cierto.
-¿Por qué quieres correr, Ricardo?
-Sigo aquí.
-Entonces, terminemos con esto.

Katarina se aferró a él, a abrir su camisa, a respirar su loción, a sentir como subía la marea poco a poco. Ricardo Liukin comenzó a excitarse y deslizar sus dedos por el cierre de ese vestido de rayas negras y verde oscuro, descubriendo el cuerpo femenino más irresistible del mundo. La cintura invitaba a ser acariciada, los brazos sujetaban con pasión inigualable, la piel parecía de terciopelo y el calor del pecho era una bendición oculta junto a la belleza de su regazo.

Ella no sabía si ese hombre le gustaba o no, pero si él se arrepentía, iba a herirla sin remedio, motivo que la tuvo tensa hasta que Ricardo se desvistió.

Era por fin, la primera vez de Katarina Leoncavallo junto a un hombre. No el que había soñado. Ni uno que deseara. Tampoco aquel en el que confiara con todo su corazón. Pero sí el que no tenía reparos en mirarla fascinado, el que podía tocarla sin miedo, el que le susurraba que era la mujer más bella que había visto y no le estaba mintiendo. Ella creyó que en cualquier momento la inexperiencia la traicionaría pero estaba besando sin reservas, sonriendo y coqueteando, conociendo sitios que eran tan sensibles como placenteros. Lo estaba disfrutando, se estaba entregando. Ricardo Liukin temblaba de comprobar que Katarina Leoncavallo superaba el dolor inicial y en todo momento le pedía ser más intenso o más dulce, dependiendo del sitio en el que la tocara o posara su boca.

-Esto se siente tan bien - sonreía la mujer.
-A veces, sí.
-Ricardo ¿se va a repetir?
-Katy, debes cortar con Miguel.
-Lo haré cuando volvamos.
-Tengo que ver patinar a mi hija por la noche.
-¿Podemos hacerlo juntos?
-Katy...
-Quédate conmigo.
-Mis hijos me esperan.
-¿Así acaba?
-Odio decir que sí.
-¿Iremos al hotel o cada quien por su lado?
-No te dejaré sola hasta que entres en tu habitación.
-¿Qué hora es, Ricardo?
-Mmm, no lo sé ¿Será temprano?
-Voy a vestirme.
-Son las tres.

Katarina se recostó de nuevo y Ricardo volteó para abrazarla en el acto.

-Te ves feliz.
-El sexo no se parece a nada que me hayan platicado.
-¿Es mejor, Katarina?
-Siempre escuché que la primera vez era mala.
-Suele serlo.
-La mía me gusta.
-De nada.
-Aun hay tiempo, Ricardo.
-Bastante... ¿Quieres pasar la noche aquí?
-Sí.
-Conseguiremos más vino, alquilaremos una habitación y regresaremos mañana con los demás.
-¿Verás a Carlota?
-Contigo, Katarina.
-¿Y ese cambio de opinión?
-Me gustas demasiado, aprovechemos que estamos juntos.

Katarina Leoncavallo apretó de nuevo a Ricardo Liukin contra sí para continuar con los besos y caricias que la tenían fascinada y comenzar a atreverse, a conocer y a poseer el cuerpo de ese hombre que insólitamente la complacía y la llenaba de ansias por una siguiente ocasión a solas en la que pudiera experimentar un poco más. La marea continuaba subiendo y la ropa de ambos comenzó a empaparse. No la utilizarían de todas formas.